Por qué los mayores avances de la humanidad habrían sido imposibles sin los pegamentos…

BBC News Mundo(M.Miodownik) — La vida moderna literalmente se desmoronaría sin los pegamentos.
Desde teléfonos y aviones hasta edificios y zapatos, gran parte de nuestro mundo se mantiene unido gracias a ellos.
De hecho, no es exagerado decir que ha sido la base de muchos de nuestros mayores avances tecnológicos.
A su vez, así como domar el fuego o hacer pedernales de piedra, la capacidad para hacer pegamentos fue uno de los grandes logros de nuestros antepasados.
Y es que los venimos usando desde hace mucho tiempo.
«Han estado presentes desde la prehistoria», señala Geeske Langejans, de la Universidad de Deft, en los Países Bajos.
«Los usos más antiguos son para hacer herramientas, como una hoja conectada a un mango para un cuchillo», añade la experta.
«Una herramienta con mango es más precisa y puede proporcionar más fuerza».
Pero los pegamentos podían hacer mucho más que eso.
«Algunos son impermeables, así que se podían agregar encima de una canasta para reforzarla e impermeabilizarla».
Además jugaron un papel en las primeras formas de arte.
«Si tenías un pigmento y querías adherirlo a la pared de tu cueva, tenías que agregarle algo… una resina o un almidón», explica Langejans.
E incluso ayudaron a los pueblos prehistóricos a jugar.
«Los pegamentos también pueden ser gruesos como la arcilla o la masilla, así que permitían hacer objetos, y sabemos que los juegos de mesa en la prehistoria tenían a veces a piezas hechas de resinas».

El pegamento más antiguo conocido tiene unos 190.000 años de antigüedad, explica Langejans.
«Se encontró en Italia en dos lascas de piedra muy simples, unos objetos hechos por neandertales».
Lo fascinante es que investigar rastros como ese no sólo revela información sobre cómo se usaban esos materiales sino que da una visión de cómo eran esos primeros humanos.
– Quiénes éramos
El pegamento encontrado en esas lascas de piedra era alquitrán de abedul, una masilla negra y pegajosa.
Para hacerlo, hay que calentar la corteza de ese árbol a temperaturas muy altas, indicó Langejans.
«El problema es que la gente en la Edad de Piedra no tenía recipientes a prueba de fuego».
¿Cómo lo hicieron nuestros antepasados?
«Con mi equipo experimentamos y un método simple es enrollar la corteza como un cigarro muy grande, ponerla en un agujero en el suelo, encenderla y esperar».
Eso implica la necesidad de habilidades cognitivas para manipular materiales usando el calor para crear deliberadamente pegajosidad.
¿Tendrían quizás la idea de temperatura o tal vez algún lenguaje para comunicar esta tecnología?
«Hay colegas que opinan que como hacer alquitrán es difícil, es una señal de que los neardentales eran muy inteligentes.
«Pero eso es objeto de debate. Yo diría que es necesario tener algún tipo de comprensión de conceptos muy abstractos como el tiempo, pero hay arqueólogos que no estarían de acuerdo».
Esas no son las únicas pistas sobre nuestros antepasados que nos han dado los pegamentos.

Por mucho tiempo, sólo pudimos imaginar las respuestas a preguntas como ¿quiénes eran? y ¿qué aspecto tenían?
Sorprendentemente, el alquitrán de abedul también contiene rastros físicos de quienes que lo usaron, conservados durante miles de años.
«A medida que encontrábamos piezas con pegamento en diferentes sitios arqueológicos, notamos que había huellas que indicaban que fueron masticadas», cuenta Hannes Schroeder, de la Universidad de Copenhagen, en Dinamarca.
Aunque la razón por la cual lo masticaban no está clara, la ventaja para la posteridad de que lo hicieran, sí: «El alquitrán de abedul es como una cápsula del tiempo pues realmente protege el ADN».
Schroeder ha estado extrayendo material genético de alquitrán prehistórico.
«La primera pieza que observamos fue de unos sitios neolíticos tempranos en la isla de Lolland, en Dinamarca. Hace unos 6.000 años, alguien mascó alquitrán, lo escupió en los juncos de la costa, y hace una década, un arqueólogo se topó con él», relata.
Los científicos pudieron obtener ADN, que utilizaron para descifrar el código genético de quien llamaron «Lola», y extrajeron primera vez un genoma humano antiguo completo de algo que no fue hueso humano.
Revelaron que Lola tenía piel oscura, cabello castaño oscuro y ojos azules, y que había comido avellanas y pato.
Los investigadores también extrajeron ADN de microbios atrapados en el prehistórico chicle y encontraron, entre varios virus y bacterias. patógenos que causan mononucleosis infecciosa y neumonía.
Así que los pegamentos pueden ser una fuente de información sobre las personas que los usaron.
Y los hallados en los artefactos prehistóricos muestran que realmente han estado con nosotros desde los albores de la civilización.
De hecho, fueron una parte clave para ponerla en marcha, tanto en las frías tierras que Lola habitó, como en las más tropicales de América.
– Sustancia milagrosa
Cuando los colonizadores llegaron de España a Mesoamérica, se encontraron con un material que los maravilló: no se parecía a nada que hubieran visto antes.
Con él, las culturas locales habían creado desde la banda elástica hasta una pelota que rebotaba en sus juegos ceremoniales y resistentes sandalias para proteger sus pies.

Se hacían con látex, la savia pegajosa del árbol del caucho, que había sido utilizada desde al menos 1.600 a.C., cuando el pueblo olmeca develó sus secretos.
«En su forma cruda y natural, es un pegamento realmente bueno diseñado por la naturaleza», señala Michael Tarkanian, un científico de materiales del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en EE.UU., experto en los usos de los mesoamericanos del caucho.
«Pero además de utilizar el látex en su forma natural en bruto, los antiguos mesoamericanos aprendieron a modificarlo y alterar sus propiedades».
Para los colonizadores, el material elástico era una curiosidad: se lo llevaron a casa, sin poder vislumbrar cómo podía encajar en la tecnología europea.
Eso empezó a cambiar en el siglo XVII, cuando un científico y filósofo Joseph Priestley se dio cuenta de lo útil que era para borrar las marcas de lápiz en el papel.
Otros se dedicaron a buscar más usos, entre ellos el químico escocés Charles Mackintosh, quien inventó un proceso para poner capas de caucho tratado entre capas de tela y desarrolló el impermeable Mackintosh.
No obstante, las prendas de caucho tenían unos defectos importantes: se volvían quebradizas a temperaturas bajo cero y malolientes y pegajosas con el calor.
Un hombre resolvería estos problemas y desbloquearía el vasto potencial de los cauchos.
Su nombre era Charles Goodyear y su camino hacia el éxito fue largo, duro y a menudo peligroso.
«Se fascinó y se embarcó en una búsqueda de varios años, con grandes pérdidas para sí mismo, entrando y saliendo de la prisión de deudores y años y años de sufrimiento. Pero se mantuvo firme», cuenta Charles Slack, autor de «Noble Obsession«, que relata esta historia.
«Experimentó con diferentes sustancias. Estuvo a punto de matarse al inhalar una nube de ácido nítrico».
Pero finalmente la fijación de Goodyear con el caucho dio sus frutos cuando un día, por accidente, hizo un gran avance.

«Según cuenta la historia, en 1839 mezcló caucho y azufre y, de alguna manera, eso entró en contacto con una estufa caliente. Cuando volvió más tarde, el caucho se había transformado.
«Estaba endurecido, pero seguía siendo flexible, y era impermeable a los efectos del calor y el frío. Ese fue su momento eureka.
«A nadie se le había ocurrido aplicar calor como solución porque el calor era el gran enemigo del caucho, pero en combinación con el azufre resultó ser la respuesta mágica».
Esa solución mágica era todo menos nueva.
Los antiguos mesoamericanos mezclaban la savia de la Castilla elástica con el jugo de una vid local, la Ipomoea alba, que contiene azufre.
Los europeos se habían llevado la sustancia mágica, pero no su secreto, y les tomó siglos dilucidarlo.
Armado con su descubrimiento, Goodyear comenzó a desarrollar una forma de procesar el caucho conocida como vulcanización, que convirtió al material en el sueño de los ingenieros.
En una nueva era industrial de maquinaria que pedía a gritos amortiguadores, sellos herméticos y tubos flexibles, el caucho se volvió indispensable.
Hoy es tan omnipresente que a veces no lo valoramos.

Las suelas de goma en nuestros zapatos acolchonan nuestros pasos mientras se agarran al pavimento para que no resbalemos.
El hermético caucho nos permite flotar en un colchón de aire mientras andamos en bicicleta o en auto, evita que nuestros grifos goteen y que la humedad se filtre por nuestras ventanas.
Además, mantiene en su lugar nuestra ropa interior.
Si estás pensando que nada de eso es pgeajoso, recuerda que el agarre es en realidad un tipo reversible de pegajosidad que proviene de la capacidad del caucho para moldearse en recovecos y grietas en las superficies, adhiriéndose temporalmente a ellas.
– ¡A volar!
Los neumáticos cambiaron por completo la forma en la que nos movemos, pero los pegamentos nos han permitido hacer algo aún más notable: volar.
A lo largo de la historia de la aviación, los pegamentos han desbloqueado el desarrollo de diseños radicalmente nuevos para que los aviones pudieran volar más rápido, más alto y más lejos que nunca.
Y en el centro de ese viaje al cielo está un material familiar y discretamente maravilloso: la madera contrachapada, triplay o tríplex.
Es un sándwich de una pila de piezas de madera superdelgadas con pegamento entre ellas, y ha existido desde al menos la época del Antiguo Egipto.
Resuelve un problema esencial en la carpintería: los cambios en la humedad hacen que la madera se expanda o se contraiga. El pegamento hace que sea más estable.

Se usó a lo largo de los siglos pero fue en el siglo XX cuando el uso de la madera contrachapada realmente despegó.
Varias personas tuvieron la brillante idea de usar madera contrachapada en aviones porque las chapas delgadas son ligeras, fáciles de mover y se pueden moldear.
En 1912 en Francia hicieron un fuselaje de madera contrachapada moldeada y crearon el avión más rápido del mundo.
El material tuvo una gran influencia en el diseño de los aviones, especialmente cuando comenzó la Primera Guerra Mundial.
Y todo esto solo fue posible gracias a nuevos tipos de pegamento con los que se logró fabricar tríplex resistente al agua.
Fueron los primeros pegamentos sintéticos de la historia.
Para la década de 1930, aviadores como Amelia Earhart estaban estableciendo récords en aviones de madera contrachapada.
Pero, a pesar del enorme éxito de estas aeronaves, cayeron en desgracia.
Por razones culturales, no tecnológicas, la madera fue abandonada, al menos por los contratistas militares en el período de entreguerras, ya que la consideraban un material anticuado. Los aviones eran el futuro y los querían de metal.
Solo que, con la Segunda Guerra Mundial, el metal se hizo escaso.
En Londres, un ingeniero llamado Geoffrey de Havilland le ofreció a la Oficina de Guerra construir los aviones necesarios mucho más rápido y a un costo menor que los de metal que estaban comisionando.
De Havilland desarrolló un avión excepcionalmente veloz que podía volar más rápido que cualquier caza alemán de la época, llamado el Mosquito.

Fue un triunfo de diseño, un avión de combate, de reconocimiento y un bombardero tan rápido que ni siquiera necesitaba ametralladoras defensivas pues nada lo alcanzaba.
Su legado se sintió mucho después de que terminara la guerra, ya que le dio una nueva vida en la era de la posguerra a la madera contrachapada.
Finalmente dejó de ser vista como una mala alternativa a la madera maciza, y muchos diseñadores aprovecharon lo que habían aprendido fabricando aviones para crear algunos de los muebles más famosos de las décadas de 1940 y 1950.
Hoy en día encontrarás madera contrachapada en todas partes, desde cocinas hasta patinetas.
La industria aeronáutica, sin embargo, abandonó la madera a favor de aleaciones de aluminio, que son fuertes, rígidas y resistentes a la corrosión, pero demasiado densas para crear un avión eficiente en combustible.
Por eso, cuando comenzó a surgir una nueva clase de materiales livianos, los ingenieros aeroespaciales se entusiasmaron.
Combinan el poder de adherencia de un nuevo pegamento llamado resinas epoxi con la resistencia de las fibras de alto rendimiento, para crear compuestos que permiten hacer estructuras muy eficientes.
Si has estado en un avión recientemente, probablemente estabas volando en una estructura compuesta.
Ante el desafío de hacer del vuelo algo ambientalmente sostenible, los pegamentos están y seguirán estando en el centro del progreso.
– Las heridas de guerra
Los pegamentos nos han dado el poder volar y llegar al otro lado del mundo en cuestión de horas.
Y también el poder supremo de salvar vidas.

La invención accidental del superpegamento cianoacrilato, conocido como pega loca o Loctite, fue producto de un error del químico Harry Wesley Coover Jr. quien, en 1942, trabajaba en películas químicas para visores transparentes de armas.
Cuando un costoso instrumento óptico se arruinó con la sustancia que estaba probando, en vez de lamentarse tuvo la genialidad de notar su asombrosa capacidad de adherencia.
Y su rapidez: hasta entonces, la mayoría de los pegamentos requerían horas para secarse.
Estos nuevos compuestos eran casi instantáneos y podían pegar casi cualquier cosa a cualquier otra, incluso tejidos de seres vivos, como muchos descubrieron a en sus propios dedos.
Eso indicaba posibles aplicaciones médicas, pero inicialmente no eran viables, pues el superpegamento podía ser irritante y hasta tóxico.
Sin embargo, una nueva receta demostró ser mejor para tratar heridas y pronto el Ejército de Estados Unidos se interesó.
Envió equipos quirúrgicos con aerosoles de cianoacrilato a la guerra en Vietnam, para usar en soldados con heridas tan graves que los cirujanos no podían tratarlas con técnicas convencionales.
Recurrieron a la aplicación de superpegamento directamente sobre los órganos sangrantes con resultados milagrosos.
A pesar de su éxito en situaciones de combate, no estaba claro si los superpegamentos podrían usarse en la atención médica de rutina y existía la preocupación de que pudieran causar cáncer.
Pero después de más investigaciones y ensayos clínicos, se consideraron seguros y hoy en día se utilizan para cerrar heridas en hospitales de todo el mundo.

Los pegamentos médicos actuales han transformado la forma en que nos curamos, y se está investigando una nueva generación de adhesivos tisulares inspirados en secreciones pegajosas y viscosas del mundo natural.
Pero hay algo más que tenemos que aprender de la naturaleza pues es vital para nuestro futuro: cómo despegar.
– Hora de desprenderse
Los pegamentos modernos son tan poderosos que las uniones que forman pueden ser más fuertes que los materiales que pegan, lo cual es genial… hasta cierto punto.
Ese poder de adherencia plantea un problema: no se pueden despegar.
Los dispositivos electrónicos actuales contienen más pegamento que nunca, no sólo para mantener todos los elementos en su lugar, sino para que sean resistentes, impermeables y más estilizados.
Pero eso hace muy difícil repararlos o reciclarlos, así que es más probable que acaben en la basura.
Si bien podrían usarse tornillos en algunos casos, esa no es una solución universal.
El uso de adhesivos hace que sea casi imposible reparar o reciclar el calzado moderno, y aumenta radicalmente la cantidad de residuos plásticos en el mundo, por ejemplo.
Los tornillos, en este caso, no servirían.
Por eso, se están explorando pegamentos reversibles que pueden desactivarse con solo pulsar un interruptor.
Son la próxima meta en los esfuerzos de la humanidad por dominar la pegajosidad, y aportarían enormes beneficios a la sostenibilidad.
Parece fantasía pero durante miles de años hemos creado pegamentos para resolver problemas y, a cambio, los pegamentos han hecho posible lo imposible.
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Almagesto: el primer gran libro de astronomía que sobrevivió a la caída de imperios y califatos…

National Geographic(E.Montejo) — El Almagesto fue el libro de astronomía más influyente de la Antigüedad y estuvo a punto de desaparecer. El Almagesto, escrito por Claudio Ptolomeo en el siglo II d.C., es el primer gran libro de astronomía y uno de los tratados más influyentes de la Antigüedad.
Esta obra recopila el conocimiento astronómico de su época, como el sistema geocéntrico que situaba a la Tierra en el centro del universo. A pesar de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, donde se cree que fue escrito, y la caída de imperios y califatos, su influencia perduró durante 1,400 años.
El título original de la obra de Ptolomeo era Syntaxis Mathematica, pero es más conocida por su traducción del griego al árabe con el título Al-Majisti (El más grande), de donde deriva su nombre más popular: Almagesto.
El tratado incluye un catálogo con la posición de 1,022 estrellas, describe el modelo geocéntrico y ofrece un método para calcular las posiciones de los planetas, el Sol y la Luna, así como para predecir eclipses, basado en conocimientos antiguos. Sin embargo, no se sabe qué contribuciones fueron originales de Ptolomeo. “Aunque el modelo partía de supuestos erróneos, sus resultados eran correctos”, señala el investigador Guillermo Sánchez León en The Conversation.
A pesar de su importancia, el libro estuvo a punto de desaparecer con la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, donde Ptolomeo trabajaba y muchos manuscritos originales estaban almacenados. La pérdida de este centro del conocimiento tras la caída del Imperio Romano significó la desaparición de innumerables obras de la antigüedad.
El contenido de este valioso libro logró sobrevivir gracias a las copias realizadas en otros centros de conocimiento y a su preservación en Bizancio.
De alguno de los ejemplares conservados en Bizancio se tradujo la obra del griego al árabe en la Casa de la Sabiduría de Bagdad durante el califato abasí, bajo el título Al-Majisti (El más grande). Posteriormente, se realizaron otras traducciones árabes, aunque solo unas pocas fueron conservadas.
El texto finalmente Almagesto llegó a Europa a través de al-Andalus y, en el siglo XII, Gerardo de Cremona lo tradujo del árabe al latín, facilitando su difusión por el continente. La llegada de la imprenta a finales del siglo XV amplió aún más su distribución, asegurando su impacto duradero en la ciencia. La teoría geocéntrica de Ptolomeo fue la referencia en el mundo árabe y occidental hasta que Copérnico, Kepler y Galileo la reemplazaron con sus teorías heliocéntricas.
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El día que un avión se estrelló contra el Empire State por culpa de la niebla y una mujer batió el récord de caída en un ascensor…

Infobae(D.Cecchini) — Ocurrió 55 años antes que el atentado contra las Torres Gemelas y no fue un ataque sino un accidente en el que un avión se estrelló contra el edificio más alto del mundo, que por entonces era el Empire State Building, cuyos 443 metros de altura realmente “rascaban” los cielos de Nueva York.
Eran las 9.49 de la mañana del sábado 28 de julio de 1945 cuando decenas de miles de neoyorquinos escucharon la explosión y al levantar sus cabezas vieron las alturas del edificio envueltas en humo y llamas. Algunos Habían alcanzado a ver lo sucedido segundos antes, cuando un avión militar impactó contra la mole de cemento.
Faltaban días para que Estados Unidos arrojara la bomba atómica sobre Hiroshima y la Segunda Guerra Mundial continuaba en el Pacífico, por lo que en un primer momento hubo quienes pensaron que se trataba del ataque suicida de un kamikaze japonés.
Sin embargo, el avión no era japonés sino estadounidense, un bombardero B-25 Mitchell reconvertido que realizaba un viaje rutinario de transporte de personal desde Bedford, Massachusetts a Newark, Nueva Jersey, donde debía abordarlo un coronel.
En los comandos estaba el teniente coronel William Franklin Smith Jr., de 27 años, y lo acompañaban el sargento Christopher Domitrovich, de 31, y el maquinista de segunda Albert Perna, de 29. Volaban relajados, porque después de meses en los frentes de combate, un viaje de transporte lejos de la guerra era para ellos casi un paseo.
El cielo de Nueva York estaba cubierto de niebla cuando el avión esquivó por pocos metros el edificio Chrysler pero no pudo hacer lo mismo con el Empire State, al que golpeó como un misil entre los pisos 78 y 80 y estalló en el interior.
Los tres tripulantes murieron carbonizados y se llevaron con ellos a otras once personas que estaban en el edificio. Pudieron ser muchas más, pero hubo suerte en medio de la desgracia y, además, ocurrió un verdadero milagro dentro de un ascensor.
– Plan de vuelo
El teniente coronel Smith despegó del aeropuerto de Bedford con la alegría de saber que, después de esa pacífica misión de rutina, comenzaría una licencia de dos semanas durante las cuales podría disfrutar a pleno de la compañía de su esposa Martha y de su hijo Billy.
Si bien era un piloto experimentado y fogueado en la guerra, su especialidad era pilotar bombarderos B-17; esa era la segunda vez que se sentaba frente a los comandos de un B-25 y la primera en ese avión especial, modificado.
Fabricado para ser bombardero, había comenzado a volar en mayo de 1943 y fue utilizado como aeronave de entrenamiento de la 12° Fuerza Aérea en el norte de África. A principios de 1945 lo habían traído de regreso a Estados Unidos para reconvertirlo en un avión de transporte VIP para la alta oficialidad del ejército.
Le cambiaron los asientos por otros más confortables y clausuraron con cerrojos las puertas desde donde se lanzaban las bombas.
Poco después del despegue, a Smith le informaron desde la base que, debido al clima, tendría que volar con instrumentos y por debajo de los 500 metros de altura, por debajo de una capa de nubes y sin perder contacto visual con el suelo en ningún momento.
Si no lo hacía así, debería regresar a la base de Bedford y esperar que cambiara el tiempo. El piloto decidió seguir adelante, porque sabía que tenía que llegar a la mañana a Newark, donde debía recoger al coronel John Rogner.
Una hora después de despegar, cuando estaba a la altura de Queens, volaba a unos 250 metros de altura. En ese momento se comunicó por radio con la torre del aeropuerto La Guardia para pedir una actualización del clima. Se la dieron, pero le dijeron que no volviera a comunicarse con ellos porque entorpecía el trabajo de los controladores que debían guiar a los aviones de pasajeros que estaban por aterrizar.
Era un pedido lógico: el control aéreo civil no debía ni podía involucrarse con la operación de aviones militares. Sin embargo, poco después le avisaron a Smith que al volar a menos de 500 metros de altura estaba violando las reglas del tráfico aéreo civil y que estaba volando sin autorización en el espacio aéreo del aeropuerto La Guardia. Le ordenaron aterrizar en ese aeropuerto.

– Impacto en las alturas
Entonces se confundió: en medio de la niebla creyó volar sobre la isla de Walfare cuando estaba sobrevolando Manhattan. Cuando se dio cuenta, ya estaba volando sobre las calles de Nueva York. Esquivó por pocos metros el edificio Chrysler y voló sobre la calle 42 para girar después hacia el sur a la altura de la calle 5, lo que lo puso en curso de choque contra el edificio más alto del mundo.
Eran las 9.49 cuando el B-25 Mitchell se estrelló entre los pisos 78 y 80, contra las oficinas del Consejo Nacional de Bienestar Católico. La fuerza del impacto destrozó al avión, cuyos tanques rociaron de combustible encendido las paredes de la cara norte del edificio.
Uno de los motores voló a través de las oficinas y salió disparado por la cara sur para terminar cayendo sobre el techo de un edificio cercano. Estaba envuelto en llamas y al impactar inició un incendio que destruyó por completo un estudio de arte que había en el ático. El otro motor y parte del tren de aterrizaje golpearon contra el hueco de un ascensor y cortaron los cables de seguridad.
En el momento del impacto había unas sesenta personas en el famoso mirador del piso 86, donde se desató el pánico. Muchos de los que estaban allí habían visto como el avión se dirigía como un cohete en dirección a ellos.
Murieron 14 personas: los tres tripulantes del avión y once ocupantes del edificio, casi todos empleados del Consejo Nacional de Bienestar Católico. Las estimaciones sobre la cantidad de heridos fueron variando con el correr de las horas. Primero se habló de unos treinta, pero la cifra se fue elevando hasta llegar a más de 60.
Los bomberos demoraron casi una hora en apagar el incendio, mientras el edificio era evacuado. El cadáver del teniente coronel William Franklin Smith Jr. fue encontrado dos días después, totalmente carbonizado, en el fondo del hueco de un ascensor.

– El milagro de Betty Oliver
Entre los heridos se contaba una joven ascensorista de 20 años llamada Betty Lou Oliver. En el momento del impacto del avión contra el edificio, su ascensor estaba a la altura del piso 76 y fue alcanzado por la onda expansiva de la explosión y una llamarada que entró por el hueco. Unos oficinistas escucharon sus gritos y la encontraron con contusiones y quemaduras de segundo grado en el cuerpo.
Como el ascensor que había estado manejando ella había quedado desencajado y fuera de servicio, la trasladaron al otro ascensor para enviarla a la planta baja para que fuera atendida por las ambulancias que empezaban a llegar. Nadie supo explicar porqué la acostaron sobre el piso y la enviaron sola hacia abajo, apretando el botón de la planta baja. En medio de la confusión, nadie se dio cuenta tampoco de que ese otro ascensor tenía varios cables de seguridad cortados.
El ascensor empezó a caer cada vez más rápido, bajando a la velocidad de un cohete. Ahí se produjeron varios milagros. A último momento funcionaron algunos frenos de emergencia y la compresión del aire en el espacio cerrado del hueco ayudó también a desacelerar la caída. Además, cientos de metros de cable de acero que estaban en el fondo del hueco ayudaron a amortiguar el impacto.
La mujer, que había entrado al ascensor con quemaduras de segundo grado y contusiones varias fue rescatada abajo con la pelvis y varias costillas quebradas… pero increíblemente viva. Todavía hoy Betty Lou Oliver figura en el Libro Guinness de los Récords, donde ostenta el de la persona que sobrevivió a la caída libre desde mayor altura.
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Nonas de octubre: el día que Roma prohibió las bacanales…

El asunto comenzó con la llegada a Etruria de un griego de bajo nacimiento que no poseía ninguna de las numerosas artes que difundió entre nosotros el pueblo que con más éxito cultivó la mente y el cuerpo. Era una especie de practicante de cultos y adivino, pero no de aquellos que inducen a error a los hombres enseñando abiertamente sus supersticiones por dinero, sino un sacerdote de misterios secretos y nocturnos.
Al principio, estos se divulgaron solo entre unos pocos; después, empezaron a extenderse tanto entre hombres como entre mujeres, aumentando su atractivo mediante los placeres del vino y los banquetes para aumentar el número de sus seguidores. Una vez el vino, la noche, la promiscuidad de sexos y la mezcla de edades tiernas y adultas calentaban sus ánimos, apagando todo el sentido del pudor, daban comienzo los excesos de toda clase, pues todos tenían a mano la satisfacción del deseo al que más le inclinaba su naturaleza […].
Una vez los misterios hubieron asumido aquel carácter promiscuo, con los hombres mezclados con las mujeres en licenciosas orgías nocturnas, no quedó ningún crimen y ninguna acción vergonzosa por perpetrarse allí. Se producían más prácticas vergonzantes entre hombres que entre hombres y mujeres. Quien no se sometiera al ultraje o se mostrara remiso a los malos actos, era sacrificado como víctima. No considerar nada como impío o criminal era la misma cúspide de su religión.
Los hombres, como posesos, gritaban profecías entre las frenéticas contorsiones de sus cuerpos; las matronas, vestidas como bacantes, con los cabellos en desorden, se precipitaban hacia el Tíber con antorchas encendidas, las metían en las aguas y las sacaban aún encendidas, pues contenían azufre vivo y cal.
Los hombres ataban a algunas personas a máquinas y las echaban en cuevas ocultas, y se decía por ello que habían sido arrebatadas; se trataba de quienes se habían negado a unirse a su conspiración, tomar parte en sus crímenes o someterse a los ultrajes sexuales. Era una inmensa multitud, casi una segunda población, y entre ellos se encontraban algunos hombres y mujeres de familias nobles.
(Tito Livio, Historia de Roma, 39. Traducción de Antonio Diego Duarte Sánchez)
JotDown(R.D.Caviedes) — Habría que haberle visto la cara a Espurio Postumio Albino, de profesión cónsul de Roma, cuando se encontró con semejante pastel en el 186 a. C. «Una inmensa multitud» de ciudadanos libres, «casi una segunda población» de la capital, se daban citan regularmente en el bosque de Simila, cerca del Aventino, y al abrigo de la noche se entregaban secretamente a estos «excesos de toda clase» que cuenta Tito Livio, tan prudente él con los adjetivos.
No cuesta mucho imaginar la escena, ¿verdad? No después de aquella Calígula que escribió Gore Vidal, por ejemplo, con todo aquel felpuderío setentón al compás de Prokófiev, o después del Satiricón que hizo Fellini.
O de toda la pornografía rasa que se ha ambientado en la era romana, sin ir más lejos, animada precisamente por episodios históricos como el de estas bacchanalia, que hoy llamamos bacanales, convertidas casi en la metonimia misma del estilo de vida en aquella civilización que duró más de mil años, en particular —y equivocadamente— cuando se trata se glosar su final.
Ahí están, si no, los cuadros de Alma-Tadema, de Levêque o de Couture, que cuando quiso pintar sus Romanos de la decadencia en 1847 no se rompió la cabeza y las retrató a ellas enseñando los pechos bailongos, a ellos coronados de hojas de vid —lo que quiere decir que pedo como piojos— y revolcándose afanosamente los unos con los otros.

Lo sencillo sería decir que exageramos confiriéndoles a los romanos esta reputación, pero es que según Tito Livio, bastante más romano él que cualquiera de los presentes, no solo no exageramos, sino que hasta podríamos quedarnos cortos.
En el siglo II a. C., escribió en sus Ab Urbe condita libri —los Libros desde la fundación de la Ciudad, que así es como tituló originalmente su Historia de Roma—, incluso muchos patricios de noble cuna le habían cogido el gusto a las bacanales, reuniones tres en uno de botellón, misa y cruising en el bosque que se celebraban en honor al dios Baco por celebrarlas en honor de alguno, más que nada, ya que allí, según el historiador, se iba fundamentalmente a lo que se iba.
Cuando el mondongo llegó a oídos de la República, la suma sacerdotisa de estas bacanales, una tal Paculla Annia, había tenido que cambiar ya el rito para acomodar el aforo de la capital y celebrarlas no tres veces al año, como empezó haciéndose, sino cinco veces al mes.
Tito Livio cuenta que, cuando el Senado las prohibió ese mismo año, descubrió que estaban en el ajo siete mil ciudadanos, de los que podría haberse ejecutado a seis mil. Que se dice pronto.
Pero los hechos son una cosa, como todo el mundo sabe, y otra bien distinta las interpretaciones. La razón del éxito de estas bacanales no está, como dice el historiador, en que los allí reunidos fueran, sin más, más marranos que el agua de fregar.
La causa de semejante congregación la explicó y muy bien san Juan de la Cruz, por citar el ejemplo que nos pilla más cerca, cuando su esposa del Cántico espiritual habló de ir a amar al esposo mejor «al monte o al collado, do mana el agua pura» y a entrar «más adentro en la espesura»: no hay amor más perfecto que el que acontece entre el follaje, valga la redundancia, y con el primero que pase, en particular cuando lo que uno pretende con ese amor es hacérselo al mismo dios.
Es algo en lo que han coincidido reveladoramente los místicos —aquellos que buscan la unión en vida con el dios— de todos los siglos y religiones, desde San Juan de la Cruz a los pitagóricos griegos, y que los bacantes de Roma se tomaban con bastante más literalidad que la mayoría, seguramente, porque unirse a un dios no solo no era algo herético —«no considerar nada como impío […] era la misma cúspide de su religión», nos explica Tito Livio—, sino porque, además, los latinos eran gente animista, lo que funde en uno los conceptos mismos de naturaleza y divinidad.

- Las tinieblas son sagradas
Para entender la entidad religiosa de las bacanales, sin embargo, hace falta irse a Grecia y rebobinar varios siglos en la historia hasta el momento legendario —fíjense si habremos rebobinado— en el que el músico Orfeo paseaba una buena mañana por los montes de Tracia y un grupo de bacantes, mujeres todas entregadas al culto a Dionisos —el correlato griego de Baco—, le propusieron allí yacer como yacían las bacantes, que era con mucho arrebato y mucha pasión y muy como Demi Moore en Acoso, para hacernos una idea.
Orfeo rechazó la oferta, bien porque había jurado castidad tras su intento fallido de rescatar a Eurídice del Hades, según la versión del mito más extendida, bien porque «para los pueblos tracios fue el autor de transferir el amor hacia los tiernos varones», según reseña Ovidio en las Metamorfosis, e incluso porque fuera hijo, sacerdote, discípulo o amante del mismísimo Apolo, un dios enfrentado a Dionisos en el plano cosmogónico.
El caso es que las bacantes —o ménades, ninfas que adoraban al mismo dios— se ofendieron, lo sometieron al sexo igualmente y acabaron despedazándolo.
Pura ficción, claro. De hecho, Orfeo es un personaje que muchos paleolingüistas e historiadores creen haber encontrado en textos teológicos de varias civilizaciones indoeuropeas, entre ellas el Poema de Gilgamesh y el Mahábharata hindú, de modo que sería ingenuo considerar que su legendario asesinato tuviera algo que ver, aunque fuese remotamente, con un hecho real ocurrido en Tracia.
Para acabar de rematar la sospecha de que estamos ante una ficción elaborada ex profeso, la historia de su muerte —que no mencionan los autores más antiguos, como Homero o Hesíodo— es la anécdota mítica en la que se fundamentó el orfismo, un culto mistérico al que se atribuye si no la invención de las bacanales, sí su perpetuación a través de los siglos.
Fuese litúrgicamente y delegando el rito en símbolos —que es lo que harían los orfistas en sus ritos mistéricos— o de modo más o menos literal —y en este caso muchos autores prefieren atribuirlo al dionisismo, un culto emparentado estrechamente con el orfismo—, una bacanal no consiste más que en escenificar la muerte del legendario poeta a manos de las sacerdotisas de Dionisos.
Según Eurípides, que habría conocido el rito de primera mano durante su exilio en Macedonia, este constaba antiguamente de tres partes, o así es como lo retrató en su tragedia Las bacantes. La primera era la oribasia, el retiro de las mujeres al monte para celebrar orgías sagradas, algo que conocemos también a través de la propia religión olímpica dominante, que en algunas de sus antiguas fiestas religiosas agrarias —las Leneas áticas o las Thyiadas en Delfos— conservaba vestigios de este ritual órfico.
La segunda parte de la bacanal, cuando las bacantes son presa ya del paroxismo y el frenesí —algo que los expertos de hoy no saben si achacar al sexo, la droga o la sugestión, cuando no a las tres a la vez— es el diasparagmos, el sacrificio de un animal, normalmente una cabra que representa a Dionisos a través de su relación con el dios Pan y que conmemora la muerte de Orfeo.
La tercera y última es la homofagia, la ingesta de su carne cruda. En Las bacantes Eurípides pone en boca del mismísimo Dionisos la naturaleza hermética del culto en su honor —«está prohibido que los mortales no iniciados» lo conozcan, especifica el personaje— y la condición nocturna de sus ritos: «Las tinieblas», le dice el dios, «son sagradas».
El secreto, en otras palabras, era consustancial a las bacanales.

Pese al oscurantismo con el que trató Tito Livio la llegada a Italia de estas celebraciones —que comenzaron, según él, «con la llegada a Etruria de un griego de bajo nacimiento»—, en realidad es lo menos enigmático de todo el asunto.
Fue en las colonias helenas en Italia, en la Magna Grecia y Sicilia, donde el orfismo acabó sobreviviendo a la regresión que experimentó en Grecia durante la época clásica y a los posteriores episodios de persecución.
De hecho el prófugo religioso más célebre de la época, Pitágoras, eligió Crotona para refundar en cierto modo esta religión, cuya doctrina incorporó al pitagorismo del que sería epónimo y en el que conjuró ciencia y razón, filosofía y el culto esotérico a Orfeo.
Estamos en el año 522 a. C., a solo trece años y seiscientos kilómetros de la expulsión en Roma de Tarquinio el Soberbio y de la reconversión de la ciudad en una próspera república. Lo de los siete mil romanos haciendo el guarro en el Aventino ocurrió poco más de trescientos años después, que en esta cronología de milenios es como decir un plis.
- Roma sí paga a traidores
A Tito Livio, de hecho, conviene no hacerle tampoco demasiado caso porque los cronistas romanos de la época tenían el tic de aquello que no supieran, inventárselo.
Para ellos la historia no era una disciplina académica sino fundamentalmente política y recordar, para más funfún, que aunque el episodio de las bacanales ocurriera en el 186 a. C., los Ab Urbe condita libri donde lo describe se empezaron a publicar en el 27 a. C., justo cuando Roma se convirtió en imperio.
Estamos en la misma época, para hacernos una idea, en la que Augusto, el primer emperador, le encargó a Virgilio una gran epopeya fundacional —la Eneida— que otorgase a Roma una misión trascendente en el mundo, el famoso imperium sine fine, que justificase a su vez el sistema imperial.
La Historia de Roma de Tito Livio, en otras palabras, empalma con la Eneida y cuenta la historia romana desde Eneas vendiendo la burra política que se impuso en la transición imperial.
En este caso se trataba de asegurar que Roma había sufrido en el pasado una epidemia moral de enormes proporciones cuya reedición podría atajar con más facilidad un emperador que una lenta y burocrática cámara de gobierno.
Sin embargo el propio texto de Livio, de finales del siglo I a. C., traiciona esta dramatización moralista de los hechos al consignar las razones que el cónsul Postumio expuso ante el Senado en el 186 a. C. para atajar las bacanales, que fundamentalmente aludían al tamaño de la convocatoria, a su carácter secreto y a su condición subversiva.
«A menos que toméis precauciones», clamó ante los senadores entonces, «a esta asamblea convocada legalmente por un cónsul a la luz del día se enfrentará otra que se reúne en la oscuridad de la noche».
Por una copia que se encontró en 1648 y que se expone hoy en el Museo de Historia del Arte de Viena, sabemos también que cuando la cámara decretó su feroz Senatus Consultum de Bacchanalibus para neutralizar las bacanales, en realidad no prohibió la promiscuidad ni el consumo de psicofármacos en Roma, sino la reunión de más de cinco bacantes.

Es más: una de las grandes benefactoras de la represión de estas celebraciones, a la que Roma recompensó después con 100 000 ases y privilegios políticos, fue una prostituta liberta de nombre Fecenia Hispala.
Fue ella quien delató a los bacantes ante los cónsules cuando su amante, un muchacho libre llamado Publio Ebucio, iba a ser iniciado en los misterios de Baco.
Tito Livio nos cuenta que a ella, que participó siendo joven en las bacanales, le espantaban los «ultrajes inconcebibles» a los que se vería sometido él, y así ambos acabaron denunciando las celebraciones secretas ante el mismísimo cónsul. ¿Eran tan terribles estos ultrajes? Seguramente no.
Para empezar, era la propia madre de Ebucio quien pretendía iniciarlo en el culto y sabemos que incluso la suma sacerdotisa de Baco había iniciado a los suyos, Minio y Herenio Cerrinio, en los misterios. Fuese una maniobra interesada o simples celos —tratándose de romanos podemos descartar el fanatismo religioso—, lo cierto es que la delación de Fecenia Hispala desató el horror en Roma.
«Hubo un gran pánico en toda la ciudad, y no solo confinado a los límites de Roma, pues el terror se diseminó por toda Italia», cuenta Tito Livio. «Muchos fueron cogidos tratando de escapar y traídos de vuelta por los guardias apostados en las puertas. Otros, hombres y mujeres, se suicidaron. Se dijo que en la conspiración había implicadas más de siete mil personas».
Como explica Antonio Escohotado sobre este asunto en su Historia general de las drogas, el verdadero interés de estos hechos radica en el empeño puesto en la Roma imperial en declarar las bacanales «peste moral» y «crimen contra la salus publica» y justificar así el mecanismo para atajarlo, «que parece basado en el derecho y la razón civil, pero desencadena una suspensión general de la juridicidad y el raciocinio en favor de métodos simplemente fulminatorios».
No mucho tiempo después Roma, hasta entonces un pueblo más bien tolerante cuando se trataba de la vida privada de las personas, desplegaría estos mecanismos que legitimó en su represión de los bacantes en una persecución que los milenios hicieron bastante más conocida: la de los cristianos.
Unos adoraban a Cristo con solemnidad y los otros a Baco en fiestas de vino, sexo y promiscuidad, pero ambos recibieron el mismo trato. En el fondo, queda claro, no estamos hablando de cosas tan distintas.
nuestras charlas nocturnas.
«¡Sobre mi cadáver!»: Moon River, la canción que la actriz Audrey Hepburn defendió con vehemencia (y que ganó dos premios Oscar)…

BBC News Mundo — El vestido negro, las perlas, las gafas de sol enormes, la boquilla absurdamente larga… y esa canción.
La película de 1961 «Breakfast at Tiffany’s«, que en Hispanoamérica se llamó «Diamantes para el desayuno» y en España, «Desayuno con diamantes», se hizo famosa quizás tanto por su estética que por su trama.
Basada en la novela corta de Truman Capote de 1958, cuenta la historia de Holly Golightly, encarnada por Audrey Hepburn.
La elección de la carismática e icónica actriz para ese rol, que hoy parece incontrovertible, al escritor le pareció terrible.
«Fue la película con un reparto más desacertado que he visto», le dijo Capote a un periodista años después. «Nos dieron ganas de vomitar».
Holly es un personaje cautivador: una chica de sociedad seductora, excéntrica, coqueta y revoloteante.
Es una «criatura salvaje» incognoscible e indomable que huyó a Nueva York de una problemática infancia en Texas para reinventarse.
A pesar de beber cócteles y dar fiestas, es propensa a sufrir ataques de miedo paralizante (sus famosos «días rojos») y solo puede permitirse su vida aparentemente glamurosa rodeándose de «ratas», hombres malos que le dan propinas en el tocador.
Es descrita como una «verdadera farsante», porque realmente cree en su propia versión de cuento de hadas de la vida.
Capote quería a Marilyn Monroe para el papel, pensando que ella encarnaría a esa «verdadera farsante», maestra de la reinvención y vendedora de sueños más auténticamente que Hepburn, la ingenua aristocrática.
Pero es que la Holly Golightly del libro y la de la película, aunque ambas brillantes, no son identicas.
– Dos Hollys
En la novela, Holly no solo está arruinada sino que además la ropa que usa es deliberadamente simple.
«Había un buen gusto consecuente en la sencillez de su indumentaria, los azules y grises y la falta de brillo que la hacían brillar tanto».
Los atuendos de la Holly de la película también podrían describirse como sencillos, pero más bien como sencillamente exquisitos: Hepburn recorre con elegancia las calles de la ciudad con su vestido negro corto o su gabardina Burberry, dos prendas clásicas de la moda.

Y aunque esa encantadora Holly acepta el dinero que le dan las ratas, no les entrega su cuerpo; no es ese tipo de chica.
La de la novela de Capote sí lo es.
Es una historia más cruda, en la que Holly no es solo una jovencita provocativa y etérea, sino que gana dinero de esa manera que dicen es la más antigua.
Además está el gran cambio del final.
El libro está narrado por un escritor anónimo, y presenta una mirada melancólica a una chica cautivadora que conoció una vez, que huyó de Nueva York después de verse implicada en una redada de drogas.
La película lo convierte en un protagonista romántico que finalmente convence a la joven rebelde de que se rinda ante el amor.
En una situación clásica de comedia romántica, se besan en la escena final bajo la lluvia torrencial.
En su libro, Capote deja un sabor más amargo: Holly se va corriendo en un taxi y nunca más se la vuelve a ver.
Sin embargo, por distintas que sean, Moon River (Río de Luna), la melancólica canción compuesta para la película,resuena con las dos Hollys.
– Doquiera que vayas, contigo iré
El tema fue compuesto por uno de los más grandes compositores de música para cine de todos los tiempos, Henry Mancini.
Nació hace 100 años en Cleveland, Ohio, en el seno de una familia de inmigrantes italianos.

La primera vez que Mancini vio una película en la que se fijó en la música, pensó que había una orquesta detrás de la pantalla.
Su padre le regaló una flauta y luego estudió música en la prestigiosa escuela Juilliard de Estados Unidos.
Tras tocar en la era de las big bands de la década de 1940, y acumular conocimiento de primera mano del jazz, trabajó para Universal Pictures en la década de 1950 componiendo obras como la banda sonora para la serie policial «Peter Gunn».
A principios de la siguente década, el director Blake Edwards le pidió que compusiera la banda sonora de una nueva película.
En el guion de «Diamantes para el desayuno», había una escena en la que Holly, sentada en las escaleras de emergencia que están fuera de su ventana, canta una canción de su pasado.
Mancini había oído cantar a Hepburn en la película Funny Face («La cenicienta en París», «Una cara con ángel», 1957), por lo que creó específicamente una canción en su registro.
Luego le pidió al letrista Johnny Mercer que escribiera algunas palabras que hicieran alusión al misterioso pasado de Holly Golightly.
– La letra
Las palabras que escribió Mercer fueron…
«Río de Luna, más ancho que una milla, te cruzaré con estilo algún día.
«Oh, creador de sueños, rompecorazones, donde quiera que vayas, contigo iré.
«Dos vagabundos viajando para ver el mundo… ¡hay tanto mundo que ver!
«Estamos tras el mismo extremo del arco iris, esperando a la vuelta de la curva, mi amigo Huckleberry, Río de Luna y yo».
“La primera vez que leí esa letra, me pareció hermosa”, expresó Mancini.
Contó además que él pasó un mes pensando en la melodía, pero cuando finalmente se le ocurrió, solo le llevó media hora escribir la música.
Al son de Moon River se creó una de las escenas más memorables de la historia del cine.

Audrey Hepburn le escribió a Mancini:
«Querido Henry,
«Acabo de ver nuestra película, esta vez con tu composición.
«Una película sin música es un poco como un avión sin combustible. Por muy bien que se haga el trabajo, seguimos estando en tierra y en un mundo de realidad.
«Tu música nos ha elevado a todos y nos ha hecho volar. Todo lo que no podemos decir con palabras ni mostrar con acciones, tú lo has expresado para nosotros. Lo has hecho con tanta imaginación, diversión y belleza.
«¡Eres el gato más moderno y el compositor más sensible!
«Gracias, querido Hank.
«Mucho amor,
«Audrey».
– «Maldita canción»
Cuando llegó el momento de que el estudio hiciera un preestreno de la película, todo el mundo estaba extasiado.
Hepburn estaba con Mancini y el director del estudio.
De pie junto a la chimenea, el director del estudio declaró: «La película es genial, ¡pero la maldita canción tiene que desaparecer!».
Fue entonces cuando Audrey famosamente se puso de pie y le respondió: «¡Sobre mi cadáver!».
En la 34ª ceremonia de los Premios Óscar de la Academia, celebrada en 1962, Moon River ganó dos premios Oscar: Mejor banda sonora de una película dramática o de comedia y Mejor canción.
Un año después, Mancini ganaría un tercer Oscar por su banda sonora para «Días de vino y rosas», con letra de Mercer, y un cuarto en 1982 por «Victor/Victoria», ambas películas también dirigidas por Blake Edwards.
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Así era la alimentación de los habitantes de Belén en tiempos del nacimiento de Jesús…

The Conversation(J.M.S.delCastillo) — El nacimiento de Jesús se narra principalmente en los Evangelios de Mateo y Lucas del Nuevo Testamento, cada uno con un enfoque diferente.
También aparece en textos apócrifos, como el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio de Pseudo-Mateo, y en el Corán, que menciona el milagro del nacimiento de Jesús (Isa) como hijo de la virgen María (Maryam), reconocido como profeta.
Pero ninguno de esos textos menciona qué comieron María y José aquella noche, o qué ponían en sus platos los habitantes de la zona. Los estudios arqueológicos y las tradiciones del Mediterráneo nos pueden permitir averiguarlo.
Belén era un pequeño asentamiento de Judea situado a unos nueve kilómetros de Jerusalén cuya vida giraba en torno a la agricultura, la ganadería y las tradiciones religiosas judías. Estaba en una región montañosa de clima mediterráneo, entorno natural que determinaba tanto las actividades económicas como las prácticas culinarias de sus habitantes, quienes dependían de los recursos locales para subsistir.
Su dieta reflejaba, pues, las prácticas comunes de la región mediterránea bajo el dominio romano, pero también estaba profundamente influida por las leyes dietéticas judías (kashrut). Tales regulaciones determinaban qué alimentos podían consumirse y cómo debían prepararse, consolidando una alimentación simple pero nutritiva.
– La dieta mediterránea de hace 2 000 años

En el siglo I, la agricultura era la columna vertebral de la economía y la subsistencia en la aldea de Belén.
La tierra donde se ubicaba ofrecía las condiciones ideales para el cultivo de cereales, olivos y viñedos.
Estos productos no solo eran esenciales para la dieta diaria, sino también para el comercio y los rituales religiosos.
Los cereales, como el trigo y la cebada, eran los cultivos más comunes y se utilizaban principalmente para elaborar pan, el alimento básico de la población.
El pan de cebada, más barato y accesible, era consumido por las familias humildes, mientras que el de trigo, más costoso, estaba reservado para ocasiones especiales o para los habitantes más acomodados.
Otro pilar de la agricultura betlemita era el aceite de oliva, que se obtenía mediante prensas artesanales de los frutos del olivo. Era un producto indispensable en la cocina no solo como grasa para cocinar, sino también como aderezo y conservante. Además, tenía usos significativos en las ceremonias religiosas y la iluminación de los hogares.
Los viñedos también ocupaban un lugar destacado en la economía local. Las uvas se consumían frescas o se utilizaban para elaborar vino, que era una bebida cotidiana, incluso para los más pobres, y tenía también un papel importante en celebraciones y rituales.
Todos estos cultivos no solo garantizaban la subsistencia, sino que permitían a las familias contribuir con tributos a las autoridades romanas y cumplir con las normas religiosas.
– Ovejas y cabras, animales esenciales

La ganadería complementaba la agricultura como una actividad crucial para los habitantes de Belén. La cría de ovejas y cabras era especialmente importante, ya que estos animales proporcionaban carne, leche y lana, cubriendo las necesidades alimenticias y de vestimenta.
Provenían del ganado local o de un comercio interregional significativo, como el que se desarrollaba en el desierto de Judea o el mar de Galilea.
En un entorno donde la carne era un lujo reservado para festividades religiosas o eventos importantes, los productos lácteos, como el queso y el yogur, estaban muy presentes en el menú diario de los betlemitas. Estos alimentos eran ricos en nutrientes, fáciles de conservar y, en muchas ocasiones, intercambiados o vendidos en mercados cercanos.
Cabras y ovejas eran, por otra parte, esenciales para los rituales según las leyes religiosas judías. Durante las festividades como la Pascua, los corderos eran sacrificados y consumidos en familia o en comunidad, fortaleciendo los lazos sociales y religiosos.
Por último, el estiércol de estos animales se utilizaba como fertilizante natural en los campos agrícolas, cerrando un ciclo sostenible entre la agricultura y la ganadería.
En menor medida, las aves de corral, como palomas y gallinas, se criaban para aprovechar su carne y sus huevos, aunque su producción era limitada en comparación con los rebaños.
– Pescados en salazón

Aunque la pesca no era una actividad local en Belén debido a su ubicación geográfica en el interior de Judea, el pescado –arenques, sardinas o caballas, sobre todo– llegaba conservado en salazón a través del comercio desde regiones costeras como el mar Mediterráneo o el mar de Galilea.
Esa preservación en sal lo hacía fácil de transportar y almacenar, permitiendo su consumo incluso en áreas alejadas de los centros pesqueros.
Apreciado por su sabor y valor nutritivo, el pescado era no obstante un complemento ocasional en la dieta de los habitantes. Ofrecía una opción accesible para quienes podían permitírselo, pero no constituía un alimento básico como los productos agrícolas y lácteos.
Por lo tanto, la alimentación de Belén se basaba en un sistema de subsistencia sencillo y autosuficiente de una comunidad profundamente conectada con su entorno y su tradición religiosa.
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Deidades que nacieron el 25 de diciembre…

Ya conocemos el mito: el 24 de diciembre por la noche, María dio a luz al Hijo de Dios por gracia del Espíritu Santo. Sin embargo, existe amplia documentación que sugiere que esta célebre festividad cristiana tiene largas raíces paganas.
La primera y más evidente de ellas es la celebración de la Navidad el mismo día que las Saturnales, la fiesta romana para celebrar al dios de la agricultura, Saturno. No es coincidencia: finalmente, aún hoy, alrededor de esos días, sucede el solsticio de invierno.
No solo eso: parece ser que, antes de que Jesús naciera, hubo varias figuras religiosas de gran peso iconográfico que nacieron el 25 de diciembre. Fueron tan relevantes en su época, que su influencia se extendió hasta las primeras prácticas del cristianismo.
Esto no es ninguna novedad: de acuerdo con el compendio egiptológico Isiopolis, los primeros años de esta religión “sin duda [estuvieron] influidos por la gente y las culturas que lo rodeaban”. Estas deidades son algunas de las que cumplían años el mismo día que Jesús de Nazareth.
– Horus, dios de la luz y de los cielos

De acuerdo con la mitología egipcia, Horus, el dios con cara de halcón, venerado como el señor de los cielos, figura entre las deidades que nacieron el 25 de diciembre, varios milenios antes de que naciera Jesucristo.
Al menos 3 mil años de que la virgen María concibiera milagrosamente al Hijo de Dios, otra virgen ya había hecho el mismo milagro.
Siguiendo el mito de su nacimiento, la diosa Isis (madre de las deidades más poderosas de Egipto) se embarazó de su hermano Osiris, señor de los muertos y de la guerra, después de que Osiris fuera asesinado por Seth, el dios de la violencia y las tormentas.
Para evitar que el dios de la guerra reviviera, Seth cercenó su cuerpo en múltiples pedazos que aventó al Nilo: quería deshacerse de él de una vez por todas.
En medio de un duelo terrible, tras la noticia del asesinato, Isis navegó el río sagrado para recuperar todos los pedazos de su marido-hermano.
Mientras se escondía en las marismas del Nilo, explica y documenta la Enciclopedia Británica, la diosa madre dio a luz a Horus.
Los egiptólogos interpretan que sucedió alrededor del 25 de diciembre del calendario gregoriano, porque los egipcios celebraban su nacimiento durante el solsticio de invierno.
Además, seguía recolectando los miembros de Osiris, que estaban desperdigados entre las aguas. Paralelamente, la diosa crio a su primer hijo en secreto, para evitar que corriera la misma suerte que su padre.
– Krishna, el octavo avatar del dios del orden
En la épica más importante del hinduismo, el Bhagavad Gita (entre los siglos V y II antes de nuestra era), Krishna (o Kṛṣṇa, según la fonética original en sánscrito) es el octavo avatar o reencarnación del dios Vishnú.
A esta divinidad, a su vez, se le atribuye la capacidad de preservar el cosmos, o mantener el orden natural del Universo, por lo cual es “una de las divinidades indias más veneradas y populares” en India. Otras interpretaciones veneran a Krishna incluso como un dios en sí mismo.

Dado el peso iconográfico y religioso que tiene este personaje, algunos autores occidentales afirman que Krishna nació alrededor del 25 de diciembre milenios atrás.
Sin embargo, de acuerdo con la cristóloga estadounidense Achyara Murdock, “la afirmación hecha por varios escritores durante los últimos siglos de que Krishna nació el ‘25 de diciembre’ o el solsticio de invierno parece ser un error”.
Podría entenderse, también, como una falta de traducción en la cosmovisión hinduista. Como la octava reencarnación del dios solar, explica Murdock, “se dice que ‘duerme’ y luego ‘se levanta’ en el solsticio de invierno”, que, a su vez, coincide con el 25 de diciembre cada año.
Sin embargo, traduciendo el calendario lunar indio al gregoriano que usamos en Occidente, documenta Times of India, parece ser que su nacimiento fue más bien en julio, hace más de 5200 años.
– Sol Invictus
Hacia el segundo siglo de nuestra era, el emperador romano Aureliano declaró que el 25 de diciembre sería el día para celebrar el nacimiento de su dios predilecto: Sol Invictus, la deidad solar que movía el ánimo de los romanos para seguir conquistando tierras sin ser vencidos.
De hecho, hay registros que sugieren que la célebre frase de Jesucristo “yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida” era originalmente de esta deidad pagana.

El nombre oficial de la festividad era Nativitas Solis Invicti (¿Nativitas no suena muy parecido a ‘Navidad’?) y, de acuerdo con el historiador español Javier Alonso, no se sabe mucho sobre los dioses a los que celebraba en esta fecha. Es posible, explica el especialista para la BBC, que el culto a esta figura solar viniera de Oriente. Específicamente, de Siria.
Lo que queda claro, es que coincidía con la llegada del solsticio de invierno.
Durante el mandato de Aureliano, Sol Invictus se convirtió en una de las figuras religiosas centrales en Roma. Tan es así, explica Santiago Castellanos, profesor de Historia Antigua de la Universidad de León (España), que se le veneraba bajo la premisa de “un dios, un imperio”.
Por la cercanía que el emperador sentía con esta figura autoritaria y luminosa a la vez, impulsó la idea de venerarlo como el dios único, en un intento de religión monoteísta. No tuvo muchos frutos, pero su influencia se extendió hasta el mandato de Constantino, conocido como el emperador romano que cristianizó al Imperio.
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Cómo fue la Batalla del Río de la Plata, el primer gran combate naval de la Segunda Guerra Mundial que sacudió a Uruguay y Argentina

BBC News Mundo(J.F.Alonso) — Entre Europa y la desembocadura del Río de la Plata hay más de 10.000 kilómetros de separación.
Con tal distancia, ¿quién hubiese imaginado que la primera batalla naval de la Segunda Guerra Mundial ocurriría en sus alrededores? Sin embargo, así fue y los primeros sorprendidos fueron los habitantes de Montevideo.
Todo ocurrió hace 85 años, a primera hora del 13 de diciembre de 1939, cuando cuatro embarcaciones comenzaron a dispararse sin parar durante más de una hora.
Por el bando aliado había tres naves británicas y por el alemán, una, pero no era cualquier embarcación. Se trataba del Almirante Graf Spee, el cual cuando fue lanzado al mar en 1934 fue presentado como “más fuerte que el más veloz y más veloz que el que el más fuerte”.

– Un fantasma en el océano
¿Por qué el enfrentamiento tuvo lugar a solo unos cientos de kilómetros de Uruguay y Argentina, dos países que se habían declarado neutrales?
“Para agosto de 1939 el comando alemán ya preveía el inicio de la guerra y decidió enviar dos de sus barcos al Atlántico para atacar el tráfico mercantil entre América y Reino Unido”, explicó a BBC Mundo el historiador uruguayo Daniel Acosta y Lara.
Sin embargo, el régimen nazi no envió a cualquiera de sus embarcaciones, sino a dos de las más avanzadas de la época: el Almirante Graf Spee y el Deutschland.
Ambas naves eran unos «Panzerschiffe» (acorazados de bolsillo), un nuevo tipo de barco de guerra diseñado para cumplir las restricciones que el Tratado de Versalles le había impuesto a Alemania unos años antes.
El acuerdo que puso fin a la Primera Guerra Mundial prohibió a Berlín desarrollar naves de guerra de más de 10.000 toneladas de desplazamiento.
No obstante, el Graf Spee y Deutschland llegaban hasta las 12.000 toneladas y estaban equipados con cañones de 280 milímetros.
Pero su característica más innovadora era su motor.
“Tenían propulsión diésel y eso les daba un gran radio de acción, en comparación con los barcos de vapor que estaban obligados a estar cerca de Europa, porque consumían mucho más combustible”, explicó Acosta y Lara.

Aunque Alemania carecía de una flota naval que pudiera rivalizar con la aliada, en particular con la británica, sí tenía una estrategia con la que esperaba causar serios daños a sus oponentes: aplicar tácticas de un corsario.
“La idea era que el barco pasara desapercibido el mayor tiempo posible. Sus instrucciones eran hundir mercantes y desaparecer, ubicándose en zonas del Atlántico fuera de la línea de tráfico”, apuntó el historiador coautor del libro “Graf Spee: de Wilhelmshaven al Río de la Plata”.
El experto aseguró que la táctica tenía un doble efecto: “No solamente se producía la pérdida del barco mercante, sino que además otros barcos se desviaban por temor a nuevos ataques, trastocando el comercio”.
De la zona del Río de da Plata salían los envíos de carne y de otros alimentos para Reino Unido.
Entre el 30 de septiembre y el 7 de diciembre de 1939, el Graf Spee hundió ocho cargueros en el Atlántico sur y otro más en el Índico, de acuerdo con los registros de la época.

– Una decisión fatal
A primera hora del 13 de diciembre el acorazado alemán divisó a lo lejos dos embarcaciones y enfiló a hacia ellas pensando que eran naves mercantes. Sin embargo, se trataban del cruceros británicos Exeter, Ajax y Achilles, los cuales estaban a su caza.
En lugar de huir, el capitán del Graf Spee, Hans Langsdorff, decidió batallar con la formación británica, una decisión que, a juicio del también historiador uruguayo Fernando Klein, selló el destino de la nave.
“Hubo una sucesión de hechos desafortunados para el capitán Langsdorff. El más importante fue que perdió un hidroavión, el cual le permitía ver más lejos de lo que veía con los prismáticos; entonces no supo que eran tres y no dos los barcos británicos que estaban en la zona”, afirmó el autor del libro “El Graf Spee en el tiempo”.
“Con la información errada, el capitán seguramente pensó que era una batalla fácil, pero terminó rodeado y sin escapatoria alguna”, agregó.
Acosta y Lara, por su parte, afirmó que el Graf Spee habría podido vencer a dos de los barcos británicos, pero no a tres.
“Los ‘Panzerschiffe’ tenían cañones pesados, pero disparaban dos proyectiles por minuto. En cambio, los buques británicos disparaban cerca de 24 y eso les daba ventaja”, apuntó.

Pero como si lo anterior no fuera suficiente, el Graf Spee tampoco tenía suficiente munición.
“El barco ya había utilizado parte de su arsenal durante sus incursiones en el Atlántico y, además, sufrió algunos daños en instalaciones secretas que los alemanes ocultaron para no revelar el talón de Aquiles de la nave”, explicó.
Durante el combate, en el que fallecieron 68 marinos ingleses y 36 alemanes, todas las naves involucradas sufrieron daños. Sin embargo, el acorazado de bolsillo terminó herido mortalmente.
“El Exeter destruyó, por casualidad, la caldera de vapor en la que se preparaba el diésel que utilizaba el Graf Spee para propulsarse. Esto quiere decir que solo tenía combustible listo para unas 16 horas, lo cual era insuficiente para volver a Europa”, indicó Acosta y Lara.
Además de atender los daños, el capitán Langsdorff decidió buscar refugio para “darle sepultura a los fallecidos y tratar lo antes posible a los heridos”, agregó Klein.
Los aliados también se retiraron por considerar que no podían liquidar a su enemigo con las municiones que les quedaban y comenzaron una campaña de propaganda para hacerle creer a su enemigo que una enorme flota estaba en camino.

– La única opción
Langsdorff puso rumbo hacia el puerto de Montevideo.
Uruguay se había declarado neutral. Sin embargo, el hecho de que los trenes y las empresas de agua y de gas estuvieran en manos de compañías británicas hizo que Londres pudiera ejercer gran influencia sobre el gobierno del país sudamericano. Esto explica por qué las autoridades locales solo le permitieron a la nave estar tres días en el puerto.
Argentina, por su parte, era más proclive a Berlín. No obstante, las posibilidades de llegar hasta Buenos Aires eran mínimas, aseguraron los expertos.
“El viaje a Buenos Aires era imposible por el calado del barco”, explicó Klein.
Aunque el capitán intentó infructuosamente reparar el barco en la capital uruguaya, Acosta y Lara aseguró haber conseguido nueva información en los archivos navales alemanes que indica que Langsdorff tenía en mente una opción más radical.
“El capitán le ordenó a su buque aprovisionador volver a Alemania. ¿Qué significa esto? Que el barco ya no podrá cargar provisiones ni combustible, es decir, que el capitán había decidido que no iba a continuar”, precisó.
“El capitán tenía tres opciones: salir a luchar con el barco dañado, casi sin combustible y sin municiones, con el peligro de que los ingleses lo vencieran y lo tomaran. La otra opción era ir a Buenos Aires, que no era posible por las condiciones del canal de navegación. Y la tercera era volar el barco”, agregó Acosta y Lara.

Langsdorff entonces urde su último golpe: saca al grueso de la tripulación hacia Argentina en unos remolcadores y ordena colocar explosivos en distintos puntos de la nave para destruirla.
El objetivo era evitar que los aliados se hagan con avances como la famosa máquina Enigma, la cual servía para enviar mensajes cifrados.
Así, el 17 de diciembre el dañado Graf Spee deja el puerto y, a los pocos minutos, estalla.
“El fuego duró un mes”, contó Klein, quien consideró extraño el sitio escogido por el capitán para volar la nave.
“La explosión se produjo en una zona donde la profundidad de las aguas es de siete metros. De hecho, cuando bajaba la marea, se podía ver la parte superior en el barco. ¿Por qué el capitán no la dirigió hacia el océano donde se llega fácilmente a 30 o 40 metros?”, dijo.
A los meses, militares ingleses recorrieron el barco e incluso compraron partes a través de un testaferro, por supuesto.
El experto recordó que el Graf Spee solo terminó realmente bajo las aguas en 1953, cuando la Marina uruguaya lo volvió a explotar.

– De misterio en misterio
Tres días después de que el Graf Spee estallara, el capitán Langsdorff apareció muerto en Buenos Aires.
“La propaganda alemana dijo que (Adolfo) Hitler le ordenó hundir el barco, pero eso no es cierto; fue el capitán quien lo decidió. Sin embargo, después de eso no podía volver a Alemania y, por ello, se suicidó”, afirmó Acosta y Lara.
Klein ve algo extraño en este deceso: “El cuerpo del capitán apareció envuelto en la bandera de la marina alemana, pero ¿cómo se pudo disparar si estaba envuelto en la bandera? Esto da motivos para creer que fue asesinado por la Gestapo”.
El historiador aseguró que horas antes de que el oficial falleciera, recibió la visita de dos personas.
“Está la idea de que lo presionaron: eres tú o tu familia y le dejaron un revólver”, agregó.
La decisión de Langsdorff de hundir el barco supuso un duro golpe para la entonces imbatible maquinaria bélica nazi. Así, poco después, ordenaron a todos sus navíos dar batalla hasta el final y jamás rendirse.
“Esto trajo como consecuencia que barcos como el Bismarck fueran hundidos con gran pérdida de vidas”, agregó Acosta y Lara.
El grueso de los miembros de la tripulación del Graf Spee, por su parte, permaneció en Buenos Aires durante el conflicto y, cuando regresaron a la Alemania derrotada, fueron internados durante seis meses en un campo de concentración.

– Una batalla millonaria
Pese a que ha estado más de ocho décadas en el fondo del Río de la Plata, el buque sigue siendo motivo de controversia en Uruguay.
En 2006 un grupo de empresarios e investigadores bajó hasta sus restos y rescató una pieza que se pensaba perdida para siempre: un águila de más de dos metros de altura que sostiene con sus garras una esvástica, el símbolo nazi.
El hallazgo ha desatado un problema político, judicial y económico que lleva casi dos décadas.
Las autoridades uruguayas no exhiben la pieza ni la han puesto en venta, tal y como establece las leyes locales actuales, por temor a que contribuya a ensalzar al nazismo.
La decisión gubernamental de colocar al símbolo en una caja dentro de un almacén militar, como en las películas de Indiana Jones, ha puesto en pie de guerra a los responsables de hallarla y podría terminar costándole millones al país suramericano.
“No tiene sentido que el águila no se exponga y se explique su contexto”, declaró a BBC Mundo, Alfredo Etchegaray, quien financió la exploración del Graf Spee cuando todavía era legal.
“Su destino debe ser educativo, esa es mi opinión, pero eso lo deben decidir los políticos. Yo lo que busco es que se me compense por mi trabajo”, explicó el explorador, quien anunció que en diciembre presentará una nueva demanda por US$ 25 millones contra el Estado uruguayo.
Así que, a su manera, la batalla del Río de la Plata, continúa.

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La joven de la perla, un retrato fascinante en el que nada es lo que parece…

National Geographic(A.Sala) — La joven de la perla es una pequeña obra maestra. En 1665 Johannes Vermeer pintó el retrato de una chica de mirada cautivadoramente misteriosa en un lienzo poco más grande que una hoja de papel.
El rostro de esta joven ensimismada se ha convertido en uno de los retratos más icónicos de la historia del arte, a la altura, incluso, de la Mona Lisa. Pero en este óleo no todo es lo que parece.
Con una paleta de colores limitada, trazos simples y, en apariencia, poco trabajados, Vermeer llenó el lienzo de trampantojos que crean una ilusión visual que no existe. La perla, los ojos, la boca… Todos ellos son efectos ópticos que nuestro cerebro completa para crear un cuadro lleno de vida y que da cuenta de la maestría como retratista de su autor.

– El pintor de la burguesía de Delft
El siglo XVII es conocido como la Edad de Oro neerlandesa, una época en la que los Países Bajos construyeron un imperio comercial que llegó hasta los confines de Asia y Oceanía y que permitió el progreso de la economía, la ciencia y la cultura neerlandesas.
Johannes Vermeer (1632-1675) fue, junto a Rembrandt, el más destacado de los pintores surgidos a la sombra del generoso patrocinio de la boyante nueva burguesía comercial holandesa, en su caso de Delft, un importante puerto productor y exportador de cerámica, recreado por el propio Vermeer en esta Vista de Delft (hacia 1660), una representación idealizada de su ciudad natal, que debía ser en realidad un populoso centro comercial.

– Maestro olvidado
La pintura de Vermeer se caracteriza por las escenas íntimas y domésticas, plasmadas con una luz asombrosa que refleja una atmósfera casi atemporal, como La lechera, la obra maestra de 1661.
Su obra permaneció en el olvido hasta finales del siglo XIX en la que fue redescubierta por los ávidos coleccionistas de arte y actualmente su escasa producción (tan solo han llegado hasta nuestros días 36 pinturas) cuenta con obras que se encuentran entre los mayores tesoros de los mejores museos del mundo, como La lechera (1660), expuesta en el Rijksmuseum de Amsterdam.

– La Mona Lisa holandesa
La Joven de la Perla ejemplifica a la perfección este periplo de olvido y recuperación de Vermeer.
La historia anterior del retrato tan solo puede rastrearse con certeza hasta 1881, cuando fue adquirido por un coleccionista holandés por una suma ridícula, apenas dos florines.
Fue este quien lo donó al Museo Mauritshuis de La Haya en 1903 donde se expone desde entonces convertida en la obra más célebre de Vermeer conocida como la Mona Lisa holandesa.

– Tronie: entre el retrato y el boceto
A diferencia de la Gioconda, La joven de la perla no es un retrato propiamente dicho, es un tronie, una palabra que deriva del francés antiguo trogne y que significaría cabeza o rostro.
Fueron muy populares durante la Edad de oro neerlandesa y no pretendían ser retratos de un individuo en concreto, sino estudios de expresión y fisonomía de un modelo de personaje, un anciano, un soldado, una mujer oriental…
Normalmente se exageraban sus gestos y facciones, como en este caso: El fumador, pintado por Joos van Craesbeeck.

Un turbante y un pendiente
Aunque muchos han querido identificar en la modelo alguien del entorno cercano a Vermeer, la joven de la perla no es nadie en especial, es una chica vestida al modo oriental que no destaca por su aspecto (no tiene pecas ni marcas que la distingan) sino por los complementos que luce: un turbante de estilo oriental y un pendiente de perla.
De hecho, antes de llamarse La joven de la perla, se piensa que la obra era nombrada en los catálogos de Vermeer como La joven del turbante.

– Una obra compleja de trazos sencillos
La joven de la perla es una pintura que, por momentos, parece un boceto. La ropa está pintada de forma esquemática, sin detalles ni adornos. Vermeer dio volumen a la ropa situando a la protagonista sobre un fondo oscuro, casi negro y a través del juego de la luz y las sombras.

– Un engaño a nuestro cerebro
Vermeer no pintó todo lo que nosotros vemos, pero nuestro cerebro completa lo que falta. La nariz, cuyo detalle vemos sobre estas líneas, no existe como tal. El puente es tan solo una continuación de la mejilla derecha.

– ¿Existe la perla?
El elemento que da nombre a la obra es tal vez el trampantojo más espectacular del cuadro. El pendiente son apenas dos pinceladas blancas sobre el cuello que, de lejos, nuestro cerebro interpreta como un círculo. La parte inferior de la «circunferencia» parece un magistral reflejo del cuello blanco de la camisa de la muchacha. Por no haber, no hay ni cadena que la sujete al lóbulo. Vista de cerca es como si una gota estuviera suspendida en el aire de manera casi mágica.

Un color caro y apreciado
El turbante, que por cierto se dice que salió de un baúl de disfraces de casa del pintor, es uno de los elementos esenciales de la obra. El color elegido para esta prenda es el azul de ultramar, un apreciado y caro tinte importado de Asia.

– Mirada enigmática
La mirada es el atractivo principal de esta chica, aunque tal vez es el elemento menos «detallado» de la pintura. Vermeer no pintó cejas ni pestañas y dejó el contorno de los ojos sin definir, en una especie de sfumato digno del mejor Leonardo que otorga un halo de misterio a su mirada. Unos ven melancolía, otros tristeza, pero hay quien incluso ve alegría. De alguna manera es como si existiese casi una joven distinta para cada espectador.

– Maestro de la luz
En definitiva, la obra en conjunto es un juego de luces y sombras sobre un fondo negro que resalta la figura de la mujer. Vermeer moldea la luz con toques de blanco brillante sobre tonos rojos u ocre para crear una gran ilusión que reproduce una luz cálida sobre la mejilla, destellos húmedos en el labio o volumen en el turbante contrastando dos tonalidades azules.
Sin duda por ello mereció en título de maestro de la luz.
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El curioso origen de ‘christmas’, villancico, polvorón y otras palabras con sabor a Navidad…

The Conversation(M.C.Pérez) — Se acerca uno de esos momentos especiales del año: la Navidad. Más allá de las competiciones por ser la ciudad más iluminada del mundo o tener el árbol decorado más alto, y de las incitaciones al consumo por cualquier calle y plataforma, la Navidad cuenta con un vocabulario muy específico que nos puede sorprender.
Navidad es la festividad cristiana que conmemora el nacimiento de Jesucristo, el 25 de diciembre según el calendario gregoriano. La palabra “Navidad” procede del latín nativitas,-atis (nacimiento) a partir de la que se realizó una síncopa, es decir, la desaparición de la sílaba “ti”.
Antes de que los cristianos adoptaran el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesús de Nazaret, los romanos celebraban esa misma noche la fiesta del Sol Invictus, en honor al nacimiento del dios Sol durante el solsticio de invierno.
Las fechas concretas en las que se celebró la primera Navidad varían según las fuentes, pero todas se mueven en un periodo de treinta años a mediados del siglo IV y se considera que el primer banquete de Navidad se celebró en el año 379 en Constantinopla.
A partir de esta fecha comenzó a extenderse por el resto del Imperio romano. Un siglo después ya alcanzó Egipto y con el tiempo se fue uniendo a otras fiestas paganas hasta que el periodo navideño se asentó como una celebración desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero.

– De los ‘christmas’ a los memes
Navidad en inglés es Christmas, palabra que procede del inglés antiguo Cristes maesse. Esta expresión, que se utilizó por primera vez en 1038 y cuya traducción literal al español es “la misa de Cristo”, aludía a la eucaristía que se celebraba la noche del 24 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesucristo.
En español, “christmas” se recoge en el diccionario como anglicismo con el significado de tarjeta de Navidad. A este tipo de evolución semántica lo llamamos “metonimia”, ya que designamos algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa.
Cuando mandábamos correo postal, en aquel pasado lejano previo a la aparición del teléfono inteligente, solíamos adaptar la pronunciación de este concepto y simplificarlo en la voz “crismas”.
Ahora son los soportes tecnológicos los que utilizamos para felicitarnos las fiestas a través de los más sorprendentes “memes”. Esta palabra proviene también del inglés, y fue acuñada en 1976 por el biólogo inglés Richard Dawkins para referirse a un elmento básico de la transmisión cultural, por paralelismo con el gen biológico (de “gene” en inglés a “meme”).
Proviene de la raíz griega “μίμημα” (“mímēma” ‘cosa que se imita’) y se refiere a esas creaciones jocosas que combinan imágenes ya existentes en internet y mensajes de texto con fines caricaturescos.

– ¿Belén, nacimiento, pesebre o portal?
Muchas casas dedican un espacio a un belén. “Belén” (nombre tomado de la localidad palestina donde nació Jesucristo), “nacimiento” (del latín “nascere”, “nacer” y de ahí por alusión al nacimiento de Jesucristo mediante la representación con figuras), “pesebre” (tomado del lugar donde comen las bestias por ser el lugar en el que nació Jesucristo) y “portal” (derivado de “puerta) son las palabras más habituales para referirse a la representación del nacimiento de Jesús que adorna millones de iglesias y hogares. La tradición católica sitúa el primer belén en el siglo XIII, obra de San Francisco de Asís.
En Costa Rica emplean también la voz «pasito”, que se aplica al conjunto de las cinco figuras principales: la Virgen María, san José, el Niño Jesús, la mula y el buey. Se podría sostener que la palabra “pasito” es el diminutivo de la palabra “paso” entendida como la efigie o grupo que representa un suceso, muy presente en la Semana Santa, esta vez vinculado no a la pasión de Jesucristo sino a su nacimiento, al ser también una exposición pública o privada de este.

– Turrón, guirlache y polvorones
No hay Navidad sin dulces y muchos son los conceptos y alimentos que solo utilizamos e ingerimos en estas fechas. Por ejemplo, el turrón, palabra de origen incierto. En otras zonas, como en Nicaragua, el turrón es una “bola de harina de trigo bañado con miel de rapadura”.
El guirlache, un dulce también muy navideño, es una palabra que procede del francés antiguo (grillage: manjar tostado). Tal vez por eso sea mucho más frecuente en zonas próximas a Francia, como es el caso de Aragón.
La palabra “polvorón” procede de pólvora, en su acepción “partículas a que se reduce una cosa sólida”. Un origen muy apropiado si consideramos la explosión que sentimos en la boca al comernos un polvorón e intentar decir, al mismo tiempo, la palabra “Pamplona”.
El origen de la palabra mazapán podría ser árabe: pičmáṭ, palabra árabe proveniente de la raíz griega παξαμάδιον (“paxamádion”: bizcochito), influenciado por las palabras masa y pan.
Otros dulces, procedentes de otros países, ya son habituales en nuestras mesas. Uno de ellos es el panettone, propio de Italia. La palabra panettone es un italianismo crudo, es decir, no se ha adaptado, por lo que deberemos escribirlo en cursiva. Las forma sugeridas para el español serían panetone o panetón.

– Villancicos y regalos
Las canciones más típicas navideñas son los villancicos. Esta palabra procede de “villano”, es decir, el que es de la villa o aldea, frente al noble. Por eso se trata de un tipo de canción popular, del pueblo, de la villa.
¿Y de dónde sale esa “Marimorena” a la que nos referimos en uno de los villancicos más populares? Parece ser que la Marimorena era una mujer de armas tomar; tanto es así que en nuestros modismos tenemos “armarse la Marimorena” como sinónimo de gresca o trifulca. Por eso, la letra el villancico apela a la Marimorena a que esté calmada ese día, porque “es la Nochebuena”.
La Nochebuena debe ser una “noche de paz”, en la que nace el “chiquirritín”, el niño Jesús. “Chiquirritín” es el diminutivo de “chiquitín”, que ya es diminutivo de “chico”. Así se hace más pequeño y tierno al recién nacido.
Además de los Reyes Magos y Papá Noel (siendo esta última una expresión adaptada que viene de Francia, ya que allí la Navidad se dice Noël, de ahí que comenzaran a llamar a Santa Claus “Pere Noël”, ‘el padre de la Navidad’) los regalos navideños los puede traer, en Chile, el “Viejito Pascuero” (ya que allí se habla de Pascua y no de Navidad).
En España también trae los regalos el Apalpador (o Pandigueiro) en Galicia; l’Anguleru en Asturias; las Anjanas y el Esteru en Cantabria; el Olentzero en Navarra y el País Vasco o el Tió de Nadal en Aragón y Cataluña.
No importa quién traiga los regalos ni cuándo, lo importante es que nadie se quede sin ellos, sobre todo sin el de la salud. Feliz Navidad.
nuestras charlas nocturnas.
La leyenda del francotirador que mató a centenares de nazis y su batalla silenciosa con el alemán que enviaron para liquidarlo…

Infobae(A.Amato) — Ahora es fácil encontrarlo. Está sepulto en la colina de honor Mamayev Kurgán, en el cementerio de Volgogrado, la ciudad que fue Stalingrado durante los años de la guerra contra los nazis de Adolf Hitler y que él, Vasili Záitsev, defendió con uñas, dientes y su infalible rifle de francotirador, el más famoso de la Unión Soviética.
Vasili sobrevivió a la guerra rodeado de su fama y sus condecoraciones, murió a los setenta y seis años en Kiev, en la hoy castigada Ucrania, el 15 de diciembre de 1991, pocos días antes de que la URSS que había defendido en los días helados del asedio nazi, desapareciera para siempre arrastrada por el aluvión de la modernidad: un pasado que Vladimir Putin intenta restaurar.
Si lo dejan, tendrá éxito. Vasili fue enterrado primero en Kiev, pero años después se le concedió el sitial de honor de los muertos ilustres en el cementerio de la vieja Stalingrado. Y allí fue enterrado, con sus historias, sus leyendas, su mitología y su heroísmo.
Hoy es fácil encontrarlo, pero durante toda su vida Vasili Záitsev vivió oculto, disimulado, escondido, cubierto, enmascarado, disfrazado, misterioso, invisible, furtivo, anónimo, incógnito, remoto y callado. Le iba la vida en ello. Esas son las condiciones elementales de un francotirador: el que las viola, es hombre muerto.
Como francotirador, Vasili liquidó a una cantidad no muy determinada de enemigos: las cifras oscilan entre doscientos cuarenta y dos y llegan hasta los cuatrocientos. Muchos.
La verdad de su historia hace juego con su personalidad: está oculta, simulada, remota. Fue beneficiario, acaso también víctima, de la propaganda estalinista desatada sobre sus hazañas de guerra y destinada a ensalzar el valor y la pericia de los francotiradores soviéticos en particular y del soldado soviético en general.
Después, sus memorias escritas al final de la guerra, la literatura y en años recientes el cine, agrandaron su leyenda. Vasili es casi un mito griego: es Odiseo que sitia Troya y luego vuelve a casa, no importan cíclopes y sirenas que se entrometan.
Es verdad que fue un combatiente feroz y eficiente, con una lógica de acero que lo mantuvo sano y vivo; es verdad también que fue un maestro de francotiradores, un tipo que no se calló nada, que hizo escuela y que diseñó una estrategia eficaz y desconocida, inaplicada hasta entonces en el andar de esos lobos solitarios que son los francotiradores: anuló la soledad, empezó a trabajar a dúo con otros colegas emboscados, sigilosos y de excepcional puntería.

También es cierto que los alemanes enviaron a uno de sus mejores tiradores silenciosos para que lo liquidara, para terminar con el andar exitoso de Vasili, que mataba cada vez con más eficacia, y que dirigía el cañón de su fusil a la cabeza de oficiales de rango del poderoso VI Ejército del general Friedrich von Paulus que asediaba Stalingrado, como un Odiseo del mal.
Y es cierto también que Vasili liquidó de un certero balazo en la cabeza el enviado alemán y con eso no sólo ganó mayor fama, sino que anuló la estrategia nazi de alzarse con la gloria de haber liquidado el joven héroe soviético para minar así la confianza y los ímpetus de sus camaradas. Todo eso es verdad. Lo que está en el maleable terreno de la épica y la leyenda no es qué pasó, sino cómo pasó. Para eso son los mitos.
Vasili Záitsev nació el 23 de marzo de 1915 en un pueblo, Yeleninka, vecino a los Urales, dos años antes de la llegada de los soviets al poder, en medio de una familia de campesinos. Aprendió a gatear en los bosques y a cazar apenas levantó tres cuartas del suelo: su abuelo le enseñó los misterios del arco y las flechas.
Era un chico tan diestro que, cuando cumplió doce años, el abuelo juntó sus ahorros y le regaló una escopeta. Abuelo y nieto cazaban juntos, esas excursiones no se olvidan nunca, y de a poco, el joven siberiano aprendió un oficio rudo que todavía no sabía de su existencia: la caza de seres humanos.
Vasili contó en sus memorias: “Aprendí a interpretar las huellas de los animales como quien lee un libro; aprendí a buscar las guaridas de lobos y osos, a armar escondites tan bien camuflados que ni mi abuelo podía encontrarme hasta que yo no lo llamaba o me hacía visible”. Esa es la forja de un francotirador.
Las memorias de Vasili, tal vez pasadas al papel con la ayuda de un eficaz escritor del estalinismo, hablan de una pequeña hazaña del muchacho cazador. Su primera presa fue una cabra de monte, una criatura inocente apta sin embargo para guisar en aquel ambiente cerril; la llevó a su guarida y, en plena noche siberiana, ambos fueron acechados por lobos hambrientos que anhelaban hincarle los dientes a uno de los dos, o a los dos.
Vasili mató a un par de lobos de certeros disparos en la cabeza y así fue como paciencia y sigilo se metieron en su piel y empezaron a circular por su torrente sanguíneo.

Como sucede con toda infancia, la de Vasili terminó junto con sus estudios y con sus experiencias como cazador furtivo. En 1930, a los quince años, se graduó en la escuela técnica de construcción de la ciudad de Magnitogorsk como especialista en instalaciones. La caza, los disparos y el camuflaje quedaron en el atril de la niñez.
Los rumores de guerra en 1937, el ascenso imparable de Hitler en Europa y sus ansias inocultables de expansión territorial hacia el Este, lo había puesto por escrito pero pocos lo leyeron o pensaron que podían controlar a aquel monstruo desatado, hicieron que Vasili fuera reclutado en la Flota del Pacífico de la URSS con un cargo muy alejado de los setos, los robles y los lobos: contador jefe del departamento de Finanzas de la flota.
El cargo hacía honor a sus estudios: Vasili se había graduado en la Escuela de Economía Militar. Fue destinado a la Bahía de Preobrazhenie y allí lo sorprendió el estallido de la Segunda Guerra. La Unión Soviética estaba al amparo del conflicto porque había firmado un tratado de paz y amistad con la Alemania nazi, un tratado que rubricaron Joachim von Ribbentrop por Hitler y Viacheslav Molotov por Stalin.
Hitler iba a convertir ese tratado en papel mojado en el verano de 1941: invadió la Unión Soviética ante la perplejidad de Stalin.
Vasili pasó de los libros contables a las trincheras. Y aquí empieza parte del mito. Una de las leyendas dice que Vasili fue voluntario al frente. En cambio, el escritor e historiador Antony Beevor, en su fantástico “Un escritor en guerra – Vasili Grossman en el Ejército Rojo”, afirma otra cosa.
Vasili Grossman fue el gran cronista soviético de la guerra. Después, como no podía ser de otra manera, fue perseguido por Stalin y su obra censurada y ocultada. Murió en 1964 y su mujer logró sacar de la URSS gran parte de sus manuscritos que se editaron en Europa occidental.
Grossman afirma, según Beevor y no hay por qué no creerle, que “un tal Záitsev” había derribado por accidente a un “piloto famoso” de la URSS y que, como castigo, fue enviado al frente, a Stalingrado, como un soldado más. Grossman estaba seguro de que “un tal Záitsev” era Vasili Záitsev.
De nuevo con un fusil al hombro, Vasili hizo en el frente lo que había hecho en los bosques Urales: mató con precisión y exactitud. Parte de la leyenda dice que los alemanes arrasan con una posición soviética, provocan una decena de muertes y lanzan los cuerpos a una fosa.
Entre los cadáveres, vivo, oculto y disimulado, porque eso era lo suyo, se escondió Vasili que horas después, mata sin hacerse notar a tres oficiales nazis. Con esa hazaña en los hombros, pasa de inmediato a la categoría de francotirador.
Grossman está seguro de que Záitsev era un gran tirador, pero sugiere que las bajas que provocó fueron inferiores a las que le adjudican porque, cuando combatió en Stalingrado, las más grandes batallas habían pasado ya.

Eso es difícil de sostener. Stalingrado fue toda una gran batalla y se combatió con desesperación suicida hasta el último día. Vasili debe haber matado a muchos alemanes como para que, desde Berlín, enviaran a un maestro de francotiradores para acabarlo.
Como fuere, Vasili fue miembro del 1047° Regimiento de Fusileros de la 284ª División de Fusileros Tomsk, parte del 62° Ejército que comandaba el teniente general Vasili Chuikov desde el 17 de septiembre de 1942. Los alemanes sitiaron la ciudad el 23 de agosto de 1942 y se rindieron el 2 de febrero de 1943.
Toda la gran sangría que provocó más de un millón de muertos, duró ciento cuarenta y dos días. Vasili llegó al combate a menos de un mes de iniciado el sitio. ¿Cuánto es mucho tiempo, cuánto es poco, cuánto tiempo es suficiente en una guerra?
Las hazañas de Záitsev fueron reflejadas en la prensa del régimen estalinista, eran parte de la propaganda de guerra destinada a mantener en alto el ánimo de la población y de las tropas. Vasili no sólo intentó con éxito honrar su fama, sino que empezó a adiestrar a otros reclutas en el arte espinoso y arriesgado del ocultamiento y el disparo de precisión.
Entre sus mejores alumnos estuvieron Víctor Medvedev, Anatoli Chéjov y Tania Chernova. Los tres sembraron el terror entre los nazis que empezaron a temer alzar la cabeza de trincheras y ruinas, porque morían de inmediato. Las fuentes, tal vez engolosinadas por la propaganda, afirman que los veintiocho tiradores formados por Záitsev, liquidaron a más de tres mil enemigos.
Cuando la cuenta de matados por Vasili llegó a cien, lo condecoraron con la Orden de Lenin, un reconocimiento que, lejos de aplacarlo, renovó su entusiasmo.

Un párrafo aparte para Stalingrado, que se alzaba en una zona de acceso al petróleo que los nazis consideraban vital para su esfuerzo de guerra. Stalingrado era la obsesión de Hitler, una de sus dos obsesiones. La otra era Leningrado, a la que sitió por hambre. Si hubo una tercera obsesión, fue Moscú, a la que jamás llegó el ejército alemán, sólo arañó algunos suburbios.
Pero Leningrado llevaba a Lenin en su nombre. Y Stalingrado a Stalin: rendirlas era más que una victoria militar. Por lo mismo, los soviéticos defendieron esas dos ciudades símbolos con un empecinamiento que llevó a Stalin a firmar la Orden 227, que obligaba a sus comandantes a impedir la retirada de sus hombres… de cualquier modo.
Autorizó también a los jefes militares a fusilar a todo soldado soviético que intentara retroceder.
La ciudad era un estirado lagarto de veinticuatro kilómetros de largo sobre el Volga y unos diez kilómetros de ancho extendidos hacia el oeste, el lado más poblado, el más útil, el más rico, el más cuidado. El lado este del Volga estaba olvidado. No existían puentes que unieran una y otra orilla, conectadas por un servicio de lanchas y barcazas.
Los bombarderos nazis destruyeron el lado más poblado de la ciudad y su rica zona industrial: redujeron la ciudad a escombros para dominarla. Los soviéticos hicieron de la desgracia una virtud. Usaron esos escombros para apostar a sus tiradores y hacer la conquista de la ciudad muy difícil, si no imposible, al ejército enemigo.
Hubo en las tropas de von Paulus algo de insolencia, de inmodestia, tal vez, de soberbia incluso: la destrucción total, esta vez, no conduciría a la victoria. Otro detalle insignificante: para infundir más terror en la Europa ocupada, las botas, el calzado en general de las tropas alemanas, en especial el de las SS, llevaban la suelas tachonadas de clavos.
Se oía venir a los nazis. Pero en la nieve y el hielo rusos, esas suelas metalizadas favorecieron el veloz congelamiento de los pies de los invasores. La arrogancia nunca es buena consejera, menos en una guerra.
Por esos días de hielo y nieve, tal vez en noviembre de 1942, Vasili supo que los nazis habían enviado a un experto a matarlo. Lo relató en su libro, “Memorias de un francotirador en Stalingrado”, una obra que, bueno es anticiparlo, Beevor califica de exagerada y de “hinchada hasta el cansancio” por los altos mandos del Comité Central del Partido Comunista.
Todo empezó, relató Vasili, una noche en la que sus hombres capturaron a un soldado alemán que confesó que la Wehrmacht había enviado a un tirador experto para liquidar “al gran conejo ruso”. Conejo o liebre, según la traducción, es el significado del apellido de Vasili, Záitsev.
La alusión del prisionero revelaba que los nazis sabían, siempre según las memorias de Vasili, quién era el francotirador al que buscaban. No hacía falta mucha astucia: los datos figuraban en la prensa soviética.

¿Quién era el tirador alemán? Para Vasili era el mayor Erwin Konig, o Konings, tal vez director de la escuela de francotiradores de la Wehrmacht. Relató Vasili en sus memorias: “La noticia me inquietó. Yo estaba tendido, extenuado, y para un francotirador no hay peor enemigo que la fatiga. Un francotirador cansado actúa con apuro, pierde precisión. Konig tenía que ser un zorro astuto.
Los alemanes no eran precisamente unos aficionados, y además, para llegar a director de la escuela de francotiradores, Herr Konig tenía que haber competido con éxito contra los mejores tiradores”. Más adelante, reveló cómo había decidido enfrentarlo: “Cada francotirador tiene sus tácticas y sus técnicas, sus ideas y sus ingenuidades.
Pero todos, principiantes y veteranos, deben recordar siempre que frente a ellos aguarda un tirador maduro, resuelto, perspicaz y certero. Hay que ser más inteligente que él, atraerlo y, así, confinarlo a un solo punto. ¿Cómo? Es preciso distraerlo, confundir su atención, cambiar de rumbo, exasperarlo con movimientos engañosos y agotarlo hasta que no pueda concentrarse”.
Konig hizo de las suyas hasta enfrentarse con Záitsev. Voló la mira telescópica de uno de los mejores hombres de Vasili e hirió a otro sin que nadie hubiera podido descubrir por donde venían los tiros. Para saberlo, Vasili fue hasta la zona donde habían sido vencidos sus dos camaradas junto a otro de sus mejores alumnos, Nikolai Kúlikov.
Trabajar de a dos era el mayor aporte táctico que Vasili había hecho a su trabajo de cazador solitario, que había dejado de serlo. Consistía en que dos francotiradores marcharan juntos, uno como observador con habilidad para disparar, para cubrir una zona desde diferentes ángulos. Los hombres de Vasili, tres grupos de dos, eran conocidos como “Los seises”.
Záitsev y Kúlikov llegaron así a las ruinas de lo que había sido un orgullo de Stalingrado, la fábrica de tractores y cañones “Octubre Rojo”, en referencia clara a la Revolución Rusa, que se había alzado, ahora era todo desechos, cerca de un vital nudo ferroviario que unía a Moscú con el Mar Negro.
La fábrica había funcionado al pie de la colina de Mamyaev Kurgán, donde hoy está el cementerio que guarda los restos de Záitsev. En sus memorias, Vasili escribió: “El día estaba terminando. De repente, apareció un casco que se movía despacio por la trinchera. ¿Debíamos disparar?
No, era una trampa: la inclinación del casco era muy poco natural. El francotirador esperaba a que yo me delatase. De modo que permanecimos inmóviles hasta la noche”.

Las horas que siguieron fueron de total quietud para los tiradores soviéticos y también para el alemán, que podía intuir donde estaban sus adversarios, mientras que ellos no pudieron saber dónde estaba su enemigo. Se retiraron sin saberlo. El juego de gatos y ratones siguió por dos días hasta que, el tercero, un comisario político llegó con la novedad: había descubierto desde la retaguardia el lugar exacto del tirador alemán.
Cuando se levantó para señalarlo, un balazo lo hirió de gravedad. Vasili recordó haber pensado: “Sólo un francotirador de élite era capaz de hacer un disparo como ese; sólo un especialista podía haber disparado con semejante rapidez y precisión”.
Záitsev intuyó que el alemán podía estar escondido detrás de una pila de ladrillos y debajo de una chapa, un sitio que había pasado inadvertido hasta entonces. Para probar la certeza de su pálpito, Kúlikov alzó por encima del escondite soviético y atado a un palo, un grueso guante de invierno. Sonó un disparo. “Ahí tenemos a nuestra serpiente”, recordó haber pensado Vasili.
La cacería debió esperar. Se apagaba la tarde y, con la noche, recrudecían los bombardeos de la fuerza aérea alemana. La pareja rusa decidió que la mañana siguiente tampoco sería la del ataque porque la inclinación del sol podía hacer brillar las miras telescópicas de sus fusiles. Decidieron, sin embargo, entretener al enemigo: ni bien amaneció, Kúlikov disparó una bala loca, a ciegas, “para despertar el interés de nuestro oponente”, dijo Vasili en sus memorias.
El final del juego esperó hasta pasado el mediodía, cuando la verticalidad de los rayos de sol impedía todo reflejo en el metal de los rifles, “mientras caían a pleno sobre la posición de nuestro rival”. De pronto, algo brilló en el borde de la plancha de hierro, fue un instante, un brillo leve, apenas perceptible: era Konig, era su fusil. Vasili Záitsev relató el desenlace en sus memorias: “Kúlikov se quitó el casco y lo levantó despacio, con una finta que solo un tirador experto era capaz de ejecutar.
El enemigo disparó. Kúlikov se puso en pie, gritó y fingió desplomarse”. El alemán alzó la cabeza apenas por encima de la plancha de hierro para corroborar si le había dado a su enemigo, al que debía imaginar solitario, como él. “Apreté el gatillo y la cabeza del nazi desapareció . La mira de su rifle estaba inmóvil y seguía soltando destellos bajo la luz del sol. La tensión de la caza se había roto. Kúlikov se dio la vuelta en el suelo de la trinchera y prorrumpió en una carcajada histérica”.
En la noche, Záitsev y Kúlikov llegaron a la posición que había ocupado Konig, revisaron su cadáver y entregaron toda la documentación que hallaron a su comando, como prueba de su éxito.

Hasta aquí, la historia oficial contada por su protagonista y avalada por el estalinismo. Según otra de sus grandes obras, “Stalingrado”, Anthony Beevor afirma que el nombre de Erwin Konig, no es otra cosa que un nombre ficticio inventado por los medios de la época que contaron la hazaña soviética.
El nombre real del alemán sería Heinz Thorvald, jefe de una de las escuelas de francotiradores del ejército alemán. Konig, Konig o Thorvald, la mira telescópica de su fusil, que fue el trofeo más preciado de Vasili, se exhibe hoy en el Museo de las Fuerzas Armadas de Moscú.
Para mayor confusión, todas contribuyen al mito, no hay mención alguna de este duelo en los informes militares soviéticos, incluidos los de Alexsandr Scherbakov, historiador y director de la Oficina de Información Soviética, que registró con minuciosa exactitud al actividad de los francotiradores. Si hubo alguna omisión a corregir, Scherbakov no pudo hacerla. Murió de un ataque al corazón el 10 de mayo de 1945, dos días después de la victoria rusa en Europa. Tenía cuarenta y cuatro años.
Más confusión, más trabas para que Odiseo tarde mucho en regresar a Ítaca: David Webb, autor de “The Gretest Snipers Ever – Los más grandes francotiradores”, sostiene que los nazis destruyeron todos los registros de Erwin Konig, para borrar la humillación de la derrota a manos de un tirador eslavo, etnia a la que los nazis consideraban inferior.
También existe la teoría que afirma que fue Thorvald quien eligió el nombre de Erwin Konig para evitar que su apellido real fuese usado por la propaganda soviética si él caía en combate.
Vasili Záitsev no fue el tirador que más alemanes mató durante la guerra. El que más bajas causó fue Iván Sidorenko, a quien le reconocen quinientas muertes. Vasili fue el más famoso y el secreto de su fama es Stalingrado: al término de esa batalla, después de la rendición del VI Ejército de von Paulus, la Segunda Guerra en el frente oriental se dio vuelta: los nazis iniciaron la retirada hacia Berlín y los rusos empezaron a perseguirlos.
Beevor sostiene: “Para el 62° Ejército, el taciturno Záitsev, un pastor de las laderas de los Urales, representaba mucho más que un héroe deportivo. Las noticias sobre sus logros pasaban de boca en boca por todo el frente”.

Beevor es también un poco implacable: afirma que el duelo entre los dos francotiradores fue un invento de Stalin.
Sin embargo, no puede menos que rendirse ante una tenue evidencia.
En su libro “Un escritor en guerra…” cita a Vasili Grossman que refiere un duelo entre Vasili Záitsev y otro tirador de élite enemigo, que apenas duró pocos minutos.
En palabras de Grossman, el alemán se levantó de su posición al ver una trinchera soviética vacía y Záitsev le voló la cabeza.
Eso cautivaba a Vasili. Escribió en sus memorias: “Me gustaba ser francotirador y gozar de licencia para elegir a mi presa. A cada disparo era como si pudiera oír la bala atravesando el cráneo del enemigo, aunque estuviera a seiscientos metros. A veces, los nazis miraban en mi dirección, como si pudieran verme, sin tener la menor idea de que les quedaban unos pocos segundos de vida”.
Realidad, mito, leyenda, propaganda, Vasili llegó al cine de la mano del actor Jude Law, junto a Ed Harris como Konig en “Enemigo al acecho”, una película dirigida por Jean-Jacques Arnaud que es una versión libre de la novela de William Craig.
Más allá de novelas y películas, cuando Stalingrado fue liberado el francotirador fue condecorado como Héroe de la Unión Soviética y recibió, entre otras medallas, dos órdenes de Lenin y dos órdenes de la Bandera Roja. En enero de 1943, Vasili fue herido por una granada de fragmentación y perdió parte de la visión, que era otro de sus tesoros más preciados.
La recuperó en Moscú gracias al profesor Vladimir Filatov, el mejor oftalmólogo de la URSS. Vasili volvió al frente y terminó la guerra en las colinas de Seelow, Alemania, como capitán del ejército. Ese mismo año se afilió al Partido Comunista. Además de sus memorias, escribió dos valiosos manuales sobre el arte del francotirador.
En la posguerra, Vasili Záitsev se quedó a vivir en Ucrania y trabajó como ejecutivo de la industria textil. Vio desintegrarse a la URSS y murió el 15 de diciembre de 1991, días antes de que la roja bandera con la hoz y el martillo fuese arriada por última vez en el mástil del Kremlin.
Su deseo final fue que lo enterraran en la ciudad que ahora era Volgogrado pero que en su piel sería siempre Stalingrado. Tuvo que esperar. De haber estado vivo, le hubiese importado nada: la paciencia era una de sus más grandes virtudes.
Recién en 2006 sus restos fueron llevados a Volgogrado y enterrados, en una ceremonia con un esplendor que habría hecho sonrojar al tímido francotirador, en una colina del cementerio de Mamayev Kurgán, no muy lejos de la histórica fábrica de tractores y cañones “Octubre Rojo” y ligeramente por encima de donde yacen para siempre treinta y cinco mil defensores de la ciudad.
Así fue como Vasili volvió a estar entre los suyos.
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Camille Claudel

HA!(M.C.Santos/L.Poveda) — Camille Claudel (Francia 1864/1943), siempre a la sombra de su mentor y amante Auguste Rodin.
Sin embargo, su talento fue equivalente, e incluso hay quien afirma que la escultora ayudó a dar forma a algunas de las grandes obras del maestro (por no decir que éste las robó directamente).
Lo que es seguro es que si Claudel hubiera nacido hombre, su reconocimiento hubiera sido otro.
Camille Claudel nació escultora.
Desde muy pequeña disfrutaba moldeando el barro y ya se veía su capacidad para reflejar en ese material los rostros de sus seres queridos.
Un juego que duró al hacerse mayor y que no gustó en absoluto a su familia, que la veían como una futura esposa, madre y «artista del hogar».
Con 17 años fue admitida en una Academia de Arte parisina y de pronto, Auguste Rodin se percató del talento artístico de la joven, entrando en su vida como un terremoto. De alumna del ya legendario escultor pasaría a convertirse en su musa, y de ahí a amante.
El talento de Claudel era evidente, pero la envidia y el machismo de la época hicieron que fuera objeto de comentarios desafortunados que ponían en duda su capacidad artística.
La sombra de Rodin era demasiado larga y la artista empezó a tener una relación de amor/odio. Amaba al maestro con toda su alma, pero también lo odiaba por recibir él todo el reconocimiento público, constantes encargos y alabanzas. Ella era su simple alumna y amante.
Claudel finalmente abandonó a Rodin (que no pensaba dejar a su esposa) y acabaría enloqueciendo… O eso dicen. Recientes biografías hablan de manipulaciones y maltratos por parte de su entorno, e incluso fue obligada a entrar en un sórdido psiquiátrico con el diagnóstico oficial de «manía persecutoria y delirios de grandeza».
En total, 30 años de injusta reclusión en un sórdido lugar en el que se le negaron las visitas y en el que murió sin realizar una sola obra.
Aún así, la escultora dejó una obra de apabullante talento. Su naturalismo tenía rasgos de impresionismo y simbolismo, buscando siempre la emoción que se traduce en un exquisito dramatismo gracias a un perfecto dominio de las técnicas y a su enorme sensibilidad.
Gracias a ella, se demostró que es posible esculpir la emoción.

Camille Claudel es un ejemplo trágico de lo que significa nacer en el momento equivocado. La sociedad de fin de siglo de Francia, cerrada y misógina, no veía con buenos ojos a una mujer escultora, esto simplemente era una desviación.
En 1886, Camille esculpía L’Homme penché, una obra de gran plasticidad dónde no sólo plasmaba su gran dominio de la anatomía y la técnica escultórica, sino que además deslumbraba por su belleza plástica y expresividad.
La emotividad que desprende la obra es conmovedora, con el uso de la contorsión y la postura forzada, Camille Claudel conseguía transmitir en un solo personaje lo que pocos artistas del momento: la fuerza del cuerpo y la sensibilidad de la fragilidad emocional.
Pensemos que el ejercicio de la escultura suponía un enorme esfuerzo físico, era un oficio sucio, que requería destreza y vitalidad, todos atributos de la masculinidad. Fue por ello que la tragedia, la presión social y la traición marcaron a Camille Claudel, al punto de generarle graves crisis nerviosas que fueron empeorando día a día.
Una tarde, con una orden de la propia familia Claudel, irrumpen en su taller unos enfermeros para llevarla contra su voluntad al centro psiquiátrico donde permanecerá encerrada por el resto de sus días.
Por aquel entonces, en Francia se ejercían las peores prácticas psiquiátricas. Camille Claudel no podía tener razón en defender que era una gran escultora y que se le había ninguneado. Su talento y su destreza no eran normales para una mujer de su época y por ello su diagnóstico fue «una sistemática manía persecutoria acompañada de delirios de grandeza».
Lúcida y desesperada, Camille escribió numerosas cartas, pidiendo que le sacaran de allí. Pero pese a sus quejas desgarradoras y a la opinión de los médicos que con el tiempo empezaron a considerar poco necesario mantenerla encerrada, la familia Claudel nunca accedió a sus ruegos, Camille nunca pudo volver a esculpir.
Entre 1940 y 1945, los centros psiquiátricos públicos dependientes del gobierno colaboracionista de Vichy bajo el mando del mariscal Pétain, dejaron morir de hambre a unas 45.000 personas. Camille Claudel fue una de estas víctimas.
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¿Cuál es el origen de los Belenes o Pesebres?…

Psicología y Mente(S.R.Comas) — En los países de tradición católica, el belén o pesebre es parte indispensable de la Navidad. Su tradición va mucho más allá de la fe, puesto que es un auténtico símbolo de las fiestas, de la misma forma que el árbol de Navidad o las luces de las calles.
La historia de los belenes o pesebres (como se les llama en lugares como Cataluña o Italia) hunde sus raíces en la bruma del tiempo. Cuenta la leyenda que fue San Francisco de Asís quien, en un lejano 1223, montó el primer belén de la historia. Por otro lado, en España parece ser que fue el mismísimo rey Carlos III, junto con su esposa la reina Amalia, quienes popularizaron esta tradición que, con los años, fue llegando a todos los hogares hispanos.
Si te interesa saber cuál es el origen de los belenes o pesebres, sigue leyendo. Hoy te contamos de dónde surgió esta tradición navideña tan popular.
– El origen de los belenes: ¿fue San Francisco el primer belenista?
El belén o pesebre (presepio en italiano) que montó San Francisco de Asís en la pequeña localidad de Greccio es el primero en estar documentado. Sin embargo, ello no quiere decir que esta costumbre no se viniera dando desde hacía tiempo.
Al parecer, el santo pretendía estimular la fe de los habitantes del pueblo, por lo que, la noche de Navidad, situó a varios personajes en una cueva cercana para que representaran la Natividad de Cristo.
En este caso, la Sagrada Familia y los pastores eran personas reales (al modo de los actuales pesebres vivientes), mientras que el Niño Jesús estaba interpretado por un muñeco de trapo, para evitar que el bebé pasara frío durante la representación. El buey y la mula, por otro lado, corrieron a cargo de un noble de los alrededores, que ofreció a los animales y paja para la cueva.
.Reminiscencias del teatro sacro medieval

Sin embargo, mucho antes de que San Francisco de Asís incentivara la fe navideña mediante un belén a tamaño natural, en las plazas y las iglesias de ciudades y pueblos se celebraba el teatro litúrgico, que tenía como argumento pasajes de la Biblia.
Y, mucho más atrás en el tiempo (en concreto, entre los años 432 y 440 d.C.), el papa Sixto III trajo a Roma, desde Tierra Santa, supuestos fragmentos de la cuna del Niño Jesús.
Estas reliquias se guardaron en la iglesia de Santa María del Praesepe (Santa María del Pesebre), la actual Basílica de Santa María la Mayor.
En otras palabras: el nacimiento de Cristo estaba muy presente en los primeros siglos de la Edad Media y, aunque el belén no se materializó hasta bien entrado el siglo XIII, existen testimonios que cuentan que, durante la vigilia de Navidad, en las iglesias se realizaban representaciones teatrales que escenificaban el nacimiento de Jesús y la adoración de pastores y Magos.
En concreto, las piezas que se dedicaban al nacimiento del Niño se conocían como Officium pastorum y Ordo Stellae, y se centraban, respectivamente, en la adoración de los pastores y la Epifanía.
El conocido Auto de los Reyes Magos, escrito en castellano en el siglo XIII, es el Ordo Stellae medieval más antiguo que se conserva en lengua romance; se cree que se representaba en la Catedral de Toledo el día de Navidad.
.Se prohíben los “belenes”
A principios del siglo XIII, estas representaciones, en un principio religiosas y concebidas para exaltar la fe, se habían convertido en una auténtica fiesta donde no faltaba el ruido, el vino y el exceso. Además, los protagonistas originales, extraídos de la Biblia, se habían empezado a mezclar con personajes de gusto popular, perfectamente reconocibles por las gentes de aquel tiempo. En las representaciones no faltaban los alfareros, los pescadores, los cerveceros o los campesinos, entre muchos otros.
Repugnado por lo que consideraba una “vulgaridad”, el papa Inocencio III prohibió este tipo de representaciones en 1207. De hecho, para poder llevar a cabo su famosa representación en la cueva de Greccio, San Francisco tuvo que pedir una bula a su sucesor, el papa Honorio III.
El “primer belén” del santo tuvo un grandísimo impacto en la sociedad medieval, y su popularidad fue espoleada por la orden franciscana, la principal impulsora del belén como manifestación navideña.
Así, la prohibición papal no tuvo efecto alguno. La antiquísima tradición de representar el nacimiento de Jesús siguió calando hondo en las gentes y, poco a poco, el pesebre fue expandiéndose.
En el siglo XIV, al parecer, era bastante usual encontrar representaciones en catedrales e iglesias, pues tenemos un documento fechado en Valencia en esa época en el que los canónigos de la catedral se quejan de que su belén se había “estropeado”.

.De actores a figurillas: nace el belén moderno
A juzgar por la expresión, debemos pensar que el belén de la catedral de Valencia estaba ya formado por figurillas y no por actores. De hecho, el belén más antiguo formado por personajes de barro o cartón lo encontramos en Cracovia; este extraordinario testigo histórico data nada menos que del siglo XIII.
De todas formas, el gran siglo del belén es el XVIII. Ya en el siglo anterior, la tradición había entrado en las casas nobles, que competían para ver quién poseía el pesebre más hermoso. Pronto, las clases populares quisieron imitarlos, y por toda la geografía católica empezaron a aparecer mercadillos navideños donde se vendían humildes figuras de barro pintadas a mano que hacían las delicias de niños y adultos.
Una de las ferias de belenes cuyo origen data de esta época es la famosa Fira de Santa Llúcia, que arrancaba cada año el 13 de diciembre en el claustro de la Catedral de Barcelona y sus calles aledañas.
En el siglo XIX, el belén ya forma parte del imaginario colectivo navideño. La fabricación de las figuras cada vez se simplifica más: se producen en serie y existen diversas versiones al alcance de todos los bolsillos.
Los paisajes, que primero no existían (para no quitar protagonismo a las figuras), se convirtieron más tarde en expresiones costumbristas, y cada lugar plasmaba en su pesebre la geografía de su tierra.
Con el auge de la arqueología (especialmente, tras el descubrimiento de Pompeya y Herculano y el reencuentro con Egipto en el siglo XVIII), se empezaron a diseñar paisajes más historicistas, que recuperaban el gusto por el orientalismo.
.Amalia de Sajonia, la reina encandilada con los belenes

Pero si existe un personaje que (al menos en ámbito hispano) haya hecho mucho por la popularización del belén es el rey Carlos III, que trajo de su Nápoles amada (de donde había sido rey antes de serlo de España) la tradición del belén napolitano. Sin embargo, a pesar de que el monarca tiene fama de ser el impulsor de esta tradición en tierras hispánicas, fue en realidad su esposa, la reina Amalia de Sajonia, la auténtica enamorada de los pesebres y su principal valedora.
La pasión de la reina era tal que en una de las estancias del Palacio Real de Madrid mandaron instalar el conocido como Belén del Príncipe, que todavía hoy se puede visitar. Se trata de un hermoso belén napolitano que fue ejecutado por José Esteve Bonet, José Ginés Marín y el famosísimo artista murciano Francisco Salzillo (1707-1783), uno de los grandes artífices de los belenes en España. De hecho, en el Museo Salzillo de Murcia podemos ver una de sus creaciones, el denominado Belén de Salzillo, que presenta, majestuoso, los colores vivos y la expresión genuina del siglo XVIII.
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El asesino de Adán y Eva…

JotDown(M.deLorenzo) — El ser humano solo conoce aquello que puede nombrar. Y de la misma forma, solo puede nombrar aquello que conoce. No podemos referirnos a lo que desconocemos porque, sencillamente, no sabemos que existe. No hay palabras que designen aquello de cuya existencia no tenemos constancia.
La utopía de conocer todas las palabras posibles —palabras que no existen y que probablemente no existirán jamás—, de ser capaces de nombrarlo todo, implicaría haber descodificado la realidad hasta en el más remoto de sus enigmas. El ser humano siempre ha entendido su mundo tal y como lo veía, hasta que descubría que lo conocido tan solo era una parte más de ese mundo, o que este no era exactamente como lo veía. A lo largo de la historia, algunas personas nos han brindado más palabras.
Han sido capaces de ver lo que nadie más veía y ofrecernos términos, fórmulas matemáticas, teorías físicas. Explicaciones, al fin y al cabo, que desenmarañaban la realidad y contestaban a algunas de las grandes cuestiones que siempre nos habíamos formulado o que, directamente, no nos habíamos formulado jamás.
El De Revolutionibus Orbium Coelestium de Nicolás Copérnico, la teoría de la relatividad general y la de la relatividad especial de Albert Einstein o los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Isaac Newton constituyeron algunas de esas ventanas a una realidad más nítida y comprensible.
Sus autores vieron el mundo con más claridad que nadie y contribuyeron a desenredar una pequeña porción más de un universo cada vez menos laberíntico. Debemos a sus obras el desciframiento del mundo que conocemos, y entre ellas ocupa un lugar de privilegio uno de los tratados más brillantes de la historia de la ciencia: El origen de las especies de Charles Darwin.
Darwin inició su viaje en el HMS Beagle el 27 de diciembre de 1831 y, como él mismo escribiría poco antes de morir, fue con mucho el acontecimiento más importante de su vida. Los cinco años que duró la travesía alrededor del mundo son un ejemplo perfecto de dos de las constantes que marcaron la vida del naturalista inglés.
Las primeras ideas sobre la evolución de las especies comenzaron a forjarse en la mente del joven Charles durante esta expedición, pero el temor a la reacción del capitán FitzRoy, con quien tendría que compartir camarote hasta su regreso a Inglaterra y quien veía en el viaje una inmejorable oportunidad para encontrar pruebas a favor de la Biblia y evidencias del diluvio universal, hizo que en ningún momento tratase de imponer su criterio y aceptase sin más su cometido, como tantas otras veces hizo a lo largo de su vida.
De igual forma, la oposición del capitán a cualquier idea contraria a los dogmas religiosos refleja con exactitud la gran batalla que Darwin habría de librar hasta el fin de sus días.
Ese sometimiento e inseguridad en sus pasos, unidos a la certeza de que sus ideas, a pesar de arrojar luz sobre lo desconocido, quebraban algunos de los principios fundamentales sobre los que se apoyaba el conocimiento desde hacía siglos, constituyen la clave para entender la figura de uno de los grandes genios de la humanidad.

– El mundo antes del Beagle
Tal vez, la primera ocasión en la que esa personalidad sumisa se manifiesta claramente fue en 1825, cuando a pesar de no tener ningún interés por la medicina, Charles se inscribe en la Universidad de Edimburgo dispuesto a satisfacer los deseos de su padre, el doctor Robert Darwin.
Desde niño, su atención se había centrado únicamente en las plantas, los árboles y los animales que se encontraban en los alrededores de The Mount, la casa familiar en la que Darwin nació el 12 de febrero de 1809, en la localidad de Shrewsbury. Tanto le habían atraído siempre, que en su Autobiografía figura la notable frase «Nací naturalista».
Durante los años en los que acudió a la escuela, de talante netamente religioso, su pasión por coleccionar insectos y flores derivó en unos resultados académicos tan pobres que en 1818 —un año después de fallecer su madre— su padre lo matriculó en el internado del doctor Samuel Butler advirtiéndole de que sería la vergüenza de la familia si no se centraba en sus estudios.
Sin embargo, Charles solía pasar parte de sus vacaciones en Maer Hall, el hogar de su tío Josiah Wedgwood, quien no solo comprendía las aficiones de su sobrino sino que le aconsejaba y le animaba a seguir su vocación. Siete años después, el progreso estudiantil del joven Darwin había sido tan escaso como las esperanzas de su padre en que se convirtiese en un hombre de provecho, y tal vez por eso aceptó cursar estudios de Medicina en Edimburgo, como su hermano.
No hay que olvidar, en cualquier caso, que la posibilidad de asistir a clases de Geología, Zoología y Botánica no dejaba de ser un aliciente para un adolescente aspirante a biólogo.
Como era de esperar, el intento de hacer de Charles un médico reputado como su padre fue un absoluto fracaso. No mostraba interés alguno por las asignaturas propias de su carrera, salvo en el caso de las clases de Química, se mareaba al ver sangre y era incapaz de aguantar las sesiones de disección —de lo que se arrepentiría más adelante—.
Después de dos años estériles, el doctor Robert Darwin propuso a su hijo la carrera eclesiástica como único modo de enderezar su vida, y en un nuevo ejemplo de obediencia sin reservas, el joven ingresó en el Christ’s College de la Universidad de Cambridge en octubre de 1827. Tenía dieciocho años.
El programa de estudios de la nueva carrera de Darwin se basaba fundamentalmente en disciplinas teológicas y asignaturas básicas como Latín, Griego o Historia. De nuevo, su interés por las ciencias naturales se acercaba poco o nada a su aburrida formación como clérigo, sin embargo no sería ésta una etapa inútil desde el punto de vista intelectual.
A pesar de que Charles había sido educado en la religión y jamás había puesto en duda los dogmas contenidos en la Biblia, el año previo al inicio de sus estudios en el Christ’s College, el doctor Robert Edmund Grant había despertado su interés por las ideas de Jean-Baptiste Lamarck, autor de una primera teoría de la evolución basada en el perfeccionamiento de órganos y especies —alejada, por tanto, de la precisión y veracidad de las ideas darwinianas—, y el propio Charles había comenzado a encontrar cierta fascinación en otras tesis evolutivas similares como las de los naturalistas del siglo XVIII Buffon y Erasmus Darwin, su abuelo.
Fue por este motivo por el que, al llegar a Cambridge, Darwin se puso en contacto con quien terminaría siendo su gran amigo y confidente, el profesor de Botánica John Stevens Henslow, quien solía organizar en su casa reuniones sobre ciencias naturales a las que asistían alumnos y profesores, en las que Charles entabló amistad con el geólogo Adam Sedgwick, seguidor de la escuela catastrofista de Georges Cuvier —que proponía una serie de cataclismos y sucesivas creaciones como explicación hipotética de la Tierra—.
Poco a poco, y gracias a la ayuda de científicos de la talla de Henslow y Sedgwick, la mentalidad científica de Darwin comenzaba a imponerse.

Una vez hubo aprobado los exámenes finales de su carrera en 1831, un ya adulto Darwin comenzó a dedicar tiempo a sus lecturas favoritas —entre las que se encontraban los relatos de los viajes de Alexander von Humboldt, que llamarían poderosamente su atención sobre los trópicos y serían determinantes en su decisión de enrolarse en el Beagle—.
Además, invitó a pasar unos días en The Mount a Adam Sedgwick, con quien también estuvo algunas semanas en el país de Gales realizando mapas geológicos de la zona.
A su regreso a casa, Charles se encontró con una carta de Henslow en la que se hallaba una segunda carta remitida por George Peacock, encargado de designar a los naturalistas que debían ocuparse de las labores de estudio y análisis a bordo de los diferentes barcos que la Corona inglesa enviaba alrededor del mundo. Peacock, por recomendación del propio Henslow, había propuesto a Charles Darwin como naturalista del HMS Beagle.
De nuevo, el carácter inseguro y manejable de Charles volvería a ser clave. A pesar de conocer los pasos correctos, prefería evitar el enfrentamiento y plegarse una vez más a la voluntad de la autoridad correspondiente. Su padre no estaba dispuesto a que la carrera eclesiástica, a la que su hijo había entregado cuatro años, se disipase ante la posibilidad de iniciar una aventura para la que, en su opinión, no estaba capacitado.
Darwin se fue convenciendo de que no estaba lo suficientemente formado como naturalista y de que carecía de las más elementales nociones de navegación. Finalmente, escribió a Henslow rechazando la oferta y se marchó a descansar a Maer Hall. El viaje en el Beagle, la formación de su mente, toda la teoría de la evolución que el naturalista desarrollaría años después no habría sido nada si de la personalidad sumisa de Charles Darwin hubiese dependido.
Por fortuna, su tío Jos decidió intervenir y terminó convenciendo al doctor Robert Darwin de la inigualable oportunidad que se le estaba brindando a su hijo.
Rápidamente, Charles envió una carta a Henslow aceptando el puesto, pero se encontró con la desgraciada noticia de que otro candidato estaba siendo examinado y que la decisión final correría a cargo del capitán Robert FitzRoy, quien había manifestado que elegiría al que mejor le cayese de ambos —lo cual resulta francamente comprensible, teniendo en cuenta que el aspirante elegido tendría que compartir con él un pequeño camarote durante cinco largos años—.
Tras una entrevista agradable y cordial, FitzRoy designó a Darwin como su acompañante a bordo del Beagle. Décadas más tarde, cuando la vida del científico tocaba a su fin, este escribió cómo el capitán le había confesado posteriormente que había estado a punto de descartarlo para la expedición debido a la forma de su nariz.
FitzRoy era un apasionado de Johann Caspar Lavater, autor de El arte de conocer a los hombres por la fisionomía, y consideraba que la nariz de Darwin revelaba su escasa energía y determinación. Afortunadamente para Charles, su nariz mentía.
– El viaje en el Beagle

Con la misión de elaborar mapas de las costas meridionales de América del Sur y regresar a Inglaterra cruzando los océanos Pacífico e Índico, el Beagle zarpó del puerto de Plymouth el 27 de diciembre de 1831, tras dos intentos fallidos debido a los fuertes vientos contrarios.
Desde el primer día y durante todo el viaje, Darwin sufrió molestos mareos que hacían muy incómoda la vida en el barco, a pesar de lo cual no tardó en adaptarse a ella.
En una de las cartas que escribió a su padre, decía: «Pienso que si no fuera por los mareos, todo el mundo se haría marinero».
La tripulación del bergantín, que no entendía las tareas de Charles consistentes en coleccionar y clasificar animales marinos e insectos, pero que sentía simpatía por el joven, le apodó «el cazamoscas».
Este tomaba apuntes de todo cuanto sucedía a bordo y de los estudios que iba realizando, redactando así su diario personal del viaje, la primera de sus obras importantes.
Asimismo, remitía cartas a Inglaterra desde los diferentes puertos a los que llegaba, enviando colecciones y conclusiones a Henslow, quien solía leerlas en la Philosophical Society de Cambridge ante la admiración de los presentes.
Charles, que antes de embarcar había leído la Introducción a las ciencias naturales de John Herschel así como otras importantes obras científicas, y se había llevado consigo el primer volumen de los Principios de geología de Charles Lyell, recibió las dos últimas partes de esta obra en Montevideo y Valparaíso en sendos envíos de Henslow, constituyendo un material que él mismo consideraría fundamental para su trabajo.
Realizó análisis geológicos, paleontológicos, zoológicos y botánicos allá en donde pisaba, y formó verdaderas colecciones completas de peces, aves, reptiles, rocas y plantas que llegaron a invadir el Beagle frasco a frasco.
De 1832 a 1834, el barco estuvo recorriendo las costas del Atlántico sur, con las correspondientes excursiones tierra adentro. Por fin, en Bahía Blanca y en las zonas adyacentes a Montevideo, hizo el primero de los descubrimientos que en Galápagos desatarían el torrente de ideas sobre la evolución.
El hallazgo de fósiles de grandes mamíferos cuya anatomía venía a coincidir con la de pequeños animales autóctonos comenzó a hacerle dudar de las tesis creacionistas y de la inmutabilidad de las especies. Lo que para FitzRoy eran evidencias plausibles de un diluvio que había sepultado bajo las aguas a animales ya extinguidos, para Darwin eran indicios de lo erróneo y disparatado de los dogmas bíblicos.
A finales de 1834, en una de las excursiones por la cordillera de los Andes, descubrió conchas y fósiles marinos a una altitud de cuatro mil metros. El 18 de enero de 1835, mientras la expedición se encontraba en San Carlos de Chiloé, entraron en erupción los volcanes Osorno, Aconcagua y Coseguina.
En febrero, estando en Valparaíso, se produjo un terrible terremoto que destruyó en segundos la ciudad de Concepción, afectó a cuatrocientas millas de costa y devolvió la actividad a varios volcanes.
Estos tres fenómenos hicieron comprender a Darwin la formación de la cordillera andina a partir de bruscos levantamientos de terreno desde el nivel de la costa causados por la actividad sísmica. La mano de Dios, por desgracia para FitzRoy, poco tenía que ver.

El 7 de septiembre del mismo año, el Beagle puso rumbo a las ecuatorianas islas Galápagos, el archipiélago de Colón. Lo que en principio solo era un destino más en la ruta, se convirtió en el punto de partida de una de las teorías científicas más importantes jamás elaboradas.
Darwin comenzó a percatarse de que había notables diferencias entre los animales y las plantas de las islas y los que se había encontrado en Sudamérica, pero también enormes similitudes. Igualmente, apreció variaciones entre individuos de la misma especie que habitaban en islas distintas del archipiélago.
Concretamente, observó cómo el tamaño del pico de los pinzones variaba de un lugar a otro en función de las diferentes clases de alimento que el medio ofrecía. Poco a poco, comenzó a darle vueltas a la idea de que tanto los pájaros como los animales y las semillas, probablemente arrastrados por efecto de las aguas, habrían llegado a las Galápagos desde el continente.
El aislamiento en un hábitat tan distinto —al fin y al cabo, se trata de islas volcánicas— provocó en la flora y la fauna la necesidad de adaptarse a las nuevas circunstancias para poder sobrevivir. Ante la insuficiencia de recursos, la competencia entre las especies derivó en la extinción de las menos aptas y la variación biológica de las supervivientes hasta lograr un equilibrio natural con el ecosistema.
La evolución dependía de la presión ejercida por el medio, lo que derrumbaba las tesis religiosas e incluso los principios básicos del lamarckismo.
De nuevo, cualquier intento de exponer con convicción su idea a un FitzRoy que se volvía más rígido y fundamentalista a cada paso que daba Charles, no era más que una quimera. Como era previsible, el naturalista se dedicó sin más a su labor geológica, zoológica y botánica, desterrando de su pensamiento todo intento de hacer ver a su capitán el escaso fundamento de las tesis de creación única.
Sin embargo, aprovechó el resto del viaje para anotar y poner en orden sus ideas, deseando llegar a casa para desarrollar libremente su teoría. Los siguientes puertos en la travesía, en Tahití, Nueva Zelanda y Australia, fueron destinos agradables que solo alteraron a Charles al revelar el horror de cómo era tratada la población indígena, condenada a la extinción.
«Dondequiera que entran los europeos —anotó en su diario—, la muerte persigue a los aborígenes». El viaje continuó a través del océano Índico hasta Ciudad del Cabo y, tres meses después, el sábado 2 de octubre de 1836, el Beagle llegó al puerto de Falmouth trayendo consigo la revolucionaria idea que haría temblar los cimientos de la Iglesia.

– El mundo después del Beagle
Tres días después de llegar a Falmouth, Charles Darwin entraba en The Mount sin anunciar su llegada mientras su familia estaba desayunando. La alegría de su padre y sus hermanas, así como la de su tío Jos días después, fue enorme. Durante semanas, un Darwin de veintisiete años sorprendido del contraste entre su Inglaterra natal y los paisajes tropicales, desérticos, montañosos o volcánicos que había conocido, se dedicó a visitar a amigos y familiares y a preparar su nueva vida en tierra.
Más allá de algunas excursiones por Gran Bretaña, el Darwin expedicionario murió el mismo día que se bajó definitivamente del Beagle.
A comienzos de 1837, Charles alquila unas habitaciones en el número 36 de la calle Great Marlborough, en Londres, próxima a la casa donde vivía su hermano Erasmus. Nada más instalarse, comenzó a completar su diario del viaje, la redacción del primer volumen de la Geología del viaje y la sistematización de los apuntes y notas que conformarían el preludio de su teoría de la evolución de las especies.
Un año más tarde, toma posesión del cargo de secretario de la Geological Society de Londres por recomendación de Henslow y Lyell, quienes además consiguen que se le otorgue un sueldo de mil libras esterlinas para llevar a cabo la labor de editor, supervisor y coautor de la Zoología del viaje. En esta época, Darwin lee Un Ensayo sobre la ley de la población, de Thomas Robert Malthus y se queda profundamente impresionado.
Fue esta obra la que le sugirió la idea fundamental sobre la que pivotaría toda su teoría, la selección natural, que explicaba por qué los organismos más aptos prevalecían frente a los que no eran capaces de adaptarse al medio y cómo la permanencia de las características de aquellos a través de la descendencia derivaban en la evolución biológica de las especies.
Una de las personas más importantes en la vida de Charles Darwin fue Emma Wedgwood, con quien se casó el 29 de enero de 1839. Como el propio Charles escribe en su Autobiografía, nunca le había hecho demasiada gracia la idea de casarse, pero la historia revela que fue un matrimonio feliz que permitió a Darwin dedicarse por entero a su labor intelectual mientras Emma se encargaba del resto. El único aspecto en el que discrepaban profundamente era el religioso.
El viaje en el Beagle había hecho que el antiguo estudiante de Teología fuese perdiendo poco a poco su fe hasta convertirse en un auténtico desertor de la religión. Emma, sin embargo, era una mujer de convicciones firmes y su fe en la letra de la Biblia carecía de fisuras. Más allá de estas cuestiones, el apoyo de su esposa fue básico para Charles, sobre todo a partir de la aparición de una extraña enfermedad que le acompañaría toda la vida.
Su hijo Francis, en La vida y cartas de Charles Darwin, publicado en 1887, escribió: «Durante cerca de cuarenta años, nunca conoció un solo día de salud como un hombre ordinario». Entre otras posibilidades, se ha aceptado como la explicación más probable de sus síntomas —dolor de estómago, vómitos, espasmos y taquicardias— una picadura de Triatoma infestans, transmisora del mal de Chagas-Mazza, que el naturalista recibió en una mano durante una de las expediciones en Chile.
Para minimizar el progresivo deterioro de su salud, el matrimonio y sus dos primeros hijos terminarían mudándose en 1842 a una casa de campo cerca de Downe llamada Down House, en la que actualmente se encuentra el Museo Darwin.

Unos años antes, poco después de la boda y habiéndose mudado a una casa en la calle Gower, publica el diario del viaje con el nombre de Diario y observaciones. Entre 1841 y 1843 aparecieron los tres volúmenes de la Zoología del viaje, y en 1842 se publica el primer tomo de la Geología del viaje, que se completa con otros dos volúmenes que le convirtieron en uno de los geólogos más importantes del siglo XIX.
Mientras tanto, Charles continúa sus investigaciones con animales domésticos, obsesionado con la idea de la evolución de las especies.
En 1845, el editor John Murray compró los derechos de su diario y publicó una segunda edición denominada Diario de las investigaciones sobre la historia nacional y la geología de las regiones visitadas durante el viaje del buque real Beagle alrededor del mundo bajo el mando del capitán FitzRoy, que se convirtió en un éxito de ventas a medida que su título se iba reduciendo hasta el célebre Viaje de un naturalista.
Cuando en 1846 ya se había publicado la Geología del viaje al completo, Darwin evita centrarse de lleno en su obra maestra y pierde ocho años en un nuevo trabajo sobre el estudio de los cirrípedos.
Nos encontramos otra vez ante un Charles Darwin temeroso de exponer sus ideas y de las reacciones que su teoría sobre la evolución pudiese desencadenar. Su insegura personalidad volvía a requerir de la asistencia de alguien que, como anteriormente había hecho su tío Jos, le apoyase en su proyecto y reforzase su voluntad.
Esa ayuda necesaria se la brindaron sus amigos Joseph Hooker, director del Real Jardín Botánico de Kew; Asa Gray, médico y botánico norteamericano; y el también botánico Thomas Henry Huxley. Hooker, a quien había conocido en 1842, era uno de los principales confidentes de Charles junto con Henslow, y quizá el único que por aquel entonces comprendía perfectamente las ideas de su amigo.
En una de las cartas que Darwin le escribió, confesaba que no estaba de acuerdo con las ideas de Lamarck, pero temía exponer las suyas porque la sociedad podría considerarlas como la obra de un loco. Igualmente, su desconfianza en el resto de personas próximas a él queda patente en la frase «Creo que mis amigos me creen hipocondríaco». Gray conoce a Darwin en 1851 e inmediatamente le manifiesta el apoyo a su teoría, que comienza a difundir en Estados Unidos.
Huxley aparece en la vida de Charles en 1854, cuando concluye su obra sobre los cirrípedos, y además de ser uno de los científicos que más apoyarían sus ideas, sería uno de los protagonistas destacados en la polvareda que poco después levantaría la publicación de su teoría de la evolución. Con el apoyo de estos tres hombres y la confianza incondicional de Henslow y Lyell, Darwin decide al fin dedicar todo su tiempo a la elaboración de su gran obra, El origen de las especies.

Cuatro años más tarde, el avance en la plasmación teórica de sus ideas sobre dinámica biológica era notable, aunque su meticuloso método de trabajo y su carácter perfeccionista lastraban bastante su redacción. A esto hay que añadir la modestia del naturalista inglés, que nunca tuvo un gran concepto de sí mismo como divulgador científico.
En una de las cartas que envió a Henslow durante el viaje en el Beagle, confesaba: «Una gran fuente de duda es mi total ignorancia respecto a si anoto los hechos que conviene y si son lo suficientemente importantes como para interesar a los demás». Sus trabajos progresaban de forma pausada, pero la publicación de su teoría pronto se convertiría en una urgencia.
En 1858, cuando Darwin tenía cuarenta y nueve años, aparece publicado un artículo titulado Sobre la ley que ha regulado la aparición de nuevas especies, firmado por Alfred Rusell Wallace, un joven naturalista autodidacta de procedencia modesta, aunque muy bien considerado entre los círculos científicos de la época, que se encontraba en una expedición en la isla de Borneo.
Los principios biológicos utilizados por Wallace eran similares a los que Darwin manejaba en la formulación de su teoría, lo que provocó la preocupación de sus amigos y sobre todo de Lyell, principal promotor del trabajo de Charles. Tres años más tarde, este recibió una carta de Rusell Wallace que contenía un ensayo denominado Sobre las tendencias de las variedades a alejarse ilimitadamente del tipo original.
En la carta no solo se pedía la opinión de Darwin sino también que se lo entregase a Lyell con el mismo objetivo. Charles no daba crédito a lo que leía. El ensayo de Wallace se basaba en un planteamiento exactamente igual al suyo.
A partir del aislamiento geográfico de un grupo de animales que suponía un nuevo hábitat para ellos, se proponía un proceso de adaptación al medio de la misma forma en la que Darwin entendía la selección natural, señalando que esta podría producirse igualmente a lo largo del tiempo como respuesta a leves variaciones medioambientales en una misma zona y con respecto a un mismo grupo de individuos.
La situación, como se puede apreciar, era delicada. Darwin llevaba más de dos décadas trabajando y madurando su idea de evolución, pero Wallace tenía todo el derecho a que su trabajo también fuese reconocido.
Estando seguro de cuál era la decisión correcta, Charles remitió el ensayo a Lyell y posteriormente le escribió buscando consejo. En julio de ese mismo año, por mediación del propio Lyell y con ayuda de Hooker, se alcanzó la solución al problema. Alfred Newton leyó el ensayo de Wallace ante la Linnean Society de Londres, mostrando además el esquema que Darwin había elaborado de su teoría en 1844 y la carta que años después envió a Asa Gray explicándole sus ideas y la intención de publicarlas.
De esta forma, el trabajo de Wallace quedaba a salvo, pero la originalidad de las ideas de Darwin, en las que llevaba trabajando desde que se bajó del Beagle, quedaba fuera de toda duda. A partir de ese momento, Charles se dio cuenta de la necesidad de publicar su obra cuanto antes y comenzó a trabajar en su finalización como nunca lo había hecho.
Apenas un año más tarde, y después de reelaborar todo el proyecto, el texto definitivo estaba por fin listo para su publicación. Había terminado la obra clave de la biología evolutiva.

– El origen de las especies
El 24 de noviembre de 1859, John Murray publicaba Del origen de las rspecies por medio de la selección natural, o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. La primera edición, de mil doscientos cincuenta ejemplares, se agotó en un solo día.
Cuando apareció la segunda edición, en enero de 1860, la sociedad ya estaba absolutamente dividida entre la evolución de las especies y las tesis creacionistas, que reunían a muchos más partidarios, entre los que no solo se encontraban hombres de la Iglesia y comunidades religiosas sino también un elevado número de científicos.
La presión ejercida por las autoridades religiosas, que controlaban el sistema universitario y lideraban la opinión social de la época, condicionaba la postura de todos aquellos cuya reputación dependía de evitar cualquier enemistad con la Iglesia.
A propósito de la presentación oficial de El origen de las especies —título oficial de la obra a partir de su sexta edición—, el 30 de junio de 1860 se organizó un debate en Oxford con el objetivo de analizar la teoría evolutiva de Charles Darwin, quien no pudo asistir debido en parte a los fuertes dolores que su enfermedad le causaba y en parte al mismo temor que le había impedido explicar sus ideas a FiztRoy casi treinta años antes.
La hostilidad en las intervenciones de los anti-darwinistas era previsible. En 1650, el arzobispo James Ussher había calculado en Los anales del mundo que la Tierra había sido creada el 22 de octubre del año 4004 antes de Cristo. Por otra parte, los dogmas bíblicos de la creación simultánea de todas las criaturas y su supervivencia tras el diluvio no eran susceptibles de ser cuestionadas por nadie.
Sin embargo, la idea que con más escándalo había sido recibida era la que ponía en duda la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios. Algo que actualmente puede parecernos tan absurdo como la creencia en una Tierra plana, era una verdad incontestable en 1860.
Lo cierto es que Darwin no mencionaba expresamente la evolución del ser humano desde especies inferiores, pero la frase «Se arrojará mucha luz sobre el origen del hombre y su historia» y la sugerencia de que el ser humano no era más que un animal sujeto al mismo proceso de dinámica biológica que un mono, un perro o un gato había irritado a todos los hombres de fe. El origen de las especies, considerada cercana a la herejía, debía ser derrotada.
El debate, no muy lejano a un verdadero juicio inquisitorial, comenzó con dos horas de sucesivas declaraciones que parecían no conducir a ningún lado. Entre las casi mil personas que asistieron, destacaban Hooker y Huxley del lado de Darwin y el obispo Samuel Wilberforce entre los antidarwinistas.
Harto de disertaciones, Wilberforce pidió la palabra a Henslow, quien había sido elegido como moderador, y lanzó su ataque a Darwin mediante la ridiculización de su libro, afirmando que todo su contenido era la simple opinión personal del autor. Sus acusaciones se iban endureciendo a medida que hablaba y su elocuencia de predicador fue inundando poco a poco el auditorio.
Al fin, consciente de que sus palabras no estaban siendo escuchadas por el responsable de tamaña blasfemia, decidió volcar su ira en alguno de sus partidarios preguntándole en tono cínico si descendía del mono a través de su abuelo o bien de su abuela. No pudo cometer un error mayor.
La persona elegida para responder era Thomas Henry Huxley, famoso por su agudeza y su dominio del sarcasmo. Huxley, quien al igual que Darwin negaba cualquier fundamento racional en la letra de la Biblia, se levantó y murmuró: «El Señor ha querido que caiga en mis manos». Acto seguido, contestó enérgicamente que prefería descender de un mono que de un hombre culto que se aprovechaba de su dignidad episcopal para ridiculizar una discusión científica y desacreditar a quienes buscaban humildemente la verdad.
En ese momento, el auditorio estalló. Los estudiantes y partidarios de Darwin comenzaron a aplaudir y a vociferar con rabia mientras los clérigos exigían con vehemencia que Huxley pidiese disculpas al obispo. Dirigirse de tal forma a un representante de la Iglesia era considerado tan indecente que una de las mujeres asistentes al debate sufrió un desmayo y tuvo que ser sacada de la sala.
En medio del alboroto, un hombre se levantó y comenzó a gritar que él ya había avisado a Darwin de lo peligrosas que eran sus ideas y que le había advertido de lo que sucedería si las hacía públicas. Era el almirante Robert FitzRoy, el primer hombre que se había opuesto a la teoría de la evolución de las especies cuando todavía era capitán.
Agitando una Biblia, exclamó: «La verdad, la única verdad, está aquí». Los gritos de los partidarios de Darwin se elevaron de tal forma que FitzRoy, profundamente intimidado, tuvo que abandonar el lugar. Cinco años más tarde, se suicidaría cortándose el cuello.

El revuelo causado por El origen de las especies era comprensible. Tanto como el temor de Darwin a publicar su teoría. Tal y como había sucedido tres décadas antes durante el viaje del Beagle, era perfectamente consciente de que sus ideas suponían la anulación y desvanecimiento de algunos de los principios básicos sobre los que se sustentaba la visión que el ser humano tenía del mundo y de sí mismo, patrimonio hasta entonces de la religión.
Darwin ofrecía en su libro una explicación, una solución a preguntas que el ser humano se venía formulando desde el principio de los tiempos. De la nada, elaboró una teoría que colocaba ante los ojos de la humanidad lo que hasta ese momento ni siquiera existía, un razonamiento que descifraba una pequeña pero importantísima fracción de la realidad. La Iglesia y, por extensión, la sociedad, asistían al desmoronamiento de su verdad, a la anulación de la palabra de Dios.
Más allá de algunos errores flagrantes de la teoría darwiniana —en 1868 se publicaba su trabajo sobre la Pangénesis, en la que trataba de explicar mediante unos elementos que denominó «gémulas» por qué las características que hacían a algunos organismos más aptos en un determinado medio permanecían a través de la descendencia, formulando una explicación que él mismo calificó de «provisional, temeraria y tosca» y cuya ingenuidad se puso de manifiesto al compararla con las ideas sobre la herencia genética contenidas en los Estudios sobre los híbridos vegetales de Gregor Mendel—, los principios sentados por el naturalista eran brillantes.
El concepto de selección natural, pieza clave de El origen de las especies, que explicaba que los miembros de una población con características menos adaptadas a un medio superpoblado morirían con mayor probabilidad que los miembros más adaptados, cuyas características heredaría su progenie, se veía reforzado en 1871 con la publicación de La descendencia del hombre y la selección en relación al sexo, donde Darwin estudia de forma explícita la especie humana a partir de la idea de evolución biológica y explica el proceso de hominización señalando la importancia de la especialización de la mano y el desarrollo del cerebro a través del lenguaje.
Con la demostración de que las emociones humanas y su expresión externa también forman parte del proceso evolutivo en el libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, Darwin refuerza definitivamente su idea de dinámica biológica y pone fin a su extraordinaria obra teórica, después de treinta y tres largos años.
A partir de 1872, Charles se dedica únicamente a la investigación botánica y en una carta a Ernst Haeckel, confiesa: «Ya nunca volveré a tratar problemas teóricos». Es en esta época cuando escribe su Autobiografía y es declarado doctor honoris causa por la Universidad de Cambridge.

A finales de 1881, visitando a una de sus hijas en Londres, sufrió un desmayo en plena calle.
Su estado de salud era tan precario que durante los meses siguientes los mareos y desvanecimientos fueron continuos.
Consciente de que su final estaba cerca, se retiró para siempre en Down House.
A las tres y media de la tarde del 19 de abril de 1882, Charles Darwin fallecía en Downe a los setenta y tres años de edad.
A pesar de su deseo de ser enterrado en esa misma localidad, la Royal Society decidió celebrar un funeral de Estado en la abadía de Westminster, donde sus restos descansan desde entonces junto a los de Isaac Newton y John Herschel.
– Humani Generis
A pesar del carácter inseguro de Darwin, responsable de que en su juventud perdiese dos años estudiando Medicina, de que aceptase el futuro clerical que su padre había pensado para él, de que rechazase la propuesta para ocupar el puesto de naturalista en el Beagle, de que no se atreviese a contradecir las tesis creacionistas que defendía FitzRoy, de que retrasase una y otra vez la publicación de su teoría y de que no tuviese la confianza suficiente en sus ideas como para explicar la evolución biológica del ser humano desde un primer momento, lo cierto es que siempre terminó adoptando la decisión correcta.
Necesitó el apoyo de familiares y amigos en cada uno de los momentos cruciales de su vida, pero finalmente fue capaz de reunir el valor necesario para enfrentarse a un mundo sumido en el error y el fundamentalismo religioso. ¿Pero quién podría culparle? La publicación de El origen de las especies era una verdadera detonación intelectual en el mismo corazón de la Iglesia.
Dos siglos antes, Galileo Galilei se vio obligado a abjurar de sus ideas para evitar pasar el resto de su vida en prisión. De igual modo, en el siglo XVIII, Buffon tuvo que retractarse y aceptar la edad de la Tierra calculada por el arzobispo Ussher. Tal vez Darwin no fuese un valiente, pero una vez publicada su teoría y a pesar de la furia que esta desató entre los creacionistas, jamás se desdijo.
Habrá quien opine que en la segunda mitad del siglo XIX no existían motivos suficientes como para temer la reacción de la Iglesia. Al fin y al cabo, y a diferencia de Buffon o Galileo, Darwin nunca vio comprometida su libertad ni su cabeza. Sin embargo, la polémica sobre El origen de las especies no terminó aquel 30 de junio de 1860 en el Museo Universitario de Oxford.
El libro se convirtió en un bestseller desde el mismo momento de su publicación y la Iglesia veía cómo un gran sector del pueblo se posicionaba a favor de las teorías evolucionistas. No se trataba de defender la literalidad de la Biblia, sino uno de los dogmas esenciales del cristianismo que, en caso de ser rechazado por los fieles, pondría en peligro la propia subsistencia de la religión.
El éxito de Darwin implicaba la negación de Dios como creador. O al menos en los términos bíblicos. Mientras algunos científicos de renombre como Richard Owen o Adam Sedgwick, antiguo amigo de Charles, criticaban ferozmente las ideas darwinianas, otros como Ernst Haeckel conseguían que la comunidad científica en su mayoría aceptase la ubicación del ser humano en la escala zoológica y situase a sus antepasados en un grupo de primates prehomínidos.
La naturaleza biológica de los fósiles había servido hasta entonces para reforzar la postura de la Iglesia, que identificaba en plantas y animales fosilizados a especies que se habrían extinguido en el diluvio universal. Sin embargo, el progreso imparable de la paleontología conducía poco a poco a la utilización de esos mismos fósiles como pruebas en contra de las teorías diluvialistas y a favor de las de Darwin.
El descubrimiento en 1856 de los restos óseos de un espécimen que actualmente se conoce como Neandertal 1 en una cueva cerca de Dusseldorf, la aparición de cinco esqueletos en la cueva de Cro-Magnon en marzo de 1868, el hallazgo del esqueleto hoy conocido como «el viejo» en La Chapelle-aux-Saints en el año 1909, etc.
Hoy en día la evolución de la especie humana es un proceso científicamente demostrado que pone de manifiesto el error de quienes se obcecaban en defender las tesis creacionistas y diluvialistas.

Como hemos dicho, a finales del siglo XIX la biología no albergaba dudas respecto a la teoría de la evolución de las especies, pero el mundo religioso prefería seguir aferrándose a mitologías indefendibles antes que verse obligado a reconocer el escaso fundamento de uno de los pilares elementales del cristianismo.
El distanciamiento entre ciencia y religión empezaba a ser tan dañino para esta —cada vez eran más los teólogos que consideraban insostenible la postura de la Iglesia— que finalmente, el 12 de agosto de 1950, el papa Pío XII sorprendía al mundo admitiendo como posibles las ideas darwinianas en la celebérrima encíclica Humani Generis.
La compatibilidad entre ciencia y fe se imponía como una exigencia, como un principio necesario para evitar «falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica». La Iglesia hacía una concesión, en efecto, pero no estaba dispuesta a perder totalmente la batalla.
El modernismo teológico, condenado años antes por Pío X en la encíclica Pascendi Dominici Gregis, hundía sus raíces en el divorcio entre la razón y la fe, imponiendo la reducción de los principios bíblicos a conceptos mínimos compatibles con cualquier formulación científica, filosófica o religiosa que conducían a un relativismo dogmático «que ha comenzado ya a dar los primeros frutos venenosos».
La Humani Generis, por lo tanto, suponía una tímida reconciliación entre ciencia y religión, pero con la intención de que el progreso científico adaptase sus postulados a la fe y no al revés. Se admitía la posible veracidad de las teorías evolutivas, siempre y cuando fuesen interpretadas a partir de la palabra de Dios. «Ninguna verdad que la mente humana haya podido descubrir mediante una investigación sincera puede estar en contradicción con la verdad ya conocida».
Por fortuna, el transcurso del tiempo ha demostrado que la Humani Generis fue el primer paso para la aceptación definitiva de la evolución biológica por la Iglesia. Hoy en día, la mayoría de los teólogos reconocen que la interpretación literal del Génesis ha sido uno de los grandes errores del cristianismo y que su defensa no es esencial para la religión.
En el año 2008, la Iglesia anglicana admitió haberse dejado llevar por un «fervor antievolucionista» al rechazar las ideas contenidas en El origen de las especies.
En un gesto sin precedentes, manifestó:
«Charles Darwin, doscientos años después de tu nacimiento, la Iglesia de Inglaterra te debe una disculpa por malinterpretarte y por, además de tener una reacción equivocada, haber animado a otros a no comprenderte tampoco. Las personas y las instituciones cometen errores y los cristianos y la Iglesia no son la excepción. No existe nada en las teorías de Darwin que contradiga las enseñanzas del cristianismo».
La Iglesia católica sostiene actualmente que la evolución de las especies fue el método creador de Dios al que se refiere alegóricamente el primer libro de la Biblia. Extrañamente —o quizá no tanto—, el Vaticano ha declarado que la actitud de la Iglesia de Inglaterra es «curiosa y significante», pero que la Iglesia católica no pedirá perdón.

Poco antes de morir, Charles anotó, entre otros recuerdos, el siguiente pensamiento:
«Mirando atrás, puedo darme cuenta ahora de la forma en que mi devoción por la ciencia se fue imponiendo gradualmente al resto de mis aficiones. Descubrí, aunque inconsciente e insensiblemente, que el placer de observar y razonar era mucho mayor que el que reside en la destreza y el deporte».
Charles Darwin alcanzó la verdad a través de la razón. Fue capaz de ver algo donde los demás nunca vieron nada. Como ocurre con tantos otros, nuestra deuda con él es impagable, ya que gracias a su trabajo, algunas de nuestras preguntas por fin han encontrado respuesta.
En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez escribe «El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Darwin fue una de esas personas que señaló con el dedo a lo que carecía de nombre y, de paso, nos indicó a todos el camino.
Si no hubiese sido él tal vez habría sido cualquier otro, pero parafraseando a Thomas Henry Huxley, supongo que el Señor quiso que cayese en sus manos.
nuestras charlas nocturnas.
El puente de Londres que fue construido por mujeres (y cómo una soldadora llamada Dorothy ayudó a recuperar su olvidada historia)

BBC News Mundo(I.Caro) — Conocemos su nombre, Dorothy. De su historia personal, poco y nada.
Pero sí sabemos que una fotografía que la retrató en 1944 se convirtió en una pieza esencial para recuperar una historia olvidada: la de cerca de 350 mujeres que construyeron el estratégico Puente de Waterloo, en el centro de Londres, en plena Segunda Guerra Mundial.
El hallazgo en 2015 de las imágenes que retrataban a Dorothy soldando partes del puente, que pasaron años juntando polvo en un archivo del Museo Nacional de Ciencia y Medios, confirmó lo que en esa época no era más que un mito urbano en la capital inglesa.
El material fue encontrado por la historiadora Christine Wall y se convirtió en la prueba fehaciente del rol que jugaron cientos de mujeres en la construcción del puente, en particular, y en la industria de la construcción, en general, durante el periodo de las grandes guerras.
Antes de eso, la idea de que el Puente de Waterloo había sido construido por mujeres se había sostenido mayormente en relatos orales.
Los navegantes del Támesis que pasaban por debajo de sus amplios arcos de hormigón y acero lo llamaban “el puente de las damas» (the ladies’ bridge).
Pero no había registros que demostraran que esas mujeres existieron.
No fue hasta el 2005 que las cineastas Karen Livesey y Jo Wiser iniciaron un esfuerzo por recopilar relatos orales de algunas de las miles de mujeres que participaron en la industria de la construcción en esos años, los que quedaron plasmados en el documental The Ladies’ Bridge.
«Recuerdo haber visto a las mujeres, eran muchísimas, creo que unos cuantos cientos de ellas», dice en el documental David Church, cuyo padre trabajó en la construcción del puente.
Pero registros materiales de las soldadoras seguían sin aparecer, hasta el descubrimiento de las imágenes de Dorothy.
En su búsqueda por saber si este mito londinense tenía algo de realidad, Wall encontró en un archivo las fotografías que habían sido publicadas por el Daily Herald y se contactó con las realizadoras del documental para contarles la gran noticia.

– Hombres al frente, mujeres al puente
El rol de las mujeres en la Primera y la Segunda Guerra Mundial en diversos ámbitos que antes habían estado dominados por hombres está bien documentado.
Mientras ellos eran llamados al frente de combate, ellas asumían labores tan diversas como operarias de las fábricas, productoras de municiones o reparadoras de aviones.
Sin embargo, la participación femenina en la industria de la construcción (que según el documental de Livesey y Wiser llegó a unas 25.000 mujeres en 1941) no tuvo la misma divulgación.
Wall cuenta que cuando llegó a Londres a finales de los años 70 y logró entrar a un curso de construcción, pensaba que ella y su grupo eran pioneras en ese campo.
«Creíamos que eramos las primeras en hacer esto, pero solo 35 años antes hubo miles y miles de mujeres», dice en la pieza audiovisual.
«Pero no había rastros de ellas, no había fotografías, no había nada».

La historia del Puente de Waterloo comenzó mucho antes de que el mundo se fuera a la guerra a nivel global.
La construcción del primer puente se inició en1809. Por esos años, la estructura se conocía como el Puente Strand. No fue hasta después de la Batalla de Waterloo -donde tuvo lugar la derrota de las tropas napoleónicas- que este fue rebautizado, en 1816.
A fines del siglo XIX los cimientos de la estructura habían sido gravemente dañados por las crecidas del río Támesis, lo que lo hacía peligroso al punto de que se levantó una estructura paralela de acero como un reemplazo temporal.
Fue por eso que el Consejo del Condado de Londres decidió demoler el viejo puente y construir uno nuevo.
El diseño del Puente de Waterloo se le encargó al arquitecto Giles Gilbert Scott y las obras se iniciaron en 1937. Por ese entonces, según registros de la Sociedad de Mujeres Ingenieras, 500 hombres fueron llamados a trabajar en la construcción de la estructura.

Pero en 1939, cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, cerca de unos 350 de ellos fueron convocados al frente de batalla.
En 1940, cuando la Alemania Nazi de Adolf Hitler bombaredeaba Londres se pensó incluso en suspender las obras. Pero la decisión de mantenerlas se convirtió en un gesto de resistencia por parte de Inglaterra.
Fue así que cientos de mujeres asumieron las labores de soldadura y empalme del puente. En The Ladies’ Bridge, Wall explica que algunas de ellas trabajaban extensas horas y -algunas veces- tenían que protegerse de los bombardeos que amenazaban la ciudad.
Como pasó en otras industrias, a esas mujeres les ofrecieron contratos temporales por los que les pagaban mucho menos que a los hombres.
– Las razones del olvido
Las razones de por qué esta historia estuvo olvidada por tantos años son variadas.
Wall explica en el documental que por las extensas y agotadoras jornadas de trabajo que asumían, las mujeres no tenían tiempo para documentar su experiencia en diarios personales.
Eso podría haber servido para que -como ha ocurrido con otras mujeres- su participación en el sector laboral durante esos años se inscribiera en la historia mucho antes.
Por otro lado, la constructora que estuvo a cargo de las obras del puente fue liquidada y, según sus ejecutivos, se perdieron muchos de los contratos y archivos en el proceso.
La hija del dueño de esa empresa, Betty Lind, sin embargo, era una de las que recordaba claramente que al llegar la guerra las mujeres apoyaron la labor de la constructora de su padre.

El hecho de que el aporte de las soldadoras tampoco fuera destacado en la narrativa posterior tampoco contribuyó a que quedaran registros de su trabajo.
“Los hombres que construyeron el Puente de Waterloo son afortunados. Ellos saben que aunque sus nombres puedan ser olvidados, su trabajo será un orgullo y utilidad para Londres por muchas generaciones”, dijo Herbert Morrison en la apertura oficial del Puente de Waterloo en diciembre de1945.
Para las mujeres no hubo agradecimientos.
– Un reconocimiento tardío
Pese a que el salario no era bueno y que las jornadas de trabajo eran exigentes, las mujeres que asumieron labores en distintas industrias en la Segunda Guerra Mundial estaban orgullosas de su trabajo.
Cuando la guerra terminó, según relata el documental, tanto el gobierno como los hombres que volvían a casa esperaban que las mujeres también retornaran a sus roles previos.
Pero varias se resistieron.
«Odiaba a esos hombres porque realmente amaba mi trabajo», dice una de las entrevistadas en The Ladies’ Bridge entre risas.
De lo que no hay duda es que esas mujeres hicieron historia y que la aparición de las fotos de una de ellas permitió que por primera vez su contribución en el Puente de Waterloo fuera reconocida oficialmente.
Tras la divulgación de las imagénes de la construcción del puente, en 2015, el Historic England –organismo encargado de la protección del patrimonio de Inglaterra- catalogó la obra arquitectónica con el grado II de protección, es decir, que merece mayor cuidado a raíz del interés especial que tiene a nivel histórico.
En ese momento, Emily Gee de Historic England dijoa la BBC: «Estos roles (de las mujeres) han sido históricamente pasados por alto, pero a medida que la investigación, comprensión y conciencia los revelan, se pueden iluminar muchas historias fascinantes e inspiradoras».
nuestras charlas nocturnas.
Cómo Leonardo da Vinci imaginó hace 500 años las imágenes de satélite…

Gizmodo(M.S.Zavia) — En 1502, Leonardo da Vinci llegó a la ciudad de Imola para trabajar para César Borgia como ingeniero militar.
Su tarea era ayudar a Borgia a familiarizarse con el lugar, pero en vez de hacer un mapa como los de la época, con ornamentos artísticos y una vista lateral de la ciudad, Leonardo hizo un mapa moderno, sorprendentemente preciso y con una vista cenital de Imola.
Una imagen muy similar a la que podemos ver hoy en día en fotos satelitales del casco antiguo de la ciudad, y con la que el genio del Renacimiento se adelantó varios siglos a su tiempo, demostrando una portentosa imaginación simbólica.
Leonardo describió Imola con un plano icnográfico, una idea inspirada por el ingeniero romano Vitruvio que permite al observador situarse directamente encima de un edificio para obtener una imagen clara de lo que está viendo.
Pero Leonardo no describió un edificio, sino todos los de la ciudad, recurriendo a sus conocimientos de ingeniería para lograr un mapa claro de la ciudad.

A juzgar por los bocetos que se preservaron del mapa, se dedujo que usó algún tipo de disco con un puntero para medir los grados, marcando los ángulos de las calles en relación a un punto estable, el norte. Se cree que utilizó una brújula para registrar la orientación de las murallas de la ciudad.
Establecer una escala requería medir la distancia entre todos estos ángulos, y posiblemente lo hiciera a pie o con un odómetro de ruedas giratorias. Con los ángulos y la distancia de cada esquina de la ciudad, pudo crear un plano completo cientos de años antes de que alguien pudiera verificar si era correcto.
A pesar de su precisión, el mapa de Leonardo no está exento de licencias artísticas, que podrían ser heredadas de estudios previos. Pero incluso con esas licencias, el mapa va más allá de representar una ciudad y marca la transición de una geografía de mitos y percepciones a una geografía de información, dibujada de manera sencilla. Era un mapa adelantado a su tiempo.
nuestras charlas nocturnas.
Opinión: Los álbumes de los Beatles clasificados en orden de grandeza…

Independent — El 26 de septiembre de 1969 se lanzó el último álbum grabado por The Beatles. Más de cinco décadas después de la separación del Cuarteto de Liverpool, el mundo sigue fascinado por la música del grupo de pop más grande de todos los tiempos.
Durante el tiempo que estuvieron juntos, The Beatles lanzó una docena de álbumes de estudio. No incluyo el Magical Mystery Tour de 1967, ya que originalmente solo se lanzó como un EP doble en el Reino Unido, y mucho más adelante se amplió para relanzamientos posteriores con varios sencillos y pistas que no estaban en el álbum.
Casi todos los álbumes de los Beatles son geniales a su manera y estoy seguro de que todos tenemos nuestras propias ideas sobre el orden de la clasificación. Esta es la mía.
- 12.Yellow Submarine (1969)

No es tan malo como dice el mito popular, sin embargo, la banda sonora de la película animada es el álbum de los Beatles que se acerca más a una calificación baja y que solo sería recomendable para los que tienen como finalidad escuchar absolutamente toda la música de la banda.
Las canciones más conocidas: “All You Need Is Love” y “Yellow Submarine” están disponibles en innumerables compilaciones, y de las cuatro nuevas canciones, solo la cruda y amenazadora “Hey Bulldog” de Lennon da en el blanco.
- 11. Beatles For Sale (1964)

Después de tres álbumes, un puñado de sencillos clásicos, una película emblemática y un agitado programa de giras que incluyó la conquista de América, una cansada banda volvió a Abbey Road para grabar su cuarto álbum en menos de dos años.
Los resultados fueron variables, en un set repleto de covers con influencias folk y country de algunas canciones originales pesimistas, pero efectivas, como “No Reply” y “I’m a Loser”. Por otro lado, “Eight Days a Week” representa el pináculo de la mancuerna Lennon/McCartney, justo antes de que comenzaran a escribir juntos cada vez menos canciones.
Sin embargo, al incluir demasiadas canciones de relleno y algunos covers superficiales, “Beatles For Sale” no ha resistido la prueba del tiempo tan bien como cualquiera de sus otros discos de la era “1962-1966 (The Red Album)”, por lo que resultó su baja posición aquí.
- 10. Let It Be (1970)

El caótico álbum de la ruptura grabado en circunstancias difíciles contiene algunas pistas que me encantaría no volver a escuchar nunca más, pero cualquier álbum que incluya “Get Back”, “Let It Be”, “The Long and Winding Road” (con o sin el coro etéreo y las cuerdas de Phil Spector que McCartney odiaba), y a Lennon y McCartney tocando juntos por primera vez en años en “Two of Us” tiene que tener algo a su favor.
En última instancia, por lo tanto, “Let It Be” demostró ser un epitafio triste pero no del todo indigno para el mejor grupo de pop de todos los tiempos.
9. With the Beatles (1963)

Entre su primer y segundo álbum, The Beatles tuvo tres sencillos que llegaron al No. 1: “From Me to You”, “She Loves You” y “I Want to Hold Your Hand”, pero se resistieron a la tentación de incluir cualquiera de ellos en su segundo disco.
Sin embargo, al haber incluido 14 pistas en “With the Beatles”, no se puede acusar a la banda de no dar valor por su dinero, incluso habiendo duplicado su primer álbum con seis covers, entre ellos varios guiños impresionantes a su amor por Motown en “Please Mr Postman”, “You Really Got a Hold on Me” y “Money”.
Por otra parte, George, quien sorprendentemente canta como solista en tres canciones del álbum, las mismas que Paul, destroza “Roll Over Beethoven”, mientras que “All My Loving” de McCartney sigue siendo una de las primeras canciones más queridas del grupo.
Sin embargo, es un álbum dominado en gran medida por Lennon, y destaca en “It Won’t Be Long”, “Not a Second Time” y la ya mencionada “Money”.
- 8. Please Please Me (1963)

Paul marca el ritmo del maravilloso debut que catapultó al Cuarteto de Liverpool a la historia de la música pop en la primera canción, cuando cuenta en “I Saw Her Standing There” (“¡Uno, dos, tres, cuatro!”).
La versión justamente alabada y desgarradora de Lennon de “Twist and Shout” cierra el álbum, y en el medio hay una mezcla de originales y covers que incluyen una excelente voz de Harrison en “Do You Want to Know a Secret” y los dos primeros éxitos (“Love Me Do” y la eufórica canción que le da nombre al disco) de la relación inmediata que la banda entabló con el productor George Martin, incluso si a George (Harrison) no le gustaba este vínculo.
Casi la mitad de las 14 pistas eran covers, y como tal, “Please Please Me” es innegablemente un viaje crudo, pero emocionante por la música que atraía a la banda en ese momento; además, Ringo demostró de manera concluyente que él era el hombre adecuado para el trabajo.
También apunta al futuro de la música pop a medida que comenzaron cada vez más a escribir su propio material, y sigue siendo uno de los grandes álbumes debut.
- 7. Help! (1965)

Conectado con la segunda película de la banda, “Help!” representó una mejora considerable con respecto al álbum anterior “Beatles For Sale”, y sinceramente tiene una calidad variada, pero las mejores canciones son realmente muy buenas, y alcanzan el estatus de clásicas, por ejemplo “Ticket to Ride”, “Yesterday” de McCartney (el verdadero estándar de los Beatles), y la canción que da nombre al disco, un verdadero grito de ayuda de Lennon.
La influencia de Bob Dylan impregnó la soberbia “You’ve Got to Hide Your Love Away” de Lennon, y “I’ve Just Seen a Face”, cercana al country, de McCartney se desarrolla y da vueltas suntuosamente.
También está la agridulce “You’re Going to Lose That Girl”: una cabalgata de riquezas que compensan enfáticamente algunas de las pistas menores que se muestran.
- 6. A Hard Day’s Night (1964)

En parte la banda sonora de su primera película, que equivale a su primer salto cuántico, y con las 13 pistas escritas por Lennon y McCartney.
El tercer álbum de The Beatles estuvo años luz por delante de la oposición en su tierra natal en 1964, desde el momento en que se anunció con el acorde de apertura en la nueva Rickenbacker de 12 cuerdas de George, en la famosa canción que da nombre al álbum.
Lennon cantó o compuso la mayor parte de las canciones, destacando especialmente “I Should Have Known Better” y “I’ll Be Back”, pero McCartney tuvo tres de las joyas más brillantes con “And I Love Her”, “Can’t Buy Me Love” y la canción más sofisticada de la banda hasta la fecha, “Things We Said Today”.
- 5. Rubber Soul (1965)

Los Beatles entraron en su periodo creativo medio con otro salto sísmico de calidad, con su primera verdadera obra maestra que, aunque influenciada por el soul y Dylan, demostró ser tan influyente que llevó a contemporáneos como Brian Wilson a alturas inimaginables hasta ahora.
El control de calidad estuvo casi impecable en las 14 pistas, y la banda nunca estuvo más a punto que en la apertura “Drive My Car”; y luego fluyeron las innovaciones.
El sitar de Harrison en el sublime confesionario de Lennon “Norwegian Wood (This Bird Has Flown)”, las voces dobles en varios temas, el sutil bajo en “Think For Yourself” de Harrison, que junto a “If I Needed Someone” demostró que Harrison se había consolidado como un compositor de renombre, y ¿quién puede olvidar la inspiración de Lennon en la superlativa “Girl”? McCartney ofreció otro estándar en “Michelle” y hay varias canciones profundamente personales, por ejemplo “Nowhere Man” de Lennon que expresa su desesperación por el vacío en su vida personal, y McCartney documenta su turbulenta relación con Jane Asher en “You Won’t See Me” y “I’m Looking Through You”.
Pero la joya en el canon de Lennon entonces y para siempre es “In My Life”, que se ubicaría en los primeros puestos de cualquier lista de las mejores canciones de los Beatles. “Rubber Soul” confirmó de una vez por todas que The Beatles eran los maestros intachables de su oficio, mientras el mundo de la música contenía el aliento a la espera de su próximo movimiento.
- 4. The Beatles (1968)

El extenso “White Album” se grabó en una atmósfera de tensión y relaciones desgastadas a medida que el grupo se desintegraba, pero de alguna manera resultó un trabajo de gran calidad, incluso si fue el producto de los cuatro miembros individuales tirando en diferentes direcciones.
Hay poca cohesión aquí en la mezcla dispersa de estilos, pero también hay muchas canciones geniales intercaladas con otras no tan buenas y algo de basura.
Debido a que tiene 30 pistas, es meritoria la afirmación tan repetida de que con una poda juiciosa, “The Beatles” pudo haber sido el mejor álbum individual de todos los tiempos.
Una muestra de algunas de las grandes canciones incluye “Blackbird”, “Helter Skelter”, “Back in the USSR” y “Birthday” de McCartney; “Julia”, “Dear Prudence”, “Happiness is a Warm Gun” y “Revolution 1” de Lennon; mientras que las contribuciones estelares de Harrison son “While My Guitar Gently Weeps” y “Long, Long, Long”.
Con esa calidad, álbum individual o no, es un excelente disco.
- 3. Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967)

Más de cinco décadas después de su lanzamiento, “Sgt Pepper”, con su concepto de “una banda dentro de una banda” y su ambiente influenciado por las drogas, aún reina imperiosamente como el disco pop más famoso jamás realizado.
Puede que ahora no se considere el mejor álbum jamás grabado, o siquiera el mejor álbum de los Beatles, pero con George Martin en la cima de sus poderes y la banda retirada de las giras, pudieron perfeccionar su dominio del estudio. “Sgt Pepper” sigue siendo una obra de arte que, en términos de experimentación, innovación e influencia, rara vez fue superada, si es que lo ha sido.
Contiene algunas de las canciones más queridas de la banda: “With a Little Help From My Friends”, “Lucy in the Sky with Diamonds”, una obra maestra genuina y eterna en “She’s Leaving Home», y su más grande, “A Day in the Life”, pero en general, la grandeza del álbum radica en el viejo cliché de que la suma es mayor que las partes.
- 2. Abbey Road (1969)

Con “Let It Be” ya listo pero aún no considerado apto para su lanzamiento debido a la naturaleza conflictiva de las grabaciones, “Abbey Road” fue cronológicamente el último álbum de los Beatles en ser grabado.
Oportunamente, aunque muchas de las pistas fueron producto de los miembros individuales, “Abbey Road” reunió a la banda para una última y magnífica presentación.
El álbum es justamente celebrado por el popurrí de 16 minutos dirigido por McCartney en la cara dos, que comienza con “You Never Give Me Your Money” y concluye de forma hermosa y apropiada con “The End”, pero también es una cara que comienza con «Here Comes the Sun”.
En el lado uno se encuentra “Something”, quizás la mejor canción de Harrison, mientras que Lennon aparece en su mejor momento mordaz en “Come Together”.
“I Want You”, de más de siete minutos, es The Beatles en su momento más pesado y unido, y seguramente solo los corazones más duros pueden no amar “Octopus’s Garden” de Ringo.
Pero para la gente de cierta época, nada antes o después ha superado ese glorioso lado dos de canciones a medio terminar que se conoció como “The Long One”.
- 1. Revolver (1966)

Durante una buena cantidad de años, “Revolver” estuvo a la sombra de “Sgt Pepper”. Aunque admirado universalmente, sin duda, de alguna manera fue un poco más difícil de amar que los discos anteriores más simples e incluso que “Pepper” mismo.
Parte de eso puede deberse al alucinante eclecticismo y a la escala de ambición del álbum, que todavía después de todos estos años sigue sorprendiendo.
La influencia de las drogas, la psicodelia y la religión oriental salieron a relucir en “Revolver”, con guitarras dobles, bucles de cinta invertidos, varispeed y diversos efectos de sonido con los que la banda, con George Martin como compañero a partes iguales, exploraba a profundidad las ilimitadas posibilidades sonoras de la música de estudio.
Hay 14 temas en “Revolver” y cada uno de ellos deja una marca indeleble, desde el mordaz tema de apertura de George, “Taxman”, hasta el tema final, el sorprendentemente futurista “Tomorrow Never Knows” de Lennon.
En el medio, tenemos el gran arte de McCartney con la inquietante “Eleanor Rigby” complementada con un cuarteto de doble cuerda, y la conmovedora “For No One”, además de otra balada estándar, “Here, There and Everywhere”, y también sobresale en “Got to Get You into My Life” y en la gloriosa “Good Day Sunshine”.
“Tomorrow Never Knows” nos presenta a Lennon en un pico creativo, y casi lo iguala en “And Your Bird Can Sing” con influencia de Dylan, y el psicodélico tour de force “She Said She Said”, mientras que el solo de guitarra al revés y la voz nebulosa de Lennon en “I’m Only Sleeping” resume la experimentación desenfrenada de “Revolver”.
Dejó de ser eclipsado por el posterior “Sgt Pepper”, y es un álbum que ha crecido en grandeza y reputación a lo largo de las décadas.
Hace mucho tiempo tomó el lugar de “Pepper” como el representante del mejor momento de los Beatles.
Para muchos críticos, “Revolver” es el mejor álbum jamás hecho, una discusión que dejaré para otro día, pero por ahora, reina como el mejor álbum de The Beatles.
nuestras charlas nocturnas.
El Ejército español ganó un mundial mucho antes que la Selección Española en 2010…

Huffington Post(H.Z.García) — Mucho antes de que Iker Casillas levantara en 2010 la Copa del Mundo, tras el gol de Andrés Iniesta en el minuto 116, otro equipo español ya había conquistado un Mundial. Sin embargo, no fue la Selección Española de Fútbol, sino un equipo formado por jugadores que cumplían el servicio militar obligatorio.
Fue en el año 1965 cuando el Ejercito español ganó la Copa Mundial Militar, un torneo que sigue siendo un capítulo poco conocido pero fascinante de la historia deportiva del país. Por aquel entonces, en los años 60, el servicio militar obligatorio abarcaba a todos los jóvenes, incluidos los jugadores de Primera División. Esto permitió que se formara un equipo prácticamente igual a una selección sub-21.
Fue el teniente coronel Luis Alfonso Villalaín, designado por el Ministerio del Ejército, quien reunión al equipo que llevó a España a la victoria. Entre los convocados había figuras como Ramón Grosso, Josep Maria Fusté, Jesús Glaría y José Ufarte, quienes ya brillaban en sus respectivos clubes.
– Los marcadores
El equipo se formó bajo estricta disciplina militar, lo que incluía vestir uniforme y viajar en aviones del Ejército del Aire. Aunque las condiciones eran básicas, la calidad del conjunto quedó demostrada desde el primer partido, donde la ciudad de Sevilla fue testigo del empate con Francia que acabó eliminada en el partido de vuelta.
En semifinales, España se enfrentó a Portugal, que contaba con Eusébio da Silva, el ganador del Balón de Oro de ese mismo año. Gracias a un marcaje impecable, los militares españoles lograron neutralizar a la estrella portuguesa y su equipo, venciendo en el Estadio Insular, Las Palmas, abarrotado conun récord de aforo de 30.000 espectadores.
La fase final del torneo se celebró en Asturias, donde España superó a Bélgica tras un inicio difícil con una derrota frente a Turquía. En la gran final, disputada el 8 de julio de 1965 en El Molinón, el rival fue Marruecos. España se impuso con un contundente 3-0, con el partido retransmitido en directo por televisión y cuya narración corrió a cargo de Matías Prats conocido como la “voz del NO-DO”.
– Un triunfo olvidado
Aunque se presentó con entusiasmo, incluyendo un desfile con el teniente coronel Villalaín a hombros, la victoria pronto cayó en el olvido. La cobertura mediática fue escasa y la Copa Mundial Militar nunca alcanzó la relevancia del torneo organizado por la FIFA.
Sin embargo, este capítulo sigue siendo un ejemplo de la pasión por el fútbol que une a España, desde los campos militares hasta los estadios internacionales. Fue un precedente que abrió el camino para que, décadas después, la Selección Española lograra conquistar el Mundial de 2010 y consolidara su lugar en la historia del deporte.
Ahora, con la mirada puesta en el Mundial de 2030 que coorganizarán España, Marruecos y Portugal, es el momento ideal para recordar la histórica victoria española en el Mundial de 1965. Aquel triunfo, ocurrido hace más de tres décadas, nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestro legado futbolístico y de ilusionarnos con un futuro prometedor en el próximo campeonato.
nuestras charlas nocturnas.
Así transcurrió el insólito juicio de la URSS en el que Dios fue condenado a muerte por «genocidio»…

abc(I.Viana) — Cinco años después del episodio que les vamos a contar, su protagonista, Anatoly Lunacharski , aseguró: «La religión es como un clavo. Cuanto más se la golpea en la cabeza, más penetra». El comisario de Instrucción Pública de Lenin llevaba cinco años dedicado en cuerpo y alma a perseguir a la Iglesia, convencido de que podía erradicar sus casi dos mil años de historia de un plumazo.
Desde el triunfo de la Revolución Rusa, en 1917, apoyado por el aparato del recién creado estado comunista, se dedicó a destruir monasterios, decapitar y quemar efigies del Papa Benedicto XV en pomposas performances públicas, confiscar bienes eclesiásticos y ridiculizar a los apóstoles en procesiones simbólicas.
El ataque más rocambolesco e insólito de todos se produjo a comienzos de 1918, con el llamado «Juicio del Estado Soviético contra Dios». El episodio coincidió con el comienzo de la época iconoclasta de la URSS. El zar Nicolán II había sido derrocado un año antes, aunque faltaban aún seis meses para que fuera fusilado y acuchillado junto a su familia .
En esta vorágine de acontecimientos se organizó en Moscú un tribunal popular al que el primer Gobierno bolchevique declaró absolutamente competente para juzgar al Todopoderoso por sus «crímenes contra la Humanidad» y «genocidio».
Su presidente fue precisamente Lunacharski, el mismo que declaró en su libro « Religión y socialismo » que «Karl Marx es el profeta más grande del mundo». Uno que, decía, «ya no necesita hacer referencia a Dios, ya que la nueva sociedad no está basada en un pacto con él».

– Un juicio «divino»
El 16 de enero de 1918 fue el día elegido para que se celebrara aquel acto sin precedentes que se alargó durante cinco horas y fue presenciado por una gran cantidad de público.
A simple vista no parecía haber diferencias entre aquel juicio «divino» y otro terrenal.
Los detalles estaban perfectamente cuidados, como si de un proceso legal se tratara, con una una Biblia en el banquillo de los acusados.
En primer lugar se produjo la lectura de todos los delitos que el pueblo ruso, en supuesta representación del resto de la especie humana, atribuía el «reo».
Los fiscales presentaron una gran cantidad de pruebas basadas en testimonios históricos, según los cuales la imputación principal estaba clara: Dios era culpable.
Los defensores designados por el Estado soviético, por su parte, aportaron pruebas de su inocencia. Llegaron incluso a pedir la absolución del acusado, alegando que padecía una «grave demencia y trastornos psíquicos» y que, por lo tanto, no era responsable de los hechos que se le achacaban.
Lunacharski no era exactamente un ignorante en lo que a cuestiones religiosas se trataba. Todo lo contrario. El presidente del tribunal había aprovechado sus años en París y las largas temporadas que había pasado en la cárcel antes de 1917 , para estudiar intensamente la historia de las religiones.
De ahí surgió la idea de su ensayo «Religión y socialismo», cuya intención no era otra que incorporar al marxismo los preceptos sobre la salvación humana que encontró en el cristianismo. Esto provocó una violenta condena por parte de sus camaradas del partido comunista ruso, algunos de los cuales acabaron convirtiéndose en sus enemigos.

– Cinco horas de apelaciones
Tras cinco horas de testimonios, apelaciones y protestas, el tribunal declaró finalmente «culpable» a Dios de los delitos por los que era juzgado.
A continuación, Lunacharski leyó la sentencia: el Señor era condenado a muerte y debía ser fusilado a la mañana siguiente.
Hasta entonces, sus abogados no tendrían derecho a interponer ningún tipo de recurso ni establecer el más mínimo aplazamiento.
Al amanecer, un pelotón llevó a cabo los deseos del juez disparando varias ráfagas al cielo de Moscú.
Pocos años después, entre 1923 y 1929, la astucia del pensamiento bolchevique aconsejó no repetir este tipo de actos ni la persecución abierta contra la Iglesia de los años anteriores.
El mismo Lunacharski condenó los excesos cometidos en este sentido. Lo hizo poco antes de morir, el 26 de diciembre de 1933, justo durante su viaje a España, donde acudía para ocupar el cargo de embajador ruso en la Segunda República .
nuestras charlas nocturnas.
Qué es la navaja de Ockham, la idea de un monje que ha guiado a mentes brillantes desde el Medioevo…

BBC News Mundo — En igualdad de condiciones, la solución más sencilla suele ser, también, la más probable.
Con esa y otras frases similares se ha popularizado el principio planteado por un monje franciscano del siglo XIV que se ha aplicado en una variedad de campos, de la ciencia a la lógica, y sigue vigente.
Ese monje, uno de los más grandes filósofos de la Europa medieval, se llamaba William, o Guillermo, en español, y como nació en la pequeña aldea de Ockham, en el sur de Inglaterra, pasó a la historia como Guillermo de Ockham.
Sus ideas sobre la libertad y la naturaleza de la realidad influyeron en el filósofo político Thomas Hobbes y ayudaron a impulsar la Reforma protestante.
Durante su carrera logró ofender al Canciller de la Universidad de Oxford, discrepar de su propio orden eclesiástico y ser excomulgado por el Papa.
Declaró que la autoridad de los gobernantes deriva del pueblo que gobiernan, siendo uno de los primeros en hacerlo.
Y que la Iglesia y el Estado debían estar separados.
Insistió, además, en que la ciencia y la religión nunca deberían mezclarse, porque la ciencia se basa en la razón, mientras que la religión deriva de la fe.
Acorde con eso, provocó una gran ira por utilizar la lógica científica para refutar las cinco pruebas racionales de la existencia de Dios de Tomás de Aquino.
De ahí su entonces transgresora afirmación: «La existencia de Dios no puede deducirse sólo por la razón».
Pero por turbulenta que haya sido su vida, e interesante y valiosa su obra, su nombre se siguió mentando más que todo por su asociación con ese principio del que hablábamos.
Su idea era que los argumentos filosóficos deben mantenerse lo más simples posible, algo que él mismo practicó severamente con sus teorías y las de sus predecesores.
Siglos después, cuando ya había sido aplicado por varias mentes brillantes, a esa idea se le daría el nombre de la navaja de Ockham u Occam.

– Un atajo mental
Una navaja filosófica es un atajo mental que puede ayudar a llegar a mejores explicaciones de un fenómeno al descartar hipótesis innecesariamente complejas o poco probables.
Y hay muchas, como la de Hitchens, «Aquello que se afirma sin evidencia se puede rechazar sin evidencia«, o la de Hanlon, «Nunca atribuyas a la malicia aquello que puede ser explicado adecuadamente por la estupidez«.
Ockham expresó la suya de una manera algo opaca, pero existen versiones de otros autores que dan una idea más clara.
Entre las varias, hay incluso una mucho anterior a Ockham, escrita nada menos que por Aristóteles, en «Segundos analíticos»:
«Podemos asumir la superioridad, en igualdad de condiciones, de la demostración que se deriva de menos postulados o hipótesis«.
O quizás prefieras…
- «Es vano hacer con más lo que se puede hacer con menos«,
- «Una explicación de los hechos no debe ser más complicada de lo necesario«
- o, ante una encrucijada, «la solución más simple suele ser la más acertada«.
Pero si te da curiosidad saber cuál fue la de Ockham, la dio cuando estaba reflexionando sobre lo que estaba más allá de la Tierra.
“Me parece… que la materia en los cielos es del mismo tipo que la materia aquí abajo. Y esto se debe a que la pluralidad nunca debe postularse sin necesidad”.
Esos cielos también estaban en la mente de uno de los primeros en adoptar su navaja: Nicolás Copérnico.
En Commentariolus, de1543, declaró que la «monstruosa» complejidad de la idea dominante de que los cuerpos astronómicos giraban alrededor de la Tierra «podría resolverse con menos construcciones y mucho más simples«.
El modelo geocéntrico del universo que prevaleció desde la época de los antiguos griegos se había vuelto cada vez más engorroso.
Observaciones de los movimientos de los planetas habían requerido que se hicieran retoques, como agregar epiciclos sobre epiciclos y alejar ligeramente la Tierra del centro de las órbitas de todos los demás cuerpos.
Buscando simplicidad, Copérnico llegó al modelo de planetas que orbitan alrededor del Sol, que seguía siendo algo complicado pero nada como el anterior.

Curiosamente, Claudio Ptolomeo, el matemático, astrónomo y geógrafo griego del siglo II famoso por su teoría geocéntrica que Copérinco derrocó, había afirmado algo similar a la navaja de Ockham:
«Consideramos un buen principio explicar los fenómenos mediante la hipótesis más simple posible«.
En cualquier caso, Copérnico no fue el único de los devotos renombrados de la navaja.
En 1632, Galileo Galilei, al realizar una comparación detallada de los modelos ptolemaico y copernicano del Sistema Solar, sostuvo que “la naturaleza no multiplica las cosas innecesariamente; utiliza los medios más fáciles y sencillos para producir sus efectos; no hace nada en vano…”.
Isaac Newton, por su parte, hizo del principio de Ockham una de sus tres «Reglas de razonamiento en filosofía» al comienzo del Libro III de «Principia Mathematica» (1687):
Regla I: No debemos admitir más causas de las cosas naturales que las que sean verdaderas y suficientes para explicar sus apariencias.
“La naturaleza -añadió- se complace con la simplicidad».
Un siglo después, en su «Crítica de la razón pura», Immanuel Kant citó la máxima de que “los rudimentos o principios no deben multiplicarse innecesariamente” y sostuvo que se trataba de una idea reguladora de la razón pura que subyacía a las teorizaciones de los científicos sobre la naturaleza.
La historia está llena de historias similares de científicos que dejaron que la simplicidad los guiara hacia una mejor comprensión de la realidad.
Pero cerremos este recuento con Albert Einstein, quien escribió:
«El gran objetivo de toda ciencia… es cubrir el mayor número posible de hechos empíricos mediante deducciones lógicas a partir del menor número posible de hipótesis o axiomas«.
– Precaución

La navaja de Ockham, entonces, insta a elegir las explicaciones más simples para cualquier fenómeno que observemos.
Si ves una luz moviéndose en el firmamento, antes de sospechar que es un platillo volador, piensa que es más probable que sea un avión o un satélite, o que tuviste la suerte de ver una estrella fugaz.
Siguiendo ese principio, a los estudiantes de medicina les aconsejan: “cuando escuches el ruido de los cascos, piensa en caballos, no en cebras”, para guiarlos a buscar primero el diagnóstico más simple que explique los síntomas de sus pacientes.
Esta navaja es, en muchos sentidos, la precursora de la teoría de la probabilidad moderna, y ha servido en campos tan diversos como la física, la economía, la filosofía y el diseño.
Los científicos la siguen invocando en temas que van desde los orígenes del covid hasta la materia oscura cósmica.
Pero como cualquier navaja, hay que usarla con precaución.
La de Ockham es considerada usualmente como un principio heurístico, es decir, una regla general que con la experiencia ha mostrado ser una herramienta útil pero sin una base lógica o teórica firme.
No es una ley.
Escoger ciegamente explicaciones por el mero hecho de que son más sencillas implicaría, por ejemplo, deshacerse de teorías como la de la evolución, a pesar de la evidencia científica que la sostiene.
En comparación, la teoría no científica del creacionismo, de que toda la vida surgió como es hoy gracias a un creador sobrenatural, es más simple.
Pero no por eso necesariamente correcta.
Parafaseando algo que Einstein dijo en una conferencia en 1933, todo debe hacerse lo más simple posible, pero no más simple.
Eliminar cualquier aparente complejidad, además, puede frustrar líneas de investigación o restringir la imaginación.
Fuera del mundo de la ciencia, en ámbitos como la política o la opinión pública, donde la navaja de Ockham ha encontrado un espacio, esta puede ser en ocasiones limitante, alertan algunos pensadores.
A menudo, las cuestiones sociales son más complicadas de lo que los discursos políticos y las opiniones estridentes reflejan en los medios o las redes sociales.
Los puntos de vista aparentemente simples e inequívocos seducen, pues parecen ofrecer claridad.
Sin embargo, para tener realmente claridad sobre un tema a menudo es vital comprender su complejidad.
Y, puede sorprender cuánto más simples se tornan tras examinarlos más detenidamente.
Así que el truco está en aprender a usar la navaja de Ockham de manera reflexiva y estratégica para poder entender bien la realidad.
nuestras charlas nocturnas.
Los relojes más importantes de la historia…

Esquire(J.Davis/C.Hall/T.Barber) — ¿Qué hace que un reloj sea “importante”?
Están los grandes relojes: cronómetros que cambiaron las reglas del juego de los viajes marítimos; relojes de campaña que sincronizaron a los soldados durante dos guerras mundiales; relojes de la era espacial que llevaron a los astronautas a la Tierra sanos y salvos.
Están los que rompen récords: relojes que han llegado más lejos, más alto o han sido más «complicados» que nunca. Hay relojes que democratizaron el diseño: un ejemplo es el Ingersoll «Mickey Mouse» de 3,75 dólares de 1933; un ejemplo son los primeros doce relojes Swatch que se lanzaron exactamente cinco décadas después.
Y hubo relojes que hicieron exactamente lo contrario: creaciones increíblemente disparatadas y carísimas como el HM4 Thunderbolt de MB&F y el RM 011 Felipe Massa de Richard Mille. Hay muchas más categorías y muchos, muchos, muchos más relojes. Reducir los más importantes a solo 50 a veces parecía una tarea similar a estudiar la historia del tiempo.
Afortunadamente, teníamos a alguien que era casi tan bueno como Stephen Hawking para ayudarnos: un equipo de expertos de primera línea, provenientes de todos los rincones del mundo de la relojería, desde museos hasta tiendas minoristas, editoriales y jefes de marcas, periodismo y profesores universitarios, como nuestro panel de votación.
No aceptes sustitutos. Esta es la lista definitiva de los 50 relojes más importantes de la historia. (¿Nos hemos olvidado de alguno?)
– Patek Philippe Calatrava referencia 96 (1932)

- El reloj que consturyó Patek Philippe
¿Hiperbole? Tal vez, porque muy pocas megamarcas deben su éxito a un solo reloj, pero hay argumentos sólidos. A principios de los años 30, Patek, Philippe & Cie atravesaba dificultades financieras y en 1932 fue adquirida por la familia Stern, que sigue al mando en la actualidad.
Al ver la necesidad de un reloj sencillo y fácilmente comercializable para estabilizar el negocio (en contraste con los relojes complicados que eran su especialidad), presentaron el primer Calatrava, la referencia 96, ese mismo año, un diseño de 31 mm que defendía los principios de la Bauhaus.
Los detalles de su génesis son escasos y se desconoce quién fue su diseñador; el nombre proviene de un símbolo utilizado por los caballeros castellanos del siglo XII, registrado por Patek Philippe 45 años antes, pero nunca utilizado. Nadie sabe por qué. Ni siquiera está claro por qué empezó con el número 96.
(No creas las historias en línea de que el Calatrava fue diseñado por el comerciante de relojes antiguos y entusiasta británico David Penney; recibió el encargo en la década de 1980 de ilustrar un libro de tapa dura autorizado sobre la historia de la marca, y los periodistas confundieron su firma contra los dibujos de la referencia 96 con el nombre del diseñador original. Penney nació mucho después de 1932 y está vivo y bien hoy.)
Lo que es más seguro es que la referencia 96 fue un éxito; impulsado por un respetado calibre LeCoultre, proporcionó un lienzo en blanco para todo tipo de diseños de esfera e iteraciones, y permaneció en producción durante 40 años.
Puede que no te venga a la mente de inmediato cuando mencionas el nombre de la marca -con el Nautilus en sus libros y una formidable historia de calendarios perpetuos, cronógrafos de fracciones de segundo, horarios mundiales y repetidores de minutos, difícilmente puedes culpar a los fanáticos por pasar por alto a veces el humilde Calatrava-, pero es la piedra angular sobre la que se sostiene tanta gran relojería.
– Mickey Mouse de Ingersoll (1933)

- ¿Relojes de dibujos animados para adultos? Nunca se pondrá de moda
En 1933, dos empresas se enfrentaron a la quiebra. Una era Ingersoll-Waterbury, una firma de relojes que surgió de un negocio del New York Mail. La otra era Disney. Un comerciante y ex vendedor de sombreros de visón llamado Herman “Kay” Kamen rescató a ambas, a pesar de que aparentemente se quedó dormido en la reunión de presentación.
¿Su solución? Un reloj con Mickey Mouse, con sus manos enguantadas de amarillo girando para indicar la hora. La respuesta al reloj de 3,75 dólares fue inmediata. Macy’s vendió 11.000 el primer día que salió a la venta, y en dos años Ingersoll había incorporado 2.800 empleados para hacer frente a la demanda, y un Mickey Ingersoll original fue colocado en una cápsula del tiempo en la Feria Mundial de 1939.
Hoy en día, los «relojes con personajes» son una gran noticia; un claro ejemplo: el gran éxito de Oris en 2023, un reloj de 3.700 libras con la rana Gustavo. Mientras tanto, Mickey (y Minnie) Mouse ahora adornan el Apple Watch y dirán la hora cuando presiones el dial. Esto es progreso para ti.
– Blancpain Cincuenta brazas (1953)

- El plano del reloj de buceo
Hace exactamente 70 años, cuando el reloj de buceo tal como lo conocemos comenzó a funcionar.
El bisel giratorio para cronometrar las inmersiones, la esfera de alta visibilidad con elementos esenciales, la caja aerodinámica pero hermética: todo surgió cuando el jefe de Blancpain, Jean-Jacques Fiechter, un fanático del buceo, se asoció con los héroes de guerra franceses Robert Maloubier y Claude Riffaud, que necesitaban un reloj para su nueva unidad de comando, para inventar el reloj de pulsera submarino definitivo para todo tipo de acción.
Rolex tenía ideas similares; su Submariner siguió su ejemplo poco después. Pero el clásico de culto de Blancpain aprobado por los militares fue fundamental; los modelos vintage raros son santos griales de los coleccionistas, y las versiones modernas siguen siendo grandes éxitos de ventas para la marca.
– Rolex Day-Date (1956)

- Presidencial
Claro, fue el primer reloj que mostraba tanto la fecha como el día completo de la semana, pero la función del Day-Date siempre ha sido secundaria a su aura. Lanzado en 1956 en oro de 18 quilates o platino, venía con una correa de nueva creación: el brazalete President.
Después de que Lyndon B. Johnson lo usara, y Marilyn Monroe se lo regalara escandalosamente a John F. Kennedy, el apodo se mantuvo. Es el reloj que más define la asociación de Rolex con el éxito y el prestigio, una idea que se ha mantenido tan constante como el aspecto inconfundible del Day-Date.
No es del todo cierto que el Day-Date se produzca exclusivamente en metales preciosos: ocasionalmente aparece una versión de acero de «nivel básico» en subasta, aunque como solo se hicieron prototipos de cinco, no a un precio de nivel básico.
– Audemars Piguet Royal Oak 5402 (1972)

- Fusionando lo industrial y lo exótico
Teniendo en cuenta la incesante publicidad que rodea al Royal Oak y la multiplicidad de iteraciones y estilos que Audemars Piguet ha creado a lo largo de los años, es fácil olvidar qué diseño tan ingenioso, intuitivo y revolucionario era en 1972.
El diseñador Gérald Genta, encargado de combinar la robustez y versatilidad de un reloj deportivo de acero con la belleza artesanal que caracteriza a Audemars Piguet, ideó el Royal Oak en una sola sesión de una noche. Selló su futuro legado y el de Audemars Piguet y engendró el género del «lujo deportivo» de un solo golpe.
El diseño de Genta era una síntesis inspirada de lo industrial y lo exótico. Era aerodinámico, albergaba un movimiento automático ultrafino y con un aspecto dominado por un bisel octogonal cargado de tornillos, en una caja que se fusionaba a la perfección con un brazalete complejo y cónico.
La esfera brutalista estaba subordinada a las geometrías brillantes de la caja, donde se aplicaban a mano con asiduidad acabados cepillados o pulidos en contraste. El brazalete por sí solo era tan complicado que necesitaba relojeros en lugar de técnicos en cajas para ensamblarlo.
El Royal Oak hizo por los relojes de acero lo que los arquitectos de alta tecnología de la época estaban haciendo por los edificios de acero: elevar el material de la industria y los cubiertos de cocina al nivel de lo sublime. «El metal noble de las catedrales modernas», así lo denominó Genta, según Bill Prince, autor de Royal Oak, de iconoclasta a icono .
En ese momento, el Royal Oak era el reloj de pulsera de acero más caro jamás fabricado , pero desató un género cuyo impacto solo se sentiría verdaderamente en las décadas siguientes, y nunca más que ahora.
– Hublot Big Bang (2004)

- Diseñado al máximo
Con sus diseños atrevidos y descarados, Hublot es lo opuesto al lujo discreto, algo que suele acabar enamorando a los coleccionistas de relojes más serios. El lema de la marca, “el arte de la fusión”, está plasmado en su buque insignia, el Big Bang, el primero de los cuales combinaba cerámica, magnesio, tungsteno, kevlar, caucho y acero en una nueva dirección llamativa (y premiada) para el diseño de relojes.
Dado que cada Big Bang es técnicamente limitado, también se adelantó a la cultura del drop actual, y los relojes del futuro incorporarán seda, denim, diamantes y lana de oveja. “La gente quiere exclusividad”, dijo su creador Jean-Claude Biver a The Economist . “Por lo tanto, siempre hay que mantener al cliente hambriento y frustrado”.
– FP Journe Tourbillon Souverain ‘Souscription’ (1999)

- La llegada de un nuevo maestro
François-Paul Journe fabricó su primer reloj de pulsera en 1991, ante el encogimiento de hombros colectivo de un mundo que aún no estaba preparado para acoger obras maestras artesanales y anacrónicas de nombres desconocidos.
Ocho años después, el estado de ánimo había cambiado; Journe creó su propia marca y aceptó encargos para fabricar 20 tourbillons, vendiendo los relojes por «suscripción», es decir, pagando la mitad por adelantado, una idea tomada prestada de Abraham-Louis Breguet.
La producción de Journe a lo largo de las últimas dos décadas ha sido prodigiosamente inventiva, pero fue necesaria la pandemia para que las cosas subieran a la estratosfera; los valores de subasta del Tourbillon Souverain se triplicaron entre 2019 y 2020.
– Rolex Explorer (1953)

¿El reloj perfecto?
Amado tanto por los entusiastas de Rolex como por los «chicos casuales de un solo reloj», el Explorer moderno conserva el espíritu de los relojes que acompañaron a Tenzing y Hillary (casi) a la cima del Everest en 1953 (de hecho, ambos escaladores usaron modelos de la marca británica Smiths en la cumbre).
Tras el ascenso, el Rolex de Hillary fue devuelto a la empresa relojera para que se realizaran pruebas sobre su capacidad para soportar el viaje a gran altitud y ahora se exhibe en el Museo Beyer de Zúrich. A pesar de sus recientes flirteos con los metales preciosos, el Explorer sigue siendo un paradigma de relojería honesta y sencilla que, para muchos, es realmente todo lo que necesitan.
– Calendario perpetuo antiguo de Vianney Halter y Jeff Barnes (1998)

- Haciendo posible lo imposible
¿Recuerdas el steampunk? A finales de los años 90, la “ciencia ficción victoriana” tuvo un momento cultural. Nos dio una de las peores películas de la década, Wild Wild West , chicos emo con sombreros de copa y, como punto positivo, este espectacular reloj.
Inspirado por Julio Verne y HG Wells, el creativo estadounidense Jeff Barnes imaginó un reloj imposible con múltiples esferas de ojo de buey, remaches y un rotor invisible. El relojero iconoclasta Vianney Halter hizo posible lo imposible.
Halter y Barnes impulsaron la relojería hacia un extraño universo alternativo. Se abrió un agujero de gusano que los visionarios posteriores (MB&F, Urwerk, De Bethune, etc.) atravesarían para reimaginar lo que realmente podría ser la alta relojería.
– Seiko 5 Sportsmatic (1963)

- ¿Eres nuevo en el coleccionismo? Empieza aquí
A lo largo de las décadas, a través de innumerables iteraciones, el logotipo del escudo «5» del Seiko 5 ha simbolizado el reloj de pulsera robusto, versátil y que puede ir a cualquier parte.
Asequible, capaz y simplemente genial, el Seiko 5 ha creado su propia subcultura en torno al coleccionismo y la modificación. Ninguna colección está completa sin uno, y para muchos fanáticos de los relojes, es el lugar donde todo comienza.
– Omega Speedmaster Profesional (1957)

- Amado en la tierra y más allá
En la era de las estaciones espaciales en órbita, los satélites de comunicaciones y los exploradores de Marte, el uso de un reloj mecánico en el espacio tiene algo de curiosamente anticuado. Los ordenadores pueden estropearse, pero se piensa que un reloj mecánico seguirá funcionando en todas las condiciones: altas temperaturas, bajo cero, baja gravedad y, cuando toda la tecnología se haya apagado, en la oscuridad.
La línea Speedmaster de Omega se creó pensando en los pilotos de carreras, no en los astronautas. Fue el primer cronógrafo con una escala taquimétrica en el bisel para medir la velocidad en función de la distancia. Pero el diseño llamó la atención de los astronautas de la NASA Walter Schirra y Leroy Cooper.
Según cuenta la historia, la pareja presionó al director de operaciones de la NASA, Deke Slayton, para que el Speedmaster fuera el reloj oficial para su uso durante los entrenamientos y, en última instancia, durante los vuelos.
En 1964, Slayton emitió un memorando interno en el que afirmaba la necesidad de un «cronógrafo muy duradero y preciso para que lo utilizaran las tripulaciones de los vuelos Gemini y Apollo».
Se enviaron propuestas a 10 marcas: Benrus, Elgin, Gruen Hamilton, Longines Wittnauer, Lucien Piccard, Mido, Omega y Rolex. Solo cuatro respondieron a la llamada: Rolex, Longines Wittnauer, Hamilton y Omega, y Hamilton se descalificó a sí misma al presentar un reloj de bolsillo.
El resto se sometió a pruebas extremas: 48 horas a 71 °C, cuatro horas a -18 °C, 250 horas con una humedad del 95 %, ciclos de temperatura en el vacío, etc.
En marzo de 1965, la NASA declaró al Speedmaster «calificado para vuelos en todas las misiones espaciales tripuladas». Se convirtió en el primer reloj que se usó en la Luna (por Buzz Aldrin, en 1969) y desempeñó un papel crucial en el reingreso a la Tierra del Apolo 13 en 1970, cuando se utilizó para cronometrar un crucial consumo de combustible de 14 segundos (como se ve en la película de Tom Hanks de 1995, Apolo 13 ).
Sería un descuido por parte de cualquier empresa no aprovecharse de este tipo de oro publicitario, y Omega sin duda lo ha hecho, lanzando infinitas variantes del Moonwatch desde entonces. Afortunadamente, su producto respalda la publicidad. “Los Speedmasters lo tienen todo: grandes movimientos de cronógrafo, un diseño de caja asombroso, una estética fantástica de esfera y manecillas y una historia increíble”, dice el experto en relojes vintage Eric Wind.

Reloj Omega X Swatch MoonSwatch (2022)
- Una jugada de marketing genial
El reloj que nadie vio venir, que nadie pudo conseguir y, sin embargo, absolutamente nadie pudo evitar en los vertiginosos días de… eh, 2022.
¿Es posible que solo el año pasado se cerraran las calles de todo el mundo cuando multitudes de miles de personas se apresuraron a adquirir un Speedmaster de plástico (perdón, «biocerámica») y a batería fabricado por Swatch?
Puede que la fiebre de MoonSwatch se haya calmado ahora, pero pocos relojes modernos han captado el momento con tanta perfección. En medio de un clima pospandémico de mezclas de altos y bajos, cambios de ambiente, fronteras culturales difusas y exageraciones (muchísimas exageraciones), el reloj dio en el clavo y se convirtió en el lanzamiento de un reloj suizo más importante desde el Swatch original en 1983.
– Patek Philippe Ref. 1518 Calendario Perpetuo (1941)

- Un reloj de pulsera que creó un género
El calendario perpetuo, complejo, elegante y poético, es el reloj emblemático de la alta relojería. Y, como ocurre con gran parte de la alta relojería, Patek Philippe definió su forma.
Patek presentó su primer calendario perpetuo para la muñeca en 1925. Pero en 1941 hizo lo casi impensable y puso la complicación en producción en serie, dos veces. La referencia 1526 era un calendario perpetuo con fases lunares, pero la referencia 1518 realmente dejó atónitos a todos, con un cronógrafo incluido y un diseño de gran complicación.
No fue hasta 1955 que otra marca, Audemars Piguet, pudo competir con su propio calendario perpetuo, mientras que el cronógrafo de calendario perpetuo ha seguido siendo una combinación distintiva para Patek Philippe y sus coleccionistas.
– Braun AW10 (1989)

- Un buen diseño es hacer algo intangible y memorable
El concepto de Braun de diseño industrial alemán moderno, una mezcla de funcionalidad y tecnología, es alabado en todas partes, desde los catálogos del MoMA hasta las entrevistas de Jony Ive.
Sus principios de diseño se han aplicado a calculadoras, molinillos de café y encendedores. Pero se podría decir que el reloj de pulsera es su destilación más pura, obra de uno de los diseñadores de Braun, Dietrich Lubs, y Dieter Rams. Siguiendo el ejemplo del reloj de viaje AB 20 de 1975, su objetivo era mostrar la hora de la «manera más funcional posible».
Eso significaba tipografía blanca sobre una esfera negra, un segundero amarillo que «sobresale» y Akzidenz-Grotesk, la fuente conocida como «jobbing sans-serif». Es decir, se utiliza para trabajos, incluida la red de transporte de la ciudad de Nueva York. El reloj de diseño del diseñador.
– Rolex GMT-Master (1955)/ GMT-Master II (1982)

- El reloj que anunció la era del jet
Los viajeros adinerados de principios de los años 50 se encontraron con un nuevo fenómeno. Todavía no tenían un nombre para él (según el consenso, la frase “jet lag” no se utilizó hasta mediados de los años 60), pero los efectos desconcertantes de volar a través de zonas horarias eran evidentes.
Los pasajeros podían soportar las molestias, pero Pan Am, preocupada por sus pilotos, quería encontrar una solución. Se pensó ingenuamente que un dispositivo capaz de mostrar la hora “local” del cuerpo de un vistazo podría ayudar a superar los efectos (al menos eso dice la leyenda). Rolex produjo el GMT-Master referencia 6542 en 1954, y el resto es historia.
El bisel giratorio ya había visto la luz del día en el Turn-o-graph del año anterior (prueba de que no todos los Rolex eran éxitos duraderos), pero la adición de una escala de 24 horas y un esquema de colores día-noche dieron en el clavo. Es fácil pasar por alto lo audaz que debió ser el diseño de dos tonos en los años de posguerra, y el GMT-Master ha mantenido ese carácter extrovertido.
La variación de colores que siguió y la tendencia de los primeros materiales a patinar y degradarse de formas interesantes han generado un rico léxico de apodos y han cimentado el atractivo perdurable de la referencia.
En los tiempos modernos, al menos antes de la bonanza de emojis y burbujas de 2023, el GMT-Master II fue el lugar donde Rolex experimentó, desarrollando biseles de cerámica de una sola pieza, introduciendo diales de meteorito, biseles engastados con gemas e incluso subvirtiendo sus propios códigos al agregar el elegante brazalete Jubilee en 2018.
La introducción de un modelo para zurdos en 2022 solo aumentó la expectación. Hoy es uno de los Rolex más difíciles de adquirir. Mecánica y estéticamente, Rolex dio con un modelo que realizaba una tarea simple con claridad, carácter y compostura, y dejó atrás a sus imitadores.
– Cartier Santos-Dumont (1904)

- Un verdadero vuelo de alto nivel
El Cartier Santos-Dumont, lanzado en 1904, ocupa no uno sino dos lugares en los libros de historia de la relojería: el primer reloj de piloto y el primer reloj de pulsera diseñado específicamente para hombres. Creado para evitar la impracticabilidad de volar con un reloj de bolsillo, nació después de que el piloto brasileño Alberto Santos-Dumont planteara el problema a Louis Cartier.
Dada la reputación actual de Cartier de ser un modelo de alfombra roja, el reloj cuenta con un diseño decididamente discreto. Caracterizado por ocho tornillos, su caja parece haber sido influenciada por un reloj de bolsillo cuadrado contemporáneo, con asas curvadas y una correa de cuero diseñada para que sea cómodo de llevar en la muñeca.
Mientras tanto, el diseño de la esfera, de lectura instantánea, presagiaba el movimiento Art Decó de los años 20 y 30 y sigue siendo un estilo que define los diseños de relojes Cartier hasta el día de hoy.
En 1911, cuando todavía se recordaban los titulares que proclamaban “El primer éxito del señor Santos-Dumont con una máquina voladora”, Cartier comercializaba el “reloj Santos-Dumont” en platino y oro, y su audaz conexión con la aviación despertó el interés de un nuevo grupo demográfico: los hombres.
Cartier relanzaría el modelo dos veces más tarde: en 1998, para celebrar el 90 aniversario del Santos-Dumont, y en 2005, como parte de la Colección Privée Cartier Paris.
En 2018, Cartier lo lanzó en acero, la primera vez que el reloj aparecía en un metal no precioso, poniéndolo al alcance de un nuevo consumidor. Su momento fue profético: con el creciente interés por los relojes para hombres, había un nuevo cliente con conocimientos de diseño en el mercado.
Cartier puede no utilizar los movimientos más elegantes ni los materiales más modernos, pero en cambio supera a la competencia con 100 años de diseños sólidos y relojes que lucen únicos.
– Richard Mille RM 011 Felipe Massa (2007)

- Richard Mille no vende muchos relojes. A sus precios, no necesita
Cada año, Morgan Stanley publica un informe financiero sobre la industria relojera suiza. Nueve de las diez marcas más importantes por facturación tienen 100 años o más de antigüedad; las mismas nueve producen al menos 50.000 relojes al año.
El caso excepcional es Richard Mille: con apenas 21 años y una producción de algo más de 5.000 relojes al año, supera a gigantes como Longines, Breitling y Vacheron Constantin. El ingrediente secreto es complejo, pero debe mucho a los relojes técnicamente innovadores que llevan los embajadores deportivos de Mille, y todo empezó con Massa, allá por 2007.

Seiko Astron 35SQ (1969)
- El primer reloj de cuarzo
El día de Navidad de 1969, Seiko le dio al mundo su regalo más importante: el primer reloj de pulsera con motor de cuarzo. Tras una década de desarrollo (durante la cual los japoneses habían reducido la tecnología del tamaño de un archivador a algo que se podía llevar puesto), fue el presagio de un cambio radical y duradero.
La producción en masa de relojes de cuarzo baratos que siguió en la década de 1970 provocó daños catastróficos en la relojería suiza, aunque la escala de las pérdidas de empleos y los cierres se debió tanto a la devaluación de la moneda y a la estructura estancada y poco competitiva de la industria como a la amenaza de los forasteros merodeadores.
Tal vez injustamente, el Astron siempre se asocia con estos efectos, en lugar de como una innovación genuina que hizo que los relojes fueran más precisos y más asequibles.
– Casio F-91W (1989)

- Uno de los relojes más baratos también es uno de los mejores
Casi 35 años después de su lanzamiento, el F-91W sigue siendo no solo el reloj digital más popular del mundo, sino también el reloj más comprado del planeta. Creado por Ryusuke “ G-Shock ” Moriai como su primer diseño para Casio, es técnicamente y materialmente inferior a todos los demás relojes que produce la marca. Ese no es el punto.
El encantador diseño de resina del F-91, su forma icónica, su precisión, la cantidad perfectamente calculada de funciones y, por último, pero no menos importante, su precio de 15 libras lo convierten en un imprescindible. Sin embargo, la luz de fondo es absolutamente terrible.
– Breitling Navitimer (1954)

- Un reloj para los que vuelan alto
Técnicamente, se podría aterrizar un avión utilizando únicamente el bisel repleto de información de este reloj, pero sería muy valiente el que lo intentara.
Aun así, el desarrollo del Navitimer (“navegación” + “temporizador”) ofrecía algo que ningún otro fabricante de relojes había propuesto jamás: un cronógrafo combinado con una regla de cálculo, que permitía a los pilotos realizar cálculos vitales como la velocidad media, el consumo de combustible y la conversión de millas a kilómetros.
Originalmente disponible únicamente para pilotos y propietarios de aeronaves acreditados, el Navitimer también fue el primer cronógrafo automático del mundo de los relojes.
– Max Bill de Junghans (1962)

- La bauhaus en forma de reloj
“Dios está en los detalles”, fue el lema del pionero de la Bauhaus Mies van der Rohe; el reloj diseñado en 1961 por el arquitecto y artista formado en la Bauhaus Max Bill para la marca alemana Junghans, no lo confirma en absoluto.
En sus números sin ángulos, sus líneas nítidas y proporciones perfectas, su minimalismo es exquisito e insuperable; no es de extrañar que Junghans haya mantenido este clásico modernista inalterado desde entonces.
– Bahía negra de Tudor (2012)

- Regreso al futuro
La empresa hermana de Rolex, uno de los relojes deportivos modernos más populares, ofrece niveles ejemplares de artesanía, calidad y valor en un paquete al que es imposible resistirse.
Seleccionando hábilmente elementos de los Tudor olvidados de los años 50 y 60, dio inicio a la obsesión actual por los relojes vintage y envió a docenas de rivales a buscarlos en sus archivos. Sin ella, el negocio de los relojes luciría muy diferente.
– Omega Seamaster (1948)

- Lo ultimo en versatilidad
El catálogo de relojes Seamaster de Omega es tan extenso (tanto en el pasado como en el presente) que puede resultar difícil saber qué significa exactamente el nombre. ¿Relojes de buceo ? Sí. ¿Relojes deportivos? Seguro. ¿Pero también relojes de vestir? Vaya, sí, algunos auténticos relojes deslumbrantes…
La respuesta viene de un anuncio de Omega de 1956: “El Seamaster fue diseñado para compartir contigo el entusiasmo de la gran aventura y las tensiones y presiones que la acompañan…
El Seamaster tiene más robustez de la que jamás podrías necesitar. Sin embargo, es agradable saber que puedes contar con la resistencia y precisión adicionales que distinguen al Seamaster de otros relojes”.
En otras palabras, cualquiera que fuera su estilo, el Seamaster representaba la vanguardia de Omega: los relojes más resistentes al agua, robustos, precisos y de fácil mantenimiento que se podían conseguir en el mercado masivo; un producto de nivel superior para clientes exigentes (el anuncio citaba a deportistas, pilotos de aerolíneas, golfistas y personal militar como usuarios típicos).
El Seamaster, lanzado en 1948, surgió cuando Omega transfirió al mercado civil la tecnología que desarrolló en su relojería de guerra para las fuerzas armadas británicas: cajas con fondo atornillado selladas con novedosas juntas tóricas de goma y movimientos automáticos de alta especificación que eran un referente en cuanto a durabilidad y precisión.
A menudo, todavía se encuentran en perfecto estado de funcionamiento hoy en día; una de las razones por las que los primeros Seamasters han tendido a ser un reloj de iniciación para los coleccionistas de relojes antiguos incipientes: todavía se pueden encontrar por un poco más de £ 1,000, pero los precios están subiendo.
Cuando Omega lanzó un reloj de buceo de alto rendimiento en 1957, naturalmente lo convirtió en un Seamaster (el Seamaster 300). De hecho, el cronógrafo Speedmaster también se clasificó originalmente en los catálogos de Omega como Seamaster, al igual que la línea ultraelegante De Ville. Un Seamaster era un reloj que podía enfrentarse a cualquier cosa, y todavía lo es.

– Reloj automático Harwood x Fortis Harwood (1928)
Rolex or Harwood? Who made the first Automatic Wristwatch?¿Rolex o Harwood? ¿Quién fabricó el primer reloj de pulsera automático?
- El reloj automático original
En 1955, Rolex publicó un anuncio a página entera en el Daily Express (en aquel entonces, eso significaba algo) para proclamar la maravilla de su invención en la década de 1930 del reloj de pulsera automático. Unos meses más tarde, insertó una disculpa en el periódico y, en un nuevo anuncio, corrigió lo que había omitido anteriormente.
La comodidad de un reloj que no necesita que le den cuerda fue, sin duda, el avance fundamental en la evolución del reloj de pulsera; pero en la historia de su génesis hay, como diría el Maestro Yoda, otro.

John Harwood era un relojero que, durante su servicio militar en la Primera Guerra Mundial, se convenció de la utilidad y las deficiencias de los relojes de pulsera.
Consideraba que la corona de cuerda/ajuste era el punto más débil de un reloj, ya que dejaba entrar el polvo y la humedad.
Su solución fue radical: un reloj sin corona, que se pudiera ajustar mediante un bisel giratorio y con un mecanismo que se daba cuerda automáticamente mediante el movimiento de la muñeca del usuario.
Harwood llevó su idea a Suiza, donde obtuvo una patente en 1923. Se asoció con Fortis para fabricar los relojes automáticos Harwood, reconocibles por sus biseles moleteados y un punto rojo sobre el seis que indicaba que el mecanismo estaba en marcha.
La acción de dar cuerda se debía a un mecanismo de «martillo» que oscilaba de un lado a otro, tensando el resorte principal.
Lanzado en 1926, Harwood’s fue el primer reloj de pulsera automático producido en serie y se vendió bien en Europa, el Reino Unido y América del Norte. Pero el desplome de Wall Street de 1929 asestó un duro golpe al negocio de Harwood’s; en septiembre de 1931, todo había terminado.
Ese año, Rolex patentó su propio método, el rotor “Perpetual”, que giraba libremente sobre el movimiento. Este formato sirvió de base para los relojes automáticos que se convertirían en los más populares, pero no fue el primero.
– Patek Philippe Louis Cottier (1937)

- En todo el mundo
La necesidad de saber la hora con precisión en los 24 husos horarios es una invención relativamente reciente en la historia de la medición del tiempo.
En 1885, el relojero suizo Emmanuel Cottier ideó un sistema de hora mundial que presentó a la Société des Arts. Su hijo Louis-Vincent lo siguió en el oficio, asistió a la escuela de relojería de Ginebra y ganó varios premios, entre ellos varios de Patek Philippe. En 1931, Louis había perfeccionado su propio mecanismo de hora mundial.
Fue desarrollado para un reloj de bolsillo, pero Rolex, Vacheron Constantin y Patek Philippe pronto se interesaron por él y él fabricó docenas de versiones para este último utilizando su calibre HU, o «heures universelles». Los relojes de horario mundial que se fabrican hoy en día siguen siguiendo el principio de Cottier.
Los nombres de las ciudades rodean la periferia de la esfera sobre un anillo interior de 24 horas que gira en sentido contrario a las agujas del reloj. El movimiento del anillo coordina simultáneamente las horas en todas las zonas horarias, mientras que la manecilla indica la hora «local» en la ciudad que se muestra a las 12 en punto.
Hoy en día, Cottier tiene una plaza en Ginebra que lleva su nombre, y los relojes de horario mundial son una cápsula del tiempo de las épocas en las que se fabricaron; cada esfera refleja el clima político. Por ejemplo: bajo la ocupación alemana, Francia cambió a la hora de Europa central; Patek siguió poniendo a Londres y París en la misma zona horaria hasta la década de 1970, lo que hizo que estos relojes fueran muy coleccionables.

– Zenith El Primero (1969)
- El cronógrafo automático del conocedor
En el mundo de los relojes, todo gira en torno a la historia, y la del El Primero es una creación de un guionista. Se esforzó por convertirse en el primer cronógrafo automático jamás fabricado (se anunció primero, pero tanto Heuer como Seiko se adelantaron a los clientes); la inversión casi quebró el negocio, que se hundió con órdenes de destruir las piezas y las herramientas del El Primero.
Desafiado por un relojero, resucitó, se utilizó para impulsar el Rolex Daytona durante una generación y finalmente se ha establecido como un reloj hermoso y técnicamente logrado para personas que se preocupan por los detalles.
– Rolex Oyster (1926)

- Liberando el reloj pulsera de la mesita de noche
La resistencia al agua ha sido fundamental en nuestra concepción de los relojes de pulsera fiables durante décadas, pero en 1926 fue revolucionaria. Hans Wilsdorf, el fundador de Rolex, no la inventó él mismo.
Pero cuando se presentó una patente para un nuevo sistema para sellar herméticamente la caja mediante una corona de cuerda atornillada (la zona con más probabilidades de entrada de agua), actuó rápidamente, adquiriéndola y registrando la marca registrada «Oyster» (para simbolizar el sello inexpugnable de la carcasa) en cuestión de días.
Después, en 1927, consiguió que la nadadora Mercedes Gleitze llevara uno cuando se convirtió en la primera mujer británica en cruzar el Canal a nado y publicó un anuncio a página completa en el Daily Mail para proclamar su rendimiento perfecto durante su hazaña. Así anunció su gran avance al mundo.
El Rolex Oyster —«el reloj maravilloso que desafía a los elementos», como decía su anuncio— cambiaría por completo el panorama.
Sentó las bases técnicas de prácticamente todos los modelos Rolex posteriores, casi todos los cuales todavía llevan el nombre «Oyster», e impulsó el avance del reloj de pulsera como accesorio práctico, fiable y portátil para la gente moderna en un mundo en constante cambio y movimiento.
Además, inculcó la asociación de Rolex con la solidez, la calidad y la innovación, y confirmó el absoluto talento de Wilsdorf para abrirse paso con un marketing inspirador y oportunista. A partir de entonces, ya no hubo vuelta atrás.
– Altiplano de Piaget (1957)

- Menos es más
Seis décadas antes del Octo Finissimo o el Richard Mille Ferrari UP-01, Piaget creó el calibre 9P y el calibre 12P, movimientos automáticos y de cuerda manual de un espesor sorprendentemente fino, producidos sin ninguna de las máquinas de fabricación de alta tecnología ni el software de diseño disponibles en la actualidad. Estos movimientos establecieron la reputación de la marca en cuanto a su capacidad para fabricar relojes ultradelgados y crearon un reloj de vestir icónico.
– Los doce sucios (década de 1940)

- Doce versiones del reloj de campo arquetípico
Encargado por el Ministerio de Defensa para su uso en el Ejército británico, este conjunto de 12 relojes de marcas como Longines, Omega e IWC, además de nombres olvidados hace tiempo como Grana, Cyma y Eterna, combinó esferas negras, cajas de acero antimagnético y agujas luminosas para establecer todo un género que sigue vivo en la actualidad.
A decir verdad, la mayoría de los 150.000 relojes que se fabricaron no llegaron hasta finales de 1945; durante los seis años anteriores, los militares británicos utilizaron un reloj llamado ATP (Army Trade Pattern), pero es el Dirty Dozen el que ha pasado a formar parte de la tradición de los coleccionistas de relojes. Encontrar un juego completo sigue siendo uno de los grandes objetivos de los coleccionistas de todo el mundo.
– Patek Philippe Nautilus (1976)

- Exclusivo y elusivo
En 1976, el diseñador Gérald Genta adaptó el modelo Royal Oak para crear un equivalente de Patek Philippe: más estilizado, más suntuoso, más peculiar, sobre todo por sus bisagras laterales en forma de ojo de buey que se cierran con un tornillo para garantizar la estanqueidad.
Fabricado en cantidades exasperantemente pequeñas, el Nautilus ha llegado a definir una tendencia relojera completamente moderna: la escasez. Nunca dejará de ser una gran, gran flexión, pero es el puro exotismo de su forma lo que lo convierte, posiblemente, en el diseño de reloj más glamoroso de todos.
– Rolex Cosmograph Daytona (1963)

- El Rolex más buscado de todos los Rolex más buscados
Inicialmente conocido como Le Mans y recibido con tan poco entusiasmo que Rolex consideró discontinuarlo, el cronógrafo con temática de deportes de motor ha llegado a alcanzar el estatus de Reloj Más Deseable del Mundo.
El hecho de que Paul Newman llevara una versión (ref: 6239) sin duda ayudó; su reloj más tarde tardó solo 12 minutos en venderse en una subasta por $ 17,5 millones.
Un retorno decente sobre su precio original de $ 210. El Daytona de Rolex es uno de los mejores cronógrafos de todos los tiempos: los metales preciosos, las esferas deslumbrantes y la limitación estratégica de la oferta de Rolex lo han convertido en un ícono.
El reloj de pulsera difícil de conseguir también es una gran inversión. Un Daytona de acero inoxidable y cerámica comprado por £ 12k en 2019 ahora se vendería por el doble.
– Longines 13.33Z (1913)

- El primer movimiento de reloj pulsera cronógrafo
El 13.33Z, que se presentó por primera vez en 1913 y que los aficionados a los relojes vintage suelen pasar por alto en favor de los modelos 13ZN posteriores, con sus cajas más grandes y sus frecuentes conexiones militares, fue el primer movimiento de cronógrafo de pulsera diseñado específicamente para ese fin.
Son hermosos por dentro y por fuera, se dan cuerda manualmente y suelen tener esferas de esmalte pintadas con escalas taquimétricas.
IWC Mark 11 (1948)

- Observación de referencia de la aviación militar
Encargado por la RAF en 1948, cuyos aviadores lo usarían durante los siguientes 40 años, el Mark 11 incorporó los avances de la guerra en precisión, fiabilidad y antimagnetismo en un diseño (del Ministerio de Defensa, no de IWC) que es a la vez utilitario e icónico, convirtiéndose en el reloj de aviación militar por excelencia. Su diseño ha demostrado ser infinitamente adaptable, pero nunca mejor que en su formato original.
– Panerai Luminor (1949)

- Carisma italiano
El Luminor ha sido calificado como “la esencia de Panerai”, con una historia que es a la vez seria (hasta 1993, solo estaba disponible para el ejército italiano) y tonta (su luminosidad en aguas profundas se debía originalmente al uso de un compuesto radiactivo peligroso). Su característica protección de la corona habla de un equipo de buceo de la vieja escuela, además de señalar su atractivo de “si lo sabes, lo sabes”.
– Omega Seamaster 300M (1993)

- El gran rival del submarinista
La gama Seamaster puede incluir cronómetros mundiales, cronógrafos para yates y el favorito de culto Ploprof. Pero en su corazón se encuentra el Seamaster Diver 300M. Producido por primera vez en 1957, nunca ha alcanzado el mito del Speedmaster (su historia es más extensa, su estilo se actualiza con más frecuencia), pero sigue siendo uno de los grandes relojes de buceo.
Las comparaciones con el Rolex Submariner son inevitables, y el hecho de que desde el Goldeneye de 1997 , James Bond haya usado un Seamaster agrega un condimento adicional al cálculo .
En los últimos años, Omega se ha esforzado por superar a Rolex también en un frente técnico, agregando movimientos «cronómetro maestro» antimagnéticos y sumamente precisos, biseles de cerámica, algo llamado «cierre de náyade» y elegantes cajas de cerámica negra.
– MB&F HM4 Thunderbolt (2010)

- Una máquina de sueños
Durante 20 años, Max Büsser, de MB&F, ha sido el mago que ha impulsado la relojería en nuevas direcciones fantásticas: piense en los dispositivos ciberpunk de Urwerk, las extravagancias del tourbillon de Greubel Forsey y, sobre todo, en las fantasmagóricas Horological Machines de MB&F.
Inspirado en los aviones de combate de la Segunda Guerra Mundial, el HM4 fue el mayor riesgo de Büsser, pero posiblemente su mayor éxito: una aventura kitsch y posmoderna tan innovadora como extravagante, que demuestra que, al menos en su mundo, todo es realmente posible.
– Reloj Swatch (1983)

- Plástico, fantástico
La pregunta nunca fue: “¿Se puede fabricar un reloj de cuarzo suizo que compita con Citizen y Seiko?”, dijo a esta revista en 2017 el director creativo de Swatch, Carlo Giordanetti.
Sino más bien: “¿Es posible fabricar un producto barato, fabricado en serie, que inspire el apego personal y el ‘alma’ asociados con los equivalentes hechos a mano?”.
Sí, la primera gama de 12 relojes de tamaño modesto que se lanzó en 1983 era barata y de plástico. Pero el éxito de Swatch, o “segundo reloj”, al que se le atribuye sistemáticamente el mérito de salvar a la relojería suiza del apocalipsis digital asiático, se debió a algo más: “una forma nueva y fascinante de decir quién eres y cómo te sientes”.
El médico y relojero Ernst Thomke y su equipo de dos hombres tardaron 12 meses en desarrollar el prototipo, trabajando al revés: primero desarrollaron la caja, luego redujeron la cantidad de componentes de cuarzo y los unieron a ella. El plástico no fue el único contendiente, también analizaron la madera.
– Tag Heuer Carrera (1963)

- El reloj favorito del deporte de motor
Lanzado el mismo año que el Porsche 911 que lleva su nombre (aunque el primer 911 que se describió oficialmente como Carrera fue el 2.7 RS de 1972), la obra maestra de Jack Heuer quedó asociada de forma indeleble con las carreras de coches.
Gracias al talento de marketing de Heuer, pronto acabó siendo el reloj preferido del paddock de Fórmula 1 durante la era dorada de este deporte. Jack era un fanático del diseño y la arquitectura modernos, y consideraba que las huellas que se encuentran en las esferas de los cronógrafos eran recargadas e innecesarias.
Después de tomar un curso sobre esferas de relojes en el Instituto Federal Suizo de Tecnología, utilizó los principios de sus estudios para crear algo más limpio.
Entre 1963 y 1985 sufrió múltiples reinvenciones, pero la referencia original 2447 se mantiene como uno de los tres cronógrafos heroicos de principios de la década de 1960 (junto con el Daytona y el Speedmaster). Un ejemplo de modernismo de mediados de siglo y practicidad deportiva codiciado por coleccionistas de todo el mundo.
– Rolex Submariner (1953)

- Ya lo sabes
El lugar: Les Ambassadeurs Club, Mayfair. El año: 1962. Sentados en una mesa de casino, dos jugadores se enfrentan. Una es una bella mujer con un vestido rojo; el otro, un hombre apuesto con un traje elegante. Le pregunta su nombre. “Sylvia Trench”. Enciende un cigarrillo y mira a su oponente desde el otro lado de la mesa. “Bond”, responde. “James Bond”.
El Dr. No nos hizo una de las presentaciones más famosas del cine y nos guió hacia un nuevo universo de ropa, accesorios y aparatos codiciables. Aunque 007 más tarde se pasaría a Omega, para su debut lució otra marca debajo del puño de su impecable camisa blanca. Llevaba un Rolex “Big Crown” Submariner (ref: 6538), de una nueva línea de relojes de buceo presentados nueve años antes que, como dijo Rolex, “descubrieron las profundidades”. (El reloj era del propio Sean Connery).
Pídele a un niño que dibuje un reloj de hombre y lo más probable es que se le ocurra algo parecido a un Submariner. Es el reloj más conocido, falsificado y copiado del mundo. Hoy en día, miles de marcas producen lo que educadamente podríamos llamar modelos “similares al Submariner”.
Aunque no fue el primer reloj de buceo, el Submariner fue el primero en ser resistente al agua hasta 100 m y en contar con un bisel giratorio para que los buceadores pudieran leerlo. El modelo alcanzó su auge en la época dorada de los relojes deportivos, la década de 1960, y a medida que las ventas aumentaron, Rolex comenzó a refinar y estandarizar la línea.
Los Subs de hoy son resistentes al agua hasta 300 m, con coronas de cuerda con triple protección contra el agua, material luminiscente “chromalight” azul y biseles de cerámica que no se ven afectados por el agua de mar, el cloro o los rayos ultravioleta. Mientras tanto, la comunidad de coleccionistas se deleita en ponerle apodos a sus numerosas referencias en función de sus características de diseño individuales. Entre ellos se incluyen, entre otros, “Hulk”, “Bluesy”, “Smurf”, “Starbucks”, “Bart Simpson” y, por supuesto, “James Bond”.
– Ulysse Nardin, un monstruo (2001)
Ulisse Nardin
- La relojería convencional abraza la vanguardia
El Freak es un reloj importante por dos razones. La primera es su gran ambición: prescindir de la esfera y las agujas tradicionales. Montar todo el tren de engranajes y el escape en un puente que gira por su propia energía, actuando como un colosal minutero, fue verdaderamente inconformista.
La segunda es que la idea surgió de Ulysse Nardin, una marca de 150 años de antigüedad empapada de tradición conservadora. El Freak demostró al establishment suizo que no tenía por qué dejar que los jóvenes genios independientes acaparen la acción.
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¿Drogas de guerra? El posible secreto de los «bárbaros»…

DW(Felipe Espinosa Wang con información de Science Alert, De Gruyter, Gizmodo, IFL Science y Praehistorische Zeitschrift) — Mucho antes de que los soldados modernos recurrieran a las anfetaminas, un nuevo análisis arqueológico sugiere que los guerreros germánicos que habitaban más allá de las fronteras del Imperio Romano podrían haber empleado sustancias estimulantes antes de entrar en combate para aumentar su coraje y rendimiento.
Para llegar a este hallazgo, un equipo de investigadores de la Universidad Maria Curie-Sklodowska de Polonia, dirigido por el arqueólogo Andrzej Kokowski, identificó 241 misteriosos objetos con forma de cuchara en 116 yacimientos arqueológicos de Escandinavia, Alemania y Polonia.
Lo que han revelado estos peculiares utensilios, que datan de la época romana, ha resultado ser más intrigante de lo que se pensaba en un principio.
Las cucharillas en cuestión no son precisamente el tipo de utensilio que uno esperaría encontrar en una mesa. Con asas de entre 40 y 70 milímetros de longitud y pequeños cuencos o discos planos de 10 a 20 milímetros de diámetro, estos objetos se encontraban habitualmente sujetos a los cinturones masculinos, aunque curiosamente no cumplían ninguna función en el mecanismo del cinturón mismo.
– Parte del equipo estándar de un guerrero
Lo más revelador es el contexto en el que se han encontrado estos artefactos: sistemáticamente aparecen junto a armas y otros pertrechos de guerra, sugiriendo que formaban parte del equipo estándar de un guerrero.
De acuerdo con el estudio, publicado el 26 de noviembre en la revista Praehistorische Zeitschrift, estos instrumentos habrían servido para dosificar con precisión plantas y hongos que, consumidos en forma líquida o en polvo, habrían ayudado a los guerreros a mitigar el miedo, aumentar su energía y afrontar el choque con las legiones romanas, todo ello mientras mantenían un control cuidadoso de las dosis para evitar sobredosis.
«Los guerreros podrían haber utilizado estos objetos para medir la dosis adecuada para producir los efectos deseados y reducir la posibilidad de una sobredosis», escribieron los investigadores en un comunicado de De Gruyter.
– Contexto histórico: drogas en la guerra
El consumo de drogas en la guerra no es exclusivo de la antigüedad. Según reporta Science Alert, desde la cocaína utilizada en la Primera Guerra Mundial hasta las anfetaminas en la Segunda Guerra Mundial, la humanidad ha recurrido a estimulantes para alterar la percepción del miedo y el cansancio en momentos críticos. Lo que este estudio sugiere ahora es que esta práctica podría tener raíces mucho más profundas de lo que se pensaba.

– ¿Qué sustancias consumían estos guerreros antiguos?
El equipo de investigación sugiere que las tribus germánicas tenían acceso a una sorprendente variedad de opciones. La lista incluía desde plantas locales hasta sustancias importadas: la adormidera, el lúpulo, el cáñamo, el beleño, la belladona y diversos hongos.
Particularmente intrigante es la posible conexión con el beleño, una planta conocida por provocar estados de ira intensa. Los investigadores señalan que esta sustancia, utilizada ritualmente en el Imperio Romano, podría haber sido empleada por los famosos guerreros «berserker» nórdicos, según informa IFL Science.
Más allá de ayudar a los guerreros a superar el miedo y aumentar sus niveles de energía antes de la batalla, los investigadores creen que esta práctica podría haber sido tan común que probablemente dio lugar a una importante industria de comercio de estimulantes, diseñada específicamente para abastecer a los ejércitos germánicos.

– Pueblos «bárbaros»
Es importante señalar que el término «bárbaro», utilizado históricamente por griegos y romanos para referirse a todos los extranjeros, englobaba a diversos grupos germánicos, celtas y tracios que vivían más allá de las fronteras del Imperio Romano.
Mientras que el uso de opio y otras drogas está bien documentado entre los romanos, hasta ahora se había asumido que estos pueblos «bárbaros» limitaban su consumo de sustancias, principalmente al alcohol.
Los investigadores sugieren que estos hallazgos podrían indicar un conocimiento sofisticado de sustancias naturales y sus efectos en el cuerpo humano entre estos pueblos. Este conocimiento no se limitaba al ámbito militar; las mismas sustancias podrían haberse empleado también con fines medicinales y rituales, sugiriendo una comprensión más profunda de su uso que la previamente reconocida.
La organización necesaria para suministrar estos estimulantes en las cantidades y variedades requeridas habría sido considerable, lo que sugiere la existencia de redes de comercio y conocimiento más complejas de lo que se pensaba anteriormente en estas sociedades «bárbaras».
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La inquietante estatua doble del demonio Mefistófeles y Margarita…
L.B.V.(G.Carvajal) — La obra más famosa del escritor alemán Goethe, y una de las grandes obras de la literatura universal es Fausto.
La publicó en dos partes, la primera en 1808, y la segunda solo vio la luz tras su fallecimiento en 1832.
En ella adaptaba la leyenda del doctor Fausto, que ya había sido publicada en innumerables panfletos al menos desde 1587.
Incluso el inglés Christopher Marlowe había publicado su versión, La trágica historia del doctor Fausto, en 1589.
Durante mucho tiempo se pensó que este Fausto legendario era un personaje inventado, pero parece que en realidad se basa en un alquimista y astrólogo llamado Johann Georg Faust, que murió en 1540 a causa de una explosión mientras realizaba un experimento.
La obra más famosa del escritor alemán Goethe, y una de las grandes obras de la literatura universal es Fausto.
La publicó en dos partes, la primera en 1808, y la segunda solo vio la luz tras su fallecimiento en 1832.
En ella adaptaba la leyenda del doctor Fausto, que ya había sido publicada en innumerables panfletos al menos desde 1587.
Incluso el inglés Christopher Marlowe había publicado su versión, La trágica historia del doctor Fausto, en 1589.
Durante mucho tiempo se pensó que este Fausto legendario era un personaje inventado, pero parece que en realidad se basa en un alquimista y astrólogo llamado Johann Georg Faust, que murió en 1540 a causa de una explosión mientras realizaba un experimento.
En cualquier caso, el mito de Fausto, tal y como lo publicó el librero de Fráncfort Johann Spies en 1587, cuenta la historia de un doctor que realiza un pacto con el diablo. Encarnado en el demonio Mefistófeles, accede a proporcionar a Fausto información de todo aquello que desee durante 24 años, al término de los cuales el alma del doctor será propiedad suya.
Uno de los momentos clave de la versión de Goethe es cuando Fausto conoce a una mujer llamada Margarita (a la que Goethe nombra también en ocasiones como Gretchen). Mefistófeles consigue echar a Margarita en los brazos de Fausto, que se enamore de él y tengan un hijo.
Ese momento en que Mefistófeles se encuentra con Margarita y comienza a maquinar su encuentro con Fausto es precisamente el representado en una inquietante escultura.

Realizada en madera en algún momento de mediados del siglo XIX, es una escultura doble cuyo anverso representa a Mefistófeles y el reverso a Margarita. Un espejo, situado justo detrás de la escultura, permite contemplar la turbadora escena con los dos personajes al mismo tiempo. Nada se sabe de quien pudo ser su autor.
La estatua, que mide 1,77 metros de altura, está tallada en un solo bloque de madera de arce sicomoro, una especie que se encuentra en el centro y sur de Europa, muy habitual en las ciudades porque sus ramas se unen formando arcos vistosos. Mefistófeles aparece representado en actitud arrogante, con capucha y botas, sonriendo de satisfacción.
Margarita, con la cabeza inclinada y abatida, parece darse cuenta de la maldad en que está a punto de caer o ha caído ya. En sus manos sostiene un libro de oraciones, que contrasta con la representación del mal ejemplificada por Mefistófeles.
La familia donó toda la colección al estado indio a la muerte de Salar Jung III, y el museo se inauguró el 16 de diciembre de 1951.
Hoy es uno de los museos más importantes y más visitados de la India, y la estatua doble de Mefistófeles y Margarita es uno de sus principales atractivos.
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El hombre que posee 8.500 relojes de Mickey Mouse: «El primero me lo compré para protestar por la guerra de Vietnam»…

Esquire(J.Davis) — Los relojes con dibujos animados en sus esferas, conocidos como «relojes de personajes», se han convertido en un éxito seguro para las compañías de relojes en los últimos años. Audemars Piguet se asoció con Marvel para crear relojes como el Royal Oak Concept «Spider-Man» Flying Tourbillon.
Seiko lanzó un cronógrafo de Sonic el Erizo. Unimatic sacó un par de relojes de buceo con Bob Esponja. Nuestro amigo George Bamford tiene opciones para los fans de Popeye, el Monstruo de las Galletas, Big Bird y Snoopy – especialmente Snoopy.
Pero un hombre que hace que todo lo anterior parezca absolutamente bidimensional es el coleccionista Kerry Lewis. Como sabrá cualquiera que le siga en @vintagecharactertime, Lewis posee un montón de relojes de personajes. Realmente, muchos.
Empezó a coleccionar cuando estaba en el ejército de EE.UU., hace más de 50 años. Ahora comparte su casa en el extremo noroeste de Missouri («La ciudad más cercana tiene 290 habitantes») con más de 10.000 relojes de personajes, que abarcan más de 100 años. La mayoría de ellos llevan a Mickey Mouse en sus esferas.
Mickey tiene una larga y fructífera relación con la relojería. En 1933, dos empresas se enfrentaron a la quiebra. Una era Ingersoll-Waterbury, una marca de relojes que surgió de un negocio de correos de Nueva York y que se convertiría en Timex. La otra era Disney.
Un experto en marketing y antiguo vendedor de sombreros de visón llamado Herman «Kay» Kamen rescató a ambas, a pesar de haberse quedado dormido en la reunión de presentación. ¿Su solución? Un reloj con Mickey Mouse, cuyas manecillas con guantes amarillos giraban para dar la hora.
La respuesta fue inmediata. Macy’s vendió 11.000 unidades el primer día que salió a la venta, y en dos años Ingersoll había contratado a 2.800 empleados para hacer frente a la demanda. Un Ingersoll Mickey original se colocó en una cápsula del tiempo en la Exposición Universal de 1939, y otros relojes de personajes siguieron su estela.

A finales de los años 50, los relojes de personajes estaban en decadencia. Pero se convirtieron en un símbolo estilístico de rebeldía en la década siguiente, cuando fueron adoptados por la contracultura.
Gérald Genta, el célebre diseñador que ideó el Royal Oak y el Nautilus de Patek Philippe, por citar dos ejemplos, dio un toque de lujo a los relojes aprobados por Disney en los años 80 y 90 con su serie Retro Fantasy, una colección de diseños lúdicos con complicaciones de alta relojería como horas saltantes y repetición de minutos.
(La marca Genta se relanzó el año pasado bajo el conglomerado de lujo LVMH. Sus dos primeros modelos fueron un «Donald golfista» y un «Mickey cumpleañero»).
De hecho, la popularidad de Mickey en la muñeca nunca ha desaparecido.
Marcas como Swatch, Citizen y Fossil han fabricado relojes Mickey Mouse de gama básica. Omega ha creado un reloj Mickey exclusivo para los empleados de Disney. Y los relojeros personalizados han hecho que incluso Rolex se una al club de Mickey Mouse.
Kerry Lewis tiene experiencia en todos ellos. Hace poco hablamos con él sobre sus seis décadas de coleccionismo.
Lo primero es lo primero. ¿Es exacta la cifra de más de 10.000 relojes de personajes?
Más o menos. Yo lo llamo «El tesoro». Y sigue creciendo. He aquí un ejemplo: el otro día salí por la puerta de mi casa y colgando de mi verja había una bolsa de plástico llena de relojes misteriosos. Había 25 en total, colgados de mi verja. Así que nunca sé el número exacto de mi colección.
¿Alguien se los dejó porque sabe que es «el tío de los relojes de personajes»?
Eso es lo que pasó. Alguien revisó los cajones del abuelo o lo que sea, y simplemente los dejó en la valla delantera – sin nota, sin nada. Solo: «aquí tienes».
¿Algo bueno?
Había un par de Seiko automáticos de finales de los 70, la típica línea media. Ningún tesoro. Pero era un buen puñado de relojes para alguien que los apreciara. Y supongo que lo hago, porque ahora son míos.

¿Cómo empezó todo esto?
Bueno, es una historia un poco extraña. A principios de los sesenta, en Estados Unidos se llevaba mucho llevar un reloj de Mickey Mouse para protestar contra la guerra de Vietnam. Compré un reloj de Mickey Mouse en el Ejército de Salvación por un dólar. Lo llevaba cuando me alisté en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos.
Llevé ese reloj al campamento de entrenamiento. Se convirtió en un accesorio bastante extraño, porque llevar un reloj de Mickey Mouse en el ejército no era realmente algo adecuado, era más bien una broma.
Entonces todos los que me rodeaban, todos mis compañeros, encontraban relojes de otros personajes en casas de empeño, desechados o lo que fuera y empezaron a regalármelos. Incluso cuando aún estaba en el ejército, había acumulado unas 150 piezas de personajes diferentes. Y cuando dejé el ejército, fue cuando empezó el tesoro.
¿Puede explicar la idea de llevar un reloj de Mickey Mouse como protesta? Supongo que porque no se les consideraba serios…
Así es. Ese era el tipo de protesta por aquel entonces.
(Recientemente ha aparecido un dibujo animado perdido de 1968, Mickey Mouse en Vietnam, de un minuto de duración, realizado por el artista Lee Savage y el diseñador gráfico Milton Glaser, más conocido por crear el logotipo I ♥ NY, en el que Mickey llega a Vietnam y recibe un disparo en la cabeza. Se dice que enfureció tanto a The Walt Disney Company que intentó destruir todas las copias).
Es una idea genial
Era algo común para lo que llamarían «los hippies». Yo no pertenezco a ese grupo de edad. Hubo varios famosos que llevaban relojes de Mickey Mouse en señal de protesta. Andy Warhol era uno de ellos (Sammy Davis Jr, John Lennon y el presentador Johnny Carson eran otros. Los astronautas Willy Schirra y Gene Cernan también los llevaban en el espacio).

Usted también entiende la mecánica de los relojes, ¿verdad? ¿Los arregla?
Uno de mis compañeros de cuarto durante el servicio militar era de Florida. Su familia era relojera y joyera, así que aprendí el oficio con él. Cuando jugábamos con los relojes que todo el mundo me regalaba en aquella época.
Y de sus 10.000 relojes de personajes, ¿cuántos son de Mickey Mouse?
Diría que quizá el 80% o el 85%. También otros personajes de Disney. Porque el Pato Donald también tenía muchos seguidores.
¿Cómo funcionaban las licencias? ¿Todo pasaba por Disney?
Bueno, hay algunas falsificaciones de Disney por ahí. Pero Disney Corp era muy estricta a la hora de actuar en todo el mundo y eliminar las copias piratas. Especialmente en los países asiáticos a finales de los 60.
¿Tu reloj de protesta era mercancía oficial?
Sí. Timex comenzó como relojes Ingersoll, que lograron el contrato exclusivo desde 1933 hasta 1971 – esas eran las piezas oficiales. Todo lo fabricado por Ingersoll, US Time, Kelton… cualquiera de las marcas asociadas a Time.
¿Cómo se comercializaban originalmente los relojes de Mickey Mouse?
En 1933, cuando salieron por primera vez, estaban destinados a los niños. Esto fue durante la Gran Depresión americana. Los padres acudieron en masa a comprarlos para sus hijos, por lo que millones de estos relojes se vendieron en el primer par de años. Y todos fueron para los niños.
¿Fueron un éxito arrollador desde el principio?
Así fue. Salvó a la empresa (Ingersoll) durante la Gran Depresión. (Sólo en los dos primeros años, se vendieron más de 2,5 millones. En 1957, el reloj número 25 millones fue presentado al mismísimo Walt Disney, que nunca pensó que la idea funcionaría).
¿Le gustan los dibujos animados y los cómics en general?
Sí. Soy un idiota con igualdad de oportunidades. Me gustan muchas estupideces.

¿Qué tal se te da el espacio de almacenamiento? ¿Cómo es tu casa?
Bueno, vivo en una cabaña hobbit, una casa en contacto con la tierra. Así que puedo regular muy bien los niveles de humedad. Tengo una habitación subterránea de unos 9 x 4 metros donde están todos mis armarios, mis estanterías y las diferentes zonas para las distintas piezas. También tengo almacenes exteriores llenos de duplicados y otras piezas.
¿Qué le atrae de los relojes de personajes?
Soy un tipo de aspecto rudo. Mido más de 1,90 y peso entre 105 y 118 kilos, no soy obeso ni mucho menos. Pero cuando llevas un reloj de personajes, la gente suele decir algo al respecto. Así que el atractivo es ver la reacción de la gente. Sé que muchos ejecutivos hacen lo mismo. Llevan un reloj de 20.000 dólares en una reunión de oficina con un personaje. Eso demuestra que eres independiente y que no te importa lo que piense la gente, porque eres el jefe.
Tengo entendido que el primer personaje en un reloj no fue Mickey Mouse. Fue Ally Sloper.
Ally Sloper era un personaje británico que vivía en un callejón y tenía fama de borracho. Siempre estaba borracho (este vago de nariz roja solía encontrarse “escurriéndose” por los callejones para evitar a sus acreedores. Debutó en una edición de 1867 de la revista satírica Judy, rival de la más famosa Punch.
A menudo se le cita como “el primer personaje de cómic” y apareció en una variedad de productos). Lo representaron en un grabado en un reloj de bolsillo en 1883, según creo. También hubo personas que anunciaban relojes con Buster Brown (un pícaro personaje estadounidense que debutó en 1902).
Así que hay muchas piezas anteriores. Pero el de Mickey es reconocido como el primer reloj de personaje. Los demás eran novedades. El género en realidad nació en mayo de 1933.
¿Qué determina el valor de uno de sus relojes de colección?
Su estado, el embalaje, toda la documentación, como cualquier otro objeto de colección. Por ejemplo, un reloj de pulsera Ingersoll Mickey Mouse Chicago World’s Fair, fabricado para la Feria Mundial de Chicago de 1933. Es un modelo distintivo con un diseño de asa maciza, bisel Art Déco y brazalete metálico.
La caja es un poco diferente de lo normal y tiene una pegatina. Hace un año y medio se vendió en una subasta por más de 6.000 dólares, así que hay que tener en cuenta el estado y el embalaje. Eso sería lo más importante para un coleccionista vintage.
¿Es importante para usted tener la caja, los papeles, etc.?
Oh, sí. Eso es lo que lo convierte en un conjunto completo. Para mí, al menos.
Así que Mickey fue el primero. ¿Le siguió Donald?
Sí. En 1934, hicieron un proto-Donald experimental. Ese fue el único año que los hicieron (inicialmente) porque no se vendieron bien. Y lo mismo con Los tres cerditos. Fue un experimento en 1934. Siguieron con Mickey hasta 1938 y en 1939 empezaron a introducir otros personajes de forma regular.
¿Por qué Donald nunca ha sido tan popular como Mickey?
Porque era un tipo grosero, y los padres de aquella época eran un poco más estrictos que los de ahora. Es como Betty Boop: no dejaban que sus hijos fueran a ver Betty Boop. No querían que sus hijos se identificaran con la burda personalidad del Pato Donald.

Por supuesto. Mickey siempre ha sido íntegro.
Claro. Siempre estaba silbando y pasándolo bien. Su primer cómic fue Steamboat Willie [lanzado en 1928, el corto animado Steamboat Willie se considera generalmente el debut tanto de Minnie como de Mickey], y en la mayoría de esa animación, Mickey está sentado silbando y navegando en un remolcador. Eso es lo que atraía al público, a diferencia de Donald, que siempre era odioso y grosero.
¿Cuándo entró Minnie en la escena del reloj?
Minnie no apareció en un reloj hasta 1968.
Eso es bastante tiempo.
Del 68 al 71 fueron los únicos años que Timex fabricó relojes con Minnie Mouse. Y luego Bradley se hizo cargo a partir de ahí. Ingersoll/Timex atravesó tiempos difíciles. En el 71 perdieron los derechos para fabricar relojes Disney.

En su Instagram hay una serie de ediciones especiales de relojes de personajes de 1948. Pato Donald, Pinocho…
Así es. Las ediciones de cumpleaños. Mickey Mouse nació oficialmente en 1928, por lo que habría sido para su vigésimo cumpleaños. Eran los personajes que aparecían en todas sus películas, excepto Minnie. (El elegante loro brasileño) José Carioca, realmente no entiendo cómo se metió en el grupo.
También Pepito Grillo, el graciosillo del sombrero de copa. Era un pesado
Tengo una caja de ellos aquí mismo. Pepito Grillo y Pinocho tuvieron bastante éxito. También Blancanieves y Donald. Y, sin embargo, no teníamos un reloj de Minnie. En mi opinión, podrían haber dejado de lado a Bongo, el oso fugado del circo, y haberle dado a Minnie su reloj.
¿Fue por sexismo?
Bueno, no puedes decir eso porque Daisy tenía su reloj.
¿Daisy llegó antes que Minnie?
En un reloj, sí.
¿Tiene alguna preferencia en cuanto al diseño de los relojes de personajes?
Personalmente, soy una persona de complexión grande y me gusta al menos un reloj que cubra un mínimo de 32 mm. Eso es solo mi preferencia. Los relojes más pequeños que se hicieron para los niños más jóvenes y esas cosas… bueno, para empezar, no puedo ponérmelos en la muñeca.

¿Y en cuanto a los personajes? Mickey ha pasado por varias transformaciones
En cuanto al atuendo de Mickey, prefiero el diseño inglés de Mickey Mouse de 1936. Se llama el Mickey barbudo. Sólo estaba en el Reino Unido, no los exportaban. Parece que tiene una barba de varios días y sus dedos están pintados individualmente en los guantes. Es, simplemente, un reloj de aspecto excelente.
¿Qué es lo que más le gusta?
El propio Mickey es un poco feo, pero sus manos son muy únicas. Los dedos están realmente doblados y pintados de negro. Y los dedos están señalando, en lugar de ser solo una masa señalando con un guante. Así que el Reino Unido obtuvo algo mejor que los EE. UU. en las primeras ediciones.
¿Por qué tiene esa barba?
A nadie se le ha ocurrido una teoría al respecto. Pero ese era el Mickey Mouse de segunda edición en el Reino Unido. Y fue aprobado por Disney. Puedes buscarlo en Google. Solo pon «1936 Bearded Mickey». Es una pieza de coleccionista.
Lo he encontrado. Es un dibujo enorme en la esfera.
Cierto, cierto. De hecho, sus orejas están en los números.
El primero que apareció está en eBay por 775 libras (unos 933 euros al cambio). No es barato.
No lo es. Y eso es probablemente sin embalaje, ¿verdad?
Parece bastante usado.
Los diales están hechos de celulosa. Lo recubrieron por encima y no se degrada. Mantiene su brillo y su bonito color. Son piezas bonitas.
La NASA tiene conexiones con relojes de personajes. Buzz Aldrin llevaba un reloj de Mickey Mouse.
Sí, lo llevaba. De hecho hay fotos en Internet de él llevando uno en uniforme. Está vestido con su uniforme de las Fuerzas Aéreas y lleva su reloj de Mickey Mouse.

Y la NASA utilizó a Snoopy como mascota. Omega, y ahora Swatch, han utilizado a Snoopy en sus Moonwatches/ MoonSwatches. ¿Snoopy forma parte de su colección?
Sí. Tengo a Lucy, Charlie y otros personajes de Peanuts. Snoopy está ahí con ellos.
¿Le interesa también la gama alta?
Cuando puedo permitírmelos. Sí, tengo unos cuantos. Tengo un Daytona personalizado.
Muy bonito.
Sí.
¿Qué hay de los modelos Gérald Genta?
¡Oh, sí! Hay al menos cinco de esas piezas que me encantaría tener. «Mickey Jugador de Golf» y «Mickey en la Isla del Tesoro» son mis sueños. Podría comprar uno, pero tendría que explicárselo a mi esposa. Por lo tanto, es algo que no va a pasar.

No queremos meterte en problemas, pero ¿se daría cuenta?
Ella entraría en la Sala de Relojes y no lo notaría. Pero tan pronto como lo mostrara en mi muñeca, se daría cuenta de que no lo había usado antes.
¿Qué piensa ella de todo esto?
¡Ella piensa que soy un acaparador! No, eso está mal, no debería decir eso. Realmente no dice nada malo. Y básicamente se me permite hacer lo que quiera. Porque ella colecciona piezas de colibríes. Cosas muy intrincadas y diminutas. Así que mis relojes son en realidad piezas grandes en comparación con su colección.
¡Ambos son coleccionistas!
Es algo complicado. Quién se queda con qué habitación…

Sin embargo, los regalos de Navidad y aniversario deben ser pan comido.
Sin duda. «¿Adivinas qué te voy a regalar?» Así es.
Mis relojes de personaje favoritos son los modelos de salto de hora de Genta.
También me gustan. Cualquier cosa que tenga lo que yo llamo «animatronics», para que sea algo más que las manecillas y el personaje. Hay una pieza de Cenicienta que me gusta mucho: un pajarito se mece cuando suenan los segundos.
¿Quién lo fabrica?
Muchos se fabrican en Suecia. Había una empresa llamada Muros, que hizo un montón de ellos. Dick Tracy, que tiene una pistola en la mano que se balancea hacia adelante y hacia atrás; Gene Autry (el «Vaquero Cantante»)… Hay muchos fabricantes. Y luego, en los relojes electrónicos, cuando se empezó a usar la pila, se podían hacer cosas realmente extrañas.
Podías poner otro servomotor (un tipo de motor que puede girar o moverse a una posición específica, utilizado hoy en día en robótica) y podías hacer que una rueda girara hacia atrás…

Es entonces cuando entra en juego el cuarzo.
Con las pantallas LED de cuarzo se podían incluso hacer pequeñas imágenes en movimiento. Tengo un reloj de Popeye y Olivia en el que ella está flotando sobre Popeye y lanzándole besos y cosas así. Es una pieza del mercado japonés. Tiene un aspecto extraño, pero es bonito.

Esta es una colección de 50 años, ¿verdad?
’69 fue mi primera pieza. Eso significa que soy viejo.
¿Qué tal funcionan sus relojes más antiguos?
En el caso de las piezas antiguas, hay que tener en cuenta que se trata de movimientos de palanca sencillos y finos, fabricados en serie. Que sigan funcionando 85 años después es un testimonio de ingenio y de la simplicidad del propio reloj.
¿Sigue coleccionando?
Si veo una pieza, a veces tiene que venirse a casa (risas).
¿Y eBay?
Hace dos o tres años que no entro porque el mercado se volvió loco. La gente gastaba demasiado dinero en chatarra y dejaba escapar lo bueno. No lo entendía, así que pasé de ello.
Aparte de los Genta, ¿hay alguna pieza de ensueño por ahí, un santo grial?
Hay un santo grial ahí fuera y sé dónde está.
Continúe.
Está en Londres. Se lo vendí a un buen amigo, así que sé dónde está. Si veo otro, será mío.
Suponemos que es un Mickey.
Sí, lo es. Y es un prototipo. Solo conozco tres. En 1939, hicieron el primer reloj de Mickey Mouse chapado en oro de 10 quilates. Yo tenía el modelo de 1938 que era un prototipo que aún no estaba aprobado.
¿Le importa que le preguntemos por qué lo dejó marchar?
El coleccionista es un gran amigo mío y un ávido coleccionista, e hicimos algunos intercambios. Y acabé quedándome con un reloj de pulsera del Pato Donald de 1939 de fabricación británica -hicieron un reloj de pulsera, uno de bolsillo y uno de sobremesa- que no estaba autorizado.
Se fabricó en el Reino Unido en 1939, antes incluso de que Disney e Ingersoll sacaran un reloj de bolsillo del Pato Donald. Así que, sí, fue un buen negocio.

¿Cómo decide qué reloj ponerse?
Es cuestión de suerte. Tengo un armario al que llamo de alta gama. Y otro al lado donde tengo lo que más me gustar llevar. A veces cojo uno de gama alta, pero normalmente está fuera de mi rotación. Hay alrededor de 20 piezas que normalmente uso.
¿Qué va a pasar con su colección?
Justo al final de la carretera, a 80 km, está el lugar de nacimiento de Disney y van a abrir un pequeño museo. Así que, o se lo quedan ellos o mis hijos hacen un gran mercadillo, no sé cuál de las dos opciones.
Me gusta más una de esas opciones.
¿Sabes? A nosotros también.