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Antes de Tinder estuvo Harvard: hace casi 60 años que la tecnología nos busca parejas…


El IBM 1401 salió al mercado en 1959 como un ordenador como un sistema de proceso electrónico de datos accesible para un mercado más general por su tamaño compacto en comparación con los ordenadores de primera generación. 

National Geographic(B.E.Soto) — Si crees que las aplicaciones de citas son algo relativamente novedoso y actual, ¡estás muy equivocado! La prestigiosa Universidad de Harvard tomó la iniciativa antes que soluciones tan famosas como Tinder, Bumble o Hinge. De hecho, esto ocurrió tan pronto como en 1965, mucho antes de la llegada de Internet. 

Y es que, como ya sabemos, las relaciones románticas han sido de interés para las personas desde el mismísimo albor de los tiempos, pero es la forma en que se conocían y formaban estas parejas la que ha ido cambiando significativamente a lo largo de la historia.

 Una potencial pareja puede estar en cualquier parte, cierto, pero ¿cómo encontrarla? Las formas más habituales han estado presentes desde hace mucho tiempo: a través de amigos en común o familiares, en la escuela, en lugares públicos, o incluso en el trabajo o la iglesia. Sin embargo, cualquier persona más alejada de nuestro entorno podría quedar fácilmente fuera de los límites, especialmente si salimos poco de nuestra rutina y nuestra zona de confort. 

Para un grupo de alumnos de Harvard con estos exactos problemas, la solución estaba en la tecnología. Habitantes en la residencia de estudiantes de una universidad principalmente atendida por hombres, y sin mucho tiempo para la socialización, Jeff Tarr y Vaughan Morrill dieron forma a la idea, por entonces bastante inusual, de que fuera un ordenador quien les buscara las citas. 

Así nació un programa que sería conocido como Operación Match, el primer servicio de búsqueda de pareja por ordenador de los Estados Unidos, y que en su esencia no funcionaba de forma tan distinta a las de ahora: a través de una enorme base de datos y un algoritmo. 

Eso sí, cada perfil tuvo que entrarse de manera manual. Imagina por un momento a estos estudiantes realizando encuestas (¡de forma presencial y en papel!) a potenciales usuarios de su programa, con preguntas orientadas a registrar sus datos básicos e intereses. Sin duda, algo que ahora tardamos unos pocos minutos en hacer a través de nuestro propio smartphone y de forma más confidencial.

Portada del cuestionario de Operación Match. 

– De la idea al negocio

No obstante, el sistema fue todo un éxito. Parece ser que las personas estaban interesadas en nuevas formas de encontrar el amor y el contacto humano en una época en la que la sociedad, y en especial las mujeres, empezaban a salir de la represión de las construcciones sociales y los estereotipos en cuanto a las citas se refiere. Tan solo unos meses más tarde, miles de estudiantes ya se habían registrado al programa. 

Después, un potente ordenador conocido como el IBM 1401, uno de los primeros que se comercializaron, emparejaba a cada persona con 5 potenciales parejas en base a los resultados ofrecidos en sus cuestionarios. Por un precio de tan solo 3 dólares de la época, estas personas recibían el resultado por correo y podían ponerse en contacto con sus potenciales parejas. 

Para conseguirlo, Tarr y Morrill alquilaban uno de estos ordenadores. Más tarde Tarr sumó a su equipo a Douglas H. Ginsberg y David L. Crump, también compañeros de la universidad. El negocio empezó en una de las habitaciones de la residencia de estudiantes de la misma universidad, pero pronto se expandió por distintas partes del país y se abrieron oficinas donde las personas podían acudir a llenar el cuestionario y así apuntarse al programa, convirtiéndolo en un trabajo a tiempo completo para sus creadores.

– El algoritmo del amor

Pero con Operación Match pasó lo que con tantas otras cosas en nuestra era: dejó de ser una novedad, pasó de moda, y eventualmente fue reemplazado con una versión mejorada de la misma idea. Y es que, al final, la propia ciencia ha demostrado a lo largo de los años que enamorarse es un proceso complejo. 

La universidad de Harvard ha estudiado durante décadas las emociones complejas, como la felicidad o las dinámicas amorosas, descubriendo que el amor es una reacción química desencadenada en gran parte por razones genéticas o biológicas, más allá de las razones culturales y psicológicas que intervienen en el proceso. 

Por tanto, conocer a personas objetivamente ideales, por mucho que las haya seleccionado un superordenador especialmente para ti, no garantiza que vaya a surgir el amor, aunque esto nunca le ha quitado al ser humano las ganas de seguir buscando conexiones humanas de distintos tipos.

Sin duda, con el paso del tiempo, hemos ampliado las fronteras y hemos ido dejando a un lado los prejuicios, y en eso sí, las nuevas tecnologías nos ha ofrecido algunas ventajas.

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