Luz, color y devoción: el entierro del señor de Orgaz, el abuelo de los impresionistas…

National Geographic(A.Sala) — En 1586, el párroco de la iglesia de Santo Tomé de Toledo encargó a un pintor de la vecindad una obra que recordase el milagroso entierro del señor de Orgaz, dos siglos antes.
La leyenda explicaba que dos santos bajaron del cielo para enterrarlo personalmente como premio divino a la humildad, caridad y devoción que demostró en vida.
El pintor era Doménikos Theotokópoulos, a quien todos llamaban El Greco, y la obra es mundialmente conocida como El entierro del conde de Orgaz, aunque el verdadero título es el de señor.
Así, El entierro del Señor de Orgaz trascendió al encargo del párroco toledano y se convirtió en un alegato teológico que exalta la importancia de una existencia piadosa, la superioridad de la vida celestial y la preeminencia de la doctrina católica romana por encima de la herejía protestante que se abría paso por entonces en el norte de Europa.
El entierro del señor de Orgaz, también es un ejemplo nítido del particular manierismo de El Greco, que tomaba elementos de Miguel Ángel, Tiziano o Tintoretto con un estilo muy singular, de contrastes cromáticos y lumínicos, y figuras etéreas que tres siglos después fueron recuperados por los grandes pintores impresionistas como Monet, Cézanne o Van Gogh.
El entierro del señor de Orgaz es una pintura monumental. Mide 4’80 × 3’60 m y representa el milagro que, según la leyenda, ocurrió durante el entierro de Gonzalo Ruiz de Toledo en 1323, cuando los santos Esteban y Agustín bajaron del cielo para darle sepultura con sus propias manos.
Entre las muchas obras piadosas que merecieron tal honor al señor de Orgaz destaca su patronazgo sobre la iglesia de Santo Tomé de Toledo. Casi tres siglos después, el sacerdote de Santo Tomé encargó esta obra a El Greco para situarla sobre la tumba del noble toledano en el interior del templo, junto a una inscripción que relataba el prodigio.
Todavía hoy se mantiene en su emplazamiento original, una ubicación que contribuye a potenciar la majestuosidad del episodio y de su protagonista y la lectura teológica que trasciende de la obra: para contemplarlo, el espectador debe elevar la mirada, lo que intensifica la gloria celestial en la que son acogidos los justos.

– ¿Señor o conde?
Gonzalo Ruiz, al igual que el resto de asistentes a su funeral, no está representado como un noble toledano del siglo XIII, cuando ocurrió el fenomenal suceso. El Greco no caracterizó su cadáver como el de un caballero medieval, sino que su armadura, su peinado y su rostro pertenecen más bien al aspecto que tendría un aristócrata del Toledo de la época del artista.
Esta fusión de épocas ha dado lugar al mayor malentendido de la pintura, el que ha hecho que el título por la que es conocido incluya la palabra conde. En realidad, el condado de Orgaz fue creado en 1520, doscientos años después de la muerte de Gonzalo Ruiz.
Este título sustituyó al señorío instaurado en el siglo XIII y, por tanto, el protagonista fue el cuarto Señor de Orgaz. El paso del tiempo fue diluyendo el recuerdo del señorío para afianzar el concepto del condado que todavía hoy perdura.
– La muerte terrenal

La obra se divide en dos partes claramente diferenciadas: la gloria celestial, con Jesucristo, su madre, la virgen, y los santos y almas de los justos, arriba, y el austero entierro terrenal del cuerpo del señor de Orgaz, en la mitad inferior.
Esta composición ya se estableció en el encargo hecho a El Greco, pero el pintor, además, la aprovechó para presentar algo que nunca antes se había hecho en la península ibérica: un retrato colectivo.
Los asistentes al funeral del noble señor componen un friso de los más ilustres toledanos coetáneos de El greco y era la parte que más fascinaba a quienes contemplaban la obra en vida del pintor.
– Elegantes nobles toledanos

A inicios del siglo XVII, Francisco de Pisa escribiría sobre El entierro del señor de Orgaz: «Viénenla a ver con particular admiración los forasteros, y los de la ciudad nunca se cansan […] por estar allí retratados al vivo muchos insignes varones de nuestros tiempos».
El Greco se hizo muy popular en Toledo, donde los más nobles personajes de la ciudad lo contrataban para que les realizara un retrato. No conocemos con seguridad la identidad de casi ninguno de los prohombres retratados por El Greco en la pintura de Santo Tomé.
Todos ellos, pero, mantienen esa aura austera y de ademanes sutiles, en el estilo elegante a la vez que sencillo que hizo popular al pintor. Todos estos personajes no parecen asustados por el descenso de tan ilustres difuntos, presentando como algo asumido la intercesión de los santos en favor de sus feligreses más ilustres.

– Los hermanos Covarrubias
Tal vez los únicos personajes de los que conocemos su nombre con seguridad son estos dos hombres de barba blanca, situados cada uno en un extremo de la comitiva fúnebre. Son los hermanos Covarrubias, Antonio (derecha) y Diego. Antonio de Covarrubias, catedrático de Derecho Romano por la Universidad de Salamanca, fue miembro del Consejo de Castilla.
Ordenado sacerdote en Toledo al final de su vida, era un gran amigo de El Greco. Diego de Covarrubias había sido un reconocido jurista y eclesiástico nombrado obispo de Ciudad Rodrigo y hacía una década que había fallecido.
Ambos participaron activamente en el Concilio de Trento, en el que el papado fijó los cauces de la Contrarreforma que debía luchar contra las desviaciones protestantes que se extendían por toda Europa. Su inclusión en la obra es un detalle más del carácter dogmático de la obra, muy alineada con el catolicismo romano.

– ¿Un autorretrato?
Muy cerca de Diego Covarrubias se encuentra este personaje que mira directamente al espectador. No se sabe con absoluta certeza, pero tradicionalmente se ha interpretado como un autorretrato de El greco.
Desde finales de la Edad Media, los pintores, orgullosos de sus creaciones, solían incluirse en ellas en una posición secundaria, pero que fuera evidente para el espectador, y una manera de hacerlo era cruzar la mirada con este.

– Asunto de familia
El niño que aparece en primer término sí se tiene la seguridad que era un personaje real, el hijo del propio pintor, Jorge Manuel, que por entonces contaba con 10 años.
Al igual que su padre, mira al espectador y con su dedo señala la escena culminante de la obra: el milagroso entierro del señor de Orgaz.
El pañuelo blanco que contrasta con su enlutada ropa contiene la firma de su padre, con su nombre real en alfabeto griego: Doménikos Theotokópoulos.

– Premio a una vida
La escena que señala el infante era el motivo del encargo de la obra. Las posturas de sus protagonistas son una clara referencia a su maestro Tiziano y a El entierro de Cristo que había pintado en 1520. El joven san Esteban coge por los pies al difunto, mientras que san Agustín hace lo propio por los hombros.
Este segundo santo está representado con el rostro del cardenal Quiroga. Arzobispo de Toledo, inquisidor general y cardenal de la Iglesia Católica, Quiroga era un símbolo más de la rectitud católica y la obediencia que los fieles debían a la jerarquía romana.
Quiroga era un ferviente devoto de las reliquias santas, anatema entre los reformadores protestantes, e hizo trasladar a Toledo los restos de santa Leocadia y San Ildefonso, una medida totalmente alineada con la ideología de la Contrarreforma.

– Maestro de la luz
La suntuosa armadura que porta el difunto señor de Orgaz remite directamente a la época de esplendor de la monarquía hispana en el siglo XVI. Tiziano retrató con una pieza muy similar a Carlos V y a su hijo Felipe II, reforzando su papel guerrero en la defensa de la fe católica.
La armadura también permitió a El Greco desplegar todo su talento en el manejo de la luz: en ella se ve el reflejo de san Esteban y la mano de uno de los atónitos observadores del milagro de su entierro.
En el hombro, los reflejos coloridos de la vestimenta de san Agustín avanzan en tres siglos una de las máximas del impresionismo, que las formas no existen y que todo depende de la luz que las ilumina.

– Admiración celestial
En el extremo derecho de la pintura aparecen dos religiosos. El sacerdote que parece leer el responso por el difunto, se ha identificado con Andrés Núñez de Madrid, el párroco de Santo Tomé que encargó la obra a El Greco.
En su ropa lleva motivos alusivos a la muerte (calaveras) y al patrón de su iglesia, Santo Tomás, patrón de los arquitectos, cuyo símbolo es una escuadra.
Por su parte, el religioso con los brazos abiertos que porta una sobrepelliz blanca parece ajeno a la escena terrenal y fija su mirada en el espectáculo celestial, un poco al modo en el que El greco debió concebir cómo debía ser contemplada su obra por los feligreses.

– Gloria celestial
La escena que deja atónito al religioso en la tierra es la Gloria celestial acogiendo el alma del santo varón enterrado debajo.
En esta mitad, El Greco parece dar rienda suelta a su estilo, que abajo está más contenido, de figuras etéreas, contraste de colores y cuya luz ilumina la vida eterna al lado de Jesucristo.
La escena está repleta de santos y referencias religiosas que la Contrarreforma ponía en valor frente a la censura del protestantismo.

– La virgen y los santos
La ascensión del alma de Gonzalo Ruiz de Toledo es una imagen alineada con uno de los dogmas que fijó el Concilio de Trento y que los reformistas criticaban: la intercesión de los santos y la virgen en favor de los seres humanos. Así el alma del señor de Orgaz parece un feto que asciende por un útero espiritual a la nueva vida.
Los protestantes negaban la facultad de los santos y de la virgen para interceder por los difuntos ante Dios, consideraban que fomentaba la idolatría.
El Greco representa a la madre de Jesús y a San Juan (al que se reconoce por vestir con pieles de ermitaño) intercediendo en favor del difunto y logrando su acceso al reino de los Cielos.

– El rey santo
Detrás de san Juan se agolpan diversos santos y personajes que El Greco consideraba dignos de veneración. Aparece san Antonio, de nuevo, con su escuadra, el apóstol Pablo (de violeta) y un personaje todavía vivo en la época, Felipe II. El greco sitúa al monarca, con la mano en el pecho y su característica mandíbula prognada, junto a los justos.
El Greco había acudido a España en busca de la protección del católico rey Ausburgo, pero los trabajos que le presentó no acabaron de gustar al soberano y por ello marchó a buscarse la vida a Toledo, donde su arte fue realmente apreciado.
Su inclusión aquí se ha interpretado como un homenaje al monarca, al que el pintor realmente admiraba, y una declaración de que no le guardaba ningún rencor.
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