‘Homo horribilis’: el origen de la violencia humana…
Escrito por Fran Navarro

JotDown(F.Navarro) — Nuestra especie, Homo sapiens, salió de África hace unos setenta mil años e inició una lucha por el dominio del mundo. A nuestro paso vamos dejando un reguero de destrucción de tal calado que muchos científicos consideran que estamos viviendo la sexta extinción masiva.
Es la primera vez en la historia del planeta Tierra que una extinción masiva tiene entre sus causas a un ser vivo equiparado a la fuerza destructora de un cataclismo geológico. Desde entonces, nos hemos quedado solos. El resto de especies humanas que existían cuando iniciamos la conquista del mundo se han extinguido.
Neandertales, denisovanos, Homo floresiensis y Homo Luzonensis fueron desapareciendo a medida que colonizamos Europa, Asia y sus islas. Se puede decir que nos adaptamos mejor, que fuimos mejores estrategas en la guerra por la supervivencia. Pero si escribimos desde el punto de vista de los neandertales, quizás solo hayamos sido los más hijos de puta.
En nuestro viaje colonizando Eurasia nos fuimos encontrando con otros humanos que ya vivían allí. Las teorías sobre estos encuentros oscilan sobre todo entre dos puntos de vista: una colonización pacífica o una violenta. De hecho, no son opciones contradictorias, sino que a lo largo de decenas de miles de años ocupando miles de kilómetros, la casuística de cómo Homo sapiens se hizo con el control de cada territorio es tan amplia como seamos capaces de imaginar.
Ahora bien, a juzgar por el comportamiento de todos los primates, el grupo al que pertenecemos los humanos, somos animales muy territoriales. Mantener bajo control los recursos es un requisito básico para sobrevivir. Codiciar los recursos del vecino ha sido uno de los factores clave para prosperar. Por tanto, estoy de acuerdo con el investigador Bienvenido Martínez-Navarro cuando afirma que «nadie se deja quitar la tierra si puede defenderla».
Por lo que, si somos la especie que queda con vida, está claro que «la violencia fue una parte consustancial de la evolución humana». La mayoría de los horrores de nuestra historia nos han llevado a algún tipo de logro y, al contrario también, la mayoría de los logros de nuestra historia nos han llevado a algún tipo de horror.
El ejemplo más claro lo tenemos en la cantidad de avances tecnológicos que se han inventado gracias a la investigación con fines militares. La bomba atómica generó una de las mayores atrocidades de la humanidad, pero para crearla primero vino el conocimiento y control de la energía nuclear. Esta dinámica se repite desde el origen de nuestra existencia.
Con nuestras frágiles uñas, por velocidad, fuerza o habilidad, no tenemos nada que hacer contra la mayoría de los depredadores del mundo. Pero con un arco y flechas nos hemos hecho con el control de la superficie terrestre del planeta. Los contextos hostiles, las guerras y enfrentamientos a cualquier escala nos han llevado al desarrollo tecnológico.
La historia del horror tiene su contraparte en la invención y el perfeccionamiento de herramientas, y en el nacimiento de ideas y sistemas de gobierno opuestos a prácticas crueles. Las situaciones extremas nos empujan a los niveles más altos de ingenio. ¿Significa esto que Homo sapiens llevó a cabo un genocidio contra el resto de especies humanas?
No. Simplemente fuimos avanzando, conquistando y creciendo sin tener en cuenta los daños colaterales. Hoy día seguimos con esta dinámica, aunque seamos conscientes de los daños.

Esta paradoja es intrínseca a nuestro propio devenir como humanos. Biológicamente, el éxito de una especie se mide por la cantidad de individuos que nacen y prosperan para seguir reproduciéndose. Bajo esta premisa, podemos estar todos muy tranquilos: somos los seres más exitosos de la historia. De hecho, quizás seamos demasiado exitosos y eso nos puede llevar a la perdición.
El número de Homo sapiens en el mundo no para de crecer y ya superamos los ocho mil millones. Estamos en unos niveles que empieza a ser difícil que la Tierra pueda asumir los recursos que necesitamos.
He aquí la complejidad mencionada, que, como la mayoría de asuntos tratados por los historiadores, las palabras usadas marcan el punto de vista, pues podemos ser los más exitosos y también la mayor plaga de la historia; los estrategas que mejor se adaptan y los hijos de puta más grandes de toda la existencia.
- ¿La violencia nace o se hace?
Si el oficio de historiador es a menudo frustrante por lo inabarcable de la materia y la imposibilidad de que las fuentes disponibles nos cuenten todos los detalles que nos gustaría conocer, cuando tratamos la prehistoria ya es el colmo de la inconcreción. Por suerte, esto ofrece una investigación inagotable y compensamos la frustración con el placer de seguir aprendiendo durante toda la vida. Se podría definir el oficio de historiador como una búsqueda infinita. Únete a la fiesta.
En mi búsqueda yo me he planteado la pregunta esencial de este artículo: ¿cuándo empieza la historia del horror? O, lo que es lo mismo, ¿desde cuándo existe la violencia humana en el mundo?
De entrada, hay que tener clara la diferencia entre agresividad y violencia desde un punto de vista biológico. La agresividad es una cualidad innata en el ser humano, forma parte de nuestro instinto de supervivencia y nos permite estar alerta ante un peligro, defendernos y también atacar en caso de sentirnos amenazados. La violencia, en cambio, es una conducta que nace con la cultura humana una vez que empezamos a vivir en sociedad. Requiere la intención de hacer daño físico o psicológico.
De manera que soy agresivo cuando le tiro una piedra a un lobo para ahuyentarlo y escapar de su ataque; y soy violento cuando espero a que una tribu se duerma para atacarles y robarles el ganado.
Para detectar el origen de la violencia tenemos los dos caminos esenciales con los que se estudia la prehistoria: la antropología y la arqueología. Las dos disciplinas nos dan problemas importantes para responder a mi pregunta.
La antropología nos ayuda a saber, por ejemplo, cómo vivían las sociedades de cazadores-recolectores según el estudio de culturas actuales que continúan viviendo en estas condiciones.
Claro que las conclusiones que podamos sacar solo teorizan acerca del pasado. Los cazadores-recolectores de la actualidad son pueblos aislados que viven en zonas inhóspitas y con poblaciones muy reducidas, por lo que el contexto no es el mismo que en la prehistoria, cuando las posibilidades de encuentro entre distintos grupos humanos podían ocasionar enfrentamientos violentos.
Además, ya se encargan las autoridades de los estados modernos de tenerlos bajo control y que ningún conflicto en estas culturas se les vaya de las manos. Desde un punto de vista científico, ya en el siglo XIX, solo hemos tenido la oportunidad de observar dos poblaciones de cazadores-recolectores que fueran abundantes y estuvieran fuera de control en un primer momento: los nativos de Norteamérica y los aborígenes de Australia.
Ambas culturas dejaron patente que tenían enfrentamientos armados de manera recurrente, pero no podemos asegurar si era una conducta llevada a cabo desde siempre o empezaron a guerrear por el impacto que supuso la llegada del hombre blanco.
Si nos basamos en otros casos actuales, desde luego no faltan ejemplos violentos. Son famosos en este sentido los sentineleses, habitantes de la isla Sentinel del Norte, en el océano Índico. Rechazan a base de flechazos cualquier contacto con quien ose acercarse a sus costas. Están documentadas varias muertes como la de unos pescadores cuyo barco naufragó en la isla en 2006 o el misionero estadounidense que en 2018 intentó predicar el cristianismo entre estos aborígenes.
Los aché son una etnia que vivieron como cazadores-recolectores en las junglas de Paraguay hasta la década de 1960. Varios estudios antropológicos han permitido conocer el lado macabro de esta forma de vida. Cuando un anciano o una persona enferma no podía seguir el ritmo del resto, se le abandonaba. Esto en el caso de los hombres, se sabe que a las mujeres viejas que pasaban a ser una carga eran asesinadas de un golpe en la cabeza.
Un aché contó en una entrevista: «Yo solía matar a las mujeres viejas. Maté a mis tías. Las mujeres me tenían miedo. Ahora, aquí con los blancos, me he vuelto débil». Se les atribuyen sacrificios de bebés considerados subdesarrollados. Una cuadrilla mató a una bebé porque no querían otra niña más. Y un hombre mató a un niño porque no paraba de llorar. ¿Significa esto que las sociedades prehistóricas vivían así? No. Solo son ejemplos que ofrece la antropología, perspectivas de una realidad multifacética.
Por otro lado, la arqueología se encarga de estudiar los materiales que nos han llegado desde la prehistoria hasta hoy, las únicas fuentes directas del período. Pero son pocas, parciales y de difícil interpretación. Básicamente estudiamos piedras y huesos. ¿Cómo identificamos el rastro de violencia en la prehistoria? No había espadas, cascos, ni ninguna otra herramienta específica para la guerra. Una lanza o un hacha podían servir tanto para matar como para cazar o talar un árbol.
Los huesos tampoco lo ponen fácil. Las lesiones identificadas en los fósiles humanos solo dejan claro que el individuo sufrió algún daño, pero descubrir qué causó ese daño suele ser imposible. Un cadáver pudo romperse una costilla al ser arrojado en una fosa y en la actualidad interpretarse como un signo de violencia.
Es difícil saber si el daño que muestra un fósil fue una herida realizada por otro humano, fruto de un accidente o por el ataque de un oso. Y para acabar de complicarlo, no todas las muertes dejan huella en los huesos. Basta con cortarle el cuello a alguien y que muera desangrado para que sus huesos no muestren ningún símbolo de violencia.
Digamos que solo tenemos algunas piezas de un puzle del que desconocemos el resultado final. Por ello es fácil caer en errores de interpretación, pues como hijos de nuestro contexto y circunstancia, en ocasiones ocurre que una teoría sobre la prehistoria dice más de los humanos actuales que de nuestros ancestros. Esta falta de garantía es lo que lleva a un eterno debate filosófico: ¿el ser humano es bueno por naturaleza, como defendía Rousseau, o el hombre es un lobo para el hombre, como dijo Hobbes?
Ya avisé que esto era el colmo de la frustración. En historia no hay nada blanco o negro, te doy la bienvenida a la escala de grises. Ahora bien, la labor del investigador es extraer conocimiento con lo poco o mucho que tenga a su disposición; zarandear el pasado para que nos chive algo acerca de los silencios de la historia. Por suerte, contamos con fósiles considerados las muestras más antiguas del horror humano.
- El primer asesinato
La prehistoria no fue ni un paraíso pacífico ni el mundo cruel que muchos han imaginado con el hombre de las cavernas embrutecido que arrastra del pelo a su mujer con una mano y sostiene un garrote con la otra. Al igual que hoy, entre nuestros antepasados hubo individuos con la sensibilidad y talento suficiente para pintar los bisontes de Altamira y también aquellos capaces de acabar con sus semejantes de la manera más (paradójicamente) inhumana.
Es más, no podemos negar que incluso una misma persona pudiera realizar las dos acciones. Lo que sí está claro, a juzgar por el registro arqueológico descubierto hasta ahora, es que, durante toda la historia de la humanidad, matar ha sido un acto excepcional y no la norma.
Durante el sanguinario siglo XX, con las dos guerras mundiales y brutales genocidios, hay autores que cifran las muertes por causas violentas en cien millones. Esto solo supuso el cinco por ciento de las muertes en la centuria.
Con esta información no es de extrañar que, de todos los fósiles desenterrados en el mundo fechados con más de doce mil años de antigüedad, en solo una veintena se identifican muertes producidas por impactos de proyectiles o golpes en la cabeza. Entre ellos, el caso más antiguo de asesinato conocido hasta la fecha se descubrió en España.
Si crees que la justicia funciona lenta, acércate a ver el trabajo de los paleontólogos estudiando un asesinato de hace cuatrocientos treinta mil años. Dos décadas tardaron en reconstruir un cráneo a partir de cincuenta y dos fragmentos. El individuo es conocido como Cr-17 (que sepamos, no era el Cristiano Ronaldo de la prehistoria) y presenta dos fracturas idénticas en la frente.
La investigación del caso ha determinado que fueron producidas por un objeto contundente que acabó con la vida de Cr-17. La sentencia ha tardado solo unos cientos de miles de años en llegar, sí, pero ahora incluso sabemos que el crimen fue cometido por un diestro a juzgar por la dirección con la que se asestaron los golpes. Ya casi tenemos al asesino.
Los investigadores no han hallado señal alguna de cicatrización ni recuperación del tejido óseo, por lo que los golpes fueron mortales. Además, por la zona frontal del cráneo en la que se sitúan, los indicios apuntan a un enfrentamiento cara a cara. Cr-17 no salió victorioso, desde luego. Del arma homicida no tenemos noticias.
El escenario donde se descubrió el cadáver es Atapuerca, uno de los mejores conjuntos arqueológicos del mundo para estudiar la vida (y la muerte) en la prehistoria. En uno de sus yacimientos, la Sima de los Huesos, aparecieron más de 7.000 pedacitos de huesos. Un puzle nivel muy difícil. Pero el empeño de los paleontólogos no tiene parangón y llegaron a contar una treintena de cuerpos que terminaron en esta fosa.
Este hallazgo supone una oportunidad única para estudiar la vida en un grupo de individuos del Pleistoceno Medio. La Sima de los Huesos es un pozo vertical de 13 metros de profundidad, que estaba oculto 30 metros bajo la superficie y a más de 500 metros de la entrada más cercana a la cueva del yacimiento de Atapuerca. ¿Cómo acabaron allí aquellos humanos? ¿Por qué?
Más allá de documentar el primer caso de asesinato de la historia de la humanidad, todavía resulta difícil aventurar una explicación a por qué los cuerpos acabaron ahí. Se barajan diversas teorías, como que una colada de barro arrastró y acumuló los restos en este pozo, donde quedaron fosilizados. O quizás estemos ante uno de los primeros ritos funerarios de la historia.

Los investigadores no han parado de analizar los fósiles de la Sima de los Huesos y en febrero de 2022 se publicó un análisis forense de todos los cráneos hallados en el yacimiento.
El estudio documenta cincuenta y siete lesiones craneales con signos de curación; nueve individuos que sufrieron impactos que pudieron ser letales y, de ellos, seis muestran facturas profundas en la región izquierda de la nuca, lo que se ha interpretado como signos de violencia.
Además, más del setenta por ciento de los restos pertenecen a hombres y mujeres jóvenes, en una cantidad que hubiese mermado demasiado la demografía del grupo.
Se sospecha que estas muertes resultaron una tragedia, por ello la teoría de la acumulación intencionada de estos cuerpos ha ganado puntos de probabilidad frente al resto de opciones.
Con todo, no tenemos evidencias de que estos daños fueran fruto de una violencia colectiva, sino más bien de un enfrentamiento concreto entre personas con un final fatal. Y es que, según la mayoría de los investigadores, la violencia colectiva no se produjo hasta la llegada del Neolítico o, al menos, en una fase intermedia entre la vida de cazadores-recolectores y la de sedentarios agricultores.
- Hágase la guerra
¿Qué tuvo que pasar para que, por primera vez en la historia, dos grupos de humanos se enfrentaran entre sí? ¿Qué condiciones pueden llevar al origen de la guerra?
Hace quince mil años, nuestro mundo era un lugar mucho más frío. La última glaciación, el período que conocemos como la Edad de Hielo, mantuvo el norte de Europa bajo una capa de hielo y al resto del territorio como una estepa de manera general. África no se congeló, pero sufrió las consecuencias del clima.
El agua helada no se evapora, por lo que se formaban menos nubes y las zonas tropicales vivieron un descenso importante de las precipitaciones. En Jebel Sahaba, un enclave en el valle del Nilo, se sucedieron graves sequías que llegaron a secar el río por completo en algunas ocasiones. Los cazadores-recolectores de la zona se vieron obligados a adaptarse a una vida seminómada, pues los espacios donde se podían vivir cada vez fueron más pequeños.
Los recursos eran pocos y estaban concentrados. Esta mayor sedentarización aumentó el sentido agresivo por defender el territorio y también ayudó a desarrollar la identidad de grupo. Por entonces, los humanos ya portaban sobre sus hombros uno de los inventos más importantes de la historia de la humanidad: el arco y las flechas.
Dos bandas de humanos lucharon durante generaciones por el control de Jebel Sahaba y los recursos circundantes. El resultado lo descubrimos en 1965, cuando un equipo de arqueólogos desenterró sesenta y un cuerpos. En cuarenta y uno de ellos se identificaron heridas. Los huesos de hombres y mujeres de distintas edades aparecieron con puntas de flecha incrustadas.
Uno de los individuos llegaba a tener diecinueve puntas de sílex con las que muy probablemente lo mataron. Sin embargo, los cuerpos fueron enterrados siguiendo un ritual. Todos fueron colocados en la misma postura. Es decir, no estamos ante una fosa común en la que un bando victorioso tiró los restos de los enemigos caídos, sino que fueron víctimas recuperadas del campo de batalla por sus familiares.
Sabemos que los hechos ocurrieron hace entre dieciocho mil y trece mil quinientos años. Cabe imaginarse a madres, padres y hermanos llorando sobre la tumba de los asesinados. Los enterramientos no se dieron a la vez, sino que corresponden a un ciclo violento de varios años. Por tanto, en Jebel Sahaba se han localizado los restos de la primera guerra de la humanidad.
Sobre esta cuestión, una de las últimas publicaciones que he leído ha corrido a cargo de Alfredo González Ruibal, arqueólogo que ha investigado la historia del conflicto y ha volcado su conocimiento al respecto en Tierra arrasada: un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI, obra ganadora del Premio Nacional de Ensayo 2024. El autor repasa otra masacre prehistórica descubierta por los arqueólogos:
El sitio se llama Nataruk y se encuentra a treinta kilómetros de la orilla del lago Turkana, en Kenia. Pero hace diez mil años, la tierra seca y polvorienta de hoy era un estero fértil que se empantanaba en la estación de las lluvias.
Junto a él acampaban comunidades de cazadores-recolectores que cazaban con arcos y flechas, pescaban con arpones y recolectaban moluscos, vegetales y raíces. Hasta que un día el barro del estero acabó bañado de sangre.
En algún momento entre 9700 y 7000 a. C. fueron a parar a él los cadáveres de al menos veintisiete personas.
En esta ocasión sí estamos ante una fosa común donde los vencedores arrojaron a los vencidos, entre ellos niños menores de seis años y una mujer embarazada. Así se entiende por la posición en la que se encontraron los cuerpos, desordenados, arremolinados y varios de ellos incluso boca abajo.
Estos casos de violencia suponen el origen de la historia macabra de la humanidad, el capítulo uno del true horror. No son hallazgos generalizados a lo largo del espacio y tiempo prehistóricos, pero tampoco son exclusivos.
Uno de los momentos clave de la humanidad es la llamada revolución del Neolítico y, sin embargo, es uno de los procesos que necesitan una mayor revisión histórica y su consiguiente divulgación para que el gran público borre conceptos erróneos que nos han inculcado desde pequeño.
La llegada del Neolítico se ha contado normalmente como la sedentarización de las poblaciones humanas, que empezaron a domesticar animales y plantas, pasando de cazadores-recolectores a ganaderos y agricultores. Y esto se ha contado como si fuera el gran avance del momento, como si todo cazador-recolector soñara con convertirse en ganadero y en cuanto pudo abandonó el taparrabos y se convirtió en vecino de una aldea.
Nada más lejos de la realidad. Sabemos que la agricultura no siempre cautivó a todo humano que la conocía y, de hecho, se conocen enfrentamientos entre grupos que vivían en sistemas económicos distintos y chocaron por el control de los recursos. Muchos poblados neolíticos fueron rodeados por un foso y una empalizada fortificada. Nadie amuralla su casa si no prevé que la ataquen.
- Prehistoria macabra

Y no solo la guerra forma parte del origen de la historia macabra de la humanidad. Uno de los aspectos más interesantes tiene que ver con los rituales, costumbres y acciones realizadas por culturas del pasado que nos resultan macabras hoy día. Se procura dar una explicación a todas ellas, pero en el caso de la prehistoria resulta difícil, cuando no imposible. No por ello vamos a dejar de mencionar algunos ejemplos llamativos.
En Ofnet, al sur de Alemania, se descubrieron los restos de treinta y ocho cuerpos con unos siete mil quinientos años de antigüedad. Entre ellos había nueve mujeres y veinte niños. Todos fueron decapitados. En Sungir, Rusia, se halló una tumba que contenía dos esqueletos enterrados mirándose el uno al otro. Un chico de doce años y una chica de diez.
Los cuerpos fueron decorados con cinco mil cuentas de marfil cada uno, un sombrero y un cinturón con más de doscientos dientes de zorro, estatuillas y objetos de marfil. En Kanaljorden, Suecia, se dio un hallazgo inusual en yacimientos prehistóricos. Entre los restos se conservó incluso madera con una antigüedad de unos ocho mil años.
En concreto destacaron dos estacas, cada una de ellas con un cráneo incrustado. Desconocemos qué ocurrió en cada caso, pero una de las teorías compartidas por los tres ejemplos es que pudieron ser algún tipo de sacrificio ritual. De lo único que no hay dudas es que estamos ante los restos de ceremonias macabras.
Todavía más difícil resulta explicar los restos hallados fuera de un contexto funerario. En la prehistoria se usaron huesos humanos para confeccionar objetos domésticos o piezas de decoración. Desconocemos las condiciones en las que fallecieron las personas cuyo cráneo acabaron sirviendo, por ejemplo, de paleta para las pinturas rupestres.
Es común en la divulgación histórica que se limiten o directamente se silencien aspectos grotescos, sobre todo cuando no son necesarios para el discurso que se quiere contar. Así, lugares como Çatal Hüyük y Göbekli Tepe, ambos en Turquía, despiertan la admiración de los lectores, fascinados por estos poblados y/o santuarios tan sofisticados construidos en fechas tan tempranas como el 9000 a. C.
Nos maravillan las pinturas rupestres de Çatal Hüyük, pero también hay que saber que en ellas se muestran a buitres comiendo cadáveres sin cabeza. En Göbekli Tepe tenemos ejemplos de qué se hacía con los cráneos que faltan en las pinturas. Se despellejaban y se perforaban para que, mediante un cordaje, la mandíbula no se desprendiera del cráneo.
Luego se decoraban con arcilla, procurando reconstruir los rasgos faciales y se pintaban con ocre. Una de las teorías que intentan dar un porqué a estas prácticas argumenta que formarían parte de un culto a los antepasados.
A pesar de todo lo explicado en este apartado, el origen del horror humano puede retrasarse muchísimo más en el tiempo. A decir verdad, los huesos humanos con las marcas más antiguas realizadas por otros humanos fueron fruto de una práctica con un millón de años de historia y que se sigue llevando a cabo hoy día.
Otra cuestión es determinar si estamos ante actos violentos o simple supervivencia, pues fueron las mismas marcas dejadas en ciervos, mamuts y demás animales consumidos por nuestros ancestros. Me refiero, claro, al canibalismo.
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