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¿La culpa de todo la tuvo Yoko Ono? …


John Lennon y Yoko Ono, 1969. Fotografía: Jeff Goode / Getty.
John Lennon y Yoko Ono, 1969.

JotDown(D.Cuevas) — Se llamaba Bill Harry, sumaba veintipocos años y tenía pinta de estar buscando algo, porque eso era exactamente lo que hacía. Rastreaba las calles y los antros del Liverpool de los primeros sesenta con una libreta en la mano, tomando nota de todos aquellos chavales que se plantaban en los clubs empuñando instrumentos y con ganas de armar follón.

Al igual que a todos los jóvenes, a Harry le apasionaba la música. Pero también sentía la necesidad de documentarla, de informar a la sociedad sobre las bandas locales que atronaban en las entrañas de la ciudad.

Harry poseía vocación periodística, había fabricado fanzines y revistas siendo crío, y tenía el convencimiento de que lo que se estaba cociendo en Liverpool era el equivalente a lo que ocurrió en Nueva Orleans a principios de siglo, pero sustituyendo el jazz por el desmelenado rock and roll.

El problema es que ninguna publicación parecía dispuesta a cederle un hueco al chaval para escribir sobre ello. La almidonada prensa musical del momento no quería embarrar sus páginas con los infames acordes que escuchaban los adolescentes. 

Decidido a hacer las cosas por su cuenta, Harry logró que le prestaran cincuenta libras para fundar Mersey Beat, un periódico que cubriría los sucesos sonoros acontecidos en varias ciudades del condado de Merseyside. La tirada inicial del primer número se publicó en 1961, y consistió en cinco mil copias que se vendieron como churros y se devoraron como pipas.

En la segunda página de aquel ejemplar inaugural, los lectores se toparon con una biografía de coña sobre un grupo local que se ganaba la vida haciendo bolos entre Liverpool y Hamburgo. Un texto titulado «Una breve diversión sobre los dudosos orígenes de los Beatles» y firmado por un colega y compañero de estudios de Harry, un tío un poco rarito llamado John Lennon.

  • Una breve diversión sobre los dudosos orígenes de los Beatles

Se llamaba Brian Epstein, sumaba veintimuchos años y tenía pinta de estar buscando su lugar en el mundo, porque eso era exactamente lo que llevaba haciendo toda su vida. De niño, había sido expulsado de una escuela detrás de otra. De adolescente, se había convertido en paciente habitual de los psiquiatras.

Durante toda su existencia, había estado sometido a la presión familiar por no cumplir con lo que se esperaba de él, y a la marginación social por ocultar su homosexualidad en una época en la que encamarse entre varones era oficialmente ilegal. 

A principios de los sesenta, Epstein dirigía una tienda de discos e instrumentos musicales de la franquicia The North End Music Stores, propiedad de su familia. Un puesto en el que había sido colocado por sus progenitores, y donde el hombre se demostró extremadamente competente.

Durante el verano de 1961, comenzó a vender en el local una nueva revista independiente llamada Mersey Beat. En la portada del segundo número de dicha publicación descubrió la foto de un grupo de jovenzuelos que se hacían llamar The Beatles. 

A finales de ese mismo año, Epstein solicitó al editor del magacín, Bill Harry, que le colase en una de las actuaciones de la banda en el legendario The Cavern Club. Tras contemplar en directo a John Lennon, Paul McCartneyGeorge Harrison y Pete Best, aquel gerente de una tienda de música intuyó que los chavales tenían alma de estrella.

Asistió a varios conciertos más y contactó con el expromotor de la banda, Allan Williams, quien, ligeramente desencantado con la experiencia de lidiar con los Beatles, le recomendó «no acercarse a ellos ni con una puta pértiga». 

Haciendo caso omiso, Epstein concretó una reunión con el grupo para tantear el terreno. Lennon, Harrison y Best se presentaron con demora a la cita tras entretenerse bebiendo, y McCartney anunció que llegaría más tarde aún porque se estaba dando un baño.

Harrison tranquilizó a un airado Epstein, que veía que todo aquello no era serio, apuntando que McCartney «llegaría tarde, pero estaría muy limpio». En cuestión de días, Epstein convenció a los chicos para ejercer como el mánager de la banda.

Gradualmente, los obligó a sustituir los tejanos y las chaquetas de cuero que vestían por trajes hechos a medida, y también les prohibió hacer el cafre sobre el escenario.

A la altura de 1962, unos Beatles que habían incrementado su caché y encadenaban conciertos con éxito firmaron un contrato con EMI. Poco después, Epstein le indicó a Pete Best dónde estaba la puerta y colocó en su lugar a otro batería llamado Ringo Starr. En los años posteriores, los Beatles se convirtieron en la banda más famosa de todo el planeta.

  • Una breve diversión sobre la dudosa separación de los Beatles

El 27 de agosto de 1967, Brian Epstein fue hallado muerto en la cama de su residencia londinense tras sufrir una sobredosis accidental, consecuencia de combinar barbitúricos y alcohol.

Que un mánager la palme no suele suponer una noticia digna de causar mucho revuelo, pero aquello se convirtió en un titular destacado por los medios al tratarse de un caso especial, porque el finado era una auténtica leyenda.

Era el hombre que había descubierto a los Beatles, el grupo que conformó el mayor fenómeno musical de unos sesenta en los que The Rolling Stones aún estaban precalentando en la banda. Epstein fue esa persona que McCartney definiría como el auténtico quinto beatle. Tres años después de aquella muerte, la formación de Liverpool se separaría definitivamente. 

Desde entonces, los melómanos y los historiadores se han dedicado a intentar acotar una causa concreta que propiciase la ruptura de los Beatles. A tratar de localizar qué pudo destruir definitivamente a una banda que, en solo una década, había trepado al trono para transformar el mundo del pop por completo, erigiéndose como los artistas más influyentes del ecosistema musical.

Algunos achacan la culpa de la disolución a las tensiones internas del grupo. Pero otras teorías señalan a las drogas, a los caóticos tejemanejes empresariales, al hartazgo ante la fama, a la súbita desaparición de Epstein o a la inesperada aparición de una mujer llamada Yoko Ono.

En abril de 1970, McCartney anunció públicamente que se alejaba de los Beatles. Aquello supuso el final del grupo de manera instantánea, aunque el divorcio total no se formalizaría hasta casi cinco años después en los dominios de Mickey Mouse.

Porque los Beatles solo dejaron de existir legalmente a finales de 1974, cuando los abogados persiguieron a Lennon hasta Walt Disney World, el parque de atracciones floridano donde descansaba en compañía de su hijo Julian y de su novia May Pang, para que firmase el papeleo que finiquitó la asociación musical.

Unos documentos donde los otros Beatles ya habían estampado su rúbrica previamente. En realidad, las fisuras en la banda habían comenzado a aparecer mucho antes de que McCartney dijese adiós con la manita. De hecho, el bajista y compositor ni siquiera era el primero que anunció su intención de salirse del grupo. 

yoko ono
John Lennon, George Harrison, Ringo Starr y Paul McCartney, 1963.

A mediados de los sesenta, cuando los chicos apenas sumaban unos pocos años girando tras cultivar un éxito descomunal, descubrieron que eran incapaces de domar al monstruo que, sin querer, habían creado: la beatlemanía. Un insólito fenómeno de histeria generalizada entre unas fans que gritaban desquiciadas y acosaban en masa a los cuatro de Liverpool.

Un suceso fascinante desde el punto de vista psicológico que el poeta David Holbrook definió como una fantasía masturbatoria colectiva. Los Beatles no tardaron en acabar hasta las pelotas de tanta persecución y griterío por parte de las chavalas.

Se vieron obligados a viajar en camiones blindados, cancelaron las apariciones televisivas para que las seguidoras no demolieran los platós, y padecieron conciertos en los que apenas podían escuchar lo que estaban tocando ante aquel muro sónico de berridos femeninos incesantes.

Hastiado por el acoso, George Harrison anunció a Brian Epstein su intención de abandonar la empresa, pero el mánager lo convenció para quedarse cuando los Beatles acordaron, tras su tour norteamericano de 1966, no volver a hacer giras nunca más.

Lo cierto es que Epstein era un mediador necesario para aquella pandilla, tanto en las relaciones personales como en los negocios vulgares. Por eso mismo, su fallecimiento dejó al equipo bastante más a la deriva de lo que ninguno de ellos hubiera querido reconocer.

Justo antes de morir, Epstein ensambló una compañía llamada Apple Corps para beneficiarse de pagar menos impuestos. «¿Qué hacemos con todo este dinero? —les preguntó a sus muchachos en cierto momento—. ¿Se lo damos al Gobierno o montamos algo para quedárnoslo?».

Ante la ausencia del hombre que se hacía cargo de sus negocios, los Beatles decidieron ejercer ellos mismos el papel de empresarios y comandar el devenir de Apple Corps por su cuenta.

A principios de 1968, Lennon y McCartney presentaron su reluciente nueva compañía Apple Corps ante la prensa. Una sociedad que albergaría una rama musical, pero también otros departamentos dedicados a la electrónica, la publicidad, los comercios de venta minorista, las publicaciones o las películas.

Lennon vendió la moto como una organización multidisciplinar que financiaría a la gente creativa más loca sin poner pegas: «Queremos fabricar un sistema en donde la gente que quiera crear, por ejemplo, una película sobre lo-que-sea no tenga que arrodillarse en la oficina de alguien».

Y McCartney lo revistió todo de manera idílica: «Es una suerte de comunismo occidental […]. Solo queremos combinar los negocios con el disfrute. Nos encontramos en la feliz posición de no necesitar más dinero. Así que por primera vez los jefes al mando no estarán en esto por los beneficios. Ya hemos comprado todos nuestros sueños, ahora lo que queremos es compartir esa posibilidad con los demás».

Paul McCartney en la oficina de prensa de Apple Corps

Los Beatles comandarían el negocio, pero colocaron como director general de Apple Corps a Alistair Taylor, el que fuese asistente personal de Epstein.

De paso, a McCartney se le ocurrió disfrazar a aquel pobre caballero de hombre orquesta para fotografiarlo y estamparlo en un anuncio de prensa donde se invitaba a todos los lectores con algún proyecto en mente a dirigirse a la empresa de la manzanita para obtener financiación sin intermediarios.

En poco tiempo, las oficinas de Apple Corps se saturaron de tarados en busca de libras por la cara, la mayoría agarró la pasta y desapareció, dejando tras de sí una nube de humo. «Recibimos a todos los frikis del mundo», apuntaría Harrison, resumiendo la habilidosa estrategia empresarial.

En el interior de las oficinas de Apple Corps, la situación no pintaba mejor: los Beatles contrataron a un amplio equipo de empleados, pero se olvidaron de proporcionarles directrices o supervisión. Aquellos trabajadores, al descubrir que podían hacer lo que les saliera del papo, se dedicaron a tocarse los pies durante toda la jornada laboral.

Y de rebote, a encargar comilonas, alcohol o drogas a cuenta de la empresa, para metérselo todo en el cuerpo en horario de oficina.

«Teníamos a unas mil personas que no eran necesarias —recordaba Ringo Starr—, pero todas se lo pasaron muy bien. Estaban cobrando por estar sentadas ahí. Teníamos a un tío contratado solo para leer las cartas del tarot o el I Ching. Era una locura».

Tras observar que aquello era un sumidero de millones de libras, los Beatles abandonaron la idea de jugar a ser empresarios, renunciaron a su fantasía de mecenazgo y colocaron la compañía en manos de gente más ducha en esas gestiones. Pero el caos financiero provocado por aquella aventura dejó tocados a los músicos y a sus arcas.

En 1968, las fricciones entre los cuatro miembros de la tropa aumentaron al mismo tiempo que sus visiones artísticas comenzaban a distanciarse.

La grabación del mítico Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band en el 66 había supuesto un esfuerzo creativo muy bien coordinado.

Pero, a partir de ahí, la brújula de cada Beatle apuntaba hacia una dirección diferente a la hora de confeccionar los temas.

McCartney seguía componiendo estrofas poperas que Lennon contemplaba disgustado.

Lennon se había puesto a parir creaciones psicodélicas y experimentales que McCartney observaba con el morro torcido.

Harrison había comenzado a tomarse en serio su trabajo como letrista pero ninguno de los dos anteriores le hacía ni puñetero caso: «Yo les mostraba canciones que eran mejores que algunas de las suyas y, aun así, teníamos que grabar ocho de sus temas antes de que se tomasen la molestia de escuchar uno de los míos».

Starr contemplaba todo lo anterior bastante amargado porque sus compañeros menospreciaban sus habilidades como batería.

Durante la gestación del disco The Beatles, conocido popularmente como White Album, Lennon comenzó a presentarse en las grabaciones acompañado de una chica muy especialita llamada Yoko Ono, la artista vanguardista por la que había sustituido a su esposa.

Aquella invitada no deseada no tardó en romper el flow de los Beatles, que acostumbraban a trabajar en privado y rara vez permitían a nadie, parejas incluidas, asistir al proceso creativo.

Los desencuentros crecieron en el estudio, donde Lennon prestaba más atención a Ono que a sus colegas de charangas, y Starr optó por abandonar el grupo durante un par de semanas, al sentirse totalmente ignorado por sus camaradas.

El resultado de tanto drama fue un doble elepé donde era evidente que cada Beatle ya iba a lo suyo. Cuando se publicó el White Album, la revista Rolling Stone lo definió como «Cuatro discos en solitario bajo el mismo techo». Lennon apuntaría más tarde que, además de música, lo que se podía escuchar en aquellos dos vinilos era la propia ruptura de la banda.

Todo caería en picado en los meses posteriores. La accidentada creación de un nuevo disco, que comenzaría llamándose Get Back pero mutaría en Let It Be, llevaría a Harrison a separarse de los Beatles para, poco después, recular y volver al equipo por obligaciones contractuales.

Entretanto, Lennon cabalgaba problemas más gordos al haberse convertido en un adicto a esnifar heroína.

La pandilla no era ajena a las drogas, en realidad, comenzaron consumiendo alegremente benzedrina, fenmetrazina y cannabis en sus inicios, tantearon la cocaína y, finalmente, se habían convertido en fans del LSD después de que, en 1965, el dentista de Harrison les sirviera un par de cafés aderezados con ácido.

Pero la adicción de Lennon al caballo fue mucho más jodida que las excursiones lisérgicas recreacionales, agravando seriamente la relación con sus socios e incluso culpándolos a ellos de haberse enganchado a esa droga por la presión a la que se veía sometido.

Tras la grabación de Abbey Road, un álbum que se publicaría antes que Let It Be, Lennon anunció al resto de la cuadrilla que se marchaba del grupo, pero los cuatro acordaron mantener aquella separación en secreto por el bien de los proyectos que estaban en marcha.

Meses después, fue McCartney el que abandonó el barco de manera pública.

CDN media

A finales de 1974, Lennon oficializó la desintegración de los Beatles firmando el divorcio en el lugar menos glamouroso posible, una habitación del hotel polinesio de Walt Disney World.

Desde entonces, melómanos e historiadores han tratado de determinar el elemento concreto que causó la separación de la agrupación.

Algunos apuntaron a los roces internos, otros, a las drogas, los fracasos empresariales, la beatlemanía, la muerte de Epstein o la presencia de Yoko Ono.

Todos estaban equivocados y todos tenían razón al mismo tiempo.

nuestras charlas nocturnas.

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