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¿Qué es la Orden de San Jerónimo y hasta dónde llegó su influjo? …


Qué es la Orden de San Jerónimo y hasta dónde llegó su influjo?

Muy Interesante(M.H.Vela) — Durante los últimos siglos de la Edad Media tuvo lugar un proceso de reforma religiosa, que comenzó con la crisis producida por la relajación de las costumbres del clero y, consecuentemente, de todos los niveles sociales, afectando al sistema feudal y a la economía.

Entre los franciscanos y dominicos comenzaron a aparecer las congregaciones de observancia, con el fin de volver a los objetivos iniciales. Pero también hubo un importante resurgimiento del fenómeno eremítico, considerado como un movimiento social en respuesta a la corrupción evidente de la Iglesia; una corrupción derivada de la relajación moral, la extremada pobreza, los abusos de los abades comendatarios, su incapacidad para gobernar y la búsqueda del beneficio propio y de sus familias.

La Orden de San Jerónimo en la península se fue gestando en este contexto, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIV, condicionada por los principales acontecimientos históricos que tuvieron lugar en la península ibérica, especialmente en la Corona de Castilla donde los considerados principales impulsores y fundadores, Fernando Yáñez de Figueroa (†1412) y Pedro Fernández Pecha (h. 1326-1402), procedían de familias que habían ostentado importantes cargos en la corte de los reyes Alfonso XI (1312-1350) y Pedro I (1350-1369).

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Ermita de Bellaescusa en Orusco de Tajuña (Madrid), origen de la fundación de la orden de los Jerónimos hasta su posterior traslado a Lupiana (Guadalajara).

Fernando Yáñez de Figueroa fue capellán mayor de reyes, renunciando a sus cargos y beneficios durante el reinado de Pedro I para retirarse con un grupo de ermitaños en El Castañar, término de Mazarambroz (Toledo).

Pedro Fernández Pecha, seguramente el más destacado, trabajó en la cámara del rey Alfonso XI, probablemente en la de Pedro I y, brevemente, en la de Enrique II (1366-1379).

La muerte de su esposa y de una de sus hijas le condicionaron para renunciar a su vida en la corte y retirarse al foco eremítico, en torno a la ermita de Nuestra Señora de Villaescusa en Orusco de Tajuña (Madrid).

En este espacio se encontraron ambos eremitas y comenzaron una andadura conjunta cuyas necesidades los llevaron hasta la localidad de Lupiana (Guadalajara) donde, en torno a la ermita de San Bartolomé, se instalaron definitivamente con el beneplácito del tío de Pedro Fernández Pecha, Diego Martínez de la Cámara, quien les facilitó tierras para su sustento y clérigos para asistirlos espiritualmente; todo ello autorizado por el arzobispo de Toledo, Gómez Manrique (1362-1375).

– Una nueva orden religiosa bajo la advocación de San Jerónimo

A partir del año 1372, los clérigos incitaron a estos ermitaños a congregarse y a ceñirse a una de las grandes reglas canónicas para vivir en comunidad. A partir de entonces entra en escena uno de los personajes clave en la gestación de la Orden de San Jerónimo: Alfonso Fernández Pecha, hermano de Pedro, que había sido obispo en Jaén y que, tras retirarse junto a los ermitaños, emprendió un viaje a la corte papal de Avignon.

En Avignon conoció a santa Brígida de Suecia, convirtiéndose en su confesor y consejero, cuyas visiones y revelaciones místicas influyeron de tal modo en el obispo que se las transmitió al papa Gregorio XI (1370-1378) con el fin de retornar la curia pontificia a Roma.

Sin duda, Alfonso Fernández Pecha facilitó a Pedro Fernández Pecha y a Pedro Román una entrevista con el papa, donde se les concedió constituirse en orden religiosa bajo la advocación de San Jerónimo, siguiendo la regla de San Agustín, además de una serie de constituciones, ceremonias y costumbres que procedían del monasterio de Santa María del Santo Sepulcro de Florencia.

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Retrato del papa Gregorio XI (siglo XVIII), por artista desconocido.

Todo ello venía recogido en la bula Sane Petitio (Salvatoris humani generis), entregada el día de San Lucas de 1373, en la que se concedía, como primera fundación, la ermita de San Bartolomé de Lupiana para convertirla en monasterio y, por petición de Pedro Fernández Pecha, la facultad para fundar cuatro monasterios bajo el título de San Jerónimo, así como la designación del principal mandatario de cada uno de ellos, que recibiría el nombre de prior.

Fray Pedro fue el primero de ellos, nombrado de manos del papa Gregorio XI quien también determinó la forma del hábito de la nueva Orden de San Jerónimo: todo de lana, con la túnica de encima blanca y cerrada hasta los pies y mangas de un tamaño proporcionado. Sobre la túnica se colocaba el escapulario, que era de color pardo. De este color eran, también, la capilla o capucha y el manto.

Fray José de Sigüenza, uno de los primeros historiadores de la Orden de San Jerónimo, relataba en su obra publicada a principios del siglo XVII que, tras recibir la bendición del papa, fray Pedro Fernández y Pedro Román fueron al monasterio de Santa María del Santo Sepulcro de Florencia para observar el modo de vida y tomar las constituciones, de las que escogieron doce; estas fueron muy importantes en el desarrollo de la orden en siglos venideros, sufriendo continuas adiciones y haciéndose más complejas a lo largo de los capítulos generales.

La primera fundación, por tanto, tuvo lugar en San Bartolomé de Lupiana, a la llegada de los ermitaños. A partir de ahí comenzó la creación del convento, con sus diferentes cargos y establecimiento de los votos principales que guardan todas las órdenes: pobreza, castidad y obediencia. Para el cumplimiento de estos, se ordenó la clausura y unos horarios estrictos que marcaban la vida del monje.

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Claustro Mayor del Monasterio de San Bartolomé de Lupiana (Guadalajara).

El padre Sigüenza indicaba que en el claustro había celdas para el recogimiento, capillas para decir misas, cementerio para enterrarse y otra serie de dependencias necesarias para la vida de los monjes.

Es probable que este primer monasterio, que tomaba diferentes características de la tradicional arquitectura monacal, fuera en el que se inspiraran el resto de monasterios de la orden de San Jerónimo.

Y, aunque no se especifica en ningún lugar la forma de cómo debían ser los edificios en planta, poco a poco todos fueron tomando una unidad arquitectónica, pues en todos ellos primaba la funcionalidad y la similitud de formas.

A partir de este momento, comenzaron a fundarse nuevas casas y la orden de San Jerónimo se expandió por toda la península.

La corona también comenzó a hacer donaciones y desde el reinado de Juan I (1379-1390), hijo de Enrique II, se llevó a cabo una labor de protección a las primeras fundaciones, a través de la concesión de varios privilegios como mercedes, tercias, juros… que, confirmados por sus sucesores, se convirtieron en los principales pilares que sustentaban la orden de San Jerónimo.

Ello condujo a la obtención de más poder, a su presencia en el ámbito político y a la adquisición de gran importancia dentro de la península. De manera similar, también un gran número de nobles, muchos de ellos cercanos a la Corona, contribuyeron a la orden de San Jerónimo mediante el mismo tipo de donaciones.

– Periodo inicial de la orden de San Jerónimo

No todo fueron luces durante el periodo inicial de la Orden Jerónima. Hoy sabemos que uno de sus primeros monasterios, el de Santa María de Aniago en Tordesillas, apenas se mantuvo en pie durante unos años.

Esto es debido a que su congregación, encabezada por el prior Gonzalo de Compostela, se mostró contraria a la decisión del rey Juan I de someter el reino al gobierno del antipapa Clemente VII .

La comunidad fue expulsada del cenobio, que pasaría a manos de cartujos, y sus monjes decidieron trasladarse, al completo, hasta la ciudad de Génova.

Una vez allí, con la ayuda del exobispo de Jaén Alonso Fernández Pecha, construyeron un monasterio en el barrio de Quarto dei Mille. En su iglesia, que aún puede visitarse a las afueras de Génova, mandó enterrarse el propio Alonso Pecha, bajo una sencilla inscripción.

– Impacto de las donaciones para la orden de San Jerónimo

Pedro Fernández Pecha comenzó la labor de fundación de la segunda casa de la Orden Jerónima gracias a la buena relación que mantenía con el arzobispo primado Gómez Manrique, que en las cercanías de Toledo donó a la orden la ermita que se llamaba de Nuestra Señora de La Anunciación, en el año 1374, aunque posteriormente fue conocida como de Nuestra Señora de La Sisla.

Allí, fray Pedro levantó el primer edificio cuyo claustro y refectorio fueron patrocinados por el maestre de Calatrava, Pedro Girón, así como la capilla mayor del templo, financiada por la familia de Fernando Álvarez de Toledo y Teresa Ayala que pagaron más de 100.000 maravedís para su construcción.

Los privilegios y mercedes principales que ostentó este monasterio fueron donados por los reyes Juan I, Enrique III, Juan II y los Reyes Católicos confirmados, todos ellos, por sus sucesores. Uno de los focos eremíticos más potentes fue el que se encontraba en las cuevas de la cercana localidad de San Martín de Valdeiglesias, junto a la Cañada Real, en el término de Guisando perteneciente al obispado de Ávila. En este espacio tuvo lugar la fundación del monasterio de San Jerónimo de las Cuevas de Toros de Guisando.

Las primeras edificaciones que se construyeron allí se hicieron gracias a la donación de una propiedad de Juana Fernández, aya de la reina Juana Manuel, esposa de Enrique II. La reina compró dos partes de ese lugar y las donó a la Orden de San Jerónimo.

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Retrato de fray Pedro Fernández Pecha, uno de los fundadores de la Orden de San Jerónimo.

Posteriormente, Juan I compró la otra parte para cederla también al nuevo monasterio, acción muy importante ya que permitió la construcción del primer edificio y consolidación de los eremitas.

La cuarta fundación está relacionada con el anterior monasterio de Guisando, pero en este caso tuvo lugar en Toledo, junto a la ribera del Tajo, y fue conocido como el de San Jerónimo de Corralrubio. El monasterio se construyó en un lugar insalubre, por lo que en el cuarto capítulo general se acordó que este monasterio se hiciera anexo al de La Sisla, junto con los monjes y todos sus bienes muebles, dejando el edificio prácticamente a estrenar, ya que la iglesia, según Sigüenza, nunca se utilizó.

Las siguientes fundaciones tuvieron lugar tras el traslado de fray Fernando Yáñez de Figueroa, junto con un grupo de treinta y dos religiosos, al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, atendiendo la llamada del entonces obispo de Segovia, Juan Serrano. La compleja instalación de la orden en este lugar hace que sea excepcional, convirtiéndose, en pocos años, en el más poderoso de la Orden de San Jerónimo.

Así se iniciaba la primera etapa fundacional de la Orden Jerónima, un momento en el que los jerónimos fueron reconocidos en la península, multiplicando sus casas prácticamente por toda la Extremadura castellana.

De forma similar, aunque con sus peculiaridades, también se fueron desarrollando una serie de monasterios en la Corona de Aragón, especialmente en el levante, en las cercanías de Jávea, impulsados por fray Jaime Juan Ibáñez y, posteriormente en Portugal, por el tan reconocido religioso fray Vasco de Sousa.

A estas alturas, el germen de la Orden de San Jerónimo había sido plantado y en los años siguientes su poder crecería de forma exponencial. No en vano, llegaría a convertirse en una de las órdenes más poderosas de la península ibérica y una de las favoritas de la monarquía hispana, que llegaría a convertir su monasterio insignia, El Escorial, en su propio panteón dinástico.

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