La joven de la perla, un retrato fascinante en el que nada es lo que parece…

National Geographic(A.Sala) — La joven de la perla es una pequeña obra maestra. En 1665 Johannes Vermeer pintó el retrato de una chica de mirada cautivadoramente misteriosa en un lienzo poco más grande que una hoja de papel.
El rostro de esta joven ensimismada se ha convertido en uno de los retratos más icónicos de la historia del arte, a la altura, incluso, de la Mona Lisa. Pero en este óleo no todo es lo que parece.
Con una paleta de colores limitada, trazos simples y, en apariencia, poco trabajados, Vermeer llenó el lienzo de trampantojos que crean una ilusión visual que no existe. La perla, los ojos, la boca… Todos ellos son efectos ópticos que nuestro cerebro completa para crear un cuadro lleno de vida y que da cuenta de la maestría como retratista de su autor.

– El pintor de la burguesía de Delft
El siglo XVII es conocido como la Edad de Oro neerlandesa, una época en la que los Países Bajos construyeron un imperio comercial que llegó hasta los confines de Asia y Oceanía y que permitió el progreso de la economía, la ciencia y la cultura neerlandesas.
Johannes Vermeer (1632-1675) fue, junto a Rembrandt, el más destacado de los pintores surgidos a la sombra del generoso patrocinio de la boyante nueva burguesía comercial holandesa, en su caso de Delft, un importante puerto productor y exportador de cerámica, recreado por el propio Vermeer en esta Vista de Delft (hacia 1660), una representación idealizada de su ciudad natal, que debía ser en realidad un populoso centro comercial.

– Maestro olvidado
La pintura de Vermeer se caracteriza por las escenas íntimas y domésticas, plasmadas con una luz asombrosa que refleja una atmósfera casi atemporal, como La lechera, la obra maestra de 1661.
Su obra permaneció en el olvido hasta finales del siglo XIX en la que fue redescubierta por los ávidos coleccionistas de arte y actualmente su escasa producción (tan solo han llegado hasta nuestros días 36 pinturas) cuenta con obras que se encuentran entre los mayores tesoros de los mejores museos del mundo, como La lechera (1660), expuesta en el Rijksmuseum de Amsterdam.

– La Mona Lisa holandesa
La Joven de la Perla ejemplifica a la perfección este periplo de olvido y recuperación de Vermeer.
La historia anterior del retrato tan solo puede rastrearse con certeza hasta 1881, cuando fue adquirido por un coleccionista holandés por una suma ridícula, apenas dos florines.
Fue este quien lo donó al Museo Mauritshuis de La Haya en 1903 donde se expone desde entonces convertida en la obra más célebre de Vermeer conocida como la Mona Lisa holandesa.

– Tronie: entre el retrato y el boceto
A diferencia de la Gioconda, La joven de la perla no es un retrato propiamente dicho, es un tronie, una palabra que deriva del francés antiguo trogne y que significaría cabeza o rostro.
Fueron muy populares durante la Edad de oro neerlandesa y no pretendían ser retratos de un individuo en concreto, sino estudios de expresión y fisonomía de un modelo de personaje, un anciano, un soldado, una mujer oriental…
Normalmente se exageraban sus gestos y facciones, como en este caso: El fumador, pintado por Joos van Craesbeeck.

Un turbante y un pendiente
Aunque muchos han querido identificar en la modelo alguien del entorno cercano a Vermeer, la joven de la perla no es nadie en especial, es una chica vestida al modo oriental que no destaca por su aspecto (no tiene pecas ni marcas que la distingan) sino por los complementos que luce: un turbante de estilo oriental y un pendiente de perla.
De hecho, antes de llamarse La joven de la perla, se piensa que la obra era nombrada en los catálogos de Vermeer como La joven del turbante.

– Una obra compleja de trazos sencillos
La joven de la perla es una pintura que, por momentos, parece un boceto. La ropa está pintada de forma esquemática, sin detalles ni adornos. Vermeer dio volumen a la ropa situando a la protagonista sobre un fondo oscuro, casi negro y a través del juego de la luz y las sombras.

– Un engaño a nuestro cerebro
Vermeer no pintó todo lo que nosotros vemos, pero nuestro cerebro completa lo que falta. La nariz, cuyo detalle vemos sobre estas líneas, no existe como tal. El puente es tan solo una continuación de la mejilla derecha.

– ¿Existe la perla?
El elemento que da nombre a la obra es tal vez el trampantojo más espectacular del cuadro. El pendiente son apenas dos pinceladas blancas sobre el cuello que, de lejos, nuestro cerebro interpreta como un círculo. La parte inferior de la «circunferencia» parece un magistral reflejo del cuello blanco de la camisa de la muchacha. Por no haber, no hay ni cadena que la sujete al lóbulo. Vista de cerca es como si una gota estuviera suspendida en el aire de manera casi mágica.

Un color caro y apreciado
El turbante, que por cierto se dice que salió de un baúl de disfraces de casa del pintor, es uno de los elementos esenciales de la obra. El color elegido para esta prenda es el azul de ultramar, un apreciado y caro tinte importado de Asia.

– Mirada enigmática
La mirada es el atractivo principal de esta chica, aunque tal vez es el elemento menos «detallado» de la pintura. Vermeer no pintó cejas ni pestañas y dejó el contorno de los ojos sin definir, en una especie de sfumato digno del mejor Leonardo que otorga un halo de misterio a su mirada. Unos ven melancolía, otros tristeza, pero hay quien incluso ve alegría. De alguna manera es como si existiese casi una joven distinta para cada espectador.

– Maestro de la luz
En definitiva, la obra en conjunto es un juego de luces y sombras sobre un fondo negro que resalta la figura de la mujer. Vermeer moldea la luz con toques de blanco brillante sobre tonos rojos u ocre para crear una gran ilusión que reproduce una luz cálida sobre la mejilla, destellos húmedos en el labio o volumen en el turbante contrastando dos tonalidades azules.
Sin duda por ello mereció en título de maestro de la luz.
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