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Sexo estrambótico aquí y en Pekín …


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El sueño de la mujer del pescador.

JotDown(R.J.G./J.Lapidario) — Podríamos suponer que una cultura apartada durante siglos de la moral judeocristiana viviría las perversiones sexuales de manera menos enfermiza que la nuestra. He de señalar que cuando hablo de esto estoy despojando los conceptos de cualquier connotación peyorativa: no hay forma más sana de vivir la sexualidad que arrojándose a la perversión enfermiza y desquiciada, si eso es lo que te pide el cuerpo.

Los caminos del amor son inescrutables y confiamos en que el niño Jesús no nos esté mirando. Ese niño Jesús que tal y como nos lo muestran pudiera uno pensar que padece de cierto voyeurismo, por otro lado. La idea de que determinados entes invisibles y omniscientes nos observen apesadumbrados mientras ponemos en práctica complejos rituales de apareamiento utilizando órganos que supuestamente ellos nos otorgaron despierta cierta inquietud morbosa.

Esa moral judeocristiana que mencionaba juega un papel importante en la sexualidad, digamos alternativa, añadiendo un plus de placer gracias a la liberación que supone actuar sobre el pecado, traspasar los límites de la decencia y convertirnos en verdaderos guarros.

Pero, dejando a un lado los infinitos ejemplos de comunión entre sexo y muerte o sexo y violencia que en todas partes compartimos, ¿por qué en Japón el sexo puede derivar hacia ciertas prácticas tan extremas? ¿A qué responde que en una misma cultura conviva la inocencia mojigata con la perversidad más demencial?

Quizá porque, en una sociedad con una larga tradición erótica socialmente aceptada, los estremecimientos que su identidad nacional sufrió desde el final de la Segunda Guerra Mundial propiciaron que la ficción y la fantasía se convirtieran, más que nunca, en una vía de escape. No lo sé, sería objeto de un profundo estudio del que solo imaginar el volumen y trabajo ganas me dan de tenderme en una fría losa a esperar la muerte.

Así que vamos a centrarnos brevemente en tres ejemplos de perversiones japonesas que por extrañas que pudieran parecernos en cierto modo compartimos:

– El sexo tentacular

Todos tenemos, seguro, un amigo que ha visto hentai. En el porno animado japonés existe todo un subgénero que consiste de manera básica en inocentes colegialas presas de las violentamente cariñosas atenciones de monstruos tentaculados. Una joven deambula por los pasillos del instituto hasta que de la nada surge un horrendo bicho y la somete a una violación múltiple por todos sus orificios con el ímpetu de un marinero turco que llevara seis meses sin ver puerto.

El guión no resulta tan complejo como la coreografía, desde luego. Esta obsesión por los tentáculos responde, por un lado, a las leyes de censura japonesa. En Japón podría decirse que cualquier representación erótica está permitida, salvo mostrar de manera explícita los genitales.

Los creadores esquivan esa barrera de distintas formas: la más evidente, pixelándolos. Esto supone un ahorro, puesto que por el tamaño medio del pene japonés sólo es necesario gastar un volumen de píxels equivalente al del bigote de Mario. Pero muchas veces optan por el método creativo: sustituir los penes por tentáculos.

Nada en sus leyes impide representarlos gráficamente. Así, la natural y cabal a los ojos de Dios cópula con la polla de toda la vida resulta ilegal a la hora de mostrarse, pero imágenes de señoritas estrujadas y penetradas por innumerables tentáculos que descargarán sobre ellas litros de sustancias pringosas pueblan toda una filmografía.

Aunque el pulpo como símbolo sexual no es nada nuevo. Alrededor de 1820 el artista japonés Hokusai realizó un grabado titulado El sueño de la mujer del pescador, que mostraba a un pulpo que succionaba el sexo de una mujer mientras utiliza los tentáculos para introducírselos en la boca, sujetar sus pezones y enroscarlos por sus piernas.

En este dibujo conviven algunas de las más oscuras fantasías femeninas. Y los miedos masculinos: miedo a la incapacidad de cubrir totalmente a la mujer. Miedo a que si amanece y ves que estoy despierta cúbreme otra vez, que diría la Jurado. Pero cubrirte cómo, si no tengo tantas pollas.

El pulpo en occidente también ha sido un símbolo sexual recurrente, ya sea visto con horror como representación del malvado sexo femenino (los traumas de Lovecraft y su espanto hacia los seres húmedos, viscosos y marinos) o con violenta lubricidad por poetas como Lautréamont, o sus “hijos” surrealistas.

Desde esta perspectiva, da que pensar aquella canción de verano que popularizó un anuncio de la ONCE hace unos años. Me pica la medusa, la medusa del amor. Todo encaja. Inquietante.

El morbo sexual de comprar ropa interior usada para excitarse

– El burusera

Así se llama el negocio de compra-venta de bragas usadas por adolescentes en Japón. El comprador suele ser un hombre maduro que contacta mediante Internet con las vendedoras, y el precio varía según estén poco o muy usadas, los restos de flujo que las adornen y el olor que desprendan.

Cuanto más, mayor precio, por supuesto. En torno a esta práctica existe todo un submundo con múltiples variantes: el namasera, que consiste en quitarse las bragas frente al vendedor en un piso clandestino al efecto, con lo que se consigue un bonito nivel de romántica intimidad entre los actores de la transacción; el kagaseya, citas concertadas en locales donde la chica permite al cliente meter la cabeza entre sus piernas para embriagarse con el olor; y hasta se llegó al extremo de las buruseras shop, máquinas expendedoras que expelían cajitas con bragas usadas y una foto de la propietaria.

Evidentemente, estas máquinas fueron prohibidas hace años. La economía no suele tener en cuenta la moral -sólo hay que fijarse en la curiosa relación entre sueldos de empleados y beneficios de las empresas-, pero todo tiene un límite y por lo visto está en la edad de la empresaria, en este caso.

En cualquier caso, nuestro posible escándalo ante este tipo de fetichismo sería hipócrita: si dejamos de lado la transacción monetaria ¿quien de nosotros no siente una querencia por la ropa interior? En esto puedo empatizar perfectamente. Por la ropa interior en sí misma, de hecho.

Cuando la lencería está enfundada en el cuerpo de una mujer pierde parte de su interés y nos limitamos a quitarla cuanto antes y a ser posible con los dientes, para dejarla olvidada criando pelusas en el suelo. Despierta interés cuando está en el expositor de la tienda, y no son pocos quienes acechan disimuladamente en los Women’s Secret olisqueando bragas con la esperanza de que alguien se las haya probado.

Y muy raro es —por no expresarlo de manera que ponga en duda su virilidad— quien no guarde como tesoro más preciado las braguitas de una antigua o actual amante y duerma junto a ellas alguna vez como prueba de amor constante.

Con la precaución, obviamente, de que esas braguitas estén usadas y te hayan sido ofrecidas voluntariamente, pues apropiarse con subterfugios y sin que la propietaria esté avisada entraña riesgos como que arrebates unas quizá demasiado usadas y con la firma de una sustancia que no es la que deseabas.

Cuidado con eso, puede resultar una descubrimiento traumático que rompa el amor, ay, de tanto usarlo. Espero no haber escrito todo esto en voz alta.

– Narices Porcinas

Ignoro el término nipón para esto pero aseguro que existe. Toda una nouvelle vague de porno duro en el que se utiliza esa determinada parafernalia del bondage y la inmovilización más extrema que recuerda a instrumental médico para dilatar y estirar las fosas nasales hasta que parecen las de la cerdita Peggy.

A partir de ahí, podemos imaginar el resto, porque yo todavía no lo he visto. Ni tampoco mi amigo el del hentai. No descartaría que la penetración nasal forme parte del asunto, debido a que la escasa magnitud del pene japonés lo posibilita. Pero la imagen se me hace difícil.

Y en esto confieso que no encuentro equivalentes en el fetichismo occidental más allá de que una eyaculación facial se te vaya de las manos y termine el chorro por mal sitio, un accidente por lo demás sin consecuencias pues, al contrario que los ojos, nunca he visto un conducto nasal irritarse por el semen.

Por desquiciado que parezca, este último fetiche sin reflejo en nuestra sociedad abre una puerta a la esperanza: si tu vida sexual te parece aburrida y piensas que ya lo sabes todo, siempre puedes echarle un ojo a la moda que más fuerte esté pegando en el país del Sol naciente.

– Erotismo tentacular: de Hokusai a Picasso

Llegan la noche y tu éxtasis
Y mi cuerpo profundo
Ese pulpo sin pensamientos
Engulle tu sexo agitado
Durante su nacimiento.

Joyce Mansour. «Déchirures»,1955

1. No se juega con las cosas de comer

El pulpo agita sus tentáculos en el plato, pero el ligeramente desquiciado Oh Dae-Su no duda ni un momento: agarra al resbaladizo animal entre sus dedos y lo engulle a grandes mordiscos corriendo un riesgo cierto de morir asfixiado… Y aún con tentáculos entre los dientes, cae desmayado frente a la joven camarera.

Esta muy comentada escena de la película coreana Old Boy tiene bastantes lecturas ocultas. La práctica de comer pulpos vivos (aunque troceados) es relativamente habitual en Corea del Sur, pero el ansia con que Dae-Su se arroja sobre el pobre animal y lo devora, tras verse enfrentado a una atractiva camarera después de quince años de soledad, puede leerse de forma diferente si tenemos en cuenta la fuerte simbología sexual de los tentáculos en general y de los pulpos en particular.

A los lectores con repelús hacia la viscosidad les podrá sorprender este simbolismo erótico… Para explicar el porqué del atractivo de la sexualidad cefalópoda, tendré que empezar remontándome al Japón de finales del período Edo, allá por los siglos XVIII-XIX.

2. El húmedo sueño de la mujer del pescador

Una hermosa mujer desnuda, con el pelo húmedo y suelto, está acostada entre unas rocas frente al mar. Un enorme y expresivo pulpo estimula su vagina y rodea su cuerpo con varios tentáculos, mientras un pulpito de menor tamaño le acaricia un pezón y roza sus labios.

La mujer tiene los ojos cerrados y una actitud relajada, pero la tensión de los brazos que aferran dos tentáculos prueba que no está inconsciente sino más bien… receptiva.

El sueño de la mujer del pescador - Hokusai
El sueño de la mujer del pescador, de Hokusai

Esta famosísima estampa erótica, bautizada en principio como Buceadora y pulpo y conocida poéticamente como El sueño de la mujer del pescador, es una de las obras maestras del artista japonés Katsuhisha Hokusai, y forma parte del álbum de estampas eróticas (shunga) llamado Kinoe no komatsu y publicado en 1814.

En realidad Hokusai no fue el primero en imaginar ese tipo de escenas, aunque sí el que mejor las plasmó… Muchas de las abundantes imágenes de la época que incluyen buceadoras y pulpos se pueden interpretar como parodia erótica de una antigua historia popular en Japón durante el período Edo: la leyenda de Taishokan y en particular el episodio de la toma de la joya o Tamatori Monogatari.

En la historia original, una buceadora se sumerge en las profundidades del océano para recuperar una gema de valor incalculable que había sido robada a su hijo por el rey Dragón del Mar. Una vez con la joya en su poder, y mientras volvía a la superficie gracias a una cuerda atada a su cintura, fue perseguida por un ejército de monstruos subacuáticos y atacada por un feroz dragón marino.

En lugar de defenderse y correr el riesgo de perder la joya, la buceadora se abrió el pecho con una daga y escondió la gema en su interior… El dragón la asesinó, pero al encontrarse el cadáver de la valiente pescadora, su hijo pudo recuperar la piedra preciosa.

En su origen el Taishokan era una historia solemne y de tintes religiosos, y el episodio del Tamatori se subrayaba como ejemplo de la abnegación y sacrificio femeninos.

A más de un sacerdote sintoísta le hubiera dado un infarto de saber que no sólo Hokusai sino muchos otros artistas de su época parodiaron la leyenda convirtiendo el dragón marino que perseguía a la pescadora en un pulpo con intenciones bastante más libidinosas… siempre ha sido excitante profanar imágenes religiosas.

Y supongo que la imaginación de los artistas de la época fue estimulada por factores como que tanto la palabra tako (pulpo) como awabi (delicia marina recogida por las pescadoras) fueran sinónimos de “vagina” en el argot de la época.

Por no hablar de que las ama (buceadoras y esposas de pescadores) trabajaban tradicionalmente semidesnudas, hasta el punto de que ciertos nobles, y en cierta memorable ocasión, un emperador, pagaban para verlas en acción, como en el grabado inferior de Yanagawa Shigenobu.

Grabado de Yanagawa Shigenobu standard width 820px gigapixel

El texto que acompaña a El sueño de la mujer del pescador no deja dudas ni sobre el origen del grabado ni sobre el placer que siente la pescadora. El pulpo grande dice: “Me preguntaba cuándo, cuándo llegaría la hora del rapto, pero ese día ha llegado. Al menos ella ya ha caído en mis redes. Y digan lo que digan, es un coño de lo más rellenito y apetecible. Aún más que una patata. Chupar y chupar hasta saciarse, y luego llevármela al palacio del rey Dragón, y hacerla prisionera”.

La buceadora susurra (elimino las abundantes onomatopeyas de gemidos y resoplidos): “Ah, este pulpo odioso, chupando la piel de la boca interior de mi útero hasta dejarme sin aliento, ¡que me corro! Con su boca prominente provoca mi vagina abierta. (…) ¡A ver! ¿Qué diríais, qué diríais si ocho piernas os abrazaran? Oh, está hinchándose adentro, las secreciones rezuman como agua hirviendo. Siento cosquillas, una tras otra hasta perder la cuenta, límites y barreras desaparecen… Ya estoy… ¡Me corro! ¡Me corro!”. 

El pulpo pequeño, mientras tanto, parece más concentrado en su labor: “Cuando mi pariente haya acabado, también yo usaré mi boca prominente para restregársela desde su clítoris hasta su culo hasta hacer que se desmaye, y cuando vuelva en sí, volveré a hacérselo, jeje”.

(Algún biólogo demasiado puntilloso para su propio bien podría precisar que los pulpos no están provistos de carnosos y suaves labios en la boca, sino de una especie de afiladísimo pico poco apropiado para el cunnilingus. También podría hacer notar, eso sí, que el pulpo es el único invertebrado que dispone de tejido eréctil: un pequeñísimo órgano llamado lígula en la punta de uno de sus tentáculos. Sólo nos queda agradecer que Hokusai no estudiase zoología).

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No es solamente en los ukiyo-e donde podemos encontrar pulpos y mujeres en actitud más que cariñosa. Ya en el siglo XVII se fabricaban netsuke (pequeñas estatuillas de marfil) que empleaban este motivo: a veces de forma sugerida y en otras ocasiones de manera explícitamente sexual.

Estos netsuke se empleaban a modo de broches de los que colgar monederos o bolsitas de los kimonos tradicionales, carentes por completo de bolsillos, y permitían añadir un toque de libertad y picardía en las decoraciones estrictamente reglamentadas de la vestimenta.

En la actualidad se siguen produciendo muy buenos netsuke, empleando marfil de mamut (ya que los elefantes son especie protegida), plástico o madera. Y en muchos de ellos siguen apareciendo variaciones del pasatiempo erótico preferido de la pescadora de Hokusai: piezas ideales para la colección de cualquier erotómano.

Hasta aquí la historia parece sencilla: una parodia erótica de una leyenda popular que ha quedado grabada en la psique oriental. Pero a partir del momento en que el motivo se extiende velozmente por el resto del mundo, siendo adoptado (como veremos) por artistas de muy diferentes orígenes y estilos, es válido preguntarse: ¿por qué parece tan adecuada esta compenetración sexual entre pulpo y mujer? ¿Qué extrañas teclas pulsa esta imagen en el inconsciente colectivo?

No hace falta ser discípulo de Freud para establecer una analogía entre un tentáculo y un pene, pero el atractivo de la sexualidad cefalópoda va mucho más allá.

Se puede aventurar que responde a una necesidad masculina (entiéndase este párrafo como metáfora de comportamiento sexual, no como estereotipo de género) de acariciar, multi-penetrar, poseer y, sobre todo, abrumar a la pareja sexual sublimando las propias limitaciones fisiológicas, permitiendo celebrar una orgía completa con sólo dos participantes.

Complementariamente, responde a una necesidad femenina de ver estimuladas todas sus zonas erógenas por un amante omnipresente y simultáneo, en un larguísimo orgasmo con un fuerte componente de abandono, sea activo (la pescadora del netsuke que guía al pulpito hacia su vagina) o pasivo (como en el mismo grabado de Hokusai, en que las manos que se aferran a los tentáculos no buscan resistirse sino hallar puntos de apoyo). Sexo húmedo y lascivo, resbaladizo y apasionado, animal y primario.

3. Del sashimi de pulpo al pulpo a feira

El arte japonés fue empezando a introducirse en Occidente a partir de mediados del siglo XIX, influyendo poderosamente a muchos artistas de la época. El artículo fundacional Japonismo, de Phillippe Burty, bautizó a este fenómeno artístico y cultural, que extendió sus (ejem) tentáculos desde París a la mayoría de capitales europeas.

Las influencias niponas se notaron con fuerza en autores como Van GoghGauguin, Tolouse-Lautrec, ManetWhistler… y Picasso. El 4 de noviembre de 2009 se inauguró en el Museo Picasso de Barcelona la exposición Imágenes secretas: Picasso y la estampa erótica japonesa, una muy cuidada y publicitada muestra, dirigida por Pepe Serra y comisariada por Malén Gual Ricard Bru (investigador niponófilo cuyo excelente artículo Tentáculos de amor y muerte recomiendo encarecidamente).

Tuve oportunidad de ver la exposición y asistir a alguno de los eventos complementarios organizados, y así seguir la pista a las influencias del grabado erótico oriental en Occidente.

Dibujo erótico Mujer y pulpo Pablo Picasso
Dibujo erótico: Mujer y pulpo, de Pablo Picasso

Picasso llegó a Barcelona por primera vez en 1895, poco antes de su decimocuarto cumpleaños, en pleno auge del japonismo en la Ciudad Condal.

Poco antes habían abierto las primeras tiendas especializadas en arte oriental, se había organizado una muy comentada exposición de objetos japoneses en el Paseo de Gracia, y en el café-restaurante Els Quatre Gats artistas como Santiago Rusiñol mostraban su querencia por las xilografías japonesas y fusionaban las influencias niponas con su propio arte.

La cercanía de Picasso a los motivos japoneses continuó antes de cumplir los veinte años, cuando recibió el encargo (finalmente inconcluso) de dibujar un cartel para las actuaciones en París de la actriz Sadayakko, cuyo paso por Barcelona fascinó al mundo artístico de la época.

No sorprende entonces que en Dibujo erótico: Mujer y pulpo, de 1903 (incluido en la exposición), Picasso represente a una mujer recibiendo un explícito cunnilingus de un calamar…

Situación similar a la de la mujer estimulada por un improbable pescado de larga lengua en Le Maquereau.

Es fácil deducir que las influencias japonesas recibidas incluyeron una buena ración del erotismo cefalópodo de Hokusai.

Picasso fue un coleccionista de estampas eróticas japonesas: llegó a poseer 61 grabados de grandes artistas de ukiyo-e, como Kitagawa Utamaro o Nishikawa Sukenobu. Una hermosa colección mostrada en parte (19 estampas) por la exposición del Museo Picasso.

No fue Picasso el único artista de la época que se dejó impresionar por el poder de los tentáculos. Ya en 1880 el decadentista belga Félicien Rops había dibujado la pesadillesca obra El pulpo, en la que una especie de cefalópodo extraterrestre se introduce por la boca y vagina de una pobre mujer que se resiste a ello con todas sus fuerzas, recibiendo sangrientos picotazos.

Una obra oscura, malvada y fascinante de la que pueden hacerse múltiples lecturas… Mi favorita: el pulpo como encarnación letal de las profundidades del inconsciente, que se apoderan de la mente racional y la superan, derribando y destruyendo lo que se cruce en su camino.

El erotismo cruel de Rops nos permite asomarnos al lado más peligroso, salvaje y mortal de los pulpos, considerados al fin y al cabo como monstruos marinos en múltiples historias. Probablemente fue el mismísimo Víctor Hugo quien creó en su novela Les travailleurs de la mer el mito del poderoso pulpo asesino gigante que acecha en las profundidades…

Hace falta una cierta cantidad de imaginación para distinguir dos letras en el dibujo adjunto de Víctor Hugo, pero así fue bautizado: Pulpo con las iniciales V.H.

Una forma de firmar su obra y, en cierto modo, identificarse con ese cefalópodo que es a la vez amenazante y subyugador, un peligro y una fuente de placer, una sublimación de fantasías de poder y un reflejo del miedo tanto a la muerte real como a la petite mort del sexo.

Llegados a este punto, aprovecharé este espíritu demoníaco para saltar de Picasso y Víctor Hugo a la pornografía satánica hentai de mediados de los ochenta. Puede parecer un salto brusco, pero tiene todo el sentido del mundo si queremos continuar con cierta lógica esta exploración del erotismo tentacular…

4. Day of the tentacle

En un instituto japonés, una profesora se dispone a castigar a una colegiala sexy mientras un chico torpe espía por un agujero en la pared… Pero lo que parece una versión nipona de Porky’s se convierte de repente en algo muy diferente cuando la mandíbula de la profesora se disloca y de ella emerge un larguísimo tentáculo carmesí con un ojo abierto en la punta.

Con gran profusión de efectos de cámara y viscosos ruidos de fondo, ese tentáculo se introduce de repente en la vagina de la colegiala, seguido por otros muchos apéndices de menor tamaño que la desnudan, inmovilizan, acarician y penetran entre estallidos de líquido demoníaco de sospechosa textura espermática pero color lila brillante.

Estamos en 1987, y miles de espectadores recogen sus propias mandíbulas del suelo al ver esta surrealista escena del anime Urotsukidoji (La leyenda del señor del mal).

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Toshio Maeda, el genial creador de Urotsukidoji, ha afirmado en varias entrevistas que si empezó a salpicar sus obras de tentáculos demoníacos no fue por un repentino impulso satánico ni como homenaje a El sueño de la mujer del pescador, sino por un motivo mucho más prosaico: la censura.

La interpretación más habitual del artículo 175 del Código Penal japonés prohíbe dibujar penes, pero no contempla la censura de apéndices tentaculares de pulpos, aliens, demonios mitológicos, máquinas enloquecidas o mutantes radiactivos. Es un hecho conocido que la censura japonesa impuesta sobre el porno ha estimulado la imaginación de los dibujantes nipones hasta límites insospechados, pero este quizá sea uno de los casos más dementes y curiosos.

Y es que Maeda dio a luz, medio por casualidad, a un subgénero entero del hentai llamado shokushu zeme (literalmente, «tortura del tentáculo»), aunque se suela traducir en occidente como tentacle rape («violación tentacular»).

El éxito de la viscosa escena del anime de Urotsukidoji (no presente tal cual, por cierto, en el manga original) hizo que Maeda se diera cuenta de que había encontrado un filón a explotar con mangas eróticos como Demon Beast Invasion o el ya autoparódico La Blue Girl. Bautizado como “Tentacle Master” por sus fans, Maeda es un dibujante incansable, aún activo y famoso hoy en día a pesar del accidente que le inutilizó el brazo derecho en 2001.

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L’imaginaire erotique au Japon, de Agnès Girard

Más allá de su espectacularidad gráfica, el shokushu zeme no deja de tener cierta lógica práctica.

Un manojo de tentáculos prensiles pueden emplearse para lo mismo que unas manos (inmovilizar, desnudar arrancando la ropa a tirones, apretar los pechos, acariciar, abofetear…) y para lo mismo que un pene (arrojar líquidos de variado color y consistencia sobre la piel, penetrar por cualquier orificio corporal disponible…).

Tal cantidad de usos prácticos reunidos en un solo juego de apéndices no se veía desde Eduardo Manostijeras o, para ser más precisos, su hermano en el mundo del porno Eduardo Manospenes (absurda película que algún día habrá que reivindicar, por cierto).

Existe una diferencia probablemente significativa entre el shokushu zeme nacido en los ochenta y el erotismo tentacular de Hokusai.

En El sueño de la esposa del pescador no apreciamos nada en la expresión de la mujer ni en su lánguido abandono corporal que sugiera tortura ni violación, más bien al contrario: placer y sensualidad relajada, aunque sea en el transcurso parodiado de un “rapto”.

¿Reflejo de una sexualidad más abierta y sencilla en el periodo Edo que en nuestra época actual rebosante de tabúes y vergüenza? Según algunos autores (como la imprescindible escritora francesa Agnès Girard), la expresión torturada en los rostros de muchas mujeres asediadas por los tentáculos en el shokushu zeme moderno no viene tanto de que se estén sintiendo violadas o asaltadas, sino de la vergüenza máxima que les supone que se haga visible su excitación sexual.

En una sociedad en la que es tabú (especialmente para las mujeres) mostrar públicamente las emociones, la liberación absoluta hacia el placer viene a través de una sumisión a una fuerza externa irresistible e inhumana, lo que permite abandonarse y gozar sin límites, aunque sea avergonzadamente. No es casual el rubor en las mejillas de la Blue Girl …

Un paréntesis tal vez necesario. En este contexto de shokushu zeme hablamos de fantasías de violación, no de violaciones reales: a quien tenga problemas para distinguir ambas se le podría preguntar si también confunde a Gregory House con Hugh Laurie. Por otro lado, estas fantasías son tanto masculinas como femeninas.

En EEUU causó una enorme polémica una portada del cómic Heroes for Hire, que mostraba a tres heroínas atadas y asediadas por tentáculos al más puro estilo tentacle rape. Muchos desconocedores de la peculiar sexualidad nipona escribieron artículos indignados contra el machismo del dibujante, la degradación de las mujeres… y se sorprendieron al enterarse de que la portada era obra de una mujer, la prolífica artista japonesa Sana Takeda, que recibió tan sólo la indicación de dibujar “una portada lo más sexy que pudiera”.

5. La mujer del pescador tiene un pulpo en cada puerto

El erotismo húmedo y tentacular que popularizó Hokusai permanece aún vigente hoy en día no sólo en su vertiente más gamberra del shokushu zeme, sino como motivo artístico estimulantemente rico y variado, tanto dentro como fuera de Japón. Un repaso a algunos autores contemporáneos con querencia por el erotismo de los cefalópodos nos va a llevar desde Melbourne hasta Seattle, pasando por Tokio.

El sueño de la mujer del pescador - versión de David Laity
El sueño de la mujer del pescador, en la versión de David Laity

El artista australiano Daivid Laity creó en 2002 su propia versión del Sueño de la mujer del pescador, una deliciosa (y enorme) pintura que respeta la atmósfera desenfadada y lánguidamente erótica del original.

El cuadro causó un enorme escándalo al ser elegido por la galería Metro 5 de Melbourne como parte del escaparate de una exposición de Leity: la policía recogió denuncias de vecinos escandalizados (que llegaron a arrojar piedras contra la galería) y consultó a expertos legales sobre la posibilidad de censurar el cuadro.

Pero afortunadamente el cefalópodo continuó complaciendo a la pescadora hasta el final de la exposición. Algo diferente es la versión del artista japonés Masami Teraoka, un inclasificable pintor cuyas primeras acuarelas, formalmente inspiradas en el ukiyo-e, mezclaban irónicamente modernidad y tradición, Oriente y Occidente, realidad y fantasía: hamburguesas de McDonalds invadiendo los cielos de Japón, samurais asediados por teléfonos móviles, geishas enfermas de SIDA…

Su acercamiento al pulpo de Hokusai, una obra llamada Sarah and the Octopus/Seventh Heaven, muestra formas más estilizadas, una postura más extrema de la pescadora a la que ya no podemos ver el rostro pero que tiene un aire inequívocamente occidental, y algo que parece un condón femenino sostenido en la mano derecha.

Una parodia de un grabado que ya era paródico en su origen: una metaparodia que no resulta ridícula sino fascinante. Como fondo, otro guiño: unas olas que recuerdan poderosamente al famoso tsunami de Hokusai… Lo moderno y lo tradicional se dan la mano. O el tentáculo.

Esas mismas olas hokusianas aparecen en alguna imagen del también tokiota Yuji Moriguchi, que interpreta a su manera el motivo cefalópodo convirtiendo a la pescadora en una atractiva nadadora embarazada rodeada de tentáculos. O, en otro significativo dibujo, descubre un indudablemente fetichista uso del pulpo vivo como masajeador podal.

Aconsejo vivamente seguir el rastro a este pintor y mangaka (bajo el seudónimo “Namida Zubon”), cuyos trabajos no sólo pueden verse habitualmente en exposiciones y galerías de Tokio y París, sino también en el imprescindible libro ilustrado L’imaginaire erotique au Japon, de la ya mencionada escritora Agnés Girard.

Fotografía de Daikichi Amano

La fotografía artística permite llevar a la realidad (o al menos al fotorrealismo) este resbaladizo fetichismo tentacular. Por ejemplo, en alguna de las fotografías del estadounidense Kevin Hurdsnurscher podemos encontrar sensuales e inquietantes imágenes que mezclan elementos propios del mundo del fetichismo sadomasoquista (tacones altos, cuerdas, posturas forzadas) con un cierto erotismo lovecraftiano de lésbicos besos tentaculares.

Los Antiguos están entre nosotros, y no buscan devorarnos sino ofrecernos su amor viscoso. Y por supuesto, este repaso a los artistas contemporáneos que han empleado cefalópodos como imaginería erótica no estaría completo sin mencionar al perturbador tokiota Daikichi Amano: fotógrafo, editor, columnista, productor y pornógrafo.

Basándose tanto en la iconografía mitológica japonesa como en sus propias fantasías, Amano produce fotografías y vídeos eróticos en los que abundan pulpos, ranas, anguilas, escorpiones o gusanos, entre otras delicatessen culinarias.

Sí, culinarias: Amano sólo emplea para sus fotos animales destinados al consumo humano (que se hubieran podido comprar hasta hace bien poco en cierta parada de la Boqueria barcelonesa), y tras cada sesión fotográfica ofrece un banquete a su equipo con los bichos del día.

Por si alguien siente curiosidad, la modelo Spring Bliss, habitual en muchas fotos de Amano, comentó en cierta ocasión que los escorpiones tienen un sabor muy similar al de las gambas, y que los escarabajos resultan “deliciosamente sanos” aunque sus entrañas desprendan un fuerte olor parecido al del semen. Sin duda Spring haría buenas migas con el protagonista de Old Boy.

Yuji Moriguchi
Dibujos de Yuji Moriguchi

Resulta muy instructivo (además de divertidísimo) leer entrevistas con Amano, ya que alterna tanto reflexiones acerca de su arte como curiosas anécdotas sobre sus sesiones.

En cierta ocasión se declaró un incendio en el edificio contiguo a su estudio, y tanto Amano como sus modelos y el resto del equipo salieron corriendo a la calle… pero cubiertos de abundante sangre, restos de entrañas y fragmentos de tentáculos.

La reacción tanto de los transeúntes como de los bomberos debió ser digna de verse. Amano considera que la división entre pornografía y arte no tiene sentido: lo que importa es la potencia de la imagen y las sensaciones que provocan sus escenas tanto en el espectador como en sus modelos (generalmente mujeres, aunque también tiene fotos con modelos masculinos).

Destaca la potente sensación física que produce un tentáculo en contacto con la piel desnuda: un roce resbaladizo que despierta una mezcla de sorpresa, miedo y excitación.

Y es que a pesar de lo decididamente macabro de alguna de sus imágenes, Amano ve sus obras como algo “divertido, lascivo y hermoso”; un erotismo transgresor y fascinante que haría enrojecer al mismísimo Cthulhu.

Un recorrido exhaustivo por el erotismo tentacular debería llevarnos a hablar de las exquisitas perversiones sadomasoquistas de Toshio Saeki, las provocadoras ninfas de la neoyorquina Lisa Alisa, la sencilla elegancia de Jessica McCourt, los cuadros submarinos de Svetlana Valueva, las turbadoras fotografías de Gilles Berquet, la pornografía arty de Hajime Sawatari

Incluso las eróticas pamelas en forma de pulpo del matrimonio de Los Ángeles Kozyndan. Pero el espacio de que disponemos es limitado y la profundidad de los mares infinita…

6. En el fondo del mar

Dudo que Hokusai imaginara que con su parodia erótica de una leyenda popular iba a despertar este kraken de erotismo que se ha ido extendiendo por todo el planeta. Y sin embargo, es innegable que su obra alcanzó algún lugar oculto del inconsciente colectivo erótico que ha ido resonando a lo largo de los siglos.

Sólo queda despedir el artículo antes de salir a cenar un delicioso pulpo a la gallega con cachelos. Y lo haré recomendando precaución: del mismo modo que comerse un pulpo vivo estuvo a punto de asfixiar al actor Min-sik Choi, follar con otro cefalópodo por poco causó graves daños (sin especificar) a la pareja de performers holandeses Zoot & Genant.

¡Que el espíritu de Hokusai os acompañe y tengáis sueños húmedos con Cthulhu esta noche!

nuestras charlas nocturnas.

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