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Mariamna, la esposa del rey Herodes a la que conservó en miel durante siete años tras ordenar su muerte …


Mariamna saliendo del tribunal de Herodes, obra de John William Waterhouse
Mariamna saliendo del tribunal de Herodes, obra de John William Waterhouse. 

Es posible que el nombre de Mariamna les suene más a los aficionados a la literatura que a los de la Historia, ya que ese personaje fue inmortalizado por escritores de la talla de Bocaccio (De mulieribus claris), Calderón de la Barca (El mayor monstruo de los celos) o Voltaire (Mariamne), entre otros.

Fue una princesa asmonea cuya portentosa belleza enamoró a Herodes el Grande, quien la convirtió en su segunda esposa sin imaginar que así iban a entrar en un febril período de intrigas mutuas que terminó trágicamente al ordenar él su ejecución.

Herodes sí que resulta más familiar, gracias a las referencias bíblicas: según el Nuevo Testamento, fue el rey que ordenó la Matanza de los Inocentes (la aniquilación de todos los niños de Belén menores de dos años) tras su encuentro con los Magos, un episodio que los historiadores consideran bastante improbable, no porque no fuera capaz de cometer tamaña atrocidad -lo era- sino porque ésta tenía tales dimensiones, incluso para la época, que sus enemigos la hubieran usado como arma propagandística para desacreditarle y, sin embargo, no lo hicieron.

Sólo lo reseña el Evangelio de Mateo y los Apócrifos, probablemente para establecer un paralelismo con la historia de José, mientras que un adversario tan hostil como Flavio Josefo, que documentó otras barbaridades del monarca, no dice nada al respecto.

Herodes era originario de Idumea, como su padre (su madre era nabatea), por lo que se trataba de una familia conversa al judaísmo.

Esa falta de pureza de sangre y su proverbial brutalidad hicieron que siempre fuera un rey detestado, a pesar de los fútiles esfuerzos que hacía por intentar ganarse al pueblo y mostrar algunos rasgos positivos (erigió numerosos monumentos de estilo clásico -estaba profundamente helenizado-, impuso el judaísmo en Idumea por decreto, socorrió de su bolsillo los efectos de una gran hambruna y mandó reconstruir el Templo de Salomón con todo lujo), ya que los desacreditaba con el despótico gobierno que aplicó para impedir protestas.

Los dominios de Herodes el Grande y el reparto posterior a su muerte
Los dominios de Herodes el Grande y el reparto posterior a su muerte. 

Nacido en el año 74 a.C., siempre mantuvo amistad con Roma obteniendo a cambio el cargo de gobernador de Galilea. Luego, Marco Antonio le nombró tetrarca junto a su hermano Fasael en el 41 a.C. y el Senado le entregó el trono de Judea al siguiente, desplazando a Antígono Matatías.

Dado que no era de sangre real, resultaba conveniente que estableciera vínculo con alguien de la dinastía asmonea, pues su esposa Doris -que le dio a su primogénito, Antípatro- no le servía en ese sentido.

Encontró la opción perfecta en la joven nieta de Hircano II, monarca y sumo sacerdote al que había servido su padre y que fue derrocado por Antígono Matatías antes de que el mencionado Marco Antonio interviniera. Ella se llamaba Mariamna (o Mariana), aunque se trataba de una solución a medio plazo porque apenas tenía trece años.

Mariamna nació en el 54 a.C., hija de Alejandro de Judea y Alejandra Macabea (hija de Hircano II), además -y esto es importante por la implicación para la legitimidad- de sobrina de Antígono Matatías (que era hermano de su padre). Su familia se había enfrentado a Roma y luego tomó partido por Pompeyo en la Guerra Civil, por lo que fue represaliada.

Alejandro sufrió la pena capital, pero la viuda supo jugar sus cartas y pactar una ketubah (contrato matrimonial) entre Mariamna y Herodes. Como decíamos antes, éste tuvo que esperar cuatro años para que se celebrase la boda, que fue en Samaria en el 37 a.C.

La frialdad de un casamiento de ese tipo cedió pronto ante la inconmesurable belleza que, a decir de los testigos de la época, había adquirido la novia.

El rey quedó prendado y juntos tuvieron cinco hijos, tres niños (los citados Alejandro y Aristóbulo más un tercero que fallecería joven en las Marismas Pontinas, cerca de Roma, a donde se le envió en el 20 a.C., junto a sus hermanos para recibir educación) y dos niñas (Salampsio y Cypros).

Tan obnubilado estaba Herodes con Mariamna que cedió al insistente ruego que le hacía para que nombrase sumo sacerdote a su único hermano, Aristóbulo, sin imaginar que con ello se abría la caja de Pandora.

Maqueta del palacio de Herodes en Jerusalén mostrando las tres torres a las que bautizón con los nombres de sus seres más allegados: de izquierda a derecha, Fasael, Hípico y Mariamna
Maqueta del palacio de Herodes en Jerusalén mostrando las tres torres a las que bautizón con los nombres de sus seres más allegados: de izquierda a derecha, Fasael, Hípico y Mariamna. 

Y es que para ello hubo que destituir primero al titular, Hananel, con la excusa de que no era judío de nacimiento sino extranjero (egipcio según la Mishná; babilonio según Flavio Josefo), pese a que había sido un nombramiento personal del propio Herodes. Pero es que, encima, Aristóbulo era menor de edad -diecisiete años- y eso supuso un escándalo.

Uno más no hubiera trascendido demasiado. Sin embargo, un año después murió ahogado y el rey restituyó en su puesto a Hananel. Empezó a correr el rumor de que el monarca desconfiaba de la popularidad que tenía Aristóbulo entre los judíos y que por eso ordenó su muerte.

No se sabe si él lo planéo o no, pero su madre así lo creyó y le escribió una carta a Cleopatra solicitándole ayuda para vengarse. La reina egipcia pasó la petición a su amante, Marco Antonio, y éste reclamó la presencia de Herodes para darle la oportunidad de defenderse, ya que, al fin y al cabo, él le había entregado Judea.

El monarca obedeció y partió en el 34 a.C. Antes, dejó a su esposa al cuidado de su cuñado Josefo, al que dejó una espeluznante orden que revelaba cómo era su tortuosa mente: si los romanos le ejecutaban, Josefo debía matar a Mariamna porque no soportaba la idea de que pudiera rehacer su vida con otro hombre.

El problema fue que Josefo también quedó encantado con la hermosura de la reina y terminó confesándole el encargo recibido. Si lo que pretendía era darle la oportunidad de demostrar su lealtad, Mariamna reaccionó en sentido contrario: montó en cólera y rompió cualquier vínculo afectivo que tuviera hacia el que todavía era su marido. Además, como el destino de éste en manos romanas parecía a todos poco halagüeño, pronto circuló el rumor de que había sido ejecutado y Mariamna convenció a Josefo para que la ayudara a buscar protección entre los romanos.

Encuentro entre Herodes y Cleopatra en Jerusalén (ilustración de John Harris Valda)
Encuentro entre Herodes y Cleopatra en Jerusalén (ilustración de John Harris Valda). 

La cosa se fue complicando porque en realidad, Marco Antonio consideró inocente a Herodes y le dejó volver a Judea. Y, al llegar, su hermana Salomé le informó de que Mariamna había tomado como amante a Josefo, planeando irse juntos. Herodes no creyó esa historia y decidió hablarlo directamente con su esposa.

La negativa de ésta le convenció inicialmente, pero cuando supo que Josefo le había revelado su orden de matarla entendió que sólo alguien muy íntimo podía decirle algo así, lo que significaría que la infidelidad era cierta. Aun así la perdonó, aunque Josefo fue entregado al verdugo y Alejandra Macabea, su suegra, puesta entre rejas.

Ahora bien, el matrimonio se había resquebrajado y todavía lo iba a hacer más debido a que los acontecimientos que vinieron provocaron una repetición de todo este episodio.

En el año 30 a.C., en la batalla de Accio, Marco Antonio y Cleopatra fueron derrotados por Octavio, quien entonces empezó a ajustar cuentas con los aliados de su vencido enemigo y exigió a Herodes comparecer ante él en Rodas. Increíblemente, el monarca partió al encuentro del futuro Augusto dejando a Salomé el gobierno temporal… con el encargo de matar a Mariamna y su madre si le pasaba algo. Otra vez.

Un hombre de confianza llamado Soemos fue el encargado de custodiar a su esposa y suegra en Sartaba (Alexandrium), una fortaleza construida por los asmoneos en una abrupta y árida colina al oeste del valle del Jordán, en la frontera con Samaria, donde las fuerzas de Aristóbulo II se habían atrincherado contra Pompeyo y que acababa de ser restaurada por Herodes, que la usaba sobre todo como prisión política (en el 7 a.C. también enterraría allí a sus malhadados hijos Alejandro y Aristóbulo, pero finalmente el lugar sería arrasado por Tito en la segunda mitad del siglo I d.C., durante la Primera Guerra Judeo-Romana).

Mariamna y sus hijos camino de la ejecución, obra de E.W.J.Hopley. En realidad, ellos murieron años más tarde que su madre
Mariamna y sus hijos camino de la ejecución, obra de E.W.J.Hopley. En realidad, ellos murieron años más tarde que su madre.

Tras ganarse la confianza de Soemos, Mariamna se enteró de las órdenes que le había dado su marido y perdió la poca confianza que le quedaba en él.

Entretanto, Herodes obtuvo la aprobación de Octavio y la garantía de reinar de forma autónoma a cambio de prometerle fidelidad y facilitarle el camino hacia Siria y Egipto (incluso rebautizó un templo en su honor, el Augusteum).

Entonces pudo retornar a Judea, donde su mujer ya no ocultaba su odio hacia él. Salomé y su madre Cypros, que a su vez la detestaban a ella, volvieron a cizañar en su contra aunque, como en la ocasión anterior, el monarca se resistía a entrar en ese juego.

Sólo cambió de actitud cuando Mariamna se negó a reanudar la vida conyugal y le reprochó abiertamente haber asesinado a su abuelo materno, Hircano II (en tiempos de Marco Antonio había sido su consejero, pero en el 30 a.C., cuando falleció el romano, pasó a considerarlo un peligro y lo mandó ejecutar junto al rey nabateo Malik II, acusándolos de conspiración).

El matrimonio se rompió definitivamente porque Herodes pensaba que la negativa de su mujer a intimar se debía a que le era infiel con Soemos y Salomé se encargó de agravar la situación acusándola de haber seducido a su marido con un bebedizo y ahora planeaba envenenarlo.

Soemos fue entregado al verdugo mientras Mariamna era detenida y procesada, pero los jueces no encontraron pruebas de ningún complot ni torturando a su eunuco favorito. Pese a que todo parecía inclinarse por una absolución, Salomé y Cypros intervinieron recordando al rey la amenaza que supondría dejarla ir porque podría ponerse al frente de una sublevación de los partidarios de los asmoneos para recuperar el trono.

Demasiado para alguien que amaba tanto el poder como Herodes, que finalmente ordenó el ajusticiamiento de su esposa en el 29 a.C.

Cabe decir que Alejandra Macabea, la madre de Mariamna, confirmó la implicación de su hija en una trama magnicida. Aquel inaudito testimonio se ha interpretado como un intento por salvar su propia cabeza, asumiendo que de lo contrario caería con ella. En cualquier caso, cuando Herodes enfermó presa de amargos remordimientos, ella intentó hacerse con el poder declarándole incapacitado para el trono y autoproclamándose reina de Judea; la jugada le salió mal porque en su oponente pesaba más el amor al poder que la conciencia y mandó matarla sin juicio.

Herodes había enviudado de una mujer a la que había amado tanto como para ponerle su nombre a una de las torres defensivas de su palacio de Jerusalén, algo que reservaba sólo para los más allegados (las otras dos torres se llamaban Fasael -como su hermano- e Hípico -su mejor amigo-).

Si hacemos caso al Talmud, fue algo obsesivo e insano, pues dice que conservó en miel su cuerpo durante siete años para, según se interpreta, satisfacer su deseo sexual con ella póstumamente. Añade que trató de olvidarla a base de cacerías y banquetes, pero no pudo evitar su recuerdo durante una visita a Samaria, donde se habían casado, enfermando por esa causa.

Entretanto, continuó tiñendo de sangre el entorno familiar. Su cuñado Costobaro, marido de Salomé, fue el siguiente en perder la vida acusado de participar en una trama contra él. Y, como decíamos antes, ni sus propios hijos se libraron: dos de los cuatro que tuvo con Mariamna, Alejandro y Aristóbulo, acabaron en el patíbulo junto al primogénito Antípatro (el que tuvo con Doris, su primera mujer) cuando consideró que también ellos estaban conspirando para sustituirlo.

Ante esa falta de escrúpulos, el gramático romano Macrobio dejó escrita en su obra Saturnalia una lapidaria sentencia: «Es mejor ser el cerdo de Herodes que su hijo». O que su mujer, se podría añadir.

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