El libro perdido del arte levantino…

JotDown(J.C.Pereletegui) — Es una calurosa mañana del verano de 1938, en un barrio obrero a las afueras de la ciudad de Castellón, recién ocupada por las tropas franquistas. Un vehículo con las insignias de la Falange se detiene ante la tapia del conocido como Hort de Victorino.
Desciende un individuo estirado, con americana sahariana negra, pantalón negro, camisa negra y corbata negra. Negro como un cuervo. Es Julio Martínez Santa-Olalla, hijo de un general franquista y camisa vieja de la Falange. El ejército lo ha rechazado por sus problemas de visión y aprovecha su formación de arqueólogo para otras misiones.
El chófer del vehículo toca la bocina con insistencia hasta que se abre la puerta de l’Hort de Victorino y se asoma un hombre robusto, de unos cincuenta años. Lleva un pañuelo de cuadros al cuello y se cubre con un guardapolvo manchado de pintura. Juan Bautista Porcar es un afamado pintor castellonense, que tiene l’Hort de Victorino como estudio. También es su refugio y su despensa mientras dure la guerra. Santa-Olalla cruza la puerta sin esperar a ser invitado, haciendo a un lado a Porcar.
Al otro lado de la tapia hay un caserón destartalado a un lado del gran patio central que Porcar ha reconvertido en huerto. Sin andarse con preámbulos Santa-Olalla le pide, le exige, el libro de los trabajos realizados en 1935 en cova Remigia, en el barranco de la Gasulla.
Porcar le explica lo que sabe, o lo que cree saber: tras el descubrimiento de las pinturas por el masovero Modesto Fabregat, la noticia le llegó a él a través de la Sociedad Castellonense de Cultura. Después de visitar las pinturas envió una nota a la Universidad Central de Madrid, a la que Hugo Obermaier, catedrático de Historia Primitiva del Hombre, respondió con entusiasmo.
Tras estudiarlas in situ durante el verano de 1935, Obermaier y él mismo terminaron el libro en junio del año siguiente y quedó en manos de la imprenta. Unos meses más tarde deberían haber recibido los ejemplares solicitados, pero llegó el 18 de julio. El mundo se llenó de humo y odio, de fuego y sangre, y cova Remigia, y todo lo que significaba, cayó en el olvido.
También el libro. Por lo que Porcar sabe, la imprenta no llegó a realizar el trabajo. Santa-Olalla le dice que no son esas las noticias que él tiene. Porcar se muestra sorprendido. El cuervo pregunta por las copias y las fotografías de las pinturas rupestres del barranco de la Gasulla. Porcar le dice que todo se lo llevó Obermaier a Madrid.
—El despacho de Obermaier en la Universidad Central fue asaltado por las hordas rojas —explica Santa-Olalla—, nada se salvó.
—Entonces todo está perdido —replica Porcar. Trata de no mirar hacia un rincón del patio. Ese donde, al principio de la guerra, enterró sus copias de las pinturas de cova Remigia, junto con los negativos del fotógrafo Eduardo Codina.
—No importa, es trabajo hecho por extranjeros, está contaminado, no lo necesitamos para nada.
Santa-Olalla se marcha con tanta brusquedad como ha llegado.
Porcar queda pensativo. Rememora ese agosto de 1935 que vivió con Hugo Obermaier, Henri Breuil y Eduardo Codina en pleno campo, en el barranco de la Gasulla, mientras copiaban las pinturas prehistóricas levantinas de cova Remigia.

- ¿Un arte nuevo para un tiempo nuevo o un arte viejo que se reinventa?
Por aquel entonces Porcar ya había oído hablar de ese arte prehistórico que llamaban levantino por encontrarse solo en la mitad oriental de la península ibérica. Había visto las pinturas del barranco de la Valltorta, próximo al de la Gasulla, estudiadas por Obermaier y publicadas en 1919. Recuerda lo impresionado que se sintió.
Pequeños arqueros de piernas gruesas y torsos desnudos, o estilizados como filigranas delicadas, lanzados a la carrera en pos de cabras y ciervos. Animales expresionistas, en los que una cuerna o una cabeza eran suficientes para visualizarlos al completo, la parte por el todo. De pintor a pintor, Porcar sentía gran admiración por sus colegas prehistóricos.
También había leído algún libro sobre la cueva de Altamira, con sus figuras enormes y admirables.
No se le escapaba la diferencia fundamental entre el arte franco-cantábrico y el del Levante: los animales de Altamira y de otras cuevas del sur de Francia son estáticos, solemnes, abruman con su hieratismo. Por el contrario, las figuras de los barrancos de la Valltorta y de la Gasulla, corren, saltan, huyen, matan y mueren, son dinámicas… no se limitan a estar ahí, ¡cuentan una historia!
A principios del siglo XX, Juan Cabré Aguiló, turolense de Calaceite, pueblo próximo al límite con Lleida, es un joven estudiante de Bellas Artes, aficionado a las antigüedades. Sería 1905 cuando oye de boca de unos campesinos que en el barranco de Calapatá, próximo a su pueblo pero término municipal de Cretas, en la llamada Roca del Moro, hay pinturas de ciervos y otros animales.
Cabré visita el lugar y copia las pinturas. En 1907 se publican en el Boletín de Historia y Geografía de Aragón, en un artículo que firma su director, sin ninguna repercusión en apariencia… solo en apariencia.
A finales de ese mismo año, una editorial de Barcelona busca publicar un libro sobre monumentos y antigüedades de Cataluña, para lo que remite un cuestionario a todos los pueblos y aldeas del país. Uno de ellos llega a Cogul, una remota aldea de Lleida a poco más de setenta kilómetros en línea recta del barranco de Calapatá.
El párroco de Cogul, Ramón Huguet, responde al cuestionario informando de unas curiosas pinturas existentes en un roquedo a las afueras del poblado. Por pura coincidencia, se le conoce como Roca dels Mors, igual que la peña de Calapatá. La editorial pasa la información al historiador Ceferino Rocafort, que viaja hasta Cogul. En marzo de 1908 publica un artículo sobre esas pinturas en el Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya.
El escenario está preparado para que haga su gran entrada el actor principal.
Henri Breuil se ordena sacerdote en 1900. Nunca ejercerá su ministerio de forma regular, pero la ciencia de la prehistoria siempre lo recordará como el abate Breuil. No muy alto, cuando acompañe a Obermaier y Porcar en la Gasulla, frisando la sesentena, los kilos habrán redondeado su figura; por ahora, toda su corporeidad se la debe a la sotana.
Tiene una cara redonda y afable tras la que se ocultan una terquedad a toda prueba y un carácter indómito. Los años que van de su primera misa a este de 1908 son trascendentales para el abate. En 1902, de la mano del arqueólogo Emile Cartailhac, viaja a Santander. Cartailhac, que durante años ha proclamado la falsedad de las pinturas de Altamira, acaba de retractarse y trata de enmendar el mal que ha hecho.
Tumbado de espaldas sobre el frío suelo de la cueva, Breuil copia a mano alzada todo el techo de la sala de los bisontes. Sus fascinantes dibujos al pastel maravillan al príncipe Alberto I de Mónaco, apasionado de la arqueología, quien decide sufragar una suntuosa edición que pone el nombre de Breuil en boca de todos los arqueólogos de Europa.

En ese su primer viaje a España, Breuil toma contacto con Hermilio Alcalde del Río, director de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega (Santander), quien ha sido firme defensor de la autenticidad de las pinturas de Altamira. Alcalde del Río se convierte en los ojos y los oídos de Breuil en España.
Está atento a todo lo que tenga que ver con el arte prehistórico y las publicaciones sobre las pinturas de Calapatá y de Cogul no le pasan desapercibidas. Informa a Breuil, que se interesa al momento por esos hallazgos tan sorprendentes. Con la prontitud que le caracterizará toda su vida, y gracias a la ayuda de Alcalde del Río, Breuil toma contacto epistolar con Juan Cabré y con el Centre Excursionista de Lleyda y en agosto y septiembre de 1908 visita Calapatá y Cogul.
Breuil llega Lleida a finales de agosto. El Centre Excursionista de Lleida le facilita el viaje hasta Cogul en tartana y celebra una cena un su honor al regresar, de lo que dan buena cuenta en su boletín. Durante la cena, Breuil, al que siempre le gusta tener público, se explaya largamente sobre las pinturas que ha visto.
El conjunto consta de una sugerente escena de danza, en la que varias mujeres parecen bailar en torno a un hombre de largo falo. Las rodean un grupo variopinto de animales: cabras, toros, ciervos y ciervas, jabalíes… y un bisonte. Algunos animales posan estáticos, otros corren con grandes zancadas, o aguardan impasibles la flecha del cazador.
Lo más importante de todo lo que Breuil dice esa noche es la mención del bisonte, un animal extinto al sur de los Pirineos desde los tiempos paleolíticos. El abate jamás se retractará de una afirmación categórica. Esta la mantendrá hasta su muerte, para la que aún falta más de medio siglo. En ese tiempo se acumularán opiniones en contra y evidencias cada vez mas rotundas. Al final, en el congreso de Wartenstein de 1960, se quedará solo, él y su bisonte.
Identificar en las rocas de Cogul un animal cuaternario extinto significa datar las pinturas en el Paleolítico. Esa va a ser la base de la teoría cronológica del abate Breuil sobre el arte levantino: es un manifestación contemporánea de las pinturas paleolíticas, como las de Altamira. Para Breuil, el arte levantino es el arte paleolítico que se reinventa cuando deja los fríos del Cantábrico y de los Pirineos y se acerca al lado oriental de la península ibérica, atemperado por el Mediterráneo.
Abandona las cuevas profundas y toma posesión de los abrigos inundados de luz solar. Cae en la tentación de contar historias y para ello introduce la figura humana, ausente en el arte paleolítico. Eso es todo. El arte levantino es una variación del arte paleolítico. Tiene una mayor perduración que este, aunque no demasiada, y se extingue con los últimos cazadores/recolectores, unos 8000 años antes del presente.
Tras dejar Lleida, Breuil se reúne con Cabré y visitan el barranco de Calapatá. Lo que ve allí ratifica al abate en la primera impresión que se ha formado en Cogul. En la roca del Moro de Calapatá no hay mujeres danzando ni animales acechados por cazadores. Solo tres ciervos majestuosos, mayormente estáticos, apenas con una pizca de sensación de movimiento. Además un par de arqueros caminando a grandes trancos y lo que podría ser un jabalí inmóvil.

Mientras regresan a caballo a Calaceite, el ojo experto de Breuil descubre varias pinturas más, a lo lejos, en una roca iluminada por el sol del atardecer. Más animales casi estáticos, que alimentan su convencimiento de hallarse ante un arte contemporáneo del franco-cantábrico.
Sin embargo la opinión de Breuil, por autorizada que sea, no concita unanimidad. Conforme avance la investigación serán muchos los estudiosos, especialmente los españoles, que piensen que el levantino no tiene nada que ver con el paleolítico. Pero, ¿quíenes son ellos para discutir al maestro?
Será Cabré el primero que levante la mano, tímidamente, en su libro de 1915. Luego vendrán más, con más y mejores argumentos. Para ellos, los milenios de transición entre el Paleolítico y el Neolítico son un tiempo nuevo, que abandona las tradiciones del pasado. Nuevas formas de pensar, nuevas formas de subsistir, nuevas formas de relacionarse con el mundo, en definitiva es un tiempo nuevo, que exige un arte nuevo.
Comparan la aparición del arte levantino con los numerosos movimientos de vanguardia de estos inicios del siglo XX: una ruptura con todo lo anterior.
- La llamada del levantino
El poder de fascinación del arte levantino es inmenso. Nadie puede contemplar un panel de levantino sin sentirse conmovido. Tampoco Breuil, a pesar de tanto arte prehistórico como ya ha visto. No puede ignorar las pinturas de estas «rocas de los moros», por modestas que parezcan comparadas con la grandiosidad de Altamira, Font de Gaume, El Castillo o Combarelles.
Le ofrece a Cabré entrar al servicio de Alberto I de Mónaco, como prospector de arte prehistórico en las tierras aragonesas. Esta colaboración, por ahora a título personal, se institucionalizará en 1910, cuando el príncipe funde en París el Instituto de Paleontología Humana (IPH).
A partir de entonces será el instituto quien sufrague las subvenciones a Cabré y otros muchos prospectores en toda España. Subvenciones bien magras, que apenas cubren los gastos, pero que tienen el atractivo de que los perceptores aparecen como coautores de las memorias que, sobre sus descubrimientos, escribe el abate y que publica en las más prestigiosas revistas europeas.
Cabré tiene motivos para ver el futuro con optimismo. Cinco años antes había iniciado sus estudios de Bellas Artes en Madrid, gracias a los cuales entró en contacto con Enrique de Gamboa y Aguilera, marqués de Cerralbo, rico y poderoso aristócrata, de los más de este momento. Es uno de los principales responsables del Partido Carlista, diputado del Congreso y senador.
La simpatía de Cerralbo por Cabré es casi instantánea y siempre se comportará con el joven aragonés como un leal y afectuoso padrino. Esa protección se ve ahora incrementada por la del abate Breuil y el príncipe de Mónaco.

Al poco de conocerse, Cabré contagia a Cerralbo el interés por la arqueología. Enseguida se convierte en uno de los principales arqueólogos aficionados de Europa (de lo que todavía da cuenta el atestado Museo Cerralbo, en Madrid). Además, decide utilizar su poder político para promover la arqueología profesional en España, inexistente hasta la fecha.
El año anterior al viaje de Breuil, el gobierno crea, gracias al empeño del premio nobel Santiago Ramón y Cajal, la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE).
En poco tiempo se convierte en la cabecera de un enorme conglomerado de laboratorios y centros de investigación, también de la mítica Residencia de Estudiantes de Madrid. Uno de estos centros creados bajo los auspicios de la JAE es, en 1912, la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas (CIPP), con sede en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.
La CIPP nace por la confluencia de dos voluntades. Por un lado, la política, la del marqués de Cerralbo, que será su presidente hasta su fallecimiento en 1922. Por el otro, la científica, del eminente geólogo Eduardo Hernández-Pacheco, que al inicio será jefe de trabajos de la comisión y sucederá a Cerralbo en la presidencia. Juan Cabré, como comisario de exploraciones, y el dibujante Francisco Benítez Mellado, completan la plantilla inicial.
La CIPP nace para aglutinar toda la investigación en Prehistoria, sin embargo en Barcelona tienen otros planes. A la par que la JAE, se crea el Instituto de Estudios Catalanes (IEC) con el propósito de incentivar los estudios científicos de todo tipo «desde» (no solo «en») el ámbito de Cataluña. En 1915 el IEC da carta de nacimiento a su Servicio de Excavaciones Arqueológicas, que no tendrá ningún reparo en actuar fuera de los límites administrativos de las provincias catalanas.
A partir de ahora, la investigación arqueológica en España será un continuo equilibrio de poder entre estas tres instituciones y sus representantes: el Instituto de Paleontología Humana (IPH), del príncipe de Mónaco y el abate Breuil, la CIPP del marqués de Cerralbo y Hernández-Pacheco y el IEC, que tiene a Pere Bosch Gimpera como director del Servicio de Excavaciones Arqueológicas.
En ocasiones colaborando, en ocasiones estorbándose, en ocasiones chocando de frente, los tres se repartirán la investigación del arte levantino durante las próximas décadas.
Cuando el príncipe de Mónaco funda en París su instituto, al primero que contrata es al abate Breuil. Este trae consigo a otro sacerdote, de su misma edad, alemán, que ha estudiado Arqueología en Viena y se encuentra en París, algo perdido: Hugo Obermaier. De carácter pausado, reflexivo y metódico, es en todo opuesto a Breuil. Posiblemente por ello surge entre ambos una amistad indestructible, que perdurará por más de tres décadas y sobrevivirá a tres guerras.
El primer encargo que Obermaier recibe del príncipe es estudiar la cueva de El Castillo, en Santander. Allí se encuentra, con su ayudante Paul Wernert, también alemán, cuando estalla la Gran Guerra, en 1914. El IPH corta al instante la relación y ambos quedan varados en España, sin medios, ni ganas, de regresar a Alemania.
El antimilitarismo de Obermaier es bien conocido. Gracias a la mediación del conde de la Vega del Sella, buen estudioso del Paleolítico asturiano, el marques de Cerralbo los acoge en la CIPP. Allí permanecerán hasta que Obermaier gane la cátedra de Historia Primitiva del Hombre en la Universidad Central. Puede que Obermaier ya no pertenezca al IPH, al menos formalmente, pero su íntima amistad con Breuil permanece intacta y se convierte en los ojos y oídos del abate dentro de la CIPP.

- Del alma las virtudes, del corazón las pasiones
Es principios de 1917, la guerra europea se encuentra en su momento más álgido, acaba de finalizar la batalla de Verdún y Alemania lanza su ofensiva submarina total. Todo eso queda muy lejos de Tiritg, un pueblecito, apenas una aldea, del agreste interior de la provincia de Castellón.
Allí, Alberto Roda acaba de descubrir la espectacular cova dels Cavalls, en la rambla de la Valltorta. Por distintos conductos, la noticia llega a la par a la CIPP y al IEC, que no tardan nada en despachar sendas comisiones informativas.
El 24 de marzo, mientras Obermaier y su grupo hacen una revisión preliminar de la cova dels Cavalls, se presenta Bosch Gimpera al frente del equipo del IEC. Obermaier los recibe con serenidad y cortesía. Ha llegado primero y se siente, y lo demuestra, como el dueño de la casa atendiendo a las visitas.
Bosch Gimpera acepta la situación con cordialidad. En parte porque se sabe en deuda con Obermaier. ¿Cómo es eso?
Tras doctorarse primero en Derecho y luego en Filosofía, Pere Bosch Gimpera marcha a Alemania para estudiar Arqueología. Allí escribe su tercera tesis doctoral. El inicio de la Gran Guerra provoca su regreso de urgencia a España con todos sus planes de futuro desmontados.
Aquí, algo desnortado, hace un intento de recalar en la CIPP. Al poco de integrarse en la comisión tiene un agrio enfrentamiento con Cabré a cuenta de los permisos de excavación de varios yacimientos íberos de Aragón, próximos al límite con Cataluña. La situación se tensa de forma extraordinaria y Hernández-Pacheco debe hacer uso de toda su autoridad para ponerle fin.
En este choque de trenes, Obermaier apoya sin reservas a Bosch Gimpera. A causa, casi seguro, de que es la única persona con la que puede hablar en alemán, además de con su ayudante, Wernert. También comparten el espíritu y los métodos de la formación alemana en Arqueología, muy avanzada respecto al resto de Europa, no digamos a España.
En el libro que Obermaier publicará tras el estudio de las pinturas de la Valltorta, hará, sin venir apenas a cuento, severas advertencias a los lectores sobre la incompetencia de Cabré como arqueólogo.
Tras la galerna, el ambiente en la CIPP se enrarece extraordinariamente y tanto Cabré como Bosch Gimpera la abandonan. Este, con los permisos de excavación en el bolsillo, es recibido con los brazos abiertos en el IEC. A Cabré, el marqués de Cerralbo le busca acomodo en otro de los institutos de investigación adscritos a la JAE: el Centro de Estudios Históricos. Allí, Cabré se labrará una sólida reputación como experto en el mundo íbero.
Además de la complicidad entre Obermaier y Bosch Gimpera juega a favor de la concordia la extraordinaria riqueza del yacimiento. Entre el descubrimiento inicial de enero y la visita de las comisiones en marzo, se han hallado otros cuatro abrigos pintados. Cada uno de ellos tiene más pinturas de arte levantino que todo lo encontrado desde la visita de Breuil a Calapatá y Cogul, nueve años antes. Acuerdan pues, repartirse el territorio entre la CIPP y el IEC.
Pero serán tres, no dos, los que estudien el barranco de la Valltorta. Resulta que Alberto Roda, el vecino de Tiritg descubridor de las pinturas, es un fervoroso militante del Partido Carlista, al que no le hace gracia que sean un alemán y unos catalanes los que estudien el pasado de su terruño.
No se le ocurre mejor idea que ponerse en contacto con el jefe de su partido, que en esas fechas no es otro que el marqués de Cerralbo, y le ofrece a él personalmente dos abrigos más que ha descubierto y de los que no ha informado ni a Obermaier ni a Bosch Gimpera. Cerralbo no deja pasar la ocasión.
Le consigue a Cabré «vacaciones» en el CEH y lo subvenciona de su amplio bolsillo para que vaya a la Valltorta. En la carta en la que le hace el encargo le dice: «… las publicamos tu y yo [las dos cuevas que Alberto Roda le ha reservado], y respecto a las demás [al resto de las cuevas de la Valltorta] ya hablaré contigo y con Pacheco…».

Todo lo que Cabré sabe de arte rupestre y de cómo estudiarlo lo ha aprendido de Breuil. Los dos son dibujantes de gran talento, el de Cabré, además, perfeccionado por su formación académica. El método de trabajo de Breuil consiste en copiar las pinturas a mano alzada, muy deprisa, y luego, en el estudio, realiza los dibujos definitivos ayudándose de los bocetos, las notas escritas y su memoria. Cabré, por supuesto, hace lo mismo.
Obermaier trabaja de forma muy diferente. Él no es dibujante, por lo que siempre incorpora a su equipo uno de gran talento. En este caso, Francisco Benítez Mellado. Antes de copiar un panel de figuras lo estudia con detenimiento, lupa en ristre. Toma abundantes medidas y lo discute con Benítez y los otros miembros del equipo. Si es preciso se hace un primer bosquejo sobre papel milimetrado para analizar las proporciones.
Cuando el dibujante, por fin, inicia su trabajo, lo hace bajo la mirada atenta de Obermaier y siguiendo sus minuciosas indicaciones. Este compara cada trazo con el original de la roca. Si no está satisfecho, se descarta y se comienza de nuevo. Así, cuando se da un panel por copiado, el dibujo obtenido es el definitivo.
Cabré pasa como una exhalación por la Valltorta. En menos de una semana copia todos los abrigos, los dos «secretos» y también el resto, tanto los reservados a la CIPP como los del territorio del IEC. Lo hace con tanta discreción que en ningún momento se encuentra con persona alguna de las dos comisiones. Es como el paso de un fantasma.
Por desgracia, de tanto esfuerzo, solo el trabajo de la CIPP dará fruto. En 1919 se publica un magnífico libro con los cinco abrigos estudiados por Obermaier y Wernert y minuciosamente copiados por Benítez Mellado. Por diferentes circunstancias, ni las copias del IEC ni las de Cabré se publicarán y acabarán devoradas por el monstruo del olvido.
Para Cabré, la Valltorta supone su despedida de facto del arte levantino. A partir de ahora vuelca todas sus energías en el mundo íbero. Para Obermaier supone su consolidación en la CIPP, de la que el marqués de Cerralbo se distancia a consecuencia de su actividad política. Sus obligaciones como presidente recaen sobre Hernández-Pacheco, a quién absorben la mayor parte de su tiempo.
Eso, más la salida de Cabré y el ingreso fallido de Bosch Gimpera hacen que, en la práctica, Obermaier sea el único arqueólogo en activo. Sus miras, sin embargo, están más allá de la comisión. El año anterior al estudio de la Valltorta, se publica su obra primordial: El hombre fósil, que le proporciona una gran notoriedad en los círculos intelectuales de Madrid.
Con ese impulso comienza una campaña metódica para hacerse con una cátedra en la Universidad Central, la que ya ocupa cuando llega la nota de Porcar dando cuenta de los descubrimientos en el barranco de la Gasulla.
Los diecisiete años transcurridos desde los trabajos de la Valltorta han sido fructíferos para Obermaier. Las sucesivas revisiones y reediciones de El hombre fósil le han dado notoriedad a nivel europeo. Gracias a eso se convierte en la estrella de la magna exposición que la Asociación Española de Amigos del Arte (una entidad benemérita en la que milita lo más granado de la aristocracia y la alta burguesía) organiza en 1921 en la Biblioteca Nacional: Arte Prehistórico Español.

Los auténticos impulsores son el marqués de Cerralbo y, sobre todo, Hernández-Pacheco.
Sin embargo es Obermaier quién aparece junto al rey Alfonso XIII en la ceremonia de inauguración, el protagonista indiscutible del ciclo de conferencias paralelo y quién acapara más espacio en el abundante seguimiento que la prensa madrileña hace de la exposición.
Es el último paso del largo y arduo camino para obtener la ansiada cátedra.
Al año siguiente, gracias a la presión directa del duque de Alba, la Facultad de Filosofía y Letras reconvierte la cátedra de la recientemente fallecida, Emilia Pardo Bazán, en Historia Primitiva del Hombre, a la medida de Obermaier.
Es probable que esos años, hasta 1936, sean los mejores de la estancia de Obermaier en España y quizás los más felices de su vida. Goza de holgura económica y notable prestigio. Se codea con lo mejor de la sociedad española, es un referente de la excelencia de la universidad madrileña. Muchos de sus estudiantes serán los cabecillas de la investigación prehistórica de su generación. Hay dos en particular que destacarán sobremanera: Martín Almagro Basch y Julio Martínez Santa-Olalla. Ese Santa-Olalla.
Sin embargo, a pesar de tantos oropeles, no cuesta mucho creer que la nota de Porcar le hace rememorar los vibrantes días de abril de 1917, viviendo casi al aire libre bajo el azul cielo castellonense. Tiene cincuenta y siete años. Es su última oportunidad de sentirse de nuevo joven y alocado. También es la ocasión perfecta para reencontrarse con su gran amigo, Breuil.
Tras la Gran Guerra el abate centra su atención en el arte paleolítico francés y en la prehistoria africana, y se espacian sus visitas a España. Si lo tienta con un descubrimiento fabuloso, puede que lo haga volver. Todo esto probablemente explica la prontitud y el entusiasmo con el que responde a Porcar.
El desinterés de Breuil por España puede tener que ver también con el desastre en el que han acabado sus relaciones con Cabré y con Hernández-Pacheco. Un par de años antes del descubrimiento de la Valltorta, Cabré publica El arte rupestre en España, una obra de referencia para la arqueología española. Breuil, posiblemente herido en su orgullo al ver a su pupilo subírsele a las barbas, escribe una larga e hiriente crítica, en español y en francés, que, además de inmerecida, roza el insulto.
La relación de ambos ya estaba tocada desde que Cabré se integró en la CIPP y trató de crear para esta una red de prospectores que competía con la de Breuil y el IPH. A partir de ahora la relación será de pura cortesía, una suerte de paz armada.
La auténtica ruptura llega después de la exposición de 1921. Unos años antes se había descubierto en el sur de Valencia un abrigo de arte levantino excepcional: la cueva de la Araña. De su estudio se encarga personalmente Hernández-Pacheco, con Benítez Mellado como dibujante, durante el verano de 1920.
Aplica un método de trabajo similar al de Obermaier en la Valltorta. Hernández-Pacheco retrasa la publicación de la Araña para no interferir con la exposición de Madrid, porque sabe que cuando salga a la luz, la ira de Breuil se desatará como un castigo divino, tal cual ocurrió.
En la segunda parte del libro, Hernández-Pacheco explica su teoría cronológica del arte levantino, opuesta a la del abate. Para él, este arte es post-Paleolítico. Nace en los milenos de transición hacia el Neolítico y perdura hasta la Edad del Cobre.

Para sostener esta opinión debe desmontar la tesis de Breuil de que hay animales cuaternarios extintos entre las representaciones del arte levantino. Minuciosamente, figura por figura, rebate todas las identificaciones del abate. El bisonte de Cogul es un toro, no un bisonte.
El alce de la cueva del Queso (Alpera, Albacete) es un cuadrúpedo de especie indeterminada, lo mismo que la gamuza de Tortosillas (Ayora, Valencia). En el Abrigo Grande de Minateda (Hellín, Albacete), Breuil ve dos rinocerontes, un antílope saiga, un reno y un león de las cavernas. En las precisas y detalladas copias de Benítez Mellado no se aprecia ninguno de esos animales.
La cólera del abate no repara en la exquisita cortesía que Hernández-Pacheco muestra en el texto y afirma que lo acusa de mentiroso y falsario. ¡Nada más lejos de la realidad! La ofuscación del abate será permanente. Casi cuarenta años más tarde, ya muy cerca de su muerte, escribirá lleno de rabia que Hernández-Pacheco lo tildó de mentiroso.
En el tiempo transcurrido hasta la aparición de las pinturas de la Gasulla, la tesis de Hernández-Pacheco gana adeptos, hasta ser Obermaier de los pocos que defienden la cronología de Breuil. Hay motivos para pensar que lo hace más por la íntima amistad que le une al abate que por auténtico convencimiento. Esa amistad de la que quiere disfrutar una vez más. Sabe que el descubrimiento de Porcar le brinda una ocasión difícilmente repetible.
- Tiempo de sangre y fuego
El entusiasmo de Obermaier desborda en la nutrida correspondencia que mantiene con Porcar durante el invierno de 1934-35. Sin duda consiguió transmitir a Breuil la excepcionalidad de lo que había visto en la visita de reconocimiento de octubre. En una de las cartas de finales de diciembre le comunica que el abate se unirá al equipo investigador. Este se completa con el fotógrafo Eduardo Codina y el antropólogo Julio Caro Baroja.
A principios de agosto se reúnen en el barranco de la Gasulla, con la ausencia por enfermedad de Caro Baroja. A pesar de tener una buena venta a una media hora de camino, Obermaier quiere vivir al aire libre, en el mismo abrigo. El masovero, Modesto Fabregat, dueño de las tierras en las que se encuentra la cueva, junto con su mujer, Pepa, se ponen a disposición de los investigadores para facilitarles la estancia.
Se montan andamios para facilitar el trabajo en el inclinado suelo de la cueva y se proveen de mantas y colchones. Una fuente próxima les surte de agua. Entre las provisiones no faltan el coñac y el chocolate.
El lugar principal del barranco de la Gasulla consta de dos abrigos muy próximos: cueva Remigia y el cingle de la Gasulla. Están situados en la mitad del cortado de roca que culmina la ladera derecha del barranco. Para ir de uno a otro se desciende al fondo de la cañada, se camina entre pinos un corto trecho y se asciende de nuevo a la pared.
Los visitantes del siglo XXI han sido privados de este placentero paseo por una innecesaria y agresiva pasarela metálica que salva el tramo de pared lisa entre cova Remigia y el cingle de la Gasulla.
Obermaier le deja a su amigo elegir su propio espacio de trabajo. Breuil decide encargase, él solo, del cingle de la Gasulla, el resto del equipo se dedicará a cova Remigia. Ya se ha visto cuán diferentes son los métodos de trabajo de uno y otro.
En un artículo perdido de 1965, hallado y publicado en 2010, Porcar rememora con tintes edénicos estos días de intenso trabajo y convivencia. La extraordinaria sabiduría de Obermaier y Breuil y su manifiesta complicidad, le sobrecogen. Llega a decir que «llevaban sobre sus hombros toda la arqueología del mundo».
Por desgracia, esta Arcadia feliz solo dura hasta que Breuil enferma de disentería y se retira a Castellón, a casa de Porcar. Una vez recuperado emprende el camino de regreso a Francia. Nunca volverá a la Gasulla.
Con la pérdida del abate, pronto se revela que el trabajo que resta es inabarcable. Obermaier y Porcar terminan de copiar cova Remigia y se trasladan al cingle, donde no tardan en admitir que, sin Breuil, será necesaria una segunda campaña. Se conjuran para ella al verano siguiente.

Entretanto, tienen entre sus manos todos los dibujos y fotografías de cova Remigia, un material invalorable de uno de las mejores sitios de arte levantino conocidos. Ponen todo su empeño en preparar el libro para publicarlo cuanto antes. Obermaier se ocupa de los textos y Porcar de la parte gráfica. Además redacta un interesantisimo capítulo de un tema inédito hasta la fecha: el arte levantino visto por un pintor, no por un prehistoriador.
Porcar habla con respeto de sus colegas prehistóricos y explica con tino y conocimiento sus técnicas y propósitos. Breuil aporta un breve capítulo dedicado a insistir en la cronología paleolítica del arte levantino. Reitera la existencia de fauna cuaternaria extinta, apoyándose ahora en los recientes descubrimientos de Lluis Pericot en la cova del Parpalló (Gandía, Valencia).
Por desgracia para él, con el devenir del tiempo, la inmensa colección de plaquetas grabadas que Pericot sacó del Parpalló, ¡casi 5000!, todas paleolíticas, acabaron siendo uno de los más fuertes clavos en el ataúd de la teoría cronológica del abate. Ni una sola tenía el más mínimo rasgo que permitiera conectarla con el arte levantino.
La correspondencia entre Porcar y Obermaier durante la primavera de 1936, a cuenta del libro de cova Remigia, es muy intensa. Se refleja en ella la minuciosidad, la atención a los detalles y la exigencia de Obermaier. En mayo dan el trabajo por terminado y Obermaier se encarga de los tratos con la imprenta. Los tres pagan la edición de su bolsillo, a excepción de veinticinco ejemplares que sufraga el ministerio. Según Obermaier, los libros estarán disponibles a finales de junio o principios de julio.
Liberados de esa obligación, inician todos los trámites necesarios para llevar a cabo la segunda campaña, con el cingle de la Gasulla como objetivo. Pero Obermaier nunca volverá a dormir bajo la noche estrellada del cielo castellonense. Diez años después de esa truncada segunda campaña, Porcar recibe estas letras de Breuil:
Mi querido amigo: Por saber todo el cariño que existe entre usted y nuestro gran amigo Hugo Obermaier, creo conveniente escribirle estos renglones para darle a conocer que ha fallecido el día 12 de noviembre, luego de una larga enfermedad. Desde que dejó España ha visto su salud empeorar poco a poco durante la guerra.
En mayo de 1936, con todo ya organizado para ir a la Gasulla, Obermaier cambia de idea. Comunica a Porcar que ha decidido realizar algunos trabajos en Francia y Alemania, sin más concreción. Le pide que él y Codina se encarguen de copiar el cingle de la Gasulla. Él irá a Castellón en octubre, para contrastar en el propio abrigo el trabajo realizado. A primera vista parece una decisión sorprendente, vista la obsesión de Obermaier por guiar cada trazo del dibujante a pie de panel.
Aunque puede que no lo sea tanto si pensamos en los buenos amigos y protectores que tiene en las altas esferas, como el duque de Alba o el conde de la Vega del Sella. ¿Le aconsejan que se ausente de España ese verano de 1936? Breuil advierte de que no acudirá «por la situación política». Obviamente sabe que Obermaier no estará en Castellón.
El golpe de Estado militar del 18 de julio de 1936 sorprende a Obermaier en Oslo, en un congreso de arqueología. Evita regresar a España y comienza un largo deambular por Europa. Falto de recursos, acaba por recalar en Friburgo (Suiza), en cuya universidad imparte unas pocas horas semanales de clases de Arqueología.
Finalizada la guerra, desde España hay insistencia por parte de altas instancias para que regrese y preste el juramento de lealtad al nuevo régimen. Le prometen que recuperará su cátedra en la universidad madrileña. Por contra, Santa-Olalla, su antiguo alumno, conspira y amenaza para hacerse con ella. Proclama su derecho hereditario a ocupar el puesto de su maestro.
A pesar de que todo el entorno de Obermaier está del lado de los nuevos gobernantes, y sin duda sus simpatías también, se resiste a prestar ese juramento. Se excusa en su estado de salud para retrasarlo. Es cierto que padece de arteriosclerosis y que la enfermedad se ha agravado desde que salió de España. Esa es la enfermedad del cuerpo, la del alma es aún más grave.
Ver los dos países de su vida, España y Alemania, devorados por el militarismo y la tiranía, le produce una tristeza irreprimible. Sus últimos meses en Friburgo son lastimosos. Completamente incapacitado, subsiste gracias el magro sueldo que le paga la universidad, a pesar de no poder impartir sus clases.
Santa-Olalla logra su objetivo y ocupa, nunca mejor dicho, la cátedra de Historia Primitiva del Hombre. Es una rendición de las autoridades universitarias, un nombramiento oficioso e irregular. A instancias suyas se crea la CGEA, la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas.
Como los organismos alemanes en los que se inspira, la oficina Rosenberg del partido nazi y el servicio Ahnenerbe de las SS, la CGEA tiene la voluntad de controlar toda la actividad arqueológica nacional, para imprimirle un sesgo ideológico.
Santa-Olalla persigue el libro de cova Remigia como los nazis persiguen el Santo Grial. Lo considera parte de la herencia de Obermaier, esa herencia que él debe poner al servicio del glorioso Movimiento Nacional o, si ello no es posible, hacer desaparecer.

- El libro hallado
Porcar obedece las instrucciones de Obermaier. Cobra la subvención de la segunda campaña y se persona en el ayuntamiento de Ares del Maestrat para levantar acta del inicio de los trabajos. La rebelión militar del 18 de julio obliga a suspenderlos a primeros de agosto.
Porcar deposita todo el dinero recibido en la delegación de Hacienda de Castellón y se recluye con su familia en el Hort de Victorino. Hijo de agricultores pobres, no ha olvidado cómo se trabaja la tierra. Reconvierte el jardín en huerto, cría conejos y gallinas. Consigue que su familia no pase hambre en los años de la guerra.
Al decir de alguien que le conoce bien, bajo las lechugas y los tomates están enterrados sus dibujos de cova Remigia y las fotografías de Codina. No ha recibido el libro, que debía salir de imprenta a principios de julio, así que lo da por perdido. Tiene noticia de la violencia que se desata en la Ciudad Universitaria de Madrid, de la dureza de la batalla que allí se libra.
En la facultad de Filosofía y Letras se ha luchado en los pasillos, en las aulas y en los despachos. Pocas esperanzas le quedan de que se salve algo de las pertenencias de Obermaier. Los únicos restos del naufragio en el que han acabado los días felices de la Gasulla los tiene él. No sorprende que trate de ponerlos a buen recaudo. Luego, la supervivencia se convierte en toda su preocupación.
Hasta que una mañana del verano de 1938 se presenta Julio Martínez Santa-Olalla con su requerimiento.
En realidad la visita de Santa-Olalla ha tenido un precedente singular. Ese invierno, antes de que en abril las tropas franquistas alcancen Vinaroz y partan en dos el territorio republicano, Porcar recibe una carta de Barcelona. Bosch Gimpera se interesa por obtener algunos ejemplares del libro de cova Remigia. Un interés sorprendente en medio del fragor de la guerra.
Más aún en alguien que compatibiliza los puestos de rector de la Universidad Autónoma de Barcelona y de conseller de Justicia de la Generalitat de Catalunya. Según la carta recibida, Bosch Gimpera ha enviado ex profeso una persona a Madrid para intentar conseguir esos libros, cosa que no ha logrado.
Ahora, desde el bando contrario, es otro personaje igualmente poderoso el que persigue el mismo objetivo, sin duda desatendiendo obligaciones que podrían parecer más acuciantes.
En marzo del año siguiente las tropas golpistas entran en Madrid y poco después el general Franco anuncia el fin de la guerra. Inmediatamente se crea la CGEA, al mando de Santa-Olalla, una de cuyas primeras actuaciones es requerir a Porcar, de forma cada vez más apremiante, la entrega de todos los materiales del barranco de la Gasulla que obren en su poder.
Todo ello hace que la curiosidad de Porcar por conocer el destino del libro de cova Remigia aumente día a día. Por fin, en diciembre se traslada a Madrid. O encuentra el libro o certifica su pérdida irremediable.
Sabe que Obermaier había encargado la edición a la imprenta Tipografía de Archivos, sita en la calle Olozaga. Los talleres están en ruinas a causa de los bombardeos. A base de gratificaciones consigue dar con uno de los obreros de la imprenta, que accede a guiarlo por los restos del edificio.
Allí, en uno de los almacenes, localizan un gran paquete con las señas de Porcar en la etiqueta de envío. Impaciente, trata de abrirlo pero el obrero le pide que aguarde y no hable del hallazgo. El nuevo gobierno ha implantado una férrea vigilancia vecinal. Hay jefes de distrito, de barrio y de finca, falangistas todos, encargados de que no se mueva una hoja sin que se sepa.
Si salen de las ruinas con un paquete tan voluminoso pueden verse en problemas. Le asegura que él se lo llevará esa noche al hotel. Porcar refuerza su compromiso con la promesa de una buena gratificación.
A altas horas de la noche unos toques en la puerta de su hotel rompen al fin la tensa espera. Ahí mismo, bajo el dintel, abre el paquete. Contiene cuarenta ejemplares del libro: La pinturas prehistóricas de la Cueva Remigia (Castellón).
Di dos vueltas a la llave y contemplándolos estuve dialogándome hasta altas horas de la madrugada. Mi cerebro ardía entre misterios y fantasmas. ¿Cómo una edición de tanta importancia, nada saben en la Academia de la Historia? ¿Cómo viniendo a mi nombre tengo que guardarla en secreto?
(Juan Bautista Porcar, 1965)
Al día siguiente, Porcar reparte algunos libros por diferentes organismos y se reserva unos pocos para él y para enviar a Breuil y Obermaier. La CGEA no tardará en requerirle que los entregue. El autor ha podido consultar uno de ellos, posiblemente de los que Obermaier recibió en Friburgo, gracias a la generosidad del doctor Ximo Martorell Briz.
En 1952, Hans-Georg Bandi, prehistoriador suizo formado en Friburgo con Hugo Obermaier, escribió: «El arte rupestre levantino es el legado más vivo que el hombre prehistórico ha transmitido a las sociedades modernas».
Deja un comentario