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¿Quiénes seremos?


Detalle de portada de 'El gurja y el Señor de los Martes'. Imagen Editorial Duermevela. quienes
Detalle de portada de ‘El gurja y el Señor de los Martes’.

JotDown(C.Frabetti) — La consabida triple pregunta filosófica, en su formulación habitual —¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?— sugiere la idea de una esencia —un «somos»— que viene (del pasado) y va (al futuro) sin alterarse sustancialmente, que se desplaza en el espacio-tiempo sin desgaste de su mismidad; pero el gran trinomio ontológico se podría —se debería— plantear también a la recíproca: ¿Quiénes éramos? ¿Dónde estamos? ¿Quiénes seremos?, como corresponde a una existencia —más que una esencia— que se transforma sin cesar en un escenario permanente (pese a los cambios que provocamos en él al arañar su superficie): el mundo en el que vivimos, el dónde en el que estamos.

Somos el mudable río heraclitano que excava su sinuoso cauce en la impasible tierra firme de Parménides, camino de la mar que es el morir. O lo que sea.

Se le ha reprochado —y no sin razón— a la ciencia ficción clásica (aún no ha cumplido cien años y ya tiene su panteón y su canon) que dedicara su poderosa capacidad especulativa a describir los mundos exóticos y los maravillosos logros tecnológicos que supuestamente alcanzaremos en el futuro, prestando muy poca atención a las cuestiones sociopolíticas, a las transformaciones psicológicas y conductuales de los individuos y las comunidades venideras.

Del mismo modo que muchas novelas históricas al uso parecen protagonizadas por gentes de hoy que se visten de época sin quitarse el reloj de pulsera, los personajes de muchas historias de ciencia ficción son hombres y mujeres actuales que se han puesto un traje espacial que les viene grande y han cambiado el vuelo chárter por la astronave.

Nos dicen muy poco sobre quiénes somos al olvidar quiénes éramos y no preguntarse quiénes seremos.

Y por eso resulta tan reconfortante, sobre todo para los viejos aficionados a la ciencia ficción como yo, sumergirse en narraciones transitadas por hombres y mujeres —o lo que sea— de algún futuro hipotético que no parecen el segurata del supermercado con un uniforme de licra y una pistola láser.

Y por eso, a pesar de que en general el denominado «género fantástico» me interesa poco, e incluso me preocupa su sobrevaloración por parte de un amplio sector de jóvenes lectoras/es subyugado por el pensamiento mágico, recientemente he disfrutado (que en mi caso quiere decir que me he sorprendido, he reflexionado y me he reído) con varios libros de la editorial Duermevela, especialmente con El gurja y el Señor de los Martes, de Saad Z. Hossain.   

Quiénes seremos Isabel Oliver en el MACVAC de Castellón
M@delman y B@rbie  (2021), Isabel Oliver.

La novela de Hossain parte del encuentro accidental —y accidentado— de un viejo guerrero gurja con un poderoso djinn que, como el consabido genio embotellado, recobra la libertad tras un cautiverio milenario, y pertenece a ese inquietante tipo de distopías que parecen lo contrario (el equivalente sociológico del lobo con piel de cordero), pues describe un «mundo feliz» (la referencia a Aldous Huxley no es casual), un hipertecnológico Katmandú del futuro que no ha olvidado que fue el paraíso artificial de varias generaciones de hippies despistados.

Una megalópolis en la que una superinteligenia electrónica de lógica implacable —irónicamente denominada Karma— concede todos los deseos compatibles con el orden establecido a una población que no sabe lo que quiere. O que solo lo averigua cuando es demasiado tarde.

Como en nuestro paraíso neoliberal. Un mundo regido con mano de acero y silicio por una supermáquina que funciona por inercia, como una fuerza ciega de la naturaleza, como una catástrofe natural alimentada por el egoísmo y la pereza de una humanidad abotargada.

Como el cambio climático o las pandemias desencadenadas por el carnivorismo. Porque, como nos aclara una joven djinn expendedora de marihuana orgánica por si, cual alienados humitas (que es como despectivamente llaman los djinn a los degradados humanos), no nos hemos enterado:

Lo que la gente no acaba de pillar es que Karma no es un ser consciente. No tiene principios morales. Valida la operación siempre que hay una transacción comercial. A todo le asigna su valor justo, calculándolo con una precisión que es inconcebible para los humanos.

No se estafa a nadie, todo tiene su valor intrínseco, pero en última instancia, lo que determina ese valor es lo que la gente quiere. Mientras no destruyas las funciones de la ciudad, puedes hacer lo que quieras según las reglas de libre comercio.

(¿Qué dices, hypocrite lecteur, mon semblable mon frère? ¿Tú también puedes hacer lo que quieras según las reglas del libre comercio? ¿No tienes algún oscuro deseo que pedirle al Señor de los Martes? ¿No hay en tu interior un ultrajado gurja con sed de venganza?).

Quiénes seremos Isabel Oliver en el MACVAC de Castellón
Su biblioteca (2020), Isabel Oliver. 

Es fácil, al principio, dejarse fascinar por los personajes principales de la narración, que nos obligan a replantearnos nuestras ideas preconcebidas sobre los genios dispensadores de deseos y sobre los gurjas, esos míticos guerreros nepalíes abducidos por el despiadado imperio británico.

Pero poco a poco la atención se desplaza hacia los personajes anónimos, los verdaderos protagonistas de todas las historias, esos humitas demasiado humanos —o demasiado poco— que imperceptiblemente nos llevan a la gran pregunta: ¿quiénes seremos?, ¿en qué nos estamos o nos están convirtiendo?

Que es la verdadera cuestión que subyace a la oscura inquietud con que leemos algunas historias proyectadas en el futuro.

Otros títulos de la colección Duermevela, como El hechicero de la corona, de Zen Cho, o El Señor de los Djinn, de Phenderson Djèlí Clark, me han interesado, sobre todo, por su cuestionamiento sistemático —y antisistémico— de los roles de género tradicionales y aun de los géneros mismos, lo cual, en el reino de la narrativa fantástico-heroica, tradicionalmente poblado de supermachos y de princesas voluptuosas, se agradece especialmente, y más si la subversión va acompañada de saludables dosis de humor.

Estos libros, y algunos más que han caído en mis manos en los últimos meses, no han disipado mi preocupación por el excesivo interés que entre muchas y muchos jóvenes suscitan la narrativa fantástica y el pensamiento mágico; pero es reconfortante comprobar que hay algo de vida —vida inteligente— más allá —o más acá— de los universos Marvel y DC, de los epígonos de Tolkien, de Harry Potter, de la saga Star Wars

Como superviviente de la primera generación de niños abducidos por Disney, me reconforta comprobar que, aunque las técnicas de descerebramiento y domesticación de la juventud son cada vez más poderosas e invasivas, la resistencia no se rinde y la guerrilla cultural encuentra la manera de colarse incluso en los recintos mejor protegidos.

Como el de la fantasía épica, coto de caza (de cerebros) del poder desde hace tres mil años. O más. 

nuestras charlas nocturnas.

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