3 historias de mujeres …

Mujeres en la historia(S.F.Valero) — La psicoanalista psicoanalizada, Sabina Spielrein (1885-1942), tras una infancia tortuosa, de malostratos y violencia, Sabina Spielrein pasó un tiempo encerrada en su sanatorio donde le fue diagnosticado un cuadro de histeria.
En su proceso de curación, de la mano del doctor Carl Gustav Jung, Sabina empezó a interesarse por la medicina y por todo lo relacionado con la salud mental.
No solo consiguió superar sus terribles cuadros psiquiátricos, sino que terminó siendo una de las primeras mujeres psicoanalistas de la historia.
Y a pesar de haber influido en las investigaciones del propio Jung y del mismísimo Freud, su nombre fue sistemáticamente obviado de la historia del psicoanálisis.
Sabina Spielrein nació el 7 de noviembre de 1885 en la localidad rusa de Rostov del Don. Era la mayor de cinco hermanos de una familia de origen judío y alta posición social. Su padre era un rico comerciante que ejercía una autoridad basada en los castigos y las vejaciones físicas y orales con todos sus hijos. Su madre, que trabajaba como odontóloga, era una mujer de carácter débil e incluso infantil que al parecer no mantuvo una buena relación con Sabina.
Sabina era una niña inteligente que recibió una buena educación en distintos colegios pero desde pequeña desarrolló un carácter difícil, atormentado, con deseos sexuales precoces. La relación con sus padres, sobre todo con su padre, agresivo y poco afectuoso, no ayudó a mejorar la turbulenta mente de Sabina. En cierta ocasión, cuando tenía diecisiete años, su propio padre la amenazó con un terrible chantaje psicológico, avisándole de que se suicidaría si llevaba a cabo sus intenciones de marchar de casa.
Sus problemas mentales, que aparecieron ya con cuatro años, se fueron acentuando con el paso de los años. La muerte precoz de una de sus hermanas no ayudó a Sabina quien a los diecinueve años, tras pasar por varias clínicas, terminó siendo ingresada en el hospital Burghölzli de Zúrich donde permaneció unos diez meses.
Tratada por el psiquiatra Carl Gustav Jung, cuyo diagnóstico fue histeria, Sabina consiguió superar su enfermedad mental y antes de finalizar su estancia en el sanatorio, empezó sus estudios de medicina. Jung curó a Sabina mediante un método experimental conocido como «Método analítico», de hecho fue su primera paciente tratada con dicho método.
En los últimos meses en Burghölzli, además de convertirse en ayudante de Jung, Sabina inició con él una relación sentimental que se alargó hasta 1909, año en que su relación salió a la luz y, para evitar mayor escándalo y salvaguardar su propia reputación, Jung decidió cortar con Sabina, provocándole una profunda crisis emocional. En aquellos años de tortuosa relación, el doctor pidió consejo a su mentor, Sigmund Freud, quien mantuvo correspondencia con ambos.

En junio de 1905, cuando Sabina fue dada de alta, se centró en su carrera en la Universidad de Zúrich, la primera en Europa en aceptar a mujeres en sus aulas.
En 1911 se licenciaba en medicina con una tesis titulada «El contenido psicológico de un caso de esquizofrenia» y una matrícula de honor en psiquiatría.
Con su licenciatura bajo el brazo, Sabina Spielrein pasó los siguientes años de su vida viajando por Europa, entrando en contacto con distintas sociedades relacionadas con la psiquiatría y el psicoanálisis.
En Viena mantuvo una relación profesional con Freud. De hecho, el trabajo de Sabina titulado «La destrucción como causa del nacimiento» influiría, según algunos autores, en las teorías freudianas sobre la «pulsión de muerte».
En 1912 Sabina se casaba con el médico Paul Scheftel veintiún años mayor que ella, con el que tuvo dos hijas. En la última etapa profesional de su vida, se centró en la psiquiatría infantil. En 1942, instalada de nuevo en su localidad natal de Rostov, Sabina y sus hijas fueron fusiladas por los nazis. Su marido había fallecido en 1937.
Sabina Spielrein llegó a publicar más de veinte obras sobre psicología y psiquiatría e influenció en grandes figuras como el propio Freud. Años después de su muerte, con el redescubrimiento de su propio diario y su amplia correspondencia, su nombre fue restituido entre los más importantes del psicoanálisis infantil.
– La pintora y los animales, Rosa Bonheur (1822-1899)
Admiraba a George Sand y odiaba vestir como una mujer. Con su característico pelo corto y su aspecto masculino se ganó el respeto de una sociedad decimonónica poco habituada a un espíritu libre como el suyo. Rosa Bonheur se convirtió en una de las pintoras más famosas del siglo XIX con su también poco habitual afición a retratar únicamente animales.
Marie Rosalie Bonheur nació el 16 de marzo de 1822 en Burdeos en el seno de una familia de artistas. Su padre, Raymond Bonheur, era pintor y se ganaba la vida como maestro, igual que su madre, Sophia Marquis, que era profesora de música. Rosa creció feliz junto a sus tres hermanos, la música y los pinceles que llenaban un hogar repleto de talento. Desde muy pequeña, Rosa ya disfrutaba garabateando por las paredes y por toda superficie en blanco que encontraba a su paso.

Retrato de Rosa Bonheur. Edouard Louis Dubufe. Palacio de Versalles.
Cuando Rosa era una niña, se trasladó a vivir con su familia a París donde ella y sus hermanos continuaron perfeccionando su arte en un ambiente feliz que se vio truncado en 1833 con la muerte de su madre. Rosa acudió muy poco tiempo a la escuela y pronto se centró únicamente en su arte y en ayudar en el taller de su padre.
Desde siempre, sus padres creyeron en ella e hicieron todo lo posible porque Rosa terminara siendo alguien en la vida. Mientras Raymond le dijo en cierta ocasión, «vas a convertirte en artista», su madre, antes de morir le vaticinó: «No puedo decir qué será Rosa, pero estoy segura que no será una mujer común». No se equivocaban.
«No aguanto a las mujeres que piden permiso para pensar. Dejen que las mujeres establezcan sus propias metas con grandes y buenas obras, y no por convenciones». Rosa Bonheur
A medida que Rosa iba creciendo, fue definiendo su propio estilo dentro y fuera del lienzo. Se negó a vestir con los incómodos corsés de su tiempo y solo en contadas ocasiones aceptaba vestir faldas. Se cortó el peló y usaba siempre que podía pantalones y ropas masculinas que le facilitaban los movimientos. Además de aprender en el taller de su padre, los grandes maestros expuestos en el Louvre fueron su primera fuente de inspiración.
Pero pronto encontró en los animales sus verdaderos modelos. Cuando su familia se trasladó a vivir a una pequeña casa a las afueras de París, Rosa disfrutó del contacto directo con la naturaleza y empezó a observar detenidamente los movimientos de los caballos, los perros, los conejos o las ovejas para después convertirlos en protagonistas de sus cuadros.
Rosa Bonheur pasaba horas observando los movimientos de los animales, los moldeaba en arcilla para estudiar su anatomía para después convertirlos en hermosas obras de arte.
Flavia Frigeri afirma que «la habilidad de Bonheur para representar animales le valió la fama. Sus elaboradas composiciones retrataban con destreza a los animales en sus entornos naturales». Una fama que tardó en llegar. En 1841 presentó por primera vez su obra en el Salón de París pero no fue hasta años después que se consagró como pintora especializada en animales. Su obra Feria de Caballos fue la que le dio el impulso definitivo en 1853 y su reconocimiento traspasó las fronteras de su propio país.

Feria de caballos, 1853. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
Durante un tiempo, Rosa Bonheur vivió con otra pintora y amiga suya, Nathalie Micas, en un pequeño apartamento en el que también montaron un estudio de arte. Entre 1846 y 1860 dirigió una escuela de arte para mujeres artistas, la École Gratuite de Dessin pour les Jeunes Filles. Pero fue en el hermoso rincón de Fontainebleau, en sus extensos bosques, donde la pintora creó su más bonito refugio. El conocido como Castillo de By fue su hogar y su taller en el que vivió buena parte de su vida.
Rosa Bonheur fue la primera mujer en recibir la Gran Cruz de la Legión de Honor, reconocimiento que fue impulsado por la Emperatriz Eugenia de Montijo.
Rosa Bonheur recibió varias medallas del Salón de París y múltiples reconocimientos del mundo del arte. Pero quizás el más importante fue la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa. Fue gracias a la emperatriz Eugenia de Montijo quien a pesar de las reticencias de su propio marido, el emperador Napoleón III, propuso otorgarle a la pintora tan alta condecoración. Y fue la propia emperatriz la que se acercó al refugio de By para entregarle personalmente la cruz.

Querido Toutou. 1885. Centraal Museum.
Rosa Bonheur pasó el resto de sus días en su bonito refugio de Fontainebleau, acompañada por amigos y, sobre todo, por sus queridos animales a los que cuidaba, observaba e inmortalizaba en sus lienzos. Fue allí, en By, donde falleció el 25 de mayo de 1899.
– La directora de orquesta, Antonia Brico (1902-1989)

La mujer y el arte, en todas sus vertientes, han mantenido durante siglos una relación extraña.
La mujer como musa, la mujer como modelo o la mujer simplemente, adornada con algún aderezo artístico para deleitar a un público que no la admiraba de verdad.
Cuantas veces hemos visto películas de hermosas damas pintando en idílicos jardines o tocando el piano en perfectos escenarios victorianos.
El arte ha sido para la mujer un adorno. Pero cuando alguna de aquellas mujeres pretendió hacer de su arte un modo de vida, los lobos de la injusticia se lanzaron airados contra ellas.
Si pensamos en el mundo de la música, visualizamos a cantantes, intérpretes; algunas mujeres se van colando en las filas de las más prestigiosas orquestas del mundo con un violín o un arpa bajo el brazo. Pocas se incluyen en la lista de compositoras; muchas lo intentaron y fueron silenciadas después de hacerles creer que no eran válidas para la tarea por el simple y absurdo hecho de haber nacido mujer.
El mismo argumento se aplicó (y probablemente aún se aplica) a las mujeres que pretendieron ponerse al frente de una orquesta y dirigirla. Solamente tenemos que retroceder un siglo para encontrar a la primera mujer que consiguió dirigir la prestigiosa Orquesta Filarmónica de Berlín rompiendo un importante techo de cristal. Aunque en el proceso se hirió profundamente con sus restos.
Antonia Louisa Brico nació en Róterdam el 26 de junio de 1902. Pero poco más sabía de sus orígenes pues siendo muy pequeña fue adoptada por una pareja, los Wolthuis, que le dieron un nuevo nombre, Wilhelmina. Cuando tenía cinco años, los Wolthuis emigraron a los Estados Unidos. Instalados en la ciudad de Los Angeles, Wilhelmina supo desde muy corta edad que quería dedicar su vida a la música por lo que compaginó durante años su educación con intensas clases de piano.

En 1919 descubrió su verdadera identidad y rompió los lazos con su familia adoptiva. Asumiendo su verdadero nombre, Antonia estudió artes liberales en la Universidad de California y tras graduarse se marchó a Nueva York para encontrar su lugar en el mundo de la música.
Un lugar que no iba a ser fácil de alcanzar pues ya entonces maduraba en su interior el sueño de convertirse en algo que nunca había hecho una mujer: dirigir una orquesta. Ni que decir tiene que cuando expresó públicamente su intención de convertirse en directora las voces que se alzaron contra ella fueron muchas más que las que la apoyaron.
Lejos de rendirse, Antonia Brico continuó buscando la manera de alcanzar su sueño y demostrar al mundo que ser hombre o mujer no era elemento determinante para ser mejor o peor director de orquesta. En 1926 se fue a vivir a Hamburgo donde el director de orquesta Karl Muck accedió a enseñarle los entresijos de la profesión. Antonia siguió estudiando en Berlín donde en 1930 consiguió su sueño al dirigir por primera vez una orquesta, la prestigiosa Orquesta Filarmónica de Berlín.

Los críticos tuvieron que rendirse a la evidencia y aplaudieron su actuación. Sin embargo, Antonia Brico nunca consiguió ser reconocida del todo. El resto de su carrera, dirigió algunas de las más prestigiosas orquestas de música del mundo pero nunca consiguió ser nombrada directora titular. Siempre lo hacía como directora invitada y siempre soportando comentarios machistas o desaires de músicos o empresarios musicales que, en el fondo, eran incapaces de reconocer que era una buena directora. El hecho de ser mujer contaba más que su talento.
En 1934, cansada de tanto prejuicio, decidió crear su propia orquesta, la New York Women’s Symphony, una orquesta formada única y exclusivamente por mujeres. El proyecto recibió el apoyo de la entonces Primera Dama de los Estados Unidos, Eleanor Roosevelt, y durante cuatro años fue todo un éxito. Sin embargo, cuando en 1939 aceptó la entrada de hombres músicos la orquesta inició su declive.
Durante años viajó por medio mundo mostrando su talento y acudiendo a decenas de audiciones para conseguir alcanzar su sueño de formar parte de verdad de una orquesta. Siempre recibió una negativa. En 1947 se instaló definitivamente en Denver donde aceptó dirigir una pequeña orquesta y se encargó de distintos proyectos musicales. Pero su nombre fue cayendo en el olvido.
En 1974 se estrenó un documental sobre su vida, dirigido por la cantante Judy Collins. A portrait of the woman, la rescató del silencio y en los últimos años de su vida recibió un reconocimiento tardío. Antonia Brico falleció en Denver el 3 de agosto 1989. Para entonces, aún no existía ninguna directora de orquesta con un puesto fijo en ninguna orquesta del mundo.
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