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Iconografía homoerótica en la Grecia clásica: metáforas pictóricas de resistencia queer


Iconografía homoerótica en la Grecia clásica: Metáforas pictóricas de resistencia queer
El centro del mundo (Homenaje a la antigüedad), de Gregorio Prieto.

JotDown(A.M.Fano) — Una alegoría se define como la plasmación de un discurso a través de metáforas consecutivas, o como una «ficción en virtud de la cual un relato o una imagen representan o significan otra cosa diferente», según la RAE.

Este recurso ha permitido a los artistas disponer de un inmenso universo de posibilidades expresivas a través de iconografías muy diversas: desde la representación de claveles que aluden, gracias a claves iconográficas universalmente compartidas, al compromiso y al matrimonio, hasta el espejo como sinónimo de pureza, verdad o incluso vanidad.

Otros de igual recurrencia, al menos en la cultura occidental, podrían ser la guadaña como guiño directo a la muerte o el famoso cupido lanzando sus flechas, símbolo inequívoco del enamoramiento repentino.

El símbolo, la metáfora o la imagen abren infinitos caminos y multiplican las narrativas dentro de una misma obra, nutriendo y complejizando lo representado. Su uso parte por lo general de un conocimiento colectivo de tales elementos, teniendo en cuenta que antaño los consumidores de arte eran exclusivamente personas acaudaladas con una cierta formación cultural. 

En otras ocasiones, no obstante, las metáforas pictóricas encarnan formas de resistencia y códigos velados. Muchos autores se han servido de alegorías para disfrazar ideas o emociones socialmente reprimidas bajo elementos en apariencia intrascendentes y decorativos.

Este es el caso del amor homosexual, que ha requerido de formas de representación específicamente simbólicas para esquivar la censura. En España, muchos autores de la generación del 27 como el pintor manchego Gregorio PrietoFederico García Lorca en su faceta dibujística o incluso por su parte Salvador Dalí o han abrazado para sí un repertorio iconográfico propiamente homoerótico tan rico como esencial en su día. 

Gran parte —si no la mayoría— de estas metáforas proceden directamente de la cultura grecolatina. La antigüedad clásica se ha entendido históricamente como un periodo de libertad homosexual, tal vez porque la mitología y épica griegas abundan en personajes masculinos que mantenían vínculos sexoafectivos con otros varones: El príncipe espartano Jacinto y el dios Apolo, Aquiles y Patroclo, Hermes y Hermafrodito…

Incluso existían festivales y celebraciones en honor a los dioses y héroes homosexuales, como el festival de las Leneas en Atenas, dedicado a Dionisio y a su amor por el joven Ampelos. De esta suerte, la cultura clásica se ha contrapuesto históricamente a la rígida y opresiva moral judeocristiana: La Grecia antigua ha acabado convirtiéndose en el paradigma de la tolerancia ante las disidencias sexuales, al menos para el imaginario colectivo, siempre sediento de referentes identitarios. 

No obstante, pese a la creencia común de que existía un clima de apertura y normalización hacia las distintas sexualidades, ni existía en sí misma una identidad queer tal y como la conocemos actualmente ni se respetaban todos los tipos de relaciones. Para empezar, en Grecia no se daba una distinción clara entre la homosexualidad y la heterosexualidad como ocurre hoy.

Además, mientras la homosexualidad adulta era castigada, sí que se aceptaba la pedofilia como parte de la transición natural de la infancia a la adultez. De esta manera, se practicaba con cierta habitualidad la pederastia como forma de introducción de los jóvenes púberes a la sociedad adulta.

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Escena de cortejo pederasta. Detalle de una vasija de figuras negras ática, del siglo IV a. C.

La percepción social de la homosexualidad empeorará con la llegada del Imperio romano y el el auge del estoicismo en Roma, donde aumentó significativamente el rechazo hacia lo que hoy llamamos modelos relacionales no normativos, relacionados siempre con el hedonismo, libertinaje, promiscuidad y la falta de moral.

La constante idealización de las costumbres sociales en la antigüedad se ha traducido, en el campo del arte, en una evocación constante de ese pasado anhelado y distorsionado.

En el surrealismo metafísico de Gregorio Prieto, por ejemplo, el empleo de iconografías propias de la antigüedad obedece a la necesidad de enmascarar su frustración amorosa homosexual a partir de una romantización perenne de lo antiguo: Prieto vive, en la España de Primo de Rivera, un periodo de profundo silenciamiento de las relaciones entre hombres.

Por aquel entonces los vínculos no heterosexuales estaban penados con hasta doce años de prisión, multas e inhabilitación para ejercer cargos públicos.

 De este modo, como se aprecia también en los dibujos que García Lorca y él se enviaban con frecuencia, el empleo de estos recursos simbólicos resultaba casi obligado para el artista.

Para todos estos autores, el lenguaje para comunicar deseos y experiencias particularmente queer estuvo compuesto por un rico abanico de personajes mitológicos, elementos naturales o todo tipo de objetos, algunos de los cuales se presentan a continuación. 

  • Caballos desbocados y efebos griegos

Desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XXI, tanto el caballo como el carro de combate constituyen no solo atributos del auriga clásico (recordemos el famoso Auriga de Delfos) sino símbolos homoeróticos en sí mismos.

El investigador de arte contemporáneo Carlos Treviño apunta que, desde la Antigüedad, «la guerra y la violencia, asociadas ambas al equino, se erigen como entornos exclusivamente masculinos en los que las relaciones entre hombres derivan en dominación / sumisión y en amistades íntimas de lealtad absoluta, que dan lugar a una relación homosexual militar, sobre todo en los estados dorios, lo que se mantiene hasta el Helenismo». De hecho, Platón, en Lisis o de la amistad, aborda la amistad entre hombres vinculada con el homoerotismo.

El caballo conformaba también un regalo de cortejo en el marco de las relaciones entre varones durante los ritos iniciáticos a la edad adulta: en estos rituales, el amante raptaba al adolescente y le entregaba regalos exclusivos. Además, Zeus obsequia con este animal a su amante Ganímedes en varias ocasiones después de raptarlo, por lo que ha pasado a interpretarse históricamente como un símbolo homosexual, especialmente cuando el equino representado está en actitud desbocada. 

Por su parte, como establece el José Martínez Rubio en uno de sus múltiples trabajos sobre esta materia, las representaciones de efebos griegos concentrarán la posibilidad de «recrearse en la belleza masculina y en la amistad masculina sin despertar demasiadas sospechas, camuflando el homoerotismo dentro del concepto general de belleza, siendo recurrente la imagen del efebo, del adolescente vigoroso y lleno de vitalidad». 

A juicio de este autor, las descripciones efebofílicas y referencias helénicas son más que recurrentes en las producciones artísticas y literarias de comienzos del siglo XX, no solo en España sino también en toda Europa, como Muerte en Venecia de Thomas Mann. En este sentido, las cabezas efébicas remiten a Antínoo, adolescente que conquistó al emperador Adriano.

Cuando los pintores posteriores han representado efebos griegos, lo han hecho por un doble motivo: para expresar el deseo homoerótico de forma velada y para plasmar una belleza perenne e inmortal, en consonancia con los cánones estéticos antiguos.

En cualquier caso, no es casualidad que la mayor parte de los amantes gais en la mitología y en el arte clásico (como vemos en esculturas como el Apolo de BelvedereEl efebo de Kritios o El muchacho de Antequera, descubierto en esta isla en 1900, pero también en numerosas obras de Praxíteles) sean chicos jóvenes.

Como ya se ha mencionado, la práctica homosexual más habitual en la Grecia antigua era precisamente la que se daba entre hombres adultos y muchachos prácticamente adolescentes.

Un joven desnudo toca el aulos para el comensal de un banquete. Copa roja ática, pintor de Eveón, 460-450 a. C.

  • El marinero homérico

Otra estrategia antirrepresiva propiamente queer ha sido representar a hombres ataviados como marineros, normalmente próximos a sus navíos a punto de zarpar.

Platón creía que las relaciones entre marineros se basaban exclusivamente en la satisfacción sexual y se centraban en vínculos de dominación/sumisión, es decir, lo que antes se asociaba a la homosexualidad.

El origen de la correlación entre lo marinero y lo homoerótico puede situarse en Poseidón, la divinidad a la que rinden culto estos hombres embarcados y quien llegó a Grecia con las primeras invasiones de los pueblos indoeuropeos.

Poseidón mantiene a lo largo de su vida varias relaciones con varones (entre ellas es conocida la relación que mantuvo con Pelop, a quien hizo su amante), por lo que en un principio pudiera parecer que el arquetipo del marinero homérico podría venir de ahí. 

Sin embargo, tiene más sentido ligar estos personajes simbólicos con la propia historia de Grecia: los marineros, en la antigüedad, pertenecían a un escalón social, económico y moral bajo y se decía que eran bastante dados a la promiscuidad.

Además, como evidencian los relatos épicos (la Odisea es quizás el más paradigmático) la obligación de permanecer durante meses o años en el mar acompañados únicamente de otros hombres motivaba las relaciones eróticas entre compañeros.

De este modo, el marinero se ha convertido en un símbolo erótico empleado en escenas pictóricas donde más que representar el amor romántico lo que se expresa es el deseo carnal, la lujuria y la lascivia. 

En las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, por ejemplo, vemos una clara relación homosexual entre Hércules e Hilas de Argos y príncipe de los dríopes. En el viaje a la Cólquide en búsqueda del vellocino de oro, Hilas abandona a toda la expedición de viajeros para huir del código masculinista de los argonautas.

La relación de amantes que mantienen se forja después de que Hércules diera muerte al rey de los dríopes (padre de Hilas) y, al sentir lástima por su hijo, le adoptara como escudero y aprendiz hasta convertirse ambos finalmente en amantes.

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Hombre ofreciendo dinero a un joven a cambio de sexo.

En esta línea, muchos pintores adoptarán tal alegoría de forma subversiva contra un sistema que establece unas rígidas y excluyentes formas de relacionarse sexoafectivamente, dejando de lado el placer, el descubrimiento y el disfrute. El fotógrafo Eduardo Chicharro llevará a cabo en 1928 varias sesiones fotográficas tras volver de sus viajes por Sicilia: fue en esa isla donde su interés por el mundo del mar, los marineros, los barcos y los puertos se acrecentó considerablemente.

En ellas contará con Gregorio Prieto como modelo, casi siempre disfrazado de este arquetipo. En el caso de los escritores, la figura del marinero ha sido recogida igualmente por el poeta Rafael Alberti en Marinero en tierra. Este poemario data de 1924 y ha sido uno de los más difundidos de este autor, aunque generalmente se ha desconocido su intencionada alusión a este símbolo homoerótico.

  • Las frutas de los dioses

Convertidas en vehículos de transmisión de emociones como el amor, la pasión, el deseo, la frustración o el dolor, determinadas frutas han servido a artistas de todo el mundo para satisfacer sus necesidades expresivas. El limón es una de ellas y, aunque tiene un precedente en la tradición antigua, no se sabe con certeza el origen de su uso en el arte.

La soledad está representada en muchas obras a través de esta fruta, que algunos autores relacionan con la versión homosexual de la naranja. La naranja remite al amor heterosexual por la expresión «media naranja», que suele emplearse para designar el encuentro entre dos personas destinadas a permanecer juntas el resto de su vida.

El limón, en contraposición, se refiere al amor amargo y doloroso, que solo conduce a la auto-represión y en última instancia la muerte en soledad. Por tanto, la elección del limón se justifica por la necesidad de plasmar un romance homo sufriente repleto de obstáculos. En El centro del mundo (Homenaje a la antigüedad), Prieto recupera los limones, mezclándolos con naranjas simbolizantes de la heterosexualidad.

Algo más oscuro es el significado tras la alegoría de la granada. Esta fruta se relaciona con el encuentro romántico-sexual desde la frustración y la condena, pero para entender por qué esto es así debemos apuntar al mito de la desafortunada Perséfone. En el mito original, la hija de Démeter es secuestrada y violada por su tío Hades (el dios del inframundo). A cambio de su libertad, acepta la condición que su agresor le impone: volver con él una temporada al año. 

Ella accede solo después de haber comido semillas del fruto de la granada, dado que pesaba sobre sí la maldición que decía que quien probara alimento en el inframundo no podría salir de él. Varias interpretaciones del mito, que van en línea con la realidad social de la Grecia clásica, señalan que Perséfone se come la granada porque de esa manera va a estar protegida al volver con su agresor una vez al año ya que el fruto de la granada fue utilizado como método anticonceptivo y abortivo de la antigüedad. 

Más allá de referenciar la libertad reproductiva de las mujeres, la granada ha pasado a remitir, con el paso del tiempo, a la oscuridad de ciertos tipos de relaciones, en esta caso las homosexuales. El mundo del Hades representa el destino final de las almas de los muertos, de manera que la granada posee una connotación de ocultamiento hacia lo homo por estar reprimido o castigado. 

  • Narcisos y otras plantas adormideras
Narciso en la mitología griega : Sobre Leyendas
El mito de Narciso (detalle del cuadro ‘Eco y Narciso, de John William Waterhouse)

Cuenta el libro III de las Metamorfosis de Ovidio que la ninfa Eco se enamoró desesperadamente del joven y bello Narciso pero este la rechazó de forma humillante.

Vivía tan absorto en su propio ego que era incapaz de responder a las súplicas de aquellos a quienes su belleza despertaba el deseo.

El cazador Aminias, también enamorado de él, fue igualmente víctima de sus burlas y desprecios, tanto que se suicida con la misma espada que iba a regalar a su amado.

La re-interpreación en clave homo del mito de Narciso ha constituido una posibilidad de hablar de un tema tabú como la homosexualidad a través de la figuración mitológica.

Los narcisos se relacionan simbólicamente con la muerte, que hace desaparecer la belleza, pero también con otros motivos muy estrechamente vinculados al amor no correspondido y al inicio de una nueva etapa: metaforiza el romance frustrado e inconcluso, del sufrimiento al que lleva enamorarse de un imposible, ya que Narciso rechazaba sistemáticamente a todas las mujeres. 

En los casos de la adormidera y la amapola, la relación llega más allá, puesto que su significación onírica entronca con las teorías freudianas, convirtiéndose en símbolos de libertad para los artistas homosexuales. 

Esto es así por la influencia que tuvo la traducción de las obras de Freud en los creadores de la generación del 27 en el entorno de la Residencia de Estudiantes.

La amapola, que los griegos atribuyeron a Démeter (diosa de la fertilidad) debido a su presencia en los campos trigales, destaca por sus propiedades somníferas y ha sido empleada por muchos artistas para alegorizar desde el onirismo la pasión homosexual.

Precisamente en esta clave pintó Salvador Dalí su famosa Metamorfosis de Narciso, obra exponente del método paranoico-crítico basado en las teorías de Freud, donde aparecen estas flores en un escenario apocalíptico.

Las demás flores se relacionan con lo femenino (rosas, violetas, azafrán, etc.), de modo que la relación entre la flor, la juventud y el alejamiento de la virilidad queda establecida desde los orígenes de nuestra cultura. 

Además, personajes de la tradición homoerótica occidental como Dafnis y Amintas, propios de las narraciones pastoriles, se mueven en espacios inundados por flores de todo tipo, donde podían dar rienda suelta a sus pasiones sin la mirada enjuiciante de los demás. 

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