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Los primeros bomberos de la historia…


Representación de Hubert Robert del Gran Incendio de Roma, en el año 64 a.C.

La Razón(D.H.de la Fuente)/antiguorincon.com/Ideal(A.Martínez) — El fuego fue una de las grandes preocupaciones de los gobernantes de la antigüedad, por lo que desde roma se organizaron brigadas de extinción de incendios, como el cuerpo de corte militar y formado por más de 3.000 hombres que creó Augusto en el año 6 a. C

El fuego fue una de las grandes preocupaciones de los gobernantes de la antigüedad, por lo que desde roma se organizaron brigadas de extinción de incendios, como el cuerpo de corte militar y formado por más de 3.000 hombres que creó Augusto en el año 6 a.c.

El fuego ha sido uno de los grandes enemigos de las aglomeraciones urbanas desde la más remota antigüedad, desde los imperios del Oriente antiguo hasta la época clásica grecorromana y la postclásica bizantina. En 587 a.C., tras el asedio y la conquista del rey neobabilónico Nabucodonosor, ardió Jerusalén y su famoso Templo. 

En la gran ciudad griega de Éfeso, el famoso Templo de Artemis, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, fue destruido en 356 a.C., según la leyenda, durante la misma noche en que nació Alejandro Magno.

El incendiario, Heróstrato, una suerte de terrorista ególatra, solo quería ver inmortalizado su nombre. En 146 a.C., como punto final de la Tercera Guerra Púnica y de su arquetípica rivalidad con Roma por el dominio del Mediterráneo occidental, Cartago fue incendiada sistemáticamente por los romanos durante más de medio mes. 

En el año 64, bajo el gobierno de Nerón, se produjo el Gran Incendio de Roma, que tantas leyendas sobre su autoría produjo. Y algunos siglos después, tanto en el V como en el VI, la Nueva Roma, Constantinopla, ardió por revueltas y rebeliones varias.

Por ello, una de las grandes preocupaciones de todos los gobernantes y responsables de la seguridad en las urbes antiguas –que sin duda heredarán en el Medievo, la Edad Moderna y la posteridad– fue la lucha contra los incendios. Hay teorías sobre el uso de maquinaria contra éstos en el Antiguo Egipto, sobre todo en el mundo helenístico, cuando al parecer el científico alejandrino Ctesibio diseñó una suerte de bomba extintora en el siglo III a.C. 

Pero seguramente se debe a los romanos la organización más antigua y completa de las brigadas de extinción de incendios durante el reinado de Augusto, el primer emperador. Anteriormente, en la época de la República romana parece que no había tal organización, aunque la vigilancia se llevada a cabo por parte de los llamados «triumviri nocturni», que eran responsables de la seguridad urbana en general, en la que también entraba el cuidado ante los fuegos.

Vigiles, las legendarias tropas que combatían incendios en la antigua Roma
«Vigiles» Relieve de un vigía romano. 

Con el crecimiento de la urbe y la construcción de grandes edificios de viviendas, especialmente para población de clases bajas, la seguridad contra incendios fue un tema crucial que recaía bajo la responsabilidad de estos vigilantes y de los ediles, magistrados anuales.

Varios organizaron brigadas privadas, en manos de algunos ricos, que cobraban por su actuación e incluso presionaban para la venta especulativa de las casas siniestradas. 

Parece que la primera gran brigada contra incendios fue organizada por Marco Licinio Craso, que, según cuenta Plutarco en su Vida dedicada a este personaje, pedía a cambio la venta de las casas en llamas a precios irrisorios. 

Si se negaban, la vivienda sería arrasada sin remisión por el fuego. Craso es un personaje curioso –Plutarco le hace justicia–, opulento, sin escrúpulos y de lamentable final.

La explosión demográfica de Roma multiplicó las viviendas peligrosas y los incendios se vieron agravados en el primer siglo antes y después de la era común.

El fuego era un medio para la adquisición de tierras a bajos precios, unas prácticas que demandaban la actuación de las autoridades.

El edil Rufo, en época de Augusto, formó una brigada de bomberos con sus propios esclavos y los proporcionó a la ciudad de forma gratuita, sin duda no solo por altruismo sino para cimentar su carrera política de forma muy oportunista.  El propio Augusto tomó cartas en el asunto preocupado por la seguridad urbana de Roma una vez había conseguido la Pax que lleva su nombre: tras décadas de conflictos civiles, no podía permitir que reinara el desorden en su gran capital.

Después de un gran incendio en el 23 a.C., Augusto mandó establecer una brigada de bomberos formada por 600 esclavos, y tras otro en el año 6 a.C. fundó un cuerpo de «vigiles», con más de 3000 efectivos y una organización de corte militar, dividiéndolo en siete cohortes bajo el mando de siete tribunos y con un reparto por zonas. Los «collegia» o gremios de la urbe tomaron el control de estas brigadas de bomberos romanos, que se organizaron para darse apoyo social mutuo.

Sus miembros estaban especializados en diversas labores, con sofisticadas técnicas de extinción: los había que llevaban los depósitos con agua, los «aquarii», los que manejaban las bombas, o «siphonarii», los que se encargaban de las mantas –empapadas en vinagre– para ahogar las llamas, los «centones», o los que portaban antorchas para iluminar el lugar del siniestro y facilitar las tareas de extinción.

Los «siphonarii» usaban un invento transportado en carro, como una moderna bomba de agua que podía proyectarla a lo lejos, mientras que los «aquarii» formaban rápidamente cadenas de cubos de agua con ayuda de los vecinos gracias a la red de fuentes que pronto se construyó en todas partes en Roma.

A la par, se organizaba la evacuación de los edificios circundantes, que en caso de daños irreparables se demolían lo más rápido posible para evitar que se extendiese la deflagración. Bajo su lema «Ubi dolor ibi vigiles» («allí donde hay dolor están los vigilantes»), una suerte de divisa de servicio público, se les estacionó en acuartelamientos militares y el mando de los «vigiles» le fue confiado a un «praefectus vigilum» de rango ecuestre.

La normativa urbana se endureció a la par, con regulaciones que se hicieron detalladas para evitar incendios en las grandes viviendas colectivas, las llamadas «insulae».

Válvula de una bomba Ctesibio recuperada en las excavaciones del puerto romano de Tadeo Murgia (Irun-Oiasso) realizadas por la Fundación Arkeolan. Foto: Museo Romano Oiasso.
Válvula de una bomba Ctesibio recuperada en las excavaciones del puerto romano de Tadeo Murgia (Irun-Oiasso) realizadas por la Fundación Arkeolan.

– Una pieza militar

La literatura latina y los escritores griegos que escribieron sobre asuntos romanos nos refieren con detalle la importancia de este cuerpo de bomberos y cómo patrullaban por los barrios de la ciudad en busca de señales o posibles peligros de incendio, así como persiguiendo contravenciones de la normativa establecida por Augusto y sus sucesores: Juvenal, Séneca, Plinio el Joven, Tácito o Casio Dión, por ejemplo, nos hablan de los problemas del fuego y de la persecución de los incendiarios.

La época de Trajano y el siglo II vieron un mayor desarrollo de los «vigiles», que llegaron a doblar sus efectivos, y se concedió a su máximo responsable prerrogativas judiciales para perseguir en duros procesos a los infractores o incendiarios.

Tal era la preocupación de los emperadores posteriores por el asunto. 

De hecho, los «vigiles» llegaron a desempeñar labores policiales por su importante número, y no fue raro que fuesen utilizados por el prefecto de la ciudad como fuerza de seguridad en casos de disturbios o emergencias. 

Con la anarquía militar del convulso siglo III, plagado de usurpaciones y con numerosos pronunciamientos y cambios de emperador, los «vigiles» se convirtieron en otra pieza militar en la ciudad de Roma, como los pretorianos, y se utilizaron también como fuerza de combate.

Bajo el gobierno de Septimio Severo fueron integrados en el ejército y algunos de ellos, por sus servicios, incluso resultaron eximidos del pago de impuestos. En la antigüedad tardía su importancia no decreció, sino todo lo contrario. Fuera de la capital del imperio también hubo servicios de bomberos o «vigiles» a imitación del que se organizó en la Vrbs.

Pero la Nueva Roma, Constantinopla, refundada por Constantino en el siglo IV sobre la antigua Bizancio, tomó el testigo de la vieja capital, heredando también todos sus problemas. 

Los prefectos tuvieron que vérselas con una población especialmente levantisca: hubo terribles fuegos como los de 406 y 532, en la famosa revuelta de Nika. Pero los bizantinos llegaron a dominar no solo el arte de la extinción del fuego sino que destacaron por su manejo del mismo como arma devastadora, el famoso «fuego griego», extendiendo la fama de su Imperio durante un milenio.

En definitiva, como vemos, no se puede exagerar la importancia del precedente de la antigua Roma para este tema. Como curiosidad final, hoy día los «vigili del fuoco» italianos hacen honor al nombre de esta antigua y pionera brigada anti-incendios.

El incendio de Londres del Siglo XVII - Grupo de Incendios

– Siglo XVII: un desastre en la panadería

Hoy, Pudding Lane es una calle londinense situada en la concurrida zona de la City. Pero, ¿sabías que fue allí donde comenzó el Gran Incendio de Londres? Un panadero, Thomas Farynor, olvidó apagar la chimenea y el fuego se extendió durante la noche desde su inmueble hasta las casas aledañas —de madera—. Evidentemente, fue un desastre, pero también el empujón que necesitaban las compañías de seguros para crear cuadrillas de bomberos para sus clientes/as.

En Estados Unidos, las autoridades también reaccionaron ante sus propios incendios y pusieron en marcha un servicio de inspección de chimeneas. Y, desde Holanda, Jan Van Her Heiden construyó la primera manguera para la extinción de las llamas.

Huelga decir que, un siglo antes, otro inventor había creado otro de los elementos esenciales para la historia del cuerpo de Bomberos. Se trataba del carro, el antecedente del camión antiincendios, aunque en su versión más rudimentaria: un vehículo de tiro con una bomba de agua incorporada.

– Orígenes de los cuerpos de bomberos (s. XIX)

El origen de las primeras compañías de bomberos hay que buscarlo en el siglo XVIII en los estamentos militares, con la creación de las unidades de tropa de zapadores-bomberos y después (1834) en los batallones de zapadores de la Milicia Nacional. En períodos de gobierno liberal, de estas tareas también se ocupaban las milicias urbanas.

Con la industrialización y el crecimiento de las ciudades, la sociedad burguesa instauró mecanismos de protección y seguridad.

La creación de las primeras compañías de bomberos fue paralela a la creación de otros cuerpos de seguridad específicamente urbanos para la vigilancia y la protección de las propiedades, tales como vigilantes nocturnos o serenos y las guardias urbanas.

Una de las principales dificultades que se encontraban era el pago de los gastos generados por las tareas de extinción, que recaía en los afectados, y que conllevaba que los bomberos tuvieran dificultades para invertir en material o pagar el sueldo.

Los grandes propietarios y la nueva clase burguesa emergente constituyeron sociedades de seguros mutuos contra incendio que gestionaban sus compañías de bomberos.

Este modelo organizativo llevó a los legisladores a reformar la Ley municipal de 1845, aprobada en 1866, según la cual el único ente con capacidad jurídica en el campo de la extinción de los incendios era el ayuntamiento.

Los diferentes Cuerpos de Bomberos repartidos por todo el mundo, tal y como hoy los conocemos, como fuerza de servicio público, tendrán un origen relacionado con la Revolución Industrial y la masificación urbana. Muchas veces ese origen no ha resultado muy gratificante y digno, alejado de la imagen de «héroes» contra el enemigo del fuego.

En la gran metrópoli del Londres del siglo XIX, los bomberos eran agentes privados contratados por las compañías aseguradoras de inmuebles. Se daba así el curioso hecho de ver a una brigada de incendios acudir para apagar sólo los fuegos de las casas aseguradas por la empresa de seguros que les contrataba, dejando sin apagar a las casas incendiadas anexas y sin seguro.

Una paradoja muy alejada del actual «espíritu» del auténtico bombero.

En la actualidad los bomberos acuden a todo tipo de emergencias. Emergencias diversas son atendidas por los bomberos, que en muchas ocasiones son personal especializado en gestión de catástrofes. Han sido las ciudades, como en su origen más remoto de Roma, las que se han ocupado de organizar esas brigadas de “vigilantes contra el fuego”. 

El Cuerpo de Bomberos suele estar adscrito a los servicios municipales de un Ayuntamiento. Así sus obligaciones formarán parte del día a día de una ciudad. Desde rescatar a una persona atrapada en un ascensor, hasta el salvar a un animal doméstico en apuros.

Pasando ahora por el cada vez más frecuente, en las sociedades modernas, rescate de víctimas de accidentes de tráfico. El bombero es una persona preparada para la atención y el cuidado de los ciudadanos afectados por emergencias. Son personas de talante generoso y solidario, considerando que en muchos países los cuerpos de bomberos siguen siendo brigadas de ciudadanos voluntarios.

  • La leyenda de los bigotes
fre moustache

 Existe una leyenda del S. XIX acerca de los bigotes de los bomberos como dispositivo de seguridad frente a los incendios.
En los heraldos de bomberos de la época se cuenta que enroscaban su labio inferior y mojaban constantemente sus; a propósito largos bigotes, filtrando el aire de su aliento a modo de improvisado filtro. No hay mucha información, más allá de algún heraldo que lo menciona como curiosidad.

  • Las primeras máscaras

El concepto de máscara fue planteado por primera vez por Plinio (23-79 DC), quien propuso usar las vejigas de los animales en las minas romanas para proteger a los mineros de la inhalación del óxido rojo (un pigmento que se extraía de las minas y se usaba para colorear tejidos).

En cuanto a las máscaras con filtro: A partir de los primeros filtros de Plinio se fueron desarrollando diversos sistemas de fijación de tejidos y pieles al rostro para filtrar el ambiente de las minas, y ya en el S. XVI se habían desarrollado máscaras en las que podían recambiarse los tejidos que hacían las veces de filtro, sin tener que cambiar el soporte.

La primera patente de una máscara para bomberos data de 1847; la máscara de Haslett, la cual filtraba tanto el aire de entrada como el de salida a través de dos válvulas diferenciadas, para evitar contaminaciones.

Haslett
Máscara de Haslett

Los filtros

En 1854 se descubrió que el carbón activado podía ser utilizado como un medio de filtración para diversos vapores y se incorporó a las máscaras y filtros de muchos mineros.

Ejemplos de equipos de filtración por carbón son:

La Máscara de John Stenhouse:

Stenhouse

El Respirador Loeb:

Loeb

y el Respirador Barton:

Brton

 Durante la 1ª G.M. con el uso de armas químicas, las mejoras en el diseño de los respiradores avanzaron considerablemente y en 1930 ya se encontraban en el mercado una diversidad de máscaras con filtros de diferentes resinas para diferentes gases y polvos.

  • Equipos suministradores de aire

En cuanto a ERAs aislantes se refiere, en el S XIX encontramos diversos inventos que intentaron solucionar el problema de la respiración en los incendios, y que suponen el verdadero origen de los sistemas actuales.

Uno de los casos documentados más antiguos sobre utilización de un equipo de respiración viene de Inglaterra. En 1818 el granero de un agricultor (John Deane) se incendió en Whitstable, Kent, una ciudad costera al sureste de Londres. El granero tenía muchos caballos y otros animales.

El propietario utilizaba una pequeña bomba de agua de accionamiento manual para intentar sofocar el incendio, pero resultaba insuficiente como medio de extinción y no fue capaz de sofocar el incendio y acabar con el humo para salvar a sus caballos. John Deane estuvo 18 años dándole vueltas a ese asunto, y finalmente diseñó un sistema que le permitiera atravesar el humo.

Consistía en un viejo casco de armadura al que modificó para que fuese lo más estanco posible, y al que conectó una manguera de suministro de aire proveniente de una bomba manual; que él mismo diseñó también. De forma que cualquier agricultor ya sería capaz de entrar en el granero y salvar a sus caballos en caso de necesidad.

Deane dejó su labor en la granja y obtuvo un empleo en un barco en el astillero de Barnard.  Allí pudo comprobar que el problema del humo de los incendios en los barcos tampoco tenía ninguna solución efectiva, de manera se puso manos a la obra para adaptar su idea y; junto con su hermano Charles, en 1823 patentaron finalmente su dispositivo de buceo en humo.

Más tarde, en 1827, la empresa Siebe (fabricante de trajes de buzo), fabricaba los primeros cascos para ser utilizados específicamente con este sistema.

Deane
Sistema Deane

Siebe
Casco Siebe para bomberos (Sist. Deane)

 Esta empresa, a través de su filial «Siebe Gorman» había fabricado diferentes soluciones al problema del buceo en humo u atmósferas asfixiantes. Para ello se utilizaron principalmente tres sistemas: El mencionado sistema Deane, el suministro a través de un fuelle, y posteriormente mediante aire comprimido y reductor con bolsa de aire autoportante.

Siebe fuelle
Siebe Gorman de suministro con fuelle

En 1825, Jean Aldini ideó un sistema compuesto por dos máscaras superpuestas, una de asbesto pegada a la cara y otra metálica sobre ella, entre las cuales se supone que quedaría encerrado el aire limpio suficiente como para adentrarse en un incendio el tiempo necesario para hacer un rescate o extinguir las llamas.

La funcionalidad de esta máscara dejaba mucho que desear, por no mencionar la toxicidad del propio asbesto, en ese momento desconocida.

Aldini
Sistema Aldini

En 1863 Lacour patentó una bolsa de aire inflada como si se tratara de un globo, que se llevaba a la espalda y dejaba salir el aire a una máscara. En el equipo de intervención habían bomberos que se encargaban del reinflado de bolsas y los bomberos debían salir a rellenarlas con mucha frecuencia.

Lacour
Sistema de Lacour

Este sistema tenía el inconveniente de la corta autonomía que proporcionaba al bombero.

Un ingeniero contemporáneo de Lacour, llamado Nealy, inventó en 1877 una máscara de dos vías cuyos filtros eran dos esponjas húmedas y un depósito de agua que el bombero llevaba en su pecho. Igualmente, la poca autonomía que proporcionaba volvía a limitar su popularidad en los cuerpos de bomberos.

Nealy
Máscara de Nealy

En 1762 se patentó el compresor de aire, siendo mejorado en 1829 con otra patente. Pero no fue hasta 1870 cuando se logró diseñar un compresor que controlara el problema del    calentamiento del aire y pudiera ser empleado en la industria. En 1871 Simón Ingersoll patentó la primera herramienta neumática que usaba este compresor: el martillo neumático, demostrando su aplicación industrial y en 1872 se usó en la construcción del Tunel del Monte Cenís, en los Alpes.

En 1892 un bombero de Denver inventó un sistema de respiración muy original llamado Respirador Merriman, en honor a su inventor. Se trataba de una manguera de aire que iba paralela a la manguera de ataque que en su final, junto a la lanza se acoplaba una válvula que por efecto venturi atraía el aire y lo introducía en unos manguitos que los bomberos conectaban a sus máscaras.

Merriman
Respirador Merriman

Este sistema tenía el inconveniente de la escasa movilidad del equipo de intervención, ya que en todo momento debían estar en punta de lanza para poder respirar.

El Sr. Morgan se dio cuenta de que en los incendios, el aire limpio se encontraba en la parte inferior; así que diseñó una máscara que permitía respirar el aire del suelo. Esta consistía en una máscara de lona que recibía el aire a través de dos tubos que se canalizaban hasta las perneras, y en cuyo final disponían de un filtro de esponja humedecida.

El 25 de julio de 1916 se produjo un incendio en un túnel de abastecimiento de agua en Cleveland (Ohio). Algunos sabían de la existencia de la máscara de Morgan, así que se dispusieron a llamarlo, realizando un rescate de dos trabajadores ante la expectación de una multitud que quedó maravillada. A partir de ahí, comenzaron a llegar solicitudes de los cuerpos de bomberos de EEUU pidiendo su Morgan Mask, así como en el Ejército, que las usó durante la 1ª GM.

  • Equipos de aire comprimido

Tras la invención del compresor surgieron diversos respiradores que incorporaban botellas de aire u oxígeno comprimido:

En 1896, más extendido el uso industrial del compresor, Vajen-Bader inventa una máscara con casco incorporado que en la parte posterior portaba un pequeño depósito de aire presurizado. El equipo también filtraba el aire exhalado haciéndolo pasar por una malla interior de lana húmeda parecida a un sotocasco, y que a su vez evitaba la entrada de aire contaminado del exterior.

Este sistema se hizo muy famoso al rescatar a una mujer de un incendio en Kansas en 1897 (la casa de una señora  muy conocida:  la Sra. Roberts).  Un bombero, se colocó esta máscara y logró penetrar por los pasillos y rescatar con vida a esta mujer, que se repuso al respirar el aire fresco de la calle. Este incidente sentó precedente por la posición de la mujer y las autoridades comenzaron a interesarse por la necesidad de los ERAs en los cuerpos de bomberos.

En 1936, Jacks-Yves Cousteau (un oficial de la Marina Francesa), junto con el investigador Emile Gagnan, ideó un ligero sistema de respiración subacuática que consistía en la colocación de tres bombonas de aire en la espalda de un buzo y un sistema de regulación de la presión dependiendo de la profundidad a la que se descendiera.  Cousteau fue perfeccionando su invento hasta hacerlo lo suficientemente ligero como para ser utilizado por un hombre en periodos de tiempo aceptables para las labores submarinas.

Cousteau

Acababa de nacer el ERA submarino y a partir de ahí era cuestión de tiempo el que los bomberos incorporaran a sus equipos todas las mejoras encontradas por Cousteau en el almacenamiento y regulación del aire.

– James Braidwood, precursor de los cuerpos de bomberos modernos

Braidwood (Edimburgo, 1800) era hijo de uno de los principales constructores de la ciudad, y al terminar sus estudios comenzó a trabajar en la empresa de su padre como aprendiz, y  a base de estudios y trabajo a pie de obra fue ascendiendo por la cadena profesional hasta llegar a convertirse en un maestro aparejador de la época.

Hasta bien entrado el S.XIX los incendios se combatían fundamentalmente con mucha mano de obra y el empleo de tácticas de extinción exterior, a base de mangueras poco fiables conectadas a bombas manuales de tipo Ctesibio, y el uso de cubos de agua que debían ser rellenados continuamente a partir de fuentes o acequias públicas, e incluso del propio mar o los ríos si estos se encontraban cerca.

Durante su época como aparejador, Braidwood comenzó a interesarse por el comportamiento del fuego en el interior de aquellos edificios que construía, y  también sobre el papel de las estructuras arquitectónicas en los incendios, de manera que poco a poco fue recogiendo toda la información que iba obteniendo a partir de los múltiples incendios que sucedían en la ciudad de Edimburgo. Escribía con frecuencia sobre esta temática, y poco a poco se fue labrando cierta fama como experto en esta materia.

Muchos de aquellos incendios se producían en edificios abandonados, donde resultaba difícil encontrar al dueño, y donde no existía ningún seguro que se hiciera cargo de las tasas del servicio de bomberos. Hasta 1824, las brigadas contraincendios estaban coformadas por los propios seguros contraincendios de la ciudad.

Ante este problema, se daba la paradoja de que los bomberos de los seguros debían acudir a sofocar incendios en este tipo de viviendas, y no resultaban rentables, así que se reunieron con las autoridades de la ciudad para quejarse de ello. El ayuntamiento consultó con Braidwood este problema, y de aquellas negociaciones surgió el primer cuerpo de bomberos profesional municipal de UK: La Brigada de Bomberos de Edimburgo en 1824, con Braidwood como director.

Braidwood, a pesar de que no tenía por qué hacerlo, solía acudir a los incendios y liderar las labores de extinción él mismo, como un bombero más. Pero el antes y el después lo marcó el gran incendio de Edimburgo, casualmente el mismo año en el que se creó la Brigada de Bomberos, en 1824.

A raíz de este incendio y de sus observaciones sobre el desarrollo de la intervención de los bomberos fue recopilando información para ir escribiendo el primer manual de intervención en incendios moderno en 1836.

La experiencia profesional de Braidwood, su formación, su vocación como bombero junto con la experiencia en los incendios le llevó a establecer varias conclusiones que cambiarían el paradigma en el que se movían los cuerpos de bomberos hasta entonces.

– Los primeros bomberos de España 

«No hay ningún bombero cobarde» dice el pie de foto de esta imagen publicada en 1971

París, 1810. La embajada austriaca organizó un magnífico baile como brillante colofón de una serie de actos conmemorativos de la boda entre Napoléon y María Luisa. La mansión que acogía la embajada, situada en la Chaussée dAntin de la Ciudad de la Luz era espléndida, pero el salón de baile era, al parecer demasiado pequeño para una fiesta de esa relevancia.

Karl Philipp von Schwarzenberg, el embajador austriaco, mandó construir un nuevo salón especial, todo de madera, con arañas de cristal colgando del techo y candelabros profusamente distribuidos a lo largo de las paredes. Durante la fiesta, uno de esos candelabros se volcó prendiendo rápidamente fuego a los pesados cortinajes. Entre los fallecidos se encontraba la esposa del embajador y la novia de un joven militar granadino, José María Ruiz Pérez.

El emperador francés aprendió rápido y en apenas un año profesionalizó el servicio de bomberos, que hasta ese momento estaba formado por voluntarios, para dar una respuesta rápida a desastres de este tipo. De todo tomó nota el joven Ruiz y volvió a su ciudad con el empeño de crear en Granada un cuerpo de bomberos que se hizo a imagen y semejanza del de París.

El municipio costeó las máquinas y demás útiles, organizó un grupo de 160 hombres, entre ellos 87 albañiles, 45 carpinteros y 28 fontaneros que puso a las órdenes de José Ruiz Pérez. El capitán los repartió en tareas de escuadras de corte, desalojo, cubetas, bombas y también banda de música, tambores y cornetas, sanitarios y médicos.

Su cuartel general sería el antiguo convento del Carmen, curiosamente destruido tras un incendio declarado en 1723. El 20 de febrero de 1821 en la ciudad de Granada se redactó el primer reglamento conocido de un servicio de bomberos en este país.

Ruiz Pérez instruyó a sus hombres en organización y conservación del material, topografía de la ciudad y distribución de aguas y en conocimientos sobre construcción y combustión de materiales. No era sencillo acceder al cuerpo, en 1857, por ejemplo, se criticó a su nuevo responsable, José Pareja Martos, por lo esctricto que era en el cumplimiento del reglamento en cuanto al ingreso de nuevos miembros.

Ver trabajar a esos bomberos era un espectáculo. Antaño, un incendio atraía a infinidad de espectadores que observaban y comentaban con interés las incidencias de las tareas de extinción. Tampoco eran los bomberos héroes anónimos. Los vecinos se preocupaban por conocerlos, por saber sus nombres.

Antonio Muñoz, redactor de IDEAL y autor de una nostálgica colección de artículos que publicaba bajo la sección Cosas de Antaño, recordaba en uno de aquellos reportajes a Joaquín Afán de Ribera (Granada, 1834-1906), abogado, dramaturgo, periodista y jefe del cuerpo de zapadores-bomberos en los años setenta del siglo XIX.

La dramática historia de los bomberos en España: de las cuadrillas de  moriscos a los matafuegos castellanos - Archivo ABC

Muñoz lo recordaba con un brillante casco, largo bigote y pobladas y blanquísimas patillas, dirigiendo los trabajos de extinción del voraz incendio que dañó la vivienda de la marquesa de Casablanca en el número 11 de la calle Pavaneras.

Recuerda el periodista que aquel fue el último incendio en que intervino el ilustre granadino.

Tras el duro trabajo, a su vuelta al parque les dirigió a sus hombres las siguientes palabras:

-¡Zapadores! Con vuestro valor heroico habéis dado un ejemplo de abnegación y sacrificio. Una vez más habéis sido la admiración y merecido la gratitud de vuestros conciudadanos. ¡Viva el cuerpo de zapadores-bomberos!

Muñoz tan solo era un niño cuando se coló en aquel cuartel que tenía, «desde el amanecer hasta el toque de ánimas», las puertas abiertas de par en par para que el que quisiera pudiera examinar los utensilios que tenían a su disposición los bomberos para hacer frente al fuego o socorrer a quien se encontrara en peligro.

Recuerda como de las paredes del parque colgaban cubos de hierro y hachas cuyos astiles se colocaban en forma aspas. También describe aquellas bombas, colocadas sobre un depósito de hierro, pintado de rojo en el que se leía Cuerpos de zapadores-bomberos. Granada.

En los primeros años del s XX aquellas bombas todavía se transportaban en mulos enganchados en varas, como si se tratara de un carro. Tenían una palanca que funcionaba con el impulso de una cuadrilla de hombres que la subían y bajaban para que saliera el agua. Cuando el fuego se complicaba, los zapadores utilizaban unos bombines que se colocaban en cualquier tejado o cornisa y lanzaban potentes regueros de líquido.

En aquella pared del cuartel de la plaza del Carmen (en los años cuarenta del s. XIX se trasladaría a la Avenida de Pulianas), Muñoz también recuerda las diez o doce cornetas que se utilizaban para dirigir los trabajos: un toque floreado seguido por uno o dos agudos, indicaba a los bomberos que debía funcionar la bomba.

El mismo toque y tres o cuatro puntos, indicaba que debían hacerlo los bombines, y un toque seguido de los mismos puntos cuando había de cesar el funcionamiento de cada uno de los cuatro extintores.

Otro sonido que guiaba su trabajo era el de las campanas, que indicaban a los bomberos en qué parroquia se estaba produciendo el siniestro: 1 toque, Sagrario; 2, Magdalena… 10, San Cecilio o 14, el Sacromonte.

Las crónicas cuentan que el 5 de septiembre de 1945, sonaron por última vez en las campanas de las parroquias de la ciudad los toques de arrebato debido al incendio en los almacenes de la Compañía Granadina de Industria y Comercio. Quince edificios de la calle Mesones, Alhóndiga e Hileras sufrieron daños, pero no hubo víctimas. En la portada de IDEAL de aquel día de destaca la actuación «arrojada de los bomberos que exponen sus vidas al peligro y bordean las alturas sobre las llamas para extinguir el fuego con su eficaz labor».

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