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¿Cómo sobrevivieron los cercados durante la batalla de Stalingrado?…


Habitantes de Stalingrado regresan a sus hogares en 1943
Habitantes de Stalingrado regresan a sus hogares destruidos en 1943.

Muy Interesante(L.G.alijarcio) — Al principio de la guerra, la población de Stalingrado apenas alcanzaba el medio millón de habitantes y la ciudad era considerada un lugar seguro, muy alejado de las líneas del frente.

Por este motivo en el verano de 1942 estaba llena de refugiados.

Cuando el ataque comenzó, los responsables locales suplicaron a Stalin que permitiera la evacuación de fábricas y civiles, sin éxito.

Lazar Brontman, un corresponsal del Pravda que había presenciado estas conversaciones, dejó anotada en su diario la reacción de Stalin: «¿Y adónde se les evacuaría? Hay que mantener la ciudad. ¡Punto final! —gritó, dando un puñetazo sobre la mesa». 

Solo después de que los bombarderos alemanes hubieran reducido la ciudad a escombros, Stalin permitió salir a parte de la población.

Lo que ocurrió en Stalingrado durante estos terribles meses de asedio solo podemos saberlo a través de los testimonios de quienes lo vivieron.

Al principio de la guerra, la población de Stalingrado apenas alcanzaba el medio millón de habitantes y la ciudad era considerada un lugar seguro, muy alejado de las líneas del frente.

Por este motivo en el verano de 1942 estaba llena de refugiados. Cuando el ataque comenzó, los responsables locales suplicaron a Stalin que permitiera la evacuación de fábricas y civiles, sin éxito.

Lazar Brontman, un corresponsal del Pravda que había presenciado estas conversaciones, dejó anotada en su diario la reacción de Stalin, solo después de que los bombarderos alemanes hubieran reducido la ciudad a escombros, Stalin permitió salir a parte de la población. Lo que ocurrió en Stalingrado durante estos terribles meses de asedio solo podemos saberlo a través de los testimonios de quienes lo vivieron.

– Abandonados a su suerte

El objetivo de la ofensiva alemana en Stalingrado era cortar las comunicaciones entre las regiones centrales de la Unión Soviética y el Cáucaso y establecer un punto estratégico desde donde invadir la región y hacerse con sus recursos.

Desde que comenzó el ataque —a mediados de julio— hasta el mes de noviembre de 1942, los soldados estuvieron defendiendo la ciudadPero los habitantes de Stalingrado y miles de refugiados llegados de otras regiones quedaron abandonados a su suerte.

Mientras se libraba la batalla, ningún corresponsal extranjero destinado en Moscú obtuvo permiso para viajar a Stalingrado. Esto supuso que durante estos meses no hubo prácticamente información de lo que ocurría en el interior de la ciudad.

Las autoridades soviéticas —a menudo herméticas y recelosas— esperaron hasta comienzos de febrero de 1943 para dejar entrar a una primera tanda de reporteros internacionales.

Un mes antes, una delegación de historiadores moscovitas había iniciado un proyecto a gran escala con el objetivo de registrar para la posteridad las voces de los defensores de Stalingrado. Pertenecían a la Comisión de Historia de la Gran Guerra Patriótica, fundada por Isaak Mints, catedrático de la Universidad Estatal de Moscú.

Los testimonios reflejados en este artículo —que acercan al lector a la batalla y a los sentimientos de los soviéticos— forman parte de aquellas entrevistas, que se pueden leer completas en Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich, de Jochen Hellbeck.

Lazar Konstantinovich Brontman e Isaak Mints
El corresponsal del Pravda Lazar Konstantinovich Brontman (izquierda) e Isaak Mints, fundador de la Comisión de Historia de la Gran Guerra Patriótica (derecha).

– Obligados a marcharse

«Nuestra casa se ha quemado, igual que nuestra ropa, que habíamos enterrado en el patio. No tenemos ropa ni zapatos, no tenemos un techo bajo el que refugiarnos. ¿Cuándo terminará esta pesadilla?».

Son las líneas que el 27 de septiembre escribió Anna Aratskaya, una joven habitante de Stalingrado.

Y es que, tras los bombardeos masivos de los alemanes, Stalingrado era un gigantesco campo de ruinas.

Las fotografías que se tomaron aquellos días de agosto de 1942 hablan por sí solas: quedaban en pie algunas casas con las ventanas rotas, algunas paredes, alguna chimenea.

Los soldados «que nunca más se levantarían yacían en los patios y en las calles, centenares de ellos, incluso miles, nadie los contaba. La gente vagaba entre las ruinas en busca de comida o de algo que pudiera servirles».

Así lo relataba Vasili Grossman, quien comparaba Stalingrado con el desastre de Pompeya. Pero el enclave ruso era una ciudad espectral donde habitaban almas vivientes. Ellos también luchaban duramente por su propia vida y la de sus hijos.

Ante esta situación, no hubo más remedio que permitir la evacuación de la ciudad. Vladímir Jaritonovich Demchenko (Comandante, jefe de Stalingrado) relataba en las mencionadas entrevistas que en algunos casos habían tenido que obligar a la gente a marcharse.

Contaba que muchos no tenían a dónde ir —tampoco querían abandonar sus casas con el invierno a punto de echarse encima— y decían: «Defenderé nuestra ciudad hasta el final; la ciudad no se rendirá».

Mientras que a algunos se les había negado el permiso para abandonar a tiempo, otros quisieron permanecer en Stalingrado para cuidar de familiares enfermos. Muy pocos podían hacerse realmente una idea de cómo actuaban los ocupantes, incluso dijeron que las atrocidades alemanas que habían escuchado no eran más que exageraciones.

Ruinas desoladoras que muestran la destrucción de la ciudad de Stalingrado en 1942.

Demchenko explicaba que desde el 23 de septiembre al 15 de octubre evacuaron a 149.000 familias de la población de los distritos de las fábricas. La milicia entró en cada trinchera y refugio antiaéreo para sacar a la gente y enviarla a la orilla oriental.

De esta manera, dentro de la ciudad no quedó mucha población. La mayoría de los que se quedaron estaban en los distritos de Dzerzhinsky y Voroshílov, que habían sido ocupados repentinamente. Gran parte eran ancianos desvalidos, enfermos y niños: muchos de ellos se habían quedado solos al morir sus familias.

El testimonio que ofrecía Demchenko acerca de cómo encontraron a algunos de ellos es sobrecogedor: «En una ocasión echamos a los alemanes de un búnker y destruimos su posición, pero no entramos hasta la noche siguiente. Dentro había una niña, de ocho o nueve años, tumbada en el suelo entre los cadáveres.

En el momento que entramos se puso a llorar. Llevadme con vosotros, aquí con ellos hace mucho frío». Afortunadamente, un general —llamado Sokolov, al mando de la 39.ª División— se hizo cargo de aquella niña.

– Ataques constantes

Mijaíl Alexandrovich Vodolagin (Secretario del Comité Regional de Stalingrado) relataba cómo durante los primeros ataques aéreos las bombas cortaron la arteria principal: el tendido eléctrico del que dependían las fábricas del norte y el centro de la ciudad, y en muchos sectores la línea de 110 kilovoltios quedó interrumpida. 

La ciudad se quedó sin luz, sin agua, sin pan. Mientras hacían lo posible por restaurar el suministro de agua a la ciudad, los incendios seguían activos por todas partes y el ataque aéreo era constante.

Pero se volcaron en su trabajo durante días enteros para reparar el tendido eléctrico, así como el sistema de suministro de agua, la fábrica de pan y los molinos, para poder abastecer a la población. Fueron tareas que hubo que realizar una y otra vez en aquellos meses debido a la insistencia de los ataques.

Pero cada vez que se conseguía era un nuevo triunfo. Cuesta imaginarlo, pero aunque no hubiera prácticamente casas en pie, y en durísimas condiciones, la vida seguía en sótanos, cobertizos, trincheras y conductos de alcantarillado.

Entre los escombros de la zona industrial de Stalingrado un oficial alemán señala la posición desde la que disparan los soviéticos (noviembre de 1942). 

– La ciudad bombardeada sigue viva

Se instalaron pequeños puestos de venta en los sótanos para vender comida y pan. Pero pronto se acabó el cereal y los alimentos brillaban por su ausencia, hasta el punto de tener que comer lo único que abundaba: cadáveres de caballos, barro, e incluso algunos relatos hablan de excrementos.

Otro secretario del comité relataba cómo pusieron en marcha una emisora de radio que emitía discos de música. Pero entre el fuego y las bombas, esta sonaba como una marcha fúnebre. Por eso quitaron la música y se limitaron a emitir los últimos boletines de noticias. Aun así, cada vez que se ponía en marcha, la radio elevaba los ánimos de la gente que la escuchaba: era una señal de que la ciudad seguía viva.

Stalingrado no solo decidió el curso de la guerra, sino que marcó un punto de inflexión en la historia. Cuando los soldados del Ejército Rojo recuperaron la ciudad, contabilizaron aproximadamente 7.600 supervivientes civiles, aunque es difícil ofrecer datos exactos.

Los generales y oficiales alemanes capturados fueron alojados en un campo especial e instados a renegar públicamente de Hitler. Miles de prisioneros fueron puestos a trabajar en febrero de 1943 en la retirada de cadáveres y la desactivación de bombas y minas. Muchos ingresaron en campos de trabajo, donde recibían muy escasa comida y atención médica.

Más tarde ayudaron a reconstruir la ciudad. Es de sobra conocido el infierno que pasaron los combatientes de ambos bandos. Todavía se investiga qué les motivaba a luchar realmente y bajo qué condiciones libraron esta terrible batalla.

Soldados del Ejército Rojo alimentando a sus caballos con los zuecos de paja de soldados alemanes capturados.

– Empujados a la guerra

De aquellos alemanes que lucharon en la batalla de Stalingrado se han dado distintas visiones a lo largo de los años. En la década de 1950 y de 1960, la atención se centró en la figura del combatiente en el campo de batalla, que mantuvo sus valores hasta el último aliento.

El ex mariscal de campo Erich von Manstein escribía en 1955 acerca del «incomparable heroísmo, fidelidad y sentido del deber» de los soldados alemanes que habían perecido de hambre y frío. Su recuerdo, decía, «continuará vivo mucho tiempo después de que los gritos de triunfo de los vencedores se hayan apagado y los afligidos, los desilusionados y los resentidos hayan quedado en silencio». 

Sin embargo, a medida que la sociedad fue experimentando cambios —bien reflejados en los movimientos estudiantiles de los años sesenta— y con el auge de la historia de lo cotidiano, la imagen del valiente soldado fue siendo reemplazada por la del antihéroe. Así, los soldados de Stalingrado pasaron a ser considerados jóvenes sencillos, desorientados, que a veces apenas sabían expresarse en sus cartas. Según algunos relatos, habían sido empujados a la guerra y ni siquiera compartían las grandes ambiciones nazis.

El Mariscal de Campo Erich von Manstein. 

– La reconstrucción de Stalingrado

«Todo el mundo tiene los nervios destrozados (…) He perdido la fe en toda la humanidad». Con estas palabras concluía un soldado anónimo el diario que había escrito durante el asedio.

Quizá, si sobrevivió, este soldado recuperó la fe cuando grandes multitudes entraron en Stalingrado para la reconstrucción de la icónica ciudad.

Así lo reflejaba Ezri Izrailevich Ioffe (Director en funciones del Instituto de Medicina de Stalingrado) en una entrevista el 1 de febrero de 1944. Era tal la afluencia de gente en Stalingrado que no había alojamiento suficiente. Eran ya 250.000 habitantes y cada mes llegaban unos 10.000 más, como informaba la sección «Reconstruyendo Stalingrado» del Stalingradskaya Pravda.

Pero pese a los graves problemas de vivienda, alimentación, distribución, escolarización y atención médica que esto suponía, y todavía viviendo muchas personas en sótanos, trincheras, búnkeres, o amontonados en una sola habitación, el estado de ánimo era alegre. 

La victoria del Ejército Rojo había sido un elixir de vida, y la guerra se alejaba de Stalingrado para dar paso a la recuperación de la ciudad.

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