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Temores, robos y retrasos: La aventura de viajar en tren en el siglo XIX…


Temores, robos y retrasos: La aventura de viajar en tren en el siglo XIX

En 1830, la primera línea regular de pasajeros Manchester-liverpool inauguró un nuevo modo de viajar que simbolizaba el ideal de progreso en el siglo XIX.

En pocas décadas, los paisajes de muchas naciones se llenaron de raíles, túneles, puentes y estaciones; se hizo posible cubrir grandes distancias en tren, de Lisboa a Moscú, por ejemplo; y el entusiasmo era tal que cuando en 1848 se anunció la primera línea de ferrocarril de la península ibérica, que unía Barcelona y Mataró, la prensa aseguró con optimismo: «¡Contemplemos solo la posibilidad, la próxima realidad, de ir a Madrid desde Barcelona en 9 horas; y de un extremo a otro de la Península en 18!».

Pero en esa velocidad con la que, según escribía en 1842 el periodista y escritor Sydney Smith, «el hombre se ha convertido en un pájaro» y «el tiempo, la distancia y la demora desaparecen», otros veían graves riesgos en la salud.

Siete años antes, un supuesto informe de la Academia de Medicina de Lyon había resumido los miedos de entonces, al asegurar que el paso excesivamente rápido de un clima a otro, o el polvo y humo generado por el ferrocarril, tendrían un efecto mortal sobre las vías respiratorias; mientras que la veloz sucesión de imágenes sería causa de inflamaciones en la retina.

Además –concluía el informe–, el movimiento trepidante y «el temor a los peligros, mantendrá a los viajeros del ferrocarril en una ansiedad perpetua, que originará enfermedades cerebrales.a una mujer embarazada, el viaje puede provocarle un aborto prematuro».

Temores, robos y retrasos: La aventura de viajar en tren en el siglo XIX

  • Trenes a 40 km por hora

Este informe académico no ha sido localizado por los historiadores y probablemente se trate de una superchería, pero no por ello deja de ser un reflejo de los temores que suscitaron los primeros ferrocarriles, semejantes a que los hoy provocan otros avances tecnológicos.

La velocidad que alcanzaban los trenes era modesta si se mide con los parámetros actuales, pero suponía un cambio enorme respecto a los viajes en diligencia.

Por ejemplo, a fines del siglo XIX, el expreso de Madrid a San Sebastián, el más rápido de España, alcanzaba una velocidad máxima de 41 kilómetros por hora y empleaba en recorrer los 614 kilómetros de distancia un total de 15 horas y media. Para aquellos primeros usuarios era veloz, comparado con los tres días con sus dos noches que hasta entonces llevaba ese trayecto en diligencia, a unos 10 kilómetros por hora; y más barato, pues el billete en ferrocarril valía menos de la mitad.

En la primera fase de la historia del ferrocarril, los vagones estaban divididos en compartimentos separados entre sí por tabiques. Se accedía a ellos desde el exterior por puertas laterales. A diferencia del modelo de trenes norteamericano, hoy dominante, en el que cada vagón tenía un pasillo central de acceso, en los trenes a la europea no había pasillos, lo que dificultaba los desplazamientos internos por el vagón. Durante el viaje, estos solo podían hacerse por un estribo que corría a lo largo del exterior del coche, al pie de las puertas.

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