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Historias y anécdotas de la Segunda Guerra Mundial …


– Las olvidadas «bestias judías» que colaboraron en las barbaridades de la Gestapo nazi

lavozdigital.es(M.P.Villatoro)  —  Ríos de tinta se han vertido sobre las atrocidades cometidas por los nazis contra los judíos.

Y no es para menos ya que, hasta que Adolf Hitler acabó con su imperio del terror suicidándose en el «Führerbunker» el 30 de abril de 1945, sus SS se vanagloriaban de ser el brazo ejecutor encargado de borrar de la faz de la Tierra a aquel pueblo.

No en vano, los líderes de estos fanáticos se ganaron a la postre el sobrenombre de «Bestias nazis» por su barbarie y crueldad. Lo que se suele olvidar es que, al calor de la brutalidad de estos fanáticos, creció también un minúsculo grupo de semitas que aprovecharon aquella triste coyuntura para traicionar a sus compatriotas por propia voluntad.

Los nombres y apellidos de la mayoría de ellos no son tan conocidos a día de hoy como los de Josef Mengele o Hermann Goering. Sin embargo, sus historias son tan reales como las de sus homólogos nazis.

Por ello, el conocido historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog « ¡Es la guerra!») ha decidido investigar sus figuras en una de sus últimas obras: « Esto no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial» (Almuzara, 2018).

El volumen, sin duda, corrobora a golpe de dato que nuestro pasado navega entre claros y oscuros. «La existencia de esos despreciables personajes dinamita esa paradigmática historia de buenos y malos y demuestra que no todos los judíos fueron tan inocentes», explica el autor en declaraciones a ABC.

Con todo, la obra no solo recoge las historias del escaso número de judíos que traicionaron a su propio pueblo para ganarse el favor de los nazis, sino que trata de desvelar también otros episodios escondidos de la Segunda Guerra Mundial como la segregación racial que hubo en el ejército de los Estados Unidos (cuando comenzó la contienda apenas 4.000 negros vestían el uniforme norteamericano) o las matanzas de oficiales polacos que organizó el camarada Stalin a principios de 1940.

«En sus páginas, el lector podrá conocer hechos de todo tipo, desde curiosos e insólitos, hasta trágicos y deplorables, pero teniendo todos en común que, por un motivo u otro, han quedado fuera de lo que habitualmente se explica del conflicto», añade.

Diversas motivaciones

Tal y como explica Hernández a ABC, lo primordial al hacer referencia a estos personajes es incidir en que existieron dos tipos muy diferentes de judíos que apoyaron a los nazis.

Los primeros fueron hombres y mujeres extorsionados que no tuvieron más remedio que entregar a su pueblo para evitar la crueldad germana.

«En este caso era cuestión de mera supervivencia», señala el historiador.

Por el contrario, en el segundo grupo se incluye a todos aquellos que decidieron por propia voluntad aprovecharse de las ventajas que les ofrecían los hombres de Hitler a cambio de traicionar a sus vecinos y amigos. «Estos últimos son los que trato en el libro», desvela.

En este segundo grupo destacaron personajes tan turbios como Mordechai Chaim Rumkowski, un empresario judío que se convirtió en un auténtico déspota cuando fue puesto al frente de la asamblea encargada de dirigir el gueto de Lodz.

«Entre otras tantas cosas, exigía favores sexuales a las mujeres bajo amenaza de incluirlas en las listas de deportados, que él confeccionaba», señala el autor.

Por si fuera poco, este ambicioso anciano se excusaba ante sus compatriotas afirmando que, gracias a sus selecciones, lograba aplacar la ira de los nazis y evitaba que las matanzas fuese todavía mayores.

El final de este personaje fue tan cruel como lo fue toda su vida.

Rumkowski rozaba la locura, pero hubo un colaboracionista todavía más sádico que él: Abraham Gancwajch.

Este polaco comenzó a «trabajar» con las temibles SS a partir de 1939 y, cuando fue organizado el gueto de Varsovia, recibió el encargo de organizar una policía dedicada a combatir el contrabando y delatar a todo aquel que estuviese tramanado algo contra el Tercer Reich.

Nuestro protagonista fue mucho más allá.

Bajo sus órdenes, sus agentes instauraron un régimen del terror basado en la extorsión económica, el chantaje y el chivatazo.

Lo más preocupante es que, para evitar que la población del gueto atacase a sus agentes, Gancwajch adoptó una estrategia que, a la postre, sería replicada por el famoso Pablo Escobar: dar dinero a los más pobres del recinto para intentar forjarse una imagen de benefactor.

Al observar que su poder crecía cada vez más, los alemanes acabaron deteniéndole.

Pero la crueldad no tenía solo rostro de hombre. En Berlín, por ejemplo, se hizo famosa una judía que delató a 2.300 de sus compatriotas durante la Segunda Guerra Mundial.

Stella Kübler, apodada el «Veneno rubio», aceptó trabajar para la Gestapo como espía después de que sus agentes amenazaran con deportarla, junto a sus padres, a un campo de concentración.

En palabras de Hernández, comenzó a trabajar para ellos por obligación, pero pronto se «empleó a fondo» en su nueva tarea.

De hecho, continuó con ella después de que su familia fuese asesinada en Auschwitz. «En un sorprendente giro de los acontemientos, en esta nueva etapa actuó con auténtico entusiasmo en la localización de los judíos que trataban de sobrevivir ocultos», completa el historiador.

– Hijos secretos y sexualidad desenfrenada: la verdad tras los bastardos de Adolf Hitler

El  1 de enero de 1946, nueve meses después de que Adolf Hitler decidiera acabar con su vida poniéndose una pistola en la sien dentro del «Führerbunker» de Berlín, el diario ABC hizo pública la segunda parte de su testamento.

El texto carecía de relevancia.

Al fin y al cabo, no era más que un compendio de fantasías sobre un gobierno nacionalsocialista que recuperaría Alemania desde el exilio en nombre del «Führer».

Sin embargo, al final de la página dos párrafos sembraron una duda que, a día de hoy, sigue causando controversia.

El titular era lo suficientemente claro por sí solo: «¿Trátese del hijo de Hitler?». La información hacía referencia a una extraña instantánea que había levantado un gran revuelo.

«Ha sido hallada, junto con el testamento, la fotografía de un niño de unos doce años de edad, cuyo parecido con el “Führer” indica, según la opinión de las autoridades norteamericanas, que podría ser hijo de éste, anuncia el enviado especial de la Agencia Reuter en esta ciudad».

A continuación, explicaba que, en palabras de un oficial del tercer Ejército estadounidense, había «un parecido extraordinario entre el muchacho» y el líder nazi.

«Las facciones del niño son afiladas y tiene el pelo negro; tiene la misma expresión que tenía Hitler en sus momentos pensativos», finalizaba.

A pesar de que jamás se ha demostrado que Hitler tuviera un hijo, en las últimas décadas han sido muchos los historiadores que han afirmado haber encontrado la descendencia perdida del «Führer».

También han abundado los hombres y mujeres que han asegurado haber sido engendrados por el líder nazi o, incluso, varios testimonios de altos jerarcas del Tercer Reich que confirmaban que había mantenido relaciones sexuales (y tenido retoños) con todo tipo de mujeres, desde atletas olímpicas, hasta una joven a la que acomodó por todo lo alto en una gran residencia de Berlín.

Así lo explica el popular historiador Jesús Hernández (autor del blog « ¡Es la guerra!») en uno de sus múltiples libros: « Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial».

La joven francesa

Desde que el misterio comenzó a fraguarse en los años 40, no han faltado candidatos a ser el hijo del dictador nazi. Con todo, uno de los casos más famosos fue el del galo Jean-Marie Loret, quien defendió que su padre era Hitler hasta el mismo día en que dejó este mundo allá por 1985.

En palabras de Jesús Hernández, su historia fue investigada ampliamente en los años setenta por el diario británico «The Sunday Times».

Periódico en el que llegaron a la conclusión de que su madre había mantenido, efectivamente, una breve relación con el «Führer» cuando este no era más que un combatiente alistado en el ejército alemán durante la Gran Guerra.

Tal y como publicó después el propio Loret en su libro « Ton père s’appelait… Adolf Hitler», todo comenzó cuando Hitler, un mero soldado, se encontraba junto a su regimiento en las cercanías de Fournes-en-Weppe, al oeste de Lille.

Amante de la pintura, el futuro líder nazi solía caminar por entonces con su libreta en la mano dibujando todo aquello que veía. Y eso causaba un gran interés entre las chicas adolescentes.

Así fue como, durante un permiso en la ciudad, una joven llamada Charlotte Lobjoie se le acercó para preguntarle qué diantres garabateaba siempre en aquel cuaderno.

                              Jean-Marie Loret

Así fue como surgió el interés entre ambos a pesar de que ella (de 19 años) apenas hablaba alemán y Hitler (de 28) no sabía decir más que unas pocas palabras en francés.

El amor, que a veces rompe las barreras del idioma y puede ver más allá de la maldad.

Loret afirmó antes de morir que, a día de hoy, queda todavía una prueba de aquella relación: un cuadro pintado en 1916 por el mismísimo líder nazi para el que su madre posó vestida con una camisa de color claro que dejaba ver parte de sus pechos y un pañuelo rojo atado a la cabeza.

«Cuando tu padre estaba cerca, lo que era muy raro, le gustaba llevarme a pasear por el campo», explicó, antes de morir, su madre a Loret según afirmó el presunto hijo de Hitler en declaraciones recogidas por el diario « Daily Mail».

Al parecer, la tranquilidad no le duraba demasiado al líder nazi y era habitual que enrojeciera de ira y empezara a declamar discursos en mitad de la naturaleza sin más público que los árboles. En palabras de su joven amor, el futuro dictador odiaba que Lobjoie no mostrara ningún interés por la política. «Mi reacción solía enfadar mucho a tu padre».

Regalo abandonado

La pareja habría concebido al pequeño en junio de 1917, durante una noche de borrachera.

«Era un buen amante, aunque algo celoso», recordaba Lobjoie a su hijo.

Por desgracia, aquel embarazo no fue apreciado por la mujer quien, una vez que dio a luz, abandonó al pequeño con sus padres y huyó a toda prisa a París.

«Unos años más tarde, cuando el nombre de Hitler comenzó a aparecer en la prensa europea, la muchacha contó a sus amistades que su antiguo novio alemán era artista y que era «cariñoso y muy dulce», añade Hernández en su obra.

Meses después se reunió de nuevo con el pequeño después de que su amado Hitler superó la Línea Maginot, aplastó a las fuerzas galas en la frontera y llegó hasta el mismísimo corazón de Francia.

Una de las mayores humillaciones militares del país.

En una ironía del destino, Jean-Marie se unió a la Resistencia y empezó a combatir contra el nazismo, algo que corroboró en su diario el soldado británico Leonard Wilkes tras desembarcar en Normandía: «Visité la casa en la que vivió Hitler en la última guerra, vi a la mujer que tuvo un bebé con él y nos dijo que el niño, un varón, ahora estaba combatiendo en el ejército francés contra los alemanes».

La historia, no obstante, solo se sustenta en las declaraciones de la mujer y del propio Loret, quien vivió convencido durante años de que por sus venas corría la sangre del dictador.

En 1975 este culebrón salió a la luz gracias al historiador Werner Masser, quien corroboró en un estudio que el presunto descendiente tenía la misma altura, peso y grupo sanguíneo que el líder nazi.

El fallecido transmitió esa inquietud a sus hijos, pues uno de ellos solicitó en 2017 una prueba que comparara su ADN con los restos de Hitler para salir, de una vez por todas, de dudas. En abril de 2018 se iniciaron los trámites para llevarlas a cabo pero, a día de hoy, se desconocen los resultados.

Hernández, por su parte, es escéptico ante toda esta historia.

«Ese improbable romance de Hitler con una campesina francesa no encaja en absoluto con el testimonio de los que fueron compañeros de trinchera del entonces cabo.

Los soldados que compartieron con él las penalidades de la vida en el frente coinciden en que no estaba interesado por las mujeres.

Incluso, cuando algunos de ellos hacían una excursión a alguna localidad cercana en busca de un prostíbulo, el futuro dictador les reprendía su actitud y la calificaba de poco patriótica», recuerda en el citado libro.

«Según uno de sus camaradas más íntimos, Balthasar Brandmayer, un cantero bávaro, Hitler afirmó en una ocasión: “Me moriría de vergüenza si buscase relaciones con una francesa”.

Ante las carcajadas de sus compañeros, Hitler les espetó: “¿Es que no os queda ningún sentido alemán del honor?”.

El mismo Brandmayer recordaba años después que preguntó a Hitler si alguna vez había querido a una chica. La respuesta de fue: “Nunca he tenido tiempo para una cosa así, y nunca me dedicaré a buscarla”.

A Hitler le interesaba mucho más enseñar trucos a su perro Foxl, leer novelas del lejano oeste en un rincón apartado de la trinchera y comer compulsivamente», desvela el autor.

Relación olímpica

Otra de las relaciones que causó una gran controversia en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial fue la que mantuvo Hitler con la atleta «Tilly» Fleischer.

La germana es recordada a día de hoy como un portento físico.

Una «auténtica valquiria», como desvela el historiador Fermín Castro en su libro « Los poderes ocultos de Hitler».

Ambos se conocieron durante los Juegos Olímpicos de 1936, después de que esta joven obtuviera una victoria memorable. «El “Führer”, entusiasmado, presenció las pruebas en las que “Tilly” era coronada con el oro olímpico en las pruebas de lanzamiento de jabalina», explica el autor.

Tras los juegos, Hitler se empeñó en conocer a la atleta y la invitó al palco, algo que -por otro lado- solía hacer de forma habitual con todos aquellos alemanes que obtenían una victoria. Sin embargo, parece que la relación entre ambos no se quedó en ese punto.

«Según algunos autores, como el francés Jacques Robinchon, aquella esbelta joven llegó a convertirse en amante de Hitler.

Los rumores se extendieron por las altas esferas de Berlín», señala Hernández. Posteriormente la deportista se quedó embarazada y dio a luz a una niña llamada Gisela. Esta llevó siempre el apellido Heuser, el odontólogo miembro del partido nazi con el que fue obligada a casarse.

La historia no tendría mayor relevancia si no fuese porque, una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial, salió a la luz un libro (« Adolph Hitler, mon père: mémoires») en el que se afirmaba que Gisela era la hija perdida de Adolf Hitler.

Una obra en la que, en palabras de Castro, daba indicios, pero no pruebas fehacientes de ello. El texto sigue causando gran controversia a día de hoy. Y es que, se ha extendido la leyenda que afirma que fue escrito por la propia hija de la atleta. Sin embargo, la realidad es que fue elaborado por su ex marido sin su permiso.

Mito desvelado

El mito de que la autora de este libro fue la misma Gisela quedó destruido en un artículo que ABC publicó en 1967. Titulado ««Die Zeit» obligado a indemnizar a la supuesta hija de Hitler», explicaba que la mujer se había querellado contra una revista alemana después de que esta afirmara que la obra había sido escrita por ella:

«El semanario político «Die Zeit», de Hamburgo, ha sido condenado hoy por la Audiencia Provincial de Francfort al pago de 3.500 marcos (52.000 pesetas) a la estudiante alemana Gisela Heúser, de veintinueve años, por la publicación en dicha revista de un artículo en que su autor ponía en boca de la demandante la afirmación de que era hija natural de Adolfo Hitler. En el acto de conciliación, celebrado el mes pasado, no hubo avenencia entre los abogados de ambas partes».

«En el artículo en cuestión, que apareció el verano pasado bajo la firma del director de «Die Zeit», Josef Mueller-Marein, éste se hacía eco de la aparición meses antes en Francia del libro «Mi padre, Adolfo Hitler», del que era presunta autora la señorita Heuser, y ponía en tela de juicio la veracidad de tal afirmación».

«Pese a que la revista publico en su día, en concepto de desagravio, unas lineas especificando su punto de vista, la señorita Heuser solicitó judicialmente una indemnización por propagación dé calumnias, ya que -según ella- la revista debiera haberse informado previamente antes de imputarle la paternidad del libro. La estudiante alemana alega que la obra en cuestión ha sido escrita sin su conocimiento por su ex prometido, Philippe Krischer, y que tampoco tuvo conocimiento de las entrevistas que éste concedió a la prensa francesa en conexión con su presunto parentesco con-el’ «Führer»».

«El autor de «Mi padre. Adolfo Hitler» «revelaba», que Gisela Heuser era fruto de los amores secretos de Hitler con la atleta alemana Tilly Fleischer, ganadora de la medalla de oro en lanzamiento de jabalina en la Olimpíada de Berlín, de 1936. También afirmaba que antes del nacimiento de Gisela, el «Führer» manifestó a su amante: «Si nuestro hijo es varón, haré de él un mariscal del Ejército.» , «Díe Zeit» ha anunciado que interpondrá un recurso de apelación contra la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Francfort».

Un año antes, en 1966, el propio ABC ya había informado de que Gisela Heuser había solicitado la retirada de la obra.

«Un tribunal de París ha confirmado la orden de confiscación de un libro atribuido a una joven alemana de veintinueve años de edad que dice ser hija de Hitler.

Escrito por el autor francés Phlippe Mervyn basándose en el relato verbal de esta joven, el libro en cuestión, «Adolf Hitler. mon pere» (Adolfo Hitler. mi padre) se puso a la venta hace varios meses».

«Fue confiscado provisionalmente a petición de la joven, Gisela Heuser, de Francfort, bajo cuyo nombre fue publicado. Los abogados de Gisela informaron al tribunal a principios de esta semana, que no se oponían al texto del libro en si, pero si al hecho de que el manuscrito no hubiese sido enseñado a la señorita Heuser antes de ser publicado.

En el libro se dice que cuando la madre de Gisela, Tilly Fleischer, ganó la medalla de oro de lanzamiento de jabalina femenino, en las Olimpiadas de 1936, celebradas en Berlín. Hitler hizo que fuese llevada a su residencia de Berchtesgaden y le regaló un lujoso automóvil».

Una baronesa para el «Führer»

La historia de la francesa Charlotte Lobjoie puede ser la más famosa y la de la atleta la más curiosa, pero una buena parte de los expertos coinciden en que la mujer que más posibilidades tuvo de dar un retoño al «Führer» fue Sigrid von Laffert.

Hija de un barón de medio pelo que había perdido todo su dinero y al que el Tercer Reich ayudó a nivel económico, esta bella joven germana conoció al líder nazi allá por 1939, cuando apenas sumaba veinte primaveras a sus espaldas frente al medio centenar que atesoraba Adolf Hitler.

A pesar de la diferencia de edad, los dos empezaron entonces a disfrutar de mucho tiempo juntos.

La relación entre ambos era tan estrecha que el conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Benito Mussolini, hizo referencia a esta mujer en sus memorias.

Para ser más concretos, el 22 de mayo de 1939 afirmó que había oído en los círculos más internos del Reich que el «Führer» estaba loco por ella. «Tiene ojos claros, unos ojos claros y unas facciones correctas y un cuerpo magnífico.

Se llama Sigrid von Lappus. Se ven muy a menudo, incluso a solas», escribió.

Aunque el nombre no coincide, investigadores como el mismo Hernández o Pere Bonnin (autor de « Eva Braun y Hitler, amor que mata») están de acuerdo en que fue un error y se refería a Von Laffert.

Ambos se conocieron en la playa de Heiligendamm, donde uno de los colaboradores más estrechos de Hitler tenía una casa.

Ya entonces, cuando Von Laffert contaba solo 17 años, se quedó prendado de ella. Poco después la joven se trasladó a Berlín aconsejada por un familiar que, de forma más que probable, buscaba ganarse el favor del «Führer».

El experimento fue un éxito, ya que causó sensación entre los jerarcas de la época. El mismo ministro italiano, Dino Alfieri, no dudó en exponer sus bondades: «Tenía un busto provocativo, las piernas largas y la boquita más pequeña del mundo. Nunca se pintaba. Llevaba la cabellera rubia recogida de un modo parecido a una corona».

Extraño final

Durante su estancia en Berlín la joven recibió las mejores atenciones de Adolf Hitler. Hernández afirma incluso que la instaló en una gran vivienda a todo lujo ubicada en el número 56 de la Tauentzienstrasse. Bonnin, por su parte, explica que el «Führer» no dudó en enviar a uno de sus oficiales con un ramo de rosas para hacerla sentir mejor cuando fue ingresada en el hospital. Sin duda, su relación era estrecha.

El final de su vida está rodeado de una cierta neblina. Bonnin cree que sobrevivió a la contienda y que siempre negó haber mantenido relación alguna con el «Führer» por vergüenza.

Hernández, por su parte, es partidario de que falleció antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial mientras daba a luz a un hijo que, según los políticos nazis, podría haber pertenecido a Hitler. «El 23 de febrero de 1940, Goebbels y Himmler fueron informados de que Sigrid estaba embarazada. Tras un período de reposo en Garmisch-Partenkirchen, el episodio no pudo acabar de forma más dramática. Pese a estar asistida por los mejores doctores, el 23 de septiembre murió durante el parto. La niña sólo sobrevivió dos horas», desvela el historiador español.

– La batalla de los sellos de la Segunda Guerra Mundial

Heinrich Himmler, artífice de la guerra del sello

Puede que los soldados fueran la cara visible de la Segunda Guerra Mundial y aquellos que se jugaron literalmente la vida para dar la victoria a su país. Nadie lo niega.

Sin embargo, alrededor de los «tommies» y de los «boches» que tragaban polvo en las trincheras se orquestó también una maquinaria propagandística vital para mantener alta la moral de las tropas y tratar de destrozar los ánimos del contrario.

Los máximos exponentes de este enfrentamiento en la retaguardia fueron los famosos carteles en los que el Tío Sam invitaba a los soldados a alistarse bajo el lema «I want you for the U.S. Army» («Te quiero a ti para el ejército de los EE.UU.»). Sin embargo, tanto los aliados como los germanos utilizaron otros soportes para este fin.

Y, de entre todos ellos, hubo uno especialmente curioso: el sello.

Más allá de su función básica, los timbres se convirtieron en un arma propagandística durante la contienda.

Desde 1939 hasta 1945 fueron utilizados por ambos bandos para dar a conocer sus victorias, tratar de sembrar el desconcierto en el enemigo y (entre otras tantas cosas) alabar a los grandes héroes nacionales.

Lograron convertirse, en definitiva, en un lienzo que dejó constancia de los bruscos cambios que se producían en Europa.

«Durante la Segunda Guerra Mundial, sellos y billetes compusieron una micronarrativa de la evolución del conflicto», explica el catedrático de Historia Contemporánea Ángel Bahamonde en el prólogo de la obra.

Propaganda

Uno de los casos más curiosos en esta peculiar guerra de los sellos se sucedió cuando los británicos tuvieron la idea de imprimir miles de timbres con la cara de Heinrich Himmler, el líder de las SS.

El objetivo último era hacerlos llegar hasta Alemania para provocar el desconcierto entre los grandes jerarcas nazis.

«La idea era sugerir que el Reichsführer quería sustituir a Hitler y, de paso, enemistarles», explica Stanley Newcourt-Nowodworski en su obra « La propaganda negra en la Segunda Guerra Mundial» (Edaf, 2006).

El plan salió bien a medias. Los sellos causaron un enfado tal en Himmler que este decidió vengarse mediante la impresión y emisión de otros tantos timbres a través del departamento de falsificación de la Gestapo, el mítico VI-F-4 (formado por los mejores artistas judíos que los germanos pudieron hallar en los campos de concentración).

«Entregaron diferentes temas cuyo tema era siempre el mismo: Gran Bretaña está dominada por los judíos y los comunistas», añade el experto.

Jorge VI

En algunos diseños iniciales, la cruz de la corona de Jorge VI se sustituyó por la estrella de David y, en otros, la letra D (antigua abreviatura de penique) se cambió por una hoz y un martillo.

A su vez, y en palabras del autor, en el timbre con motivo del Jubileo de Plata las palabras impresas se cambiaron por «Esta guerra es una guerra judía».

El resultado fue digno de haberse creado en la misma Inglaterra.

«Se produjeron muchos más diseños de sellos similares, así como matasellos. En total se imprimieron nueve millones», completa Newcourt-Nowodworski. Himmler trató de introducirlos en pequeñas cantidades en países neutrales.

Lo curioso es que eran tan extraños que pronto se convirtieron en una pieza de coleccionista por la que los amantes de filatelia podían llegar a pagar auténticas fortunas.

En poco tiempo, los representantes de las SS empezaron a pedir más y más de estos timbres para venderlos. Por ello, al final el Tercer Reich decidió abandonar su producción.

Unión de familias

«Mi amor, por magnífica que sea la naturaleza que nos rodea, no sentiré una felicidad verdadera hasta que no esté con vosotros. Me duele enormemente no estar a tu lado o que mi pequeño Albert eche de menos a su papá. Os doy un beso enorme».

Estas líneas, rubricadas por un soldado de la «Wehrmacht» a su familia desde el frente de batalla, demuestran la importancia que tuvo el correo durante la Segunda Guerra Mundial.

Ya fuera para que los alemanes que combatían en Stalingrado recordaran a sus parientes que estaban vivos, o para que los americanos que esperaban pacientemente el Desembarco de Normandía escribieran cartas subidas de tono a sus novias, el papel y el lápiz se convirtieron para los cien millones de combatientes que lucharon en este conflicto en la única vía de unión con sus seres queridos.

Los datos avalan la importancia que tuvo el correo durante la contienda.

Los Estados Unidos, por ejemplo, tuvieron que tramitar la llegada desde el frente de nada menos que 50.000 toneladas de cartas y 12.250 millones de mensajes microfilmados.

El ingente número de misivas otorgó a los carteros una enorme responsabilidad.

De un plumazo se convirtieron en los portadores de las buenas y las malas noticias que llegaban desde el campo de batalla.

La familia Sullivan, por ejemplo, se enteró de la muerte de sus cinco hijos por correo.

Con todo, las cartas también sirvieron para dar esperanzas y consuelo a hombres como Hugo D., un soldado de la 16ª División de Infantería germana que, gracias al servicio de mensajería, pudo felicitar a su «pequeña» la Navidad: «Llegará el día en que volvamos a vernos, en que te tome de las manos, te diga que he vuelto y te prometa que nunca más me alejaré de ti, que la paz ha llegado y que podemos, al fin, ser felices».

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