Wilgefortis, la santa barbada…

JotDown(P.Ortega) — A partir de la Baja Edad Media surge en toda Europa la advocación a una santa muy singular: coronada, crucificada y barbada. Y lo más curioso de todo es que recibe un nombre distinto en cada uno de los lugares en los que se la venera: Wilgefortis, Ontkommer, Uncumber, Kummernis, Svata Starosta o Liberata. Os contamos el origen de su extraño culto, así como las leyendas milagrosas atribuidas a esta santa tan particular.
Wilgefortis es, sin duda, la más popular de las santas a quienes se representa crucificadas dentro de la tradición cristiana. A partir de finales del siglo XIV, su culto va a extenderse por toda Centroeuropa, y su versión española, santa Librada, se expandirá también por Latinoamérica. Lo más interesante de todo es que, aunque se trata de una misma santa, con la misma leyenda, va a tener diferentes nombres según el lugar donde se le rinda culto. Hoy en día, sigue siendo un misterio el porqué de esa dispar denominación.
Para localizar el origen de esta curiosa santa, tenemos que situarnos en la catedral de Lucca (Italia) en la Baja Edad Media, donde se veneraba una singular representación de Cristo crucificado denominada Volto Santo. Este Cristo hierático, en pose totalmente perpendicular, clavado a la cruz con cuatro clavos, presenta una singularidad: está togado, es decir, vestido con una túnica talar ceñida con un cordón.
Se representa de esta manera porque, supuestamente, tal es el atuendo con el que Cristo regresará en la Segunda Venida, según se describe en el Libro de la Revelación. Se trata de un Cristo de origen bizantino, y quizá sea, de entre las imágenes de este tipo, la de mayor popularidad en Europa.
A este Cristo, al que sacaban en procesión, le eran atribuidos numerosos milagros, por lo cual Lucca se convirtió a partir del siglo XIV en un centro de peregrinación. Fruto de esta veneración se crearon copias de la imagen para que los peregrinos pudiesen llevarse a su tierra un recuerdo.
Si bien parte de esas copias eran de carácter indiscutiblemente masculino, hubo otras que acentuaron la decoración del vestido y adquirieron formas femeninas.

Según el historiador Ilse E. Friesen, la realización de este tipo de representaciones con caracteres femeninos no fue simple coincidencia ni accidente, sino que existieron razones para crear intencionadamente una imagen andrógina.
Hubo, incluso, algunos cristos en Centroeuropa que fueron deliberadamente vestidos con trajes femeninos para transgredir los lazos estrictos del género; o hasta podrían haber sido fruto del poso pagano que en la Europa medieval atribuía a las deidades un carácter ambiguo, combinando en un mismo cuerpo atributos femeninos y masculinos.
Hablemos de las historias vinculadas a las santas barbadas. Ilse E. Friesen apunta que el surgimiento de una leyenda en el siglo XIV, unido a la duda que generan las representaciones de un Cristo vestido, no habituales en la época, puedan ser el origen de la confusión. Esta leyenda narra cómo una princesa, hija del rey de Portugal, al ser ofrecida en matrimonio por su padre a un rey pagano de Sicilia, pidió a Cristo un milagro para no ser desposada, y este fue el crecimiento de una barba.
De este modo, sería rechazada por su futuro consorte y permanecería virgen. Por ese motivo, su padre montó en cólera y la entregó a los paganos, para que la virgen barbada fuese crucificada al igual que Jesucristo. Parecen haber existido otras narraciones más completas de la vida de la santa, que incluirían detalles sobre su encarcelamiento y tortura, previos a la crucifixión; ya que hay lienzos y grabados donde se representan tales pasajes.

Existe otra leyenda que se va a asociar a la historia de esta santa: la historia del violinista y el zapato, que también se vincula, en sus orígenes, con el Volto Santo de Lucca. A mediados del siglo XIV, la imagen del Volto Santo sufre una variación, fundamentalmente en sus representaciones pictóricas: un violinista aparece junto a un Cristo calzado con zapatos de oro, que deja caer uno de ellos para el violinista como regalo por su devoción. La leyenda dio un giro y fue aplicada a Wilgefortis.
La historia cuenta que este violinista era muy pobre y un día fue a tocar para la santa. Ella, apiadándose del músico, dejó caer uno de sus zapatos de oro como recompensa. El violinista proclamó el milagro, pero nadie le creyó y fue acusado de robo. Para demostrar su inocencia, volvió a tocar para la santa, esta vez delante de los jueces, que, atónitos, observaron cómo ella dejaba caer su segundo zapato de oro. Así, el violinista fue perdonado.

Por otra parte, tenemos la singular vinculación con una santa española, santa Librada o Liberata, cuya leyenda, muy distinta de la anterior, nos habla de un parto múltiple en el que nacieron nueve hermanas. El milagroso parto, ocurrido en el seno de una comunidad pagana, se tomó como un castigo de los dioses y se decidió ejecutar a las mellizas. Para evitarlo, la madre las dejó en el río; aguas abajo, fueron recogidas por una familia cristiana.
Cuando crecieron, fueron perseguidas por su culto, y de entre ellas destacó Librada por su valentía y gran fe, por las que fue martirizada.
Aparentemente, nada tiene que ver nuestra Librada con Wilgefortis, a no ser por la aparición en el libro religioso Cronicón de Dextro de la referencia «Santa Wilgefortis, virgen y mártir, hija del rey de Portugal, cuyo nombre en latín es Liberata y en teutónico Onkummer» en 1561, que se transmitirá a una nota del libro de mártires, Martirologio de Usuardo, perpetuándose así en textos posteriores.
Esto va a generar una representación de Librada o Liberata crucificada, pero, eso sí, sin barba (solo se conoce una pequeña y rara escultura de Librada barbada en Barcelona). Muestras de santa Librada crucificada las tenemos en Baiona de Tui (Galicia), en la basílica de San Miguel en Madrid, en la catedral de Sigüenza y en la catedral de Sevilla.
Se han manejado varias hipótesis para explicar este fenómeno de la feminización de Cristo, que dio lugar a esas peculiares santas barbadas. Una de las teorías es la existencia de un paganismo subyacente en la Baja Edad Media, que pudo propiciar la creación de una santa con vestigios del antiguo culto de la Venus barbata. En concreto, podemos acudir al culto romano de Afrodita en Chipre, donde se veneraba a la diosa como a una Venus barbuda.
Vestía, esta, ropajes femeninos, pero tenía barba y genitales masculinos. Sus sacrificios rituales eran dirigidos por hombres y mujeres travestidos. Aristófanes, escritor griego, la llamó Afrodito, un nombre masculino chipriota. Es muy probable que de esta figuración surgiera la idea del ser en el que conviven los dos sexos, conocido como hermafrodita.
Otra hipótesis se basa en la existencia de auténticas mujeres barbudas, consideradas prodigios, con lo que este aspecto milagroso tenía su correlación en el mundo real. En este sentido, vamos a mencionar dos ejemplos de pinturas que recogen testimonios de mujeres barbudas. En primer lugar, citamos una pintura de Juan Sánchez Cotán, titulada La barbuda de Peñaranda y fechada en 1603.
Luego, sin lugar a dudas, hay que destacar un lienzo de José de Ribera en el que representó a Magdalena Ventura; una mujer que vivía en Accumoli, cerca de Nápoles, y que padecía también de hirsutismo (enfermedad debida a la alteración de los niveles o del metabolismo de las hormonas androgénicas, que lleva aparejado, entre otros síntomas, un incremento del vello corporal y facial, así como voz grave y calvicie). Por esa razón, esta mujer era conocida por todos como la Barbuda.
Tan insólito resultaba el caso, que el virrey de Nápoles la mandó llamar a palacio para ser retratada por Ribera. Allí dejó constancia el maestro de cómo esta mujer, con cincuenta y dos años, todavía daba el pecho al último de sus tres hijos. Junto a ella aparece su marido y, al otro lado, una mesa sobre la cual el pintor colocó una bobina de lana dentro de una concha, símbolo que alude al hermafroditismo.
El cuadro se realizó en febrero de 1631 y lleva la inscripción «El gran milagro de la naturaleza» en uno de sus costados.

Volviendo a nuestra santa, fue tal la popularidad que alcanzó Wilgefortis en toda Europa que su culto llegó a rivalizar con el de la propia Virgen María. No será hasta la Contrarreforma, y sobre todo tras la Ilustración, cuando la Iglesia católica persiga y destruya muchas de sus imágenes por considerarlas grotescas y monstruosas aberraciones; aunque hasta 1969 no fue finalmente descanonizada.

Pese a la destrucción, algunas de las imágenes de esta santa barbada han sobrevivido hasta nuestros días.
La mayoría suelen ser de maestros menores, o incluso exvotos sin calidad artística alguna.
No obstante, nos quedan obras de cierto nivel.
Por una parte, contamos con la representación que hace el pintor flamenco Hans Memling en el denominado Tríptico de Adriaan Reins, hoy en Brujas, en uno de cuyos laterales aparece la santa portando una cruz, y en cuyo rostro se aprecia una tenue barba.
Otra imagen destacable —también un tríptico— proviene de la mano del Bosco, y representa a una mujer crucificada, pero sin barba.
Algunos estudiosos han sugerido que, por tratarse de un encargo italiano, la santa no sea otra sino santa Julia crucificada, en lugar de Wilgefortis.
Señalaremos, además, otra santa que comparte historia con la de Wilgefortis, aunque bajo otro nombre: Uncumber de Inglaterra.
Esta sí aparece con una larga barba y portando una cruz de tau en la abadía de Westminster, en Londres.
Por último, citar una de las barbadas más tardías: una talla anónima de Wilgefortis, ya del siglo XVIII, que se encuentra en la iglesia de Loreto en Praga.
El caso de santa Wilgefortis es, claramente, una invención tardomedieval confundida con las leyendas antes mencionadas atribuidas a una virgen de Flandes.
Las características de esta santa son su representación en la cruz vestida con un traje largo, coronada (algunas leyendas hacen referencia a su origen real) y con rasgos de hirsutismo.
De esta especie de barba con la que se la representa parece derivar su nombre principal, que puede provenir de dos acepciones: virgo fortis («virgen fuerte») o hilge vraz («rostro sagrado»). La primera acepción hace referencia a la fuerza propia del varón presente en una mujer, y la segunda a su similitud con el rostro de Cristo. No obstante, hay variaciones respecto a estos elementos (como es el caso de la barba, que no aparecerá en santa Librada).

A modo de conclusión, comentaremos que, debido al atributo de la barba de Wilgefortis y por ello a su carácter masculino, hay que poner de manifiesto la idea extendida en el Medievo entre la cristiandad sobre los distintos modos de preservar la virginidad para así ofrecer su vida a Dios: por ejemplo, una mujer podía convertirse en una femina virilis («mujer viril»), una doncella guerrera, dentro del reino espiritual.
Una virgen viril santificada podía llegar a ser una «mujer-Cristo», identificada con Él por haber dedicado íntegramente su vida a imitarlo. Este hecho se manifestaba ya en la Iglesia temprana en santas como Blandina o Perpetua, que según las fuentes estaban dotadas de rasgos masculinos por el valor con que afrontaron sus respectivos martirios.
Esta idea pudo, sin duda, reforzar la creencia entre los fieles de que santa Wilgefortis y sus derivadas no eran otra cosa sino «mujeres-Cristo»

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