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Historia de la comedia británica televisada…


comedia británica en los años 60

La sátira es un recuerdo confortante de que somos una nación tolerante, democrática y con tendencia a flagelarnos.

(Stephen Fry, «The Satire Boo» en Paperweight, Londres, Random House, 2004, pp. 131)

– años 60

JotDown(J.Tovar) — Son los años 60 en el Reino Unido: una revista teatral ocupa todos los titulares en los periódicos. Es la primera obra en la comedia británica que se permite traspasar los límites, la llamada deferencia, y atacar al poder sin cortapisas ni líneas rojas. ¿El nombre? Beyond the Fringe (Más allá del borde).

Muchos de sus actores muy pronto serían reconocidos tanto en el ámbito cinematográfico como en el teatral. Entre estos se encontraban los autores Jonathan MillerAlan Bennett y los futuros actores Dudley Moore y Peter Cook.

Formados en el club Footlights de Cambridge, conforman una troupe que carecía de miedo a las fuerzas vivas en este Reino Unido del consenso. Estamos hablando de una sociedad estratificada donde todavía no ha aparecido Margaret Thatcher y en la cual cada clase social «sabe su papel» según un conocido sketch del Frost Report.

En las piezas así aparecen mineros «que no saben latín», curas gangosos con sermones inentendibles, sátiras sobre el fin del mundo e incluso actores cojos que se presentan a una audición de Tarzán. Nada ni nadie estaba a salvo de este grupo de jóvenes satíricos.

comedia británica en los años 60
Los actores de Fringe… en 1961. De izquierda a derecha Alan Bennett, Peter Cook, Dudley Moore y Jonathan Miller.

El show fue un éxito multitudinario incluso internacionalmente, llegó a tener consenso crítico a su favor en Broadway (Nueva York), y el Monty Python John Cleese confiesa que estuvo «masticando la bufanda» debido a las risas al ver el show.

Un espectador a la revista fue el presidente conservador Harold Macmillan, cuya senilidad era la diana de muchos sketch: recordaban su incapacidad de pronunciar «partido conservador» en un inglés comprensible. Peter Cook, el gran imitador de Macmillan, se dirigió al ilustre invitado y dijo improvisando una sentencia que se haría célebre en el Reino Unido: 

Cuando tengo una noche despejada no hay nada que me guste más que deambular en algún teatro y sentarme a escuchar a un grupillo de cómicos jovenzuelos bobos, pesados y muy vivos. Todo ello con una gran sonrisa idiota en mi tez viejuna. 

  • Hijos de la tradición

En su excelente historia de inicios de los años 60, Dominic Sandbrook recuerda la larga tradición satírica inglesa, que llega a remontarse al siglo XVIII y las primeras sátiras impresas, según el investigador Gary Dyer.

El político español Emilio Castelar, en su Vida de Lord Byron, recordaba que no había otro país en Europa donde fuera «más respetada la palabra», pero también sentenció en la misma obra que en ninguna otra parte del viejo continente «las costumbres son más tiránicas».

Esa cuestión de las clases sociales, elemento capital en la comedia británica como defensa o subversión, se imbuye en toda la literatura de costumbres del siglo XIX: todos los grandes autores, de Jane Austen a Charles Dickens pasando por Samuel Butler, tienen en el clasismo británico un nutriente que da frondosas plantas literarias. 

Sobre todos estos escritores, sin duda, el mayor satírico sería William Makepeace Thackeray. El gran escritor victoriano, de mayor consideración crítica en el tiempo que Dickens, fue el gran fustigador de las clases sociales. Incluso llegó a lanzar un ensayo sobre el esnobismo, El Libro de los esnobs, donde carga contra todas las supercherías de su tiempo y la admiración idiota a los aristócratas:

Inspirados por aquello que se llamó «imitación del aristócrata», alguna gente gana y trinca honores; otros, malvados o debiluchos, se arrastran o admiran ciegamente a aquellos que los han ganado; los más, sin capacidad de obtener esas prebendas, envidian y odian furiosamente a los demás.

De finales del siglo XIX a inicios del XX las obras de Oscar Wilde y P. G. Wodehouse crearán arquetipos que serán utilísimos para los cómicos posteriores. Sandbrook, de hecho, incide en el magisterio de Wilde, sus frases ingeniosas, en gran parte de estos cómicos que hacían sus primeras tablas en los 50 y 60. 

  • El cine como espejo deformante 

Ese tiempo entre décadas quedaría marcado también por varias películas que hacen de la sátira social y política su razón de ser y que serían sumamente influyentes en el Reino Unido. Una de las más importantes sería Estoy bien, Jack, estrenada el año 1959, adaptación de la novela Private Life de Alan Hackney.

Una secuela de las andanzas del soldado Stanley Windrush, nos cuenta sus infructuosos intentos de prosperar como obrero fabril en una fábrica con rendimiento nulo gracias a la presión colectiva y la incapacidad de los gestores. Toda la película es una sátira cruel de las relaciones entre capitalistas y obreros y es recordada por el papel de Peter Sellers como el sindicalista intransigente Fred Kite:

No podemos aceptar el principio de que la incompetencia justifica un despido. Eso es victimizarnos.

La investigadora Anne-Lise Marin-Lamellet une este filme a otros como El amargo silencio (1960) o la serie de televisión y película Love Thy Neighbour (1972), donde se parodia el inmovilismo de los sindicatos ingleses. En cualquier caso, todas las disputas acaban en la película en el caos o con apenas cambios en las mal gestionadas fábricas.

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El sindicato frente al patrón en la divertida Estoy bien, Jack.

Aunque existieron también comedias surreales de éxito entre los 50 y los 60 (El Quinteto de la MuerteUn golpe de gracia, su secuela Un ratón en la luna o la franquicia Carry On…), sería ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú el filme clave de testimoniar el cambio de sensibilidad de una década a otra.

Dirigida por Stanley Kubrick en 1964, es una malévola producción británica sobre la guerra nuclear que el director coescribió con el escritor satírico Terry Southern en torno a la novela Red Alert de Peter George

Un clásico atemporal que hizo célebre a Sellers por sus múltiples papeles y diálogos contra el jingoísmo americano:

—General Jack D. Ripper: ¿Has visto a un rojo beber un vaso de agua?

—Capitán Lionel Mandrake: Bueno, no creo que lo haya visto.

—General Jack D. Ripper: Vodka, eso es lo que beben ¿no es así? Nunca agua.

—Capitán Lionel Mandrake: Creo que sí, Jack, eso es lo que beben.

—General Jack D. Ripper: De ninguna manera: un rojo no bebería agua sin alguna razón.

—Capitán Lionel Mandrake: No entiendo lo que quieres decir…

—General Jack D. Ripper: El agua, a eso queremos llegar, el agua.

Esta película, que el crítico Jonathan Rosenbaum juzgó que tenía interpretaciones brillantes, unió a actores consagrados como Sterling Hayden con otros emergentes como George C. Scott o Peter Bull.

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«Caballeros, no pueden pelearse aquí: es el departamento de guerra»: Teléfono Rojo…, la sátira nuclear definitiva.

Más formalmente libres, menos satíricas, serían los filmes dirigidos por Richard Lester de aquí a final de década, donde destacaremos ¡Qué noche la de aquel día! con los Beatles de 1964 y The Knack un año después. Estas películas estaban inspiradas en un espectáculo radiofónico clave en la Gran Bretaña de los años 50.

  • La sátira toma el país

El primer puntal cómico luego de la Segunda Guerra Mundial en el Reino Unido sería el espectáculo radiofónico de Los Goons, que escribía Spike Milligan y actuaban Peter Sellers y Harry Secombe.

Aunque es difícil encontrar en este una sátira directa de los gobiernos, el surrealismo de estos comediantes —hijos no reconocidos de Lewis Carroll— ponía boca abajo la sociedad británica y el programa supuso para los adolescentes un verdadero «golpe de estado mental», según el ex Beatle John Lennon.

Una pieza suelta, así, demuestra la capacidad subversiva de este programa «para niños»:

—Primer ministro: ¿Qué queréis? ¿Quiénes sois?

—Somos el alzamiento de octubre de 1917

—Primer ministro: eso pertenece a los rusos.

—Nos lo han dejado esta tarde.

—¿Me estás diciendo que esta revolución es una función?

—Sí, y están todas las entradas vendidas. Por eso estamos detrás.

Aunque Milligan y sus creaciones jamás cruzaron fronteras, quizá intrínsecamente británicas para ser entendidas, Fringe… y su sentido más riguroso de la estructura teatral sí funcionaría más allá de las islas. Esa comedia que hacía sangre con la realidad británica pudo superar las fronteras de ese Reino Unido «que nunca había estado tan bien», según definición famosa de Macmillan.

En ese sentido, la revista teatral de Peter Cook y compañía se componía de exuniversitarios que habían hecho ya pequeños trabajos en revistas o el West End londinense.

Su inicio, incluso, tuvo mucho de casualidad: el promotor del festival teatral de Edimburgo Roger Ponsonby quiso contratar al músico Louis Armstrong, pero cuando las negociaciones no llegaron a buen puerto reemplazó su ausencia con los mejores cómicos del círculo de Oxbridge.

Del pianista Dudley Moore llegaron al joven escritor Alan Bennett por Oxford, y del circuito de Cambridge se recomendó a Jonathan Miller y Peter Cook. Ninguno de ellos escribió piezas medidas y todas atacaban las instituciones británicas más apolilladas. Se hicieron célebres, de hecho, los sermones de broma del «pastor» Bennett:

…Y él dijo «Esaú mi hermano es hombre velloso, y yo lampiño» (…) Cuando venía al sermón hoy llegué a la estación y estaba en la vía equivocada. Entonces un empleado del ferrocarril me grito «Eh, ¿a dónde te crees que vas?» Eso, de cualquier manera, fue la esencia del asunto.

Pero, sabed, estaba agradecido, porque me puso en la mente el tipo de tribulación que me siento obligado a preguntaos esta noche: «Eh, ¿a dónde os creéis que vais?» (…) Así quiero que cuando salgáis al mundo, en estos tiempos de tribulaciones, lloros y desesperación propios del bullicio de la vida moderna, volváis a la cita inicial que resume todo «Esaú mi hermano es hombre velloso, y yo lampiño».

Gran parte de esta revista teatral son diálogos sarcásticos sobre «el fin del mundo» o las consecuencias de una guerra (sketch que provocó quejas de los veteranos de guerra). Detrás de casi cualquier pieza aparecía el espíritu de la sempiterna lucha de clases en el Reino Unido. Esta tuvo su mejor representación en un monologo célebre de Peter Cook:

Podía haber sido un juez, pero nunca fui bueno en latín. No llegué muy lejos en lo que me concierne a impartir justicia ya que no tuve suficiente latín para los rigurosos exámenes. Pero conseguí llegar a ser minero. Logré pasar los exámenes: no son muy rigurosos. Solo te hacen una pregunta: «¿Quién eres?» Saqué un notable en ese examen.

La pieza más celebrada del espectáculo fue el sketch de un actor cojo, Dudley Moore, que se presenta a la audición de Tarzán sin mucho éxito. El brillante ingenio lingüístico de Peter Cook salva una premisa tonta a través de edulcorados eufemismos:

Sí, en efecto, Vd. es deficiente en el apartado de piernas, Don Spiggott. Es deficiente en cuanto a número. Su pierna derecha, en cambio, me gusta. Una estupenda pierna para el papel. Es lo primero que he visto cuando Vd. ha entrado: «que pierna más adorable para el papel».

Ese boom de la sátira sobrevivió a la revista teatral Beyond the Fringe, de efímera duración, con la publicación en prensa Private Eye (1961) e incluso un club de comedia como The Establishment. Este último, según un inolvidable sarcasmo de Cook, tenía como objeto «imitar los club berlineses que tanto habían hecho por detener la ascensión de Hitler al poder».

Aunque Private… sigue publicándose en la actualidad, y contó con colaboraciones sueltas de Cook hasta su muerte, Establishment… no sobreviviría al año 1964.

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Los intérpretes de Fringe… en el escenario.

La televisión, en todo caso, sería la autopista a la fama para la mayoría de los cómicos de Fringe…, además de adláteres de «Oxbridge» como David Frost que se consagraría en la BBC en este tiempo. Cook, incluso, llegó a llamar a Frost un «plagiador apestoso» quizá envidiando su inicial éxito televisivo.

Frost, que acabaría siendo más recordado como presentador que como cómico, será clave en popularizar esta sátira política en la BBC gracias a That Was the Week That Was de 1962 a 1963.  

A pesar de esto, Peter Cook se desquitaría con el éxito de su programa junto a Dudley More Not Only… But Also, el cual duró casi toda la década de los 60. Cook también realizaría cintas de éxito variado como la maliciosa Mi amigo el diablo o la fallida The Rise and Rise of Michael Rimmer de 1967 a 1970.

Para acabar con el grupo de Fringe… Alan Bennett incluso intentaría su propio programa de sketchOn the Margin, que apenas duraría seis episodios en el año 1966. Este autor conocería mejor suerte como escritor de éxito (La Locura del rey Jorge III o La dama de la furgoneta en décadas posteriores).

Ahora bien, quien se convertiría en el principal puntal a finales de los 60 sería el citado David Frost gracias al noticiero satírico The Frost Report de 1967 a 1968. Este reunió por primera vez a los que habrían de conformar los Monty Python como guionistas, además de contar con excelentes actores cómicos de la talla de Ronnie CorbettRonnie Barker o Marty Feldman.

Tanto este programa como Not Only… de Peter Cook tendrían la mala suerte de no conservarse completos en la BBC, ya que esta tenía la costumbre de regrabar las cintas de programas antiguos. 

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El equipo de The Frost Report. Finales de los años 60.

A pesar de todo un sketch brillante, la citada pieza sobre la clase social, sobrevivió y ha sido citado como una de las señales del fin de la deferencia allí:

—Cleese: Yo le miro por encima porque soy de clase alta.

—Barker: Yo le miro por abajo porque es de clase alta, pero le miro por encima a él porque es de clase baja. Soy clase media.

—Corbett: Sé mi lugar. Los miro por debajo a los dos, pero no veo al de la clase media tan arriba como veo al de la clase alta porque tiene un linaje.

—Cleese: Tengo un linaje, pero no tengo ningún dinero. Así que a veces tengo que mirar al de la clase media.

—Barker: Todavía lo veo por encima, porque, aunque yo tengo dinero, soy alguien vulgar. Pero no soy tan vulgar como el de clase baja, así que le miro por encima.

—Corbett: Sé mi lugar. Los miro por encima a ambos, pero, aunque sea pobre, soy honesto, trabajador y alguien de fiar. Si tuviera esa forma de ser, podría mirarlos por encima… pero no lo hago.

—Barker: Todos sabemos nuestro lugar, pero ¿cómo podemos salir de él?

—Cleese: Me siento superior a ellos.

—Barker: Me siento inferior a él, pero superior al otro.

—Corbett: Yo siento un dolor en mi espalda.

En este final de década dos programas serían un anticipo de la revolución cómica que habría de suceder: At Last the 1948 Show y Do Not Adjust Your Set en BBC e ITV respectivamente. El primero reunía a parte del equipo de Frost Report… en una revista cómica que presentaba «la encantadora» Aimi MacDonald.

Este espectáculo anticipa muchos elementos absurdos y la sátira venenosa que daría fama al cómico John Cleese. Ahí está la pieza Four Yorkshiremen, donde un grupo de ricachones presume de infancias difíciles viviendo en «cajas de zapatos», «fosas sépticas» o bebiendo «ácido sulfúrico». 

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El casting original de Four Yorkshiremen.

Adjust Your Set… es más suave; un programa para niños con los guionistas más blancos del Frost Report… y el grupo pop Bonzo Dog Doo-Dah Band. Esto quizá no pueda verse como satírico, pero incluía animaciones a mano de Terry Gilliam de gran influencia ulterior.

En este año 1969, también, aparecería la serie de televisión Q… del ex Goon Spike Milligan, la cual jugaba con el formato televisivo como nunca se había visto en la pequeña pantalla.

Todos estos formatos, todos estos cómicos, pronto abandonarían la sátira y abrazarían el absurdo como tema siguiendo el ritmo de las pomposas marchas de John Philip Sousa. Estas comenzaban, claro, el circo volador de los Monty Python.

– Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores catódicos en los 70

Historia de la comedia británica 2

Interrumpimos este programa para molestarles y hacer las cosas un poco más irritantes.

(«Blood, Devastation, Death, War and Horror» en Monty Python Flying Circus, Londres, BBC, 9 de noviembre de 1972).

La BBC recibió en octubre de 1969 una carta de alguien un tanto especial. ¿Su propósito? Afirmar sin ningún rubor que «el show volador de los Monty Python» era «lo mejor en la televisión británica». El instigador de esas letras acababa de tener un LP en el número uno del Reino Unido y su nombre no era otro que George Harrison, guitarrista principal de los Beatles.

Según el especialista en televisión de culto Leon Hunt, la mejora en la educación de los 60 a los 70 —el acceso a las universidades—, consolidó un «público nicho» para ese tipo de comedia más sofisticada. Estos cambios culturales, unidos al progresivo aperturismo social, hicieron de los años 70 una década de experimentación en la comedia británica.

De este modo el éxito del programa de televisión de los Monty Python, recogido con profusión por Michael Palin en sus diarios y que se asemeja a una bola de nieve cogiendo tamaño, va a permitir muchos formatos más cercanos al surrealismo que a la sátira. 

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Los Python, octubre de 1970.

Este surrealismo del 67 al 70 fue prefigurado en el cine con epígonos de la comedia de faldas sesentera como Hay una chica en mi sopa y también sátiras sociales muy británicas tal como IfThe Rise and Rise of Michael Rimmer y Si quieres ser millonario no malgastes el tiempo trabajando. 

A la vez, la mayoría de los espectadores siguieron prefiriendo sitcom convencionales como Dad’s Army o la fábula con mendigos Steptoe and Son (cuyo éxito masivo se data de este tiempo). Los diálogos de Dad’s Army, así, tienen mucho más que ver con la vieja comedia de costumbres británica, wodehousiana, que con cualquier interés en subvertir la realidad.

El intercambio entre el pelotón británico y un marino alemán en plena II Segunda Mundial dice todo de su continuidad con las piezas anteriores:

—Capitán Mainwaring: Ya te digo, Wilson, son una nación de autómatas dirigidos por un lunático que se parece a Charlie Chaplin.

—Capitán de submarino: Cómo se atreve a comprar a nuestro glorioso líder con un payaso que no es ario…

—Capitán Mainwaring: No, mire…

—Capitán de submarino: Voy a tomar notas, capitán. Y su nombre estará en la lista. Cuando ganemos la guerra, su nombre será tenido en cuenta.

—Capitán Mainwaring: Escriba lo que quiera. No vais a ganar a esta guerra

—Capitán de submarino: Oh sí, eso haremos.

—Capitán Mainwaring: No, claro que no.

—Pike: (Silba mientras curra) Hitler es un turra. Está medio loco; como su ejército del moco…

—Capitán de submarino: Su nombre también estará en la lista ¿Cuál es?

—Capitán Mainwaring: No se lo digas, Pike.

—Capitán de submarino: Bien, es Pike.

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Un fotograma de Dad’s Army

Comedia sin riesgo, aún con un seguimiento masivo, esta serie de un pelotón un tanto chiflado logró audiencias de dieciocho millones y medio en este Reino Unido entre los 60 y los 70. El propio Michael Palin, de los Python, reconoció el talento del guionista de la serie, Jimmy Perry, en un libro conmemorativo a finales de los años 90. 

Aún con su gran cantidad de televidentes, estas sitcoms continuistas van a quedar poco a poco eclipsadas por los nuevos cómicos y formatos que se apelotonan en esta verdadera década de oro de la televisión británica. Es el tiempo, también, de los alocados espectáculos de comedia y canciones del escocés Billy Connolly, monologuista célebre por sus botas de plátano y uso abuso del insulto.

Volviendo a los Python, John Cleese recuerda en sus memorias como «no tenían ni idea» de si la gente consideraría el programa de televisión original, Monty Python’s Flying Circus, «divertido». El show, además, se emitía en la BBC2, la cual estaba pensada según el investigador Julian Newby como pantalla de «programas más exigentes».

 Recordemos, también, que la ITV había elevado la competencia de programas surreales en Inglaterra gracias a su seminal El Prisionero; prácticamente abstracta tal como desarrolla bien el profesor Santi Pagés en un libro reciente.

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«¡No soy un número, soy un hombre libre!»: El Prisionero, un gran thriller abstracto

Monty Python’s Flying Circus sobrevivió gracias a las excelentes críticas y un público fanático, ya que en inicio apenas hacía una fracción de la audiencia de la masiva Dad’s Army.

Aunque es difícil llamar satírico al programa de los Monty Python, una serie con hipopótamos saltarines y policías vestidos de cabareteras —collage hechos a mano por el caricaturista Terry Gilliam, cuya estética sería sumamente influyente en series como South Park—, en los sketches del dúo John Cleese y Graham Chapman siempre se filtra la sátira social:

—Padre: Sí, Hampstead no era suficiente bueno para ti, ¿no? Tenías que ir a holgazanear a Barnsley con tus amigos mineros.

—Hijo: ¡La minería de carbón es algo estupendo padre! Pero nunca lo entenderás ¡Mírate!

—Madre: ¡Oh, Ken! ¡Ten cuidado! Ya sabes cómo se pone luego de escribir varias novelas.

—Papa: ¡Venga chaval! ¡Atácame! ¿Qué tienes en mi contra? ¡Tonto!

—Hijo: Te diré que tengo en contra: tu cabeza está podrida con novelas y poemas, vuelves a casa cada noche tambaleándote por vino Château Latour…

—Madre: ¡No, no lo hagas!

—Hijo: ¡Y mira lo que has hecho con mamá! Está agotada de conocer a estrellas de cine, ir a estrenos y dar almuerzos de gala.

La pieza, escrita por Graham Chapman, es una sagaz inversión del drama obrero, «realismo de fregadero» (todas esas historias proletarias tenían una escena de confesiones mientras lavaban platos), que monopolizó la rama de ficción en la BBC de los años 60. En estos se formó Ken Loach como realizador y la virtud de los Python fue dar la vuelta a los argumentos de una parte y otra. 

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Un padre «escritor de éxito» en uno de los grandes sketches sociosurreales de Graham Chapman

Una de las claves de este programa, avanzadísimo a su tiempo, es cómo subvertía las reglas de programación y jugaba permanentemente con el formato. Si se puede hablar del «teatro brechtiano» con relación a aquel que rompe la distancia entre el público y la pieza, la llamada cuarta pared, los Python fueron claves a la hora de destruir lo que se esperaba de un show cómico.

Los sketches acababan por la mitad, las introducciones finalizaban antes de tiempo y en ocasiones los créditos aparecían deliberadamente al poco de empezar el programa. Recordaba Eric Idle, miembro de este grupo cómico, cómo el objeto inicial del programa era «sorprender» a las audiencias, las cuales eran en el plató:

… casi todas señoras mayores que habían sido enviadas a en autobús al centro televisivo de la BBC pensando que iban a ver algún tipo de circo. Ninguna de ellas tenía una pista de dónde les habían metido…

Una muestra del brillante juego con el formato de los Python es un sketch menor donde comienzan el programa con la cortinilla de la Thames Television, una filial de la ITV y competencia de BBC. Luego de esa introducción, la pieza se coronaba con la aparición del locutor de ITV David Hamilton y una cita memorable:

Buenas noches. Tenemos una programación de noche llena de acción aquí en Thames, pero antes un asqueroso programa de la BBC.

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Los Python dedicaron un capítulo entero a las interrupciones de programas o películas de nombre Intermission donde superponían cortinillas en enero de 1970

Entre tanta tomadura de pelo, la excusa dadaísta conduce en ocasiones a temas sociales como la furibunda crítica de la burocracia del gobierno británico. Así se hace en el célebre sketch del «Ministerio de Andares Tontos»; una de sus piezas más conocidas:

—Ministro: ¿Puedo ver su andar tonto?

—Sr. Pudey: Sí, claro.

(Se levanta, hace un andar muy poco tonto, apenas un cambio de piernas, y para).

—Ministro: ¿Es solo esto?

—Sr. Pudey: En efecto, sí.

—Ministro: No es demasiado tonto, ¿verdad? Es decir, la pierna derecha no es nada tonta y la izquierda solo se levanta en el aire cada paso alternativo.

—Sr. Pudey: Sí, pero creo que con una subvención gubernamental puedo hacerlo más tonto.

—Ministro: Sr. Pudey…

(Se levanta y empieza a hacer andares tontos endiablados).

—Ministro: … el verdadero problema es el dinero. Me da pena decirle que el ministro de andares tontos no está obteniendo el apoyo gubernamental que necesita. Verá está defensa, seguridad social, salud, urbanismo, educación y andares tontos… todos deberían tener lo mismo. Pero ¡el último año el gobierno gastó menos en el ministerio de andares tontos de lo que lo hizo en defensa! Ahora solo tenemos 348 000 000 libras al año las cuales solo pueden usarse en nuestros productos actuales.

Ese tono absurdo con el que se abordan los problemas sociales también tiene su pantalla en otras series de menor influencia como The Goodies o Two Ronnies; las dos de inicios de los 70 y vistas como infantiles en comparación a los Python.

En un episodio de la primera los Goodies viajan a Sudáfrica y crean una especie de ruta migratoria que desintegra el apartheid, ya que todos los habitantes negros del país africano huyen fuera. El sustituto para evitar el desastre económico en ese país es el cambio del apartheid por el «apart-height» en el cual se separa a los altos de los bajos. 

Otro formato dadá del tiempo sería The Marty Feldman Comedy Machine, donde el humorista de mirada distraída compartía programa con Spike Milligan, además de tener créditos realizados por Terry Gilliam.

No tan intelectual como el programa de los Python, el formato era más bien una celebración de Feldman, con gran importancia de la comedia física (slapstick), y cameos de famosos como Orson Welles o Roger Moore. Coproducción entre Estados Unidos y el Reino Unido, ganaría el premio Rose d’Or del año 1972. 

Mucho más prosaica, comedia erótica con toques de slapstick, fue The Benny Hill Show, que llegó a alcanzar audiencias de millones en la televisión británica. Obra casi única del cómico Benny Hill, tipo peculiar a decir su biógrafo y vindicador Mark Lewisohn, la serie pasó a ITV – Thames definitivamente en el año 1969 para durar hasta finales de los años 80.

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Benny Hill, comedia rijosa para espectadores poco exigentes, logró audiencias masivas de los 60 a los 80

Nunca cambió su formato de comedia de persecuciones con erótico resultado y la audiencia lo celebró superando en audiencia a otros formatos más sofisticados. Quizá como colofón a su carrera de humor chocarrero, Hill llegaría a aparecer con Jesús Gil en La noche de tal y tal en los inicios de Telecinco (1991).

En oposición a este surrealismo pedestre, la cuarta temporada del show de los Monty Python vería la salida temporal de John Cleese, año 1974, y una sustitución de su estructura de «línea de pensamiento» por pequeñas narrativas creadas por Michael Palin y Terry Jones.

Estos últimos serían los autores de una serie entre la aventura y la comedia, muy maleable en tono, de nombre Ripping Yarns del año 76 al 79 y que en cierto sentido es una evolución dramática de su estilo en los Python. 

El grupo, en contrapartida a la televisión, sobreviviría en cines y actuaciones teatrales, siendo de esta década las célebres Los caballeros de la mesa cuadrada (1977) y La vida de Brian (1979). Con sus altibajos, las muertes de Graham Chapman en 1989 y Terry Jones en 2020, esta troupe de humoristas sigue en la picota gracias a la reedición de sus piezas cómicas y efímeras reuniones en el escenario. Son, sin discusión, los cómicos más influyentes de la última mitad del siglo XX en el Reino Unido.

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Los caballeros de la mesa cuadrada, filme clásico de los Python donde parodian desde el cine de Bergman a las películas de caballería
  • Hippies contra conservadores

El tránsito de los 60 a los 70 es también el tiempo en el que series polémicas e imposibles diez años antes como Till Death Us Do Part van a consolidarse. Esta presenta el choque generacional entre el conservador Alf Garnett y su cuñado progre Mike Rawlins; representantes cada uno de la Inglaterra que fue Imperio y la cultura obrera. Los divertidos diálogos de Garnett son un síntoma de dos sociedades confrontadas:

¡Mary Whitehouse se preocupa por las esencias morales de su querido país! A ti no te importa que sea corrompido por tus películas podridas y tu maldita televisión BBC, la cual es la peor de todas, gracias a ese programa Top of the Pops que tiene chicos perversos pintados como chicas…

Este formato tuvo una muy efímera secuela a inicios de los 80, Till Death…, y también una de mayor duración llegando a los 90, In Sickness and in Health.

Incluso un personaje como Alf Garnett llegó a crear en el imaginario político la figura del inglés «tory», según el historiador Gavin Schaffer. Garnett tuvo, incluso, una adaptación al mercado americano en Archie Bunker, ya que su teleserie All in the Family provenía de Till Death Us Do Part. 

Más de treinta años después, el propio personaje de Mauricio Colmenero en la española Aída (2005) es un primo lejano del original Alf Garnett.

Ahora, fuera de la figura bufonesca del padre ultraconservador, quizá el actor que represente mejor el choque entre mentalidades sea Leonard Rossiter.

Este tanto en Rising Damp como especialmente The Fall and Rise of Reginald Perrin es la cara «oficiosa» de esa Good ol’ England: en la primera serie como casero y, en la segunda, como oficinista en una crisis de la mediana edad. Reginald Perrin, así, ejerce de metáfora divertida sobre las dificultades en un mundo social desconocido para los burócratas de bombín y paraguas oscuro.

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The Fall and Rise of Reginald Perrin, sátira de la crisis de mediana edad y de los cambios sociales en la Inglaterra de los años 70 .

A lo largo de varias temporadas, adaptadas de las novelitas pergeñadas por David Nobbs, lo veremos intentar mil y una soluciones a sus entuertos vitales: en la primera finge su muerte para escapar de un trabajo infecto, en la segunda monta su propia empresa que triunfa vendiendo productos «inútiles» y en la tercera, la última, crea una comuna hippie.

Hubo incluso un especial navideño y una temporada posterior, ya sin Rossiter. En el período más recordado, aquel de la empresa Grot y sus productos inútiles, hay un intercambio divertido que radiografía la sociedad consumista que dominaba el Reino Unido de los años 70:

—Comprador: Todo en esta tienda es basura inservible, ¿no es así?

—Reginald Perrin: En efecto.

—Comprador. Entonces, ¿Por qué venderla?

—Reginald Perrin: Bien, nos han dicho que hay mucha basura inservible servida con un lacito ahora. Así que hemos decidido ser honestos sobre ello.

—Comprador: Ah, ahí tienes razón, ahí tienes razón.

A pesar de la celebrada serie de Reginald Perrin, la sitcom de costumbres más célebre del tiempo fue sin lugar a duda Fawlty Towers. Creada por John Cleese y Connie Booth, muestra a un propietario de hostalito costeño como radiografía de los prejuicios británicos en las zonas residenciales (el propio Cleese llegó a juzgar a Inglaterra como una «nación de dueños de pensiones»). 

Historia de la comedia británica 2
Fawlty Towers, una serie de «clase» y prejuicios sociales con Basil Fawlty y el camarero catalán Manuel.

Los diálogos del propietario con el camarero español, moda extendida en el Londres del tiempo según Cleese y que confirma las memorias del escritor Terenci Moix, son un espejo de ese inglés rancio enfrentado a sus prejuicios:

—Basil: Manuel!

—Manuel: ¿Sí?

—Basil: There – is – too – much – butter – on – those – trays.

—Manuel: ¿Qué?

—Basil: There is too much butter «on those trays».

—Manuel: No, no, no, ¡Señor!

—Basil: What?

—Manuel: Not not ‘on- those- trays’. No sir – ‘uno dos tres.’ Uno… dos… tres…

—Basil: No, no, no. ¡Hay mucho burro allí!

—Manuel: ¿Qué?

—Basil: ¡Hay… mucho… burro… allí!

—Manuel: ¡Ah, mantequilla!

—Basil: What? ¿Qué?

—Manuel: Mantequilla. Burro is…is… ioooh, ioooh.

Este diálogo, que se ha mantenido en inglés por respeto a los equívocos, acababa con una sentencia del dueño del hotel, Basil Fawlty, en la cual afirmaba que había contratado a Manuel como camarero por ser «barato». Esto dice casi todo de cómo era la emigración española en los últimos años de la dictadura de Franco

A pesar de la creciente sátira social, el resto de las producciones de los años 70 prefieren la comedia de situación, incluso en la parodia carcelaria Porridge, y evitan entrar en el ataque directo a las instituciones. Muy locales, ahí está Rutland Weekend Television del Python Eric Idle como falsa televisión del condado más pequeño de Inglaterra, la única excepción sería la parodia del activista de izquierdas Citizen Smith

Historia de la comedia británica 2
Citizen Smith, la revolución sí será televisada.

Con el actor Robert Lindsay como «Che Guevara» londinense, se hace sangre del decaído activismo político: casi todas las iniciativas políticas de Lindsay (Wolfie en la serie) acaban en entredicho o en total descrédito por la torpeza del protagonista.

Su frase «Power to the people» solo produce hilaridad en la boca de Wolfie, ya que el tiempo de utopías se acabó hace una década. Un ejemplo es este acalorado intercambio entre Wolfie y su novia:

—Shirley: Estoy harta de ti y tus revoluciones. Pero, mírate, ¿No puede ser normal? Prefiero pasar la noche en casa que hacer vigilia sentada en una tumba con una estatua de un señor viejuno observándome.

—Wolfie: ¿Señor viejuno? ¡Ese señor viejuno resulta que es Karl Marx!

—Shirley: ¡No me importa nada si era el cómico Alfred Marks! No quiero pasar mi cumpleaños con él.

Este giro conservador del país se confirmaría con el primer gobierno «tory» de Margaret Thatcher el 4 de mayo de 1979. Pocos políticos harían más por la sátira allí.

– Un gorila que habla a Margaret Thatcher en los años 80

Comedia británica

Profesor Fielding: El gorila manda de vez en cuando una carta a su antigua familia, pero lo veo absurdo. Es decir, o se la comen o se limpian sus posaderas.

Gerald el Gorila: ¡Para! ¡Para! Ya sé que nunca te llevaste bien con mi madre…

Profesor Fielding: Yo no le caía bien, ¿Verdad?

Gerald el Gorila: Le caía muy bien David Attenborough.

(«Gerald el Gorila» en Not the Nine O’Clock News, Episodio 5, temporada II Londres, BBC, 28 de abril de 1980.)

En 1982 Lindsay Anderson estrenó el filme Britannia Hospital el cual ofrecía una radiografía nada halagüeña del país a través de una clínica en ruinas, paralizada por las huelgas y con una elite privada que se resistía a ceder ni un palmo de sus privilegios.

Es la película perfecta para entender el marco de las victorias continuas de Margaret Thatcher, que sucedieron a las dos décadas anteriores dominadas en su mayoría por gobiernos laboristas. El auge conservador se acompañó con el dominio de la prensa británica por parte del magnate populista austral Rupert Murdoch, algo que cambió en gran parte la cultura elitista del país.

Fue el tiempo perfecto para la aparición de Sí, Ministro en 1980; excelente serie satírica escrita por Antony Jay y Jonathan Lynn —otro miembro de «Footlights»— que resultó en la última gran comedia de clase en el Reino Unido.

Aunque esta celebrada «sitcom» no dice bien a qué partido pertenece cada personaje, se enfrentan más bien políticos y funcionarios, la adscripción de Jay al partido conservador desde los años 60 deja intuir cierta inclinación derechista. 

Al fin y al cabo fue la serie cómica favorita de Margaret Thatcher, una «agradable sorpresa» según Jay. La «premier», de hecho, llegó a escribir un «sketch» que interpretaron los actores sin mucho éxito en 1984.

El triunfo de «Ministro…» llevaría a una secuela, Sí, Primer Ministro (1986), de la misma calidad y con temas más graves al ascender el protagonista en el escalafón gubernamental. 

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El trío protagonista de la serie.

El nervio de la serie, en cualquier caso, son los enfrentamientos entre el ministro Jim Hacker, formado en la liberal London School of Economics, y el funcionario sir Humphrey Appleby, partidario del gran estado keynesiano inglés, y que solía acabar con un monólogo certero del último:

Secretario Bernard: ¿No es nuestro trabajo llevar la carga de las políticas gubernamentales? ¿No debemos creer en ellas?

Sir Humphrey: ¡Oh que idea tan absurda! He sido parte de once gobiernos en los últimos treinta años. Si hubiera creído en todas sus políticas habría sido partidario de permanecer fuera del mercado común europeo y de entrar en él. Habría tenido, también, la convicción absoluta del derecho de nacionalizar el acero, privatizarlo y volverlo a hacer público.

  ¿La pena capital? Habría sido un ferviente partidario y un ardiente abolicionista. En conclusión, habría sido keynesiano y friedmanita, un partidario y adversario de la escuela pública, una alimaña defendiendo la nacionalización e incluso un trastornado publicista de la privatización. Pero, en conclusión, ¡habría sido un esquizofrénico delirante.

La respuesta laborista de los humoristas de «Oxbridge» fue el noticiero satírico Not the Nine O’Clock News. Con un sesgo más izquierdista, reunió a la nueva generación de cómicos universitarios formada por Mel Smith, Griff Rhys Jones y Rowan Atkinson —el célebre Mr. Bean— con actores fuera del circuito universitario como Pamela Stephenson o Chris Langham.

Este programa puede ser considerado, incluso, el «último hurra» de la comedia oxoniense en la televisión británica ya que pronto perdería su monopolio.

El formato, creado por John Lloyd, editaba varios «sketches» con montajes rompedores y efectos televisivos nunca vistos. Es, de hecho, uno de los primeros programas cómicos donde se utiliza con profusión el croma, el corte en vídeo y los juegos de imagen (estos todavía eran artesanales en programas de los 70 y Terry Gilliam animaba a mano sus creaciones). 

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El ecléctico conjunto de cómicos en «Not the Nine O’Clock News».

Un ejemplo era mostrar en un fotograma a Margaret Thatcher donde decía «por favor, entre» y a continuación decenas de hombres musculados de algún vídeo perdido de la BBC. Ese sesgo crítico contra el conservadurismo del país se haría vídeo musical, incluso, en una sátira punk contra la tibieza de los obituarios al líder fascista Oswald Mosley.

Todo lo resumió en el programa un monólogo de Rowan Atkinson como el candidato «Dennis»:

Amigos y trabajadores del partido: soy jugador de golf…pero también un conservador. Y estos han vuelto al poder —qué fantástica palabra esta— con nuevas iniciativas y estilo. Estamos ahora concentrados en dos problemas: primero la inmigración.

Mucha gente se equivoca sobre nosotros: no creemos que los inmigrantes sean animales por Dios y además tengo muchos amigos de fuera y son encantadores. Algunos son negros, lo cual es una pena claro, pero son capaces de hacer trabajos tan bien como nosotros. En cuanto a los indios o pakistaníes…me gusta el curry. Teniendo la receta ¿es necesario que sigan ellos aquí?

A pesar de estas piezas políticas, el programa es más bien recordado por estos vídeos musicales elaborados y sus «sketches» absurdos. El más célebre, el de Atkinson como gorila parlante, quedó en el imaginario británico gracias a la cita «no era salvaje, solo estaba muy furioso». El noticiero duró, así, de 1979 a 1982 e hizo a la mayoría de sus cómicos caras conocidas allí.

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El célebre gorila Gerald, el «sketch» más recordado del formato

Aunque estas iniciativas podían ser vistas como un intento de la BBC y su departamento de entretenimiento ligero de «mantener» el sello de calidad en la comedia, ITV tendría el gran éxito de audiencia en la década gracias a los muñecos de Spitting Image. Conocidos en España en su adaptación como Los Muñegotes, fueron muy populares en los 80 y prácticamente duraron casi todo el tiempo que Thatcher estuvo en el poder. 

Obra de los marionetistas y escultores Peter Fluck y Roger Law, los guiones estaban escritos en inicio por el humorista de la revista americana National Lampoon Tony Hendra y en el elenco de voces contaba con todavía principiantes como Chris BarrieSteve CooganHarry Enfield o Ade Edmondson. Al mando de la producción estuvo John Lloyd, personaje ubicuo en la comedia británica hasta la actualidad, y pronto contratarían a Rob Grant y Doug Naylor como guionistas. 

Estos últimos abandonarían la serie para realizar su clásica «sitcom» espacial Enano Rojo en 1988 y que, como veremos, sería un hito de entre décadas. Volviendo a la serie de los polichinelas, ¿Quiénes era los parodiados en Spitting Image? Principalmente Margaret Thatcher, llegaron a grabar una escena con el muñeco miccionando en un baño de hombres, y la familia real (que odiaba el programa, según Lady Di).  

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«Los Muñegotes», el formato cómico de mayor éxito de ITV en los 80.

Era una sátira cruel, que probablemente ahora sería reprendida, y que también tenía en Reagan una diana fácil. Una muestra de su humor: al recibir el presidente norteamericano un doctorado honorario de la universidad de Galway (Irlanda) en 1984, inventaron este discurso:

`Doctorado honorario de la Universidad de Galway´ Nunca entendí estos versos chinos. ¿Dónde está el sombrerito pequeño y el bigote de plástico azul? ¡No puedo hacer el discurso sin ellos!

Hicieron al igual que «Not the Nine…» muchas parodias de canciones que lograron un éxito de público. Una de ellas, la sátira veraniega The Chicken Song, alcanzó el número uno en 1986. Su letra decía todo sobre la crueldad de sus escritores:

Es ese tiempo del año en el cual la primavera está en el aire. 

Cuando dos idiotas pasados por agua con un peinado hirsuto hacen otra canción para vacaciones imbéciles

Que resulta nauseabunda de miles de maneras. 

De las costas de España a las del sur de Francia

No importa donde te escondas, no podrás escapar de este baile.

El formato fue la gran estrella de ITV hasta el año 1996, aunque tendría resurrecciones inconclusas a lo largo de los años. El programa tuvo, también, una versión oficiosa francesa, Les Guignols, que duró hasta hace poco y que fue el origen de los célebres guiñoles de Lo + Plus.

Esta última adaptación hispana no pasó del 2008, aunque hubo una versión previa del show británico en RTVE de 1990 a 1991. 

Aunque este tiempo contó con un buen número de programas satíricos, el clima sociopolítico se prestaba, el espectador convencional de teleseries siguió siendo el nervio de la audiencia. Este tuvo su baza en producciones menos arriesgadas como Only Fools and Horses, creada por John Sullivan.

De nuevo, una familia disfuncional se presenta a través de Derek Trotter «Del Boy» y su hermano vago Rodney, expertos en vivir al día como mercaderes de una Londres pordiosera.

«Sitcom» de clase obrera, lejos de los estirados tipos de Sí, Ministro, fue la favorita del público por su carácter populachero. Este podía identificarse bien con un protagonista incapaz de pagar «IVA, renta, seguridad social», lo que le evitaba la molestia de obtener «dinero de ayuda, seguridad social o alguna prestación».

En definitiva, a estos hermanos «el gobierno no les daba nada» ya que ellos no le «pagaban nada». Alcanzó, ya en los 90, las mayores audiencias posibles. 

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Los hermanos Trotter y el abuelo gruñón, trío cómico de «Only Fools and Horses».

No sería justo terminar el repaso de la comedia satírica británica de los años 80 sin citar a los humoristas alternativos, alejados del circuito universitario, y que van a traer el humor y los modos del punk a la pequeña pantalla británica. 

Agrupados en torno a la escena monologuista del club «Comedy Store», en el Soho londinense, este colectivo daría nombres célebres como Alexei SayleJennifer Saunders y, sobre todos, Rik Mayall. Los más famosos pronto lograrían independencia con la revista teatral Comic Strip, que sería llevada a la televisión en el año 1982.

Pero si existe una «sitcom» que una a todos estos cómicos alternativos sería la rompedora Los Jóvenes (Young Ones, 1982) que contaba la vida de unos jóvenes universitarios aburridos en el Londres thatcherista.

Escrita por Ben Elton, por aquel tiempo un cómico de talante izquierdista y alejado de los círculos «Oxbridge», hacía de la violencia, el sarcasmo y el patetismo de sus personajes su divisa. En medio de la mayoría de los episodios, además, aparecían actuaciones de los grupos de mayor éxito del tiempo (MadnessMotörhead o The Damned). 

Esta vocación juvenil permitía a cualquier adolescente reconocerse con los estereotipos de los personajes de la «sitcom»: el punk sociópata, el poeta radical, el hippie acabado o el guaperas con gafas de sol. En el ínterin, como si no quiere la cosa, los cameos estrambóticos de Alexei Sayle.

Quizá el episodio más divertido del formato sería «Bambi» donde los jóvenes de esta casa comunal ruinosa, pobres como ratas, se enfrentan a los pijos supremos de Oxford y Cambridge en un concurso de preguntas entre universidades (tradición curiosa de las islas que todavía permanece en televisión a fecha de 2024).

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Tribus urbanas en «Los Jóvenes».

¿Quiénes eran estos? No otros que los miembros reales de «Footlights» Stephen FryHugh LaurieEmma Thompson junto a una buena imitación de Ben Elton. Las universidades en pugna, de nombre «campus de la escoria» y «campus Footlights», tienen así intercambios hilarantes:

Presentador: ¿Cuál es la persona más rica del mundo?

Stephen Fry: Soy yo ¿No?

Presentador: Lo siento, la multinacional de tu padre ha quebrado esta mañana.

Este aserto finaliza con un botellazo de agua a Fry y poco después el punk de la universidad de la escoria, como venganza final, lanzaba una mina a los acaudalados estudiantes.

Este grupo de Fry, Laurie y Thompson habían hecho antes una serie menor, Alfresco (1983), pero algunos de ellos alcanzarían el éxito junto a Rowan Atkinson y Rik Mayall en la imprescindible sátira televisiva La Víbora Negra.

La serie sigue las andanzas del advenedizo príncipe Edmund Blackadder y sus descendientes ávidos de poder.

Esta comenzó, así, como una parodia de los dramas históricos de la BBC (Yo, Claudio había sido un éxito en los 70) y fue creada tanto por Rowan Atkinson como por un casi debutante Richard Curtis todavía lejos de su consagración.

Este último, que había sido un guionista menor en «No the Nine…», obtendría un prestigio gracias a su ingenio en unos diálogos donde el linaje Blackadder pretende alcanzar el poder.

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Edmund, Lord Blackadder, ávido de poder en época isabelina.

Ya sea como príncipe renacentista de escaso valor o como noble de poca monta en época isabelina e incluso como mayordomo de un aristócrata idiota (excelente Hugh Laurie en la tercera temporada), Blackadder nunca conseguía sus objetivos. A medida que pasen los episodios, entonces, este particular «Iznogud» baja de estrato social hasta ser solo un capitán raso en la Primera Guerra Mundial. 

El humor de la primera temporada, de hecho, es más blanco y tonto, algo que se solucionó incorporando a Ben Elton en los guiones a partir de la segunda. Esta mezcla de sensibilidades, de generaciones de cómicos (es una de las pocas series donde humoristas alternativos y sus homónimos universitarios se unieron), permitió sobrevivir a la teleserie hasta las cuatro temporadas e incluso producir una película en el año 2000. 

Todo gracias a unos intercambios excepcionales, repletos de ingenio, y que en ocasiones resultan dignos del mejor Oscar Wilde. Una muestra es esta pieza de relojería satírica :

Edmund Blackadder: Al fin, Mrs. Miggins, podemos regresar a la normalidad. Con la bandera bajada, la locura llega a su fin: el caos de las elecciones generales.

Mrs. Miggins: ¿Oh? ¿Ha habido unas elecciones generales?

Edmund Blackadder: En efecto, Mrs. Miggins.

Mrs. Miggins: Pues no escuché nada

Edmund Blackadder: Claro que no escuchaste nada, no puedes votar.

Mrs. Miggins: ¿Por qué no?

Edmund Blackadder: ¡Porque nadie puede! Ni mujeres, ni aldeanos, ni chimpancés (mira a su criado Baldrick, que piensa que está mirando a otros), ni lunáticos o aristócratas…

Baldrick: ¡Eso no es cierto! Lord Nelson tiene voto.

Edmund Blackadder: Tiene un bote, Baldrick. Qué maravillosa es la democracia: mira la población de Manchester, ahí son 60.000 almas y el censo electoral tres personas.

Mrs. Miggins: Bueno, yo tendré el cerebro de un caracol…

Edmund Blackadder: Eso es correcto.

Mrs. Miggins: …pero no me parece justo.

Edmund Blackadder: ¡Claro que no es justo! Y está muy bien así. Dale a gente como Baldrick el voto y volveremos a bailotear con druidas, morir por apedreamiento o cenar estiércol.

Baldrick: Oh, yo ceno estiércol hoy.

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El capitán Blackadder, militar cobardica en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

La mayoría de estos cómicos de Black Adder aparecieron también en la efímera imitación del Saturday Night Live estadounidense que hicieron en las islas. De nombre Saturday Live, permitió a los espectadores conocer de manera directa a los nuevos cómicos como monologuistas o creadores de personajes sin la tiranía habitual en la comedia británica de los escritores.  

Uno de los que alcanzaría mayor fama en este programa sería Harry Enfield, que junto a Paul Whitehouse crearía personajes reconocibles como «Stavros» —el dueño de un Kebab— y especialmente «Loadsamoney»; humorada a costa del obrero que da un pelotazo económico en esta Inglaterra de economía pujante.

Una canción con el personaje llegaría al número cuatro de las listas de éxito británicas, lo que quizá forzó la retirada apresurada de esta parodia (muchos imitaban al personaje en lugar de condenar su mezquindad). 

Casi a final de década, también, aparecería la viciosa The New Statesman (Un diputado fantástico en España), que convirtió a Rik Mayall en un político neoconservador de moral corta y ambición infinita.

Este politicucho sin escrúpulos tenía además una pareja cómica excelente, el diputado conservador Piers Fletcher-Dervish (Michael Troughton, de gran parecido a Francisco Marhuenda), que intentaba poner freno sin éxito a los abusos de Alan B’ Stard (el personaje de Mayall). 

La serie tuvo cuatro temporadas de calidad decreciente e incluso tendría una revista teatral. Escrita por la pareja Laurence Marks y Maurice Gran, quizá el momento más recordado de la serie es el monólogo antieuropeo que declama Rik Mayall en Bruselas como eurodiputado y que casi predice la propaganda del «Brexit»:

¿Por qué nosotros, el país de donde viene Shakespeare o Christopher Wren —Por Dios bendito ¡mirad nuestros billetes del banco!—, hemos de acobardarnos ante las patrias que han creado a Hitler, Napoleón, la Mafia y…y…los Pitufos?

El último gran producto emanado de «Footlights» en esta década sería A Bit of Fry & Laurie, un programa de «sketches» y humor fino —casi propio de los años 20— que tuvo su emisión de 1987 a 1995. Serie dominada y escrita por Stephen Fry y Hugh Laurie, suelen ser piezas donde el contraste entre los dos personajes (uno clarividente y otro tonto) dan pie a divertidos equívocos:

Stephen Fry: ¿Es nuestro lenguaje un síntoma del humor británico cínico, tolerante, adverso a las emociones impostadas, etc. o estas cualidades son externas al idioma en sí? Es el dilema del huevo y la gallina.

Hugh Laurie: (Mirando al espectador) Ahora estamos hablando de pollos y huevos.

Comedia fuera de tiempo, política aún sin ser violenta (guardan gran odio a los conservadores y Rupert Murdoch), la pareja acabaría como protagonistas en una inevitable adaptación de P.G. Wodehouse de 1990 a 1993 en ITV: Jeeves and Wooster. Los roles estarían claros: Hugh Laurie sería el aristócrata despistado y tontorrón Bertie Wooster, mientras que Stephen Fry no podría ser otro que el criado arregla entuertos Jeeves.

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Jeeves and Wooster; comedia de clase surreal perdida en los años 90.

Mucho más arriesgada e innovadora sería Enano Rojo, sin duda el mejor producto de ciencia ficción con comedia producido allí y brillante epitafio a la sátira televisada en los 80. Desde 1988 a nada menos 2020, ha llegado a las nueve temporadas y varias películas gracias a sus personajes divertidos.

La mayoría son los supervivientes de la hecatombe de la nave «Enano Rojo»: entre ellos el técnico de tercera David Lister (Craig Charles), un gato evolucionado en una especie de artista rock y el holograma Arnold Rimmer (Chris Barrie).

Este último es una proyección holográfica que mantiene la computadora central, la cual toma varios nombres y personalidades a lo largo de varias temporadas. «Enano…» estaba creada por Rob Grant y Doug Taylor, como hemos visto, y según el experto en televisión David Lavery mantiene «muchos elementos de ciencia ficción» algo que «contribuye a estatus de culto».

Los autores, también, cambiaron mucho el tono de una temporada a otra —especialmente luego de la cuarta— y la serie viró progresivamente de la comedia a la ciencia ficción pura. Con el tiempo se incorporaron más personajes, el androide sin maldad (David Ross), aunque el núcleo sería el trato entre Lister y Rimmer. 

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Los surreales protagonistas de la telecomedia «Enano Rojo».

Sus intercambios biliosos están marcados por una sátira de clase puntuada por acentos (Craig Charles, mestizo de madre irlandesa y padre guyanés, tenía un habla «scouse» de Liverpool bastante marcada) y personalidades contrapuestas:

Lister: Rimmer, has estado practicando esperanto durante ocho años. ¿Por qué eres tan completamente inútil?

Rimmer: ¡Habló! ¿Y cuántos libros has leído en toda tu vida? Los mismos que Champion The Wonder Horse ¡Cero!

Lister: He leído libros.

Rimmer: Uh, Lister, no estamos hablando de libros donde el protagonista es un perro llamado «Ben».

Lister: ¡Fui a la Facultad de Bellas Artes!

Rimmer: ¿Tú?

Lister: ¡Sí!

Rimmer: ¿Cómo llegaste allí?

Lister: De manera normal: el viejo método común y aburrido de entrar. Suspendí los exámenes y me postulé. Me pillaron.

Rimmer: Ah, pero no conseguiste un título, ¿no?

Lister: No, me fui. No duré mucho.

Rimmer: ¿Cuánto?

Lister: 97 minutos.

Los 90 esperaban: una década todavía más original, atravesada por la telerrealidad, y cuyos hitos siguen siendo relevantes en la actualidad.

nuestras charlas nocturnas.


Elisabeth Vigée Le Brun, pintura y belleza…


Esfinge(E.Merino) — Si hubiéramos asistido a su funeral, habríamos percibido, en el silencio del cortejo fúnebre —roto solamente por el ruido de las ruedas y los cascos de los caballos de su último transporte en esta vida—, el respeto que despertaba una mujer perteneciente a una acomodada clase social a pesar de no haber nacido en ella.

Eran tiempos en que los rostros y las imágenes se apresaban en un lienzo —la única forma de saber cómo era un lugar no visitado o una persona no conocida—, en que los buenos pintores y retratistas daban testimonio de los aconteceres de su momento existencial, de los personajes que deambulaban por su vida cotidiana, de las costumbres tal vez inconcebibles para personas de otro espacio-tiempo o de los paisajes distintos que tanto se transformarían en el futuro.

Ella fue Elisabeth. Madame Le Brun, como respetuosamente la nombraban las personas de educación. Excelsa pintora, dama apreciada por reyes y nobles de toda la Europa de su tiempo (1755-1842) y artista favorita de María Antonieta, fue la que nos hizo llegar la imagen de una reina finalmente ajusticiada cuando su vida no parecía encaminarse a un fin tan trágico.

Hay que añadir en su caso el ser testigo y fedataria de una sociedad convulsionada hasta sus cimientos por drásticos acontecimientos de amplias repercusiones no solo para la Francia en la que nació y vivió, sino para el mundo entero y los siglos venideros.

La «libertad, igualdad, fraternidad» surgió ante sus ojos, aunque vestida de espanto, y su peregrinación en el exilio la llevó a las cortes de Nápoles, Viena, San Petersburgo, y después a Alemania e Inglaterra, retratando a miembros de las casas reales y de las familias nobiliarias.

Monarcas y príncipes, vizcondes y marquesas abrieron las puertas de sus bellos palacios para ella y la colmaron de honores y regalos.

  • Quién lo iba a imaginar

Cuando teléfonos y ordenadores no existían en imaginación alguna, la gente reflexiva solía plasmar sus pensamientos en un diario que ejercía de confidente y consuelo ante los sucesos de la vida. También Elisabeth decidió escribir lo que sentía o pensaba en un pequeño cuaderno.

Por estos escritos íntimos supimos que, siendo muy niña, había echado en falta el afecto de sus padres, pues fue criada por una nodriza lejos de ellos hasta los cinco años, y cuando la reclamaron de vuelta al hogar, resultó que había nacido un hermano que, desde su percepción infantil, la eclipsaba ante los ojos de sus progenitores.

También nos contó que fue internada en un convento para recibir una buena educación, con la poca felicidad que aquella etapa le trajo. Pero como no hay mal que cien años dure, después de seis años pudo, por fin, vivir en el hogar y disfrutar de la vida familiar con el amor de sus padres y su hermano.

Su padre primero y su madre después serían piedras fundamentales en las primeras etapas de su vida para poder perfeccionar el don con el que nació: pintar y descubrir la belleza que cada ser humano puede reflejar.

A Elisabeth le fue concedida la dicha de una relación especial con su padre, pintor retratista como ella, que percibió su incipiente talento y la vocación que la impulsaba en cuanto la vio coger sus primeros pinceles, convirtiéndose a partir de entonces en su primer maestro.

Además de su arte, aprendió de su padre Louis a tratar con dignidad a cada persona que entraba en su estudio, algo que observó constantemente, pues él se relacionaba con asiduidad con artistas y hombres de letras. En aquellas veladas, a las que se le permitía asistir a pesar de ser una niña, descubrió que existía un arte que era bueno cultivar: el de hablar con agudeza.

Esa fortuna terminó cuando su padre murió en un accidente doméstico cuando ella tenía doce años. Los ingresos como peluquera de su madre no alcanzaban para mantener a los tres miembros de la familia. Era su madre quien la acompañaba cada domingo para descubrir los cuadros de acceso público de los más grandes maestros.

La belleza del día: “Autorretrato”, de Elisabeth Louise Vigée-LeBrun -  Infobae

La necesidad y la determinación de no interferir en el desarrollo del talento de su hija restándola tiempo para afianzar su arte llevaron a su madre a tomar la decisión de volver a casarse solo ocho meses después de enviudar. Para entonces, y a tan corta edad, Elisabeth ya había comenzado a pintar retratos que la ocupaban muchas horas, lo que generó sus primeros ingresos, aunque no eran suficientes para su situación familiar.

El nuevo padre, joyero de buena posición, resultó ser un fiasco, pues su tacañería convirtió la casa a la que se habían mudado en una cárcel para su madre, y todo lo que ganaba Elisabeth con sus cuadros era inmediatamente confiscado por el nuevo cabeza de familia, sin dejarle a ella una sola moneda.

  • El don de captar la belleza y plasmarla

Los amigos de su padre se preocuparon de su situación de artista huérfana, y recibió la ayuda de varios maestros en el arte de pintar que la instruyeron sobre el dibujo y el manejo de los colores, pero también sobre la importancia de aprender historia y mitología para las escenas de sus lienzos.

Elisabeth fue consciente desde el principio de que dibujaba con facilidad lo que veía y de que tenía el don de captar con una sola mirada el detalle que marcaba el carácter de la persona que posaba ante ella. Ella se percibía como una privilegiada por el hecho de ser mujer en lo que se refería a los retratos.

Pensaba que no era suficiente tener capacidad de observación, y que la flexibilidad y la modestia necesarias para adivinar la verdadera personalidad del modelo se ajustaba mejor a su condición femenina.

También descubrió pronto que sabía sacar de cada mujer —más que en el caso de los hombres— aquella peculiaridad que la convertía en cautivadora, fuera noble, burguesa o cortesana, estuviera catalogada oficialmente como hermosa o no. Creía que una actitud, una sonrisa o una mirada otorgaban un atractivo insospechado a cualquier mujer aparentemente desprovista de belleza.

Ella sabía generar la suficiente confianza como para captar su gracia natural. Elisabeth no se limitaba a observar las facciones de un rostro, sino que pretendía adivinar lo invisible tras lo visible del retratado sin incomodarle.

  • La discreción, lo primero

Desde el principio, su madre la acompañaba cuando no realizaba los retratos en su propio estudio, y la hizo notar que se estaba convirtiendo en una hermosa joven, algo que podemos constatar en sus primeros autorretratos.

Uno de los consejos que siempre tuvo presente fue que resistiera a las innumerables trampas de los inevitables donjuanes que se cruzarían en su camino si quería conservar el honor y ser respetada. Una artista, más que cualquier otra mujer, debía prestar especial atención a su reputación.

Elisabeth entendió muy pronto que, si no inspiraba confianza, las personas honestas se negarían a entrar en su estudio.

Más tarde contaría que se imaginaba en la obligación de reconfortar a su modelo dándole la impresión de que todas las palabras que decía se perdían como si nunca hubiesen sido pronunciadas. Elisabeth pensaba que el pintor tenía que ser como una tumba, cumpliendo un pacto no declarado de silencio, pues en caso contrario se desacreditaba a sí mismo.

Cada sesión se convertía en un viaje hacia la parte desconocida del otro, y su labor se concentraba en desvelar su verdad.

Tuvo ocasión de ejercitar esta cualidad a lo largo de su carrera. Cuando era solicitada en palacios o casas nobles, no faltaban las preguntas de quienes la visitaban después requiriéndole todo tipo de detalles y anécdotas.

Ella siempre sonreía sin responder, y esta actitud era apreciada por el mismo que preguntaba, pues era la garantía de que mantendría la misma discreción con respecto a sus propias manifestaciones.

Pero también tuvo que desarrollar otras cualidades. Ya en su adolescencia aprendió a canalizar su rabia transformándola en arte. La ocasión se la presentó su padrastro, que además de portarse injustamente, la ponía en una situación de desasosiego al ver sufrir a su madre, prisionera en el hogar de aquel hombre.

Un buen día decidió concentrar en su estudio todo su enojo contra aquel horrible suplantador de su padre, al que odiaba incluso por utilizar sus vestimentas heredadas sin ni siquiera adaptarlas a su talla y quiso plasmar con su lápiz toda la amargura que sentía, dibujando con trazos enérgicos el esbozo de un personaje poco halagador: Harpagón, la personificación del avaro por excelencia, al que, por supuesto, le puso el rostro de su padrastro.

Retrato de Madame Molé-Reymond

Su indignación la llevó a retratarle con un aspecto ridículo, con un gorro de noche y un batín, y fue tanta la risa que le produjo que en aquel momento se dio cuenta de que una pasión negativa como la ira había estimulado de tal modo su imaginación que se había liberado de ella.

Sin embargo, el cuadro todavía no había cumplido su misión. Decidió dar más empaque a su obra pintándolo al óleo y estudiando el lienzo para darle el acabado adecuado.

Y entonces vio que una forma estupenda de equilibrar la simetría y el contenido sería retratar a su propia madre, la otra parte de la historia, y hacerlo con un contraste total: su madre, una mujer hermosa, sería vengada para toda la eternidad (de hecho, así resultó).

Para ensalzarla la vistió de sultana, envuelta en sedas exóticas, y la pintó con colores pastel que la dulcificaban.

Tamaña originalidad le acarreó numerosas felicitaciones por parte de las personas que contemplaron la obra terminada, y se dio cuenta de que había descubierto una forma personal de pintar, situando a sus retratados en situaciones o vestimentas originales.

  • Una invitación inesperada

Con solo dieciséis años, recibe en su casa la visita de un chambelán del Palacio Real, que trae un mensaje de la duquesa de Chartres en el que la invita a visitarla para realizar su retrato. La duquesa era la mujer más rica de Francia, lo cual implicaba que se empezaban a abrir puertas muy altas para la pintora.

Acompañada por su madre, que siempre la ayudaba a colocar los útiles necesarios y la esperaba discretamente, Elisabeth sintió una gran alegría porque, lejos de sentirse aturdida, el retrato cobró forma inmediatamente en su imaginación y supo enseguida cómo iba a pintarla.

Elisabeth siempre pensó que la pintura era un don que había recibido para darle buen uso y que, lo mismo que un sacerdote se valía de la plegaria y la contemplación para llegar a Dios, ella lo hacía a través de su arte. Cuando se fuera de este mundo, se imaginaba al Señor preguntándole qué había hecho con su talento.

Toda su preocupación era reunir suficientes buenos cuadros para responderle. Solía decir que pintar, además de ser su placer y su exaltación, era también su deber, un encargo recibido desde su nacimiento del que debía mostrarse digna. Escribió que cada mañana, cuando entraba en el estudio, sentía la singular sensación de nacer de nuevo con el día que llegaba.

  • Veladas y tertulias

En su vida parisina mantuvo la costumbre, heredada de su padre, de confraternizar con gente relacionada con la cultura y el arte. Cuando la luz del día se apagaba y frenaba su actividad artística, se reunía con otros pintores y literatos, y terminaban la jornada con buenas palabras, cuentos y versos. Elisabeth se sentía cómoda en este ambiente donde, según sus palabras, fluía la inteligencia y las risas se desataban.

Pero no todo era de color de rosa en este camino de perfección. También se presentaron obstáculos al comienzo que tuvo que solucionar (luego, aparecerían muchos más). Después de sus primeros éxitos, la policía embargó su estudio bajo la acusación de trabajar sin título, lo cual era contrario a los reglamentos de las corporaciones profesionales.

Pasado el primer shock del momento, tomó conciencia de que no bastaba con aprender y perfeccionar su arte, sino que había que cumplir con los requisitos que la sociedad imponía, así que tomó una determinación y se dispuso a cumplirla: sería maestro pintor, ingresaría en la Academia.

Así fue: en 1774, con diecinueve años, fue recibida como maestro pintor en la Academia de Saint-Luc, adquiriendo el derecho a ejercer su arte y a enseñar. A lo largo de su carrera, daría este mismo paso en otras Academias. En 1783, fue aceptada en la Academia Real de Pintura y Escultura como pintora de alegorías históricas.

Más tarde, y tras ser aclamada en Roma, la aceptarían en en la Academia di San Luca de aquella ciudad. Posteriormente, en Rusia, Elisabeth sería nombrada miembro de la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo.

Pero para eso todavía faltaba algún tiempo. Mientras tanto, ella se preocupaba (y así lo refleja en su diario) de no dejarse engañar por la vanidad. Elisabeth era consciente de que su consagración pública le llegaba cuando todavía era muy joven, siendo acogida calurosamente por el círculo de los ilustrados, y se proponía mantener la cabeza fría y perseverar en su labor sin perder de vista la humildad.

Élisabeth Louise Vigée Le Brun.
  • Sucedió en Versalles

¡Ah, Versalles! En cierta forma, todo comenzó allí un día de 1779. Elisabeth contaba veintitrés años.

Intentemos, por nuestra parte, no juzgar en blanco y negro los mundos que no vivimos, en el dilema de que todo estuvo bien o todo estuvo mal. Los claroscuros son innatos a cualquier paisaje, y lo que permite emerger las sugerentes peculiaridades de un rostro en un papel son las sombras.

No todo en la Revolución francesa fue bueno ni malo. No todo en la nobleza parisina fue bueno ni malo. Ni todas las personas fueron héroes ni todos villanos. Hubo de todo, entreverado como los hilos de un tapiz, que nos dejó a nosotros —su futuro— una imagen congelada de ciertos colores. Pero la vida fluía por debajo de esa imagen, con sus luces y sus sombras.

Aparte de los cacareados excesos de la clase noble y de las innegables costumbres superficiales de una vida regalada, también hubo artistas, científicos, aristócratas de formidable educación y una sociedad luminosa y refinada, elegante y sensible, que rendía culto a la belleza y apreciaba el arte de la conversación.

Aquel día en que fue requerida para presentarse en palacio ante la reina, Elisabeth inició una relación de amistad que duraría varios años. La soberana le pidió un retrato, y quedó tan encantada con la obra terminada que luego vendrían algunos más. En total, treinta veces retrató a María Antonieta, y varias de las imágenes más conocidas que hoy conservamos de ella tienen la firma de Elisabeth.

Pero la pintura no solo es pintar, es también la vida que se desenvuelve alrededor de un cuadro. Claro ejemplo de ello lo constituye un cuadro de la familia real que pretendía cumplir una función política en vísperas de la Revolución francesa, y que le fue encargado a Madame Le Brun con todas las formalidades.

Se necesitaba un gran cuadro que mostrara a la reina como una amorosa madre presentando a sus hijos al pueblo, en un momento en que los ánimos estaban exaltados y la imagen popular de la soberana estaba muy discutida. La familia real sería la protagonista, y María Antonieta, junto a sus vástagos, debía atraer las miradas y los corazones de los espectadores, apaciguando y reconfortando al país. Tenía que aparecer el heredero del reino junto con los dos príncipes y su hermana mayor. Un cuadro plagado de símbolos, pues no solo se transmitía la continuidad de la realeza en Francia, sino la sólida alianza con Austria.

Elisabeth entendió bien cuál era su cometido: mostrar a una madre con sus hijos con todo el encanto y belleza posibles, pero también a la reina, con toda la dignidad de su augusta majestad, de manera que el espectador percibiera que allí había alguien capaz de asumir el poder si el rey faltara y que despertara en él la devoción y el respeto.

Para entonces, Elisabeth estaba casada, tenía una hija de seis años y estaba otra vez embarazada. Su matrimonio, por cierto, no había sido una decisión muy acertada. Ella misma confesó que tuvo muchas dudas el mismo día que caminaba hacia el altar y estuvo tentada de contestar «no» al cura. Pero la insistencia de su madre, que la había impulsado a dar este paso, y el vehemente deseo de huir de la casa de su padrastro la convirtieron en una mujer casada.

No es que fuera malo su marido, pues era un hombre agradable, pero tenía el defecto de ser mujeriego y de gastar todo el dinero que pasaba por sus manos en el juego. Por supuesto, gastó sus ingresos como marchante de arte y también los de Elisabeth, que tenía en el bolsillo veinte francos cuando tuvo que huir de Francia al estallar la Revolución después de haber ganado más de un millón.

En lo que respecta al cuadro antedicho, Elisabeth trabajó durante meses sin escatimar esfuerzos delante de aquella tela inmensa. Por fin, consiguió una composición bien dispuesta, para lo cual había tenido que estudiar y visitar museos con el fin de conseguir la inspiración y la información necesarias para colocar a todos los personajes con su debido protagonismo. Sin embargo, sucedían acontecimientos que modificaban su trabajo.

El primer suceso inesperado fue el nuevo embarazo y alumbramiento de la reina. Era el comienzo de 1786, y Elisabet añadió una cuna a la derecha del cuadro, rectificando el equilibrio de los volúmenes que eso requería sin romper la armonía del conjunto.

La reina, con un vestido de terciopelo bordado de piel y sentada en un sillón dorado, llevaba en su regazo al duque de Normandía, su hijo menor. La niña mayor, madame Royale, se veía a la izquierda sobre el hombro de su madre, y el delfín, heredero de la Corona, estaba a la derecha ligeramente inclinado ante la cuna donde dormía el bebé, la princesa Sofía. Estaban en el Salón de la Paz y se adivinaba el paso hacia la Galería de los Espejos.

Había conseguido colocar todos los símbolos necesarios. Se idealizaba la maternidad, atribuyéndola dulzura y orgullo, y se mostraba a la reina con majestad, dignidad y distinción, mientras que en el decorado y en la vestimenta se mostraban todas las insignias de la realeza.

Durante este encargo, Elisabeth perdió a su bebé, que fue una niña tan frágil que murió a las cuatro semanas de nacer, lo que dejó a la pintora descompuesta anímicamente. Pero ella se obligó a trabajar en el cuadro con más empeño todavía, intentando obtener la inspiración suficiente como para conmover a los franceses y transmitirles la dulzura y bondad que ella veía en María Antonieta, a la que consideraba injustamente incomprendida.

Pero no habían terminado los obstáculos para culminar este propósito. Cuando ya estaba casi terminado el cuadro, dos meses antes de su presentación oficial, sucedió algo terrible: la pequeña princesa, el bebé de la escena, murió. Elisabeth se sentía más unida que nunca a la reina tras haber sufrido una tragedia como la suya y sabía que el cruel dolor tardaría en cicatrizar sin desaparecer nunca. El luto afectaba a la reina, pero también repercutía en el trabajo de la pintora.

Contemplando su obra, se lamentaba de que tenía que solucionar la composición sin tiempo para empezarlo todo de nuevo, pues pronto se inauguraría la exposición en la que se iba a presentar. Si quitaba la cuna (y esto lo sabemos por sus propias palabras), se deshacía toda la composición.

El precioso bebé estaba dormido en la cuna y su hermano, el delfín, hacía el gesto de llevarse un dedo a la boca para pedir silencio velando el sueño de su hermanita. Poco a poco fue haciendo retoques y, al final, quedó la cuna vacía, como si fuera para el niño pequeño que la reina tenía en su regazo. En cuanto al delfín, le cambió la posición de su brazo consiguiendo un gesto lleno de gracia.

  • El terror bloquea la inspiración

Pero llegaban los tiempos sombríos… Aquella época de magnificencia y maneras exquisitas estaba a punto de extinguirse de manera abrupta. Los aires de la Revolución habían tomado la calle, y Elisabeth comenzaba a tener miedo, hasta el punto de no poder pintar, como si su alma se hubiera secado.

Ya no podía vivir tranquila y comenzaba a ver fantasmas por todas partes. Decidió que había llegado la hora de partir para salvar su vida, a pesar de los consejos de muchos amigos que pensaban que exageraba, muchos de los cuales morirían después por pensar tal cosa.

La bañista - Élisabeth Vigée-LeBrun - Historia Arte (HA!)
La bañista – Élisabeth Vigée-LeBrun 

En 1789 huye de París con su hija y su institutriz amparada por la noche rumbo a Italia.

Allí revive y recupera las ganas de pintar ante la cantidad de belleza acumulada en sus obras de arte.

Tres días después de llegar, es recibida como miembro de la Academia de Bolonia.

Sin embargo, no tiene un céntimo, pues todo el dinero que había ganado lo dilapidó su marido.

Además, no tiene nada que mostrar de su larga carrera de veinte años, a pesar de haber pintado más de cuatrocientos retratos.

Sin embargo, el primer cuadro que pinta en Italia atrae a gente entusiasmada que acude a su estudio, desfilando más de cincuenta personas diarias para contemplarlo.

En Roma recibe un encargo que la llena de motivación: retratar al papa. Sin embargo, debe renunciar con dolor a realizarlo porque no se le permite prescindir durante su ejecución del velo que el protocolo impone.

Recupera sus antiguas costumbres, alimentándose de belleza con los innumerables tesoros artísticos que se ofrecen al público y reuniéndose con la sociedad culta en veladas cotidianas. Mientras, su marido se ve obligado a divorciarse para que no confisquen sus bienes y, ante la ola de refugiados, decide trasladarse a Viena.

Nuevamente debe darse a conocer en una ciudad extranjera y preocuparse por su futuro. La historia se repite: comienza a tener una larga lista de encargos, dedica todo el día a trabajar sin desmayo y acude cada noche a los salones elegantes.

Ante las trágicas noticias que le llegan de París, donde cada día pierde a amigos guillotinados, decide cerrarse a cualquier noticia, pues la idea que le preocupa es que su hija, su institutriz y ella misma dependen de su trabajo y no puede permitirse enfermar o caer en la melancolía.

En 1793 es ajusticiada María Antonieta, y dos años después, cuando llevaba ya seis de exilio, Elisabeth decidió partir hacia Rusia; contaba cuarenta años de edad. Sus primeras ganancias las perdió al quebrar el banquero que las tenía. Después, un criado le robó la mitad de lo que tenía y se preguntaba si será su destino no poder conservar nada de lo que ganaba.

En Rusia, como en los demás países, vuelve a recibir una avalancha de encargos y dedica las noches a bailes, conciertos y espectáculos. Entabla relación con Catalina la Grande, la mujer más poderosa de Europa, y recibe el encargo de retratarla, lo que colma todos sus deseos de artista. Sin embargo, tres días antes de la primera sesión, la zarina muere de repente, lo que la causa gran desconsuelo.

Su salud comienza a resentirse: muere su madre, su hija se casa y se va de su lado. Aunque recibe más encargos bien remunerados que nunca, no puede asumirlos porque le fallan las fuerzas.

Después de doce largos años regresa a su patria bajo el reinado de Napoleón, pero vuelve sola y enferma. Durante el regreso pinta a varios miembros de la casa real de Prusia.

Por fin, llega a París, pero algo ha cambiado. Echa de menos las costumbres civilizadas, el arte de hablar, la despreocupación de las veladas de antaño. Algo no le cuadra en esta fraternidad proclamada, pero defendida con sangre y violencia. Sus amigos han muerto asesinados o han envejecido. Decide partir a Inglaterra.

Otra vez se ve en el dilema de asegurar su vejez pintando todo lo que sus cuarenta y siete años le permitan. A pesar de las hostilidades que brotan entre Francia e Inglaterra, su amistad personal con el príncipe de Gales la exime de cualquier molestia por su nacionalidad.

Después de tres años agradables embarca con dirección a Suiza en 1807 y allí es nombrada miembro honorario de la Sociedad para el Avance de las Bellas Artes de Ginebra.

Volvió a Francia para vivir durante unos años en una casa que compró en Louveciennes, hasta que le fue arrebatada por el ejército prusiano durante la guerra de la coalición europea contra Napoleón en 1814. Regresó a París y allí recibió la trágica noticia de la muerte de su hija en 1819.

Sus últimos años transcurrieron entre las dos ciudades, con la compañía de algunos de sus cuadros, una vida tranquila y veladas compartidas con algunos amigos.

Elisabeth Vigée Le Brun tuvo el privilegio de captar y transmitir belleza, fue poseedora de una tenacidad de hierro y sus buenos modales aderezados con una dulce discreción le abrieron los corazones de una gran parte de la realeza europea.

Su legado permanece ante nuestros ojos más de dos siglos después: setecientos retratos de personajes reconocidos, algunos autorretratos y cerca de doscientas obras de otros géneros de pintura, todo ello repartido en más de cien museos de veinte países.

Una vida, una historia, una enseñanza.

nuestras charlas nocturnas.


Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la desinformación: los negacionistas de los alunizajes…


los negacionistas de los alunizajes.

Muy Interesante(L.A.Gámez) — Pregunta a un grupo de jóvenes si cree que el ser humano ha pisado la Luna. Te llevarás una sorpresa. Muchos te dirán que no, y alguno te preguntará si te refieres a que lo hizo en julio de 1969 o después. Es lo que hay. Estos son los negacionistas de los alunizajes.

– ¿Huellas en la Luna?

En las dos últimas décadas he constatado personalmente un aumento de los negadores de la hazaña del Apolo 11. Y no precisamente entre gente con poca formación, sino entre licenciados universitarios, incluidos los de ciencias.

Así, cuando en diciembre de 2010, durante la grabación del episodio piloto de la serie Escépticos, del ente televisivo vasco ETB, pregunté a un grupo de futuros geólogos si estaban convencidos de que el hombre había llegado a la Luna, ninguno respondió que sí. Ninguno.

Hace unas semanas, cuando hice la misma consulta a un grupo de licenciados universitarios aspirantes a periodistas, solo uno de trece levantó la mano. Por fortuna, también he comprobado que, expuestos ante los hechos, la mayoría de esos incrédulos cambia de opinión.

Pero ¿cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí?

. Desde la Tierra a la Luna… y vuelta a la Tierra: la persistencia de un mito

Aunque unos 600 millones de personas vieron por televisión cómo caminaban por nuestro satélite Neil Armstrong y Buzz Aldrin, ya entonces había quién dudaba que tal gesta, comparable con la circunnavegación de la Tierra que protagonizó Juan Sebastián Elcano hace quinientos años, fuera real.

Bill Clinton recuerda en su biografía (Mi vida, 2004) cómo había ayudado en el verano de 1969 a un viejo carpintero a montar una casa prefabricada en Arkansas; el hombre le dijo que no creía que hubiera tenido lugar la misión del Apolo 11, porque “los tipejos de la tele” podían perfectamente haber hecho un montaje.

Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la desinformación: los negacionistas de los alunizajes.
Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la desinformación: los negacionistas de los alunizajes. Según las conspiraciones, el alunizaje se grabó en un estudio de televisión. Imagen creada por IA Gemini.

. El escepticismo en las encuestas

En junio de 1970, una encuesta de un grupo de periódicos estadounidenses revelaba que un sector de la población negaba los, hasta entonces, dos alunizajes. El escepticismo, según el sondeo, era mayor en los guetos negros, donde, en algunos casos, los incrédulos superaban la mitad de la población.

Expertos como Roger D. Launius, exhistoriador jefe de la NASA, achacan tal fenómeno a que buena parte de la población de color de la época desconocía el enorme esfuerzo que había supuesto el programa Apolo.

Seguramente, ese fue un ingrediente clave en la negación inicial de los alunizajes por parte de un sector de la ciudadanía, pero, desde luego, no fue el único. Ponte en la piel de alguien que entonces tuviera setenta años.

Cuando nació, no existían la televisión o la radio; no se habían conquistado los polos ni se había ascendido el Everest; no existía la penicilina, una transfusión de sangre podía matarte y solo se volaba en globo. No debería sorprendernos que las personas que se habían criado en un mundo así dudaran de que se hubiera llegado a la Luna.

. ¿Un escenario de Hollywood o la frontera de la humanidad?

“Desde el principio de las misiones Apolo, un pequeño grupo de estadounidenses negó que hubieran sucedido.

Argumentaba que habían sido simuladas en Hollywood por el Gobierno federal para propósitos que iban desde la malversación de fondos públicos hasta ciertas teorías de la conspiración muy complejas, que implicaban intrigas internacionales y asesinatos”, explicaba hace unos años Launius.

Al principio, era una idea marginal. Por eso, cuando en 1976 el bibliotecario estadounidense Bill Kaysing publicó por su cuenta un libro titulado We Never Went To The Moon (Nunca fuimos a la Luna), este pasó prácticamente desapercibido.

A finales de los años 90, varias encuestas apuntaban que el 6 % de los habitantes de Estados Unidos –unos doce millones de personas– creían que los alunizajes se habían rodado en un estudio cinematográfico, más o menos como sucedía en la película Capricornio Uno (1978), de Peter Hyams, en la que la NASA decide falsificar en un plató la llegada de los primeros humanos a Marte tras detectar un fallo en el sistema de soporte vital de la nave que iba a llevar a los astronautas al planeta rojo.

. ¡La película fue hecha para parecer real!

“Las filmaciones de los Apolo son extraordinariamente parecidas a las escenas de Capricornio Uno”, argumentaba el 13 de febrero de 2001 el narrador de Conspiracy Theory: Did We Land On The Moon? (Teoría de la conspiración: ¿aterrizamos en la Luna?), el documental de la Fox que relanzó la idea de la falsedad de los alunizajes.

Capricornio Uno fue rodada en 1978, mucho después de que el último hombre caminara sobre el satélite. ¡La película fue hecha para parecer real! Esta afirmación es particularmente ridícula e indica hasta qué punto estaban dispuestos a llegar los productores para hacer un programa sensacionalista”, lamentaba días después el astrónomo estadounidense Phil Plait.

Las afirmaciones ridículas son, como veremos, la tónica entre los promotores de la conspiración lunar.

El impacto del documental de la Fox fue tan grande que la NASA encargó inmediatamente al ingeniero espacial y escritor James E. Oberg un libro que demostrara la realidad de los alunizajes. Pero el 4 de noviembre de 2002 el periodista Peter Jennings ridiculizó la idea en su programa World News Tonight, en la cadena ABC, donde, en esencia, acusaba a la agencia de rebajarse gastando “unos pocos miles de dólares” para convencer a alguna gente de que había llevado astronautas a la Luna.

. Conspiración en las Vegas

Preocupada por su imagen, la NASA se echó atrás y dejó así el campo libre a los partidarios de la conspiración, como el citado Bill Kaysing, cuyo hasta entonces olvidado libro se convirtió a partir de ese momento en la biblia de los conspiranoicos.

Kaysing asegura en su obra que la NASA se dio pronto cuenta de que el proyecto Apolo era irrealizable en el plazo marcado por el presidente Kennedy en 1962, cuando se comprometió a poner a un ser humano en la Luna antes del final de la década. Según indica, la agencia espacial y la Casa Blanca decidieron falsificar los alunizajes y eligieron para ello Las Vegas. ¿Por qué?

Porque en esa ciudad los astronautas podían divertirse –“era el lugar ideal para relajarse y recuperarse del viaje a la Luna”–, por su gastronomía y porque “las recepcionistas y secretarias del centro de control del Proyecto de Simulación Apolo fueron reclutadas en los casinos, lo que añadió atractivo al lugar”. 

Las pruebas de Kaysing para situar la filmación de los falsos alunizajes en la capital del juego son tan poco sólidas como las que presenta para demostrar el montaje.

los negacionistas de los alunizajes.

– Más allá de la conspiración: desmontando los mitos que desmienten los alunizajes

“¿Estrellas? ¿Dónde están las estrellas?”, se pregunta repetidamente Kaysing para apoyar su tesis del rodaje en Las Vegas. Este argumento, junto con el de que la bandera ondea –algo imposible en el vacío–, es uno de los preferidos por los negadores de las misiones Apolo.

. ¿No hay estrellas?

Imagínese una megaconspiración que se va al traste solo porque a unos técnicos inútiles se les olvida pintar las estrellas en el telón de fondo del estudio. Ridículo, ¿verdad? 

Lo cierto es que las cámaras de las misiones Apolo sacaban las fotos con un tiempo de exposición muy corto para que estas no se velaran debido a la intensa luz del Sol y su reflejo en la superficie lunar; y eso hacía que el brillo de las estrellas fuera demasiado débil como para impresionar la película.

De hecho, no se ven estrellas en las fotos de prácticamente ninguna misión tripulada, con excepciones contadas, como un par de imágenes del último vuelo del transbordador Endeavour, en mayo de 2011, tomadas desde la Estación Espacial Internacional con unos tiempos de exposición largos.

. La bandera

Respecto a la bandera, los defensores de la conspiración escamotean al público que el mástil contaba en su extremo superior con un travesaño –visible en las fotografías– del que cuelga la arrugada enseña para simular así lo que sucede en la Tierra gracias a la atmósfera.

Merece la pena destacar que, aunque trabajó para la compañía constructora del Saturno V –como recuerdan constantemente sus seguidores–, Kaysing era filólogo, carecía de conocimientos de ingeniería y abandonó la firma en 1963, antes incluso de que se empezaran a diseñar los motores del cohete.

.. Las naves

Un argumento a primera vista consistente con la conspiración es el de que, para llegar a la Luna, hay que atravesar los llamados cinturones de Van Allen y la exposición a la radiación de esas regiones, donde se concentran las partículas cargadas del viento solar atrapadas por el campo magnético terrestre, habría acabado matando a los astronautas.

Sí, es cierto, y la NASA lo sabía.

Por eso, las misiones Apolo fueron diseñadas para que las naves atravesaran esas zonas en el menor tiempo posible. Al final, cada uno de los astronautas que viajó a la Luna se expuso a una dosis extra de radiación de alrededor de 0,01 sieverts, el equivalente a una tomografía axial computarizada de abdomen y pelvis o a la radiación natural que recibimos en tres años.

– La evidencia irrefutable de los alunizajes

Los alunizajes, por el contrario, cuentan con muchas pruebas a su favor, desde las piedras lunares analizadas por geólogos de todo el mundo hasta las imágenes enviadas por la sonda Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO), en la que se pueden ver los restos dejados en el satélite, entre ellos los seis módulos de aterrizaje y los tres todoterrenos de las tres últimas misiones.

Pero la más sólida la proporciona la falta de respuesta de la extinta Unión Soviética. Está claro que, de haber sido todo un engaño, sus dirigentes habrían denunciado las trampas de Estados Unidos. Porque no hay que olvidar que la conquista de la Luna fue un episodio más de la Guerra Fría, una carrera entre dos potencias enemigas empeñadas en demostrar cuál era la más fuerte.

En el caso de Estados Unidos, en esa peculiar competición se invirtió el equivalente a unos 180.000 millones de dólares actuales y participaron más de 400.000 personas. Demasiada gente como para que un secreto del calibre de la conspiración de Las Vegas no hubiera trascendido. Porque ¿dónde están las pruebas de tal cosa?

. ¿Una película de Kubric o un foro de humor?

“La hija del director Stanley Kubrick desmiente que su padre rodara la falsa llegada a la Luna”, titulaba en julio de 2016 un diario español. Vivian Kubrick salía así al paso de un vídeo en el que el cineasta parecía confesar tal engaño en una entrevista supuestamente concedida a un periodista cuatro días antes de su muerte. Pero era un montaje más.

La idea de que Kubrick está detrás de las imágenes del alunizaje del Apolo 11 se planteó por primera vez en 1995, en un grupo de humor de la red de discusión en internet Usenet. Según el mensaje original, la NASA contactó con el cineasta en 1968, una vez que acabó 2001: una odisea del espacio, para que dirigiera los tres primeros alunizajes.

Al final, según contaba el comunicante anónimo, solo rodó dos y la recreación del paisaje lunar fue especialmente problemática. “Consecuentemente, las secuencias del [primer] paseo lunar se filmaron en el Mar de la Tranquilidad. Kubrick no acompañó a la tripulación al sitio lunar debido a su conocido miedo a volar.

Sin embargo, todas las escenas fueron cuidadosamente escritas de antemano, y Kubrick fue capaz de dirigir remotamente desde el Centro Espacial Johnson, en Houston, una película recreando el primer alunizaje”, explicaba el autor.

Sí, lo has leído bien. El origen de la presunta participación de Kubrick en los falsos alunizajes es un mensaje en un foro de humor que dice que la NASA contrató al cineasta para rodarlos y que, para dotar a las imágenes del realismo necesario, las escenas de Aldrin y Armstrong en el Mar de la Tranquilidad ¡se rodaron en la Luna!

Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la desinformación: los negacionistas de los alunizajes.
Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la desinformación: los negacionistas de los alunizajes. Imagen: Gemini.

. ¿Qué pasa con los OVNIS?

Otra de las patas de las teorías de la conspiración tiene que ver con los OVNIS. “Todos los vuelos de las cápsulas Géminis y Apolo han sido seguidos de lejos, y frecuentemente de cerca, por vehículos espaciales de origen extraterrestre o, si lo prefiere, platillos volantes”, aseguraba en 1975 el ingeniero Maurice Chatelain.

Este añadía que los astronautas habían informado siempre de los hechos al Control de la Misión, que les había ordenado “el silencio más absoluto”. Una revista esotérica española recordaba hace poco estas palabras de Chatelain, a quien presentaba como “un antiguo jefe de sistemas de comunicaciones de la NASA” que también había revelado que Armstrong y Aldrin vieron dos ovnis en el Mar de la Tranquilidad.

. La transcripción Pepper

De hecho, hasta existe una conversación entre estos últimos y Houston que presuntamente lo demuestra. Se la conoce como la transcripción Pepper, en honor a Sam Pepper, quien la publicó por primera vez.

En ella, los astronautas dicen cosas como: “Estas criaturas son gigantescas”; “Vimos unos visitantes. Estuvieron aquí un rato, observando los instrumentos”; “Había otras astronaves. Están alineadas al otro borde del cráter”; o “Han aterrizado ahí. Están en la Luna y nos observan”.

La charla se ha reproducido en innumerables libros y revistas sobre platillos. En España, por ejemplo, Juan José Benítez la presenta en Ovnis: SOS a la humanidad (1975) como una prueba de que en aquel viaje “ocurrieron cosas que no han sido comunicadas oficialmente”. Lo que ningún ufólogo cuenta es dónde salió a la luz este diálogo.

. Del Apolo 11 a Charles Mason

La transcripción Pepper se dio a conocer en septiembre de 1969 en la revista National Bulletin, que se vendía en los supermercados de Estados Unidos y que lo mismo descubría en su portada que Charles Mason era hijo ilegítimo de Hitler que la decoraba con modelos semidesnudas.

Por eso, hasta Curtis Fuller, director de Fate –la principal revista paranormal de la época–, se mostraba en 1970 “extremadamente escéptico” sobre su autenticidad.

Razones para ello no le faltaban. Los supuestos Armstrong y Aldrin emplean expresiones como “Control de Misión” y “repita, repita”, que nunca usaron los astronautas de las misiones Apolo. Estos siempre se referían al centro de control como “Houston”, y solicitaban que les repitieran algo con un “dilo otra vez”.

Por si eso no bastara, ningún radioaficionado de los pocos que siguieron las transmisiones de radio en directo –había que tener una antena de 3 metros de diámetro– escuchó algo parecido a esa conversación, tal como recuerda el exingeniero de la NASA James Oberg. La única duda respecto a la transcripción es si a Pepper lo engañaron o si se la inventó.

. Conspiranoicos de la Luna

Las historias lunares de Maurice Chatelain proceden de su libro Nuestros ascendientes llegados del cosmos (1975), obra en la onda de las de Erich von Däniken –uno de los autores que más férreamente defiende que los alienígenas trabaron contacto con nuestros ancestros en el pasado–, en la que sostiene que somos una especie creada por los extraterrestres “hace unos 65.000 años”.

No hay pruebas de lo que dice que ocurrió en la Luna; los ovnis vistos por los astronautas han sido identificados como fragmentos de sus naves; y las credenciales de Chatelain, repetidas hasta la saciedad en la literatura conspiranoica, son falsas: en realidad, nunca fue “jefe de sistemas de comunicaciones de la NASA”; su experiencia lunar se redujo a trabajar como ingeniero en una subcontrata que abandonó antes de la misión Apolo 11.

nuestras charlas nocturnas.


Claude Shannon, el genial matemático que inventó la era digital (y luego se retiró a su «cuarto de juguetes»)…


Retrato de Claude Shannon
«Mi mente divaga y se me ocurren cosas distintas día y noche. Como un escritor de ciencia ficción, pienso: ¿qué pasaría si fuera así?». Claude Shannon, 1916-2001.

BBC News Mundo —- Hay muchas cosas memorables sobre Claude Shannon.

Quienes trabajaron con él en los Laboratorios Bell en Nueva York, Estados Unidos, lo recordaban recorriendo los pasillos en un monociclo mientras hacía malabarismos con cuatro pelotas.

Sus colegas en Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) contaban que tenía sobre su escritorio un artilugio de su propia creación llamado la «Máquina Definitiva», una caja con un botón que, al prenderla, salía una mano mecánica y la apagaba.

Sin olvidar, por supuesto, que a los 21 años escribió «la tesis de maestría más importante de todos los tiempos», sentando las bases para todas las futuras computadoras digitales.

Ni tampoco que a los 32 años publicó lo que Scientific American llamó «la Carta Magna de la era de la información», pues inventó el bit, y explicó cómo comprimir y enviar cualquier mensaje con perfecta precisión.

Es por eso que muchos, al referirse a él, declaran que Shannon se inventó el futuro.

O, más bien, el presente en el que vivimos.

Y no exageran: su contribución dio la arquitectura intelectual de internet y la era digital.

«En los Laboratorios Bell y en MIT hubo muchos que compararon la intuición de Shannon con la de Einstein. Otros consideraron que esa comparación era injusta… injusta con Shannon», según el autor de «La fórmula de la fortuna», William Poundstone.

No obstante, su nombre no trascendió tanto como el de otros célebres científicos de su época.

¿La razón?

Tres payasos de juguete parecen hacer malabarismos con mazas, pelotas y aros; detrás del diorama, una compleja maquinaria mantiene todo en movimiento. Incluye un instrumento Casio VL-Tone que reproduce música
Aquí ves evidencia de dos de sus pasiones: hacer artilugios y malabarismo: 3 payasos parecen hacer malabarismos con mazas, pelotas y aros; detrás del diorama, una compleja maquinaria mantiene todo en movimiento, y un instrumento Casio VL-Tone reproduce música.

«Porque así fue como él lo quiso», señaló Rob Goodman, coautor de la biografía de Shannon «Una mente en juego».

«Se alejó conscientemente de la fama», agregó en una sesión con Quora.

Pero, además, porque su legado es relativamente intangible.

«Es fácil imaginar una computadora, pero más difícil imaginar el salto creativo que demostró que los interruptores o circuitos podían evaluar enunciados lógicos», indicó Goodman.

«Es fácil imaginar un teléfono inteligente, pero más difícil imaginar las ideas sobre la naturaleza de la información y la comunicación que hicieron posible ese teléfono inteligente.

«Shannon trabajó en ese nivel fundamental e intangible, razón por la cual es venerado entre los expertos, pero un tanto invisible para el público en general».

– Esa tesis

Tras graduarse en la Universidad de Michigan en 1936, Shannon trabajó como asistente de laboratorio para el pionero de la informática Vannevar Bush, vicepresidente y decano de ingeniería de MIT.

Solía ayudar a científicos visitantes a usar el «analizador diferencial», la computadora más poderosa del mundo en ese entonces, creada por Bush.

La enorme máquina análoga usaba un sistema preciso de ejes, engranajes, ruedas y discos para resolver ecuaciones de cálculo.

Para solucionar cada problema había que reorganizar todo el mecanismo de manera que sus movimientos correspondieran a la ecuación adecuada.

¿Pesadilla?

No para Shannon.

Analizador diferencial
Un analizador diferencial como el concebido por Bush y sus estudiantes en la década de 1920, aquí en el Centro de Investigación de U.C.L.A. en Nueva York, entre 1945 y 1955. Permitía realizar, en dos semanas, cálculos matemáticos.

Desde niño, además de deleitarse resolviendo problemas matemáticos que su hermana le pasaba, se divertía reparando radios, construyendo juguetes y hasta convirtió una cerca de alambre de púas en una línea telegráfica para comunicarse con un amigo.

Así que pasarse horas manipulando ese complejo mecanismo era un placer.

Y, al hacerlo, el engranaje de su mente trabajaba mucho más rápido que el de la máquina, como evidencia su tesis de máster, «Un análisis simbólico de los circuitos de relés y de conmutación».

En Michigan se había graduado como ingeniero eléctrico y matemático, y había tomado un curso de filosofía en el que conoció la obra del filósofo del siglo XIX George Boole.

Todo eso se conjugó cuando observó que la relación entre los interruptores eléctricos y la corriente podía imitar el proceso intelectual de la lógica simbólica y las matemáticas.

Los interruptores del circuito de control, que podían abrirse y cerrarse automáticamente, correspondían a la elección binaria de la lógica, en la que una afirmación es verdadera o falsa.

En el álgebra de Boole a las afirmaciones se les asignan valores: 1 a las verdaderas, y 0 a las falsas.

Basándose en esa teoría, Shannon aplicó el valor «1» a los circuitos abiertos y el valor «0» a los cerrados.

George Boole (1815-1864), ilustración de la revista The Illustrated London News, volumen XLVI, 21 de enero de 1865.
Su tesis combinó su interés en la lógica de Boole (aquí en una ilustración) y en la construcción de computadoras, dos temas que se consideraban completamente inconexos hasta que se fusionaron en su mente.

Además, en el álgebra booleana, las afirmaciones se pueden considerar junto con conjunciones como «y», «no», y «o».

Entonces, por ejemplo, algo como «si suena la alarma por la mañana y no es fin de semana, entonces tienes que ir a trabajar» sería el equivalente lingüistico de «si el número X no es igual al número Y, entonces realiza la operación Z» en el circuito de interruptores.

Una muestra de cuán fundamental fue su tesis es que hoy podemos fácilmente reconocer que eso es programar una computadora.

Pero entonces era una noción nueva que, cuando más tarde se puso en práctica, despertó asombro: implicaba que las máquinas tenían la capacidad de decidir qué hacer por sí solas… como los humanos.

Así, escribió Shannon, «es posible realizar operaciones matemáticas complejas por medio de circuitos de interruptores», pues podían adoptar cursos de acción alternativos según las circunstancias.

Con ese método simple y brillante emitió «el certificado de nacimiento de la revolución digital», declaró Alain Vignes en su libro «El silicio, de la arena a los chips».

– Una esposa computadora

Shannon había tenido la idea crucial para organizar las operaciones internas de un computador moderno casi una década antes de que existieran.

Pero cuando habló con el ex editor de la revista Spectrum John Horgan en 1982, le restó importancia.

«Simplemente sucedió que nadie más estaba familiarizado con esos dos campos al mismo tiempo», dijo, y agregó: «Siempre me ha gustado esa palabra, ‘booleano'».

«Me divertí más haciendo eso que cualquier otra cosa en mi vida», le dijo a otro periodista.

Bajo el ala de Vannevar Bush, Shannon decidió complementar su maestría con un doctorado.

Bush pensaba que especializarse en un solo tema sofocaba una mente brillante, así que le aconsejó hacer su tesis doctoral sobre genética, cuenta la revista MIT Technology Review.

¿Brillaría incluso sin tener conocimientos previos en un campo?

Cuando la completó, Henry Phillips, el director del Departamento de Matemáticas del MIT, escribió que Shannon podía «hacer una investigación de primera clase en cualquier campo en el que se interese».

Shannon sentado frente a un panel de prueba
Pronto, Shannon se dio cuenta de que, como dijo una vez, una computadora es «mucho más que una máquina de sumar». (Shannon en Bell Labs en 1954).

Poco después de obtener su doctorado, Shannon se fue a trabajar a AT&T Bell Laboratories.

Era 1940 y Europa estaba bajo la sombra de la Segunda Guerra Mundial, un conflicto en el que EE.UU. no se había querido involucrar directamente pero que quizás, como ocurrió, no iba a poder evitar.

Así que Shannon se puso inmediatamente a trabajar en proyectos militares como el control del fuego antiaéreo y la creación y descifrado de códigos, incluido uno que Churchill y Roosevelt utilizaron para conferencias transoceánicas.

Y conoció a quien sería su segunda esposa, Mary Elizabeth «Betty» Moore, una de las «computadoras» de Bell Labs.

Así se les llamaba a las personas, a menudo mujeres, que usaban y operaban las máquinas de la unidad de informática para encontrar soluciones matemáticas a través de lo que hoy llamamos programación.

Betty era analista numérica y se convirtió en asesora de Shannon en cuestiones matemáticas.

– La Carta Magna

Mientras trabajaba en lo urgente para la guerra, Shannon escribió «Una teoría matemática de la criptografía», finalizada en 1945 pero clasificada y, por lo tanto, no publicada hasta 1949.

Los entendidos consideran que con ella transformó la criptografía de un arte a una ciencia.

En ella exploró, entre otras cosas, la naturaleza y redundancia del lenguaje, temas que revisitaría en su obra maestra «Una teoría matemática de la comunicación».

La había estado formulando simultáneamente, en sus ratos libres.

Estatua de Claude Shannon en los Laboratorios Shannon de AT&T.
La teoría de Shannon se convertiría en el marco estándar que sustenta todos los sistemas de comunicación actuales: ópticos, submarinos e interplanetarios. (Estatua de Claude Shannon en los Laboratorios Shannon de AT&T).

Shannon había notado que, así como los códigos podían proteger la información de miradas indiscretas, también podían protegerla del ruido o la distorsion que sufría al ser transmitida, ya fuera por la estática u otras formas de interferencia.

Además, esos códigos podían usarse para empaquetar información más eficientemente, para poder transmitir una mayor cantidad de ella por telégrafo, radio, televisión o teléfono.

Comprendió que el significado semántico de un mensaje era irrelevante para su transmisión: no importaba qué decía, la cuestión era cómo cuantificar la información.

Para ello, definió las unidades de información, los fragmentos más pequeños posibles, y los llamó «bits» (o «bytes»), término que fue sugerido por su colega John Tukey como abreviatura de ‘dígito binario’.

Para expresar información en un bit, se usaría un 1 o un 0.

Cadenas de esos bits se podían utilizar para codificar cualquier mensaje pues describían todo, desde palabras hasta imágenes, canciones, videos y el software de juegos más sofisticado.

Aunque esas ráfagas de bits sufrían los mismos problemas que una señal analógica, es decir, debilitamiento y ruido, la digital tenía una ventaja: los 0 y los 1 eran estados tan claramente diferentes que, incluso después del deterioro, su estado original podían reconstruirse mucho más adelante.

Estas ideas y otras más contenidas en su Teoría matemática de la comunicación, como lo que llamó el «teorema fundamental» de la teoría de la información, eran proféticas.

Un concepto radical que altería para siempre la comunicación electrónica.

– Como un rayo

Shannon, sin embargo, no tenía prisa por publicar.

«Estaba más motivado por la curiosidad», explicó en una entrevista con la revista Omni, en 1987, añadiendo que el proceso de escribir para su publicación era «doloroso».

Finalmente superó su reticencia y su pionero artículo apareció en el Bell System Technical Journal en 1948.

Artículo de Shannon como apareció en la revista de Bell.
«Una teoría matemática de la comunicación» en el Bell System Technical Journal de 1948

El efecto fue inmediato y electrizante.

«Fue como un rayo caído del cielo», recuerda John Pierce, uno de los mejores amigos de Shannon en Bell Labs.

La revista Fortune, por ejemplo, la calificó como «una gran teoría científica que podría alterar profunda y rápidamente la visión del mundo del hombre».

Para Warren Weaver, director de la División de Ciencias Naturales de la Fundación Rockefeller, la teoría abarcaba «todos los procedimientos mediante los cuales una mente puede afectar a otra», incluyendo «no sólo el lenguaje escrito y oral, sino también la música, las artes pictóricas, el teatro, el ballet y, de hecho, todo el comportamiento humano».

Efectivamente, la teoría de Shannon cautivó a un público mucho más amplio que aquel al que estaba destinada.

Lingüistas, psicólogos, economistas, biólogos y artistas intentaron fusionarla con sus disciplinas.

A medida que la popularidad crecía, Shannon comenzó a preocuparse de que sus ideas se estuvieran usando indiscriminadamente y, por lo tanto, perdiendo su enfoque y significado.

En retrospectiva, no había razón para temer: la mayoría de las aplicaciones de su teoría a otras disciplinas, como la biología, la neurociencia o el análisis de redes sociales, han sido sólidas y muy valiosas.

Su obra era tan revolucionaria y general que sería empleada en una plétora de campos, desde internet hasta la información genética en el ADN, a pesar de que la formuló décadas antes de que existiera la web o se descubriera la doble hélice.

10 de mayo de 1952: El Dr. Claude E Shannon, matemático de los Laboratorios Bell Telephone, con un ratón electrónico en el laberinto
Shannon con su ratón al que nombró Teseo, en honor al héroe griego mítico que mató al Minotauro y logró salir del temible laberinto, que podía aprender a recorrer un laberinto sin errar tras una sola sesión de entrenamiento.

En cualquier caso, la preocupación no le duró mucho.

Mientras la comunidad académica seguía digiriendo el impacto de la teoría de la información, los intereses de Shannon cambiaron.

La suya no era sólo una mente teórica brillante, sino también una mente extraordinariamente divertida, práctica e inventiva, apunta Jimmy Soni, coautor de «Una mente en juego».

Así que se dedicó más de lleno a algo que siempre le había fascinado.

Durante gran parte de la década de 1950, Shannon pasó sus días en el laboratorio soñando y luego construyendo ingeniosos dispositivos.

Algunos resultaron ser prototipos de lo que hoy se denomina inteligencia artificial.

Entre ellos, el famoso Teseo, un ratón que podía resolver un laberinto mediante ensayo y error. Además, podía recordar la solución y también olvidarla en caso de que la situación cambiara y la solución ya no fuera aplicable.

O la máquina que «leía la mente». Tenía dos luces y un botón. El jugador adivinaba en voz alta si el artilugio encendería la luz izquierda o derecha, apretaba el botón, y una de las dos luces se encendía.

El éxito de la máquina dependía del registro de patrones.

Pero su motivación no era práctica.

«Hago lo que me sale naturalmente y la utilidad no es mi objetivo principal. Me gusta resolver problemas nuevos todo el tiempo», explicó en una ocasión.

«Me sigo preguntando: ¿Es posible crear una máquina para hacer eso? ¿Puedes demostrar este teorema? Estos son los tipos de problemas que abordo. No porque vaya a hacer algo útil».

Y eso estaba bien para su jefe, Henry Pollak, director de la división de matemáticas de Bell Labs, pues Shannon «se había ganado el derecho a ser improductivo».

– Cosas inútiles

Ya desde poco después de publicar su teoría, Shannon había rechazado casi todas las numerosas invitaciones para dar conferencias o entrevistas.

No quería ser una celebridad.

Más tarde, comenzó a retirarse no sólo de la vista del público sino también de la comunidad de investigación, preocupando a sus colegas de MIT, que lo había contratado en en 1958.

«Escribía artículos hermosos, cuando escribía, y daba charlas hermosas, cuando daba una charla. Pero odiaba hacerlo», recordó el destacado teórico de la información Robert Fano en conversación con MIT Technology Review.

Seguía, sin embargo, inventando artilugios, como su THROBAC, una calculadora que utilizaba números romanos para todos los cálculos, y una computadora portátil para ganarle a la ruleta en los casinos.

E incursionó en la poesía con un homenaje al cubo de Rubik, titulado «Una rúbrica sobre las cúbicas de Rubik».

«Paso mucho tiempo en cosas totalmente inútiles», le dijo a Horgan.

Y otras más útiles: desarrolló varios modelos matemáticos para predecir el rendimiento de las acciones y los ha probó con éxito en la bolsa de valores.

No obstante, aunque cuando colegas o estudiantes lo consultaban les daba todo de sí, solía pasársela encerrado en su oficina y, a mediados de la década de 1960, dejó de enseñar.

Su retiro oficial fue en 1978, y Shannon se fue feliz a su Casa de la Entropía, como llamaba a su hogar en las afueras de Boston, donde tenía su cuarto de juguetes.

Su ingenio no había disminuido: «¡Todavía construía cosas!», recordó su esposa Betty al hablar con MIT Technology Review.

«Una era una figura de WC Fields que rebotaba tres pelotas en un tambor. ¡Hacía un ruido tremendo!».

La Computadora ruleta portátil (izq) y el Jugador de rebotes (W. C. Fields)
La Computadora ruleta portátil (izq) y el Jugador de rebotes (W. C. Fields), dos de las muchas creaciones de Shannon.

La lista de sus creaciones es extensa.

Además de una variedad de máquinas diseñadas para jugar juegos abstractos, como el hexadecimal y un robot que resuelve el cubo de Rubik, hizo una trompeta que lanzaba llamas, un frisbee propulsado por cohetes, unos zapatos gigantes de poliestireno para poder caminar sobre el agua en un lago cercano…

… y muchos monociclos, en todas sus variantes: uno sin asiento; otro sin pedales; uno construido para dos; otro con una rueda cuadrada.

Muy rara vez se le veía en público, para el pesar de sus admiradores.

Pero en 1985, alentado por Betty, hizo una aparición inesperada en el Simposio Internacional de Teoría de la Información en Brighton, Inglaterra.

«Fue como si Newton hubiera aparecido en una conferencia de física», dijo el presidente del simposio, Robert J. McEliece.

Ese mismo año, tristemente, él y Betty comenzaron a notar ciertos lapsus de memoria, y en 1993 se confirmó que sufría de la enfermedad de Alzheimer.

La familia lo internó en un asilo de ancianos donde falleció en 2001.

«Claude hizo tanto por hacer posible la tecnología moderna que es difícil saber dónde empezar y dónde terminar», comentó el eminente ingeniero Robert G. Gallager, quien trabajó con Shannon en los años 60.

«Tenía una claridad de visión asombrosa. Einstein también la tenía: esa capacidad de abordar un problema complicado y encontrar la forma correcta de analizarlo, de modo que las cosas se vuelvan muy simples».

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En los años 80 hubo una «epidemia» de muertes por inhalación de humo: te contamos el curioso truco de una patente original …


Patente humo y detector.

Muy Interesante(E.M.F.Aguilar) — Cuando pensamos en incendios en edificios, lo primero que nos viene a la mente es, obviamente, el fuego. Sin embargo, la causa principal de muerte en estos casos no son las llamas, sino el humo. La inhalación de gases tóxicos puede desmayar a una persona en cuestión de minutos, reduciendo drásticamente sus posibilidades de escape o rescate.

Por eso, cualquier método que nos ayude a conseguir aire limpio en una situación de emergencia es invaluable. Y aquí es donde entra en juego un truco que pocos conocen: usar el váter y la manguera de la ducha para obtener aire fresco mientras esperas el rescate.

– El problema: el humo es el verdadero asesino

Durante un incendio, el humo se propaga rápidamente por pasillos y habitaciones, reduciendo la visibilidad y volviendo casi imposible respirar en pocos minutos. La mayoría de las víctimas de incendios no mueren por quemaduras, sino por asfixia o intoxicación debido a la inhalación de gases tóxicos.

Dependiendo del tipo de materiales que se estén quemando, el humo puede contener sustancias letales que afectan al cuerpo de diversas maneras.

Uno de los gases más peligrosos presentes en los incendios es el monóxido de carbono (CO), un compuesto incoloro e inodoro que impide que la sangre transporte oxígeno, provocando desmayos y, eventualmente, la muerte. Otro gas altamente tóxico es el cianuro de hidrógeno (HCN), liberado por la combustión de plásticos y materiales sintéticos como espumas y textiles.

El cianuro afecta al metabolismo celular, impidiendo que el cuerpo utilice el oxígeno de manera eficiente.

Además de estos, los incendios también pueden liberar dióxido de carbono (CO₂) en grandes cantidades, reduciendo la concentración de oxígeno en el aire y acelerando la hipoxia.

Otros compuestos irritantes, como el ácido clorhídrico (HCl) y el óxido de nitrógeno (NO₂), pueden inflamar las vías respiratorias, causando tos severa, dificultad para respirar y, en casos extremos, edema pulmonar.

En una situación así, la clave para sobrevivir es minimizar la inhalación de estos gases y encontrar una fuente de aire limpio hasta que los bomberos puedan sacarte de ahí. Cerrar puertas, tapar rendijas con telas húmedas y mantener la cabeza lo más cerca del suelo posible pueden ayudar a reducir la exposición al humo.

Sin embargo, en casos extremos, contar con un método alternativo de respiración puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Patente US4320756A.

– La solución: aire limpio desde el sistema de fontanería

En 1982, el inventor William O. Holmes, residente de Belmont, California, registró la patente US4320756, titulada Fresh-Air Breathing Device and Method (Dispositivo y método para respirar aire fresco).

La patente fue concedida el 23 de marzo de 1982 y describe un método innovador para permitir que las personas atrapadas en un incendio puedan acceder a aire limpio utilizando el sistema de fontanería del edificio.

La patente fue presentada en un contexto de creciente preocupación por las muertes por inhalación de humo en incendios en hoteles y rascacielos. Holmes diseñó este método como una solución de emergencia que pudiera aplicarse sin necesidad de equipamiento especializado.

Aunque su invención no tuvo un impacto comercial significativo, el principio detrás de ella sigue siendo útil en situaciones extremas.

Patente US4320756A.

«La reciente oleada de incendios en hoteles de gran altura y las muertes ocasionadas por ellos han generado la necesidad de un dispositivo y método para proporcionar aire fresco a un huésped de hotel y/o a un bombero hasta que puedan ser rescatados.

El dispositivo y el método de esta invención permiten la inserción de un tubo de respiración a través del sifón de agua de un inodoro para exponer un extremo abierto del mismo al aire fresco proveniente de una tubería de ventilación conectada a la línea de desagüe del inodoro, lo que permite al usuario respirar aire fresco a través del tubo», Holmes.

. ¿Cómo funciona este método?

  1. Ve al baño de la habitación o piso donde te encuentras. Si el humo ya está entrando, tapa las rendijas de la puerta con toallas mojadas.
  2. Toma la manguera de la ducha (o cualquier tubo flexible que tengas a mano). Si la ducha es fija, podrías intentar usar un snorkel o cualquier otra tubería disponible.
  3. Introduce el extremo del tubo en el váter y pásalo a través del sifón. Puede sonar extraño, pero el diseño de los inodoros incluye una trampa de agua que bloquea los gases del alcantarillado, separando el baño del sistema de ventilación.
  4. Sopla con fuerza en el tubo antes de inhalar. Esto servirá para eliminar cualquier residuo de agua.
  5. Respira por el tubo. El otro extremo estará en contacto con el aire fresco proveniente del conducto de ventilación, que generalmente está conectado al exterior del edificio.

. ¿Por qué funciona?

El sistema de ventilación de los inodoros en edificios modernos está diseñado para evitar la acumulación de gases y permitir un flujo de aire constante. Estas tuberías están conectadas al exterior, proporcionando una fuente de oxígeno que no está contaminada por el humo del incendio.

Además, el sifón de agua del inodoro actúa como un sellador natural, impidiendo que los gases del alcantarillado lleguen al baño. Al introducir un tubo a través del sifón, se supera esta barrera y se accede a un aire relativamente limpio en comparación con el ambiente saturado de humo en la habitación.

Aunque este método no es una solución perfecta y depende de la estructura del sistema de fontanería, en una situación extrema puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

. ¿Es seguro?

Este método no es perfecto y tiene algunas consideraciones:

  1. No elimina todo el riesgo, pero puede darte tiempo suficiente para ser rescatado.
  2. Puede haber malos olores o rastros de gases del alcantarillado. Pero, en comparación con el humo tóxico de un incendio, es una mejor opción.
  3. Solo funciona en edificios con un sistema de ventilación adecuado. En estructuras muy antiguas o inusuales, el aire podría no ser fresco.

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El reloj robado que le cambió la vida a los antiguos romanos (y otras curiosidades sobre la medición del tiempo)…


Esfera de reloj eterno de aspecto antiguo

Marcar el paso del tiempo ha sido una actividad humana, constante y universal.

BBC News Mundo — Retrocedamos en el tiempo, unos 2.300 años, para recordar el día en el que un objeto de un botín de guerra le cambió la vida a los antiguos romanos para siempre.

El año era 263 a.C., y Manio Valerio Máximo Mesala estaba sobre una tribuna frente a una multitud jubilosa que lo vitoreaba.

Por liderar sus legiones en una campaña triunfal, era el héroe de la Primera Guerra Púnica, lidiada entre Cartago y Roma, le contó a la BBC el experto en medición del tiempo David Rooney.

Más de 60 de las ciudades sicilianas habían reconocido la supremacía de Roma, y Valerio personalmente había negociado el tratado en Siracusa, que resultaría ser la alianza estratégica más importante en la historia romana.

Y, como era costumbre, regresó con más que la victoria.

Trajó tesoros de las tierras conquistadas, entre ellos uno que no parecía muy especial: un reloj de sol hemisférico, o hemiciclo, saqueado de la capturada colonia griega de Catania en la isla de Sicilia.

Era un gran bloque de mármol con una cavidad hemisférica y líneas talladas para marcar el tiempo según la sombra proyectada por un gnomon, que estaba en la parte superior.

Como una muestra tangible del triunfo, fue eregido sobre una columna nada menos que en el Forum Magnum, el núcleo de la vida diaria de Roma, centro comercial y escenario de procesiones y elecciones, de discursos, juicios penales y combates de gladiadores.

Sundial, Roman, circa first century. © The Trustees of the British Museum.
Los hemiciclos fueron creados por el astrónomo griego Aristarco de Samos alrededor del 280 a.C. (Aquí, uno romano del siglo I, al que le falta el gnomon arriba).

Era el primer reloj de sol público de Roma, y el que estuviera calibrado para la hora y el calendario de Sicilia, que eran un tanto distintos, no pareció importar.

Pero lo que empezó siendo un símbolo de victoria pronto se convirtió en una herramienta de control.

Los romanos se obsesionaron con esos artilugios, y empezaron a aparecer por toda la República, injiriendo en la vida cotidiana al regular las actividades de los ciudadanos.

Ante la intromisión de esa nueva tecnología no tardaron en alzarse voces de protesta, como la que este dramaturgo exasperado puso en boca de un personaje:

«Maldito sea el hombre que descubrió las horas y, sí, el que instaló aquí un reloj de sol, que ha hecho trizas el día, ¡pobre de mí!

«Cuando era niño, mi estómago era el único reloj de sol, de lejos el mejor y más auténtico comparado con todos estos.

«Solía ​​advertirme que comiera, donquiera que estuviera.

«Pero ahora no se come a menos que lo diga el Sol. De hecho, la ciudad está tan llena de relojes de sol que la mayoría de la gente se arrastra, marchitada de hambre«.

Ese lamento desesperado fue escrito por Plautus, y no fue el único.

Otro escritor calificó los relojes de sol de «odiosos» y llamó a derribarlos con palancas, señaló Rooney.

– Contando las horas

El uso de relojes públicos, no obstante, era extendido desde mucho antes en otras ciudades del mundo.

Y maneras de medir el tiempo existían desde al menos la Edad de Bronce.

El primer dispositivo fue probablemente el gnomon, que data de alrededor del 3500 a.C. Era sencillamente un palo o pilar vertical, y la longitud de la sombra que proyectaba indicaba la hora del día.

En el siglo VIII a.C. los egípcios tenían relojes de sombra, con una base plana, que tenía inscritas divisiones horarias, y un travesaño elevado en un extremo.

Requerían, eso sí, atención pues, para que dieran bien la hora, por la mañana tenían que mirar hacia el este y al mediodía había que darles la vuelta hacia el oeste.

El reloj consta de una base recta con un travesaño elevado en un extremo.
Esta es una réplica de un reloj de sombras egipcio de los siglos X-VIII a.C. El paso del tiempo se medía por el movimiento de la sombra proyectada por el travesaño.

De esos antiguos egipcios y de los sumerios heredamos aquello de dividir el día en torno al número 12, pues a ambas civilizaciones les gustaban las matemáticas duodecimales.

Los romanos también tenían 12 horas de día y 12 horas de noche… muy sencillo, excepto que cuánto duraba cada hora dependía de la estación.

Como la luz solar fluctúa a lo largo del año -hay más en verano, menos en invierno-, esas 12 horas del día se estiraban o encogían en conformidad, así que una hora veraniega podía durar 75 minutos, y una invernal, 45.

¡Imáginate cuánto tenía que esperar el personaje de Plautus para que llegara la hora de almuerzo en verano!

No obstante, él y sus contemporáneos en Roma aún eran libres de la tiranía de los relojes en las noches.

Ni los de sombra al estilo de lo egipcios ni los más modernos hemiciclos, como el que los romanos robaron en Sicilia, podían rastrear el paso del tiempo durante la noche.

Para eso, no obstante, ya existía un artilugio aún más antiguo, y una muestra estaba a poco más de 1.000 kms de Roma, en una extraordinaria edificación de la antigua Atenas con un nombre encantador.

– La Torre de los Vientos

Nadie sabe con precisión cuándo fue construida, pero se cree que alrededor del año 140 a.C.

Conocida también como Horologion, sigue siendo magnífica pero en su época debió ser asombrosa… imagínatela:

Construida en mármol y de forma octagonal, cada uno de los lados mira hacia un punto de la brújula y están decorados con relieves que representan los ocho vientos y solían ser de colores brillantes.

En la parte inferior, hay líneas de un reloj solar.

Estaba coronada por una veleta en forma de tritón de bronce, de ahí el nombre Torre de los Vientos.

Torre de los Vientos

Los dioses de los vientos están esculpidos en los paneles decorativos cerca del techo.

Cuenta Rooney en su libro «A tiempo: una historia de la civilización en 12 relojes» que adentro, el techo estaba «pintado de un impresionante color azul cubierto de estrellas doradas».

Y en el centro del imponente recinto había un artilugio que «se alimentaba de una fuente sagrada en lo alto de la colina de la Acrópolis llamada Clepsidra».

Desde esa época, se adoptó el nombre de esa fuente para llamar a esos artilugios, que eran relojes de agua y ya tenían una larga historia.

«Fue una tecnología muy importante en el mundo antiguo. Medían el tiempo regulando el flujo de agua de un recipiente a otro», explica Rooney.

En su forma más simple, los relojes de agua eran cuencos con aperturas, y existieron en Babilonia, Persia y Egipto, con ejemplares de este último lugar que datan del siglo XIV a.C.

Las clepsidras se usaron para muchos propósitos, incluido el cronometraje de los discursos de oradores, y por mucho tiempo: en el siglo XVI, Galileo usó una de mercurio para cronometrar sus cuerpos en caída experimentales.

«Ahora bien, no solo se usaban en el Mediterráneo antiguo», precisa el experto.

Diseño para el Reloj de Agua de los Pavos Reales
Diseño para el Reloj de Agua de los Pavos Reales, de «El Libro del Conocimiento de Ingeniosos Dispositivos Mecánicos» de Badi’ al-Zaman b. al Razzaz al-Jazari (1136-1206)

Los indígenas norteamericanos y algunos pueblos africanos tenían una versión con una pequeña embarcación a la que le entraba agua a través de un agujero hasta que se hundía.

«En la antigua China imperial o en el Japón medieval, cada ciudad importante tenía una clepsidra en una torre alta equipada con tambores o campanas desde donde se marcaba la hora al público».

El erudito chino del siglo II Cai Yong explicó: «Cuando se acaba la clepsidra nocturna, se toca el tambor y la gente se levanta.

Cuando se acaba la clepsidra diurna, se toca la campana y la gente se va a descansar».

Así que, para marcar el paso del tiempo, luz y sombra, agua y… ¿fuego?

– Oliéndo las horas

Efectivamente, ha habido relojes de fuego.

Las velas o lámparas de aceite, con las marcas apropiadas, pueden dar la hora al arder.

Pero eso no es tan fascinante como otras formas de medir el tiempo basadas en la combustión, como los relojes de incienso que, según el historiador Andrew B. Liu, se usaron desde al menos el siglo VI en el Lejano Oriente.

He aquí uno como los de la China medieval.

Reloj de incenso en forma de dragón

En el cuerpo del dragón hay un canal para poner varillas de incienso calibradas para arder durante períodos de tiempo específicos.

A medida que el incienso se consume, el calor rompe los hilos de los que penden pequeñas bolas de metal bajo el vientre del dragón, y estas caen sobre un plato de metal.

El tintineo sirve de alerta.

Otros de estos relojes sensoriales permitían oler el tiempo.

Eran laberintos de incienso, cuyas brasas ardían lentamente en el interior.

Eran cubos divididos horizontalmente en bandejas que contenían lo necesario para hacerlos funcionar: desde cenizas de madera hasta distintas plantillas para usar según la estación (caminos más largos para, por ejemplo, los días veraniegos).

Lo que hacían era aplanar las cenizas de madera y luego hacer una ranura siguiendo el patrón de una plantilla. Esta se rellenaba con incienso y se cubría con la tapa de encaje que dejaba salir el humo y entrar el oxígeno.

Algunas tapas tenían pequeñas chimeneas, así sabías la hora al ver por cual salía el humo.

Pero si ponías incienso de diferentes perfumes para que ardieran en distintos momentos del día, al entrar en la habitación el aroma te diría qué hora era.

Partes de reloj de incienso del siglo XVIII
Reloj de incienso desarmado: de izq a der: base, dos plantillas y tapa. En el centro, regulador.

– El inexorable paso del tiempo

Cuando se trata no tanto de marcar las horas sino de representar el paso del tiempo, y su inevitable fin, no hay reloj más icónico que el de arena.

«No sabemos cuándo se inventó», apuntó Rooney, y agregó: «Algunas personas argumentan a favor de la antigua Grecia, pero parece más probable que existían alrededor del siglo XI o XII, ya sea hechos por fabricantes islámicos o europeos».

Podían medir cualquier lapso de tiempo, desde 24 horas hasta unos pocos segundos.

Eran fiables, reutilizables, razonablemente precisos y fáciles de fabricar, pero quizás lo más fascinante es su profunda huella en historia del pensamiento occidental.

Ya en la representación más antigua conocida, que data de 1338 y aparece en un fresco del Palazzo Publico de Siena, Italia, el reloj de arena está en manos de la virtud de la templanza, que lo mira con preocupación.

Detalle del fresco que muestra una figura con capa azul y con un reloj de arena en una mano.
En la serie de frescos llamados «La Alegoría del buen y del mal gobierno», el artista sienés Ambrogio Lorenzetti pintó la representación más antigua de un reloj de arena, sostenido por la Templanza.

Pronto, su significado se extendió a los temas tan importantes como la vida y la muerte, el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto.

«En el siglo XV apareció la figura del Padre Tiempo, un anciano alado y barbudo que llevaba un reloj de arena como símbolo del paso del tiempo y sus efectos destructivos, que se difundió en el arte y la cultura europea», relata Rooney.

«Luego, a partir del siglo XVI, las cosas se pusieron un poco más oscuras con la figura esquelética y sonriente de la muerte que, cargando un reloj de arena, extendía su mano para llevarnos a la tumba.

«En lápidas de toda Europa, el reloj de arena aparecía como una advertencia. Era el memento mori: recuerda que morirás».

Se tornó en símbolo de virtud poderoso y profundo, cuya idea es que «debemos vivir una buena vida en la Tierra para asegurarnos una mejor eternidad», señala Rooney.

El Padre Tiempo, en este autorretrato de Michiel van Musscher de 1685.
El Padre Tiempo, en este autorretrato de Michiel van Musscher de 1685.

– De las torres al espacio

Entretanto, y desde 1275, había empezado a aparecer en Europa un tipo de reloj completamente distinto: el mecánico.

Los primeros no tenían «cara» visible pues su objetivo era mecanizar el repicar de las campanas en las torres.

«No fue hasta después que se añadió una esfera y una manecilla de las horas; y más tarde, la de los minutos».

Los relojes pequeños y portátiles se inventaron en el siglo XV, y los de pie llegaron a los hogares a partir de la década de 1670… el tiempo cada vez se volvía más cercano y personal.

Los relojes de pulsera «han existido durante algunos siglos, pero en realidad eran joyas usadas por mujeres adineradas», cuenta Rooney.

Famosamente, en 1571, Robert Dudley, conde de Leicester, le regaló a la reina Isabel I de Inglaterra un reloj de diamantes que podía usarse como brazalete.

«En el siglo XIX, eran muy populares entre las mujeres que practicaban ciclismo y equitación, pero no era algo que los hombres usaban tradicionalmente».

Para ellos había relojes de bolsillo… aunque no se llamaban así pues esos relojes fueron inventados antes que los bolsillos.

«Los llevaban colgados del cuello o prendidos a su ropa, pues el reloj de pulsera estaba muy marcado por el género, hasta que en la Guerra de los Bóers, del siglo XIX, los soldados empezaron a atarse sus relojes de bolsillo a las muñecas», comenta el experto.

Retrato de un hombre del siglo XVI con reloj de bolsillo en mano
Para cuando el artista Peter Paul Rubens pintó este retrato, en 1597, ya estaban empezando a aparecer bolsillos como pequeñas bolsas cosidas a la ropa masculina.

«Por su practicidad, se popularizaron muy rápidamente después de la Primera Guerra Mundial, al punto de que el reloj de bolsillo quedó obsoleto en pocos años».

Por esa época, en la década de 1920, se dio un gran salto tecnológico de la mano del cristal de cuarzo, que garantizó «alta precisión por una fracción de dólar, es decir, al alcance de todos».

Aún más precisos son los relojes atómicos, con cesio, que se inventaron en la década de 1950.

Volando sobre nuestras cabezas están los más sofisticados del mundo, brindando todo lo necesario para la tecnología moderna, incluido el GPS… que es un reloj.

«Exactamente», confirma Rooney. «Los satélites GPS son básicamente vehículos para hacer volar relojes».

«Y esos relojes son fundamentales para que funcione el mundo moderno.

«No se trata solo del sistema de navegación para llevarte a donde quieres ir. Todo funciona gracias a la hora que marcan esos relojes: comunicaciones globales, sistemas informáticos, transporte, logística, banca…».

A lo largo de la historia, hemos marcado las horas con sombras, arena, agua, fuego, resortes, ruedas y cristales oscilantes.

Hasta hemos intentado plantar jardines que sirvan de relojes, llenos de flores que se abren y se cierran a diferentes horas del día.

Y, al menos en lo que respecta al ingenio, al parecer no hemos perdido el tiempo.

nuestras charlas nocturnas.


Borges y los regalos del universo…


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Jorge Luis Borges (1899-1986)
  • Aleph de felicidades

JotDown(C.R.Fer) — Jorge Luis Borges, que logró dar al universo la ilusión de su enumeración innúmera en El Aleph, supo recibir también del mundo una heterogénea serie de regalos aparentemente caótica, aunque íntimamente cósmica. Prodigados y compartidos hacia al final de su vida con María Kodama, aquellos cómplices dones componen ahora una especie de Aleph de felicidades que se abre generoso a la complicidad de todos.

En el prólogo del Atlas “que ciertamente no es un Atlas” consideraba oportuno Borges comenzar hablando de la pluralidad de sus causas. Muchas son también, desde luego, las que ocasionaron el presente escrito, que se ideó en Buenos Aires, contemplando la biblioteca, los objetos y las imágenes del autor de El Aleph en la sede de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, bastante antes de que esta fuese abierta al público.

No intentaré, pues nadie es Borges, la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto de elementos tan infinito como el que me pareció percibir, por decirlo borgesianamente, en aquel instante intenso y gigantesco de mi vida, sin duda compuesto por millones de asociaciones sin fin.

Me limitaré a agradecer la invitación y la guía generosas de María Kodama, quien ya había tenido la gentileza de presentar en Buenos Aires mi primer libro sobre Borges, haciéndome sentir como un dantista a quien le presentase la obra, no el propio Dante, sino la misma Beatriz.

O más bien, tratándose de un estudioso de Borges, haciéndome sentir como si aquella obra la presentase la tan expresamente invocada, en la producción del autor, María Kodama, y como si mi cicerone por el paraíso de curiosidades borgesianas fuese una unánime y sobrevenida Ulrica oriental.

Pocos años después, yo mismo tuve el honor de presentar a María Kodama en Santiago de Compostela, así como de guiarla, por lugares emblemáticos de la Galicia compartida con Carmen Blanco, como la catedral de Santiago, el Casco Viejo de Compostela, el Parque de la Herradura, las rosalianas orillas del Sar, el Paseo Marítimo de A Coruña, el Atlántico reflejado en las galerías de cristal, la bahía desde la Torre de Hércules, el Memorial de Paz y Libertad…

Y en esas excursiones se completaron las mil y una historias borgesianas con que nos obsequió, minimalista y caudalosa, esta Scheherezade austral, haiku y saga como Japón e Islandia, pero también ecuménica y viajera como Buenos Aires y Santiago de Compostela.

Borges fue un escritor generoso con el universo, del que nada le fue ajeno. Es justo que el universo sea generoso con su memoria, que nunca podrá serle ajena, como prueba la colección de deleitables actos y curiosos objetos que siguen, escogidos entre los millones posibles, pues no hay un día en la vida de un ser humano, y tampoco en la de Borges, como él mismo pensaba, en el que no haya un momento para la desgracia, pero desde luego también para la felicidad.

Ojalá que esta miscelánea sea “nómada en el viaje, pero también en el pensamiento, pues el instinto libertario solo necesita del viaje interior”, tal como postula la ensayista María Lopo en su lúcido y policéntrico ensayo sobre el lugar.

  • Invocación a la musa lunar

María Kodama es la persona a la que Borges dedicó expresamente más textos y también la mujer que más veces invocó en su obra. La primera dedicatoria que le dirigió apareció en el poema La luna, de La moneda de hierro:

La luna

A María Kodama

Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.

Pero será con Historia de la noche cuando Borges inaugure todo un microgénero destinando a María Kodam,a una dedicatoria que trasciende cualquier forma literaria con elementos minimalistas de la épica inaugural, del relato autobiográfico, del poema lírico en prosa, del personal ensayo encarnado y aun de la epigrafía numismática nominalista.

Porque, escritor integral, Borges era el mismo creador genial en el cuerpo central de sus libros que en el paratexto conformado por prólogos, epílogos y, desde luego, dedicatorias como esta:

«Por Venecia de cristal y crepúsculo. Por la que usted será: por la que acaso no entenderé. Por todas estas cosas dispares, que son tal vez, como presentía Spinoza, meras figuraciones de una sola cosa infinita, le dedico a usted este libro, María Kodama».

Ahora bien, a partir de Historia de la noche, el nombre de María Kodama, allí evocado e invocado, se convertiría en un numen y también en un mantra en el resto de su obra. Así lo revela su siguiente poemario, La cifra, donde ensaya además su propia teoría de la dedicatoria: “De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano”, asegura, pero, al mismo tiempo, entiende que, en la medida en que se trata de “un don, un regalo”, está marcada por el signo de la reciprocidad, pues “todo regalo verdadero es recíproco”. De aquí su magia nominativa:

«Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio».

Fue para Borges, en efecto, María Kodama compañera en la vida, pues con ella vivió, viajó y se casó, y colaboradora en la obra, pues con ella tradujo varias lenguas germánicas, con ella compuso libros diversos, con ella articuló su personal biblioteca y con ella convivió su propia obra, como refiere la dedicatoria de su último poemario, Los conjurados, de nuevo marcada por la magia simbolista de la enumeración falsamente caótica y sus misterios:

«De usted es este libro, María Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas?  (…) En este libro están las cosas que siempre fueron suyas. ¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos!»

Y en el proteico Atlas evocó a su compañera de un modo que incluye teleológicamente a todos los lectores, porque sabe que se trata ya de una cartografía literaria que forma parte de muchas vidas:

«En el grato decurso de nuestra residencia en la tierra, María Kodama y yo hemos recorrido y saboreado muchas regiones, que sugirieron muchas fotografías y muchos textos. (…) María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas. Estas páginas querrían ser monumentos de esa larga aventura que prosigue».

No en vano, en el poema Los dones que se incluyó en Atlas y que conforma todo un tríptico con los anteriores Poema de los dones y Otro poema de los dones, Borges afirmó que “pudo una tarde descubrir la luna / y con la luna el álgebra de estrellas”.

Muere María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, a los 86 años - BBC News  Mundo
  • El bastón de bambú traído de China

En el libro La cifra hay un poema que es a su vez cifra de la ligadura universal: El bastón de laca.

Se inspira este texto en el bastón de bambú traído de China que María Kodama encontró para Borges en el proteico barrio de inmigrantes orientales de Chinatown, área que se extiende, o más bien se desparrama, por el Bajo Manhattan de Nueva York.

El bastón es leve e inolvidable como el zahir del cuento y como el propio poema que traza su historia y describe sus características: “María Kodama lo descubrió. Pese a su autoridad y a su firmeza, es curiosamente liviano. Quienes lo ven lo advierten; quienes lo advierten lo recuerdan”.

Borges adopta el regalo como una parte del país de Chuang Tzu, pensador este al que ya había aludido muy significativamente en el poema Las causas de Historia de la noche. Y no parece imposible que la laca de El bastón de laca pudiera contener polvo de las alas de una onírica mariposa encarnada si tenemos en cuenta las palabras de Borges: “Pienso en aquel Chuang Tzu que soñó que era una mariposa y que no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre”.

El mismo Borges reflexiona sobre el artesano que trabajó el bastón, un oriental “perdido entre novecientos treinta millones” del que nada sabe y del que nada sabrá, salvo que una ligadura, resinosa y traslúcida como la sustancia vegetal y animal de la que se fabrica el duro barniz que da brillo al cayado, los ata misteriosa e irremediablemente. Y entonces concluye: “No es imposible que el universo necesite este vínculo”.

Yo tuve el bastón en mis manos europeas y de algún modo sentí que me sumaba a una universal ligadura entre las de un asiático anónimo y las de un célebre americano. Ahora es la hora de que quien lea El bastón de laca o estas palabras sobre El bastón de laca sienta en paz la epifanía del ecuménico vínculo entre todos los seres del mundo.

  • Traducir anglosajón y enamorarse

Un hombre, casi un anciano, y una mujer, casi una niña, desentrañan juntos en una clase austral los épicos posos boreales de la memoria del mundo. Por algo Borges, utilizando primero la lengua inglesa, declaró en la breve memoria titulada Un ensayo autobiográfico: “el anglosajón era para mí una experiencia tan íntima como mirar un crepúsculo o enamorarse”.

Cuenta además, en la misma obra, que el inicio de sus clases de anglosajón tuvo lugar cuando propuso a sus alumnos de literatura inglesa empezar por el principio y recurrir al Anglo-Saxon Reader de Sweet y a la Anglo-Saxon Cronicle que yacían en “los estantes más altos de la biblioteca”. Entusiasmados e intoxicados por la lectura directa de los textos, evitaron la gramática y gritaron voces arcaicas por la calle partiendo juntos “hacia una larga aventura”.

De ella nacieron poemas estudiosos como Al iniciar el estudio de la gramática anglosajona, incluido en El hacedor, y placeres estudiantes como el que relata en Un ensayo autobiográfico: “En lo personal, sabía que la aventura sería infinita, y que podría seguir estudiando el inglés antiguo el resto de mis días”.

Y fue así como, “Al cabo de cincuenta generaciones”, tal como dice el primer verso del poema citado, comenzó a gozar del indecible e integral placer de estudiar, justo cuando caía en el crepúsculo de la ceguera, aquel primitivo “lenguaje del alba”. De este modo lo recuerda Un lector en Elogio de la sombra:

Cuando en mis ojos se borraron
las vanas apariencias queridas,
los rostros y la página,
me di al estudio del lenguaje de hierro
que usaron mis mayores para cantar
espadas y soledades

Borges asume en Al iniciar el estudio de la gramática anglosajona el origen anglosajón de sus antepasados Haslam y se imagina usando aquellas “ásperas y laboriosas palabras” desde “antes de ser Haslam o Borges”.

Por todo ello y en consecuencia con tales aparentemente insólitos estudios e inauditos intereses para un escritor argentino, su libro El otro, el mismo contiene todo un ciclo heroico inspirado por aquellos cantares de gesta: Un sajón (449 A. D.)Composición escrita en un ejemplar de la Gesta de Beowulf, Hengist Cyning, Fragmento, A una espada en York Minster, las dos composiciones tituladas A un poeta sajón. Y a ello se sumarían otras piezas guerreras, como las teleológicas El pasado y Hengist quiere hombres, 449 A. D., de El oro de los tigres, o la numismática Nortumbria, 900 A. D. y la autoelegíaca Elegía de La rosa profunda.

María Kodama, centinela alerta del legado y los secretos de Borges | Cultura

Por lo demás, en sus obras en colaboración Antiguas literaturas germánicasIntroducción a la literatura inglesa y Literaturas germánicas medievales trata y cita abundantemente esta épica auroral, a menudo aludida en otros ensayos y a veces presente también en sus relatos. Eco de todo ello es, por ejemplo, El enemigo generoso, supuesto y premonitorio saludo de Muirchertach, rey en Dublín, a Magnus Barford, rey de Noruega que pretendía conquistar Irlanda, texto incluido en El hacedor.

Pero la traducción anglosajona tampoco fue solitaria, sino compartida con su entusiasta alumna y al mismo tiempo co-discípula en tal materia, María Kodama, con quien tradujo directamente al castellano la épica aliterada de aquel arcaico “idioma de consonantes ásperas y de vocales abiertas”, dando origen así al volumen Breve antología anglosajona.

En él se contiene un fragmento de la Gesta de Beowulf, “una Eneida vernácula”, pero también un combate que les recuerda a la Ilíada, elegías que remiten o anticipan a Whitman y a Kipling, un relato retomado por Longfellow y un diálogo salomónico que conectan con el Talmud y con Dante.

Todo ello resuena en otros poemas posteriores de Borges como “un rumor de viejas espadas”, pero también como un rumor de nuevas emociones compartidas: la Elegía del recuerdo imposible y la prosa narrativa 991 A. D., ambos pertenecientes a La moneda de hierro.

Porque la Breve antología anglosajona de Borges y Kodama, además de ser un valioso compendio de épica medieval, fue y es también, para autores y lectores, una verdadera suma de felicidad estudiosa.

  • Los tigres en carne y verbo

Borges amó los tigres desde la infancia, cuando ya los dibujaba y buscaba en carne e imagen sin cesar, tal como relata en la prosa rayada Dreamtigers, incluida en El hacedor: “En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre (…) Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres”.

Y esa tigrefilia duró toda la vida y ocupó mucha obra, comenzando por El hacedor, donde comparecen tigres soñados (Dreamtigers), tigres cíclicos (Mil novecientos veintitantos), tigres de Sumatra y de Bengala (El otro tigre), tigres que perseveran en su ser (Borges y yo)… No extraña, pues, que en Otro poema de los dones, del libro El otro, el mismo, dé las gracias al universo “por las rayas del tigre”. Ni tampoco que convoque a otros tigres en Elogio de la sombra (Juan, I, 14): “Mañana seré un tigre entre los tigres”.

Pero será El oro de los tigres el libro que vuelva a darle protagonismo al felino en cuestión, feroz entre sus Tankas, pirético en Susana Boca y simbólico en la ígnea composición que da título al libro, donde se evoca “el tigre de fuego de Blake”. Y todavía en La rosa profunda volverá Borges a “la piel gastada que fue de tigre” (Inventario), al tigrero americano del jaguar (Simón Carvajal), al tigre de los libros de la infancia (All our yesterdays), en fin, al “tigre de oro” (A un César y Otra versión de Proteo), sin olvidar “el tigre, delicado como el nardo” (El Oriente).

Pero el catálogo de tigres no es menos importante en Historia de la noche, donde “hay razones más terribles que tigres” (Alguien), donde refulge “el esplendor del cadencioso tigre” (Leones) o donde “un tigre tiene que morir en Sumatra” (La espera). Además, en este libro aparece El tigre, texto en el que, partiendo del zoológico en su infancia, evoca al “tigre arquetipo”, al tiempo “el tigre del Oriente y el tigre de Blake y de Hugo y Shere Khan”.

Los niños lo veían “sanguinario y hermoso”, pero su beatífica hermana Norah sentenció “Está hecho para el amor”. Borges asociará siempre esta dulce observación al verso de su maestro Rafael Cansinos Assens: “Yo seré como un tigre de ternura”.

Tampoco olvidan al tigre los poemas de los últimos poemarios de Borges: Al adquirir una enciclopedia y La fama en La cifraLas hojas del ciprés en Los conjurados. En paralelo, uno de sus últimos relatos, Tigres azules, comienza rememorando su antigua fascinación por el tigre, protagonista del relato en una no menos fascinante variante fantástica: “Una famosa página de Blake hace del tigre un fuego que resplandece y un arquetipo eterno del mal; prefiero aquella sentencia de Chesterton, que lo define como símbolo de terrible elegancia”.

Y tampoco olvida al felino rayado, por supuesto, el álbum Atlas, donde se hace recuento en Mi último tigre: las imágenes visuales de las enciclopedias de la infancia, las imágenes verbales de Blake, de Chesterton y de Kipling, la imagen platónica del “tigre trazado por el pincel de un chino, que no había visto nunca un tigre, pero que sin duda había visto el arquetipo del tigre”.

Es en este texto donde relata Borges su visita al zoológico de Cuttini en Buenos Aires y su intenso encuentro con un tigre real: “Este último tigre es de carne y hueso. Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba.” Pero, aun así, el último tigre no resultó “más real que los otros”, como prueba que, pasado el tiempo, su “imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros”.

María Kodama acompañó a Borges en aquella aventura, que ella también relató comentando la foto junto al tigre que aparece en la edición ampliada de Atlas. Según aquella, el autor de El oro de los tigres estaba “loco de alegría” por ir y quedó encantado con la insólita experiencia: “Al terminar la visita, emocionado, Borges me dijo que nadie en su vida le había hecho un regalo tan maravilloso e inolvidable como el que acababa de materializar el sueño de su niñez”.

Con estas palabras de Atlas se cerraría, pues, el círculo borgesiano del tigre si no fuera porque María Kodama nos cuenta que, cuando la tigresa Rosie “puso las dos patas sobre los hombros de Borges, que le acariciaba el flanco mientras ella le lamía la cabeza como si fuera uno de sus cachorros”, el homenajeado no le habló a la fiera, sino, impresionado por las garras, peso y olor de esta, a la propia María Kodama.

Al igual que el protagonista del cuento La escritura de Dios descubrió que la divinidad proporcionó a la humanidad una sentencia mágica “confiando el mensaje a la piel viva de los jaguares”, tal vez nos sea dado comprender que Borges reveló finalmente que el tigre real era, también, una experiencia en común y, sobre todo, un regalo esencialmente compartido.

Jorge Luis Borges – Solo Literatura
  • El tigre de cerámica azul

En el abismal poema en prosa narrativa Las hojas del ciprés, incluido en el último poemario de Borges, se relata una pesadilla de la que, en un principio, no salvan al personaje ni los felinos familiares: “El gato Beppo nos miraba desde su eternidad, pero nada hizo para salvarme. Tampoco el tigre de cerámica azul que hay en mi dormitorio”.

El tigre de cerámica pintada de azul celeste, con nubes blancas y ramas verdes, habitualmente colgado en la cabecera de su cama, es un regalo de María Kodama que tal vez lo salvaba todas las noches, pero no como un filtro atrapasueños, sino como un verdadero cazador de sueños, fuesen pesadillas o fuesen maravillas, acaso porque, como escribió Shakespeare en La tempestad, estamos hechos de la misma materia que los sueños.

Y no es casual tampoco que entre los nombres que se daban a sí mismos Borges y Kodama estuviesen también los de Próspero y Ariel.

El cuento Tigres azules parte de “que en la región del delta del Ganges habían descubierto una variedad azul de la especie”. Pero el azul azulado, por supuesto no azulino ni azuloso, partía a su vez del cielo que resplandecía sobre la cama de Borges con apariencia de tigre, que sin duda es la forma más borgesiana del firmamento.

  • “Soñado fue en Islandia”

Borges se interesó pronto por la cultura escandinava y por sus metáforas codificadas, pues ya publicó en 1933 Las kenningar, ensayo que, revisado, incluyó en Historia de la eternidad. Y no hubo década en la que no abordara de algún modo el tema, pues entre sus obras en colaboración se cuentan las citadas Antiguas literaturas germánicas, publicada en los años cincuenta, y Literaturas germánicas medievales, publicada en los años sesenta.

Se trataba siempre de un terreno desconocido e infrecuentado para el mundo no especializado en el área y desde luego de un interés insólito en un escritor hispanoamericano.

Dentro de las literaturas germánicas medievales, Borges apreció sobre todo la épica escandinava, como dejó claro en Otras inquisiciones, donde equipara las Sagas nórdicas a la Divina Comedia y a Macbeth. En este contexto se forja su interés y su admiración por Islandia y sus Sagas y Eddas medievales, a las que valora por su carácter conciso, dramático y cinematográfico. De aquí la presencia de éstas en ensayos, relatos, poemas y viajes, obra y vida entre la que es difícil distinguir.

En cualquier caso, al margen de otras numerosas alusiones, la isla boreal es la protagonista de los poemas A Islandia, de El oro de los tigres; En Islandia el alba, de La moneda de hierro, e Islandia, de Historia de la noche. Y a su mítico monstruo marino o “verde serpiente cosmogónica” dedicó la composición onírica Midgarthormr, de Los conjurados y Atlas: “Soñado fue en Islandia”.

A Islandia recuerda el día en que su padre dio “al niño que he sido y que no ha muerto / una versión de la Völsunga Saga”. Y de esta obra tomará la cita inicial y el argumento del relato Ulrica, incluido en El libro de arena: “Hann tekr sverthit Gram ok / leggr i methal theira bert” (“Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos”).

Tales palabras lo acompañarán hasta el final, ya que serán grabadas, por decisión de su viuda, en la tumba de Borges en Ginebra, con la inscripción “De Ulrica a Javier Otálora”, por supuesto alusiva a los personajes del relato que representan claramente a María Kodama y a Borges.

El principal referente literario islandés para Borges, como era de esperar en un medievalista, es el poeta, historiador, jurista y político Snorri Sturluson, cuyo trágico destino evocó en el poema precisamente titulado Snorri Sturluson de El otro, el mismo.

Sobre su obra Heimskringla, crónica de los reyes de Noruega, escribió Borges también Einar Tambarskelver (Heimskringla I, 117), poema incluido en La moneda de hierro. E incluyó y prologó la Saga de Egil Skallagrimsson, atribuida a Snorri, a partir de la cual escribió la elegía Brunanburth, 937 A. D.,  incluida en La rosa profunda.

No es de extrañar, pues, que, el primero de los Talismanes que enumera en el poema así titulado en El oro de los tigres sea precisamente “Un ejemplar de la primera edición de la Edda Islandorum de Snorri, impresa en Dinamarca”.

Mas el propio Borges quiso adentrarse en la traducción del islandés antiguo, al que llamó “latín del Norte” en el poema A Islandia, donde afirma su vano empeño de desentrañar tal lengua como última e ilusionada “empresa infinita”. El autor escogido para traducir fue el propio Snorri Sturluson y la compañera en la aventura fue una vez más la propia María Kodama.

Así lo testimonia su versión conjunta de La alucinación de Gylfi (1984), “suerte de fantasmagoría o de fábula” que forma parte de la llamada Edda Menor o Edda Prosaica a la manera de una irónica cosmogonía de la mitología germánica.

En el inventario de aficiones presentes en el Epílogo a sus Obras completas en colaboración de 1979, Borges menciona su primera visita a Islandia, organizada privadamente por María Kodama, que había tenido lugar en 1971 y que tanto habría de inspirarlo: “El culto del Norte, que me movió a emprender, como Willian Morris, una peregrinación a Islandia”.

María Kodama cuenta como allí fue reconocido Borges por cuatro hombres de casi dos metros, que resultaron ser escritores y que los rodearon en un restaurante. Uno de ellos se arrodilló y besó la mano de Borges, ante lo cual este preguntó si debía darle un bastonazo; pero, por supuesto, ella le aconsejó divertida que no lo hiciese, sobre todo dado su tamaño.

Esa Islandia daría decisivo impulso a su relato Ulrica, de insólito tema amoroso entre su narrativa, aunque suceda en York y lo protagonice una rubia ibseniana noruega vestida de negro que valoraba la versión islandesa de Sigurd y Brynhild en la Völsunga Saga por encima de la alemana de Siegfried y Brünnhilde en el Cantar de los Nibelungos: “Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica”.

Y más amor contienen los poemas A Islandia, de El oro de los tigres, y Gunnard Thorgilsson (1816-1879), de Historia de la noche: “Yo quiero recordar aquel beso / con el que me besabas en Islandia”. Acaso Islandia le proporcionó amor puro igual que le permitió recobrar “las formas puras de la geometría euclidiana” abrazando una cilíndrica columna del Hotel Esja, en Reikiavik, tal como relató en Atlas.

Con María Kodama volvería a la isla para recibir en 1979 la Cruz Islandesa del Halcón en el grado de Comendador con estrella, para casarse por el rito ancestral del culto a Odín, oficiado por un sacerdote pagano, y para sentir la “Nostalgia del presente” del poema así titulado en La cifra:

En aquel preciso momento el hombre se dijo:
qué no daría por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de una fruta.
En aquel momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.

Bach en Venecia y Brahms en azul

Detalles que debes conocer en la biografía de Jorge Luis Borges

Aunque Borges no escribió mucho sobre la música clásica, dio una conferencia titulada La literatura alemana en la época de Bach, en la que contrasta “la gran música de Juan Sebastián Bach con la pobre literatura de Alemania en aquella época”, y escribió el encomiástico poema titulado A Johannes Brahms, publicado en La moneda de hierro.

Y es que el barroco Bach y el romántico Brahms fueron, en efecto, sus principales referentes en la gran música.

Recuerda María Kodama que asistió con Borges a un concierto de música de Bach interpretado al órgano por un japonés en la Plaza de San Marcos de Venecia, pues, aunque le había propuesto que quedase con unos amigos charlando mientras tenía lugar la actuación, él prefirió acompañarla.

Ella pensaba estar pendiente de él y le dijo que la avisase si se aburría o si se cansaba, pero se dejó llevar por la música y se olvidó de dónde estaba y con quién. Así que cuando terminó el concierto, se disculpó ante Borges de no haber pensado en él durante su encantamiento, pero se encontró con una respuesta inesperada:

—Yo no sé si la música me gustó o no me gustó, pero lo que me gustó fue todo lo que usted me transmitió sintiendo esa música y por eso fue un concierto maravilloso.

No se conocen imágenes de Borges y Kodama en tal concierto, pero sí una famosa instantánea que les tomó el fotógrafo italiano Fulvio Roitter en el mítico y crepuscular Cafe Florian de la misma Plaza de San Marcos de Venecia: en ella la pareja es captada charlando en una espontánea escena de cafetería, mientras que otra pareja visible en perspectiva de profundidad parece también departir despreocupadamente.

En el texto que dedicó en Atlas a Venecia, Borges recuerda numerosos habitantes o pasajeros de la ciudad de las “melodiosas” góndolas, que para él tienen algo de violines y de asociable a la música. Pues bien, cada uno de los personajes aludidos parece haber puesto algo en la sinfonía de tiempo y espacio captada por la foto: Dandolo, marco histórico; Petrarca, atmósfera idealizadora; Carpaccio, naturalidad cotidiana; Shakespeare, cariz escénico; Byron, intimidad romántica; Ruskin, belleza vetusta; James, ambiente misterioso; Proust, finura decadente… Y Borges, por supuesto, “cristal y crepúsculo”.

Y la transparencia del vidrio sonoro vino también con Brahms: “—Fuego y cristal— de tu alma enamorada”. Por eso quiso “cantar la gloria / que hacia el azul erigen tus violines”. Y por eso se dejó llevar por “el río que huye y perdura”. Tocata y fuga de Bach en Venecia y sinfonía de Brahms en azul. Tal vez lo demás sea ruido, tal vez lo demás sea silencio.

  • Mick Jagger se arrodilla ante Borges

Es sabido, porque lo dejó escrito, que a Borges le gustaban las milongas sudamericanas y los viejos tangos de la Guardia Vieja anteriores a Gardel, como también Bach y Brahms, el jazz y el blues o la música medieval y el folklore griego y japonés. Pero, más sorprendentemente, supimos por María Kodama que también le gustaba la música rock y que escuchaba con gusto a BeatlesRolling Stones y Pink Floyd.

Del rock valoraba, sobre todo, su potente energía, su ánimo estimulante y su espíritu lúdico, sin duda capaces de contribuir al estado de felicidad de los oyentes. Prueba de ello es que prefiriese que en sus cumpleaños sonase The wall de Pink Floyd en lugar del consabido Cumpleaños feliz. María Kodama asegura que vieron juntos infinidad de veces la película The Wall, hasta el punto de que llegó a saber de memoria sus diálogos.

Mas este gusto por la fuerza vital y terrible de los grupos de rock se vio correspondido por Mick Jagger. En efecto, el compositor y cantante de los Rolling Stones aparece leyendo una traducción inglesa del cuento El Sur en la psicodélica película Performance, donde se muestra además el retrato de Borges que figura en la sobrecubierta del libro A Personal Anthology.

Finalmente, el filme termina con una explosiva imagen de Borges en forma de espejo roto a modo de clave simbólica de toda esta laberíntica y borgesiana película, cuya trama recuerda también la del relato La muerte y la brújula.

Pues bien, como si de una nueva performance se tratase, cuenta María Kodama que, en una ocasión, Borges y Jagger se cruzaron casualmente en el Hotel Palace de Madrid y que el músico se arrodilló ante el escritor, llamándole maestro y tomándole la mano. Borges, bastante asombrado, le preguntó quién era y al oir la respuesta, a su vez dejó asombrado a Jagger cuando lo identificó como miembro  de los Rolling Stones.

Fuerza vital y terrible belleza. Satisfaction.

El día que Borges y Sabato se sentaron a conversar - Infobae

  • Llorar con la belleza de Samotracia

Cuenta María Kodama en sus apuntes Borges en la memoria, que cierran la edición española de Un ensayo autobiográfico, que, siendo niña, le preguntó a su padre, Yosaburo Kodama, japonés sintoísta descendiente de samuráis y amante del arte, qué era la belleza. Y este le regaló un libro, que ella conservó siempre, con reproducciones de esculturas clásicas, entre las que se encontraba la Victoria de Samotracia, de la que le dijo “que eso era la belleza”.

La niña se sorprendió de que la célebre escultura no tuviese cabeza y de que, por tanto, no pudiese verse su cara, pero el padre le explicó, de un modo que le resultó inolvidable, fascinante y maravilloso, que la belleza no era una cabeza o una cara, sino otra cosa: “me pidió que mirara los pliegues de la túnica, agitados por la brisa del mar: detener ese movimiento para la eternidad es la belleza”.

“Fue la primera lección de estética que recibí en mi vida”, repitió y repite a menudo María Kodama, quien, por supuesto, recordó muchas veces aquella iniciática experiencia y quien, por supuesto también, se la relató a Borges. Así que cuando vieron juntos la Victoria de Samotracia en lo alto de la escalinata del Museo del Louvre de Paris, en el caso de ella por primera vez, compartieron “momentos de maravillosa intensidad”.

En efecto, afectada por el llamado síndrome de Stendhal, María Kodama sintió una “intensidad casi dolorosa”: “Fue como si oyera la voz de mi padre, y sentí que las lágrimas corrían por mis mejillas porque era la revelación de la belleza”. Pero más allá del síndrome de Stendhal sintió la empatía del amor: “De pronto, la presión de la mano de Borges en mi brazo hizo que volviera la cabeza y vi que también lloraba de emoción”.

Acaso ambos comprendieron entonces lo mismo que la poeta Olga Novo cifró en sus reiterados versos candentes: “el tiempo, amor, el tiempo no existe”. Porque la belleza, para entonces, no estaba sólo en el helenístico mascarón de proa, sino en el entrañable amor que la pareja llevaba dentro.

  • Borges y Cortázar ante Goya

Borges y Cortázar se encontraron en el Museo del Prado de Madrid, en 1976, ante una de las llamadas pinturas negras de Francisco de Goya, concretamente ante el gigantesco Perro semihundido que había formado parte de los muros decorados de la casa del pintor, la llamada Quinta del Sordo. Ambos escritores y el también argentino Manuel Mujica Lainez estaban en España para grabar unos programas de televisión, pero sólo se encontraron casualmente en la sala de Goya.

Cuenta María Kodama que, justo cuando estaba mirando el Perro semihundido, una de sus pinturas preferidas, vio a Cortázar visitando la sala y se lo dijo a Borges. Este le preguntó si quería saludarlo y ella dijo que si él quería ella también quería. Borges asintió en el momento en que Cortázar lo vio y se acercó para saludarlo amablemente.

El diálogo entre los dos escritores fue muy cordial, pues Cortázar recordó a Borges que en su juventud, hacía treinta años, le había llevado su primer cuento, Casa tomada, y destacó la generosidad de este publicándoselo en la revista Los Anales de Buenos Aires, en 1946, con una ilustración de su hermana Norah. Borges rió y le dijo que se había demostrado que no se había equivocado y que había sido profético.

María Kodama recuerda entusiasmada aquel encuentro: “Fue lindísimo, divino, maravilloso, único…, uno de esos instantes irrepetibles que nos regala la vida: ¡Borges y Cortázar juntos y ante mi cuadro preferido de Goya! Tenía conmigo a dos de los escritores a quienes yo más admiraba y amaba… ¡y justo delante de uno de mis cuadros favoritos! Goya, Borges, Cortázar y el Perro semihundido reunidos: fue realmente mágico. Algo verdaderamente perfecto”.

Kafka dicta en un sueño a Borges

Borges, que se inspiraba a menudo en sus propios sueños para crear, despertó una mañana en Estados Unidos y anunció a María Kodama que le iba a dictar un poema, que se tituló precisamente Ein traum (Un sueño, en alemán). Luego se editó y se reeditó en el libro La moneda de hierro, pero, contra lo que era habitual, Borges nunca corrigió tal poema, algo inimaginable en su quehacer tan minuciosamente perfeccionista, lo que suscitó la curiosidad de su compañera, que acabó por preguntarle los motivos de semejante excepción.

Entonces Borges respondió: “Yo no puedo corregir ese poema, porque no es mío, sino de Kafka, que me lo dictó en el sueño, así que hasta que vuelva a soñar con Kafka y me diga lo que debo corregir, no puedo modificar nada”.

Y nada se modificó:

Lo sabían los tres.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras. 
Lo sabían los tres.
El hombre le contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
Ahora que se fueron los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.

Un poeta argentino, que escribe en español, sueña en Estados Unidos un poema dictado por un narrador judío, nacido en Checoslovaquia, que escribía en alemán. La hija del japonés Yosaburo Kodama y de la argentina, de origen germano-español, Maria Antonia Schweitzer, es testigo del hecho y copia el resultado. Con el tiempo, la argentino-japonesa promueve simposios bienales sobre Kafka y Borges en Praga y Buenos Aires. El mundo se parece más al mundo, ahora.

  • Cinco alunados en globo

Uno de los regalos que más entusiasmó a Borges de los que le ofreció el universo fue la experiencia de montar en globo aerostático en el valle de Napa, (California), sobre la que escribió el texto titulado El viaje en globo, incluido y fotográficamente ilustrado en Atlas.

Frente a la imposibilidad de la levitación y al tedio del avión, Borges reivindica allí el vuelo en globo como lo que más podría asemejarse al vuelo de los pájaros o al vuelo de los ángeles, uno de los sueños más antiguos y una de las ansiedades más elementales del ser humano. Y la palabra clave de su experiencia es, precisamente, “felicidad”, la “felicidad casi física” que compartió con María Kodama la madrugada que presenció el despliegue del gran globo de nylon en el valle de Napa hasta alcanzar la forma de “una pera invertida como en los grabados de las enciclopedias de nuestra infancia”, para luego partir hacia el cielo acariciados por el viento y por la imaginación.

Subieron cinco pasajeros, tan solo cargados con champaña para ofrecer y brindar tras el descenso, y juntos compartieron “un viaje por aquel paraíso perdido que constituye el siglo diecinueve”. Porque, para Borges, aquel viaje en el espacio de la Tierra lo fue también en el tiempo de la Luna: “Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también volver a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells”.

Cinco selenitas de la imaginación espacial trascendieron el tiempo con Borges: los dos hermanos Mongolfier, con su pionero invento en la Francia del siglo de las luces; Edgar Allan Poe, con su globo trasatlántico y su globo a la luna; Jules Verne, con sus cinco semanas en globo sobre África Central; H. G. Wells, con su globo lunar atravesando cráteres intercomunicados en una especie de esponja rocosa.

  • Japón junto al haiku
Fascinaciones III: Un bárbaro en Japón | PEQUEÑOS UNIVERSOS

El poema Shinto, de La cifra, sintoniza con el sintoísmo japonés recordándonos: “Ocho millones son las divinidades del Shinto / que viajan por la tierra, secretas”.

En la misma onda, De la salvación por las obras, el cuentecillo que Borges dedicó en Atlas al Japón, narra que las divinidades del Shinto, cuyos rostros son “kanjis que no se dejan descifrar”, habían decidido borrar a los seres humanos de la faz de la tierra debido a la atrocidad bélica que los caracteriza, pero finalmente rectifican tras oír un perfecto haiku: “Así, por obra de un haiku, la especie humana se salvó”.

Los seis Tankas, de El oro de los tigres, y los Diecisiete haiku, de La cifra, prueban la confianza de Borges en las formas breves de la poesía japonesa.

“Es curioso ver que las tres literaturas por las que Borges sintió más atracción, surgen en islas: Inglaterra, Islandia y Japón”, recuerda María Kodama en el prólogo de la selección de textos de El libro de la almohada, de Sei Shonagon, efectuada con Borges a partir de una traducción inglesa del original japonés.

Desde luego, el Oriente en general y el Japón en particular suscitaron a menudo el interés de Borges, como prueban referencias diversas dispensadas a su admirado Ryūnosuke Akutagawa; relatos como El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Sukéy, de Historia universal de la infamia; ensayos como su presentación de Cuentos de Ise, de Ariwara no Narihira, o poemas como El go, de La cifra, sobre el homónimo juego astrológico nipón.

Incluso, fue el propio Borges quien introdujo a María Kodama en la cultura y en la tradición de su propio país de origen, sobre cuya mitología le regaló un libro iniciático, aunque enseguida ambos compartieron la misma pasión en lecturas, viajes y traducciones. Por su parte, la propia María Kodama prologó en solitario importantes obras japonesas medievales, como la novela Historia de Genji, de la narradora y poeta Murasaki Shikibu, y el poemario Hojoki, canto a la vida desde una choza, del ermitaño budista Kamo-no-Chomei.

Una de las incursiones comunes fue, desde luego, la citada versión del informal anecdotario de Sei Shonagon, dama de corte del siglo X, llamado “libro de almohada” por tratarse de manuscritos habitualmente guardados en los cajones de madera de los lechos. Tal obra es testimonio de la vida cortesana medieval en Japón y tiene valor antropológico, etnográfico e intrahistórico, pero también lo es de una personalidad femenina observadora, sutil, lúdica y a veces frívola, desconsiderada o cruel.

Desde luego, a Borges tuvo que fascinarlo la miscelánea estructura de esta curiosa obra, dotada de decenas de enumeraciones aparentemente caóticas sobre los temas más variados, pero personalizadas por el orden del gusto, del disgusto y del deseo, como ocurre con las sorprendentes relaciones de cosas odiosas y de cosas adorables, de cosas elegantes y de cosas inconvenientes, de cosas espléndidas y de cosas vergonzosas, de cosas placenteras y de cosas desagradables, de cosas infrecuentes y de cosas incómodas, es más, de cosas que tienen que ser grandes o chicas, de cosas que pierden y de cosas que ganan al ser pintadas, de cosas que dan la sensación de limpieza o de suciedad, de cosas que están lejos aunque estén cerca o que están cerca aunque estén lejos…

Porque este libro nos recuerda que hay cosas que uno tiene prisa de ver o saber y hay cosas que sorprenden y afligen, como hay cosas que caen del cielo y cosas que han perdido poder.

En esta particular clasificación de las cosas del mundo cotidiano hay también espacio para los árboles, para los insectos, para los meteoros y para los temas poéticos, porque todo es susceptible de relacionarse según el parecer de Sei Shonagon, quien en su escrito y en su vida derrocha “pasión, delicadeza y cortesía”, como concluye María Kodama comparándola con Borges en ética y en estética.

Entre las cosas intensas que Borges y María Kodama vivieron juntos se cuentan, desde luego, sus tres viajes, en 1979, 1980 y 1984, al Japón, donde compartieron la paz de ceremonias de purificación zen, vistieron los  típicos kimonos, durmieron en el suelo del austero ryokan, hablaron con monjes budistas y sintoístas, oyeron música tradicional japonesa y tocaron los tankas del poeta Basho, grabados en piedra donde los escribió.

Fallecido Borges, María Kodama pondría especial empeño en mantener esta sintonía argentino-japonesa con múltiples actividades en la Fundación Internacional que lleva el nombre del escritor.

La división de lo que hay, multiplicado por lo que no hay, es una suma. La presencia de Borges en Japón, y la ausencia de María Kodama de su país de origen, del que atesoró su discreta tendencia al silencio respetuoso y a la soledad serena, hizo florecer feliz el haiku junto a la isla.

  • Perdidos en el laberinto de Cnossos

Aunque Borges no viajó a Grecia hasta recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Creta en 1984, él mismo afirmó en su discurso de aceptación que tenía la sensación de estar volviendo a Creta o la de haber estado siempre en Grecia, así como la de que quedaría allí para siempre, aun cuando su cuerpo estuviese ausente.

La razón es muy obvia: Grecia fundó la filosofía y la literatura de Occidente en las que se formó el escritor y Creta aportó el mito del laberinto, que aquel conoció de niño al iniciarse en la mitología helena y que sería una constante en sus lecturas, desde los clásicos de la Antigüedad hasta el lúdico Stevenson y el angustiado Kafka.

De hecho, toda la obra de Borges utiliza el laberinto como símbolo, por lo que no es de extrañar que escribiese el temprano artículo Laberintos, sobre el concepto e historia del mito, ni que su principal compilación de cuentos traducidos al inglés se titulase precisamente Labyrinths.

En efecto, Borges recreó directamente el mito del Minotauro de Cnossos en el relato La casa de Asterión y dio título o forma de laberinto a los cuentos Tlön, Uqbar, Orbis TertiusEl jardín de los senderos que se bifurcanLa muerte y la brújulaAbenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto y Los dos reyes y los dos laberintos, aparte de otros muchos ejemplos presentes en su narrativa.

Y no menos atención por el símbolo mostró en su poesía, como revelan desde el título las composiciones Laberinto y El laberinto, de Elogio de la sombra, entre otras muchas: El palacio, en El oro de los tigresEfialtes, en La rosa profundaEast Lansing 1976 y La moneda de hierro en el libro homónimo de este último poema; Las causas, en Historia de la nocheEl ápice y El go, en La cifraLa suma y El hilo de la fábula, en Los conjurados

Además, el laberíntico texto titulado El laberinto y publicado en Atlas muestra a Borges perdido en el dédalo con María Kodama, su Ariadna en Cnossos: “Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”. Tal es además el tema del citado poema en prosa El hilo de la fábula, precisamente escrito y fechado en Cnossos.

Pero el interés de Borges por el laberinto no se debe a lo que este mito pueda tener de pesadilla existencial, sino más bien de consolación intelectual, tal como dejó claro en la propia Creta: “el laberinto no me produce sólo temor sino también una suerte de esperanza. Porque si el mundo es caos, estamos perdidos. Pero si es un laberinto, entonces queda alguna esperanza; existe un propósito: un plan secreto dentro de este caos aparente”.

El epílogo de El hacedor, como luego el mencionado poema La suma, presenta a un hombre que “se propone la tarea de dibujar el mundo” y, tras dedicarle la vida a esta, “descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.

Claro que, del mismo modo que Borges llegó a asociar el laberinto a la ciudad de Venecia, tal vez la imagen que acabó trazando no fuera la suya, sino la más amada. En cualquier caso, María Kodama inauguró en la ciudad de Venecia, veinticinco años después de la muerte del escritor, el gran laberinto de doce mil arbustos siempreverdes, bosque de boj diseñado por el laberintólogo Gilbert Randoll Coate, que de algún modo retrata vegetalmente al autor de El jardín de senderos que se bifurcan.

Borges: muerte en Ginebra

  • Ginebra, la ciudad propicia a la felicidad

La familia de Borges se estableció en Ginebra entre 1914 y 1918, años decisivos para la formación del futuro escritor. Y en 1919, 1920 y 1923 todavía volverá el joven Borges a dicha ciudad por distintos motivos. Muchos años después y acompañado de María Kodama, en 1985, se instalará en Ginebra hasta su fallecimiento, acaecido al año siguiente.

El texto dedicado a Ginebra en Atlas resume toda aquella trayectoria juvenil e incluso se proyecta hasta después de la muerte: “Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo”.

Más también dice allí que, de todas las ciudades del planeta y de todas las patrias que lo acogieron, “Ginebra me parece la más propicia a la felicidad”. Ahora bien, aparte de las razones personales, Borges admiraba la acogida que dio la internacional urbe a los grandes pensadores que allí se instalaron y a los refugiados de la Primera Guerra Mundial, así como el respeto y la discreción que la caracterizan.

Y apreciaba además el confederalismo de la multicultural Suiza, estado compuesto por veintidós cantones de diferentes lenguas y religiones: “El de Ginebra, el último, es una de mis patrias”. Así lo dice en el poema Los conjurados, último de su último poemario, titulado también Los conjurados para hacer más visible su testamentario mensaje final de armonía humana y concordia universal.

Los conjurados resume la formación de la Confederación Helvética, desde que, en la Edad Media, “hombres de diversas estirpes, que profesan / diversas religiones y que hablan en diversos idiomas” comenzasen a tomar “la extraña resolución de ser razonables”, olvidando sus diferencias y acentuando afinidades. Y esta visión quiere ser visionaria: “Mañana serán todo el planeta. / Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético”.

En consecuencia, Borges adoraba el plato de madera decorado con los blasones de los veintidós cantones suizos en torno al escudo helvético que le había regalado María Kodama. Por eso lo tenía al lado de su cama, representando a su civilizada patria federalista o, al menos, al arquetipo de su utopía. Y el plato cantonal lo representaba próximo y espléndido como el de la brioche que María Kodama adquirió en una de las panaderías ginebrinas Aux Brioches de la Lune y que ahora se exhibe, cual canon, en el Atlas de arquetipos universales de la pareja.

Cuentos para una inglesa desesperada
La Ciudad junto al río inmóvil
Todo verdor perecerá
Rodeada está de sueño
Triste piel del universo
La noche enseña a la noche

  • La rosa sin por qué

A lo largo de su vida y de su obra, el agnóstico Borges se mostró muy interesado por el misticismo en general y por el misticismo germánico en particular, como prueban sus escritos sobre los alemanes Eckhart y Czepko o sobre el sueco Swedenborg. En este contexto, sobresale la atención prestada a Angelus Silesius, autor de El peregrino querubínico o Rimas espirituales, gnómicas y epigramáticas conducentes a la contemplación divina, a quien descubrió ya durante su juventud en Ginebra.

En efecto, Borges menciona a Silesius en diversas entrevistas, en algún ensayo de Inquisiciones y de Otras inquisiciones y en numerosos poemas: Otro poema de los dones, de El otro, el mismoAl idioma alemán, de El oro de los tigresG. A. Bürger y The things I am, de Historia de la noche.

Ahora bien, la más reiterada referencia de Borges a Silesius es, sin duda, la que remite al dístico Sin por qué: “La rosa es sin por qué, florece porque florece. No se percibe, no se pregunta si la ven”. En efecto, ya está presente en el artículo juvenil Elementos de preceptiva y reaparece en conferencias de madurez como La poesía, publicada en Siete noches.

Por supuesto, Borges no fue el único en reparar en esta cifra estética como divisa, pues incluso su amigo y admirador José Ángel Valente escogió, al final de su vida, el dístico que la contiene como su poética preferida, que cifró así: “La rosa es sin por qué, florece porque florece, / no se inquieta por ella misma, no desea ser vista”.

En consecuencia, Borges arrastró a María Kodama a traducir del alemán y a prologar juntos Cien dísticos del Viajero querubínico de Ángelus Silesius, una aventura en la que el poeta argentino retomó la lengua que había aprendido autodidácticamente en Ginebra para leer a Schopenhauer y a Nietzsche y para luego pasar tantas noches llenas “de Hölderlin y de Angelus Silesius”, como escribió en Al idioma alemán.

María Kodama recordaba esta aventura traductora descubriendo venturosa, como por cierto tiempo antes el citado Valente, la curiosa talla de ángeles con anteojos en el retablo barroco de una iglesia compostelana. Un elemento más en el aleph de felicidades que también incluyó con asombro la joven poeta de culto Tera Blanco de Saracho en su borgesiana Fantasía aleph:

Gigantes bebiendo flores heladas y helechos.
Gnomos por tus ojos.
Ángeles con gafas.
Polvo en el espejo.
Montañas de luz extraterrestre.
Pueblos enteros a caballo.
Manos en flor y vida en Venus.
Nada es fantasía mía.

Archivo:Borges en Ginebra.jpg - Wikipedia, la enciclopedia libre
  • Modificando el desierto

En su ensayo El idioma analítico de John Wilkins, incluido en Otras inquisiciones, Borges hizo célebres las delirantes y arbitrarias clasificaciones del Emporio celestial de conocimientos benévolos, enciclopedia china que cita a través de Franz Kuhn, de la que procede el fragmento que Michel Foucault convertiría en ejemplo del absurdo categorial:

En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.

No otra es ni podía ser la estructura de este catálogo de regalos del universo, cuya inconmensurable composición se parece a la del arenal del desierto. Pero Borges recordó en su brevísimo testamento El desierto, provocado por su estancia en Egipto e incluido en Atlas, que cuando tomó un puñado de arena y lo arrojó luego a poca distancia fue consciente de que estaba modificando el Sahara: “El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que había sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas”.

En el mensaje de paz y amor que María Kodama destina a Borges al final de la edición póstuma de Atlas, puede leerse: “seremos otra vez Paolo y Francesca, Hengist y Horsa, Ulrica y Javier Otálora, Borges y María, Próspero y Ariel, definitivamente juntos, sólo para la eternidad”. Pues bien, más allá de los nombres que se daban, ya son eternos y ya están juntos cada vez que los leemos, pensamos, viajamos o imaginamos.

Los felices por estar juntos, aunque sea en el infierno de Dante; los felices por fundar juntos el primer reino anglosajón, aunque no sepan que lo hacen para fundar la literatura inglesa, porque todavía hablan su antecedente germánico; los felices por amar juntos, aunque sea, con otros nombres, en un cuento de Borges; los felices por viajar juntos por la vida, aunque sean tan distintos en origen y edad como los viajeros de Atlas; los felices aventureros por las islas cual mago humanista y espíritu andrógino, aunque a veces los envuelva la tempestad de Shakespeare…

María Kodama refirió muchas veces su complejísima relación con Borges, tan fuera de lo común y de lo convencional, tan abierta a lo imprevisto y a lo desconocido, y que solamente encuentra expresión cabal en la Ilíada de Homero, cuando Andrómaca trata de enternecer y de retener a Héctor, para que no vaya a morir por Troya, diciéndole: “Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mis hermanos, / pero sobre todas las cosas eres el amor que florece”.

“Amo pero no tengo amo”, escribió definitivamente Carmen Blanco. Por eso el amor que florece, como los cerezos en el Japón, de María Kodama, educada por su padre en los principios de Gandhi y de Bertrand Russell, asistió feliz al retorno de Borges a los ideales pacifistas de su juventud. Ella misma recuerda la fraternidad pacifista de los poemas juveniles en Borges en la memoria: “Políticamente, Borges en su juventud fue anarquista, librepensador siempre a favor del pacifismo”.

En efecto, Borges se manifestó radicalmente pacifista al final de su vida, hablando en Milán en 1985: “Creo que todas las armas son nefastas, soy pacifista. (…) Opino que toda guerra es injustificada”. Y este pacifismo lo llevó incluso a reconsiderar la ética, aunque no la estética, de su amada épica: “Desgraciadamente, los poetas han dado en cantar la guerra. En fin, la épica es admirable, pero el tema no es admirable”. Por eso el antiguo cantor de espadas y cuchillos acabó declarándose contrario a todas las armas: “Estoy contra la bomba y contra la espada, y contra todas las armas, incluso las armas ilustres y antiguas de las asirios, de los persas o de los griegos”.

Encontrar la paz y encontrarse en la paz es también un regalo del universo. “Pensar en él es pensar en un amigo íntimo, que no hemos visto nunca pero cuya voz conocemos, y que extrañamos cada día”, dijo Borges de Wilde. Sin desdecir de mi admiración máxima por Homero y por Sófocles, por Safo y por Virgilio, por Dante y por Shakespeare, por Goethe y por Dostoievski, por Keats y por Hölderlin, por Poe y por Rimbaud o por Kafka y por Breton, yo podría decir lo mismo de Cervantes y Tolstoi, de Whitman y Verne, de Rosalía y Dickinson o de Borges y Borges.

nuestras charlas nocturnas.


¿Por qué duró 10 días la noche del 4 de octubre de 1582?…


National Geographic(Abel G.M.) — El 4 de octubre de 1582, los habitantes de Italia, Francia, España y Portugal se fueron a dormir para despertarse diez días después, exactamente el día 15 de octubre.

No se trató de ninguna enfermedad o extraño fenómeno paranormal, sino que fue simplemente un mero procedimiento administrativo: un cambio de calendario.

El calendario juliano -introducido en Europa por Julio César, quien se basó en el egipcio- era bastante exacto, pero tenía un pequeñísimo error: establecía la duración del año en 365 días y 6 horas, cuando en realidad era de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos, lo que suponía que cada año la fecha oficial se atrasaba 11 minutos y 15 segundos respecto a la astronómica.

Se trataba pues de una diferencia mínima, pero en los más de 1600 años que el calendario juliano había estado en vigor había acumulado ya un desfase de casi 10 días.

– Un error tolerado

En realidad el error no era ninguna sorpresa: ya desde el siglo IV se sabía que el calendario juliano no era del todo exacto; y en el siglo XIII los astrónomos del rey Alfonso el Sabio de Castilla habían recogido, en las llamadas Tablas Alfonsíes, un cómputo casi exacto del desfase, que fijaron en 10 minutos y 44 segundos por año.

A pesar de esto, no se habían tomado medidas al respecto. La razón, aparte de que el desfase era mínimo, era que el calendario importante en la Europa cristiana no era el civil sino el litúrgico y durante siglos no afectó a las fechas señaladas. Solo empezó a ser visto como un problema cuando el error acumulado afectó a la fecha de la Pascua, cuya celebración había sido fijada en el domingo sucesivo a la primera luna llena de primavera.

Fue por ello que el papa Gregorio XIII decidió crear una “comisión del calendario” para implantar las correcciones necesarias, en base a los estudios astronómicos disponibles.

De ella formaban parte estudiosos como Christophorus Clavius, un astrónomo al que recurrió el propio Galileo, y Luigi Lilio, que fue el autor principal de una propuesta de calendario que se tomó como modelo. Lilio murió en 1576 sin ver nacer el nuevo calendario, que fue finalmente aprobado en septiembre de 1580. Sin embargo, su aplicación se retrasó hasta octubre de 1582.

Bula Inter gravissimas
La bula Inter Gravissimas fue promulgada por Gregorio XIII en febrero de 1582 y anunciaba las medidas para el cambio de calendario en octubre de ese mismo año.

– Los problemas del cambio

Pero la medida no fue muy popular en un primer momento y al principio solo Italia, Francia, España y Portugal la aplicaron, a pesar de que Gregorio XIII la había promulgado a través de una bula papal. Los países católicos adoptaron el nuevo modelo en los años siguientes, mientras que la mayoría siguió usando sus propios calendarios. Todavía hoy en día, en los países que no son de tradición cristiana, se mantiene un sistema dual en el que el calendario católico es usado paralelamente al propio.

Incluso en los países que acogieron de buen grado la reforma, el cambio no estuvo libre de quebraderos de cabeza. El más evidente tenía que ver con los documentos oficiales: se decidió que todas las fechas anteriores a la reforma se mantendrían según el calendario en vigor en ese momento, por la evidente imposibilidad de cambiarlas. Además hubo que revisar todas las fechas administrativas previstas, tales como juicios y pagos, que se retrasaron diez días, generando no pocas complicaciones.

La transición de un calendario a otro dio como resultado algunas anécdotas curiosas. Las personas que habían muerto inmediatamente antes del 5 de octubre -entre las que se encontraban nombres como el de Santa Teresa de Jesús- tuvieron que “esperar”, sobre el papel, otros diez días antes de ser enterradas. Las invitaciones oficiales de países que todavía no habían adoptado el cambio, por no ser católicos, tenían que especificar a qué calendario se referían para evitar confusiones.

Pero la anécdota más curiosa es seguramente que, aunque Cervantes y Shakespeare son homenajeados conjuntamente en el Día del Libro, ninguno de los dos murió ese día: el castellano falleció el 22 de abril de 1616 pero fue enterrado al día siguiente, mientras que en la Inglaterra anglicana seguía vigente el calendario juliano y, por lo tanto, cuando allí era el 23 de abril en España ya era el 3 de mayo.

Aun después de todo ello, el nuevo sistema no resultó ser definitivo, aunque sí más consistente que el anterior. Variaciones en la velocidad de rotación de la Tierra crean una diferencia ínfima de un día cada 3300 años aproximadamente, que se resolvería fácilmente quitando dicho día de un año bisiesto. Pero aún quedan casi 3000 años para ello, así que no hay prisa.

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La increíble historia de Bluey, el perro más longevo de Australia que conquistó al público infantil…


La historia de Bluey sigue viva, no solo como el perro más longevo del mundo, sino como un símbolo de lealtad, resistencia y la profunda conexión entre los humanos y sus compañeros de cuatro patas.

Infobae(A.Estrada) — El nombre Bluey ha trascendido el tiempo, convirtiéndose en un ícono en Australia, tanto en la historia canina como en la cultura popular. Más que un simple nombre, es sinónimo de longevidad y resistencia, pues pertenece al pastor ganadero australiano que, según el Libro Guinness de los Récords, ostenta el logro mundial de vida en perros.

Nacido el 7 de junio de 1910 en Rochester, Victoria, Bluey no solo fue un testimonio viviente del impacto de los cuidados adecuados, sino también un caso de estudio para la ciencia veterinaria, que buscó respuestas en su excepcional trayectoria.

Tiempo después el nombre Bluey volvió a brillar con una nueva identidad. En 2018, la serie animada creada por Joe Brumm conquistó a millones de niños en todo el mundo, despertando la curiosidad sobre si existe un vínculo entre el legendario perro australiano y la entrañable cachorra azul que protagoniza la historia animada.

Durante más de 29 años y 5 meses, este perro desafió las expectativas y dejó una huella imborrable.

– La historia del perro más longevo del mundo

En la tranquila localidad de Rochester, en el estado de Victoria, Australia, nació un cachorro de raza pastor ganadero australiano (blue heeler) que con el tiempo se convertiría en una verdadera leyenda.

Su nombre era Bluey, y fue adquirido por William Hall, el abuelo de Edna Staley, quien lo recibió siendo apenas un cachorro. Desde sus primeros meses de vida demostró las cualidades de su raza, inteligencia, energía y una lealtad inquebrantable.

Años más tarde pasó a manos del padre de Edna Staley, quien lo convirtió en un trabajador indispensable en la granja familiar. Durante casi dos décadas, desempeñó un papel clave en el pastoreo de ovejas y ganado, demostrando una resistencia y vitalidad extraordinarias.

Su presencia no solo facilitaba las tareas diarias del campo, sino que también se convirtió en una compañía constante para la familia. Según Edna Staley, quien tenía solo diez años cuando Bluey murió, el perro era ya muy viejo en sus últimos años y pasaba la mayor parte del tiempo descansando en el patio trasero.

El blue heeler o pastor ganadero australiano es reconocido por haber ayudado a los colonos británicos a manejar el ganado en las duras condiciones del paisaje australiano, destacando por su inteligencia, fuerza y resistencia.

“No era como los cachorros con los que se puede jugar… Bluey era solo un perro que estaba en el patio trasero, simplemente estaba tirado”, recordó en una entrevista con ABCentral Victoria en 2024.

Sin embargo, su conexión con la familia iba más allá de su edad avanzada. “Me dijeron que cuando éramos pequeños, mamá solía llevar el cochecito por la calle y Bluey la seguía. Se sentaba afuera de la tienda con el cochecito grande hasta que mamá salía”, contó.

La longevidad de Bluey comenzó a llamar la atención, en 1936, con 29 años y cinco meses, fue reconocido como el perro más viejo del mundo, un título que quedó registrado en el Libro Guinness de los Récords.

Sin embargo, el tiempo cobró su precio y en 1939 su salud comenzó a deteriorarse. A causa de su avanzada edad y los problemas asociados a ella, Bluey fue sacrificado humanitariamente el 14 de noviembre de 1939, cerrando así una vida excepcional.

Su legado, sin embargo, nunca se apagó. Su historia quedó grabada en la memoria colectiva de Rochester y más allá. “Al vivir en un pueblo pequeño como Rochester, la gente conocía a papá y a su perro”, recordó Edna Staley.

Los episodios de Bluey están disponibles para ver en plataformas como Disney+, donde los niños pueden disfrutar de las divertidas historias de Bluey. 

– ¿Bluey tiene alguna relación con la serie animada?

La serie animada “Bluey”, creada por Joe Brumm y estrenada en 2018, ha conquistado a audiencias de todo el mundo con su tierna representación de la vida familiar y el juego infantil.

Inspirado en su propia infancia en Australia y en su experiencia como padre, Brumm eligió como protagonista a un cachorro de la raza blue heeler, una decisión que aporta autenticidad y refuerza la identidad australiana de la historia.

De acuerdo con la revista científica Muy Interesante, esta raza, conocida por su lealtad y energía incansable, ha sido parte fundamental del trabajo rural en el país, lo que añade una capa de significado a la serie.

Si bien la serie y el legendario perro Bluey comparten nombre y raza, no existen pruebas de que el creador se haya inspirado directamente en el can histórico. Sin embargo, la coincidencia es llamativa. Mientras el Bluey real se convirtió en un símbolo de resistencia y longevidad, el Bluey animado representa la curiosidad, la creatividad y la importancia del juego en el desarrollo infantil. Ambos, de manera distinta, encarnan valores profundamente arraigados en la cultura australiana.

Más allá de cualquier conexión directa, el nombre “Bluey” se ha consolidado como un emblema cultural del país, evocando tanto el pasado rural como la modernidad. La serie ha logrado que nuevas generaciones se identifiquen con la esencia de la raza, transmitiendo la calidez y la energía de esta raza a través de historias entrañables que resuenan con niños y adultos por igual.

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La copia, el original, el autor y los autorizados…


La copia el original el autor y los autorizados fuente duchamp
Copia a partir de Marcel Duchamp, Fuente, 1917/1964.

JotDown(C.R.Verrilli) — Lo que conocemos como cultura es un entretejido de relatos que se han contado, con diferentes recursos, a lo largo de la historia de la humanidad. Un hombre emprendió un viaje de regreso a su patria después de la guerra. El viaje le llevó años, encontró islas, tormentas, dioses y sirenas, resolvió problemas, tuvo dudas y temores, ganó batallas, tuvo una revelación, recuperó el coraje y llegó a destino.

Su historia se cantó en versos de pueblo en pueblo para hablar del honor, de la valentía, de la transformación. Pasó el tiempo y la misma historia se contó con variaciones en libros, historietas, radionovelas, obras de teatro y pantallas de cine, también fue motivo de pinturas, esculturas, performances e instalaciones en galerías de arte y el hilo narrativo de programas de televisión, series en plataformas bajo demanda y pódcasts. 

La idea de que la cultura y la producción artística son una puesta en diálogo o un sistema de citas estaba en práctica mucho antes de ser postulada por las teorías contemporáneas. 

Lo que hoy llamamos intertextualidad, en la antigüedad se solía llamar imitación de los clásicos. En el Renacimiento este mecanismo se conocía como el principio de imitatio auctoris que también se relacionaba con el ideal de la imitación de los maestros para después poder encontrar el estilo propio.

5. Peter Paul Rubens copy of the lost Battle of Anghiari
Leonardo, Batalla de Anghiari (copia de Peter Paul Rubens, ca. 1600-1608), Louvre, París.

Leonardo da Vinci fue pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista: un artista total, símbolo del hombre del Renacimiento, un genio universal. 

El gran aporte de Leonardo a la historia de la pintura es la técnica del sfumato o claroscuro. El artista esfumaba los límites entre cada color y cada capa de pintura, haciendo pasajes graduales entre la luz y la oscuridad. En sus pinturas, ni los objetos ni las personas tienen líneas de contorno: hay continuidades cromáticas que le dan volumen y naturalidad a las representaciones.

Para la época, ver una pintura de Leonardo era como ver a través de una ventana, era ver lo real. El gran aporte de Leonardo a la historia del arte es una técnica para copiar. 

Dicen que Diego Velázquez pintó La familia de Felipe IV a pedido del rey. Dicen que la obra se rebautizó como Las meninas por el lugar protagónico de las damas de honor que rodean a la infanta Margarita. Otros dicen que ese lugar protagónico lo tiene Velázquez.

Dicen que Pablo Picasso tenía trece años cuando vio por primera vez Las meninas. Dicen que fue en una visita de verano al Museo del Prado y que quedó maravillado, obsesionado. 

Dicen que una de las primeras cosas que hizo Picasso cuando se instaló en Madrid en 1897 fue volver al Museo del Prado. Dicen que se pasaba las tardes estudiando la pintura de Velázquez, haciendo dibujos y bocetos en su cuaderno. 

Dicen que, en su versión de Las meninas, Picasso usó el formato horizontal para darle más relevancia a los personajes. Dicen que reemplazó al dogo de Velázquez por su perro basset como un guiño a quienes lo conocían.

Dicen que Las meninas es una de las obras pictóricas más comentadas, copiadas y reinterpretadas en el mundo del arte. 

Velazquez, Las Meninas (museo del prado)

La figura del autor es una construcción moderna. Antes de que la autoría revista de importancia a todo lo que un sujeto-autor hiciera, las obras de arte no llevaban firma y se reproducían entre maestros y aprendices sin importar quién hacía qué. Los artistas eran artesanos que pintaban o esculpían los mismos motivos, las mismas escenas y los mismos personajes.

Después se hablaría del estilo o de las particularidades que cada artista imprimía en su modo de hacer, pero, mientras tanto, imitaban: dioses, venus, kuros, santos, paisajes, cacerías, batallas y fruteras; una y otra vez de manera anónima.

Mientras se forjaba la noción de autor se estaba escribiendo la historia del arte y, como todo buen relato, el arte necesitaba hitos y personajes para ser narrado. Así fue que los artistas fueron idealizados como genios creadores, hombres fantásticos con talentos por fuera de toda normalidad que producían obras bellas y sublimes de manera individual. 

Durante años, el artista-autor será un creador con un lugar de poder y autoridad. Sus producciones, por tanto, serán originales, únicas y eso las hará valiosas, dignas de ser admiradas, narradas y recordadas. Pero el tiempo es puro cambio y nuevamente pasarán los años y con ellos los grandes relatos serán puestos en tensión.

La idea romántica del genio creando en soledad comenzará a abrirse a situaciones colectivas de producción que vuelven a la vieja-nueva idea de que el arte es un entretejido de enunciados y enunciadores en constante diálogo. 

Aquello que llamamos «creación» no es un suceso repentino e insólito, sino un proceso dilatado que requiere un diálogo profundo con aquello que ya ha existido antes para extraer algo de ello. Sin embargo, el culto a la originalidad relega y rechaza estas prácticas fundamentales para cualquier proceso artístico.

—Andy, un portavoz del gobierno canadiense dijo que tu arte no puede describirse como una escultura original. ¿Estás de acuerdo con eso?

—Sí.

—¿Por qué estás de acuerdo?

—Bueno, porque no es original.

21 de abril de 1964. Andy Warhol está dando una entrevista televisiva en la inauguración de su exposición en la Galería Stable de Nueva York, a su lado está el galerista Ivan Karp y a sus espaldas hay unas cajas apiladas como en un supermercado. Es una muestra colectiva donde participan varios artistas y donde Warhol presenta esculturas que imitan a las cajas de cereales Kellogg’s, del kétchup Heinz, conservas de frutas Del Monte y esponjas de metal Brillo.

En enero de ese año Warhol había alquilado el local que luego sería conocido como The Factory, un espacio de mil quinietos metros cuadrados que le permitía producir más rápido, en cantidad y en escala. Uno de los primeros proyectos que Warhol llevó adelante en ese lugar fueron sus cajas: el piso estaba cubierto con pliegos de papel y arriba se alineaban prismas de madera pintados de blanco.

«Veinticuatro paquetes gigantes», «esponjas con jabón resistentes al óxido», «saca brillo al aluminio rápidamente», los asistentes de Warhol ayudaban a serigrafiar las inscripciones y logos que se habían copiado de las cajas originales y otros detalles se hacían con pinceles y pintura acrílica. En The Factory el trabajo era en serie, como en una cadena de producción. En dos meses hicieron cuatrocientas cajas. 

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La revista Life anuncia la muestra The American Supermarket en 1964.

Cuando el crítico Arthur C. Danto visitó la exposición The American Supermarket, no sabía que iba a cambiar para siempre su modo de ver y pensar las obras de arte. Ahora puede parecer menos disruptivo pero, en 1964, copiando unas cajas en serie, Warhol estaba poniendo en crisis a todo el andamiaje conceptual que sostiene a las teorías del arte.

Con un solo gesto estaba cuestionando los discursos históricos y sus matrices fundamentales y en simultáneo llenaba al espectador de preguntas y malestares: ¿Por qué esto está acá? ¿Qué diferencia a esta caja de la que está en el supermercado? ¿Esto es arte?

Las teorías tradicionales no pueden responder esas preguntas y por eso para Danto con Cajas de Brillo el arte llega a su fin porque, aunque los artistas sigan creando, ya no pueden hacerlo con el mismo desarrollo narrativo que había sido usado hasta ese momento. 

Cajas de Brillo son un condensador de varias acciones artísticas que de a poco fueron instalando un nuevo modo de ver, pensar y producir alejado de la idea de genio, de originalidad y del arte como un medio que solamente complace la retina y no genera pensamiento.

Dicen que en 1912 Marcel Duchamp fue a un espectáculo aeronáutico en las afueras de París con un amigo pintor y un amigo escultor. Dicen que cuando vio la hélice de madera de uno de los aviones pensó que estaba tan bien hecha que la pintura había acabado. 

Dicen que en 1913 Marcel Duchamp hizo su primera versión de Roue de bicyclette, una rueda de bicicleta instalada sobre un taburete de madera. Dicen que la hizo sin un propósito, que simplemente disfrutaba ver la rueda en movimiento. 

Dicen que cuando llegó a Nueva York, Marcel Duchamp leyó «ready-made» en la vidriera de un local de ropa. Dicen que la expresión se usaba para diferenciar las prendas confeccionadas en serie de las hechas a medida, pero que Duchamp la usó para nombrar la idea más importante de su vida.

Dicen que en 1915 Marcel Duchamp compró una pala de nieve en una ferretería en Columbus Avenue y la llevó a la casa de su mecenas. Dicen que, en el mango, con mucho cuidado, le escribió el título Antes de romperme el brazo.

Dicen que en 1917 Marcel Duchamp presentó un mingitorio a la Sociedad de Artistas Independientes para ponerlos en un brete. Dicen que los organizadores habían asegurado que iban a aceptar todas las obras, pero el presidente del comité rechazó el mingitorio diciendo que eso era una pieza de fontanería, no de arte. También dicen que esa obra no es de Marcel Duchamp. 

La fuente - Marcel Duchamp - Historia Arte (HA!)
La fuente (M.duchamp)

La obra más influyente del siglo XX, la que cambió el paradigma del arte contemporáneo, es un mingitorio tumbado y firmado bajo el seudónimo de «R. Mutt». Marcel Duchamp la tituló Fuente y la presentó en un certamen donde él era jurado. El comité la rechazó, la pieza se perdió y solo quedaron unas fotos que Alfred Stieglitz le había sacado en su estudio.

Años más tarde, a partir de esas imágenes, Duchamp encargó ocho réplicas que ahora pueden verse en galerías y museos alrededor del mundo. 

Duchamp estaba en contra del «arte retiniano», ese que complace la vista y deja al espectador contento y tranquilo. En ese deseo de separarse de los ideales que se esperan de una obra, fue corriendo los límites de su producción dejando de lado la pintura cubista para dibujarle bigotes a la Gioconda y poner ruedas de bicicleta sobre taburetes. 

La Fuente de Duchamp no es como las cajas de esponjas Brillo que Andy Warhol copió del diseñador comercial James Harvey.

En el mingitorio no hay copia de un original porque lo que se muestra es el original; no hay manufactura del artista ni de sus ayudantes, es el objeto mismo el que es desplazado de su lugar cotidiano y funcional a un espacio expositivo donde se supone que hay obras de arte. Ese desplazamiento, ese señalamiento de algo de uso doméstico al lugar de un objeto, es lo que el artista produce. 

Aunque en ese momento fue rechazado y criticado, algunos contemporáneos captaron la importancia del gesto de Duchamp. El crítico y coleccionista de arte Walter Arensberg escribió en un editorial de la revista The Blind Man de 1917: «El hecho de que el señor Mutt realizara o no la Fuente con sus propias manos carece de importancia.

La eligió. Tomó un artículo de la vida cotidiana y lo presentó de tal modo que su significado utilitario desapareció bajo un título y un punto de vista nuevos. Creó un pensamiento nuevo para ese objeto». 

Duchamp creó un pensamiento apropiándose de un objeto ya creado. Pero también se dice que lo que hizo fue apropiarse de la obra de otra artista. La polémica de la autoría de la Fuente se reabre con la aparición de una carta que el artista le escribe a su hermana Suzanne Duchamp

Una de mis amigas, bajo el seudónimo masculino R. Mutt, ha mandado a la exposición un urinario de porcelana como si fuera una escultura. No es para nada indecente. No había ninguna razón para rechazarlo. Pero el jurado ha decidido no exponer semejante cosa. He presentado mi dimisión y seguro que se hablará de ello en Nueva York. Me gustaría hacer una muestra con la gente que haya sido rechazada por la Sociedad de los Artistas Independientes, aunque sería un poco redundante. Además, el urinario estaría solo.

Duchamp nunca dijo quién era su amiga. Algunos creen que hacía referencia a su alter ego femenino, otros aseguran que hablaba de la artista alemana Elsa von Freytag-Loringhoven y otros dicen que se refería a la poeta Louise Norton. También se dice que Walter Conrad Arensberg y Joseph Stella estaban con Duchamp cuando compró el mingitorio original. Hasta ahora ningún museo cambió la catalogación y Fuente sigue siendo la obra más popular de Duchamp.

En nuestra sociedad le damos un valor significativo a «lo que fue escrito por», «lo que dijo tal»; la firma es garantía, los discursos que están marcados con el nombre de su autor implican un valor de verdad.

En 1936, Walker Evans fotografió, en Alabama, a los Burroughs, una familia de aparceros enormemente empobrecida en la era del Dust Bowl y Sherrie Levine, en 1979, volvió a fotografiar las fotografías de Walker Evans publicadas en el catálogo de la exposición «First and last» y las presentó, en 1981, en la recién inaugurada Galería Metro Pictures de Nueva York.

A finales de los setenta, la fotógrafa y pintora norteamericana Sherrie Levine copia literal y explícitamente obras claves de la historia del arte. No las hace parecidas, no reemplaza cartón por madera como Warhol, ni cambia la raza del perro como Picasso, las hace igual. Si copia a un fotógrafo lo hace refotografiando sus fotos y la imagen se ve igual, solo cambia la autoría. 

La artista tiene sus propias versiones de Man RayJoan MiróWalker Evans, Claude MonetEdgar DegasConstantin Brancusi. Todos hombres, todos reconocidos. También hizo sus propios mingitorios y los llamó Fountain (After Marcel Duchamp) en 1991 y Fountain (Buddha) en 1996, pero los de ella son dorados. Levine rehace obras de quienes cree que se apoderaron de la historia del arte: genios universales, hombres fantásticos con talentos por fuera de toda normalidad, las voces autorizadas del arte.

La historia sigue. Entre 1995 y 1997 otro artista estadounidense, Mike Bidlo, copió la Fuente de Duchamp, pero en color dorado, como la de Sherrie Levine. También, en 2005, copió Cajas de Brillo y, por una tarde, recreó The Factory (el taller de Warhol) en el altillo de su estudio. 

Con ironía, como homenaje o como crítica, estos artistas crean —al igual que Duchamp— un pensamiento nuevo para objetos artísticos reconocidos, desacralizando los modos de hacer e inquietando una vez más al espectador que se pregunta: ¿dónde está la originalidad? ¿Por qué esto sigue siendo arte? 

Dicen que en el arte ya está todo hecho y que solo resta copiar y crear nuevos contextos para que las obras circulen. Dicen que las obras de arte solo viven de sus innumerables relaciones con otras obras. Dicen que en realidad existe un solo autor y es un autor colectivo. Dicen que ninguna obra es original.

Dicen que el arte es un recuerdo compartido, una caja de herramientas y procedimientos infinitos y contagiosos. Dicen que una obra de arte nunca permanece idéntica a sí misma. Dicen que un hombre emprendió un viaje de regreso a su patria después de la guerra. Dicen que el viaje le llevó años y encontró islas, tormentas, dioses, sirenas.

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David Buick, el genio pionero de los automóviles que murió sin un centavo…


David Buick

BBC News Mundo(M.Bennett) — A medida que los inventores dejan huella en la historia, David Dunbar Buick se ubica entre los mejores.

Se le ocurrió un sistema de aspersores de césped, un dispositivo para descargar el inodoro y una forma de esmaltar lavabos y bañeras de hierro fundido, un proceso que todavía se utiliza.

Pero su mayor reclamo a la fama fue la creación de un vehículo que se convertiría en la base que usaría uno de los productores de automóviles más grandes del mundo, General Motors.

Más de 50 millones de vehículos llevaron el nombre de Buick en el siglo pasado.

Pero a pesar de hacer no solo una, sino dos fortunas, terminaría prácticamente sin un centavo.

Su historia llevó a un empresario y filántropo estadounidense contemporáneo a decir: «Bebió un sorbo de la copa de la grandeza y luego derramó lo que contenía».

Pero ¿cómo llegó a eso?

– Los negocios

La historia de Buick sugiere que tenía la brillantez de un inventor pero poco sentido comercial.

1904 Buick Runabout
Una réplica del modelo Buick Runabout, de 1904.

Siendo un niño, se mudó en 1856 de Arbroath, en Escocia, a Estados Unidos, donde cofundaría un negocio de plomería.

Fue uno de sus únicos éxitos rotundos, ya que aprovechó su genio inventivo.

Pero Buick no estaba contento. A finales del siglo XIX, había encontrado otra obsesión: el motor de combustión interna.

Vendió su parte del negocio de la plomería por US$ 100.000 (equivalente a US$ 3,3 millones en la actualidad) y comenzó su propia empresa de automóviles.

Buick Auto Vim iba a crear el motor varillero, que todavía se usa, pero para 1902, solo había producido un automóvil y su dinero se había agotado.

Fue rescatado por William Crapo Durant, quien se hizo cargo del negocio con sede en Detroit y luego fundó General Motors (GM), que hasta hace relativamente poco tiempo era el mayor fabricante de automóviles del mundo.

GM ha rendido homenaje a Buick, afirmando que «su importancia para la marca Buick moderna y General Motors no puede ser subestimada».

Una portavoz dijo: «Si bien la historia de David Buick es en sí misma muy complicada, sin lugar a dudas, si no hubiera sido por él no habría un automóvil Buick».

Un anuncio publicitario del vehículo de Buick de 1940.
Un anuncio publicitario del vehículo de Buick de 1940.

Buick sería sacado de la empresa unos años más tarde con otra compensación de US$100.000, una fracción de lo que podría haber ganado si hubiera mantenido sus acciones en el negocio.

Pero terminó desperdiciando su segunda fortuna al invertir pobremente en prospectos petroleros de California y tierras de Florida.

En 1924, a la edad de 69 años, regresó a Detroit sin trabajo y prácticamente sin un centavo, sin poder siquiera pagar para tener un teléfono en su casa.

Finalmente, logró encontrar un trabajo como instructor en la Escuela de Oficios de Detroit, pero experimentó problemas de salud.

– «Anciano encorvado»

Ian Lamb, periodista retirado que vive en Arbroath, ha hecho campaña para que se levante una estatua en la ciudad en honor a Buick.

«A medida que se debilitaba, se le encomendó una tarea de menor importancia en el escritorio de información, donde se le recordaba como un anciano delgado y encorvado que miraba a los visitantes a través de unos lentes gruesos».

Placa en honor de David Buick en Arbroath
Se erigió una placa para conmemorar a David Buick en Arbroath en 1994.

En marzo de 1929, murió de neumonía en el Hospital Harper en Detroit luego de una operación para extirpar un tumor en su colon.

Tenía 74 años.

En una entrevista poco antes de ir al hospital, Buick dijo:

«No me preocupo. El fracasado es el hombre que se queda abajo cuando cae, el hombre que se sienta y se preocupa por lo que pasó ayer en lugar de saltar y pensar en lo que va a hacer hoy y mañana».

«Eso es el éxito: mirar hacia el futuro. No estoy acusando a nadie de engañarme. Fueron las rupturas del juego las que hicieron que saliera perdiendo en la empresa que fundé».

En junio de 1994, se erigió una placa conmemorativa en las paredes del antiguo Masonic Hall en Arbroath, el único edificio sobreviviente de la calle en la que nació.

Cuando se dio a conocer la placa, Robert Coletta, un alto ejecutivo de General Motors, dijo: «Buick ha sido uno de los grandes nombres de los automóviles estadounidenses durante prácticamente todo el siglo XX».

«Es ciertamente apropiado de nuestra parte honrar a este hombre, no solo porque su nombre identifica nuestros automóviles, sino porque su genio y trabajo arduo formaron el comienzo de una historia de éxito automotriz sin igual y que aún se está escribiendo».

Desde entonces, la estrella de Buick se ha desvanecido y parece correr el riesgo de convertirse en el hijo olvidado de Arbroath.

Hace dos años, The New York Times informó que el nombre de Buick ya no estaba estampado en la parte posterior de sus modelos norteamericanos. En China, donde la mayoría de los Buicks se venden hoy en día, la placa de identificación ya ha desaparecido.

Y a pesar de los esfuerzos de Ian Lamb y otros, no hay planes de estampar el nombre de Buick en los libros de historia con una estatua en su ciudad natal.

– «Importantes avances»

Todo lo que queda de su legado en Arbroath es la placa conmemorativa en el costado de una pared oculta a la vista de la mayoría de los residentes locales.

El edificio donde se encuentra la placa.
El edificio donde se encuentra la placa.

Ian Lamb dice que una estatua sería un tributo apropiado al pionero del automóvil.

«En David Buick tenemos a alguien que fue responsable de los principales avances en el desarrollo de automóviles, avances que siguen siendo relevantes en todo el mundo hasta el día de hoy.

«Sin embargo, ¿cuántas personas saben que este genio inventivo nació aquí en Arbroath?

«Sí, tenemos una placa que marca el último edificio que queda de la calle donde nació, pero incluso a la mayoría de las personas que viven en la ciudad les resultaría difícil ubicarla.

«Buick merece ser recordado».

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La treiba: resistencia republicana en la guerra civil española…


La Treiba: Resistencia Republicana En La Guerra Civil Española | Basado En  Hechos Reales

La historia de España está llena de momentos cruciales que definieron su identidad y su futuro. Uno de esos momentos, un capítulo oscuro y poco conocido, es el de la Treiba, un movimiento de resistencia popular que desafió al poder establecido durante la Guerra Civil Española (1936-1939). La Treiba, también conocida como “la guerrilla republicana”, fue un fenómeno complejo que se desarrolló en diferentes regiones de España, con características propias y motivaciones particulares.

Para comprender la Treiba, es necesario retroceder al contexto histórico que la gestó. La victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, tras años de represión y violencia por parte del régimen de la derecha, despertó esperanzas de un cambio profundo en España. Sin embargo, la derecha no aceptó la derrota y se preparó para la violencia. El golpe de estado de julio de 1936, liderado por el general Francisco Franco, marcó el inicio de la Guerra Civil Española.

El golpe de estado encontró una fuerte resistencia popular en muchas regiones de España. La Treiba nació en este contexto de resistencia, como una respuesta espontánea a la violencia fascista. En un principio, la Treiba se componía de civiles armados, milicianos y combatientes republicanos que se negaron a abandonar la lucha tras la derrota del ejército republicano en el frente.

La lucha contra el maquis: la Guerra Civil española duró hasta 1952

– Las Características de la Treiba:

  • Organización Flexible y Descentralizada: La Treiba no era un ejército regular, sino una red de grupos autónomos que actuaban de forma independiente. Esta flexibilidad les permitió adaptarse a las diferentes condiciones geográficas y políticas de cada región.
  • Combatientes Diversos: Los combatientes de la Treiba provenían de diferentes sectores de la sociedad: campesinos, obreros, intelectuales, estudiantes, etc. Esta diversidad reflejaba la amplia base social de la resistencia republicana.
  • Tácticas Guerrilleras: La Treiba utilizaba tácticas guerrilleras para atacar a las fuerzas franquistas, como emboscadas, sabotajes y ataques sorpresa. Su objetivo principal era desestabilizar al régimen y mantener viva la llama de la resistencia.
  • Apoyo Popular: La Treiba contaba con el apoyo de la población civil en las zonas donde operaba. Los campesinos les proporcionaban alimentos, refugio y información, mientras que otros sectores de la sociedad les brindaban apoyo logístico y financiero.

La Treiba no fue un fenómeno homogéneo. Se desarrolló en diferentes regiones de España, con características propias y motivaciones particulares. A continuación, se presentan algunas de las facetas más importantes de la Treiba:

– La Treiba en Cataluña:

En Cataluña, la Treiba se desarrolló en zonas rurales y montañosas, como los Pirineos y el Montseny. Los combatientes de la Treiba catalana, conocidos como “los maquis”, se caracterizaban por su gran movilidad y por su conocimiento del terreno. Su objetivo principal era controlar las vías de comunicación y dificultar el avance de las tropas franquistas.

– La Treiba en Andalucía:

En Andalucía, la Treiba se desarrolló en zonas rurales y montañosas, como la Sierra Morena y la Sierra Nevada. Los combatientes de la Treiba andaluza se caracterizaban por su gran capacidad de adaptación al terreno y por su conocimiento de las técnicas de supervivencia. Su objetivo principal era proteger a la población civil de la represión franquista.

– La Treiba en Levante:

En Levante, la Treiba se desarrolló en zonas rurales y montañosas, como la Sierra de Espadán y la Sierra de Mariola. Los combatientes de la Treiba levantina se caracterizaban por su gran capacidad de organización y por su conocimiento de las redes de comunicación clandestinas. Su objetivo principal era mantener viva la resistencia republicana en la zona.

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– Logros de la Treiba:

La Treiba tuvo un impacto significativo en el curso de la Guerra Civil Española. A pesar de su falta de recursos y de la superioridad militar del ejército franquista, la Treiba logró mantener la llama de la resistencia viva en muchas regiones de España. Sus acciones provocaron importantes pérdidas a las fuerzas franquistas, desestabilizaron el régimen y dieron esperanza a la población.

Sin embargo, la Treiba también tuvo sus limitaciones. La falta de apoyo del gobierno republicano, la escasez de recursos y la represión del régimen franquista dificultaron la consolidación del movimiento. La Treiba no pudo evitar la victoria de Franco, pero sí logró mantener viva la llama de la resistencia durante años, convirtiéndose en un símbolo de la lucha contra la dictadura.

  • Mantener la Resistencia: La Treiba logró mantener viva la llama de la resistencia republicana en muchas regiones de España, incluso después de la derrota del ejército republicano.
  • Infligir Pérdidas al Régimen: Las acciones de la Treiba provocaron importantes pérdidas a las fuerzas franquistas, tanto en recursos como en vidas humanas.
  • Proteger a la Población Civil: La Treiba jugó un papel fundamental en la protección de la población civil de la represión franquista, especialmente en las zonas rurales.
  • Mantener Viva la Esperanza: La Treiba fue un símbolo de esperanza para la población republicana, demostrando que la lucha contra la dictadura setutorial viva.

– Limitaciones de la Treiba:

  • Falta de Apoyo del Gobierno: El gobierno republicano no brindó el apoyo necesario a la Treiba, lo que limitó su capacidad de acción.
  • Escasez de Recursos: La Treiba carecía de recursos materiales y financieros, lo que dificultaba su organización y su capacidad de combate.
  • Represión del Régimen: El régimen franquista reprimió con dureza a la Treiba, lo que provocó la muerte de muchos combatientes y la desmoralización del movimiento.
  • Falta de Unidad: La Treiba era un movimiento descentralizado y fragmentado, lo que dificultaba la coordinación y la toma de decisiones.

– La Treiba en la Memoria Histórica

Guerra civil española - Wikipedia, la enciclopedia libre

La historia de la Treiba ha sido durante mucho tiempo silenciada por el régimen franquista.

La dictadura se esforzó por borrar la memoria de la resistencia republicana, presentando a Franco como el salvador de España y a la Guerra Civil como una cruzada contra el comunismo.

Sin embargo, la memoria de la Treiba sigue viva en las comunidades donde operó.

Los testimonios de los combatientes, los restos de sus campamentos y los relatos de la población civil mantienen viva la historia de la resistencia republicana.

En los últimos años, la Treiba ha comenzado a ser reconocida como un capítulo importante de la historia de España, un ejemplo de lucha y resistencia contra la dictadura.

La memoria de la Treiba sigue viva en las comunidades donde operó.

Los testimonios de los combatientes, los restos de sus campamentos y los relatos de la población civil mantienen viva la historia de la resistencia republicana.

En los últimos años, la Treiba ha comenzado a ser reconocida como un capítulo importante de la historia de España, un ejemplo de lucha y resistencia contra la dictadura.

La Treiba fue un movimiento complejo y heterogéneo que reflejó la diversidad de la resistencia republicana durante la Guerra Civil Española. A pesar de su falta de recursos y de la represión del régimen franquista, la Treiba logró mantener viva la llama de la resistencia en muchas regiones de España, convirtiéndose en un símbolo de la lucha contra la dictadura.

La historia de la Treiba nos recuerda la importancia de la resistencia popular, la lucha por la libertad y la defensa de los valores democráticos.

nuestras charlas nocturnas.


«Aristóteles no es simplemente el filósofo más importante de todos los tiempos; Aristóteles es el ser humano más importante que haya vivido jamás»…


Detalle  de retrato del filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C.). Pintura de Girolamo Mocetto (1458-1531). Museo Jacquemart André, París
El filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C.) fue un polímata cuya obra es considerada un pilar fundamental de la cultura occidental.

BBC News Mundo(D.Ventura) — «Aristóteles no es simplemente el filósofo antiguo más importante, ni simplemente el filósofo más importante de todos los tiempos; Aristóteles es el ser humano más importante que haya vivido jamás«.

Eso declaró el filósofo británico John Sellars en un artículo de la revista Antigone previo a la publicación de su libro «Aristotle: Understanding the World’s Greatest Philosopher».

En español, se llama «Lecciones de Aristóteles: comprender al mayor filósofo de todos los tiempos».

Ambos títulos reflejan lo que motivó a Sellars a escribir el libro: su experiencia como estudiante de filosofía.

«Cuando empecé, era muy consciente de que Aristóteles era una figura importante, pero me parecía muy intimidante. Cada vez que intentaba sumergirme en sus obras, me perdía casi inmediatamente».

No obstante, perseveró y aprendió que «hay que saber leerlo». ¿Cómo? «Lentamente».

Su libro es un abrebocas, que espera nos anime a explorar los escritos del filósofo del IV y III siglo a.C., nos sirva de orientación en el camino, y nos ayude a descubrir cuán brillante es.

Y lo es, pero ¿»el más grande del mundo», «el mayor de todos los tiempos», «el ser humano más importante»?…

«Ese es mi punto de vista, y sé que hay otros académicos que lo compartirían, no todos claro, pero no soy el único que piensa así», le dijo a BBC Mundo.

Sin duda, pero las opiniones claman justificación, particularmente si son las de un respetado experto en saberes como Sellars, profesor de Filosofía en la Universidad Royal Holloway y autor de las aclamadas «Lecciones de estoicismo» y «Lecciones de epicureísmo».

Así que le pedimos que nos convenciera.

Pero antes…

– Recordemos sucintamente

Aristóteles forma parte de esa tríada dorada de la filosofía clásica que completan Sócrates y Platón.

Era originario del norte de Grecia, y a los 18 años se fue a estudiar en la Academia de Platón en Atenas donde, durante dos décadas, fue pupilo y luego colega del gran pensador.

Con el tiempo, aunque siempre reconoció cuánto le debía a su maestro, fue distanciándose de sus ideas y desarrollando sus propias opiniones.

Detalle central de 'La Escuela de Atenas', que presenta a los filósofos griegos Platón (túnica roja) y Aristóteles (túnica azul). Pintado por Rafael entre 1509 y 1511 (Palacio Apostólico, Ciudad del Vaticano).
«Platón es mi amigo, pero más amiga es la verdad», dijo Aristóteles (en toga azul), refiriéndose a su maestro (en toga roja).

Tras la muerte de Platón, dejó Atenas y, tras un tiempo en Asia Menor, se mudó a la isla griega de Lesbos, donde se dedicó a estudiar el mundo natural.

Años después, el rey Filipo de Macedonia lo invitó a volver al norte de Grecia para ser tutor de su hijo Alejandro, quien más tarde sería conocido como Alejandro Magno.

Cuando Filipo fue asesinado mientras Alejandro estaba en su gran campaña por Oriente Medio e India, Aristóteles temió por su seguridad, y regresó a Atenas, donde fundó su propia escuela, el Liceo.

Tenía 50 años. Murió a los 62, dejando una vasta biblioteca, que incluía sus propios y numerosos escritos.

Según la Enciclopedia Británica, las obras de Aristóteles que se conservan, aunque probablemente representan solo una quinta parte de su producción total, suman alrededor de un millón de palabras.

Aunque Sellars acepta que decir que es la persona más importante de todas es una afirmación aparentemente «descabellada, tan grandilocuente que puede parecer una hipérbole escandalosa», la dimensión está de su parte.

«Creo que es el más grande en términos de la escala de su influencia y el impacto que ha tenido.

«Sencillamente, contribuyó tanto a tantas cosas que siguen siendo relevantes hoy en día que ni siquiera no percatamos de que están conectadas con él».

– Con el agua hasta las rodillas

Aristóteles no era sólo el prototipo de filósofo sentado en una academia o un palacio de la Antigua Grecia cavilando con la mirada perdida en el infinito.

Como su objeto de estudio era el mundo que lo rodeaba, también solía hacer trabajo de campo, cuenta Sellars.

Aristóteles. De: Commentarium magnum Averrois en Aristotelis De Anima libros, siglo XIII. Encontrado en la colección de la Bibliothèque Nationale de France.
Aristóteles imaginado en el siglo XIII.

Cuando se dedicó a explorar la vida natural, «iba a las playas y, con el agua hasta las rodillas, observaba a los animales, atrapaba insectos, peces, cangrejos y pulpos, y luego los examinaba».

«Hasta entonces, nadie había tratado de estudiar sistemáticamente a los seres vivos».

Así, creó la disciplina de la biología.

Pero ojo, esto no quiere decir que sus conclusiones fueran correctas.

De hecho, la mayor parte del conocimiento que derivó de sus observaciones en este campo está obsoleta.

Sin embargo, el que se haya probado que lo que él creyó entender era falso, no devalúa su obra, pues en el meollo de su pensamiento está el que la evidencia triunfa sobre la teoría.

«Toda teoría está abierta a la refutación mediante una observación posterior, dijo más de una vez Aristóteles», subraya Sellars.

Además, lo excepcional es la forma en que buscó conocimiento, que «sentó las bases de la ciencia empírica».

«Reflexionando sobre la naturaleza de la ciencia, se le ocurrió un método para el pensamiento científico, que fue otro avance realmente importante».

Y, mientras «estaba tratando de entender cómo funcionaban los seres vivos, desarrolló un enfoque que luego aplicó en otros campos».

– Otras aguas

Por ejemplo: Aristóteles adoptó su metodología del conocimiento en sus estudios sobre política.

Para entenderla, y escribir sobre ella, necesitaba muestras, así que «recopiló copias de todas las constituciones de las diferentes ciudades del antiguo mundo mediterráneo», señala Sellars.

Eso le permitió comparar y analizar las diferentes ciudades y comunidades.

Así como los animales, los diferentes tipos de gobiernos se podían clasificar -monarquías, oligarquías, democrácias- y, basándose en información histórica, tener una idea de cuáles florecieron.

Civilización romana, siglo I d.C. Mosaico que representa la Escuela de Atenas. De Pompeya, Italia.
A diferencia de la Académia de Platón, el Liceo de Aristóteles dictaba muchas de conferencias que estaban abiertas al público en general y se impartían de forma gratuita.

Fue un enfoque muy científico que marcó el comienzo de las ciencias sociales.

«La política puede ser un tema acalorado y la gente tiene opiniones fuertes.

«La idea de intentar dar un paso atrás y adoptar este enfoque más científico, recopilando información antes de emitir un juicio, es una forma muy madura de pensar en política que todavía no hemos aprendido del todo», comenta el autor en entrevista con BBC Mundo.

Lo mismo hizo cuando exploró la literatura en su obra la Poética.

«Para entender el drama griego, de una manera muy científica, lo desmontó, y pensó en todos los diferentes elementos que contribuyen a su éxito», explica Sellars.

«Examinó la trama, los personajes, la puesta en escena… todo lo que es importante.

«Y, aunque parezca muy obvio ahora, señaló que necesitas un principio que le dé al público una idea de cuál es la situación, luego la acción principal y finalmente una resolución que no deje cabos sueltos, para que sea satisfactoria para la audiencia y se pueda ir con una sensación de plenitud».

Así estableció los elementos básicos de una buena historia, con un análisis que se sigue usando y que además dio a luz la crítica literaria.

– Por si fuera poco

Así, resume Sellars, Aristóteles fue «la primera persona que estudió sistemáticamente la política y que pensó en la literatura y en la ciencia de esta manera, e inventó la lógica formal, lo cual es un gran logro por derecho propio».

¿La lógica también?

«Fue el primero que estudió las estructuras del pensamiento racional, inventando en el proceso la lógica formal y articulando claramente por primera vez principios lógicos clave, como la Ley del Tercio Excluido: cualquier proposición solo puede ser verdadera o falsa.

«Esa división binaria es la idea fundamental que subyace al mundo digital».

Aristóteles enseñándole a un estudiante, ilustración de una copia mesopotámica del siglo XIII del Kitāb naʿt al-hayawān, atribuido a Jabril ibn Bukhtishu
El sistema filosófico y científico de Aristóteles se convirtió en el marco y vehículo tanto de la escolástica cristiana como de la filosofía islámica medieval.

Además, «Ética Nicomáquea ha sido probablemente el libro más influyente en ética de todos los tiempos», adelanta Sellers.

¿Por qué?

«Por la riqueza y la complejidad de la respuesta que da. No la simplifica. Y reconoce todas las dificultades muy reales de tratar de vivir una vida humana.

«Además, aporta su espíritu científico a la materia.

«Primero tenemos que pensar en lo que es un ser humano y cuáles son sus capacidades y habilidades, y luego en lo que significaría ser un buen ser humano que utilizara esas capacidades y habilidades de la mejor manera posible».

Aristóteles creía que más allá de crecer, movernos y reproducirnos, como otros seres vivos, nuestra capacidad distintiva es la de razonar: la gran mayoría de los humanos adultos son seres pensantes… en potencia.

«Citando un ejemplo que a él le gustaba, los ojos sirven para ver; esa es su función.

Si alguien tiene ojos pero nunca los abre, estos no llegaran a ser ojos en el sentido más pleno», ilustra Sellars.

En el mismo orden de ideas, «solo somos verdaderamente seres pensantes cuando realmente pensamos».

Al hacerlo ejercemos eso de ser humanos. ¿Y qué es ser un buen humano, entonces?

– Sociales, curiosos y racionales

Un buen ser humano es aquel que, por un lado, usa su razón, dice Sellars, y añade que hay varias maneras en que podemos pensar en eso.

«Una forma en la que usamos la razón es controlando los deseos y emociones irracionales que tenemos, evitando que se apoderen de nosotros.

«Es decir, si un ser humano adulto todavía es excesivamente emocional -hace berrinches cuando no se salen con la suya y se comporta como un niño-, podríamos decir que nunca creció realmente, nunca se convirtió realmente en un adulto, ¿verdad?

«Aristóteles también insiste en que somos seres sociales, y por eso tenemos que llevarnos bien con otras personas. Eso es absolutamente fundamental.

«Otra cosa es que piensa que por naturaleza somos curiosos, queremos saber y aprender, y que eso es un instinto humano natural».

«Si queremos florecer y vivir una buena vida, entonces debemos ser sociales, curiosos y racionales», puntualiza Sellars en conversación con BBC Mundo.

Los conceptos aristotélicos continúan arraigados pues «moldeó la manera en que pensamos».

«Sus ideas y conceptos han calado en nuestra forma natural de pensar hasta el punto de volverse imperceptibles».

¿Qué opinas… te convenció el argumento de Sellars?

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Crónicas de una guerra: Un retrato de Martha Gellhorn, Ernest Hemingway y Virginia Cowles…


Hotel Florida
Collage con fotografías

JotDown(C.Nuño) — 1937. Madrid. España. La ciudad está asediada y el ruido de los obuses, cayendo por doquier, se ha convertido en parte de la cotidianidad de los madrileños. Han aprendido a convivir con el estallido de los adoquines y los esqueletos de edificios que, hasta hace bien poco, llamaban hogar.

La guerra civil española, en pleno apogeo, se coronará como la más mediática del siglo XX, atrayendo la atenta mirada de una Europa (y América) que afila sus fusiles bajo la sombra del feto de la Segunda Guerra Mundial. 

Nos encontramos en la Gran Vía, entre dos puntos de referencia. Por un lado, en la parte alta de la calle, en el número 28, «la Telefónica», el, hasta el momento, edificio más alto de toda la urbe y epicentro de las comunicaciones del gobierno de la República con el extranjero.

Allí se localizaba la Sección de Prensa y Propaganda del Ministerio de Estado, la Oficina de Prensa Extranjera, lugar en el que el novelista Arturo Barea se encargaba de la censura, y algunos despachos del servicio de contraespionaje republicano.

Por otro, calle abajo, el famoso Hotel Florida, en la plaza de Callao, donde se hospedaron gran parte de los archiconocidos escritores y reporteros de guerra que vinieron a cubrir el conflicto a pie de trinchera. 

George OrwellJay AllenTed AllanJohn Dos Passos o el propio Ernest Hemingway son algunos de los nombres que, hoy instalados en el imaginario colectivo, cruzaban la calle al galope de un edificio a otro, bajo una lluvia de balas y explosiones, para enviar sus crónicas a sus respectivos empleadores. 

Sin embargo, hay un nombre que en numerosas ocasiones ha quedado relegado a un segundo plano, incluso tercero, mencionado normalmente como complemento de uno de los tres anteriores: Martha Gellhorn, una de las corresponsales de guerra más importantes del siglo pasado, que llegó a presenciar y cubrir buena parte de los conflictos bélicos más relevantes del planeta durante los sesenta años que estuvo en activo.

Gellhorn (1908, St. Louis, Missouri, EE. UU. – 1998, Londres, Inglaterra), que en 1930 tomó la resolución de convertirse en periodista tras graduarse en 1926 en la John Burroughs School y abandonar el Bryn Mawr College en 1927, conoció a Hemingway, a quien admiraba por sus novelas Fiesta y Adiós a las armas, en un viaje familiar a Cayo Hueso (EE. UU.) en 1936 y, juntos, decidieron aventurarse a cubrir la guerra de España.

martha-gellhorn
Martha Gellhorn

Ella era una chica bien con contactos en la alta sociedad estadounidense. A lo largo de su vida mantuvo una estrecha amistad con quien fuera la primera dama, Eleanor Roosevelt, quien le presentaría al escritor británico H. G. Wells, un señor que, a pesar de pasar perfectamente como el abuelo de la rubia, quedó prendado de sus encantos y durante el verano del 36 (ella se había mudado a vivir a Francia ya en 1930), momento en el que Martha se hallaba sin trabajo, la acogió como pupila.

Para entonces ya se había consagrado como la gran promesa literaria del momento con la publicación de los títulos What Mad Pursuit (1934) y The troubles I’ve seen (1936), libro para el que Wells se había encargado de encontrarle un editor, y estaba entusiasmada con la idea de ir a cubrir la guerra de España con Hemingway, que tenía todos los visos de convertirse en su próximo amante.

«Esto es confidencial. En vista de que somos conspiradores, me he puesto una barba postiza y unas gafas oscuras. Nos mantendremos callados y pondremos cara de tipos duros», le escribió en una misiva, jocosa, al escritor que ya se encontraba en Madrid.

Él llegó a España en marzo de 1937, como corresponsal de la North American Newspaper Alliance (NANA), con la idea de, además de informar sobre el conflicto, realizar un documental titulado Tierra de España con el cineasta holandés Joris Ivens. Ella aterrizaría días después, contratada por el Collier’s. Y, bajo el retumbar de las bombas, se harían amantes en la habitación 109 del Hotel Florida, lo que derivaría en un matrimonio tumultuoso de cuatro años.

Gellhorn fue la única mujer en abandonar al afamado escritor y eso es algo que él jamás perdonaría. 

Su relación con Hemingway marcará, muy a su pesar, el resto de su vida. «Yo no soy el pie de página de la vida de nadie. Escribía antes de Ernest, durante, y lo he seguido haciendo después», escupiría con rabia en más de una ocasión al ser interpelada. 

«Sus despachos sobre la guerra civil, difíciles de encontrar impresos hoy día, revelan un don para la observación inquebrantable, siendo mucho mejores que los de Hemingway», escribiría, años después, Marc Weingarten para el Washington Post.

Martha Gellhorn y Ernest Hemingway, una historia de batalla y desamor |  Lifestyle
Martha Gellhorm y Ernest Hemingway

«Ya era un escritor consagrado cuando se embarcó en la cobertura de la guerra civil en el 37. Son sus novelas las que lo hicieron famoso. Ya sabes, consiguió el premio Nobel de literatura. Ella nunca.

Martha lo intentó con la ficción, pero casi todo lo que hacía tenía tintes autobiográficos, al igual que Hemingway, sí, pero él fue capaz de insuflar vida a sus narraciones», argumentará la escritora, editora y periodista Amanda Vaill (Hotel Florida: verdad, amor y muerte en la guerra civil, Turner, 2014) al ser preguntada por el dúo.

Y si se protesta indicando que Gellhorn, como corresponsal de guerra, fue asaz prolífica en comparación, Vaill sonreirá y replicará: «Sí, pero Hemingway ya portaba una larga historia a sus espaldas, había recorrido, como periodista, buena parte de los Estados Unidos, Canadá, para pasar después por París; mientras que cuando se conocieron, en diciembre de 1936, Martha estaba dando sus primeros pasos como escritora.

Había publicado su primera novela [que no tuvo buena crítica y disgustó enormemente a su padre] y un puñado de piezas de no ficción —que más tarde conformarían The Troubles I’ve Seen— y ya, eso era todo. No contaba con ningún tipo de reputación que la amparase, mientras que él había firmado un contrato con la NANA, que se encargaba de distribuir sus piezas por toda Norteamérica.

Hemingway podía escribir una sola historia y esta aparecería en montones de periódicos, tendría miles de lectores. Martha contaba con un pequeño blog que nadie leía». Quizá no fuera tan fácil competir con el titán. 

  • La llegada a España

Un día cualquiera de marzo, 1937. La Telefónica. «¡Hey, chicos! —dice Hemingway irrumpiendo con una mujer alta, rubia, joven, del brazo— esta es Marty, tratadla bien, que escribe para el Collier’s ¿Saben? Una tirada de un millón …».

Una tirada de un millón, de dos, o de tres, da igual. Eso es muchísimo para alguien como Barea que, en el momento de la entrada de la pareja, se encuentra allí, en la cuarta planta del edificio, donde se ha establecido una sala de prensa para corresponsales de guerra extranjeros, así como, a modo de improvisada campaña, una serie de catres para aquellos que quieran siestear entre crónica y crónica. 

Sin embargo, el trepidante viaje de Martha a las profundidades del Madrid sitiado comienza de una forma que ella no habría esperado.

Le devora el aburrimiento, no puede dormir debido a los perpetuos estallidos, ruido de fusiles y ametralladoras y apenas ve a Ernest, quien, por lo visto, no puede vivir de otra forma que no sea pegado a una botella de whiskey, rodeado de camaradas que lo miren con ojos embriagados mientras cuenta las mismas anécdotas de pesca, caza, o su participación en la Gran Guerra, una y otra vez. Está encantadísimo de haberse conocido. 

Y ella, ella había ido a España para estar con él y apenas lo veía, a no ser que quisiera tolerar la presencia de los otros hombres, de su séquito. Y, a pesar de todo, estaba empezando a enamorarse del hombre con el que compartía el lecho. Lo atribuía, en parte, a la fascinación que sentía por el compromiso que el escritor tenía con la lucha del pueblo español.

«Creo que fue la única vez en su vida en que él dejo de ser la cosa más importante del mundo. De veras le preocupaba aquella guerra. Si no hubiera sido así, no creo que me hubiese llegado a enamorar de él».

Otro de los problemas que le atenazaban, además del hastío y la incertidumbre respecto a su vida sentimental, era que los días pasaban, uno detrás de otro. Y no escribía. Nada.

Tomaba anotaciones y se fijaba muy bien en todo lo que veía, pero no había enviado ni una sola crónica al Collier’s. La frustración comenzaba a ser un elemento más del día a día.

A principios de abril conoció a Norman Bethune, el doctor canadiense que lideraba la intervención de unidades médicas a favor de la República, y a J. B. S. Haldane, un biólogo de Cambridge recién llegado a Madrid, que le ofrecieron los acompañara en su viaje el día 5 a Morata. Aceptó.

Lo que presenció le horrorizó. Tras una escaramuza en el frente del Jarama fueron numerosos los heridos trasladados al hospital de campaña, instalado en una vieja fábrica. Dos detalles le quedaron grabados a fuego: el agua oxigenada que echaba espuma sobre las heridas purulentas y el hedor de aquel sitio al que llamaban hospital.

Cuando regresó, volvió escribir. En su retina se agolpaban las imágenes de lo que había visto hasta el momento, de lo que era la vida en una ciudad en guerra. «Vivir aquí no se parece en nada de lo que has hecho antes», garabateó antes de abordar su retrato de Madrid.

Ernest Hemingway (de espaldas a la cámara) y Martha Gellhorn en España durante la Guerra Civil Española. 

  • La presencia femenina en la guerra

Poco después de cruzar los Pirineos y asentarse en el Florida, Gellhorn descubriría que, en España, se vivía un momento extraordinario para las mujeres. Estaban siendo tratadas como «camaradas», se les había integrado en la lucha. O, al menos, en el lado salvaje de esta.

Había mujeres luchando en el frente, preparando municiones… De hecho, asevera Vaill, es la primera vez que se escucha la voz de un narrador femenino en España, cosa que había quedado prohibida desde que se produjera el masivo movimiento, en el siglo XX, en favor de los derechos de las féminas:

Y entonces ocurrió lo que pasa siempre, como vemos en nuestra propia era: cuando se produce un esfuerzo en una dirección, este desencadena una reacción y parte de la población se inclina hacia la contraria. Este es un fenómeno curioso que se encuentra, habitualmente, bajo la superficie de un conflicto armado; cuando una parte del país grita «¡no!», se enfrenta a la otra que, casi automáticamente, odiará lo que se está haciendo.

En este caso, lo que se odiaba era el haber dado a las mujeres la oportunidad de luchar, ser asesinadas y, de sobrevivir, escribir sobre ello.

  • Perlas y tacones en el frente

Virginia Spencer Cowles nació en 1910 en Vermont, Estados Unidos, descendiente de cuatro de los firmantes de la Declaración de Independencia, incluido el hermano de George Washington

Su madre, Florence Wolcott Jacquith (1887-1932), era americana sucesora de los hugonotes franceses (antiguo nombre que llevaban los protestantes francos de doctrina calvinista durante las guerras de religión) y su padre, Edward Spencer Cowles (1878-1954), era virginiano.

 «Mi madre estaba orgullosa de su linaje americano: descendía de cuatro de los firmantes de la Declaración de Independencia, incluyendo el hermano de George Washington», prologa Harriet Crawley, hija de Virginia y el periodista británico, Aidan Crawley, en Desde las trincheras: Virginia Cowles una corresponsal americana en la guerra civil española (Siddharth Mehta Ediciones, Madrid, 2011).

Florence se fugó de casa, en 1906, para casarse a los diecinueve años con Edward Spencer, que se licenciaría, en la Facultad de Medicina de Harvard, como psiquiatra para convertirse en un médico de éxito en Nueva York. «Mi madre me contó que si los pacientes eran demasiado pobres como para pagar su consulta los atendía gratuitamente», continúa Harriet. 

El matrimonio, en cambio, no corrió la misma suerte. La fidelidad no era el punto fuerte del doctor Cowles. A los cuatro años, Florence le pidió el divorcio y una pensión de sesenta dólares para mantener a sus dos hijas: Mary y Virginia. Él, como venganza, nunca la pagó y llegó a secuestrar a sus hijas durante varias semanas, mientras ella las buscaba frenéticamente.

«Virginia nunca olvidó el momento en que apareció su madre, afligida pero con dignidad y determinación. Cogió a sus hijas de la mano y cruzó con ellas el jardín mientras les indicaba que se fijaran bien en el camino porque regresaban a casa», rememora la vástago de la periodista. 

Todo ello desembocó en que Florence tuviera que criar a las pequeñas Mary y Virgina sola, con poco dinero y sin formación alguna que pudiera ayudarle a ganarse el sustento. Sin embargo, consiguió trabajo en el Boston Herald para escribir la columna de sociedad, pasando largas jornadas componiendo el tipo de letra, con los tobillos hinchados de estar de pie durante horas. Murió en 1932, a los cuarenta y cuatro años, de una peritonitis.

Virginia y su hermana fueron a la Waltham School donde, narra Harriet, «mi madre destacó enseguida: fue votada, no la chica más guapa del colegio, ni la más popular, sino la que más probabilidades tenía de triunfar en la vida». Y, al parecer, así fue. Terminó los estudios con dieciséis años y comenzó a ganarse la vida haciendo anuncios para el Harper’s Bazaar. Su forma de escribir cautivó a la revista de tal forma que le ofreció un empleo.

Virginia Cowles se convirtió en una reportera de leyenda | El Informador
Virginia Spencer Cowles

Su carrera de escritora comenzó haciendo pies de foto, relata su hija, aunque despegó a una tremenda velocidad. En 1933 ya publicaba artículos firmados en la sección March of Events de los diarios dominicales del grupo del gigante Hearst, al igual que en su primera revista, Harper’s Bazaar, así como en Colliers Boston Post. Todo ello le permitiría recorrer el mundo, junto a su hermana, escribiendo artículos.

En 1935, tras regresar a Nueva York, escribió un extenso artículo para el Harper’s Bazaar, ilustrado con fotografías propias en el que relataba su viaje alrededor del globo. Este llevaba por nombre «The Safe Safe World» («Un mundo muy, muy seguro»). «Este título la atormentaría más tarde», asegura Crawley.

Ese mismo año, una Virginia que contaba tan solo con veinticuatro primaveras, decidió salir de EE.UU. y convenció al director del grupo Hearst para que la enviase a Italia, después de que el país invadiera Abisinia, para cubrir las noticias. Al cabo de una semana había conseguido entrevistar a Mussolini.

«Estaba aterrada. Se trataba de su primera entrevista con un jefe de Estado y según ella admitiría en Looking for Trouble (1941): «Mi conocimiento de asuntos exteriores era mínimo». No hubo razón para preocuparse: el dictador italiano habló todo el rato», sostiene Harriet. 

Para entonces, Virginia Cowles, aún sin saberlo, enfilaba los primeros pasos que le llevarían a convertirse en corresponsal de guerra.

Fue en el 37 cuando tomó la decisión de cubrir la guerra civil desde los dos bandos y convenció al grupo Hearst de que se trataba de una buena idea, aunque como indica al principio de Looking for Trouble, carecía de la cualificación de corresponsal, salvo la curiosidad:«Cuando estalló la guerra civil vi la oportunidad de ejercer un periodismo más arriesgado […]

Mis amigos de París no fueron muy alentadores. Me advirtieron de que si no llevaba ropa vieja y desgastada me atracarían; algunos sugirieron que llevara ropa de hombre; otros, que vistiera con harapos. Finalmente me llevé tres vestidos de lana un abrigo de piel». Lo que no cuenta en el libro es que siempre calzaba zapatos de tacón y, en la mayoría de fotografías que quedan de la época, aparece engalanada con un collar y unos pendientes. De perlas, por supuesto. 

En el momento en que aterrizó en Barcelona, desde el aeródromo de Toulouse, el paisaje que la recibió la dejó atónita. Desde luego no era lo que se esperaba, ¿dónde estaban las bombas, los estallidos y los cascotes de edificios tirados por las aceras? En nada se parecía aquello a la imagen que le habían dibujado sus amigos parisinos, pronosticándole una muerte despedazada por un obús camino a Madrid.

Y tampoco tenía demasiado que ver con el miedo que sintió al subir al avión cuando, al salir de la cafetería del aeropuerto, un hombre mayor, enboinado, le estrechó la mano deseándole, con un hilo de voz, «Bonne chance, mademoiselle, Bonne chance».

Recuerdo la sorpresa que sentí ante mi primera imagen de España tras descender en círculos para aterrizar y entrar en la sala de espera del aeropuerto. La escena era tan pacífica que rozaba la incongruencia. Detrás de un mostrador había una mujer sentada, tejiendo un jersey; dos caballeros con trajes negros de pana bebían coñac en una mesa; y una niña estaba tumbada en el suelo jugando con un gato.

Saludaron a los pilotos franceses con cordialidad, pero cuando uno de ellos hizo un comentario sobre la guerra y preguntó por las últimas noticias, uno de los hombres se encogió de hombros sin mostrar interés y dijo: La guerra no tiene nada que ver con Cataluña. No queremos tomar parte de ella; lo único que queremos es que nos dejen en paz. (Cowles, Virginia, Desde las Trincheras).

Había volado a España a cubrir una guerra a nivel nacional, pero parecía que el combate solo se libraba en la capital y aledaños.

La siguiente parada, rumbo a Madrid, fue Valencia, una ciudad que definiría como «hervidero humano» puesto que, tras el traslado de la sede del Gobierno, había triplicado su población. 

Encontró algarabía, confusión y carteles de advertencia pendiendo de los edificios, en los que se podía leer «¡Fascismo!»  mas, de nuevo, ni rastro de la batalla. 

Cowles, confusa, buscaría con frenesí a gente de la prensa; un corresponsal, a ser posible británico o estadounidense puesto que los idiomas nunca fueron su punto fuerte, que llevase deambulando algún tiempo para que le contara cómo estaban las cosas. Finalmente dio con un americano llamado Kennedy que trabajaba para Associated Press y cuya única finalidad era salir por patas del país. Si lo consiguió o no es un misterio puesto que apenas hay un registro de su actividad.  

Cuando, varios días después, llegó a Madrid acompañada de la corresponsal californiana Milfred (Millie) Bennett, que había llegado a España por un amante que se había enrolado en las Brigadas Internacionales, y un sacerdote católico, cuyo aliento, en palabras de la propia Virgina, apestaba a nicotina, que se había ganado el sustento propagando por Francia, según Millie, la idea de que en la República se trataba bien a los curas, la recibió un sonido que no había escuchado nunca antes: el rugir de la artillería. Al rato, se dibujaría ante ella la figura del Hotel Florida. 

Y, dando muestras de la ingenuidad de la que no tardaría en despojarse, eligió una habitación en la quinta planta, cosa que trato de rectificar en cuanto fue consciente de su error, aunque las expectativas de encontrar algo más cercano al suelo, para evitar someterse al fuego de los bombarderos, no fueron exactamente satisfechas; el gerente trasladó a Cowles a una habitación de la cuarta planta, asegurándole que si una bomba caía en su habitación sería «por error».

Allí, en el Florida, se haría asidua a las reuniones que el corresponsal del Daily Express de Londres, Tom Delmer, famoso por su astucia, hacía en su habitación; donde se juntaban un puñado de periodistas, en veladas que comenzaban poco antes de la medianoche y se extendían hasta bien entrada la madrugada, mientras estuvieran bien pertrechados de cerveza y whiskey. Y, entre los ilustres y habituales invitados encontraría, por supuesto, a Ernest Hemingway.

cronicas-de-guerra
Collage fotografías

  • Mujer contra mujer

Martha GellhornVirginia CowlesErnest Hemingway. Son los nombres de tres periodistas que coincidieron en la España del 37. En el Hotel Florida, en Madrid. Venían a cubrir la guerra para el resto del mundo. O, más bien, para Estados Unidos.

Él, un escritor ya famoso convertido en reportero. Ellas empezaban unos escalones más abajo. Por mujeres. Por jóvenes. Sobre todo por mujeres. 

A Martha, Virginia no le cayó nada bien y la tachó de frívola, siempre vistiendo una indumentaria nada apropiada para una reportera en un país en guerra. Aunque, como cuenta Amanda Vaill, con el tiempo las cosas cambiarían: «Al principio fue como una competición, Martha la vio llegar y dijo “Uhhh”, pero luego se dio cuenta de que Cowles no pretendía nada de lo que tenía Gellhorn, entonces se relajó y decidió ser su amiga», estableciendo, así, una relación que duraría décadas.

Para Vaill, Martha siempre quiso ser la chica lista en la sala, le consumía la idea de cómo era percibida por el resto, y vivía en una dicotomía entre la furia que le producía el sufrimiento de la gente a la que la guerra le había pillado en medio y su deseo de fama y reconocimiento: «Quería ser aquella que bebiese más que un hombre, la reportera más avezada, la mejor, pero sin ser un hombre. Ella quería ser una mujer».

«Conozco a mucha gente como ella, mujeres jóvenes, atractivas e inteligentes a quienes los hombres adoran y que tienen muchos problemas para establecer amistades con mujeres, básicamente porque se sienten competitivas o superiores hacia ellas. Realmente creo que, en ese sentido, es un producto de su época», agrega.

En cambio, Virginia no se le hace tan «estilosa» como Gellhorn, pero se le antoja como una magnífica corresponsal de guerra. «Arriesgó su integridad física en múltiples ocasiones, era valiente y tuvo una vida harto interesante, pero hoy tengo la sensación de que nadie sabe quién fue». 

«El trabajo de Virginia Cowles es muy interesante, pero lo suyo es algo muy cándido. O sea, está muy bien porque es la visión de una inocente; las cosas que narra, a veces sin darse cuenta de su importancia, son maravillosas porque le da una inmediatez a lo que dice, nada más»contrapone, al ser preguntado, el historiador británico Paul Preston, en la que, afirma, será su última entrevista.

Dos mujeres cuasi opuestas que, sin embargo, compartieron lo más importante: la mirada. Sus crónicas se caracterizan por dejar de lado la escritura bélica más habitual hasta el momento, poniendo el foco en los detalles mínimos que observan en las vidas ajenas.

Y, debido a que Gellhorn escribía para el Collier’s, no fueron pocas las ocasiones en que visitaron juntas prisiones y hospitales con el fin de reunir datos y entrevistar a oficiales. E, incluso, compartieron momentos de «ocio» en los que se mezclaron en la vida que los madrileños pretendían teñir de normalidad, a modo de supervivencia. 

Pasará la guerra, pasarán los años y cada una seguirá su vida. «No podían ser más diferentes. Martha fue muy buena creando una leyenda a su alrededor mientras vivió, haciendo creer que tuvo una vida controvertida, plagada de amantes.

Y la tuvo, claro que la tuvo, pero no más allá de la que cualquier otro podía haber llevado», observa Vaill, «Estando aún con Hemingway, tuvo una aventura con un joven gran general, James M. Gavin, que era el gran héroe del momento. Consiguió el premio del pez gordo.

En cambio, Virginia se tropezó con un amable periodista [Aidan Crawley] con el que se casó y fue feliz [hasta que un accidente de coche, que él conducía, le arrebató la vida. Crawley nunca lo superó] Pero Martha… vivió insatisfecha en este y en otros muchos aspectos de su vida, nada, nunca, fue suficiente para ella».

Hoy, a pesar de sus trepidantes vidas, ninguna de las dos ha pasado a la posteridad, tan solo de puntillas, ya que, al fin y al cabo, como apunta Vaill, lo que hacían eran artículos periodísticos que se publicaban en diversos diarios que, una vez impresos y distribuidos, se perderían en el trajín del día a día.

Martha Gellhorn 1

  • Ernesto

Un hombre fuerte como un toro y con un amor desaforado por la vida, así describiría el fotógrafo Robert Capa al escritor de Illinois. Un hombre que, no pocas veces, tecleaba pegado a una botella, quizá no tanto por su adicción a los licores, que también, sino para sobrellevar la agonía de una República que, como comunista confeso, se había convertido en su causa.

Hemingway había sido contratado por Jack Wheeler, el editor general de la NANA, no por su experiencia previa como periodista, sino porque se trataba de alguien destacado en el mundo de la fama y cuya firma provocaría un número importante de ventas. Wheeler quería el drama y el color de las aventuras personales del aclamado escritor y él, en una primera instancia, siguió las indicaciones de la agencia. 

«Sin embargo, las cosas no tardaron en cambiar», indica el estudioso del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), William Braasch Watson, en el número 7 de la Hemingway Review, donde están recogidas todas las crónicas que Ernest escribió bajo cielo español. «Sobre todo porque Hemingway se encontró trabajando con otros profesionales con los que tenía que competir por la atención de los periódicos.

Sus mejores amigos en España, aparte de algunos oficiales y miembros de las Brigadas Internacionales, fueron corresponsales como Herbert Matthews del New York Times y Sefton [Tom] Delmer del London Daily Express. Aspiraba a su respeto, además de su amistad, y trabajó duro para ganárselo».

«Se ha exagerado muchísimo la reputación de Hemingway, aparte de que era un fardón imperdonable, su trabajo era mayormente militar», contrapone Paul Preston, «Y, además, llegó tarde a España. Si tuviera que escoger a algún gran periodista de la guerra civil me quedaría con Herbert Matthews  o Louis Fischer. Aunque, por supuesto, todos tienen su valor».

Watson, por otro lado, también destaca que el sujeto principal, y probablemente, favorito del escritor era la estrategia militar; «en cinco ocasiones dedicó casi todo su texto al desarrollo estratégico de la guerra, normalmente haciendo predicciones sobre cómo se desarrollaría el transcurrir de los eventos en los próximos meses, siendo coloreados por su inquebrantable convicción, casi hasta el final, de que los leales podrían ganar la guerra. […]

Además, estaba enamorado de los paisajes españoles en todas sus formas, luces y colores, es raro encontrar un despacho que no contenga una descripción de una distante o lejana escena».

Asimismo, Hemingway era terriblemente competitivo y celoso de sus fuentes, como demuestra el episodio en que, acompañado de Virginia y la corresponsal comunista, Josephine Herbst, entrevista a Luis Quintanilla —quien, a pesar de no ocupar ningún cargo oficial, movía los hilos de la inteligencia en Madrid— a raíz de la desaparición de José Robles, un gran amigo del escritor Dos Passos que había viajado a España preocupado por su repentina falta de noticias. 

Quintanilla confirmará la muerte del desaparecido, cosa que fragmentará la relación entre ambos escritores, ya de por sí debilitada debido a los celos que el talento de John despertaba en Ernest:

¿Ha muerto mucha gente en Madrid? — preguntó Hemingway.

En una revolución se hacen cosas de mala manera— susurró Quintanilla.

¿Y se han cometido muchos errores?

¿Errores? —Quintanilla enarcó las cejas—. Errar es humano. Diecinueve (no dejó, ni un momento, a lo largo de la conversación, de contar los estallidos de los proyectiles que se estrellaban en la calle)

¿Y cómo murieron… esos errores? — quiso saber Hemingway

En general, considerando que eran errores, muy bien —. Quintanilla agarró la frasca y sirvió un chorro de vino bermellón en el vaso de Ginny Cowles. Luego sonrío—. De hecho, de un modo magnífico.

[…]  Poco después los estadounidenses decidieron arriesgarse a salir del sótano. Cuando estuvieron en la resplandeciente Gran Vía, Hemingway agarró a Ginny Cowles del brazo.

Un tipo muy chic, ¿eh? — comentó —Pero recuerda que es mío.

(Amanda Vaill, Hotel Florida, 2014)

Josephine Herbst
Josephine Herbst

A Virginia no le extrañó en absoluto, según cuenta en sus crónicas, encontrarse una conversación muy similar reproducida en la pieza teatral, ambientada en el Hotel Florida durante la guerra, que el escritor publicaría meses después titulada La quinta columna, nombre con el que, desde entonces, se ha designado al temido enemigo interno.

  • Corresponsales a ambos lados del frente

Del trío, tan solo Cowles tuvo el arrojo —o la oportunidad— de cubrir el conflicto desde los dos bandos.

Ambicionaba una visión completa de lo que ocurría en España y en contra de lo que esperaba lo consiguió, a pesar de que sus perspectivas de introducirse en filas nacionalistas no eran muy halagüeñas si se tenía en cuenta que, en sus papeles, figuraba que había estado cubriendo la zona republicana, cosa que no hacía demasiada gracia a los falangistas. 

Dos intentos le llevó el poder adentrarse en bando de Franco. Según Preston, fue cuestión de suerte.

A Virginia le horrorizaba «sumergirse en una atmósfera en la que el triunfo significaba el desastre de las personas a las que había dejado atrás», pero, por otra parte, quería conocer el punto de vista sublevado ya que, según asegura en sus reportes, los hombres mataban por convicciones, no por arrebatos de pasión.

«En España, un hombre había matado a su hermano no porque no le quisiera, sino por estar en desacuerdo con sus ideas políticas».

Una vez allí, comprobó que la censura laxa en Madrid, siempre que una se centrara en el lado humano del conflicto y no en estrategia militar o política, nada tenía que ver con el férreo control que allí, fuese a donde fuese, se ejercía sobre la prensa.

A los reporteros les resultaba casi imposible acercarse al frente —mientras que, en la República, nadie se preocupaba demasiado si algún periodista extraviado recibía un perdigonazo; estaban por su cuenta y riesgo— y siempre, siempre, siempre, iban escoltados, haciéndoseles imposible la tarea de redactar una crónica medianamente verídica.

Tendrían que esperar a transcribir sus memorias para poder rendir cuentas con la realidad.

España era un hervidero de prensa venida de casi todos los rincones del planeta, debido a que se trataba de un acontecimiento de interés mundial y, pronto, sacarían las primeras conclusiones:  «Los periodistas que fueron a la zona republicana adoptaron la idea de que allí se luchaba el futuro de la democracia mundial, y llegaron rápidamente a la deducción de que, si ganaba el fascismo en España, Hitler estaría bombardeando pronto París y Londres», argumenta el historiador en otra ocasión, «con lo cual hay un elemento de evangelismo en sus crónicas, intentando despertar a sus respectivos gobiernos».

La segunda idea que aquellos se forjaron de la República vino de sus propias vísceras, al ver la lucha y el sufrimiento de los leales al gobierno, que acabó por despertar las simpatías de muchos, de los cuales buena parte acabaría alistándose en las Brigadas Internacionales atrayendo, así, la mirada de peces gordos del mundo de las letras como Hemingway o Dos Passos. 

La gran pregunta entonces es ¿cómo no se hizo nada? ¿Cómo es que se mantuvo la «neutralidad» por parte de aquellos países acabarían formando el bloque de los aliados en la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo es que el clamor, prácticamente unánime, de la prensa pidiendo auxilio no se trasladó a los hechos?

Para el estudioso, la respuesta es sencilla: los periodistas más influyentes en Estados Unidos como Louis FischerHerbert MatthewsJay Allen o el propio Hemingway contaban con la simpatía del presidente Roosevelt y la primera dama, sí, pero no a nivel de cambiar la política exterior.

Lo intentó hasta el embajador americano en España, Claude Bowers, escribiéndole insistentes misivas al mandatario americano. Tras la guerra, Roosevelt le respondió escueto: «Mira, tenías razón, deberíamos haber cambiado la política. Hemos cometido un grave error, pero yo no pude hacer nada».

Hay un caso dentro de la guerra civil, solo uno, en que la acción de los corresponsales obligó a un país a cambiar su dirección política: tras el asedio de Bilbao. «Fue en marzo o abril del 37», aventura Preston, «y el gobierno británico apoyaba a Franco. Desde la clandestinidad, claro, pero lo apoyaba.

Y, para cuando se produjo el asedio, había dado órdenes a la marina británica de no proteger a los barcos mercantiles que proveían los alimentos a la urbe. Se armó un follón alucinante por parte de la prensa de izquierdas basado en lo que sabía el corresponsal del Times en Bilbao, George Steer, que fue lo que les obligó a cambiar su política».

Fue también en el País Vasco donde Cowles haría el mayor descubrimiento en la zona de los sublevados: la matanza de Guernica, que no había sido incendiada por «los rojos» como se había hecho creer a la población y a buena parte de los contendientes que luchaban por el que acabaría llamándose «caudillo». Guernica había sido bombardeada hasta los cimientos y los cazas llevaban, en un costado, los colores de Italia y Alemania.

Fue en una conversación casual con un par de oficiales en Santander, después de que un superviviente, entre aspavientos, le dijera que el cielo se había cubierto de aviones.

Le aconsejaron que no escribiera nada que tuviera que ver con aquella conversación. A Virginia, por supuesto, no se le ocurrió. Al menos no hasta que hubo dejado los Pirineos tras de sí.

  • La tentación vive arriba 
Oficina de prensa extranjera en el edificio de Telefónica (Madrid) en 1937

Cuentan las malas lenguas que la literatura y el periodismo de guerra siempre han sido compañeros de cama y que no son pocos quienes se han enredado entre las sábanas del súcubo que promete el paraíso a golpe de párrafo. 

Si uno conoce los hechos por qué no afilar un poco los detalles, salpicar el texto con inocuos adjetivos que trasladen al lector las emociones de lo ocurrido. «El periodista tiene derecho a «pintar» esas lágrimas para reflejar mejor la atmósfera del momento, el estado anímico del personaje descrito», diría en una ocasión Gabriel García Márquez en defensa de la literatura por encima de todo.

Quizá porque él también se inventó historias cuando debía retratar vidas de las de verdad, de las de carne y hueso. Quizá porque, las más de las veces, son los grandes escritores quienes, cegados por su propio brillo, emborrachan a la realidad y alteran el relato. Y Hemingway fue, ante todo, una estrella.

«Uno más de aquellos frívolos intelectuales que vinieron a la guerra española como a un safari. […] Los anarquistas, de los que era admirador, lo llevaron al frente a pegar tiros de pega delante de los fotógrafos en la retaguardia para que pudiera pavonearse de su valor», critica el escritor español Andrés Trapiello sobre el americano en su ensayo Las armas y las letras.

Martha, en cambio, se reveló más sagaz. Con los años fue forjándose una biografía a medida, ya que además de haber pasado la vida entre aeropuertos y andenes, de guerra en guerra, tenía, según Vaill, un enorme olfato para la «autopromoción». 

«Cuando descubres al personaje te obnubila, quedas prendado de ella y quieres que sea mucho mejor de lo que en realidad es», indica Vaill, con un deje de tristeza, «Su trabajo está tan bien construido… pero, un día, revisando sus cartas te das cuenta de que, a veces, miente, dice estar donde no está y haber presenciado hechos que, aunque plausibles, nunca ocurrieron frente a sus ojos».  

Pero tampoco hay que olvidar que, entre las estrellas enamoradas de su propia prosa, se mueven sombras silentes. La de esta historia es la de una figura de mujer, morena, que calza tacón alto y viste unas ropas nada apropiadas para cubrir una batalla. Una figura devorada por el pozo del olvido a pesar de haber desoído los cantos de sirena. Se llamaba Virginia.

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India ofrece USD 1 millón a quien descifre esta escritura…


¿Qué secretos guardan los misteriosos símbolos del Valle del Indo?

DW(F.E.Wang con información de The Indu, ArtNet, IFL Science, BBc y The New York Times.) — Arqueólogos y lingüistas aún tienen una espina clavada: la escritura del Valle del Indo, que ha resistido todos los intentos de desciframiento durante más de un siglo. Estos antiguos símbolos pictóricos, encontrados en miles de placas de cobre, cerámicas, bronces y sellos, guardan los secretos de una de las civilizaciones más antiguas del mundo.

Ahora, el gobierno indio de Tamil Nadu ha decidido poner precio al misterio ofreciendo un millón de dólares a quien logre descifrar este código milenario.

El misterioso sello del Indo

El primer sello con esta misteriosa secuencia de símbolos se halló en 1875 gracias a Alexander Cunningham, fundador del Estudio Arqueológico de la India. En la piedra había grabada la imagen de un toro junto a dos estrellas y seis caracteres que Cunningham describió como «ciertamente no letras indias», según recoge IFL Science.

Mohenjo-daro, una de las mayores ciudades de la civilización del Valle del Indo, fue construida hacia el 2500 a.C. en lo que hoy es Pakistán. Esta metrópolis, contemporánea de las civilizaciones de Egipto y Mesopotamia, representa uno de los primeros grandes asentamientos urbanos de la historia de la humanidad.

La civilización que creó estos enigmáticos símbolos floreció en las fértiles llanuras del río Indo, en lo que hoy es India y Pakistán, entre el 3300 y el 1300 a.C., según detalla Artnet.

El gran paso para comprender la magnitud de esta cultura llegó varias décadas después del hallazgo de Cunningham, cuando el arqueólogo John Marshall lideró en la década de 1920 excavaciones que sacaron a la luz ciudades como Harappa y Mohenjo-daro.

Estos asentamientos, en su momento, habrían albergado hasta 60.000 personas y exhibían una avanzada planificación urbana y sofisticados sistemas de drenaje y agua.

En los años 90, el número de artefactos con inscripciones llegó a 4.000, pero la falta de textos largos y referencias cruzadas ha obstaculizado su interpretación.

El desafío del millón de dólares

«No somos capaces de descifrar la escritura de la civilización del Valle del Indo que floreció una vez», declaró Muthuvel Karunanidhi Stalin, ministro principal de Tamil Nadu, al anunciar la recompensa, según el medio local The Hindu. «Para fomentar la investigación, el gobierno ofrecerá un millón de dólares», aseguró.

Sello con unicornio e inscripción de la civilización del Valle del Indo. (c. 2.000 a.C.)

El desafío para los investigadores es formidable. Hasta ahora han identificado más de 400 signos distintos que se leen de derecha a izquierda, pero las inscripciones son exasperantemente breves, con una media de solo cinco símbolos.

Los investigadores se preguntan si los signos representan palabras completas, fragmentos o incluso simples abreviaturas de transacciones comerciales, ya que los artefactos en los que se han hallado suelen tener un uso cotidiano. 

Entre tanto, un equipo liderado por la profesora Nisha Yadav del Instituto Tata de Investigación Fundamental de la India ha desarrollado un modelo de aprendizaje automático que ha identificado 67 signos que componen el 80 % del corpus, siendo uno de ellos –un símbolo parecido a una jarra con dos asas– el más frecuente, según detalla Artnet.

El enigma sin Piedra de Rosetta

A diferencia de los jeroglíficos egipcios, que pudieron descifrarse gracias a la Piedra de Rosetta, no existe ningún texto bilingüe que pueda servir de clave. El indólogo Asko Parpola lo resume a la BBC: «La escritura del Indo es quizá el sistema de escritura más importante que está sin descifrar».

El «rey-sacerdote» del Valle del Indo, una estatua de 17,5 centímetros hallada en 1927, se ha convertido en un símbolo de esta antigua civilización a pesar de que no hay evidencias de que la ciudad fuera gobernada por sacerdotes o monarcas.

La iniciativa sigue los pasos del Desafío del Vesubio de 2023, que ofreció 350.000 dólares por descifrar los antiguos pergaminos carbonizados de Herculano. En ese caso, la tecnología y la inteligencia artificial ya han permitido leer más de 2.000 letras griegas antiguas, incluyendo reflexiones filosóficas sobre el placer de comer.

La esperanza es que este nuevo incentivo millonario pueda finalmente resolver uno de los últimos grandes misterios de la arqueología. Como señala el ministro M.K. Stalin, «sigue siendo un misterio incluso después de 100 años. Arqueólogos, informáticos tamiles y lingüistas de todo el mundo se esfuerzan por descifrar la escritura».

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Howard Hughes, rey del exceso…


Howard Hughes
Howard Hughes.

Jotdown(E.J.Rodríguez) — 1924. El millonario Howard R. Hughes Sr. acaba de morir, dejando atrás no solamente una gran fortuna, sino también un puesto vacante al frente de la empresa que lo ha enriquecido, la Hughes Tool Company.

Su único hijo, también llamado Howard —aunque por entonces todos en su familia le llaman Sonny— tiene diecinueve años y según la ley estadounidense es todavía menor de edad, así que no podrá disponer de su herencia hasta cumplir los veintiuno.

Algunos de quienes conocen al joven Howard Jr. dudan de su capacidad para hacerse cargo de la Hughes Tool Company y de la fortuna familiar; no porque no sea muy inteligente, que lo es, sino por su carácter aparentemente disoluto.

Débil, consentido y con escasas habilidades sociales, sueña con convertirse en productor de Hollywood, se pasa el día pensando en aeroplanos y parece una víctima fácil para los tiburones que rondan a su alrededor intentando hacerse con el suculento pastel de la fortuna familiar.

Pero el heredero sorprende a todos con una jugada inesperada: acude a los tribunales para que el juez lo declare mayor de edad antes de tiempo, cosa que consigue tal vez con la ayuda de sobornos, pero en todo caso impresionando al juez durante la vista: «No le he hecho ninguna pregunta que no haya sido capaz de responder».

Así que, apenas alcanzada la veintena, es declarado legalmente mayor de edad y se pone al frente del negocio. Ahora tiene millones de dólares en sus manos y muchas fantasías en las que gastarlos. Pese a lo que los escépticos habían esperado ver, el jovencísimo Howard Hughes Jr. parece tener las cosas muy claras. Quiere ser el rey del mundo.

Es el sueño que tiene desde que iba al colegio, desde aquel día en que los miembros de una asociación parroquial lo nombraron rey de las festividades, haciéndole lucir una corona de cartón. Ni siquiera las crueles burlas de sus compañeros de escuela —burlas habituales por otra parte— lograron enturbiarle el momento.

Era el rey. Eso era lo que quería ser Howard Hughes Jr. Un rey que lo tuviese todo a su disposición: siervos, poder, riquezas, influencia. Y sexo, mucho sexo. Pero, ¿de dónde provenía su temprana inclinación al exceso?

Las andanzas en la vida adulta de Howard Hughes Jr. son sobradamente conocidas, pero su personalidad, sus ambiciones y sus pecados provienen de una familia en la que el libertinaje y una moral sexual más bien relajada fueron la nota predominante mientras él crecía.

Aunque, como casi todo en torno a su persona, abunda el misterio y la controversia. Ni siquiera sus biógrafos se ponen de acuerdo con respecto a todo ello, así que nos quedará elegir —según el gusto de cada cual— entre las diferentes versiones de la historia.

El productor Howard Hughes en un set en 1930
  • Las correrías de Howard Hughes padre

Su padre, Howard Hugues Sr., había gozado de los parabienes de la riqueza a una edad relativamente tardía. Fue un hombre que apuntaba alto y había intentado durante décadas triunfar en diversas empresas, pero siempre sin ningún éxito, hasta el punto de vivir ensombrecido por el éxito de su hermano Rupert, un exitoso guionista en Hollywood.

Durante muchos años Howard Sr. fue el perdedor de la familia. Abandonó una carrera de leyes para la persecución del gran objetivo de su vida: el triunfo en los negocios.

Ya parecía que iba a envejecer sin conseguirlo, cuando a los cuarenta años de edad le llegó su gran oportunidad: tras mudarse a Texas para intentar sacar tajada del boyante negocio del petróleo, Mr. Hughes tuvo una feliz ocurrencia.

Utilizando sus conocimientos legales y básicamente apropiándose de un invento sobre cuya creación no había tenido nada que ver, patentó una pieza de excavadora cuyo inventor no había tenido la precaución de incluir en el registro de patentes.

Aquella pieza permitía a las torres de excavación adentrarse en la tierra con una velocidad diez veces superior a la de cualquier otro diseño de la época, así que pronto se convertiría en una herramienta indispensable para los grandes señores tejanos del petróleo, que estarían dispuestos a pagar lo que fuese por disponer de un suministro constante de las «excavadoras Hughes».

Así que Howard Hughes, el perdedor, iba a transformarse en el Gran Howard, el hombre que les vendía su principal herramienta a los magnates del oro negro. E iba a enriquecerse más allá de lo que nunca se hubiese atrevido a soñar. 

Con lo que tampoco se había atrevido a soñar era con el mundo de placeres cuyas puertas, cual llave mágica, iba a abrirle su reciente fortuna. Casado, padre de un hijo y camino ya de la cincuentena, el dinero no solamente le permitió comprar una buena casa sino descubrir un nuevo catálogo de posibilidades de diversión, particularmente de naturaleza sexual.

Aunque no demasiado agraciado, empezó a moverse en círculos donde a un millonario no le costaba demasiado conseguir a chicas jóvenes y hermosas prácticamente a voluntad.

En Texas había muchas jovencitas con ambiciones, o de familia pobre, o incluso sin familia, que de una manera u otra se convertían en mercancía asequible para aquellos señores del petróleo cuyas fortunas empezaban a ser tan enormes que podrían haber comprado pequeñas naciones.

Los grandes petroleros tejanos no se negaban ningún capricho y Howard pronto aprendió a satisfacer sus apetitos lúbricos en un entorno de millonarios que hacían una doble vida: la de respetable hombre de familia de cara a la galería y la de insaciables maharajás en privado, amos y señores de harenes donde las líneas de la moralidad imperante parecían desaparecer a conveniencia.

Y no solamente Texas se convertiría en un escenario de caza y captura para Howard padre. Su hermano Rupert, que hasta entonces lo había menospreciado incluso en cartas a la familia, lo invitó a Hollywood para que él y su dinero conociesen de cerca la industria cinematográfica.

La lista de amantes de
La lista de amantes de Howard Hughes es interminable y se dice que era bisexual

El Gran Howard descubrió que la meca del cine era básicamente un gran mercado de carne.

Un hombre lascivo con dinero y contactos únicamente tenía que acudir a una fiesta y preocuparse de elegir con cuál de las chicas que se remojaban en una piscina —generalmente jóvenes actrices aspirantes al estrellato y con pocos escrúpulos a la hora de tomar un atajo— quería pasar la noche.

Empezó a viajar con frecuencia a Los Ángeles, escudándose ante su esposa detrás de los viajes de negocios.

De hecho, abrió allí una oficina permanente de su empresa para no tener que regresar a Texas demasiado a menudo.

Howard Hughes Sr. se dejó arrastrar por la lascivia como había hecho en Texas, pero ya sin la estrecha vigilancia de su mujer, y en unos círculos donde no existían límites.

Ni siquiera se conformaba con aquel interminable muestrario de presas fáciles que eran las actrices novatas dispuestas a cualquier cosa por ascender.

Si alguna vez veía por ahí a alguna chica —generalmente muy joven— que despertase su interés, aunque fuese una cara anónima que no hubiese mostrado un interés particular por la carrera de actriz, intentaba deslumbrarla con sus contactos en Hollywood.

Prometiendo el estrellato a jovencitas que de repente veían un mundo de glamur ante sus ojos, pudo llevarse a la cama a no pocas bellezas desconocidas.

Fue así, por ejemplo, como descubrió para el cine (y para el sexo) a Eleanor Boardman, la futura estrella del cine mudo: ella tenía solamente dieciocho años cuando acompañó a su madre a cenar a un restaurante con unos amigos de ella, el matrimonio Hughes.

El Gran Howard, pese a la presencia de su esposa y de la propia madre de Eleanor, no podía reprimir lanzar miradas a la chica. Como recordaría ella misma más tarde, la miraba como si fuese «un pastelito de chocolate y él no hubiese comido en días».

Desde luego, Mr. Hughes no le pareció particularmente atractivo, pero él se las arregló para invitarla a espaldas de su familia y hacerle saber que a través de él podría conseguir el sueño de llegar a la gran pantalla. Aquello la lanzó directamente a sus brazos. La primera noche, ella recordaría más tarde que Hughes se excitó «casi hasta perder el control» cuando supo que era virgen.

Fueron pareja durante un breve tiempo, aunque aquello era raro en Big Howard, quien pocas veces repetía con la misma chica dos noches distintas. Es más, la joven Eleanor no desconocía que Hughes era extraordinariamente promiscuo y que continuamente usaba a otras jovencitas para su placer, muchas veces incluso de menor edad que ella.

Él mismo le confesó que había tenido «el mejor sexo de su vida» con una chiquilla de trece años y que acostarse con menores de edad era una práctica común entre sus amigos los millonarios del petróleo de Texas, quienes se lo podían permitir impunemente, así como entre los magnates de Hollywood.

Más tarde Eleanor Boardman alcanzó el estrellato, pero solamente fue una de las numerosísimas amantes de Howard Hughes padre: aspirantes a actriz, bailarinas de cabaret, prostitutas de lujo y no pocas menores… nada era suficiente para el voraz apetito depredador del Gran Howard.

Así, durante sus últimos años, el magnate vivió una espiral de fantasías sexuales que solo finalizaron con un ataque cardíaco a los cincuenta y cinco años de edad; murió después de haber llevado la existencia de un reyezuelo oriental. Aun así, todo aquello llegaría incluso a palidecer con lo que terminaría experimentando su único hijo, como bien sabemos.

Pero ya vemos que Howard Jr. desde luego tuvo un modelo de quien aprender.

  • Las controvertidas habladurías sobre la señora Hughes
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La relación entre el pequeño Howard y su madre, Allene Hughes, siempre fue enfermiza, pero el grado de desviación depende mucho del biógrafo concreto que trate el asunto.

Por ejemplo, Darwin Porter, autor de Hell’s Angel, ofrece con mucho la versión más truculenta y también la más discutida y discutible, aunque también la más entretenida, claro está.

En otro libro Howard Hughes: His Life and MadnessD. L. Barlett y J. B. Steele son mucho más parcos a la hora de describir la relación maternofilial y se limitan a la versión relativamente más tenue.

Al igual que el libro Howard Hughes: The Untold Story, de P. Brown y P. H. Iroeske, donde apenas se apartan de la historia «oficial» que se cuenta desde hace décadas.

Tampoco Richard Hack se explaya demasiado sobre el asunto en su Hughes, the Private Diaries, Memons and Letters.

En todo caso, Allene Hughes —que provenía de una familia refinada y de rancio abolengo— solía vestir y peinar a su pequeño hijo de manera afectada. Lo sobreprotegía hasta el paroxismo y lo educaba consintiéndolo en todo.

Estaba obsesionada con la posibilidad de que su único hijo enfermase, así que lo sometía a constantes revisiones médicas, intentaba mantenerlo apartado de gérmenes y examinaba constantemente su cuerpo en busca de alguna señal de infección.

No cuesta rastrear, pues, la obsesión con los microbios que Hughes desarrollaría más adelante. 

Cuando empezó a ir al colegio, el pequeño Howard aún llevaba ropa interior delicada que no se parecía en nada a la habitual, lo que le valió ser objeto de numerosos insultos y menosprecios por parte de sus compañeros, siendo «maricón» un apelativo que escucharía numerosas veces durante su época escolar.

Pero la señora Hughes insistía: si las ropas delicadas eran lo suficientemente buenas para una niña, también lo eran para él. Allene descargaba sus miedos y frustraciones en su hijo, algo que empeoraría después de que ella descubriese a su marido en la cama con una chica de diecisiete años.

Tras aquel incidente, el matrimonio se convirtió simplemente en una mera farsa legal. Howard padre se mudó casi definitivamente a Los Ángeles y ella, que permaneció viviendo en Houston con el pequeño Sonny, redobló la actitud sobreprotectora y absorbente.

Houston History: Howard Hughes Sr., the Houstonian that changed the oil  industry
Howard Hugues Sr.

La soledad de Howard hijo, sin embargo, no era absoluta.

Tenía un amigo.

Se llamaba Dudley Sharp, era algo mayor que él y físicamente fuerte.

Acostumbraba a defender a Sonny de los matones del colegio y parecía ser su única relación social normal.

Sin embargo, con la llegada de la preadolescencia, la posibilidad de que Howard comenzase a querer hacer cosas que lo alejasen del hogar empezó a trastornar a su madre.

Su padre, en cambio, insistía —desde la relativa distancia— en que el niño tenía que inmiscuirse en actividades convencionales y que Allene debía perder el miedo a permitirle ciertas cosas.

A ambos les preocupaba mucho la salud del chaval, especialmente a raíz de un extraño episodio en el que su hijo dejó de poder andar, lo que les hizo temer que hubiese contraído la polio.

Examinado por varios médicos, el episodio terminó remitiendo por sí mismo sin que se hubiese encontrado una explicación, pero exacerbó la histeria de su madre. 

Le gustase o no a su madre, actividades como el ingreso en los Boy Scouts le eran recomendadas por los médicos e incluso por su propio padre, tanto para entrar en contacto con la naturaleza como para cultivar sus escasas habilidades sociales.

Así que un verano, el preadolescente Howard acudió a un campamento y retornó con un aspecto más saludable que nunca: alejarlo de la sobreprotección materna había tenido el efecto de mejorar su estado general.

Su padre estaba complacido, pero según cuentan los cronistas más atrevidos, su madre se puso histérica cuando el monitor del campamento les hizo saber que había sorprendido a Howard Jr. y a su amigo Dudley masturbándose mutuamente.

Allene quiso impedir a toda costa que Howard regresara a un campamento e incluso quiso cortar de raíz todo contacto con Dudley, pese a que su marido insistía en que aquel episodio masturbatorio había sido un experimento que formaba parte de una etapa de descubrimiento «por la que yo mismo he pasado».

Desde luego, la homosexualidad no estaba socialmente aceptada en aquellos tiempos, pero Howard Sr. no parecía tener la intención de hacer un gran problema del incidente. Allene, en cambio, estaba fuera de sí.

Según Darwin Porter —y esto, como casi todo en la vida de Hughes, podemos tomarlo, no tomarlo o tomarlo a medias— este hecho dio lugar a uno de los episodios más discutidos y difíciles de creer de aquellos años, por más que nunca podamos estar seguros de si sucedió o no.

La ocurrencia de Allene para alejar a su hijo de la homosexualidad no pudo ser, según esta versión, más aberrante: consentir en que Sonny durmiese con ella en la misma cama, con lo que ella misma lo masturbaba de una a varias veces por noche para satisfacer los ímpetus del inicio de la pubertad.

El propio Howard confesaría más tarde ante algún amigo —y aquí el dato vale tanto como la fiabilidad del testimonio— que experimentaba erecciones inmediatas «al sentir el contacto del cuerpo desnudo de su madre».

Las masturbaciones fueron, al parecer, la única actividad de aquella relación incestuosa. Howard había escuchado decir en el colegio que resultaba mucho más placentero cuando una chica «lo hacía con su boca» y llegó a pedirle a su madre que le practicara una felación, pero ella se negó y se limitó a la rutina masturbatoria.

¿Se produjo realmente aquel incesto continuado? Sabemos que no llegó a oídos de Howard padre, así que cabe la posibilidad de que los biógrafos más extremos hayan elaborado el asunto más de la cuenta.

En todo caso sí podemos afirmar que Howard heredó de su madre muchas manías, fobias e incluso malas costumbres como la de cenar exactamente lo mismo todos los días de su vida: un filete con guisantes y un helado. En cuanto al tema de la masturbación materna, podría encajar en el personaje, pero es prácticamente imposible verificar los testimonios a estas alturas. 

Howard Hughes: el hombre que podía “comprar todo” pero terminó solo - Red  92 | Cada Día Más !

En todo caso, cuando Howard tenía dieciséis años, su madre murió como consecuencia de las complicaciones de un nuevo embarazo (¿estaba embarazada, como afirman los más atrevidos, de Dudley, el amigo adolescente de Howard, o sencillamente de su marido como afirman las fuentes más conservadoras? ¿O quizá estaba embarazada de un tercero? Una vez más, resulta imposible saberlo con seguridad).

Howard Jr. estaba desolado, y su padre se lo llevó consigo a Hollywood, donde lo matriculó —a fuerza de cuantiosos sobornos— en las mejores escuelas disponibles. Howard Jr. no era un buen estudiante, si bien a nadie le cabía duda de que era un muchacho intelectualmente brillante.

Por ejemplo, en su garaje se había construido una radio casera e incluso una bicicleta motorizada. En California vivía acompañado de su prima favorita de Texas, Kitty, y gozaba de una cuantiosísima paga mensual a cargo de Hughes Tool Company, además de poseer una limusina con su correspondiente chófer a su servicio durante las veinticuatro horas del día.

En Hollywood tuvo sus primeras experiencias sexuales, si no contamos las referencias controvertidas y difíciles de probar al incesto o los escarceos con su amigo Dudley. Parece que fue en el asiento de su coche donde la actriz Blanche Sweet fue la primera en practicarle una felación, práctica que sabemos se convertiría en una de sus actividades sexuales favoritas durante la edad adulta.

Tampoco resulta fácil precisar si fue en Hollywood donde se inició en la homosexualidad. Fue presentado a muchos grandes personajes de Hollywood en fiestas donde acompañaba a su tío Rupert, y las versiones más coloristas nos hablan de que fue seducido por el productor William Desmond Taylor.

Incluso se habla de que llegó a estar involucrado en un triángulo sexual con el productor y el actor mexicano Ramón Novarro. Una vez más, ¿qué parte es verdad? ¿Cuándo descubrió Hughes su inclinación bisexual?

Difícil de decir, pero parece probable que, estando en contacto directo con la promiscua industria cinematográfica de la época, el joven Howard, hijo de un millonario y sobrino de un reputado guionista, tuviera numerosas ocasiones para explorar el alcance de sus impulsos adolescentes. 

En Hollywood descubrió tres de sus grandes pasiones: la aviación —un paseo en avioneta que costaba cinco dólares tuvo la culpa—, el golf —llegó a ser un jugador amateur de gran nivel, que casi podía jugar con profesionales—, y la ambición de convertirse en productor cinematográfico.

Y en esta última ambición iba incluida la posibilidad de conseguir los favores sexuales de muchas féminas (y por qué no, varones) del negocio. No iba a costarle demasiado: Howard era alto, bien parecido, bien educado, millonario y fantásticamente bien relacionado en Tinseltown.

Aunque terminaría casándose con una chica también adinerada, la guapa Ella Rice, Howard Hughes terminaría convertido en un mujeriego empedernido. Ya fuese por su condición de productor, ya fuese por sus propias dotes para la seducción o por la aureola de gloria que adquiriría convirtiéndose en un héroe de la aviación, muchísimas mujeres —famosas y anónimas— pasaron por su cama.

Howard Hughes, el amante universal: Bette Davis, Katharine Hepburn, Marilyn  Monroe y... ¿Cary Grant? - XL Semanal

Sabemos que tuvo relaciones con Jane RussellGene TierneyJoan CrawfordBette DavisYvonne de CarloCyd CharisseOlivia de HavillandKatharine Hepburn… en fin, la lista es muy larga. En el apartado masculino, los rumores siempre lo relacionaron con varios actores, pero muy particularmente con Cary Grant.

En cualquier caso, la promiscuidad de Hughes fue tan tremenda que se llega a afirmar en ocasiones que los síntomas de la enfermedad que lo mató podrían corresponderse con un caso temprano de sida.

Una vez más, nunca podremos confirmar ese dato. Pero como decíamos, sus andanzas en la vida adulta son bien conocidas, incluso se ha estrenado una película biográfica —bastante descafeinada, en mi opinión— dirigida por Martin Scorsese y titulada El aviador.

Pero bueno, lo curioso es comprobar de qué manera heredó sus vicios y obsesiones de una familia disfuncional: madre sobreprotectora y neurótica hasta la médula, padre y tío extraordinariamente promiscuos… sin duda, el joven Howard Hughes llevaba el libertinaje en la sangre.

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El nacimiento de la imprenta: el invento que cambió el mundo…


Johannes Gutenberg con los tipos móviles, base de su invención de la imprenta.

National Geographic(A.F.Luzón) — En 1471, un humanista francés rendía homenaje a la «nueva especie de libreros» que en los años pasados habían difundido desde Alemania una novedosa técnica que permitía fabricar libros sin necesidad de copiarlos a mano.

Entre ellos «Juan, conocido como Gutenberg», había sido el verdadero «inventor de la imprenta», el hombre que ideó «los caracteres con que todo lo que se dice y piensa puede ser inmediatamente escrito, reescrito y legado a la posteridad».

Fue Johannes Gutenberg quien inventó la imprenta y con ello realizó uno de los descubrimientos de mayor impacto en la historia, pero su vida está repleta de incógnitas y lagunas.

Se sabe que se llamaba en realidad Johannes Gensfleisch y que nació hacia 1398 en Maguncia. El nombre por el que se le conoce procede de una casa propiedad de su padre, un rico patricio local dedicado a la orfebrería.

– Un artesano emprendedor

Tras estudiar tal vez en Erfurt, hacia 1434 emigró a Estrasburgo, donde se estableció como orfebre. En 1436 tuvo que afrontar la querella que le puso una dama, de nombre Ennelin, por haber roto su promesa de matrimonio; un signo de un carácter áspero y difícil que se había manifestado ya dos años antes, cuando hizo encarcelar a un paisano suyo por deudas.

No hay duda de que Gutenberg demostró pronto una excepcional pericia en cuestiones técnicas y un fuerte espíritu empresarial. En 1437 descubrió un novedoso sistema para pulir piedras preciosas, y un año después concertó un contrato con Andreas Dritzehn, Hans Riffe y Andreas Heilmann para fabricar espejos para los peregrinos.

Los espejos se llevaban prendidos en el sombrero, en la túnica o en los bastones, y servían para captar los destellos de las reliquias e imágenes sagradas en la creencia de que así se transmitía su bendición.

Retrato de Johannes Gutemberg. Siglo XV.

Esta actividad requería gran destreza en el manejo del metal y se dirigía a una demanda masiva, dos características que se encontraban también en el invento en el que Gutenberg estaba trabajando al mismo tiempo con gran sigilo: un sistema para fabricar libros de forma mecánica mediante caracteres metálicos.

– La revolución de los tipos móviles

En Europa, durante muchos siglos no se conoció más forma de reproducción de textos que la copia manuscrita realizada por escribanos.

El trabajo se concentró en los escritorios de los monasterios, pero en el siglo XIII la producción de manuscritos se desplazó a los nuevos centros universitarios, donde surgieron talleres que llegaron a emplear a medio centenar de copistas, organizados de forma prácticamente industrial.

También se generalizó entonces el uso del papel, elaborado con lino y cáñamo, mucho más barato y manejable que el pergamino.

Por otra parte, a finales del siglo XIV se difundió en Europa la técnica del grabado sobre madera, o xilografía, que permitía imprimir gran número de imágenes sobre tela o papel a partir de una única plancha. Esta primera imprenta se orientó inicialmente a la producción de imágenes piadosas, individuales o combinadas para formar libretos.

También se podían imprimir opúsculos impresos por una sola cara, que coexistieron con los libros impresos en tipos metálicos durante la segunda mitad del siglo XV. Tenía, sin embargo, el inconveniente de que las planchas de madera grabada, además de requerir mucho tiempo para su talla, se deterioraban rápidamente.

Faltaba idear un sistema que permitiera imprimir mecánicamente textos escritos sin que fuera necesario grabar cada página. La solución fueron los tipos móviles: letras talladas en metal que podían combinarse para formar las palabras y líneas de una página de texto.

Las ventajas del procedimiento, que permitía reproducir escritos con una rapidez y a una escala sin precedentes, le garantizaron un éxito fulgurante que se ha prolongado hasta la actualidad.

En el pasado, los historiadores han propuesto diversos nombres como inventores de los tipos móviles en lugar de Gutenberg. Sin duda habría que empezar con los precedentes en el Lejano Oriente, documentados ya en el siglo XI, aunque no hay pruebas de que la invención se transmitiera a Occidente.

En Aviñón, un orfebre llamado Waldvogel alardeaba, entre 1444 y1446, de conocer un «arte de escribir artificialmente» (léase, de modo mecánico) y de tener «dos alfabetos de acero… 48 formas de estaño… y unos materiales destinados a la reproducción de textos hebreos y latinos».

En Holanda se cita igualmente el nombre de Coster. Hoy en día, sin embargo, la paternidad exclusiva del descubrimiento se atribuye a Gutenberg, aunque las circunstancias en que se produjo siguen rodeadas de incertidumbre.

– Las primeras impresiones

Parece que Gutenberg hizo los primeros ensayos de impresión en Estrasburgo, con el apoyo de sus socios en la empresa de fabricación de espejos. Él mismo se cuidó de mantener sus trabajos en secreto; a sus socios les pedía, en un documento, que no enseñasen a nadie la prensa, no se sabe si para pulir espejos o fabricar libros.

En cualquier caso, a la muerte de Dritzehn estalló un conflicto de intereses entre Gutenberg y sus otros socios, y poco después el impresor volvió a Maguncia, donde se encontraba en 1448.

El asalto de Maguncia en 1462 contribuyó a la difusion de la imprenta en Europa. La primera imprenta en Florencia fue fundada en 1471.

De nuevo Gutenberg se vio en la obligación de buscar socios capitalistas para su empresa. Johann Fust, un rico negociante de Núremberg, le prestó 800 florines para la fabricación de «ciertos instrumentos», y luego le prometió 300 florines más para la «obra de libros», mediante un nuevo contrato en el cual estaban contemplados los gastos para papel, pergamino y tinta.

Los estudiosos creen que este dinero se estaba invirtiendo en la impresión de la célebre Biblia de 42 líneas, aunque antes ya había impreso un manual para aprender latín así como formularios de indulgencias papales.

– Un negocio muy lucrativo

Es probable que, pese a la gran inversión que se requería, la empresa fuera un éxito comercial desde el principio, o al menos suscitara expectativas de que llegara a serlo. Ello explicaría el sorprendente vuelco que se produjo a finales de 1455, cuando Fust acusó a Gutenberg de emplear el dinero que le había prestado para otra cosa que la «fabricación de libros».

Fust logró que los tribunales condenasen a Gutenberg a devolverle el dinero que le adeudaba más los intereses, 1.200 florines en total, una suma enorme a la que Gutenberg no podía hacer frente.

El resultado fue que Fust se hizo con buena parte del material de impresión y logró el objetivo que seguramente se proponía con la acusación: apropiarse del pingüe negocio y desembarazarse de un inventor fastidioso al que robó sus hallazgos. 

Con ayuda de su futuro yerno, Peter Schoeffer, que conocía la técnica de Gutenberg y era, sin duda, más fácil de manejar, creó uno de los talleres más prósperos de Europa.

Pese a ello, Gutenberg conservó al menos una prensa con la que siguió trabajando en Maguncia. Allí imprimió un diccionario latino, el Catholicon. Algunos autores creen que luego se trasladó un tiempo a la cercana Bamberg, donde entre 1458 y1460 concluiría la impresión de la Biblia de 36 líneas, empezada en Maguncia años antes.

– La diáspora de los impresores

En la noche del 27 al 28 de octubre de 1462, Maguncia fue asaltada por las tropas de un poderoso príncipe, Adolfo II de Nassau, nombrado poco antes arzobispo de la ciudad. En los cruentos combates que siguieron murieron el rival de Adolfo, Diether von Isenburg, así como otros 400 ciudadanos, y la ciudad fue saqueada por la soldadesca del arzobispo vencedor.

Muchos artesanos y comerciantes abandonaron Maguncia, entre ellos los distintos impresores que habían creado su negocio en los últimos años. Esta emigración forzosa favoreció la rápida difusión del arte de la imprenta a lo largo del Rin y luego por toda Europa, primero en Italia (Roma, 1467) y después hacia Francia (París, 1469). España acogió la primera imprenta en 1472, en Segovia, donde se instaló un impresor originario de Heidelberg.

Gutenberg también fue víctima de la represión desencadenada por el arzobispo-elector Nassau: se confiscó su casa familiar, la Gutenberghof, y debió exiliarse durante un tiempo a una ciudad próxima, Eltville. Se sabe que no pudo pagar al cabildo de Santo Tomás de Estrasburgo la suma de cuatro libras que le debía por los intereses de un préstamo, de lo que se deduce que pasó apuros económicos.

No se sabe si, cuando finalmente pudo volver a Maguncia, reanudó su trabajo como impresor. Su avanzada edad y la carencia de recursos eran un obstáculo importante, aunque tal vez aún pudo dirigir y supervisar la actividad de otros impresores. 

En 1465, el arzobispo de Maguncia reconoció su valía y lo incorporó al personal de su palacio, prometiéndole un estipendio anual, un vestido de corte, 20 medidas de trigo y toneles de vino para su casa.

A su muerte, tres años después, el 26 de febrero de 1468, se encontraron entre sus bienes «ciertas formas, papeles, instrumentos, herramientas y otros objetos pertenecientes al trabajo de la imprenta». Los utensilios con los que había creado un nuevo oficio y había revolucionado la forma en que los hombres accederían en lo sucesivo a la información y el saber.

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La versión hitita de la Epopeya de Gilgamesh, descubierta en tablillas en Hattusa, tiene diferentes estructura y detalles narrativos…


Leer el Poema de Gilgamesh puede ayudarte a entender mejor la historia de la  literatura

La Epopeya de Gilgamesh, considerada la obra literaria más antigua de la humanidad, ha sido objeto de estudio durante siglos.

Su influencia se ha extendido por distintas culturas y su historia ha sido transmitida a lo largo de milenios.

Recientemente, estudios sobre una versión hitita del poema han abierto nuevas perspectivas sobre su transmisión y adaptación en el mundo antiguo.

Investigaciones recientes han identificado fragmentos de la epopeya en tablillas halladas en la antigua ciudad de Hattusa, capital del Imperio Hitita, situada en la actual Turquía.

Estos textos revelan no solo la difusión del mito mesopotámico, sino también las adaptaciones que sufrió al ser adoptado por una cultura distinta de la sumeria o la acadia.

El análisis de los textos hititas muestra que el relato de Gilgamesh no se limitó a las ciudades de Uruk y Babilonia, sino que también llegó a Anatolia. 

La versión hitita presenta elementos en común con las versiones acadias y babilónicas, aunque con variaciones en la estructura y en los detalles narrativos.

En particular, se han encontrado fragmentos que relatan la historia de Gilgamesh y Enkidu, dos figuras centrales de la epopeya, y sus hazañas en la lucha contra seres mitológicos y divinos.

EU devuelve tablilla que narra primera epopeya de la historia de Irak-  Grupo Milenio
La tablilla XI del Poema de Gilgamesh, donde se describe la historia del diluvio. 

Los textos, escritos en cuneiforme sobre tablillas de arcilla, se han conservado gracias a las excavaciones en Hattusa. Su traducción ha sido un proceso complejo debido a la fragmentación y al estado de conservación de las tablillas, pero los expertos han logrado reconstruir algunos pasajes claves del relato.

Uno de los aspectos más interesantes del hallazgo es la forma en que los hititas reinterpretaron la historia de Gilgamesh. En la versión hitita, la estructura del relato conserva la esencia del original mesopotámico, pero introduce matices propios de la cultura anatolia.

Por ejemplo, mientras que en la versión babilónica Gilgamesh es presentado como un rey tirano que aprende sobre la mortalidad y la sabiduría a través de la pérdida de su amigo Enkidu, en la versión hitita parece haber una mayor énfasis en la relación con los dioses y en el papel del destino.

Asimismo, las diferencias en los nombres y en la representación de los dioses sugieren una adaptación religiosa, en la que el panteón hitita sustituye algunos de los dioses mesopotámicos. Estos cambios evidencian no solo una apropiación del mito, sino también una resignificación que permitía su inserción en la tradición oral y escrita de Anatolia.

El hallazgo de la versión hitita de Gilgamesh subraya la increíble capacidad de los relatos antiguos para viajar y transformarse. La epopeya no se mantuvo confinada a su lugar de origen, sino que fue absorbida por diferentes civilizaciones, cada una de las cuales le imprimió su propio sello.

Mesopotamia Louvre niños
Estatua de Gilgamesh en el Museo del Louvre

El caso de la versión hitita es particularmente significativo porque demuestra que los hititas no solo adoptaron elementos culturales de Mesopotamia, sino que también participaron activamente en la reinterpretación de sus mitos.

La existencia de fragmentos en hurrita dentro del corpus hitita sugiere además un intercambio con otras culturas de la región, lo que reafirma la complejidad y riqueza del mundo antiguo.

A pesar de la importancia del hallazgo, la reconstrucción del texto hitita sigue siendo un desafío. 

Muchas de las tablillas están dañadas o incompletas, lo que impide tener una versión definitiva del relato.

Sin embargo, los avances en la traducción y comparación con otras versiones han permitido arrojar luz sobre su contenido.

Los especialistas han utilizado herramientas de filología comparativa para analizar los términos y expresiones en hitita y su relación con las lenguas mesopotámicas.

Esto ha permitido identificar pasajes conocidos y reconstruir partes del texto con un alto grado de precisión. No obstante, aún quedan lagunas en la narración que podrían resolverse con nuevos descubrimientos arqueológicos.

Este hallazgo refuerza la idea de que el conocimiento y la cultura no tienen límites. Así como Gilgamesh viajó en busca de la inmortalidad, su historia ha viajado a través del tiempo y el espacio, demostrando que los mitos que forjaron la humanidad aún tienen mucho por revelar.

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El obsceno libro que se convirtió en un éxito de ventas luego de que las autoridades intentaran prohibirlo


Dos hombres leyendo la novela "El amante de Lady Chatterley" en el metro de Londres, en la década de 1960.
A finales de 1960, un juicio convirtió en un un éxito de ventas a un libro que tenía décadas circulando de manera casi clandestina.

BBC News Mundo(N.Kenny)Hasta noviembre de 1960, los británicos no podían leer “El amante de Lady Chatterley” debido a una ley que penalizaba la publicación de textos considerados indecentes e inmorales.

La editorial británica Penguin Books quiso desafiar la Ley de Publicaciones Obscenas imprimiendo una edición completa y sin censura de la novela de D. H. Lawrence.

El juicio resultante simbolizó los cambios sociales que se habían estado gestando en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y demostró la brecha que existía entre el público y aquellos que se consideraban los guardianes de la moral establecida.

“El amante de Lady Chatterley” se había publicado de forma privada en Italia y Francia a finales de la década de 1920, pero después fue prohibido en varios países del mundo, incluidos Estados Unidos, Australia y Japón.

En los años previos al juicio, los escritores y editores británicos estaban cada vez más preocupados por la cantidad de libros que estaban siendo vetados por obscenidad. En un intento de disipar estos temores, el Parlamento de Reino Unido aprobó en 1959 una nueva Ley de Publicaciones Obscenas que prometía «proteger la literatura y reforzar la legislación sobre pornografía».

El instrumento legal ofrecía una defensa a cualquiera acusado de publicar un «libro sucio» y le permitía argumentar que una obra debía publicarse si tenía mérito literario, incluso si la persona promedio encontraba su material chocante.

Retrato de D. H. Lawrence
El novelista inglés D. H. Lawrence fue protagonista de un proceso en el que la libertad de expresión y de creación terminaron en el banquillo de los acusados.

– Sobre la obra

“El amante de Lady Chatterley” fue considerada controvertida porque mostraba una relación apasionada entre una mujer de clase alta, Lady Constance Chatterley, y un hombre de clase trabajadora, Oliver Mellors.

La novela incluye malas palabras, descripciones explícitas de sexo y retrata el placer sexual femenino.

Lawrence dijo que esperaba recuperar el sexo como algo aceptable en la literatura. Quería «hacer que las relaciones sexuales (en la novela) fueran válidas y preciosas, en lugar de vergonzosas», explicó.

En 1960, Penguin estaba lista para poner a prueba la Ley de Publicaciones Obscenas. La editorial le escribió al fiscal general y le advirtió que publicarían una versión original del libro.

En agosto de ese año, Reginald Manningham-Buller, el asesor legal de la Corona, leyó los primeros cuatro capítulos de la novela mientras viajaba en un tren a Southampton (una ciudad del sur de Inglaterra) y le escribió al fiscal general, aprobando el inicio de procedimientos legales contra Penguin.

«Espero que consigas una condena», dijo.

Allen Lane, el fundador de Penguin Books, estaba en España cuando se desarrollaron los acontecimientos. Sus colegas le aconsejaron que regresara a casa de inmediato.

Vista de los tribunales de Reino Unido
La suerte de la novela de D. H. Lawrence terminó decidiéndose en un juicio que duró días.

– El proceso

El juicio de “El amante de Lady Chatterley” fue el primero de este tipo bajo la nueva ley, y el escenario estaba preparado para un enfrentamiento entre el establishment y aquellos con opiniones más liberales.

Para apoyar su caso a favor de la publicación de la novela, Penguin convocó a una serie de testigos expertos, incluidos 35 escritores y políticos destacados. En el grupo estaba Richard Hoggart, un académico y autor influyente que fue visto como un testigo clave.

El abogado argumentó que la novela era una obra esencialmente moral y «puritana», que simplemente incluía palabras que había oído en una obra de construcción cuando se dirigía al tribunal.

En contra, Mervyn Griffith-Jones encabezó la acusación, que argumentó que el sexo en la novela era pornografía gratuita.

«Cuando hayan visto el libro, pregúntense: ¿aprobarían que sus hijos e hijas lo leyeran?», preguntó el fiscal al jurado.

«¿Lo dejarían tirado en su casa? ¿Es un libro que desearían que leyeran sus esposas y criados?«, agregó.

También enumeró casi 100 usos de malas palabras en sus páginas.

El juez Byrne, quien presidió el juicio, señaló que el bajo precio del libro significaba que «estaría disponible para que todo el mundo lo leyera». Estas declaraciones se citan a menudo como representativas de las actitudes desfasadas del establishment británico de la época.

Dos mujeres con ejemplares de la novela de D. H. Lawrence en Londres en 1960.
La novela, que relata el romance entre una mujer de alcurnia y un hombre de clase trabajadora, era considerada inmoral.

– La mejor promoción

El 2 de noviembre de 1960, tras un juicio que duró seis días, el jurado delibera durante tres horas y llega a una decisión unánime: Penguin Books fue declarada «no culpable» en virtud de la Ley.

“El amante de Lady Chatterley” salió a la venta inmediatamente después, ya que Penguin se había preparado para distribuirlo en caso de absolución. Tuvieron que trabajar con una nueva imprenta, pues la habitual se negó a aceptar el encargo.

El juicio tuvo el efecto de promocionar el libro, del que se agotaron los 200.000 ejemplares en su primer día de publicación. Llegó a vender tres millones de copias en tres meses.

Unos días después de salir a la venta, un librero de Inglaterra apellidado Donati habló con BBC News sobre la popularidad de la novela.

«Para empezar, pedimos 1.000 ejemplares», comentó.

«Teníamos todas las esperanzas de conseguirlos, por supuesto, pero finalmente se redujo a la mitad. Recibimos 500 ejemplares. Abrimos bastante temprano, de cinco a nueve, y calculo que ya hemos vendido 50 o 60 (ejemplares)… Creo que tendremos que esperar al menos tres semanas (para tener más)«, agregó.

Retrato de Allen Lane, fundador de Penguin Books.
El editor Allen Lane vio como el proceso judicial terminó favoreciendo las ventas de la obra.

Aun así, la tradicional reserva inglesa no había desaparecido de la noche a la mañana. Muchos clientes estaban demasiado avergonzados como para pedir la escandalosa novela por su nombre, admitió otro librero.

“Algunos sólo preguntan por Lady C, otros te dan tres con seis (tres chelines y seis peniques, el precio del libro)”, relató el comerciante.

Como señaló el reportero: “Es bastante diferente a vender un libro común y corriente”. Y por supuesto que «El amante de Lady Chatterley” no era un libro cualquiera. Cuando se publicó íntegramente, se convirtió en un símbolo de la libertad de expresión y en una señal de que el panorama cultural británico estaba cambiando.

El poeta Philip Larkin captó su significado en su poema Annus Mirabilis:

“Las relaciones sexuales comenzaron

En mil novecientos sesenta y tres

(que fue bastante tarde para mí) –

Entre el fin de la prohibición de Chatterley

Y el primer LP de los Beatles”.

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El final de la dictadura del país más pobre del mundo: saqueo del Banco Central, 40.000 muertos y la mujer que selló su destino…


Baby Doc Duvalier con su esposa, la mujer que luego se quedaría con toda su fortuna y lo abandonaría en el exilio

Infobae(M.Bauso) — La familia Duvalier estuvo más de treinta años en el poder, manejaron Haití a su antojo. Todo empezó con un médico tímido que prometió ayudar a su pueblo. En poco tiempo se convirtió en un tirano cruel que al morir dejó a su hijo inepto, frustrado playboy. Papa Doc y Baby Doc Duvalier.

Dictadores multimillonarios, con una fortuna de más de 800 millones de dólares, del país más pobre del mundo. Corrupción, persecución y muerte, mucha muerte. Se cree que mataron a más de 40.000 disidentes y opositores. Su brazo armado fueron los Tonton Macoutes, una banda paramilitar despiadada y descontrolada.

Al final, Baby Doc debió exiliarse. La caída se le atribuye a una mujer que luego, en el exilio, lo dejó sin recursos, saqueó al saqueador.

La dictadura de los Duvalier fue, como toda dictadura, ilegítima, brutal y cruel. Pero el fervor asesino, el poder de daño, el saqueo impúdico y el modo de generar pobreza arrasadora que tuvieron Papa Doc y Baby Doc conoce pocos antecedentes. Ambiciones personales que no se detuvieron ante la ruina de un país.

– Cómo arrancó la dictadura de los Duvalier

En 1971, Jean-Claude Duvalier se convirtió en el presidente más joven de occidente. Llegó a la primera magistratura de Haití a los 19 años. Hasta unos meses antes la constitución haitiana establecía que la edad mínima para ser presidente era de 40 años.

Pero Francois Papa Doc Duvalier modificó la carta magna (a la que escaso apego tenía, por cierto) y, pensando en su hijo, bajó el límite a los 20 años. Pero Papa Doc tenía la salud demasiado frágil y murió antes de lo que él había previsto. Nadie se hizo problema ni por la inconstitucionalidad ni por la nula experiencia de Jean-Claude, ni siquiera por sus nulas ganas de presidir su país.

Los obstáculos de una revolución de esclavos. El caso de Haití - El Orden  Mundial - EOM

Jean-Claude no era una luminaria, ni un prodigio cuyas habilidades explotaron tempranamente. Era tan solo hijo de su padre. Heredaba el cargo más alto del país. Había que proteger intereses, negocios, asegurar impunidades.

Jean-Claude había intentado que asumiera su hermana. Mayor que él y con más luces. Pero al padre y a sus consejeros esa le pareció una opción inviable. Les resultaba inconcebible que una mujer gobernara el país. Jean -Claude lo veía normal. La suya era una familia de mujeres fuertes. Su madre, Simone, tenía un carácter duro y opiniones contundentes.

Papa Doc sabía que se iba a morir. Y contrariamente a lo que hacen otros líderes personalistas intentó preparar la sucesión pese al escaso tiempo de vida que le quedaba. Estableció un sistema de protección del joven hijo presidente a través de un mega gabinete de ministros: 25 influyentes que lo aconsejarían.

Todos pertenecientes a las familias privilegiadas y con intereses en los negocios (negociados) públicos. Pero fuera del esquema oficial había otra persona muy influyente, Simone, la esposa de Papa Doc y madre de Jean-Claude que participaba activamente de las decisiones aunque no firmara decretos.

Ella quería que todo se hiciera la vieja usanza, con los mismos modos que había utilizado su marido. La tozudez de las viudas.

ean Claude, por su parte, durante muchos años, no quería nada más que ser un playboy, perseguir mujeres, vivir una vida despreocupada, de despilfarro y diversión. Pero eso debía esperar. O al menos ejercerse de manera solapada. A su pesar, estaba al frente de un país.

Baby Doc no estaba capacitado para ocupar la primera magistratura. Él soñaba con ser un playboy pero se puso al frente de la máquina corrupta y asesina que su padre había construido

– La dinastía Duvalier en el poder

Francois Duvalier, el padre, llegó al gobierno en 1957 a través de elecciones democráticas. Era un doctor tímido, con escasa habilidad oratoria y sin antecedentes. Pero la gente lo quería y confiaba en él. Sentían que él por primera vez los escuchaba, que la minoría mulata, los privilegiados que habían ostentado el poder hasta ese momento, por fin quedaba relegada.

Ahí nació el apodo de Papa Doc. Duvalier como figura protectora. Luego se olvidó de su origen democrático y ya no soltó el poder. Acumuló riquezas y eliminó opositores. Nadie creyó que ese médico que ganó las primeras elecciones presidenciales del país podía durar en el poder. Nadie, tampoco, imaginó que se podía convertir en un monstruoso asesino.

Sus primeros años no fueron pacíficos. Debió enfrentar varios intentos de golpes de estado por parte de estos empresarios y de los generales que los apoyaban. Duvalier para contrarrestar esto y acrecentar su poder, organizó milicias populares. Luego las alimentó a lo largo de todo su mandato. Los Tonton Macoutes. Tonton era una manera afable de decirle a los tíos, no parecía mal que si Duvalier era Papa Doc, ellos eran los tíos; Macoutes es una especie de bolsa de paja de los hombres de campo.

Los Tonton Macoutes, los "hombres del saco" de Haití

Los Tonton Macoutes fueron ganando poder y autonomía. 

Una banda parapolicial que sembró el miedo y la muerte.

Atacaban pueblos enteros y espantaban a sus habitantes para quedarse con sus pertenencias.

Bandas desatadas que se movían sin ley protegiendo a los Duvalier y su dinastía.

Escuadrones de la muerte.

Vestían uniformes azules, cintas rojas en uno de sus brazos, sombreros de cowboy y anteojos negros (Graham Green escribió en Los Comediantes, una novela ambientada en Haití en los sesenta: “El motivo por el que usaban anteojos negros era evidente. Eran humanos pero no debían mostrar miedo: podía ser el fin del miedo en los demás”).

Nada en su apariencia debía atenuar o disimular su matonismo.

Siempre iban armados, blandiendo de manera ostensible sus pistolas o rifles. Sus primeros integrantes fueron reclutados entre la gente negra de campo, sojuzgada por los mulatos.

Pero una vez instalados, se fueron incorporando los desclasados y delincuentes.

Cuanto peor era el personaje más posibilidades de integrar la banda.

Eran hampones armados y protegidos por el poder que no cobraban un sueldo (a excepción de los jefes) pero que obtenían beneficio directo de sus robos y saqueos amparados por el gobierno.

Torturaban víctimas en habitaciones con las paredes pintadas de marrón o negro para que la sangre no se notara tanto.

Francois Duvalier había inventado una justificación ideológica para esta banda paraestatal, pero su verdadera motivación era la de acallar a los opositores, detener cualquier sublevación y mantener a raya a la población bajo el signo del terror.

Es decir, utilizarlos para que su lugar en el poder no peligrara.

Baby Doc, en algún momento, les cambió el nombre tratando de lavar la imagen de la incontrolable banda de forajidos. Los llamó Voluntarios de la Seguridad Nacional. Un eufemismo perezoso. Sobre el final de su dictadura, creó otro grupo parapolicial, Los Leopardos para que se enfrentaran a los Tonton Macoutes porque estos ya no le respondían. La violencia recrudeció.

Francois Duvalier, Papa Doc, gobernaba con mano dura, aprovechando que su palabra era considerada infalible. Hacía equilibrio entre la desconfianza al ejército, el control de los Tonton Macoutes, la voracidad por acumular millones, la pobreza rampante, el vudú y la búsqueda de apoyos internacionales imprescindibles.

Francois «Papa Doc» Duvalier, autodenominado presidente vitalicio de Haití, llegó en elecciones democráticos y se convirtió en un tirano al poco tiempo.

En algún momento, según cuenta Riccardo Orizio en Hablando con el diablo. Entrevistas con dictadores en Haití hasta se modificó el Padre Nuestro: “Papa Doc nuestro que estás de por vida en el Palacio Nacional, santificado sea tu nombre por las generaciones actuales y futuras.

Hágase tu voluntad así en Puerto Príncipe como en las demás provincias. Danos hoy un nuevo Haití y no perdones las deudas de los antipatriotas que escupen cada día sobre nuestro país. Indúcelos a la tentación, y, bajo el peso de su propio veneno, no los liberes del mal”.

– La fortuna de los dictadores

Hace unos años se presentó un ranking de fortunas mal habidas de dictadores de todo el mundo. Esa lista infame la encabezaba Sukarno de Indonesia con más de 30 mil millones de dólares. Pero en el sexto puesto se encontraba Jean-Claude Duvalier. Se estima que lo robado fue de 800 millones de dólares.

El agravante es que la pobreza de Haití es la peor, la más profunda del mundo. Pero los pocos hombres que hacen negocios en ese país logran ganancias obscenas a través de la corrupción.

Jean Claude Duvalier no logró la devoción de los haitianos como sí lo había hecho su padre en sus años de poder.

En 1980, la vida de Baby Doc cambió. En una fiesta conoció a Michelle Bennet. Una mujer hermosa, hija de uno de los que había promovido el primer golpe de estado contra Papa Doc a fines de los cincuenta, integrante de una familia tradicional de Haiti. Era alta, elegante, vestía a la última moda. Trabajaba en Nueva York como secretaria.

Dicen que regresó a su país natal con el único propósito de conquistar al presidente. Todos le decían que no tenía chances, que nunca iba a poder superar el cerco; que siendo divorciada y con dos hijos pequeños no podía aspirar más que a alguna noche apasionada y a algún beneficio económico lateral.

Ella desmintió esas versiones. Las pocas veces que habló del tema dijo que se habían enamorado.

Lo cierto es que la pareja al poco tiempo oficializó el romance y puso fecha de casamiento. A la fiesta no le faltó nada (tan sólo sentido de la decencia). Gastaron 3 millones de dólares de la época.

Mientras en las calles de Puerto Príncipe la pobreza era cada vez más evidente, sus palacios desbordaban de lujo. Jean-Claude solía hacer viajes relámpago a París o a Nueva York para comprarse trajes, comer en un restaurante exclusivo o ver un nuevo automóvil que pasaría a integrar su colección.

Baby Doc fue el presidente más joven del mundo. Llegó a la presidencia a los 19 años tras la muerte de su padre.

La llegada de Michelle alteró el equilibrio de la corte. Simone, la matriarca, comenzó a perder influencia. Michele llegó para quedarse con todo. A veces ante la ausencia de su marido, encabezó las reuniones de gabinete.

Durante varios años, la política haitiana pareció ser nada más que el terreno de lucha -casi en el barro- de estas dos mujeres de carácter fuerte, y una excusa para que algunas familias hicieran dinero impúdico. Mientras tanto Jean Claude jugaba a ser líder y recibía honores.

– La mujer que cambió la historia

Pero una de las cuestiones más importantes que se modificó con el nuevo matrimonio fue que los pocos sectores productivos del país como el tabaco, el café y el petróleo cambiaron de manos. Michelle consiguió que su familia fuera beneficiada. Por ejemplo su padre, el viejo general golpista, se convirtió en uno de la decena que tenía autorización para trabajar y exportar esos productos.

Pero él, suegro presidencial, era el único que no debía tributar por esa actividad.

Michelle Bennet organizaba colectas, inauguraba hospitales y trataba de sacar partido del saqueo apropiándose de las pocas obras públicas del país. En 1980, el FMI otorgó un préstamo de 22 millones de dólares a Haití. 20 de esos millones fueron desviados a cuentas de la fundación de Michelle.

Invitó a Sor Teresa de Calcuta y le donó fondos para sus obras. La religiosa habló maravillas de la labor de la primera dama, dándole buen lugar en la prensa internacional.

Estados Unidos apoyó durante décadas a los Duvalier. Armas, dinero, espionaje, la vista gorda ante las atrocidades. En la Guerra Fría el parámetro no era muy exigente si el líder de la nación del Tercer Mundo amenazaba con pasar al bloque soviético. Con excepción de alguna discordia durante la administración Carter, los Duvalier contaron con franco apoyo norteamericano.

Michelle Bennett-Duvalier | History fashion, Black culture, Michelle bennett

El primer gran cimbronazo internacional ocurrió con la visita de Juan Pablo II en 1983.

 Apenas aterrizó, luego de besar como era su costumbre el suelo haitiano, lanzó una furibunda crítica al estado de situación del país y a la falta de reacción de la clase política: “Es un país hermoso, rico en recursos humanos, pero los cristianos no pueden ignorar la injusticia, la excesiva desigualdad, la degradación de la calidad de vida, la miseria, el hambre y el miedo que padece la mayoría de la gente”.

– La fuga de los Duvalier

En los primeros días de febrero de 1986 los Duvalier debieron escapar de Haití. De madrugada, en la oscuridad. Ya no tenían apoyos y la sublevación era incontrolable. El hambre era devastadora. Ni siquiera consiguieron quien los llevara al aeropuerto. Baby Doc llegó manejando su BMW plateado. La derrota y el temor estaban instalados en su cara. A su lado, su esposa se mantenía inmutable, altiva e invicta, fumando de manera desafiante.

Mientras escapaban raudos, mientras atravesaban la ruta con temor hacia el aeropuerto, unos carteles enormes al costado del camino los escoltaban. En esos afiches gigantes, de fondo, un primer plano de Baby Doc. La cita en letras catástrofe: “Me gustaría presentarme ante el tribunal de la historia como el que fundó de manera irreversible la democracia en Haiti”. 

La firma: Jean-Claude Duvalier, Presidente Vitalicio. Podría parecer un chiste si no fuera real. Sería gracioso si el saldo de la familia Duvalier por el gobierno no hubiera sido trágico: 40.000 muertos, más de un millón de exiliados y los más absurdos índices de pobreza.

También Mama Doc se exilió con ellos. Esa noche desaparecieron más de 100 millones de dólares del Banco Central de Haití.

Pidieron asilo político que les fue negado pero no tuvieron inconveniente para instalarse en un magnífico palacio en las afueras de París. Las nuevas autoridades haitianas lograron congelar todas las cuentas de Jean-Claude en el mundo. Michele lo abandonó muy rápidamente. No sólo rompió su corazón sino que lo dejó en la ruina. Acostumbrado a no privarse de nada y vivir en el lujo, Duvalier vio como Michele lo dejaba sin nada.

El cantante Kris Kristoferson escribió una canción sobre Baby Doc y su caída: “Hasta que por casualidad Duvalier/ encontró una muchacha que prendió en él la llama que creía apagada/ su belleza como un cuchillo lo hirió/ despertó sensaciones que no controlaba/ luego ella se echó atrás y lo vio caer/traicionado por su cuero y su hambre de amor/ en el fondo Duvalier era un soñador”.

Ella, pacientemente, había logrado desviar decenas (y hasta centenas) de millones de dólares a su nombre durante años. No se ha sabido demasiado sobre ella más que había vuelto a contraer matrimonio y vivía una vida despreocupada y llena de lujos en un palacio en la campiña francesa.

La madre de los Duvalier murió en el exilio. Jean Claude se casó con Veronique Roy, también haitiana. En algún momento un (supuesto) error administrativo de las autoridades haitianas hizo que una de las cuentas fuera desbloqueada y le dio aire financiero: Baby Doc tomó rápido el dinero. Eran más de 4 millones de dólares. Veronique era una (otra) mujer fuerte que mantuvo activo a Duvalier y alimentó su deseo de volver a Haití.

La muerte de 'Baby Doc' Duvalier, el tirano que lideró Haití con brutalidad  y despilfarro - LA NACION

La pobreza en el país centroamericano siguió creciendo. Desde el exilio Duvalier alimentó la discordia y se postuló para elecciones que él nunca había brindado. Pero al retornar a Haití en 2011 no fue habilitado para participar de los comicios. Sus viejos seguidores lo seguían apoyando.

Cuando a sus 60 años parecía que volvía a tener un futuro político fue detenido y acusado de delitos contra la administración pública y de lesa humanidad por las matanzas perpetradas por los Tonton Macoutes en sus quince años al mando de Haití.

Los cargos por lesa humanidad fueron desechados y sólo pesaban sobre él los de corrupción. Esperó el juicio en libertad mientras apelaba cada decisión judicial. Pero un infarto acabó con su vida en octubre de 2014. Tenía 63 años.

Se cerraba con él una dinastía que sembró de muerte y pobreza a su país. Una pobreza que todavía continúa haciendo estragos en Haití.

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El último misterio que dejó el asesino caníbal más cruel de EE.UU. antes de morir: «No se lo contaré a nadie»…


Tras el juicio, se determinó que Albert Fish había terminado con la vida de entre 3 y 9 niños

Infobae(D.Cecchini) — La señora Delia Budd no sabía leer, de modo que tuvo que esperar la llegada de su hijo mayor, Edward, para conocer el contenido de la carta que el correo le había dejado esa mañana. Edward tenía 24 años, trabajaba de lo que podía y la lectura no era una de sus mayores habilidades.

Quizás por eso, antes de comenzar a leer en voz alta, comenzó a recorrer el texto, para no trabarse y decirlo mejor. No llegó a pronunciar una sola palabra, mientras su madre lo veía palidecer y cerrar los puños arrugando el papel que había tomado con las dos manos.

-¿Qué dice, Edward? – le preguntó alarmada la señora Budd.

Solo entonces, el hijo pudo hablar:

Hay que ir a la policía, es sobre Grace – atinó a contestar.

Corría noviembre de 1934 y Grace Budd -la hija de Delia y la hermana de Edward- llevaba más de seis años desaparecida, desde principios de junio de 1928, cuando salió de la casa familiar tomada de la mano de un hombre que se había presentado como Frank Howard para ir a un cumpleaños.

La nena tenía diez años y estaba tan entusiasmada que sus padres no dudaron en dar su permiso para que fuera a la fiesta que proponía el señor Howard, ese hombre tan amable que conocían desde hacía muy poco y había prometido darle empleo a Edward en su granja.

En la comisaría de Manhattan -que por entonces no era lo que es hoy- conocían bien a la familia Budd y se compadecían de ella. El secuestro de la niña había sido un golpe doloroso incluso para esos polis duros de la Nueva York de la década del ‘30. Y también un fracaso, porque la única pista que creyeron tener había terminado en un callejón sin salida.

Ocurrió en septiembre de 1930, cuando detuvieron a Charles Edward Pope, un administrador inmobiliario de 66 años acusado por su mujer de ser el secuestrador.

Pope, que era muy parecido al “señor Howard”, tanto que se lo podía confundir con él, pasó 108 días detenido hasta que quedó claro que no tenía nada que ver con la desaparición de Grace y que la acusadora, su propia mujer, era una mitómana desequilibrada.

Desde entonces, nada: Grace seguía desaparecida y la verdadera identidad y el paradero del “señor Howard” era un misterio. Hasta que llegó la carta.

La prensa bautizaría a Albert Fish como «El Hombre de Gris», «El Hombre Lobo de Wysteria», «El Vampiro de Brooklyn», «El Maníaco de la Luna»…

Una confesión brutal

La carta, anónima, estaba plagada de faltas de ortografía (que aquí no se reproducirán) pero cada una de sus palabras hería como un puñal. Estaba dirigida a “Mrs. Dudd” y empezaba con una historia delirante sobre niños vendidos como carne durante una supuesta hambruna de 1894 en China. Después entraba en materia y decía:

“El domingo 3 de junio de 1928 llamé a su puerta en la calle 15, 406 oeste. Llevaba queso y frutillas, y almorzamos. Grace se sentó en mi regazo y me besó. Con el pretexto de llevarla a una fiesta, le pedí que le diera permiso, a lo que usted accedió. La llevé a una casa vacía que había elegido con anterioridad en Westchester (…).

Cuando llegamos, le dije que se quedara afuera. Mientras ella recogía flores, subí y me desnudé. Sabía que si no lo hacía podría mancharme la ropa con su sangre. Cuando todo estuvo listo, me asomé a la ventana y la llamé. Entonces me escondí en el armario hasta que ella estuvo en la habitación.

Al verme desnudo, comenzó a llorar y trató escapar por las escaleras. La atrapé y me dijo que se lo diría a su mamá (…). ¡Cómo pataleó, arañó y me mordió! Pero la asfixié hasta matarla. Luego la corté en pequeños pedazos para poder llevar la carne a mi habitación. Me llevó nueve días comerme su cuerpo entero”.

Cuando venció el espanto que le provocó la carta, el sargento detective William King reparó en un detalle. El secuestrador y asesino de Grace había cometido un error: el sobre en el que había llegado la carta tenía impreso un pequeño símbolo hexagonal con las siglas “N.Y.P.C.B.A.”, las siglas de la “Mutua Privada de Chóferes de Nueva York”.

Por primera vez en años había un hilo del cual tirar.

La carta que le envió, en noviembre de 1934, a la familia de Grace Budd fue el hilo del que la policía empezó a tirar para dar con el paradero del «hombre de gris»

– A la caza del “hombre gris”

Con la pista del sobre, el sargento King puso manos a la obra para atrapar al “hombre gris”, como la policía había apodado al falso Frank Howard. En la asociación de choferes de Nueva York, uno de los empleados de la compañía les dijo a los detectives que los sobres no estaban al alcance de todos, pero que él, por sus funciones, más de una vez se llevaba algunos a su casa, para luego depositar las cartas en a la mañana siguiente en un buzón cercano.

Y dio una nueva pista: se había mudado unos meses atrás, dejando olvidados algunos de esos sobres con membrete en el departamento anterior, en un complejo del 200 East 52nd Street.

La administradora del complejo de departamentos aportó un dato más, que resultaría decisivo. Hasta pocos días atrás, un hombre de más de 60 años había ocupado el mismo departamento que el empleado de la Mutua Privada de Chóferes de Nueva York, pero ya no vivía allí.

Los policías le pidieron el nombre del inquilino y una descripción: se llamaba Albert Fish y la descripción que dio la mujer podía encajar en la que tenían del “hombre gris”. Creyeron que se les había escapado por un pelo hasta que la encargada les dio una nueva esperanza. El hijo del señor Fish, les dijo, le mandaba un cheque todos los meses y, antes de mudarse, el inquilino le pidió que cuando llegara el próximo se lo guardara, que él lo pasaría a buscar.

El 13 de diciembre de 1934 Albert Fish fue interceptado por el sargento King y otro detective cuando entraba al complejo para retirar su cheque. En un primer momento, el “hombre gris” aceptó acompañarlos a la comisaría para ser interrogado, pero cuando se dirigían al móvil policial sacó una navaja, los amenazó e intentó escapar. Lo desarmaron y lo esposaron.

En el primer interrogatorio confesó ser el autor de la carta y haber matado a Grace, pero insistió en aclarar que, en realidad, al principio había pensado en llevarse a Edward para matarlo porque era más grande y le proporcionaría más carne, pero que al ver a Grace había cambiado de opinión.

La historia de los crímenes del hombre a quien pronto los diarios estadounidenses llamarían “El vampiro de Brooklyn” y “El hombre lobo de Wysteria” apenas comenzaba a quedar al descubierto.

“Esta será la experiencia suprema de mi vida. No sé aún por qué estoy aquí, pero sé que esta pesadilla se acabará para siempre”, fueron sus últimas palabras

– Historia de un asesino en serie

Hamilton Howard “Albert” Fish nació el 19 de mayo de 1870 en Washington D. C. en el seno una familia azotada por las desgracias y los maltratos. Perdió a su padre a los cinco años y poco después murió uno de sus tres hermanos.

Frente a esas muertes, Ellen Fish, la madre de “Albert” -como lo llamaban- buscó aplacar el dolor con alcohol y, sabiendo que no podría criar a los hijos que le quedaban, los entregó en un orfanato.

Cuando -después de la detención de Fish- salieron a la luz los informes de los profesionales del orfanato, quedó en claro que había mostrado tendencias masoquistas desde muy chico, con una fuerte tendencia a auto-infligirse dolor. Se lastimaba de diferentes maneras, pero también golpeaba a sus compañeros buscando que le devolvieran los golpes.

También los informes señalaban un detalle curioso: tenía una enorme curiosidad por leer en los diarios las noticias policiales, sobre todo si se trataba de historias de criminales.

Volvió con su madre poco después de cumplir 12 años, convertido en un adolescente ingobernable: bebía su propia orina y la de otros, y también comenzó a comer heces. Poco después comenzó a buscar a otros jóvenes o niños menores para tener relaciones sexuales. Pasaba los fines de semana en los baños públicos, donde, diría después, se “excitaba con los olores”.

Cuando salió de la adolescencia, según su propio relato, intentó tener “una vida normal” y se mudó a Nueva York. Consiguió un trabajo como pintor de casas para ganarse la vida y en 1898 se casó con una mujer ocho años menor que él, con la que tuvo seis hijos. En 1903 fue detenido por una estafa y pasó una temporada en la prisión de Sing Sing.

Al salir, se desató del todo. En sus confesiones durante los interrogatorios por el secuestro y el asesinato de Grace Dudd, aseguró haber violado a cerca de cien niños, aprovechando las facilidades que le daba su oficio para entrar en las casas.

En enero de 1917, cuando su esposa lo abandonó por un albañil que solía trabajar con él, Fish comenzó a escuchar voces, entre ellas la de Juan el Apóstol. Esas voces, también, lo conminaban a matar.

En los años siguientes, según su propia confesión, perpetró una cadena de crímenes, pero sólo recordaba los nombres de unas pocas víctimas: Francis X. McDonnell, de 8 años; Yetta Abramowitz, de 12; Mary Ellen O’Connor, de 16; Benjamin Collings, de 17; y Billy Gaffney, un nene de 4 años.

Albert Fish entró a Sing Sing en marzo de 1935. Lo sentaron en la silla eléctrica el 16 de enero de 1936. A las once y seis minutos de la noche fue declarado muerto

– Condenado y ejecutado

Las confesiones de Albert Fish fueron ampliamente reproducidas por los medios de la época, en cuyas portadas se titulaba casi a diario con nuevos crímenes del “vampiro de Brooklyn” o del “hombre lobo de Wysteria”. Sin embargo, los investigadores no estaban seguros de que todo lo que contaba el “hombre gris” fuera verdad.

Tanto es así que fue llevado a juicio solamente por el asesinato de Grace Dudd. El proceso judicial comenzó el 11 de marzo de 1935, en White Plains, Nueva York, con Frederick Close como juez y el fiscal de distrito Ellbert Gallagher a cargo de la acusación.

El abogado defensor, James Dempsey, intentó que lo declararan loco para evitarle la pena de muerte. Como parte de esa estrategia, Fish aceptó declarar y contó que todos sus crímenes habían sido ordenados por las voces del Apóstol San Juan y del propio Dios.

De nada le sirvió: el jurado lo encontró culpable y lo condenó a muerte en la prisión de Sing Sing, donde fue ejecutado en la silla eléctrica el 16 de enero de 1936.

Sus últimas palabras fueron: “Esta será la experiencia suprema de mi vida. No sé aún por qué estoy aquí, pero sé que esta pesadilla se acabará para siempre”.

– Carta a la mamá de Billy

Mientras Fish esperaba el momento de su ejecución en el pabellón de la muerte de la cárcel de Sing Sing, la madre de Billy Gaffney, el nene asesinado por “el vampiro de Brooklyn” en febrero de 1927, pidió verlo para que le explicara por qué había matado a su hijo. No la quiso recibir, pero dejó una carta para que el abogado Dempsey se la hiciera llegar después de su muerte.

En el mismo estilo de la que le había enviado a la madre de Grace Dudd, Fish le contaba allí todos los detalles de la receta de cocina que había utilizado con el cadáver de su hijo:

“Le corté la nariz y las orejas, y después lo corté por el centro del cuerpo, justo debajo del ombligo. Le corté la cabeza, los pies, los brazos y las piernas (…). Regresé a mi casa con mi carne en la bolsa. Tenía su ‘mono’ (pene) y ‘pee wees’ (testículos) y un agradable y gordo trasero. Hice un estofado con sus orejas y nariz, pedazos de su cara y el vientre.

Puse cebollas, zanahorias, nabos, apio, sal y pimienta. Estaban buenos. Entonces partí su trasero, corté su pene y testículos y los lavé primero. Puse tiras de tocino en cada nalga y las puse en el horno. Entonces escogí cuatro cebollas y cuando la carne había asado cerca de un cuarto de hora, vertí un poco de agua para la salsa de la carne y puse las cebollas (…)

En cerca de dos horas, la carne estaba buena y doradita, cocinada. Nunca comí algún pavo asado que tuviera la mitad del sabor que este dulce gordo y pequeño trasero. Comí cada bocado de carne en cerca de cuatro días”, decía.

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Los «fálicos» zapatos puntiagudos que causaron escándalo en la Inglaterra medieval…


Un poulain de color marrón
El zapato seductor que cautivó a muchos románticos en la época medieval.

BBC News Mundo(B.Bell) — Tal vez uno de los temores morales más extraños (el miedo a que algún mal amenace con el bienestar de la sociedad) fue el que surgió en la época medieval.

Se decía que los zapatos de forma puntiaguda, llamados poulaines, promovían la desviación sexual y, como resultado del castigo de Dios, se los culpó de provocar la peste.

Las puntas largas se mantenían erguidas rellenándolas con musgo o paja y podían estar hechas de telas decorativas elegantes o de cuero más resistente. Incluso había versiones blindadas para usar en batalla.

En un doble golpe para los piadosos, los zapatos fueron vistos como demoníacos y vanos. Finalmente fueron prohibidos en Londres.

Un monje benedictino se enojó tanto con el tema que claramente le dedicó mucho tiempo y reflexión.

En su historia de la Iglesia, escrita alrededor del año 1100, Orderic Vitalis despotricó contra la vestimenta de los señores normandos, con especial virulencia dirigida a los zapatos de punta larga.

«Un depravado llamado Robert fue el primero, en la época de William Rufus, que introdujo la práctica de rellenar las puntas largas de los zapatos con estopa (la fibra de lino, cáñamo o yute) y de doblarlas hacia arriba como un cuerno de carnero.

«Esta absurda moda fue rápidamente adoptada por un gran número de la nobleza como una orgullosa distinción y señal de mérito.

«Nuestros jóvenes libertinos están hundidos en el afeminamiento».

– «Como colas de serpiente»

También arremetió contra el uso de guantes, la división por el medio del cabello y las túnicas largas, pero los zapatos parecen haber sido la verdadera abeja en su sombrero (varonil): «Introducen sus dedos en cosas como colas de serpiente que se presentan a la vista con la forma de escorpiones…

«Se entregan a la inmundicia sodomítica», con «largos y lujosos mechones como las mujeres» y «camisas y túnicas demasiado ajustadas», observó (un poco lascivamente).

Un dibujo de un grupo de hombres, de la Edad Media, que usan zapatos puntiaguados
El cronista y monje benedictino Orderic Vitalis era muy crítico de los usuarios de los zapatos puntiagudos.

Las poulaines, también llamadas cracows (por la ciudad polaca de Cracovia, de donde se cree que proceden) eran zapatos puntiagudos que usaban sobre todo los hombres ricos.

Estos zapatos, que eran muy incómodos, anunciaban el ocio de sus portadores y enfatizaban su incapacidad para realizar trabajos físicos.

El Museo de Londres tiene ejemplares con puntas de más de 10 cm de largo, mientras que un monje de la abadía de Evesham afirmó en 1394 que había visto a gente que las usaba «de media yarda (45 cm) de largo».

Por lo tanto, afirmaba, «era necesario que estuvieran atadas a la espinilla con cadenas de plata» para poder caminar.

En 1348, la Peste Negra llegó a Londres, una plaga que mató a aproximadamente 40.000 personas, casi la mitad de la población de la ciudad.

La Iglesia había atribuido la causa de la peste a la «conducta impropia de los hombres» y las poulaines simbolizaban esa conducta.

– Del astrágalo al falo

La punta larga se consideraba fálica y el corte alrededor del tobillo era descaradamente bajo, alargando la pierna y mostrando el hueso astrágalo, a menudo vestido con medias de colores para llamar la atención de los admiradores.

Según el Museo de Londres, los hombres jóvenes «se paraban en las esquinas de las calles moviendo sus zapatos de manera sugerente» a la gente que pasaba por allí.

Una ilustración de soldados y caballeros vistiendo zapatos puntiagudos sobre un tablero de ajedrez
«Son unas botas perfectamente útiles para la batalla, especialmente si esa batalla se lleva a cabo en un tablero de ajedrez gigante».

Si los zapatos tenían cascabeles cosidos en los extremos de las puntas, indicaba que el usuario estaba disponible para juegos sexuales.

Aparte de la asociación pecaminosa con los placeres carnales, a los clérigos les preocupaba que las puntas largas impidieran a la gente arrodillarse a la manera aprobada de obediencia.

Esta restricción de la habilidad para orar correctamente llevó a los líderes religiosos a llamarlas «garras de Satán», y en 1215 el Papa Inocencio III prohibió a los sacerdotes, fuera de la ciudad, usarlas, junto con ropas de colores verdes o rojas, hebillas ornamentadas o capas desabrochadas.

Mujeres con atuendos medievales y con zapatos puntiagudos
Hacia el final de su popularidad, las poulaines también eran usadas por mujeres.

En 1362 el Papa Urbano V intentó prohibirlas por completo, y en 1463 el Parlamento de Reino Unido bajo Eduardo IV aprobó una ley suntuaria para prohibir que cualquier persona de rango inferior al de lord usara zapatos con una punta más larga de dos pulgadas.

Las personas que fueran consideradas de un rango demasiado bajo para tener una punta extremadamente larga podían ser multadas, y «cualquier zapatero o remendón dentro de la ciudad de Londres o dentro de tres millas de cualquier parte de la misma ciudad» tenía prohibido suministrarlos o fabricarlos para personas de nobleza insuficiente.

Las modas son, por naturaleza, propias de una época determinada, y hacia 1475 la tendencia de la poulaine prácticamente había desaparecido.

– Un cambio con Henry VIII

En un cambio total con respecto a los zapatos muy puntiagudos que se usaban a fines del siglo XV, Henry VIII prefería los zapatos anchos y cuadrados.

Según el Museo V&A, de Londres, los zapatos anchos «se hacían eco de la línea de vestimenta de moda para los hombres, que usaban jubones acolchados con hombros anchos».

Y así, el calzado europeo giró hacia los zapatos anchos y de punta cuadrada, y obviamente, el público respondió imitando el estilo real con un toque elegante.

Zapato beige con la punta cuadrada
Representación del cómodo calzado de Henry VIII realizada por el artista Hans Holbein el Joven.

El ancho se volvió exagerado durante el reinado de Enrique, y algunas suelas tenían más de 17 cm (casi 7 pulgadas) de ancho.

Enfrentado a una nueva clase de comerciantes ricos con la riqueza para comprar ropa y zapatos por encima de su estatus social, y siempre ansioso por mantener la brecha entre la realeza y otras clases, Henry actualizó las leyes suntuarias anteriores en una ley de 1509 que regulaba el uso de ropa costosa.

Una de las leyes de vestimenta restringía el ancho de estos zapatos cuadrados: solo los hombres de estatus podían usar zapatos de cierto ancho.

Cuatro revisiones posteriores de las Leyes de Vestimenta continuaron impidiendo que la gente común imitara a la corte.

Se dice incluso que el rey tenía hombres que iban por ahí intentando atrapar a la gente, midiendo el ancho de sus dedos de los pies.

– Deformaciones

Como era de esperar, las poulaines no eran muy buenas para los pies.

Un estudio de 2005 sobre restos medievales encontró hallux valgus (una pequeña deformidad del dedo gordo del pie con una protuberancia ósea en su base, más comúnmente conocida como juanetes) exclusivamente en cadáveres de la era poulaine.

Un pie con un juanete y heridas en los dedos
Los usuarios de esos zapatos seductores sufrieron por su moda.

Y un estudio de 2021 descubrió que quienes vivían en barrios más de moda durante el apogeo de la moda poulaine tenían muchas más probabilidades de tener juanetes, pies deformes y fracturas óseas en los brazos asociadas con lesiones por caídas.

Debió haber sido un alivio para la corte de Henry VIII, seguros de saber que no tropezarían en su camino a ser ejecutados.

Unos zapatos puntiagudos rojos

nuestras charlas nocturnas.


Así fue el decisivo Desembarco de Normandía que supuso un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial…


Recreación de un desembarco durante una ofensiva militar en la playa.

Día D y Batalla de Normandía

Junio-agosto de 1944

Muy Interesante(J.Hernández/A. de Frutos) — El 6 de junio de 1944 fue, seguramente, el día más decisivo de la Segunda Guerra Mundial.

Esa mañana, en las playas de Normandía, se jugó el desenlace del conflicto. Desde la distancia temporal, tenemos el convencimiento de que aquella operación estaba destinada a verse coronada por el éxito y de que el único camino que podía tomar la historia era el de los aliados desembarcando felizmente en aquella costa y avanzando hacia París.

Sin embargo, esa seguridad era entonces un espejismo. Las probabilidades de un desastre que hubiera retrasado la invasión, por lo menos, un año, fueron mayores de lo que puede parecer.

En la operación de desembarco, que supuso dos años de preparativos, estaba previsto que participasen 100.000 soldados estadounidenses, 58.000 británicos y 17.000 canadienses, una fuerza dirigida por el general norteamericano Dwight D. EisenhowerEnfrente tendría al general alemán Erwin Rommel, quien había organizado las defensas de la costa que formaban parte del Muro Atlántico.

Para facilitar la conquista de las playas, la noche anterior se lanzarían paracaidistas detrás de las líneas alemanas con la misión de obstaculizar la llegada de tropas de refresco una vez comenzada la invasión. Además, la Resistencia francesa recibiría instrucciones de Londres para iniciar actos de sabotaje en las líneas férreas de todo el país, impidiendo así el envío de refuerzos.

Con toda la maquinaria dispuesta para el desembarco, señalado para el 5 de junio, las previsiones meteorológicas no podían ser peores: tres depresiones procedentes del Atlántico llegarían sucesivamente al Canal de la Mancha. Se esperaba un tiempo muy inestable, con nubosidad del 100% y vientos intensos que no amainarían hasta cuatro días después. En esas condiciones, era imposible lanzar la invasión.

– Comienza el desembarco

Se barajaron nuevas fechas para el desembarco, pero ninguna era ya factible. En los días siguientes, la marea comenzaría a crecer y ya no bajaría hasta después de dos semanas, pero para entonces ya no habría luna llena, lo que impediría el lanzamiento de paracaidistas. Si se aplazaba hasta julio, ya sería imposible ocultar la acumulación de efectivos frente a las costas normandas, por lo que se perdería el efecto sorpresa y se permitiría a los alemanes reforzar las defensas en ese sector. 

La invasión no podía aplazarse, pero era una locura intentarlo con este tiempo. Afortunadamente, un parte meteorológico reveló una ventana de buen tiempo entre la tarde del 5 y la noche del 6. Eisenhower dio entonces la orden más trascendental, aunque aparentemente intrascendente, de la guerra: “Bien, ¡allá vamos!”.

Eisenhower, el entonces general (y futuro presidente de Estados Unidos), que estuvo al frente de la operación, charla con soldados de la 1ª División en Normandía, después del desembarco del Día D.

En la desapacible madrugada del 5 de junio, una flota compuesta por 5.000 barcos se puso en camino hacia el punto de reunión desde el que se dirigirían a las costas francesas. A última hora de ese día, los paracaidistas que debían caer tras las líneas germanas tomaron su cena y cargaron con el equipo: 45 kilos a la espalda y otros 25 atados a las piernas. Eisenhower acudió a despedirlos. Era el momento de la verdad: había llegado el Día D.

A las 00:18 horas del 6 de junio, los primeros paracaidistas aliados saltaron a la oscuridad a través de las portezuelas de sus aviones. Nada hacía pensar a los alemanes que la invasión se estaba produciendo en ese mismo momento, y tampoco reaccionaron cuando esa madrugada más de mil bombarderos de la RAF comenzaron a aplastar las defensas costeras.

Para agravar la confusión, el lanzamiento de centenares de muñecos en paracaídas restó credibilidad a los informes que alertaban del aterrizaje de los paracaidistas auténticos en la retaguardia germana. Al amanecer, la mayoría de objetivos señalados a las tropas aerotransportadas habían sido alcanzados.

A las 4:45, tras detectar la flota de desembarco, los alemanes confirmaron que la invasión estaba en marcha. Entonces se transmitió al cuartel general de Hitler la petición urgente de traslado a la costa de dos Divisiones Panzer que estaban en reserva, pero el mensaje no le fue entregado, ya que nadie se atrevió a despertarlo para darle esa mala noticia por temor a provocar uno de sus cada vez más frecuentes ataques de ira.

A lo largo de casi cien kilómetros de costa, los cañones de los barcos aliados abrieron fuego una y otra vez contra las defensas germanas.

A su vez, los bombarderos machacaban las playas que estaban a punto de ser asaltadas. Mientras tanto, los soldados norteamericanos, mareados y nerviosos, se dirigían en sus lanchas de desembarco hacia las playas bautizadas como Utah y Omaha. Ellos serían los primeros en pisar suelo francés, a las 6:30 de la mañana. Una hora más tarde estaba previsto que británicos y canadienses llegasen a Gold, Sword y Juno.

Omaha fue una de las cinco playas de la costa normanda usadas por los americanos para iniciar la invasión de la Europa tomada por los nazis. En la icónica imagen, los soldados salen de las lanchas y avanzan por el agua hacia tierra firme. 

La playa en la que los aliados tropezarían con más dificultades sería Omaha. Los norteamericanos se encontraron con un recibimiento inesperado. Los alemanes, bien atrincherados en los acantilados, tenían una posición inmejorable para disparar. En cuanto se abrieron los portones de las lanchas de desembarco, las ráfagas de ametralladora segaron en pocos segundos la vida de los soldados que estaban a punto de salir de ellas. 

Los que llegaron a la orilla tuvieron que soportar una granizada de balas, agazapados tras los obstáculos colocados por los alemanes. La razón por la que las defensas se encontraban prácticamente intactas hay que buscarla en el defectuoso bombardeo aéreo de la zona. Omaha se convirtió en una auténtica carnicería.

– Menos bajas de las esperadas

Las noticias del desastre llegaron al mando aliado, pero aún había esperanzas de que cambiase el signo del combate. A las nueve en punto, las pérdidas eran ya tan grandes que se decidió evacuar la playa, pero antes de que se ejecutase la orden comenzaron a llegar informes de que algunos grupos habían logrado atravesar un extremo de la playa y alcanzar la meseta. La artillería naval, que acudió en auxilio de aquellos hombres, les permitió seguir avanzando hasta acabar con la resistencia germana esa misma tarde.

Los aliados habían sufrido unas 3.000 bajas, pero Omaha había sido conquistada, al igual que las otras cuatro playas. Aunque los expertos aliados habían calculado un balance de 10.000 muertos en las primeras horas del asalto, en realidad la operación se había saldado con la pérdida de 2.500 vidas, con una suma total de bajas de 12.000.

– De las playas al interior

Existe también el convencimiento de que el éxito de la invasión se decidió aquella mañana. En realidad, la Batalla de Normandía no había hecho más que comenzarEl reto era abrirse paso a través de las defensas germanas y resistir el contraataque. Afortunadamente para los aliados, cuando Hitler se despertó no se dejó impresionar por el despliegue aliado y ordenó que sus dos Divisiones Panzer permaneciesen listas para trasladarse a Calais, en donde esperaba al grueso de las tropas de desembarco.

Cuando decidió por fin dar permiso para el envío de sus unidades acorazadas, estas no recibirían la orden de marcha hasta las cuatro de la tarde, cuando los aliados estaban ya firmemente asentados en las playas.

Esta fuerza es la que conseguiría contener a los británicos a las puertas de Caen; teniendo en cuenta las dificultades que afrontaron los hombres del general británico Bernard Montgomery para tomar la ciudad, cabe imaginar lo que hubiera sucedido si esas divisiones hubieran llegado a tiempo de rechazar la invasión en las playas. De nuevo, la suerte estuvo de parte del bando aliado.

El 7 de junio se unieron todas las cabezas de playa, excepto la de Utah, en la península de Cotentin, y cinco días después se pudo establecer ya un frente continuo. Aquí, el despliegue en la playa de Omaha.

El 7 de junio se unieron todas las cabezas de playa, excepto la de Utah, en la península de Cotentin, y cinco días después se pudo establecer ya un frente continuo. Tras el éxito del desembarco, los aliados creían que la conquista de la región normanda no les demoraría más que unos días, pero sus hombres se encontraron con la enconada resistencia de unas tropas germanas muy motivadas, conscientes de que, si no lograban devolver a los invasores al mar, tarde o temprano acabarían irrumpiendo en su patria.

Por ejemplo, el vital puerto de Cherburgo no fue capturado hasta el 27 de junio y Caen, que debía haber sido tomada el primer día por Montgomery, no caería hasta el 18 de julio, después de ordenar arrasar la ciudad desde el aire. Después de tomar Caen, las tropas británicas y canadienses se mostraron demasiado cautelosas en su avance, lo que permitió a los alemanes organizar sucesivas líneas de defensa.

Un bombardero estadounidense B-17 en pleno vuelo. En Caen, atacaron por error a sus aliados.

El 25 de julio, los norteamericanos desencadenaron una gran ofensiva en el sector occidental, la Operación Cobra, para desencallar de una vez la situación. El éxito de esta operación llevó a Hitler a ordenar lanzar un contraataque en dirección a Avranches para aislar a los veloces blindados del inefable general norteamericano George S. Patton, pero el apabullante dominio del aire por parte de los aliados asfixió este intento alemán, ya que los tanques estaban condenados a avanzar de noche y permanecer ocultos de día.

Esta extensión de las líneas germanas fue aprovechada para ejecutar un movimiento de tenaza, que culminaría en la población de Falaise. Aunque el 20 de agosto se logró cerrar la bolsa resultante, una detención de última hora ordenada por Eisenhower posibilitó que una parte de las tropas alemanas consiguiese escapar de la trampa, aunque dejando atrás todo el equipo pesado.

Gracias a la Operación Cobra (recreada en el dibujo, en el que los cazas Typhoon sobrevuelan los destrozados tanques alemanes), se logró rescatar a las tropas aliadas encalladas en la llamada Bolsa de Falaise, en julio del 44.

– Cifras apabullantes

De todas formas, ya nada podría impedir que las fuerzas aliadas se extendieran por toda la región liberando una ciudad tras otra, donde eran recibidas con vítores por una población que ofrecía flores y vino a los soldados que llegaban a lomos de los tanques. El gran objetivo era la liberación de París, adonde las tropas aliadas llegarían el 24 de agosto.

Cuando se analiza la victoria aliada en Normandía, el foco se suele centrar únicamente en los aspectos militares. Aun siendo muy importantes, no se puede pasar por alto un elemento no menos decisivo: la intendencia. Para mantener el apoyo material a las tropas desembarcadas, fue necesario realizar un esfuerzo titánico sin precedentes en la historia.

Las cifras hablan por sí solas. Así, a los puertos británicos llegaron, procedentes del otro lado del Atlántico, 301.000 vehículos, 1.800 locomotoras, 20.000 vagones de tren, 2,6 millones de armas pequeñas, 2.700 piezas de artillería, 300.000 postes telefónicos y 7 millones de toneladas de combustible, aceite y lubricantes.

Los expertos del Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas (SHAEF) habían calculado, tras el desembarco, un consumo diario en combate de 18.584 kilos por soldado, una cantidad en la que estaba incluido desde el combustible a la munición, pasando por la goma de mascar. Para alimentar a los soldados durante el primer mes llegaron 60 millones de raciones K, embaladas de 500 en 500 toneladas.

En la preparación del Día D no se olvidó ningún detalle, como las condecoraciones que se iban a utilizar para recompensar los actos heroicos que estaban por llegar. Así, se enviaron un centenar de Estrellas de Plata y trescientos Corazones Púrpura. Para atender las previsibles bajas, se reunió a 8.000 médicos, 600.000 dosis de penicilina, 50 toneladas de sulfamidas y casi medio millón de litros de plasma para transfusiones.

Todos estos suministros médicos habían sido embalados en 1.600 paletas de media tonelada cada una, diseñadas para poder ser arrastradas por las playas. Incluso se encargó la fabricación de 10.000 cruces de metal para los caídos. Nada se dejó a la improvisación y los aliados recogieron el fruto de una operación perfectamente planificada.

– Verdades y mentiras del Desembarco de Normandía: 10 claves para descifrar la batalla

1. ¿Significó el final de Hitler?

La invasión de la Unión Soviética, con el “General Invierno” de Stalingrado, fue la que precipitó el fin de Hitler. Se podría decir que el desfile de la victoria por las calles de París, el 25 de agosto de 1944, cerró el paréntesis abierto por la operación Barbarroja tres años antes.

A la sazón, la Wehr-macht era un cuerpo exánime e incluso hasta cierto punto previsible, todavía bien dotado de blindados (en Stalingrado había perdido “solo” veinte divisiones), pero con graves problemas de suministro, y, desde luego, con una Marina y una Fuerza Aérea que habían conocido tiempos mejores. El atentado contra Hitler en la Guarida del Lobo, su cuartel de mando al este de Rastenburg (Polonia), el 20 de julio de 1944, evidenció el cisma existente entre el Führer y parte del estamento militar.

Fue el verano en el que Rommel, el sensato comandante de las fuerzas alemanas en Normandía, y el mariscal de campo Günther von Kluge cayeron en desgracia tras advertir a su jefe, por activa y por pasiva, del sacrificio de una guerra sin futuro. “Las tropas combaten heroicamente, pero esta lucha desigual se acerca a su fin”, escribió Rommel a Hitler el 15 de julio.

La operación Overlord dio la puntilla a un régimen que había perdido la iniciativa y que, hasta su capitulación el 8 de mayo de 1945, se limitó a resistir –con una voluntad y una energía inopinadas, desde luego–, mientras ciudades como Dresde ardían en inmensas piras. Sordo a los consejos y ciego a la evidencia, Hitler fiaba la salvación del Reich a unas “armas milagrosas” que cambiarían el curso de la guerra, con los cohetes V2 a la cabeza. Pero, a esas alturas, nada podía truncar la reconquista de Europa.

2. ¿Fue el último desembarco en Europa?

El principio de incertidumbre rige todas las batallas y ninguna estrategia puede predecir su resultado. Todos los recursos humanos y técnicos pudieron haber sido insuficientes en el trance de cruzar el canal de la Mancha o de poner el pie en las costas de Francia.

A menor escala, los desembarcos de Sicilia y la operación Avalanche de Salerno, entre julio y septiembre de 1943, sentaron las bases de aquel éxito, pero, en el recuerdo de sus promotores, aún seguía fresco el desastre de Dieppe, donde el 19 de agosto de 1942 canadienses y británicos fueron barridos del mapa por los nazis.

Normandía constituyó el desembarco más colosal de la Historia, pero no fue el último de la contienda en el Viejo Continente. La operación Dragón, llamada primero Yunque, aflojó la presión de Normandía en el sureste de Francia, entre las costas de Niza y Marsella, el 5 de agosto de 1944, sancionando de paso la pericia de los aliados en el ámbito de las operaciones anfibias.

Y aún hubo otros desembarcos, como los que se produjeron en el curso de la batalla del estuario del Escalda, entre Bélgica y los Países Bajos, o en el mismo Rin, que los aliados cruzaron en marzo de 1945.

3. Aliados… y rivales

Tanto la operación Overlord como la Neptuno, su complemento naval, fueron trazadas, respectivamente, por el general británico Bernard Law Montgomery y la Royal Navy, si bien su jefe supremo fue el general americano Dwight D. Eisenhower. Hay que reconocer que la coordinación de las fuerzas angloamericanas dejó mucho que desear.

Su superioridad por tierra, mar y aire resultó patente desde el principio, pero, sobre el terreno, algunos de sus generales pecaron de individualismo. Speidel, jefe del Estado Mayor de Rommel entre abril y junio de 1944, subrayó que la guerra podía haber concluido ese mismo año si el enemigo no hubiera desperdiciado tantas oportunidades.

Entre ellas, citaba su incapacidad para romper el frente del Sena tras el episodio de la bolsa de Falaise, cuando miles de soldados alemanes del VII Ejército y el V Ejército Panzer quedaron cercados en las proximidades de esa localidad de la Baja Normandía. Alrededor de veinte mil lograron escapar por la torpeza de Montgomery, que instó a detenerse a las tropas americanas, dejando, así, la puerta de la trampa abierta.

El mariscal de Aire Arthur Coningham lo expuso con toda crudeza: “Monty ayudó a los alemanes a escapar. Quiso en todo momento encargarse de todo, e impidió que los americanos avanzaran hacia el norte”. Tampoco la operación Goodwood, entre el 18 y el 20 de julio, rindió frutos a los aliados.

Cuando Eisenhower fue informado de que el héroe de El Alamein había detenido a sus blindados, montó en cólera y clamó porque el lanzamiento de siete mil toneladas de bombas hubiera supuesto solo un avance de siete millas. “Su comportamiento constituyó un desastre diplomático de primera magnitud”, zanjaría el historiador Antony Beevor en El Día D (Crítica, 2009).

Más allá de Normandía, las relaciones entre Roosevelt, Churchill y De Gaulle (“un dictador en potencia”, en opinión del presidente americano) fueron casi siempre tensas y desconfiadas.

El mapa interactivo del Día D - Cómo se planeó el ataque que cambió el  rumbo de la II Guerra Mundial | Euronews

4. ¿Os recibimos con alegría?

El jefe de Estado Mayor imperial, Alan Francis Brooke, anotó en sus Diarios de guerra las impresiones de su paso por Francia en los primeros compases de la batalla de Normandía, el 12 de junio de 1944. Junto a él viajaba nada menos que el primer ministro Winston Churchill, que charló con Montgomery y recibió información de primera mano acerca de sus planes.

Frente al júbilo popular recreado por el cine, Brooke se encontró con que “la población francesa no parecía demasiado feliz por vernos llegar como un país vencedor y libertador. Estaban bastante felices tal y como estaban; nosotros llevamos la guerra y la desolación a su país”.

La zona por la que se movió el grupo, no lejos de Bayeux, en el departamento de Calvados, apenas había sufrido los efectos de la ocupación alemana: las cosechas se veían óptimas y el ganado estaba bien alimentado.

La mujer del alcalde de Montebourg, en la Baja Normandía, lo expresó en estos términos: “Hay quienes celebran los desembarcos, pero para mí fueron el comienzo de nuestra desgracia. Sufríamos una ocupación, pero al menos teníamos lo que necesitábamos”.

El 7 de julio, la Royal Air Force arrojó sobre Caen dos mil quinientas toneladas de bombas que se llevaron por delante la vida de unas trescientas cincuenta personas, una barbaridad si tenemos en cuenta que tres cuartas partes de la población había abandonado ya la ciudad.

Durante la campaña de Normandía perecieron cerca de veinte mil civiles y otros quince mil en los meses anteriores, esto es, más que los británicos que sucumbieron a los bombardeos alemanes.

Y, naturalmente, la política de Guerra Total de los nazis se cebó con numerosas poblaciones, como Oradour-sur-Glane, donde más de seiscientas personas, entre ellas dieciocho españoles, fueron masacrados bajo las órdenes del oficial de las SS, Heinz Barth.

5. La legión india y otros ‘voluntarios’

No todos los soldados que desafiaron el avance aliado en suelo francés eran “arios”. La Legión India Libre, un cuerpo creado por el político nacionalista Subhas Chandra Bose, que aspiraba a sacudirse el yugo británico de su país apoyando a los nazis, se hallaba, en el momento del desembarco, al oeste de Burdeos.

A mediados de agosto, transferida ya a las Waffen-SS, la Legión emprendió su marcha hacia Alemania y, por el camino, se enfrentó en diversas escaramuzas a fuerzas regulares francesas, miembros de la resistencia y tropas aliadas. Henri Gendreau, un excombatiente de la resistencia, señaló que en su ciudad natal, Ruffec, los legionarios indios violaron a una mujer y a sus dos hijas y mataron a tiros a una niña de dos años.

Por su parte, los Ostbataillonen, las legiones orientales, lucharon en Normandía bajo una misma bandera pero con un sinfín de lenguas. En cierta ocasión, el teniente Robert Brewer, de la 101ª División Aerotransportada, capturó a cuatro coreanos que habían sido obligados a luchar en las filas de la Wehrmacht.

Los prisioneros de guerra soviéticos, poco fiables y mal equipados, nutrían las filas de esas unidades, en las que combatían también armenios, georgianos o ucranianos, entre otros extranjeros.

6. La épica de Omaha Beach

Dos meses antes del desembarco, los aliados llevaron a cabo un ensayo general, a gran escala, en la playa de Slapton Sands, en Devon, Reino Unido. Todo lo que podía salir mal, salió peor: setecientos cuarenta y nueve soldados estadounidenses fueron aniquilados por una flotilla de Schnellboots alemanes que detectó el simulacro y torpedeó sus barcos.

De igual modo, el desembarco de las fuerzas estadounidenses en la playa de Omaha fue una carnicería. Para empezar, los servicios de espionaje aliados no detectaron que la 352ª División de Infantería había sido asignada a su defensa –los americanos creían que les daría la “bienvenida” la 716ª, integrada, sobre todo, por soldados veteranos y ucranianos–.

Para continuar, y a causa del mal tiempo, los bombardeos aéreos fueron incapaces de debilitar las defensas germanas, por lo que los tiradores alemanes dispararon a placer sobre sus enemigos. El gran periodista Ernie Pyle, muerto un año después en Okinawa, escribió: “Los hombres flotaban en el agua, pero no sabían que estaban en el agua, porque estaban muertos”.

Las bajas, contando muertos, heridos y desaparecidos, rondaron los 2.400 hombres, un 9 %, y, aun así, Eisenhower y el general Bradley se dieron con un canto en los dientes, pues los cálculos apuntaban a que caerían hasta un 12,5 %. “En la playa –abundó el coronel George A. Taylor–, quedan dos tipos de individuos, los muertos y los que van a morir”.

7. ¿Cumplieron con su cometido los paracaidistas?

El desembarco de Normandía | Fotos | Internacional | EL PAÍS

La historia de John Steele, el paracaidista que quedó suspendido de la torre de la iglesia de Sainte-Mère-Église, el primer pueblo liberado de Francia, sirve como pretexto para reconstruir la labor de los más de trece mil hombres que, en la noche del 6 de junio, saltaron sobre la península de Cotentin para facilitar el desembarco aliado en la playa de Utah.

Pertenecientes a la 82ª y la 101ª División Aerotransportada, y con una experiencia previa harto irregular, su misión, tan audaz como compleja, devino finalmente un éxito.

Y eso a pesar de que solo un 25 % de ellos logró aterrizar en la zona prevista, tras ser dispersados por el viento.

Paradójicamente, todo ese caos contribuyó a confundir al enemigo, que no pudo frenar su avance hacia Cherburgo.

La ciudad cayó en poder de los aliados a finales de junio, tras durísimos combates por la toma de varios puentes y esclusas.

El plan de los aliados incluyó, por cierto, el lanzamiento de cientos de maniquíes equipados con aparatos que replicaban el sonido de armas automáticas, en áreas alejadas del lugar del desembarco.

Si visitan los museos de la región, podrán fotografiar algunos de estos paracaidistas falsos, apodados Rupert.

8. La resistencia, héroes… y algún villano

La personalidad de Jean Moulin, uno de los grandes líderes de la resistencia, asesinado por la Gestapo en 1943, o de Georges Bidault, uno de los miembros del Consejo Nacional de la Resistencia, no implica que el movimiento estuviera muy cohesionado.

Sus simpatizantes comunistas proyectaron por su cuenta un brazo armado, los Francs-tireurs et partisans (FTP), que, a la hora de la verdad, pusieron el foco sobre los colaboracionistas antes que sobre los invasores.

Hasta agosto de 1944, dos mil soldados alemanes habían muerto a manos de la Resistencia, pero solo en la “épuration”, la purga que siguió a la liberación de París, se contabilizaron unas catorce mil muertes.

La labor de la resistencia fue decisiva por la calidad de sus soplos, hasta el punto de que el general William J. Donovan, padre de la inteligencia estadounidense, cifró en un 80 % la información útil obtenida gracias a estos grupos.

Sus ojos y oídos allanaron el camino a los estadounidenses, que, a finales de julio de 1944, golpearon a las agrupaciones blindadas al sur del canal de la Mancha, en los prolegómenos de la operación Cobra; y, aunque sus sabotajes no causaran daños irreparables al enemigo, solo entre el 5 y el 6 de junio perpetraron cerca de mil acciones.

La respuesta de los nazis fue contundente: el mismo Día D, la Gestapo ejecutó a más de ochenta resistentes franceses en el patio de la prisión de Caen.

9. ‘Muertos en combate’

El cementerio estadounidense de Colleville-sur-Mer alberga los restos de 9.387 militares de ese país, en su mayor parte caídos durante el desembarco.

La historiografía jamás podrá cuestionar su entrega, pero, como advierte Olivier Wieviorka en Historia del desembarco de Normandía(Tempus, 2008), “al presentar a los soldados aliados mirando la muerte sin pestañear, como imágenes de Épinal, disfrazan la guerra, edulcorando la repugnancia que puede inspirar a los que la llevan a cabo, difuminando los sufrimientos infligidos, voluntariamente o no, a los civiles”.

Como en cualquier otra batalla, no faltaron en ninguno de los bandos los desertores (durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes ejecutaron a treinta mil, por solo cuarenta y ocho durante la Primera Guerra Mundial), así como las automutilaciones para zafarse del horror venidero.

El Primer Ejército de Omar Bradley admitió más de cinco mil casos psiquiátricos hasta el mes de agosto de 1944, un 36 % de las bajas no mortales.

En los Archivos Nacionales y Administración de Documentos de Estados Unidos, el genérico “muertos en combate” (“killed in action”) camufla la identidad de numerosos soldados suicidas.

Killed by friendly fire: Lesley J. McNair and Bede Irvin – World War II on  Deadline
teniente general Lesley J. McNair

10. Un solo nombre

Una cruz en el citado cementerio de Colleville-sur-Mer cuenta que el teniente general Lesley J. McNair, ascendido a general póstumamente, vio la luz en Minnesota y que expiró el 25 de julio de 1944.

Las circunstancias de su muerte resumen a la perfección las intenciones de este artículo: verdades y mentiras de la batalla de Normandía. McNair, comandante de las fuerzas de Tierra, es el militar de mayor rango enterrado en ese camposanto y uno de los cuatro tenientes generales estadounidenses que cayeron en la guerra.

A su funeral asistieron Bradley y Patton, entre otros. Pues bien: el US Army Press Corps, el servicio de prensa del Ejército de EE. UU., publicó que McNair había sido víctima del fuego enemigo, y hasta el mes de agosto la opinión pública no supo la verdad.

Y la verdad era que, en los preparativos de la operación Cobra, un ataque por equivocación de los bombarderos B-17 Flying Fortresses y B-24 Liberators acabó con su vida –y con la vida de más de cien compatriotas suyos–, apenas unos días antes de que su único hijo falleciera en el frente del Pacífico.

Cuando el cuerpo de McNair fue trasladado al hospital de campaña, los sanitarios juraron guardar silencio sobre su desafortunado final.

A veces es más cómodo vivir en la mentira, pero, al final, la verdad asoma siempre, y prevalece.

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Así llegó (tarde como casi siempre) el alumbrado público a las calles de las ciudades españolas: del gas a la luz eléctrica…


Recreación de una ciudad española con el alumbrado público encendido a finales del siglo XIX. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo. – Recreación de una ciudad española con el alumbrado público encendido a finales del siglo XIX

Muy Interesante(M.Montero) — La luz nocturna se identifica con la modernidad. A la contra, un gran apagón o la ciudad a oscuras por temores bélicos se recuerdan como una lacra.

El primer alumbrado público nació en la segunda mitad del siglo XVIII –antes, en algunos sitios los vecinos tenían que colgar lámparas en la fachada–: en las principales ciudades se instalaron farolas en las que se quemaba aceite. La oscuridad se identificaba con los peligros a combatir.

Era la época de las revoluciones liberales, pero para los cambios de la vida cotidiana ocupó un primer plano la instalación de farolas de reverbero, que usaban aceite animal o vegetal y que, al reflejar la luz, la difundían mejor. Requerían su cuidado diario: las abastecía y encendía un cuerpo de celadores.

– De la luz de gas a la luz eléctrica

La llegada de la luz de gas constituyó toda una revolución urbana. Los sistemas de producción industrial afectaban así al alumbrado. Arrancó de la invención británica, en 1794, del procedimiento para obtener gas a partir de la hulla. Con su distribución por tuberías llegaría a las farolas.

En 1807 se ensayó la luz de gas en Londres, en 1813 se iluminó el puente de Westminster, en 1815 la ciudad de Preston y en 1817 Baltimore, al otro lado del Atlántico. Las siguientes décadas se propagó por las principales ciudades.

Tarjeta de Año Nuevo de los faroleros de Gante (1875), en la que un farolero sube a una escalera para encender una farola de gas.

Tardó en llegar a España. En Madrid, el primer proyecto fue de 1832, pero por problemas empresariales no funcionó de forma estable hasta 1847. A mediados de siglo, Barcelona, Valencia, Málaga, Bilbao o Cádiz se dotaban también de la luz de gas, que encendían y apagaban los faroleros.

No solo retrocedía la sensación de peligrosidad: los negocios o las relaciones vecinales adquirieron un ritmo propio, no marcado por la naturaleza. Y la vida nocturna adquirió su propia impronta.

En la segunda mitad del XIX algunas ciudades recurrieron a la luz producida a partir de petróleo, a veces más barata que la del gas del carbón. Pero el progreso lo representaba ya la iluminación eléctrica, que comenzó a usarse en 1875.

Al principio fue el arco voltaico, que presentaba algunas desventajas, pues producía una luz muy intensa y concentrada, adecuada para ornamentaciones, fábricas y almacenes, pero no para calles y plazas.

Se recurrió a esta luz en las ceremonias madrileñas de la boda de Alfonso XII, en enero de 1878, pero su uso no tuvo continuidad. En España se instaló por vez primera de forma estable en la ría de Bilbao en 1882, para aprovechar la marea nocturna en las tareas portuarias.

Retrato fotográfico del monarca español Alfonso XII (h. 1870). 

– La noche iluminada de la urbe moderna

La luz eléctrica fue avanzando desde aquella década. Paradójicamente, se propagó más despacio en las grandes ciudades, que habían desarrollado más el alumbrado de gas. En ellas fue sustituido lentamente por la luz eléctrica, ya basada en la lámpara incandescente. Ambos sistemas convivieron durante décadas.

Una situación extrema: en 1936, el alumbrado público por gas era en Madrid todavía más importante que el eléctrico. Las poblaciones quedaron representadas por la extensión e intensidad de su alumbrado público. La noche iluminada constituyó un elemento prioritario en la gestación de la ciudad moderna.

Grabado coloreado del pintor catalán José Luis Pellicer (1842-1901) que representa la madrileña Puerta del Sol iluminada con luz eléctrica a finales del siglo XIX.

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