‘Crítica de la razón puta’: el estigma y el pánico

Las trabajadoras del sexo politizadas van encaminadas hacia la subversión que transforme las condiciones estructurales del estigma. Esto ya nos tendría que dar una pista sobre el tesoro que resguardan para el movimiento feminista. Apoyar la lucha de las trabajadoras del sexo encierra la oportunidad de impugnar la retórica que juzga que aquello que somos —la fuente de nuestra dignidad y la posibilidad de nuestra destrucción— radica en el sexo.
(Paula Sánchez Perera, Crítica de la razón puta)
JotDown(E.Frabetti) — Por razones cuya exposición me obligaría a extenderme demasiado, a principios de los años setenta mi casa de Barcelona, próxima al «barrio chino», se convirtió en la sede de un proyecto de sindicato (clandestino, obviamente) de trabajadoras del sexo.
Por la misma época, también solían reunirse en mi casa las integrantes de un colectivo de feministas radicales, y ambos grupos entraron en contacto, iniciando un diálogo y unas líneas de colaboración que todavía perduran, y uno de cuyos exponentes más activos era hasta poco (se disolvió en 2019) el colectivo Hetaira, con el que tuve ocasión de colaborar, junto con la antropóloga Irene Amador, mientras residía en Madrid, donde estaba su sede.
A lo largo de más de cuatro décadas, he pasado muchas horas conversando con trabajadoras del sexo de varios países y he tenido el privilegio de haber sido invitado a algunas de sus reuniones y congresos, lo que me permite hablar con cierto conocimiento de causa.
Y por «conocimiento de causa» entiendo haber escuchado en vivo y en directo los argumentos, las reivindicaciones y las discusiones internas de las interesadas, que bajo ningún concepto podemos ignorar.
Y en función de esta larga y poco común experiencia, que ante todo me obligó a modificar mi visión —a la vez ingenua y paternalista— de la prostitución, he intentado, a lo largo de muchos años y artículos (de los que este es en buena medida un refrito actualizado), señalar algunas falacias comunes y sugerir algunos temas de reflexión, como los siguientes:

- Consignas y decisiones
Las/os abolicionistas suelen decir que ninguna mujer nace para ejercer la prostitución, a lo que las trabajadoras del sexo contestan: «Ninguna mujer nace para decirle a otra qué hacer con su cuerpo» (las comillas indican que cito textualmente un lema o consigna, en este caso de Hetaira).
Otros lemas de las trabajadoras sexuales en la misma línea:
«Ni víctimas ni esclavas, nosotras decidimos».
«Mi cuerpo, mis decisiones».
«No me liberes, yo me encargo».
«Nadie vive mejor sin derechos, las trabajadoras del sexo tampoco».
Es difícil no estar de acuerdo con estas consignas; pero las/os abolicionistas suelen argumentar que las trabajadoras sexuales no deciden realmente, y ese es un punto clave del debate, sobre el que, de entrada, cabe plantear un par de preguntas:
¿No es una forma solapada de paternalismo —y por ende de machismo— decir que una mujer adulta y en pleno uso de sus facultades mentales no está en condiciones de decidir?
Por otra parte, ¿quién decide de forma realmente libre? ¿Son vocacionales todas las barrenderas, camareras, limpiadoras, amas de casa…?
Hay trabajadoras sexuales abocadas a la prostitución contra su voluntad y explotadas vilmente, y a esas hay que «liberarlas», sí, como a los subsaharianos que trabajan en los campos en régimen de semi-esclavitud; pero esas situaciones extremas no son argumentos válidos ni contra el trabajo sexual ni contra la agricultura.
He conocido a no pocas trabajadoras del sexo que prefieren su denostado oficio a otros a los que tendrían acceso fácilmente, y he oído a menudo frases como esta: «Prefiero aguantar a un cliente diez minutos que a un jefe ocho horas». Que la mayoría prefiera aguantar a un jefe no significa que se pueda ondear su elección como bandera de dignidad, y mucho menos imponérsela a las demás.
- ¿Qué es la prostitución?

¿Por qué nos perturban tanto los servicios sexuales tangibles y aceptamos los intangibles con naturalidad?
¿Acaso las presentadoras sexis que se exhiben generosamente en todas las televisiones (luego hablaremos de las divas del pop) no se ganan la vida explotando su potencial erótico, excitando la libido de los telespectadores y fomentando el tópico de la mujer objeto?
¿Y acaso no vendemos o alquilamos todas/os por dinero cosas que habría que intercambiar amistosamente, como decía Marx?
Y aunque adoptemos una definición concreta y restringida de prostitución, ¿cómo tipificarla sin invadir la intimidad?
Paradójicamente, solo las formas de prostitución más toleradas (como las que se anuncian en algunos medios) son inequívocas.
Si una mujer se me acerca por la calle, me susurra algo al oído y nos vamos juntos, ¿Quién puede demostrar que se trata de prostitución y no de amor a primera vista?
Aunque la ropa y la actitud de la mujer dejen poco espacio a la duda, no hace falta señalar lo que implica perseguir a las personas por su aspecto o su indumentaria.
- Estigmas y mitos
El mito del amor es el mito nuclear de nuestra cultura, y como tal es especialmente resistente a la crítica, incluso al mero análisis objetivo.
Y la demonización de la prostitución se debe tanto al puritanismo de la hipócrita moral cristiano-burguesa como al torpe «romanticismo» de nuestra sociedad enajenada: la prostitución se considera execrable porque profana el sagrado tesoro del amor convirtiéndolo en mercancía, por lo que las prostitutas deben ser proscritas como los mercaderes a los que Jesús expulsó del templo.
Curiosamente, otras profanaciones del amor, como el matrimonio de conveniencia o el ligue frívolo, no suscitan el mismo rechazo social. ¿Por qué?
Las reinas y las princesas (y no en vano se les otorgan estos títulos) de la música pop exhiben indumentarias, actitudes y contorsiones que hasta no hace mucho solo se podían ver en algunos antros de mala reputación, y hoy las adolescentes, incluso las niñas, las imitan con el beneplácito —cuando no con el estímulo— de nuestra desquiciada sociedad.
En el origen de la desmedida fama de Kim Kardashian hay un vídeo porno puro y duro, lo que no parece preocupar a sus millones de seguidores ni haber dañado su imagen. Y la conocida consigna feminista «La pornografía es la teoría y la violación es la práctica» seguiría siendo válida sustituyendo «pornografía» por «reguetón» o «videoclips».
¿Por qué se demoniza a las trabajadoras sexuales a la vez que se diviniza a las estrellas del pop?
- Crítica de la razón puta

En realidad, esto es la reseña de un libro, de la que los párrafos anteriores (y este también) constituyen una apresurada introducción. Una introducción que es a la vez la celebración de un cincuentenario, pues Crítica de la razón puta, de Paula Sánchez Perera (La Oveja Roja, 2022), llega a mis manos medio siglo después de que un grupo de trabajadoras del sexo combativas y generosas me abrieran los ojos a una realidad que el pánico moral me impedía ver con un mínimo de claridad.
Y el pánico moral de nuestra sociedad ante la prostitución es uno de los temas clave abordados con ejemplar —y por desgracia insólito— rigor por Sánchez Perera; el otro, inseparable consecuencia a la vez que factor perpetuador del anterior, es el estigma.
Con encomiable honradez intelectual, la autora reconoce que cuando inició su investigación sobre la prostitución —con vistas a la preparación de una tesis doctoral— partía de una postura abolicionista (que es la mayoritaria y la que comparten la derecha, la seudoizquierda parlamentaria y el feminismo burgués), y que el contacto directo con las trabajadoras sexuales le hizo cambiar rápidamente de opinión e iniciar un proceso personal que acabaría desembocando en el activismo proderechos.
Uniendo al rigor y la exhaustividad de una tesis doctoral la contundencia propositiva de un manifiesto, Sánchez Perera desmonta uno tras otro los argumentos del abolicionismo al uso y pone al descubierto los engranajes de una estigmatización que siempre va unida a la falta de poder, lo que en nuestra mercantilizada sociedad equivale a decir a la pobreza (lo que ayuda a responder a algunos de los porqués antes formulados), para acabar apelando a una sororidad radical que dinamite las jerarquías impuestas por el patriarcado:
Hablo de reconocer a la otra como una igual, con capacidad de agencia y de resistencia; respetar sus decisiones, su manera de vivir y de practicar el feminismo, aunque no fuese la que eligiéramos para nosotras mismas… La propuesta de transformación social más amplia que remueva estructuras patriarcales o el papel de la utopía para la posición proderechos descansa en esta sororidad radical.
Un libro imprescindible por y para un debate ineludible, pues, como señala la autora: «El estigma puta representa una de las luchas más profundas y significativas que tiene pendiente el movimiento feminista» (y por ende la sociedad toda), y «la primera bala que resquebraja el edificio del estigma se dispara cuando practicamos el feminismo junto a las trabajadoras del sexo».
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