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A los ‘millennials’ se les admiraba por su minimalismo pero es mentira: gastan como todos…


Business Insider(K.M.Korducki) — El mito minimalista-millennial comenzó a principios de la década de 2010, pero hace años que los millennials no son minimalistas. Es más, puede que nunca lo fueran. Si se miran los datos, los estadounidenses de cada generación han gastado más o menos lo mismo en la mayoría de las principales categorías de consumo durante las últimas cuatro décadas.

ace aproximadamente una década, cargué un par de maletas medianas, tres bolsas grandes de Ikea, un par de contenedores de 38 litros, un cesto de la ropa sucia y dos gatos muy sedados en una furgoneta y me mudé de Toronto a Nueva York. Todas mis pertenencias cabían perfectamente en mi nueva y diminuta habitación de Brooklyn, con un montón de metros cuadrados de sobra. Resulta que mi relativa falta de cosas estaba de moda.

En aquella época, los millennials como yo comprábamos y poseíamos menos, supuestamente rompiendo el patrón del consumismo estadounidense. Publicábamos en Instagram nuestros espacios interiores poco amueblados y demasiado beige. Rechazábamos la propiedad de coches y las casas en las afueras en favor de las bicicletas, los coches compartidos y los apartamentos en grandes ciudades con compañeros de piso. No gastábamos nuestro dinero en cosas, sino en experiencias, y también lo publicábamos en blogs.

«Si los millennials no son del todo una generación que conduce ni posee, casi seguro que serán una generación menos conductora y menos propietaria», declaraba un artículo de septiembre de 2012 en The Atlantic titulado La generación más barataNuestra reputación no tardó en encontrar una expresión ingeniosa: los millennials éramos una generación de minimalistas.

Mientras escribo esto desde el mismo dormitorio diminuto de Brooklyn, puedo ver las puertas de mi armario haciendo fuerza contra el peso de una bolsa de basura a punto de reventar llena de ropa desechada que siempre tengo la intención de reciclar.

Las tres bolsas de Ikea están llenas de ropa sucia, que mi pareja o yo probablemente lavaríamos si no tuviéramos muchas otras cosas que ponernos. Nuestra cómoda está llena de compras impulsivas que encontrarías en la cola de una droguería. Se me ocurren algunos calificativos para describir el estado de mi entorno, pero minimalista no es uno de ellos.

Aunque mis coetáneos de entre 28 y 43 años aún no se han desprendido de nuestra relación con el menos es más, ese viejo estereotipo ya no resiste el escrutinio.

Los datos de consumo sugieren que no nos resulta difícil gastar el dinero que tanto nos ha costado ganar en bienes y servicios, experiencias y cosas. A medida que construimos nuestras trayectorias profesionales y formamos familias, nuestros hábitos de compra se parecen cada vez más a los de la generación X y los boomers cuando tenían la edad que tenemos ahora.

Hace años que los millennials no somos minimalistas. De hecho, puede que nunca hayamos sido minimalistas.

El mito minimalista-millennial comenzó a principios de la década de 2010, tras la Gran Recesión. Como «próxima generación» de líderes, trabajadores y derrochadores, el comportamiento de mis contemporáneos interesaba mucho a vendedores, empresarios y economistas.

Así que cuando mi generación, sacudida por una recesión catastrófica, no compraba tanto como nuestros predecesores, se extendió la preocupación de que nuestra disminución del poder adquisitivo —o peor aún, nuestras prioridades y valores radicalmente diferentes— podría señalar el final de la fiebre consumista que había impulsado la economía estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

A lo largo de la década, un rastro de datos de encuestas parecía respaldar estas preocupaciones. En una encuesta Harris de 2016, el 78% de los millennials afirmaron que preferían pagar por una experiencia antes que por bienes materiales, frente al 59% de los baby boomers. Una encuesta de Nielsen de 2015 también reveló que los millennials salían a comer casi el doble que sus padres: preferían comerse sus riquezas a acumularlas.

En 2014, la traducción al inglés del libro de Marie Kondo The Life-Changing Magic of Tidying Up (La magia del orden, en su traducción al español) vendió más de nueve millones de ejemplares, lo que generó una industria de aspirantes a organizar la vida de los millennials.

Los Millennials, la generación más envidiada - Infobae

La tendencia minimalista no era del todo falsa desde un punto de vista cultural. «La recesión impulsó a la gente a fetichizar la sencillez y a hacer de la austeridad una virtud, a sacar el máximo partido de lo que se tiene en lugar de dar prioridad a consumir más o a consumir cosas más llamativas», afirma el escritor Kyle Chayka, cuyo libro The Longing for Less (Desear menos, en su versión en español), publicado en 2020, ahonda en el eterno atractivo de una forma de vida más sencilla.

La era posterior a la recesión también fue testigo del auge de los smartphones, que dio paso a la sobrecarga sensorial digital. De la noche a la mañana, los apartamentos y las redes sociales se inundaron de espacios abiertos y líneas puras del diseño moderno de mediados de siglo (o, al menos, de las propuestas de Ikea). «Hay mucho caos en nuestros móviles», señalaba Chayka. «¿Por qué querrías más caos en tu entorno físico?».

El minimalismo de los millennials se convirtió en un test de Rorschach de ansiedad económica. Dependiendo de quien lo viera, nuestra percepción del menor consumo podría haber señalado una salida virtuosa del ciclo envenenado de producción, compra y eliminación.

Para otros, confirmaba la sospecha generalizada de que éramos una generación de Peter Pans mimados que se negaban a dejar las tostadas de aguacate, a comprar coches, casas y cantidades de cosas del tamaño de una casa, y a crecer de una vez. Aunque en gran medida se trataba de una tendencia estética, el mito del minimalismo millennial era tan importante para la identidad cultural de mi generación que bien podría haber sido real.

Pero en realidad, esta teoría del lento desarrollo económico siempre fue un espejismo. Durante las décadas de 1950 y 1960, el gasto de los consumidores representaba aproximadamente el 60% del PIB de EEUU; desde principios de la década de 2000, a pesar de la supuesta falta de gasto de los millennials, se ha mantenido estable por debajo del 70%.

Por ejemplo, una de las grandes compras de las que más se hablaba y que los millennials evitaban: los coches. La propiedad de un automóvil ha sido un elemento central del sueño americano desde los años 50, cuando la salud de la industria automovilística quedó estrechamente ligada al crecimiento económico y la prosperidad del país.

Las cadenas de montaje de las fábricas, «recién renovadas con los dólares del Tío Sam«, dejaron de ser necesarias para construir tanques y municiones que se enviaban al extranjero y se reutilizaron para fabricar decenas de miles de coches nuevos, que los consumidores estadounidenses compraban con entusiasmo, según escribió la historiadora de Harvard Lizabeth Cohen en su libro de 2004 A Consumers’ Republic.

Incluso ahora, la demanda de automóviles se considera un indicador del gasto de los consumidores y de la economía estadounidense en general.

No es casualidad, por tanto, que la aparente resistencia de los millennials a la propiedad de un coche, en particular, salte a la vista como prueba de nuestra ética de consumo radicalmente cambiante. Uno de los datos más difundidos procedía de un análisis del CNW Group de 2010, según el cual los estadounidenses de entre 21 y 34 años eran responsables de tan solo el 27% de las compras de coches nuevos, frente al 38% de 1985.

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Los medios de comunicación citaron estos datos como prueba de que los millennials, en su conjunto, estaban menos interesados en comprar coches que sus padres de la generación boomer o sus hermanos mayores de la generación X.

Lo que no tuvieron en cuenta fue cómo las circunstancias actuales –como los efectos de una crisis económica muy reciente, especialmente entre los adultos jóvenes que acababan de incorporarse al mercado laboral– podían alterar la forma en que la gente gastaba su dinero, especialmente en artículos caros como coches nuevos.

En 2016, la junta de la Reserva Federal publicó un informe que pretendía dejar las cosas claras al señalar que la narrativa contra el automóvil de los millennials no tenía en cuenta la Gran Recesión.

El informe argumentaba que la recesión económica casi con toda seguridad influyó en el gasto de la gente tanto o más que los cambios tecnológicos y culturales que se estaban produciendo al mismo tiempo. Prueba de ello es que los jóvenes adultos volvieron a comprar coches a mediados de la década de 2010.

En la actualidad, los millennials se han puesto totalmente al día: desde 2020, hemos representado casi el 30% de las matriculaciones de vehículos nuevos de la nación, una tasa que está más o menos a la par con los baby boomers y solo ligeramente por debajo de la de la generación X, según la investigación de Experian. Pero cuando se publicó el informe de la Reserva Federal, ya era demasiado tarde. El tópico de que los millennials son minimalistas estaba ya muy asentado.

Si los millennials no somos minimalistas, ¿qué somos exactamente? Los sociólogos dirían que es una pregunta equivocada, ya que los comportamientos y estilos de vida de las personas cambian con el tiempo, al igual que las normas y prioridades sociales. La cuestión no es cómo definir mejor a los millennials como consumidores, sino si el gasto de los jóvenes adultos de esta generación es muy diferente del de generaciones anteriores.

Para encontrar respuestas, podemos recurrir a los registros de gasto de los consumidores. Desde 1984, la Oficina de Estadísticas Laborales viene realizando sus Encuestas de Gasto de los Consumidores para ver cómo gastan el dinero las diferentes generaciones de estadounidenses. En 1984, la mayoría de los boomers ya habían superado la veintena, lo que dificulta la comparación directa con los millennials.

Aun así, ofrece una base útil para comparar el gasto de los distintos grupos de edad a lo largo del tiempo. Efectivamente, cuando se ajusta a la inflación, los estadounidenses menores de 25 años, entre 25 y 34 años, y entre 35 y 44 años han gastado más o menos lo mismo en la mayoría de las principales categorías de consumo durante las últimas cuatro décadas, con caídas momentáneas que coinciden con periodos de recesión seguidos de recuperaciones.

Si bien es cierto que los millennials están gastando más de su presupuesto en billetes de avión y alquileres vacacionales que las generaciones anteriores a la misma edad, lo mismo puede afirmarse de los miembros de la generación Z, la generación X y los baby boomers: todos están derrochando en viajes en este momento.

Así compran coches los 'millennials'

Como los adultos más jóvenes suelen tener menos responsabilidades familiares y mucho menos patrimonio que los adultos en su plenitud profesional, gastan menos en general.

A medida que sus gastos e ingresos se acumulan con el tiempo, gastan más, sobre todo cuando los niños entran en escena, trayendo nuevas bocas que alimentar, cuerpos que vestir y aficiones que equipar. Ahora que los millennials tienen sus propias familias, están aún más abrumados por el desorden que sus padres boomer, enterrados bajo montones de juguetes cada vez más baratos.

En otras palabras, el estilo de gasto de los millennials no es especial; es cíclico.

Además, según un informe de la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios, los millennials representan ahora la mayor parte de los compradores de vivienda, con un 38% del mercado.

Nuestra inclinación hacia la propiedad de la vivienda tampoco es nueva. Casi habíamos alcanzado a nuestros padres boomer allá por 2019, según Freddie Mac; el 43% de nosotros teníamos casa en propiedad, justo por debajo del 45% de los baby boomers que pudieron comprar su primera vivienda entre los 25 y los 34 años. Lo que no comprábamos a los 20 años, lo estamos compensando a los 30 y 40.

«Existe una narrativa continua de que los millennials no pueden permitirse una vivienda o no son propietarios de casas, que son inquilinos, pero cuando se miran los datos, los jóvenes de 25 a 34 años tienen las mismas probabilidades de ser propietarios de una vivienda ahora que en 1993″, señala Bryan Rigg, economista de BLS que supervisa los microdatos de la Encuesta de Gastos de Consumo para uso público. «Realmente, muchos de los patrones de gasto son similares».

Una excepción importante es que los veinteañeros y treintañeros de hoy se sienten mucho más cómodos endeudándose para comprar cosas –como coches y casas– que en el pasado.

Para bien o para mal, la memoria pública es corta. Es posible que muchos de los jóvenes de hoy ni siquiera sepan que la actual generación de treintañeros se consideraba minimalista.

Hay indicios de que el resto de nosotros también empezamos a olvidarlo. Quizá hayas leído algo sobre el nuevo trend de TikTok que está arrasando entre la generación Z: una alternativa consciente a la cultura del haul que se ha desarrollado en torno a la moda ultrarrápida y las plataformas de comercio electrónico ultrarrápidas. Es un enfoque totalmente nuevo de las cosas. Algunos han afirmado que incluso podría ralentizar la economía. Esta vez, lo llamamos «núcleo de subconsumo».

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